Caso 3: La reliquia perdida
La familia
Zenra veía cómo los acreedores y veedores del banco del que ellos eran clientes
hacía más de seis años se iban de su propiedad regocijándose de placer y deleite,
en tanto ellos estaban terriblemente desesperados y sin nada más que hacer ni a
quién más recurrir. Sabían perfectamente que la próxima vez que esos tipos
volviesen iba a ser para embargarle sus efectos personales y poner la casa bajo
remate judicial.
Sebastián
Zenra hacía ocho meses se había quedado desempleado por la
difícil situación del país. Y por la misma razón, le resultó imposible
conseguir un trabajo nuevo. Era sostén de hogar y había quedado en la ruina, ya
que su esposa tampoco trabajaba por cuestiones de salud. Ocho meses a la
deriva, sobreviviendo con la ayuda que le extendían amigos y allegados.
Ése dinero lo
utilizaron para alimentarse y vestirse, pero no para cancelar las deudas que
tenían porque no les alcanzaba y no querían abusar de la generosidad de quienes
contribuían económicamente a diario para ayudarlos. Por ende, contrajeron una
deuda enorme con el banco por la hipoteca de la casa. La entidad llevó el caso
a la Justicia, la causa pasó por todas las instancias procesales y legales
habilitadas, y el fallo fue confirmado por Casación. Nada más se podía hacer.
Los Zenra,
Sebastián y Paula, creían que en realidad no se podía hacer más nada ya. Pero
un amigo de la pareja dijo las dos palabras mágicas: León Betancourt. Un poco
renuentes, pero empujados por la curiosidad del momento, decidieron visitarlo y
consultarle sobre su caso. Estaban convencidos que su situación era insalvable,
pero lo que el detective les dijo los sorprendió en gran medida y les abrió una
mínima ventana de esperanza.
_ ¿Escuché
mal o usted dice que puede hacer que el banco nos perdone por completo la deuda
que mantenemos con ellos por la hipoteca?_ preguntó asombrado e incrédulo,
Sebastián Zenra.
_ Así es_
respondió con arrogancia y aire de superioridad, Betancourt.
_ ¿Y cómo
piensa hacer eso?_ indagó Paula Zenra con escepticismo._ Nos garantiza algo
totalmente desproporcionado.
_ Sé de
ciertas técnicas y habilidades muy valiosas que aprendí y adquirí en el pasado
con fines que preferiría olvidar, y que podrían ser muy útiles
en un caso como el de ustedes.
_ ¿De qué clase
de técnicas estamos hablando?_ quiso saber Sebastián Zenra con mucho interés.
_ No puedo
adelantarles mucho. En otros casos, suelo servirle al cliente toda la
información en bandeja. Pero en este caso puntual, por razones muy estrictas y
de extrema confidencialidad, es preferible no anticipar nada. Sólo voy a
decirles dos cosas que es esencial que sepan.
_ ¿Cómo
confiar en usted, entonces?_ preguntó casi en tono desafiante, Paula Zenra.
_ Porque si
no lo hacen, pierden la casa y se quedan en la calle, así de siemple_ repuso Betancourt con
vanidad._ Soy el único que los puede ayudar.
_ Está bien,
Betancourt_ se rindió Sebastián Zenra._ ¿Cuáles son las dos cuestiones que
tenemos que saber sí o sí, según usted?
_ ¿Qué hacés,
Sebastián?_ lo increpó su esposa.
_ Va a estar
todo bien.
_ ¿Y si nos
engaña?
_ Prefiero
correr el riesgo.
_ Los
engañados no van a ser precisamente ustedes_ interpuso León Betancourt._
Primero y ante todo, deben saber que entre los acreedores y veedores que vayan
a su vivienda el día del embargo voy a tener gente infiltrada dispuestos entre
ellos. Y segundo, y lo más importante.
Y extrajo de
su repisa un vaso tipo jarra de plata fabricado en la antigüedad y se los
exhibió a sus clientes. Ambos miraron a Betancourt ligeramente sorprendidos.
_ Me lo regaló
un viejo cliente como parte de pago. Es un sencillo jarrón de plata que tiene
tallado una serie de ornamentos muy finos e interesantes. Su valor no asciende
a mucho. Pero valdrá para esta gente una fortuna incalculable. Y créanme cuando
les digo que se van a matar por poseerlo. Su valor ascenderá a tanto que
ustedes se quedarán con su casa, tendrán dinero suficiente para vivir por un
año entero sin problemas y además podrán cubrir mis honorarios.
_ ¿De qué
estamos hablando? Sea más específico. No llego a comprenderlo del todo.
_ De la
reliquia perdida y más buscada por el hombre en la historia de la humanidad.
Sólo deberán guardarla entre sus efectos personales, en un lugar de no muy
fácil acceso pero tampoco tan difícil y forzado. Que esté al alcance. Deje que
los acreedores lo encuentren. Yo me encargo del resto.
Hubo un breve
silencio donde todos se miraron entre sí aprensivos y prejuiciosos.
_ Vayan
tranquilos_ dijo Betancourt._ Recibirán por correo a más tardar mañana por la
mañana temprano una carta con instrucciones detalladas de lo que ustedes deberán
hacer, que no es gran cosa. Pero es esencial para que mi idea funcione satisfactoriamente.
Que tengan buenas tardes.
Y les dio en
mano el jarro, que Paula Zenra recogió con sutileza y desconfianza.
El día del
remate judicial, los veedores y acreedores del banco llegaron a la propiedad
del matrimonio Zenra puntualmente a las 9 de la mañana. Los últimos que
ingresaron lo hicieron un poco esperando a ser invitados por los primeros.
_ Ellos son
Fabio Cruciotti y Federico Linás_ los presentó quien podía decirse era quien
estaba a cargo del operativo interpuesto por la Justicia._ Están en reemplazo
de dos de los veedores titulares, que por problemas que nos exceden, están
ausentes con aviso. Los dispuso la jueza. que entiende en la causa.
Tanto Cruciotti como Linás hicieron una tímida reverencia con la cabeza a modo de saludo e ingresaron a la morada tras la directiva de su superior.
Tanto Cruciotti como Linás hicieron una tímida reverencia con la cabeza a modo de saludo e ingresaron a la morada tras la directiva de su superior.
_ ¿Usted está
a cargo del operativo?_ lo indagó Sebastián Zenra.
_ Perdonen mi
falta de educación. Soy Esteban Solanas. Y sí, estoy a cargo de verificar que
todo resulte como la ley indica y que no haya obstáculos en el medio que nos
impidan desarrollar nuestra penosa tarea de embargo con absoluta normalidad. De
lo contrario, ustedes sumarían un problema más, ¿soy claro?
Extrajo del
bolsillo de su saco una hoja y se las exhibió a los Zenra.
_ Es la orden
de embargo firmada por la dra. Julia Torres. Yo sólo hago mi trabajo. Con
permiso.
Y les arrojó
la orden en la cara de forma despectiva e irónica.
Tanto Paula
como Sebastián Zenra fueron detrás del señor Solanas suplicándole de todas las
maneras habidas y por haber que por favor no los embarguen. Trataron de
explicarle encarecidamente que no pagaron la hipoteca no porque no quisieran,
sino porque Sebastián se había quedado sin trabajo y le resultó sumamente
dificultoso conseguir uno nuevo.
_ Ése no es
mi problema, señores. Déjenme hacer mi trabajo tranquilo, por favor._ les
respondió Esteban Solanas, indiferentemente.
Era realmente
una escena desoladora y fatídica ver cómo gente enviada por la Justicia
revolvía entre los efectos personales de los Zenra para llevarse objetos de
valor que pudieran cubrir el 50% de la deuda contraída con la entidad
financiera. El otro 50% lo completaría la casa misma.
Los Zenra
contemplaban desconsolados toda la escena. Veían cómo algunos objetos de mucho
valor los trataban con desprecio. Ellos les pidieron que fuesen más cuidadosos
con algunas cosas, pero hicieron caso omiso al respecto.
De repente,
todo fue estupor y silencio. Fabio Cruciotti, uno de los veedores suplentes,
sostenía entre sus manos un hermoso jarro plateado con finos ornamentos propios
del movimiento renacentista. Una majestuosa obra de arte, pulcra y
delicadamente tallada. La admiraba boquiabierto.
_ ¿Qué pasa,
señores? ¿Nunca vieron una antigüedad?_ preguntó levemente enojado, Esteban
Solanas.
_ No es cualquier antigüedad, señor_ replicó Cruciotti prácticamente tartamudeando. Y se dirigió hacia los Zenra.
_ No es cualquier antigüedad, señor_ replicó Cruciotti prácticamente tartamudeando. Y se dirigió hacia los Zenra.
_ ¿De dónde
la sacaron?_ les preguntó Fabio Cruciotti.
_ ¿Qué pasa, Cruciotti?_
indagó en un alarido, Solanas.
Cruciotti lo
calló con un gesto.
_ Lo
compramos en una feria de San Telmo a principio de año_ respondió Paula Zenra
sin comprender demasiado la situación._ ¿Por qué?
_ Es la
reliquia perdida. Interpol la está buscando hace meses desde que fue robada del
museo Del Prado de España el año pasado. Se corría el rumor de que la habrían
metido de contrabando en el mercado negro y que la habrían adquirido acá en
Argentina de forma ilegal. Pero ya no es más un rumor, sino un hecho.
_ ¿De qué
está hablando?_ quiso saber enardecido, Solanas.
_ De la
famosa reliquia perdida… Del Santo Grial, señor. Es el Santo Grial. El
auténtico Santo Grial. El mismo que utilizó Cristo en La Última Cena.
_ ¡No me
joda! Prosigan, por favor.
_ No es una
broma. Es el Santo Grial. La Interpol emitió un alerta roja a la Policía Federal
porque se sospechaba que había ingresado al país de contrabando. Pero lo
mantuvieron en secreto por el bien de la investigación y por el escándalo que
la noticia podría generar.
Se concibió un momento de conmoción que los absorbió a todos los presentes de forma abrumadora. Atrás siguió la calma, una calma forzada e importuna.
_ ¿Ustedes lo
robaron?_ les preguntó Cruciotti a los Zenra.
_ Esto es una
locura_ protestó Sebastián Zenra._ ¿Cómo se le ocurre semejante cosa?
_ Mi marido y
yo lo compramos en un mercado en San Telmo_ intervino Paula Zenra._ Lo vimos,
nos gustó y lo obtuvimos. Fin de la historia.
_ No es
casualidad_ añadió Federico Linás, el otro veedor suplente._ San Telmo es la
cuna de los mercados negros en el país, y en especial, en la Ciudad de Buenos
Aires. Se vende mucho material de contrabando ahí. La Policía Federal realizó
diversos operativos, pero se secuestró muy poco material. Se podría decir
que el operativo fue un fracaso rotundo. Se cree que hay jueces y fiscales
corruptos que cobran un soborno para mantener todo el asunto encubierto.
_ Yo no puedo
creer lo que estoy escuchando_ disparó ofuscado, Esteban Solanas.
Tomó su celular
e hizo una llamada aparentemente al Juzgado. Pidió que le enviaran vía fax la
foto del Santo Grial robado cuanto antes y cortó la comunicación bastante
nervioso e irritado.
Unos minutos
después, el aparato expulsaba un papel con una imagen impregnada que ocupaba la
mayor proporción de la página. Solanas la arrancó fuertemente y la comparó con el
objeto hallado en casa de los Zenra: Eran
exactamente iguales.
_ Entonces,
es cierto_ admitió finalmente, Esteban Solanas, rendido ante la implacable
evidencia que tenía frente a sus ojos.
_ ¿Cómo sé
que me están diciendo la verdad?_ preguntó luego dirigiéndose de nuevo al
matrimonio.
_ ¿Por qué le
mentiríamos? ¿Qué ganamos con eso?_ repuso Paula Zenra con sinceridad.
_ ¿Y por qué
no? Voy a pedir unidades a la Comisaría competente para que los detengan por
robo y contrabando de objetos de valor.
Por primera
vez, tanto Paula como Sebastián Zenra se mostraron verdaderamente asustados.
_ Espere un
momento_ se opuso Cruciotti.
_ ¿Qué pasa?
_ Si llama a
la Policía y los detiene, esto va a ser un escándalo mundial. Va a tener a la
prensa encima hinchándole, a los jueces hinchándole también, a las autoridades
de más arriba, a la Iglesia… Va a ser un lío todo. Además, yo les creo a ellos.
Si dicen que lo compraron, lo compraron. No tienen nada que ver con este
asunto. Parecen muy sinceros al respecto.
_ ¿Qué
sugiere entonces? ¿A ver…?
_ Que les
perdonemos el embargo y el remate a cambio de la devolución de esta reliquia.
_ No. De
ninguna manera voy a aceptar una cosa así.
_ ¿Quiere que
el escándalo se desate y no lo deje en paz ni por un segundo de su vida? Se
hizo un esfuerzo muy grande para mantener este caso en secreto. Y sacarlo a la
luz, implicaría un drama terrible. ¿Quiere eso, acaso?
_ Usted no me
hable a mí así, Cruciotti. Yo soy su superior. Modere sus palabras y su tono
cuando se dirija a mi persona.
_ Yo conozco
gente que estuvo involucrada en la investigación del caso. Sé perfectamente de
lo que le hablo. Y usted es lo suficientemente inteligente para saber qué le
conviene y qué no.
Esteban
Solanas lanzó un suspiro de resignación, cargado de impotencia y descontento.
_ Está bien,
listo.
Se dirigió
otra vez a los Zenra.
_ Olvídense
del embargo, del remate y de toda la mar en coche. Yo me encargo de poner la
cara ante la jueza.
_ No es tan
sencillo_ dijo Sebastián Zenra, autoritario._ Cuando esto se descubra, todas
las evidencias van a apuntar directo hacia nosotros y tarde o temprano vamos a
tener lío igual. Paula y yo no vamos a ser cómplices.
Esteban
Solanas los fulminó con la mirada.
_ Bien.
¿Cuánto quieren? Y todos felices y contentos.
Paula y
Sebastián sonrieron con lascivia y ella le habló a Esteban Solanas al oído de
forma confidencial. Solanas abrió los ojos enormemente y la escrudiñó con la
mirada vorazmente. Resignado, extrajo del interior de su saco la chequera, un
bolígrafo y anotó una cifra. Arrancó el cheque del talonario y se los extendió
en mano de mala gana. Cuando Paula y Sebastián lo revisaron, saltaron de la
alegría y se abrazaron acaloradamente.
Solanas y su
equipo levantaron todo y se retiraron de la morada de manera proterva y descortés. En
la puerta, un hombre alto y de facciones duras interceptó bruscamente a Esteban
Solanas.
_ Disculpe,
no soy de la zona. Es la primera vez que vengo_ se excusó el caballero en
cuestión, quien no resultó ser otro más que León Betancourt._ ¿Podría decirme
dónde queda la calle Cevallos, por favor?
_ No soy del
barrio. Con permiso_ repuso Solanas. Y se retiró de forma poco amable.
León
Betancourt miró a través del umbral, los observó a los Zenra felices y se retiró absolutamente satisfecho por la eficacia y el éxito de su idea.
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