miércoles, 26 de diciembre de 2018
Los chocolates (Gabriel Zas)
Se da por sobreentendido que cualquier detalle que ayude al lector a identificar al culpable puede resultar imprudente y ofensivo. Es mejor evitarle muchas veces la frustración y los tragos amargos que ello puede ocasionarle. De todas formas, con la dosis justa de discreción, se puede relatar el incidente.
Una noche de invierno de 1998, el inspector Dortmund y yo nos encontrábamos revisando viejos expedientes que se remitían a los primeros casos que mi amigo resolvió en el país, muchos de los cuales no fueron publicados por expreso deseo personal. Cada vez que yo levantaba la vista sutilmente para verlo, notaba a mi amigo afligido y desconsolado mientras examinaba un archivo que hacia un buen rato estaba en poder suyo. Quise omitir la cuestión, pero al final no pude evitar preguntárselo.
_ ¿Se encuentra bien, Dortmund?_ le dije.
Él fijó su mirada llena de asombro en mi rostro inquietante.
_ ¿Por qué me lo pregunta, doctor?_ acotó.
_ Me pareció advertir que se sintió afectado por algo. Pero, no me haga caso. Me equivoqué, claramente_ le repliqué sin agregar nada.
El silencio se adueñó por completo del ambiente, hasta que mi amigo se levantó de la silla y comenzó a caminar incesantemente de lado a lado. Evidentemente, había algo que lo preocupaba.
_ Doctor_ exhaló lentamente tomándome de mi brazo izquierdo._ Me siento mi peor enemigo. Reviví un caso que ensució mi reputación y mi dignidad enteramente.
Lo contemplé obnubilado.
_ Lo escucho_ lo incité a que se abra a mí.
_ Le contaré una breve historia sobre un caso cuya investigación llevé adelante y fracasé rotundamente.
Lo miré estupefacto.
_ ¿Fracasó investigando un caso?
No podía creer lo que estaba oyendo. Jamás se me hubiese cruzado por la cabeza semejante cosa. Sin embargo, Sean Dortmund hablaba con absoluta franqueza.
_ Efectivamente, doctor. En la investigación de un asesinato, para ser más preciso. Esto sucedió en una vivienda situada a escasos kilómetros de las Termas de Río Hondo, en la provincia de Santiago del Estero, a finales de mayo de 1975. Viajé por placer, para conocer los puntos turísticos más importantes del país. Fue parte de un plan de viaje que armé estratégicamente. No sé cómo supo la señora Balastra, no sé si la recuerda...
Hizo una pausa para darme tiempo a mí a responder.
_ Era la madre del señor Alarcón, el financista que simuló su desaparición con la complicidad de su hermano_ repuse.
_ Exacto_ dijo mi amigo. Y continuó con el relato._ Le decía, doctor, que no sé cómo ella se enteró que yo estaba por esos pagos. Pero me recomendó con la familia Freire para que investigara un caso de aparente homicidio. Hasta que no viera la escena y no conociera los pormenores del incidente, no podía asegurar nada. Así que, fui hasta allá. Era una pequeña casa de madera, aislada de la ciudad y enclavada en medio del campo bajo un hermoso cielo azul. Su fachada era toda una novedad arquitectónica del siglo XX y tenía en la parte de atrás un inmenso jardín repleto de las más variadas especies de flores que pueda usted imaginarse. Pero por dentro, no revestía sorpresas ni invitaba a la admiración. Era de una vulgaridad muy austera pero elegante y bien decorada.
<Prosiguiendo con el relato de los hechos, el caso se trataba de la extraña muerte del señor Felipe Freire. El día de la tragedia estaban todos cenando en su casa. Entre los presentes, se encontraban Aurelio Freire, su hermano mayor; Nicanor Freire, su hermano menor; Liliana Ortiz, su madre; Bárbara Stempone, su pareja; Lucas Moreira, su sobrino; y Virginia Cárdenas, su prima. Diría que entre ellos, el asesino. Eran las diez y media de la noche cuando el señor Felipe decidió irse a su habitación. Al día siguiente, fue hallado muerto por su sobrino, el señor Lucas Moreira>.
<Según surgió de la investigación, el señor Felipe Freire era un hombre humilde, que no le hacia mal a nadie, pero que tenía la maldad de una criatura. Cuando una idea se le metía en la cabeza, era imposible sacársela. Le gustaba tener siempre la razón en todo y cuando no se la daban, se irritaba. Iba a casarse con Bárbara Stempone, una muy reconocida y destacada abogada Civil. Una de las mejores en mi opinión. Y tenía la manía, después de cada cena, de comer chocolates. Según los testigos, él era el único de la casa que los comía. Y tenía la obsesiva rigurosidad de comer uno en particular cada día. Ése día comió un chocolate de Bariloche, de envoltura verde, relleno de pasas y nueces. El día anterior había ingerido uno de envoltura marrón, relleno con licor y mouse. Nunca vi en la vida una persona tan obsesiva por los chocolates. Fuera de eso, no tenía problemas con nadie y su buen trato con los demás, estaba fuera de discusión. No tenía deudas con nadie y le era fiel a su pareja. Engañarla habría sido lo último que hubiera hecho. Revisé las declaraciones una y mil veces, pero no encontré nada fuera de lo normal. Necesitaba más datos para averiguar qué había sucedido. Subí a la habitación del señor Felipe Freire y todo estaba normal, nada fuera de lo ordinario. Miré donde guardaba los chocolates y todo encajaba perfectamente, por el único detalle que había un chocolate de envoltura roja que había sido abierto. ¿Quizás la víctima iba a comer ése chocolate, se arrepintió y comió el que finalmente lo mató? En este punto, doctor, el caso se había puesto más que interesante. ¿Era esto parte de la personalidad de un hombre extremadamente obsesionado con un placer? Decididamente, desde mi punto de vista personal, no. Así que, había obtenido la respuesta que tanto estaba buscando: el señor Freire fue asesinado por alguien de su entorno familiar. La pregunta era por qué. El caso, para mí, se iniciaba en este punto.>
<Inmediatamente, lo siguiente que hice fue reunirme con el forense que había realizado la autopsia. Y el resultado fue positivo para cianuro de hidrógeno, ingerido a través del chocolate que comió la noche fatal. Y en este punto surgió otra duda: ¿dónde estaba el señor Felipe Freire cuando el chocolate fue envenenado? E hice el siguiente razonamiento. El señor Freire comía un chocolate diferente cada día después de la cena. ¿Él ya tenía decidido de antemano cuál iba a comer? Porque de ser afirmativo este punto, implicaba que el asesino envenenó el chocolate el mismo día de su muerte. ¿Cómo saberlo con certeza? No había una forma directa y sutil de averiguarlo, ya que a las únicas personas que podíamos preguntarles eran los propios sospechosos. Me permití entonces que fuese la propia investigación la que me revelara dicha cuestión. Y volví al punto inicial, al chocolate de envoltura roja abierto... ¿Por accidente? ¿Acaso se intentó matar a alguien más y por error fue el señor Felipe Freire quien murió? Resultaba improbable, pero la naturaleza humana está llena de secretos que no conocemos. Y no podía tomar por sentado nada de lo que las otras personas me dirían porque uno era el asesino y podía proporcionar información espuria a los efectos de desviar las sospechas en otra dirección. Tenía que desconfiar de todo y de todos.>
<¿Por qué lo mataron? Felipe Freire no tenía enemigos, era fiel, se llevaba bien con todo el mundo y no era millonario. Tampoco había ninguna herencia familiar en litigio, por lo que restaba una sola posibilidad: al señor Freire lo mataron por miedo. Supongamos, por ejemplo, que Felipe Freire, en cierto tiempo, viera a cierta persona en un lugar determinado. Él no ve ningún impedimento para que ésa persona no pueda estar allí. Pero imaginemos que había probado, con coartada mediante, que en tal época se encontraba a más de cien kilómetros de aquél lugar. Bien. Entonces, con la mayor inocencia del mundo, Felipe Freire podía destruirla. Por ejemplo, que se cometiera un crimen en el pueblo y Felipe Freire vio al asesino en la estación de trenes local, pero que dicha persona dijera a las autoridades que se encontraba en Buenos Aires por trabajo. Felipe Freire, por consiguiente, podía echar por tierra dicha coartada. Claro, doctor, que esto no era más que una mera suposición. Pero muy probable, por cierto. Quizás también la noche de su muerte vio a alguien a quien conoció en otras circunstancias con otra identidad y de quien conocía un secreto que, de revelarse al mundo, podría arruinarlo. ¿Pero, quién? No podía imaginármelo>.
<El empleo de veneno en esta clase de casos requiere de gran delicadeza, inteligencia, y sobre todas las cosas, paciencia. Se necesita una aguja hipodérmica para inocular el cianuro. Revolví toda la casa de arriba a abajo buscando una, pero fue en vano. Quien haya envenenado el chocolate, se deshizo de la evidencia inmediatamente. Era un asesinato que exigía valor, audacia, efectividad, sutileza, acción efímera... Y tales cualidades están en contraposición a una determinación prudente y tenaz>.
<Felipe Freire tomó el chocolate, se arrepintió, tomó el otro y se lo tragó tan de sorpresa, que no tuvo tiempo de escupirlo. Además, cuando un líquido se mete en la garganta, es imposible expulsarlo>.
<Ahora bien. Suponiendo que el señor Felipe se arrepintiera de ingerir el chocolate asignado para ésa noche y cambiara de opinión a último momento, ¿no hace suponer que el asesino envenenó más de un chocolate para asegurarse el éxito de su plan? Después de todo, el chocolate pudo ser abierto por el propio asesino a los efectos de alterarlos. Pero, ¿por qué el señor Felipe Freire entonces comió un chocolate cuya envoltura estaba rota? Y se me ocurrió pensar que el asesino volvió a adherir el envase con algún tipo de pegamento. Así que, en definitiva, el señor Freire pudo después de todo cambiar de opinión a último momento porque notó algo raro>.
<El forense me había proporcionado la lista de sospechosos para que me organizara mejor. Era muy interesante, doctor, el orden en que estaban colocados los nombres. Como primer sospechosa, figuraba su madre, la señora Liliana Ortiz, la última persona de quien hubiera sospechado. Estaba tan desesperada y angustiada... Ésa mujer no tenía consuelo. Y no era para menos. Se le había muerto un hijo. Sin embargo, mi juicio me decía que algo no estaba bien. ¿Quién podía tener un motivo del que nadie sospechara? Una mujer. ¿Y qué mujer? Su madre, su pareja y su prima. Ésta última no estaba conmovida. Lo único posible parecía ser un proceso por eliminación. Tenía que tomar una a una las personas de la lista y considerarla culpable hasta que, sin lugar a duda, se demostrara lo contrario. Tenía que comenzar como si estuviese absolutamente convencido de que entre ésa persona y el señor Felipe Freire existía algún vínculo más. Y debía agudizar todo mi ingenio para descubrirlo. Y si no hallaba nada, pasaba a la siguiente persona. Y así lo hice, sistemáticamente y con mucha perseverancia. Pero no resultó. Fuera del lazo familiar que los unía, parecía no existir otra cosa>.
<Por curiosidad, le solicité al forense que realizara un estudio de toxicología sobre el chocolate de envoltura roja que estaba abierto y el resultado fue negativo para toda clase de tóxico. Eso no me lo esperaba. Pero hubo algo más llamativo aún. El envoltorio de ése chocolate decía que era de nueces y pasas, es decir, de sabor coincidente con el chocolate que mató al señor Freire. El chocolate que estaba en su lugar era relleno de almendras y menta. Y estaba seguro que ése chocolate pertenecía a la envoltura verde, el que abrió la víctima la noche del asesinato. La conclusión era que los envoltorios de ambos chocolates fueron intencionalmente invertidos. El asesino dejó abierto alevosamente el envoltorio rojo para obligar al señor Freire a que tomara el otro. ¿Pero, por qué tomarse la ardua tarea de intercambiar los paquetes? Porque quizás la forma y la estructura de un chocolate en particular hace que sea más fácil envenenarlo que otro. El objetivo entonces era encontrar el envoltorio verde que permanecía perdido>.
<Lo buscamos incesantemente hasta que logramos encontrarlo. Estaba oculto en uno de los dos bolsillos internos que tenía un saco, propiedad del señor Aurelio Freire, uno de los hermanos del occiso. Y además, enrollada en su interior estaba oculta una pequeña aguja hipodérmica, que dio positivo para cianuro de hidrógeno. El señor Aurelio Freire fue detenido seguidamente bajo los cargos de homicidio triplemente calificado por la premeditación, la alevosía y el vínculo. Negó todo el tiempo que no sabía de dónde había salido eso y proclamó su inocencia incansablemente hasta que apeló a su derecho de ser representado legalmente por un abogado. Y sucedió lo impensado. Apareció el señor Nicanor Freire, su otro hermano, desligándolo de toda responsabilidad por lo que pasó y asumiendo él la culpa>.
<Fuimos a una habitación para estar más tranquilos y que se sintiera libre de hablar sin presiones. Quería que me viera como un amigo que lo entendía y que intentaba ayudarlo. Y funcionó>.
_ No maté a Felipe_ dijo el señor Nicanor Freire tensionado pero seguro de sus palabras._ Sabíamos que ésa misma noche iba a comer el chocolate del paquete verde porque a Felipe le encantaba hacer alarde de sus gustos personales. De casualidad, escuché ésa misma tarde hablar a alguien sobre matar a Felipe. Dio todos los detalles de cómo iba a hacerlo. Alegó que un viejo amigo que era farmacéutico le facilitó el cianuro porque le debía un favor.
Intenté hablar con Felipe al respecto y ponerlo en aviso sobre este hecho, pero se rehusó a escucharme. Y no tuve más alternativa que actuar. Entré a la habitación de mi hermano con sumo cuidado de no ser descubierto, abrí el chocolate envenenado y lo puse intencionalmente en otro envoltorio...
_ Lo guardó en el envoltorio rojo y el chocolate que correspondía a dicho paquete, lo colocó en el verde. Y se aseguró de cerrarlos bien para que su hermano no notase ninguna anomalía cuando lo tomara_ deduje.
_ Exacto, inspector. De ése modo lo salvaría. No sé qué sucedió, no me lo explico.
_ Su historia es muy interesante. Ahora, dígame señor Freire, para que pueda creerle un cien por ciento, ¿quién es el asesino?
<Nicanor Freire agachó la cabeza en señal de culpa. Volvió a levantarla unos segundos después, y mirándome fijamente y con súplica a los ojos, me dijo que no podía decírmelo. No creí su historia. Pensé que era un intento desesperado por salvar y proteger al señor Aurelio Freire, cosa que no resultó, porque fue puesto a disposición de la Justicia. Averiguar el motivo del homicidio ya no era asunto nuestro. Habíamos terminado>.
Pero las sorpresas no dejaban de aparecer, doctor. La noche del arresto del señor Aurelio, su madre, la señora Liliana Ortiz, vino a verme personalmente. Y me confesó algo que me dejó perplejo.
_ Felipe era daltónico_ me dijo, afligida._ Confundía los colores fácilmente, en especial en rojo y el verde. Nicanor siempre apoyó a Felipe, lo defendía de todos y de todo, y haría lo que fuera por él. Y yo, como su madre, lo sabía muy bien. Sabía que si Nicanor me oía planificando el crimen iba a interceder. Simplemente, envenené el chocolate equivocado intencionalmente para que Nicanor los cambiara, ya que debido a su daltonismo, Felipe iba a tomar el que yo quería. Su enfermedad convivía con él desde hace poco más de un mes y no estaba acostumbrado a ella. Solía confundirse a menudo. Pero el médico dijo que era cuestión de tiempo para que se adaptara. Por eso, en principio abrió el chocolate que no era. Después de que muriera, tomé el envoltorio, la aguja y oculté todo junto en uno de los sacos de mi otro hijo, sin llegar a tener jamás la intención de involucrarlo en algo así. Sólo yo sabía sobre su enfermedad. Él no quería que por el momento lo supiera nadie más. Quería esperar el momento adecuado para anunciarlo. Tenía miedo de la reacción de los demás.
Créame, doctor, que me asombró la frialdad con la que la señora Ortiz había narrado toda esta última parte de la historia. Y ésa misma frialdad la empleó para cometer el asesinato.
_ Nicanor no la delató_ le dije.
_ Él nunca lo haría. No es así_ me respondió sin inmutarse.
_ ¿Por qué mató a su hijo, señora Ortiz?
_ Porque iba a casarse con Bárbara Stempone, su amor de la infancia. Antes de reencontrarse con ella, Felipe estaba felizmente en pareja con una mujer llamada Eleonor Bastiani. Salieron un poco más de dos años. Felipe estaba feliz con ella e iba a proponerle matrimonio, pero Bárbara tuvo que aparecer justo en ése momento después de veinte años desde la última vez que se vieron con Felipe. Y él dejó a Eleonor por ella sin pensarlo, sin remordimientos, porque nunca dejó de amarla. Eleonor intentó disuadir a Felipe inútilmente. Él había estado esperando a Bárbara toda su vida y ella, a él. E iban a casarse. Mi moral no soporta este tipo de traiciones, el honor se respeta. La dignidad es un valor que no debemos jamás perder, ni siquiera por amor. Tuve que hacerlo, tuve que quitarle a Bárbara a mi hijo, igual que ella le quitó a él a Eleonor.
<Ésa misma noche, la señora Ortiz fue detenida y el señor Aurelio Freire liberado y sobreseído. Ésa es la historia en cuestión, doctor>.
_ Decididamente, usted no fracasó, Dortmund_ le dije a mi amigo con vehemencia y admiración.
_ Por supuesto que sí_ me retrucó desilusionado._ ¿Acaso el señor Aurelio Freire iba a conservar en su poder una prueba tan comprometedora? Además, existía el hecho de los envoltorios rojo y verde, casualmente dos de los tres colores que no distingue alguien con daltonismo. Súmele a eso el chocolate abierto... ¡Y no lo supe ver en el momento! Por ende, fracasé. Y si la señora Liliana Ortiz no confesaba, nunca se hubiera sabido la verdad y Aurelio Freire hubiera pagado injustamente por un crimen que no cometió. ¿Le parece que eso me pone feliz, doctor? No puede constituirse bajo ningún punto de vista como un triunfo. Esta historia sólo la conoce usted y espero que así se mantenga.
Me quedé en completo silencio. No me animaba a decirle a Dortmund que para después de la cena, había comprado una caja de chocolates para compartir.
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