miércoles, 9 de octubre de 2019

Detective de artificio/ La reliquia perdida (Gabriel Zas)



                 Caso 3: La reliquia perdida



La familia Zenra veía cómo los acreedores y  veedores del banco del que ellos eran clientes hacía más de seis años se iban de su propiedad regocijándose de placer y deleite, en tanto ellos estaban terriblemente desesperados y sin nada más que hacer ni a quién más recurrir. Sabían perfectamente que la próxima vez que esos tipos volviesen iba a ser para embargarle sus efectos personales y poner la casa bajo remate judicial.
Sebastián Zenra hacía ocho meses se había quedado desempleado por la difícil situación del país. Y por la misma razón, le resultó imposible conseguir un trabajo nuevo. Era sostén de hogar y había quedado en la ruina, ya que su esposa tampoco trabajaba por cuestiones de salud. Ocho meses a la deriva, sobreviviendo con la ayuda que le extendían amigos y allegados.   
Ése dinero lo utilizaron para alimentarse y vestirse, pero no para cancelar las deudas que tenían porque no les alcanzaba y no querían abusar de la generosidad de quienes contribuían económicamente a diario para ayudarlos. Por ende, contrajeron una deuda enorme con el banco por la hipoteca de la casa. La entidad llevó el caso a la Justicia, la causa pasó por todas las instancias procesales y legales habilitadas, y el fallo fue confirmado por Casación. Nada más se podía hacer.
Los Zenra, Sebastián y Paula, creían que en realidad no se podía hacer más nada ya. Pero un amigo de la pareja dijo las dos palabras mágicas: León Betancourt. Un poco renuentes, pero empujados por la curiosidad del momento, decidieron visitarlo y consultarle sobre su caso. Estaban convencidos que su situación era insalvable, pero lo que el detective les dijo los sorprendió en gran medida y les abrió una mínima ventana de esperanza.
_ ¿Escuché mal o usted dice que puede hacer que el banco nos perdone por completo la deuda que mantenemos con ellos por la hipoteca?_ preguntó asombrado e incrédulo, Sebastián Zenra.
_ Así es_ respondió con arrogancia y aire de superioridad, Betancourt.
_ ¿Y cómo piensa hacer eso?_ indagó Paula Zenra con escepticismo._ Nos garantiza algo totalmente desproporcionado.
_ Sé de ciertas técnicas y habilidades muy valiosas que aprendí y adquirí en el pasado con fines que preferiría olvidar, y que podrían ser muy útiles en un caso como el de ustedes.
_ ¿De qué clase de técnicas estamos hablando?_ quiso saber Sebastián Zenra con mucho interés.
_ No puedo adelantarles mucho. En otros casos, suelo servirle al cliente toda la información en bandeja. Pero en este caso puntual, por razones muy estrictas y de extrema confidencialidad, es preferible no anticipar nada. Sólo voy a decirles dos cosas que es esencial que sepan.
_ ¿Cómo confiar en usted, entonces?_ preguntó casi en tono desafiante, Paula Zenra.
_ Porque si no lo hacen, pierden la casa y se quedan en la calle, así de siemple_ repuso Betancourt con vanidad._ Soy el único que los puede ayudar.
_ Está bien, Betancourt_ se rindió Sebastián Zenra._ ¿Cuáles son las dos cuestiones que tenemos que saber sí o sí, según usted?
_ ¿Qué hacés, Sebastián?_ lo increpó su esposa.
_ Va a estar todo bien.
_ ¿Y si nos engaña?
_ Prefiero correr el riesgo.
_ Los engañados no van a ser precisamente ustedes_ interpuso León Betancourt._ Primero y ante todo, deben saber que entre los acreedores y veedores que vayan a su vivienda el día del embargo voy a tener gente infiltrada dispuestos entre ellos. Y segundo, y lo más importante.
Y extrajo de su repisa un vaso tipo jarra de plata fabricado en la antigüedad y se los exhibió a sus clientes. Ambos miraron a Betancourt ligeramente sorprendidos.
_ Me lo regaló un viejo cliente como parte de pago. Es un sencillo jarrón de plata que tiene tallado una serie de ornamentos muy finos e interesantes. Su valor no asciende a mucho. Pero valdrá para esta gente una fortuna incalculable. Y créanme cuando les digo que se van a matar por poseerlo. Su valor ascenderá a tanto que ustedes se quedarán con su casa, tendrán dinero suficiente para vivir por un año entero sin problemas y además podrán cubrir mis honorarios.
_ ¿De qué estamos hablando? Sea más específico. No llego a comprenderlo del todo.
_ De la reliquia perdida y más buscada por el hombre en la historia de la humanidad. Sólo deberán guardarla entre sus efectos personales, en un lugar de no muy fácil acceso pero tampoco tan difícil y forzado. Que esté al alcance. Deje que los acreedores lo encuentren. Yo me encargo del resto.
Hubo un breve silencio donde todos se miraron entre sí aprensivos y prejuiciosos. 
_ Vayan tranquilos_ dijo Betancourt._ Recibirán por correo a más tardar mañana por la mañana temprano una carta con instrucciones detalladas de lo que ustedes deberán hacer, que no es gran cosa. Pero es esencial para que mi idea funcione satisfactoriamente. Que tengan buenas tardes.
Y les dio en mano el jarro, que Paula Zenra recogió con sutileza y desconfianza.




El día del remate judicial, los veedores y acreedores del banco llegaron a la propiedad del matrimonio Zenra puntualmente a las 9 de la mañana. Los últimos que ingresaron lo hicieron un poco esperando a ser invitados por los primeros.
_ Ellos son Fabio Cruciotti y Federico Linás_ los presentó quien podía decirse era quien estaba a cargo del operativo interpuesto por la Justicia._ Están en reemplazo de dos de los veedores titulares, que por problemas que nos exceden, están ausentes con aviso. Los dispuso la jueza. que entiende en la causa.
Tanto Cruciotti como Linás hicieron una tímida reverencia con la cabeza a modo de saludo e ingresaron a la morada tras la directiva de su superior.
_ ¿Usted está a cargo del operativo?_ lo indagó Sebastián Zenra.
_ Perdonen mi falta de educación. Soy Esteban Solanas. Y sí, estoy a cargo de verificar que todo resulte como la ley indica y que no haya obstáculos en el medio que nos impidan desarrollar nuestra penosa tarea de embargo con absoluta normalidad. De lo contrario, ustedes sumarían un problema más, ¿soy claro?
Extrajo del bolsillo de su saco una hoja y se las exhibió a los Zenra.
_ Es la orden de embargo firmada por la dra. Julia Torres. Yo sólo hago mi trabajo. Con permiso.
Y les arrojó la orden en la cara de forma despectiva e irónica.
Tanto Paula como Sebastián Zenra fueron detrás del señor Solanas suplicándole de todas las maneras habidas y por haber que por favor no los embarguen. Trataron de explicarle encarecidamente que no pagaron la hipoteca no porque no quisieran, sino porque Sebastián se había quedado sin trabajo y le resultó sumamente dificultoso conseguir uno nuevo.
_ Ése no es mi problema, señores. Déjenme hacer mi trabajo tranquilo, por favor._ les respondió Esteban Solanas, indiferentemente.
Era realmente una escena desoladora y fatídica ver cómo gente enviada por la Justicia revolvía entre los efectos personales de los Zenra para llevarse objetos de valor que pudieran cubrir el 50% de la deuda contraída con la entidad financiera. El otro 50% lo completaría la casa misma.
Los Zenra contemplaban desconsolados toda la escena. Veían cómo algunos objetos de mucho valor los trataban con desprecio. Ellos les pidieron que fuesen más cuidadosos con algunas cosas, pero hicieron caso omiso al respecto.
De repente, todo fue estupor y silencio. Fabio Cruciotti, uno de los veedores suplentes, sostenía entre sus manos un hermoso jarro plateado con finos ornamentos propios del movimiento renacentista. Una majestuosa obra de arte, pulcra y delicadamente tallada. La admiraba boquiabierto.
_ ¿Qué pasa, señores? ¿Nunca vieron una antigüedad?_ preguntó levemente enojado, Esteban Solanas.
_ No es cualquier antigüedad, señor_ replicó Cruciotti prácticamente tartamudeando. Y se dirigió hacia los Zenra.
_ ¿De dónde la sacaron?_ les preguntó Fabio Cruciotti.
_ ¿Qué pasa, Cruciotti?_ indagó en un alarido, Solanas.
Cruciotti lo calló con un gesto.
_ Lo compramos en una feria de San Telmo a principio de año_ respondió Paula Zenra sin comprender demasiado la situación._ ¿Por qué?
_ Es la reliquia perdida. Interpol la está buscando hace meses desde que fue robada del museo Del Prado de España el año pasado. Se corría el rumor de que la habrían metido de contrabando en el mercado negro y que la habrían adquirido acá en Argentina de forma ilegal. Pero ya no es más un rumor, sino un hecho.  
_ ¿De qué está hablando?_ quiso saber enardecido, Solanas.
_ De la famosa reliquia perdida… Del Santo Grial, señor. Es el Santo Grial. El auténtico Santo Grial. El mismo que utilizó Cristo en La Última Cena.
_ ¡No me joda! Prosigan, por favor.
_ No es una broma. Es el Santo Grial. La Interpol emitió un alerta roja a la Policía Federal porque se sospechaba que había ingresado al país de contrabando. Pero lo mantuvieron en secreto por el bien de la investigación y por el escándalo que la noticia podría generar.
Se concibió un momento de conmoción que los absorbió a todos los presentes de forma abrumadora. Atrás siguió la calma, una calma forzada e importuna. 
_ ¿Ustedes lo robaron?_ les preguntó Cruciotti a los Zenra.
_ Esto es una locura_ protestó Sebastián Zenra._ ¿Cómo se le ocurre semejante cosa?
_ Mi marido y yo lo compramos en un mercado en San Telmo_ intervino Paula Zenra._ Lo vimos, nos gustó y lo obtuvimos. Fin de la historia.
_ No es casualidad_ añadió Federico Linás, el otro veedor suplente._ San Telmo es la cuna de los mercados negros en el país, y en especial, en la Ciudad de Buenos Aires. Se vende mucho material de contrabando ahí. La Policía Federal realizó diversos operativos, pero se secuestró muy poco material. Se podría decir que el operativo fue un fracaso rotundo. Se cree que hay jueces y fiscales corruptos que cobran un soborno para mantener todo el asunto encubierto. 
_ Yo no puedo creer lo que estoy escuchando_ disparó ofuscado, Esteban Solanas.
Tomó su celular e hizo una llamada aparentemente al Juzgado. Pidió que le enviaran vía fax la foto del Santo Grial robado cuanto antes y cortó la comunicación bastante nervioso e irritado.
Unos minutos después, el aparato expulsaba un papel con una imagen impregnada que ocupaba la mayor proporción de la página. Solanas la arrancó fuertemente y la comparó con el objeto hallado en casa de los Zenra: Eran exactamente iguales.
_ Entonces, es cierto_ admitió finalmente, Esteban Solanas, rendido ante la implacable evidencia que tenía frente a sus ojos.
_ ¿Cómo sé que me están diciendo la verdad?_ preguntó luego dirigiéndose de nuevo al matrimonio.
_ ¿Por qué le mentiríamos? ¿Qué ganamos con eso?_ repuso Paula Zenra con sinceridad.
_ ¿Y por qué no? Voy a pedir unidades a la Comisaría competente para que los detengan por robo y contrabando de objetos de valor.
Por primera vez, tanto Paula como Sebastián Zenra se mostraron verdaderamente asustados.
_ Espere un momento_ se opuso Cruciotti.
_ ¿Qué pasa?
_ Si llama a la Policía y los detiene, esto va a ser un escándalo mundial. Va a tener a la prensa encima hinchándole, a los jueces hinchándole también, a las autoridades de más arriba, a la Iglesia… Va a ser un lío todo. Además, yo les creo a ellos. Si dicen que lo compraron, lo compraron. No tienen nada que ver con este asunto. Parecen muy sinceros al respecto.
_ ¿Qué sugiere entonces? ¿A ver…?
_ Que les perdonemos el embargo y el remate a cambio de la devolución de esta reliquia.
_ No. De ninguna manera voy a aceptar una cosa así.
_ ¿Quiere que el escándalo se desate y no lo deje en paz ni por un segundo de su vida? Se hizo un esfuerzo muy grande para mantener este caso en secreto. Y sacarlo a la luz, implicaría un drama terrible. ¿Quiere eso, acaso?
_ Usted no me hable a mí así, Cruciotti. Yo soy su superior. Modere sus palabras y su tono cuando se dirija a mi persona.
_ Yo conozco gente que estuvo involucrada en la investigación del caso. Sé perfectamente de lo que le hablo. Y usted es lo suficientemente inteligente para saber qué le conviene y qué no.
Esteban Solanas lanzó un suspiro de resignación, cargado de impotencia y descontento.
_ Está bien, listo.
Se dirigió otra vez a los Zenra.
_ Olvídense del embargo, del remate y de toda la mar en coche. Yo me encargo de poner la cara ante la jueza.
_ No es tan sencillo_ dijo Sebastián Zenra, autoritario._ Cuando esto se descubra, todas las evidencias van a apuntar directo hacia nosotros y tarde o temprano vamos a tener lío igual. Paula y yo no vamos a ser cómplices.
Esteban Solanas los fulminó con la mirada.
_ Bien. ¿Cuánto quieren? Y todos felices y contentos.
Paula y Sebastián sonrieron con lascivia y ella le habló a Esteban Solanas al oído de forma confidencial. Solanas abrió los ojos enormemente y la escrudiñó con la mirada vorazmente. Resignado, extrajo del interior de su saco la chequera, un bolígrafo y anotó una cifra. Arrancó el cheque del talonario y se los extendió en mano de mala gana. Cuando Paula y Sebastián lo revisaron, saltaron de la alegría y se abrazaron acaloradamente.
Solanas y su equipo levantaron todo y se retiraron de la morada de manera proterva y descortés. En la puerta, un hombre alto y de facciones duras interceptó bruscamente a Esteban Solanas.
_ Disculpe, no soy de la zona. Es la primera vez que vengo_ se excusó el caballero en cuestión, quien no resultó ser otro más que León Betancourt._ ¿Podría decirme dónde queda la calle Cevallos, por favor?
_ No soy del barrio. Con permiso_ repuso Solanas. Y se retiró de forma poco amable.

León Betancourt miró a través del umbral, los observó a los Zenra felices y se retiró absolutamente satisfecho por la eficacia y el éxito de su idea.  

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