Tenía que atender a su primer
paciente. Era odontólogo y había terminado la Facultad hacía menos de dos
meses. Y había conseguido un empleo de
medio tiempo en un consultorio particular cerca del Microcentro porteño.
Miraba al paciente con incertidumbre.
La mano le temblaba terriblemente y no podía controlar sus movimientos ni con
toda la voluntad del mundo. Medía la distancia, examinaba el terreno, calculaba
la fuerza del instrumento que iba a utilizar, pero no se animaba a arrancar
todavía. Los nervios podían más.
El jefe lo miró severamente y le
advirtió que si no atendía al paciente de inmediato, lo iba a echar. Él tenía
que tomar una difícil decisión. Pero no, no podía. Por más que quisiera, no
podía empezar. Su pulso estaba desestabilizado.
Era comprensible. Nunca antes en la
vida había tomado una pistola y le había apuntado directo a la frente a
alguien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario