CASO 1: LA MUJER QUE NO SE SENTÍA AMADA
La única razón por la que Marina Dolzer no lloraba era
porque la impotencia había ocupado el lugar del dolor. La impotencia de a poco
se convirtió en disgusto y este a su vez en desolación. Su rostro lánguido y
sus labios desalineados estéticamente eran un retrato hablado de sus
sentimientos. Se levantó de la mesa de
la cocina, fue hasta su dormitorio y se contempló frente al espejo por un largo
rato. No paraba de preguntarse qué había hecho mal, en qué se había
equivocado. Dudaba de los errores que
hubiera cometido para forjar el terrible momento personal que atravesaba, pero
no respecto de que Bernardo Bertoldi, su marido de hacía quince años, había
dejado de amarla y de importarle. No la
llamaba en todo el día, no le preguntaba cómo estaba, qué necesitaba, cómo
estuvo su día, se iba por días enteros y la dejaba sola, no le dedicaba
palabras de afecto y no la miraba como antes. Ya nada era cómo antes. Marina pensó en consultar a un psicólogo, pero especuló
que no le daría la solución que ella estaba necesitando. Sólo la escucharía, la
aconsejaría y nada más. Y eso no le servía, no era lo que buscaba. Su objetivo
era que el señor Bertoldi volviera a quererla y mirarla como antes. ¿Y cómo iba
a lograrlo? Entonces, tuvo la brillante ocurrencia de consultar con un
detective privado. “Si ellos se encargan de parejas infieles y todo ese tipo de
cosas, ¿cómo no van a poder hacerse cargo de un caso como el mío?”, se preguntó
para sí misma. Y confiada en la implacabilidad de su método, tomó el diario,
abrió en la página de los clasificados y recorrió con el dedo todos los rubros
hasta que sus ojos leyeron lo que estaba buscando. Sonrió con satisfacción, se
arregló un poco y fue al domicilio que figuraba en la publicación.
El hombre que la atendió era alto, de facciones duras,
cabello negro cortado al ras y de trato muy respetuoso y cordial. Le estrechó
la mano a Marina Dolzer al tiempo que se presentó como León Betancourt. La invitó a pasar a su despacho y le acercó
caballerosamente una silla para que se sentara. Quería que sus clientes se
sintieran como en su casa. Después de un rato de aflojar tensiones, la señora
Dolzer fue al hueso del asunto. El
detective se paralizó de asombro cuando Marina Dolzer finalizó.
_ Yo, sinceramente, no me esperaba tal cosa_ repuso
Betancourt con una sinceridad exultante._ Yo me dedico a otro tipo de cosas más
comunes. Una infidelidad, recuperar algún objeto de valor perdido, a encontrar
a un ser querido extraviado o a ayudar a una persona a encontrarse con otra
después de muchos años… Cosas así. No a lograr que su marido vuelva a amarla.
Lograr eso es un desafío. La magia no es lo mío. Perdone que se lo diga así.
_ Está bien_ repuso Marina Dolzer, resignada._ Tenía una
mínima esperanza de que pudiera usted ayudarme. Pero claramente lo mío no tiene
solución. Perdóneme por hacerle perder su tiempo.
Amagó con levantarse pero la voz de León Betancourt se lo
impidió.
_ Yo nunca dije que no tuviera solución lo suyo_ dijo el
detective con soberbia._ Mencioné que su caso era un desafío, pero nada más.
_ ¿Entonces, puede ayudarme?
_ Hace siete años atrás, un gran amigo mío había heredado
una casa en Coronel Suárez. Era linda, un ambiente, cómoda, para que viviera
una sola persona. La heredó de su padre que falleció de neumonía. Pero apareció
de la nada una mujer que alegaba ser
hija extramatrimonial del padre de mi amigo reclamando el 50% del valor de la propiedad.
Su abogado, mediante una serie de artilugios legales, reivindicó que a su
clienta le correspondía el valor total de la propiedad y a mi amigo nada. Un
delirio. La mujer presentó todos los papeles convenientes, toda documentación
trucha. No podíamos comprobar fehacientemente la falsedad de los escritos.
Podía, sí. Pero eso iba a llevar mucho tiempo. Y tiempo era precisamente lo que
no teníamos.
<Imagínese, mi amigo estaba desesperado. La mina
claramente era una estafadora profesional. Pero no disponíamos de las
herramientas legales pertinentes para frenarla. Entonces, pensamos una solución
rápida aunque muy poco ortodoxa. Le
hicimos creer que en ésa casa se había cometido un misterioso asesinato
múltiple en 1887, que nunca se resolvió. Usamos ésa historia para justificar el
hecho de que el padre de mi amigo decidiera no vender nunca la casa. En
realidad, no sabíamos el verdadero porqué de ésa decisión. Pero lo usamos a
nuestro favor>.
<Mediante una serie de engaños muy sencillos, les
hicimos creer a ella y a su abogado que la casa estaba embrujada, que los
espíritus de las víctimas fatales de 1887 aún permanecían en la morada. Hacer
aparecer un falso cuerpo colgado de una viga fue el toque de gracia para que la
mujer desapareciera definitivamente y mi amigo se quedara con lo que era suyo>.
_ Muy audaz de su parte recurrir a ésa estrategia para
disuadir a la mujer. Pero no entiendo qué tiene que ver eso con mi marido y
todo lo que le conté.
_ Que podemos ponerlo a prueba de una manera muy similar
para corroborar si realmente usted le importa a él o no. Si el plan da
resultados positivos, usted y él volverán a ser una pareja feliz nuevamente.
Caso contrario, le servirá para pedirle la separación y empezar una nueva vida
lejos suyo. ¿Le parece? De un modo u otro, el plan va a dar resultado, ¿me
explico?
_ ¿No le parece un poco extremo?_ preguntó Marina Dolzer
con desconfianza.
_ No se preocupe que no voy a inventar una historia tan
delirante como la que le conté.
_ ¿Entonces?
_ Ya va a ver. Una única cosa y que es fundamental. De
eso depende que todo salga bien.
_ Dígame.
_ Necesito que usted desempeñe un rol crucial en este
drama. ¿Puedo contar con su ayuda?
_ Sí._ La respuesta de ella sonó lábil e insegura.
_ ¿Su marido tiene plata ahorrada en el banco? ¿Cómo se
maneja con eso?
_ Sí. Tiene un plazo fijo y una caja de ahorro en
dólares. Pero es avaro. No paga ni una cena. Hay que rogarle para que suelte un
peso. Es el único defecto que tiene.
_ Justo lo que necesito. ¿Está lista? No se preocupe, no
va a ser muy extenso esto.
_ Sí.
_ Muy bien. Comencemos.
***
Bernardo Bertoldi estaba tomando una cerveza en un bar de
Palermo Viejo, cuando un número desconocido llamó a su celular. Ignoró la
llamada, pero se repitió una segunda vez, que también rechazó. A la tercera,
algo ofuscado, atendió.
_ Si quiere ver a su mujer de nuevo con vida, lleve
dentro de seis horas un palo verde al lado de las vías del tren por calle
Honduras. De lo contrario, la mato_ dijo una voz ronca al otro lado de la
línea.
_ ¡Espere! ¿Quién es usted?_ preguntó Bertoldi con temor
y desconfianza.
_ ¿No me oyó? No voy a repetirle lo que le dije. Dentro
de tres horas lo vuelvo a llamar. Y si no tiene la plata, olvídese de su esposa
para siempre, ¿entendió?
_ ¡No tengo ésa cantidad exorbitante que me pide! ¿Cómo
quiere que la consiga?
_ Ése es su problema.
_ Otra cosa. ¿Cómo sé que me está diciendo la verdad?
Se percibió un breve silencio hasta que una voz femenina,
asustada y solloza, irrumpió en la línea de forma intempestiva y abrupta. El
señor Bertoldi se puso pálido al reconocer en ella la propia voz de su esposa.
El captor cortó antes de que Bernardo Bertoldi pudiera responderle.
***
Bernardo Bertoldi sintió que no podía hacer mucho. ¿O no
quería hacer mucho en realidad? Los ojos de a poco se le cerraron y se
desvaneció. Cuando recobró el conocimiento, estaba encerrado en un cuarto de
paredes blancas en las que se proyectaban imágenes de él junto a Marina Dolzer.
Las imágenes reflejaban diversos momentos felices de ellos como pareja, como
así también marcaban una reconstrucción de su historia de amor.
Bertoldi las contemplaba conmovido al mismo tiempo que no
paraba de preguntarse dónde estaba y qué estaba pasando. Repentinamente, un hombre vestido con una
túnica blanca apareció de la nada y se paró frente a él. Cuando Bertoldi lo
observó, se sobresaltó… ¡Era él mismo!
_ Tranquilo_ dijo su otro yo._ Soy vos. Mejor dicho, soy
tu conciencia.
_ ¿Estoy en un sueño?
_ Estamos en la parte de tu cerebro que controla los
recuerdos y las emociones.
_ Son todos recuerdos con Marina.
_ El cerebro guarda aquéllos recuerdos felices y borra
los que cree innecesarios. No es casual que todos los recuerdos que tu cerebro
conservó sean los de vos y Marina, precisamente.
_ No entiendo…
_ Yo, como tu conciencia, sé que a Marina la querés más
de lo que le demostrás a ella. Hace tiempo que la desatendés y no está bueno
eso.
_ Sí, pero me asfixia y…
_ Pero, eso no justifica que la dejes sola por semanas
enteras…
_ Qué sé yo. Me
cuesta manejarlo.
_ Vos no querés que la maten. Yo lo percibo. Soy tu
conciencia. No se me escapa nada de todo lo que te pasa y te afecta a vos. Pagá el rescate y listo. Y todos felices y
contentos.
Bernardo Bertoldi volvió a mirar los recuerdos de su
esposa pero esta vez con mayor afecto y devoción.
_ Dale. La plata la tenés_ le insistió su conciencia.
_ Lo que tengo en el banco son los ahorros de toda mi
vida_ adujo Bertoldi angustiado.
_ No seas
amarrete. Usalos con un fin noble, que es salvar a la mujer que amás de las
manos del loco que la tiene secuestrada.
_ Yo quiero salvarla. ¿Cómo voy a querer que la lastimen?
Pero, si entrego el rescate, ella va a volver a mí… Y yo no sé si quiero seguir
con ella. Me pasa que no siento la relación como antes. Algo cambió. Los dos nos
damos cuenta de eso.
_ ¿Vas a poner los sentimientos por encima de una vida
humana?
_ No me malinterpretes, por favor…
_ No te malinterpreto por el simple hecho de que soy tu
conciencia y conozco a la perfección tu manera de pensar. ¡Me hiciste pasar
cada vergüenza! Pero obviemos eso. Pagá el rescate y dejate de hinchar.
_ ¿Y si va otra persona en mi lugar?
_ ¿A quién querés mandar?
_ No sé. Paro a alguien en la calle, le explico la
situación, lo que tiene que hacer, le doy la plata y listo. Si el secuestrador
no me vio nunca la cara. Y Marina no tiene que enterarse que la guita la puse
yo.
_ Es muy arriesgado. A quien pares en la calle le vas a
generar una duda razonable. Es raro que un tipo lo frene en la vía pública y le
cuente que le secuestraron a la esposa y todo eso. Va a desconfiar y te podés
meter en líos. Además, el que tiene a tu mujer no te vio pero te escuchó. Y se
va a dar cuenta que la voz del flaco que le entrega el rescate difiere de la
que escuchó por teléfono. Y ahí tenés un gran punto en contra. Estos tipos no
son idiotas.
_ ¿Y qué querés que haga?
_ ¡Que actúes como un esposo hecho y derecho y pagues!
El tire y afloje entre Bernardo Bertoldi y su conciencia
duró unos minutos más, hasta que Bertoldi decidió pagar el rescate por la
liberación de Marina Dolzer sana y salva.
Dio un sobresalto excitado y se despertó tirado en la
calle. Había gente que lo rodeaba. Un médico intentó asistirlo pero él lo
evadió diciéndole que tenía que hacer algo de carácter urgente. Le agradeció la
preocupación y fue directo hasta el banco, retiró la plata y esperó la llamada
del secuestrador.
Su celular sonó y atendió exasperado pero tratando de no
perder la calma en ningún momento. Eso podía significarle poner en riesgo la
vida de Marina Dolzer.
_ ¿Ya tenés la guita?_ preguntó el desconocido.
_ Sí. ¿Cómo me reencuentro con mi mujer?_ repuso Bertoldi
con firmeza.
_ Tranquilo. Paso a paso. Poné la plata en una bolsa de
consorcio, andá por Juan B. Justo derecho hasta Honduras. Doblá por Honduras
hasta el paso a nivel. Ahí vas a ver un tacho de basura grande. Poné la bolsa
adentro y volvé por donde fuiste. Cuando me cerciore que los billetes no están
marcados, los números de serie no son consecutivos y no hay implantado ningún
rastreador, te voy a volver a llamar y a decirte dónde encontrarte con tu
esposa.
Y cortó la comunicación sin más. Bernardo Bertoldi estaba
afligido y sumido en una preocupación recóndita. Pero cumplió con las demandas
del captor a rajatabla. Pasados veinte minutos de cumplidas las órdenes, el
señor Bertoldi se metió en un bar sobre avenida Santa Fe y tomó un café
irlandés para tranquilizarse, aunque no podía. Estaba pendiente de su celular.
Cada segundo que pasaba y no sonaba, su consternación iba en aumento constante.
Finalmente, recibió la llamada que tanto esperaba.
Bernardo Bertoldi pagó la cuenta con apuro y salió corriendo. Se reencontró con Marina Dolzer en un pasaje
desierto. Ni bien se vieron, corrieron el uno hacia el otro a fundirse en un
abrazo sentido y cargado de mucha emoción.
_ Perdoname_ le dijo Bertoldi a Marina Dolzer con mucha
sinceridad y afecto._ Perdoname, casi lo arruino todo. Te descuidé por gil,
nada más. No sé qué me pasó. Me dejé llevar por una idea absurda y ridícula.
Juro que de ahora en más voy a cuidarte como nunca.
_ Ya está_ le respondió ella con dulzura y una sonrisa.
Se miraron por unos instantes y se besaron con
intensidad.
***
_ Le estoy inmensamente agradecida, señor Betancourt_ le
dijo Marina Dolzer al detective._ Mi marido me dijo algo acerca de unas paredes
blancas, que imaginó que su conciencia le hablaba, y que vio recuerdos de
nosotros dos en estos quince años de casados… Fue brillante.
_ Son todas las fotos que usted me facilitó_ repuso León
Betancourt._ Verdaderamente el plan no hubiese funcionado si el actor que
contraté, un viejo amigo mío, no hubiera desempeñado tan bien el rol de
conciencia de su marido.
_ ¡Pero Bernardo me dijo que era su calco! ¡Que se vio él
mismo!
_ Mérito del maquillador. Conozco una productora actoral
desde hace años. Son amigos míos. Los salvé en un juicio de perderlo todo. Hice
el trabajo que su abogado no hizo. Por supuesto, porque se vendió al mejor
postor. No tenían cómo pagarme y les ofrecí colaborar conmigo cuando fuese
necesario.
_ Meterse en su cabeza y fingir ser la parte del cerebro
que controla las emociones y los recuerdos… ¡Usted es fabuloso!
_ ¿Eso le dijo Bernardo?
_ Textualmente. Hay dos cosas que me preocupan de
momento.
_ ¿Cuáles?
_ Que Bernardo haga la denuncia en la Comisaría por mi
supuesto secuestro.
León Betancourt sonrió con arrogancia y tomó del primer
cajón de su escritorio un sobre con unos papeles dentro, que se los extendió a
la señora Dolzer. Ella los miró con rareza.
_ ¿Qué es esto?_ indagó Dolzer con curiosidad.
_ Son unos permisos extendidos por el Gobierno de la Ciudad
que indican que la productora en cuestión estaba filmando una película en todas
y cada una de las locaciones utilizadas en el montaje que armamos. Todo el
secuestro fue… Una actuación. _ Y dejó escapar una fina risita.
_ Dudo que su esposo pueda legalmente hacer algo._
continuó.
_ Supongo que obró usted correctamente.
_ ¿Cuál es la otra cuestión que la preocupa, señora
Dolzer?
_ Sus honorarios.
_ Ya los pagó su esposo con el monto del rescate. Con
eso, le pagué a la productora y a toda la gente suya que colaboró. Y cubrí además el alquiler del proyector con
el que pasé las fotos. Lo que sobra es
mi retribución por los servicios prestados. La misma cifra del rescate figura
en el presupuesto que pasamos para que el Gobierno nos diera permiso de filmar.
León Betancourt le devolvió todas las fotos a Marina Dolzer
y la despidió gentilmente. Se sentó de nuevo en su despacho, tomó una lapicera
y una hoja en blanco y redactó unas líneas:
“Sentí mucha complacencia
en ayudar a una mujer en resolver un problema que difiere de los que
habitualmente la profesión me tiene acostumbrado a satisfacer. Y además, bajo
métodos muy poco convencionales. Decididamente, el arte del engaño deja mucha
mejor ganancia”.
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