miércoles, 9 de octubre de 2019

Detective de artificio/ La heredera de los antepasados (Gabriel Zas)



Caso 2: La heredera de los antepasados


Fue un arduo día de trabajo para León Betancourt. Nunca nadie dijo que ser investigador particular resultaba un trabajo sencillo. Pero León Betancourt ya estaba acostumbrado a la histeria de sus clientes y a trabajar hasta altas horas de la madrugada. Pero aquel día terminó su labor a las seis de la tarde y aprovechó para ir a su casa, darse una buena ducha para relajarse, comer algo y acostarse temprano para arrancar el día siguiente con las energías enteramente renovadas.
Pero los imprevistos son moneda corriente en la vida diaria de todo ser humano y León Betancourt no estaba exento a la regla. Se cruzó a mitad de camino con una mujer que se había parado en medio de las vías del tren dispuesta a quitarse la vida.
Era alta, de cabello corto, estatura promedio y superaba mínimamente los sesenta años.
Al ver la situación, León Betancourt se acercó hasta ella para evitar una tragedia. La dama no había advertido su presencia sino hasta que él le habló segundos más tarde.
El investigador estudió a la mujer con una mirada fugaz y miró hacia ambos costados para verificar si venía el tren y cuán lejos estaba. Comprobó que aún no asomaba ninguno, lo que le dio un poco más de margen para pensar qué hacer y resolver la situación con mayor seguridad y certeza.
_ No lo haga_ le dijo Betancourt a la mujer con preocupación pero firme en su actitud y palabras.
La mujer se dio vuelta bruscamente y lo observó con hostilidad.
_ Váyase_ le exigió ella con indiferencia._ Es mi vida, no la suya. La decisión ya está tomada.
_ ¿Puedo preguntarle al menos por qué?
_ Porque me echaron del trabajo. Desde los doce años que trabajaba para ellos. Y así porque sí y sin ninguna explicación satisfactoria, me dejaron en la calle sin goce de sueldo y sin derecho a cobrar la indemnización que me corresponde. No me casé, no tengo hijos. Nunca tuve la dicha de conocer la suerte de estar casada y tener al lado a un hombre. Nunca tuve la bendición de quedar embarazada, de adoptar, de cuidar a un chico. ¿Sabe por qué? Porque viví para mi trabajo. No disfruté de mi vida como cualquier persona normal. Y ahora que me despidieron, no tengo ninguna razón para vivir.
_ Discúlpeme si no estoy de acuerdo con usted... ¿Señora?
_ Vares, Lucrecia Vares. Y no busco su aprobación, señor...
_ Gastón Amenábar. ¿Ya intentó hablar con algún responsable de la compañía?
_ Sí. Y fue inútil. Y no puedo jubilarme porque nunca me hicieron los aportes como debían. Y con mi edad, ¿dónde me van a contratar?
Hizo una pausa y prosiguió.
_ ¿Lo ve? ¿Ve que no vale la pena seguir viviendo?
_ Desista de su actitud, señora Vares. Soy abogado, represento al Estado en nombre del Gobierno Nacional_ mintió con galantería, León Betancourt._ Y justo es usted a la persona que estaba yendo a visitar antes de cruzármela. Las casualidades no existen.
Lucrecia Vares lo contempló con extrañeza.
_ ¿Por qué un abogado del Estado, enviado por el Gobierno, viene a verme justamente a mí?
_ Porque usted es legítima heredera de una fortuna que dejó el virrey Loreto antes de morir. Usted es la última heredera con vida del clan y le pertenece una gran suma de dinero.
Lucrecia Vares no comprendía lo que ocurría. Creía que se trataba de una broma y descreyó de lo que León Betancourt le dijera. Pero él la convenció de lo contrario y ella casi se desvaneció del asombro y de las emociones que la embargaron en esos momentos.


Ya repuesta y lejos del peligro, la señora Vares trataba de digerir la noticia.
_ Créame que no lo comprendo, señor Amenábar._ dijo ella con cautela.
_ El virrey Loreto dejó $200 en esos tiempos de herencia antes de morir, que al valor e inflación actual, equivale a más de 5 millones. Le dejó todo a su mujer, hijos y hermanos. Pero todos fallecieron antes de que pudieran cobrarla. Se supo muchos años después que había familiares directos suyos de otra generación que nunca se los pudo ubicar. Pese a todo, no nos dimos por vencidos y seguimos investigando hasta que dimos con usted. En mi oficina, tengo el árbol genealógico y toda la documentación que avala esta simple pero increíble historia que le estoy diciendo, que no es más que la pura verdad.
Un poco renuente, Lucrecia Vares accedió acompañar a León Betancourt (Gastón Amenábar para ella) a su oficina para verificar por sus propios medios lo que aquel caballero le expresó en palabras. 
Llegaron, la invitó a entrar y tomar asiento, y él fue hasta un cuarto contiguo a buscar la documentación pertinente.
Cuando León Betancourt le exhibió gentilmente todos los papeles, Lucrecia Vares no pudo contener el llanto. El árbol genealógico y el resto de la documentación que tenía frente a ella no mentían. Las evidencias eran claras y contundentes. Y la brillantez de León Betancourt para armar toda esa farsa en apenas unos minutos fue increíblemente majestuosa. 
_ ¿Cómo hago para hacerme de esta plata?
Betancourt le extendió unas planillas y un bolígrafo.
_ Llene estas formas así yo las puedo elevar cuanto antes al Gobierno y a todas las entidades competentes e involucradas en este asunto, y usted a más tardar el otro lunes está cobrando. Yo le voy a notificar personalmente cuando el dinero esté liberado.
La señora Vares lo miró completamente emocionada.
_ No sé qué decir_ pronunció con la voz levemente quebrada.
_ Nada, señora Vares Loreto_ repuso León Betancourt con una sonrisa dibujada._ Piense en qué va a invertir el capital. Su futuro y nueva vida están próximos a comenzar. Disfrute de todo lo nuevo y maravilloso que se viene para usted.
Empujada por un impulso de momento, Lucrecia Vares abrazó desaforadamente al detective y se retiró de la oficina inmensamente feliz y renovada.
Al lunes siguiente, la plata estaba depositada en una cuenta abierta exclusivamente con esos fines a nombre de Lucrecia Vares.
¿De dónde salió? Mismo de la empresa para la que la señora Vares trabajó hasta hace poco. León Betancourt hizo todas las averiguaciones pertinentes y contactó al gerente de la empresa haciéndose pasar por un empleado del Banco donde ellos tenían la cuenta abierta. Les dijo que ocurrió un problema interno con los CBU y que por seguridad debían transferir todo el dinero a una cuenta provisoria que la entidad misma le proporcionó. Y que en realidad, era la suya personal. Los papeles firmados daban cuenta del pago de la indemnización correspondiente por el despido sin causa de la señora Vares. Betancourt estaba en todos los detalles.
De allí sacó el dinero para entregarle a la señora Vares y sus honorarios. Mató dos pájaros de un solo tiro. Y por si fuera poco, salvó una vida, que era el principal objetivo de toda la farsa.

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