Caso 2: La heredera de los antepasados
Fue un arduo
día de trabajo para León Betancourt. Nunca nadie dijo que ser investigador
particular resultaba un trabajo sencillo. Pero León Betancourt ya estaba
acostumbrado a la histeria de sus clientes y a trabajar hasta altas horas de la
madrugada. Pero aquel día terminó su labor a las seis de la tarde y aprovechó
para ir a su casa, darse una buena ducha para relajarse, comer algo y acostarse
temprano para arrancar el día siguiente con las energías enteramente renovadas.
Pero los
imprevistos son moneda corriente en la vida diaria de todo ser humano y León
Betancourt no estaba exento a la regla. Se cruzó a mitad de camino con una
mujer que se había parado en medio de las vías del tren dispuesta a quitarse la
vida.
Era alta, de
cabello corto, estatura promedio y superaba mínimamente los sesenta años.
Al ver la
situación, León Betancourt se acercó hasta ella para evitar una tragedia. La
dama no había advertido su presencia sino hasta que él le habló segundos más
tarde.
El
investigador estudió a la mujer con una mirada fugaz y miró hacia ambos
costados para verificar si venía el tren y cuán lejos estaba. Comprobó que aún
no asomaba ninguno, lo que le dio un poco más de margen para pensar qué hacer y
resolver la situación con mayor seguridad y certeza.
_ No lo haga_
le dijo Betancourt a la mujer con preocupación pero firme en su actitud y
palabras.
La mujer se
dio vuelta bruscamente y lo observó con hostilidad.
_ Váyase_ le
exigió ella con indiferencia._ Es mi vida, no la suya. La decisión ya está
tomada.
_ ¿Puedo
preguntarle al menos por qué?
_ Porque me
echaron del trabajo. Desde los doce años que trabajaba para ellos. Y así porque
sí y sin ninguna explicación satisfactoria, me dejaron en la calle sin goce de
sueldo y sin derecho a cobrar la indemnización que me corresponde. No me casé,
no tengo hijos. Nunca tuve la dicha de conocer la suerte de estar casada y
tener al lado a un hombre. Nunca tuve la bendición de quedar embarazada, de
adoptar, de cuidar a un chico. ¿Sabe por qué? Porque viví para mi trabajo. No
disfruté de mi vida como cualquier persona normal. Y ahora que me despidieron,
no tengo ninguna razón para vivir.
_ Discúlpeme
si no estoy de acuerdo con usted... ¿Señora?
_ Vares,
Lucrecia Vares. Y no busco su aprobación, señor...
_ Gastón
Amenábar. ¿Ya intentó hablar con algún responsable de la compañía?
_ Sí. Y fue
inútil. Y no puedo jubilarme porque nunca me hicieron los aportes como debían.
Y con mi edad, ¿dónde me van a contratar?
Hizo una
pausa y prosiguió.
_ ¿Lo ve? ¿Ve
que no vale la pena seguir viviendo?
_ Desista de
su actitud, señora Vares. Soy abogado, represento al Estado en nombre del
Gobierno Nacional_ mintió con galantería, León Betancourt._ Y justo es usted a
la persona que estaba yendo a visitar antes de cruzármela. Las casualidades no
existen.
Lucrecia
Vares lo contempló con extrañeza.
_ ¿Por qué un
abogado del Estado, enviado por el Gobierno, viene a verme justamente a mí?
_ Porque
usted es legítima heredera de una fortuna que dejó el virrey Loreto antes de
morir. Usted es la última heredera con vida del clan y le pertenece una gran
suma de dinero.
Lucrecia
Vares no comprendía lo que ocurría. Creía que se trataba de una broma y
descreyó de lo que León Betancourt le dijera. Pero él la convenció de lo
contrario y ella casi se desvaneció del asombro y de las emociones que la
embargaron en esos momentos.
Ya repuesta y
lejos del peligro, la señora Vares trataba de digerir la noticia.
_ Créame que
no lo comprendo, señor Amenábar._ dijo ella con cautela.
_ El virrey
Loreto dejó $200 en esos tiempos de herencia antes de morir, que al valor e
inflación actual, equivale a más de 5 millones. Le dejó todo a su mujer, hijos
y hermanos. Pero todos fallecieron antes de que pudieran cobrarla. Se supo
muchos años después que había familiares directos suyos de otra generación que
nunca se los pudo ubicar. Pese a todo, no nos dimos por vencidos y seguimos
investigando hasta que dimos con usted. En mi oficina, tengo el árbol
genealógico y toda la documentación que avala esta simple pero increíble
historia que le estoy diciendo, que no es más que la pura verdad.
Un poco
renuente, Lucrecia Vares accedió acompañar a León Betancourt (Gastón Amenábar
para ella) a su oficina para verificar por sus propios medios lo que aquel
caballero le expresó en palabras.
Llegaron, la
invitó a entrar y tomar asiento, y él fue hasta un cuarto contiguo a buscar la
documentación pertinente.
Cuando León
Betancourt le exhibió gentilmente todos los papeles, Lucrecia Vares no pudo
contener el llanto. El árbol genealógico y el resto de la documentación que
tenía frente a ella no mentían. Las evidencias eran claras y contundentes. Y la
brillantez de León Betancourt para armar toda esa farsa en apenas unos minutos
fue increíblemente majestuosa.
_ ¿Cómo hago
para hacerme de esta plata?
Betancourt le
extendió unas planillas y un bolígrafo.
_ Llene estas
formas así yo las puedo elevar cuanto antes al Gobierno y a todas las entidades
competentes e involucradas en este asunto, y usted a más tardar el otro lunes
está cobrando. Yo le voy a notificar personalmente cuando el dinero esté
liberado.
La señora
Vares lo miró completamente emocionada.
_ No sé qué
decir_ pronunció con la voz levemente quebrada.
_ Nada,
señora Vares Loreto_ repuso León Betancourt con una sonrisa dibujada._ Piense en
qué va a invertir el capital. Su futuro y nueva vida están próximos a comenzar.
Disfrute de todo lo nuevo y maravilloso que se viene para usted.
Empujada por
un impulso de momento, Lucrecia Vares abrazó desaforadamente al detective y se
retiró de la oficina inmensamente feliz y renovada.
Al lunes
siguiente, la plata estaba depositada en una cuenta abierta exclusivamente con
esos fines a nombre de Lucrecia Vares.
¿De dónde
salió? Mismo de la empresa para la que la señora Vares trabajó hasta hace
poco. León Betancourt hizo todas las averiguaciones pertinentes y contactó
al gerente de la empresa haciéndose pasar por un empleado del Banco donde ellos
tenían la cuenta abierta. Les dijo que ocurrió un problema interno con los CBU
y que por seguridad debían transferir todo el dinero a una cuenta provisoria
que la entidad misma le proporcionó. Y que en realidad, era la suya personal.
Los papeles firmados daban cuenta del pago de la indemnización correspondiente
por el despido sin causa de la señora Vares. Betancourt estaba en todos los
detalles.
De allí sacó
el dinero para entregarle a la señora Vares y sus honorarios. Mató dos pájaros
de un solo tiro. Y por si fuera poco, salvó una vida, que era el principal
objetivo de toda la farsa.
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