León Javier Betancourt Espinoza fue durante largos años un
estafador profesional, pero nada convencional. Sus estafas consistían en
robarle a la gente a través de métodos muy sofisticados e ingeniosos. Montaba
una historia falsa, embaucaba a sus víctimas con la mayor sutileza y genialidad
del mundo y les robaba con mucha diplomacia. Se podía decir que hacía
operativos de simulacro a los efectos de estafar a las personas.
Pero cierto día algo salió mal y lo detuvieron. Estuvo preso
veintiún años, tiempo en el que observó y aprendió cómo se manejaba la
Justicia. Y cómo la Justicia nunca resuelve todo por completo. Aprendió de leyes
y de estrategias legales. Y tras salir de prisión, decidió fusionar sus viejas artimañas con sus conocimientos legales y se instauró como investigador privado
para resolver todo tipo de casos delictuales y no delictuales: infidelidades,
personas desaparecidas, robos y personas que quieren reencontrarse con otras, fundamentalmente.
Pero la profesión lo llevó a experimentar situaciones de mayor envergadura que
requieren de una solución digna e inmediata como las que León Betancourt puede
ofrecer, abriendo así la posibilidad de encargarse de otros tipos de casos más
serios y complejos. Ahí donde la ley no llega, está él.
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