martes, 4 de agosto de 2020

Detective de artificio / Rechazada


El caso que esa vez le tocó resolver a León Betancourt era de una particularidad muy especial, y por ende, de una solución poco viable. Pero para él, no había imposibles.  Le gustaban los desafíos.

_ ¿Intentó por todos los medios legales convencionales resolver el conflicto, señora Bordioni?_ le preguntó Betancourt a la mujer que tenía sentada frente a él en su despacho.

Emilce Bordioni era una mujer de unos 59 años, vestida con elegancia, de aspecto respetable y con un semblante rozagante.

_ Sí_ respondió ella, apenada._ Llegué hasta mandarles una carta documento, pero ni siquiera con eso pude disuadirlos.

_ ¿La prepaga se rehúsa a explicarle los motivos de su decisión, pero usted asume que no la admiten por esa cuestión que me planteó cuando me contactó por teléfono?

_ ¿Y por qué otra cosa iba a ser, sino? Y yo necesito atenderme de urgencia por un tratamiento que estoy haciendo y que no puedo interrumpir bajo ningún concepto.  En los hospitales públicos no hay insumos ni infraestructura ni personal adecuado. Ellos hicieron todo lo posible, pero me dijeron que la única alternativa que tenía era el sanatorio La Sanidad. Incluso, el director del hospital regional me hizo una carta de recomendación para presentarles. Pero no hay caso. Es gente insensible. Son empresarios, ni siquiera son personas. No sé por qué las legislaciones que rigen en nuestro país no son más severas con este tipo de asuntos.

_ Con la carta de recomendación, su historia clínica y su situación, el sanatorio debiera admitirla y brindarle el tratamiento de forma gratuita. ¿Entiendo bien?

_ Perfectamente, señor Betancourt. Son políticas implementadas que tienen que respetar impuestas por ley. Pero como un tratamiento muy caro me lo tienen que hacer gratuitamente, entonces ponen palos en la rueda constantemente.

_ Las autoridades de La Sanidad se justifican alegando que el estatuto interno del sanatorio no permite esta clase de excepciones.

_ Así es, entre miles de pretextos más, que no vienen al caso. Y no pienso pagar los $8000 que me exigen que abone para realizar el tratamiento porque no me corresponde.

_ Pero usted supone que la decisión responde a otro motivo mucho más grave, socialmente hablando.

_ La Ley Nacional Nº 26.914 me avala. Soy insulinodependiente. Y si los servicios públicos no pueden brindarme una atención digna para tratar la enfermedad, la obligación recae automáticamente en los servicios de salud privada, los cuales no pueden oponerse a llevarlo adelante.  Pero este no parece ser el caso. Inclusive, La Sanidad tiene un estatuto interno, como le mencioné antes, que complementa algunos puntos de la ley nacional. Pero ellos se siguen negando categóricamente y rechazando mis argumentos con excusas baratas.

_ ¿Y no probó con ir a otros centros de salud a ver qué le dicen, señora Bordioni?

_ La burocracia hace más difícil todo, ¿sabe, Betancourt?

_ Muy bien. Si usted no pudo disuadirlos legalmente para que le admitan el tratamiento gratuitamente, yo voy a disuadirlos con sofisticados artilugios que le aseguro son ciento por ciento efectivos.

_ Haga lo que deba hacer. En cuanto al pago por sus servicios…

_ Eso no es prioridad ahora. Tengo una idea muy simple que no puede fallar. Pero usted tendrá que desempeñar un rol fundamental para que funcione eficazmente.

_ Estoy dispuesta a ayudarlo en lo que precise.

León Betancourt se puso de pie y dirigió a Emilce Bordioni una mirada y una sonrisa muy inocentemente particulares.

El sanatorio La Sanidad se encontraba ubicado en pleno corazón de Palermo. Cuando llegaron, León Betancourt hizo ingresar a Emilce Bordioni primero y le solicitó anunciarse en la mesa de entradas. Allí, le pidió amablemente a la secretaria que quisiera hablar con el responsable del área, el doctor Arturo Demarconi. Al comienzo, Demarconi se negó a volver a recibir a Emilce Bordioni, pero ante las reiteradas insistencias de la mujer, aceptó recibirla una vez más. Salió a su encuentro en una actitud ya hastiada y soberbia.

_ Señora Bordioni, otra vez por acá_ dijo Arturo Demarconi con sarcasmo._ Ya le explicamos veinte veces su situación. El gerente de la empresa no me autoriza a hacerle el tratamiento contra la diabetes gratis. Si quiere que se lo hagamos, tiene que abonar $8000 cada vez que se lo realice. De lo contrario, le voy a pedir que por favor no insista más, no venga más, porque compromete al personal que está trabajando y compromete a la empresa. Vaya a otra clínica, hay por doquier en Capital.

_ ¿Así qué los comprometo? Mire usted. La ley dice que el tratamiento me lo tienen que brindar de forma gratuita. Y con una carta de recomendación de por medio, no se pueden negar. Usted sabe cabalmente que mi situación económica actual no me permite afrontar un gasto diario tan grande_ refrendó Emilce Bordioni resueltamente.

_ Su situación económica no es asunto que le ataña a la compañía. Mire, esto no pasa por una cuestión legal. Este tipo de decisiones pasan por una cuestión política, burocrática… Usted me comprende.

_ Ustedes me discriminan por mi condición sexual. Por eso no me admiten. Porque me gustan las personas de mí mismo sexo.

_ No es así, señora Bordioni. Y usted lo sabe perfectamente eso.

_ No le creo, Demarconi. Empresas como la suya tienen un amplio itinerario de situaciones de discriminación de esta naturaleza.

_ La Sanidad no va a cubrirle el tratamiento, punto. Lo prohíbe el estatuto interno.  Órdenes de la gerencia. Ya no hay razones para que siga insistiendo, señora Bordioni. Ahora, si es tan amable…

León Betancourt emergió en ese preciso instante luciendo un sofisticado y reluciente traje negro y una actitud soberbia y exasperada que denotaba una inescrutable autoridad notable.  Miró al doctor Demarconi despectivamente, miró a Emilce Bordioni con cortesía y le dijo.

_ No se preocupe, agente. Grabé todo. En la cinta hay suficiente evidencia para iniciarles una causa por discriminación y su consecuente persecución penal a la luz de los propios hechos.

_ ¿Agente? ¿Pero, qué es esta locura?_ inquirió el doctor Demarconi, confundido y desorientado._ ¿Y usted quién es?_ volvió a preguntar, en referencia a León Betancourt.

_ Soy el doctor Silvio Gramonti,  secretario del juez Robledo  y representante del fuero penal número 5 de la Justicia de la Ciudad. Y ella es la sargento Emilce Bordioni, de la Policía Federal.

_ ¿Qué está pasando? No entiendo…

_ Entiende muy bien, Demarconi. Recibimos varias denuncias de afiliados que eran discriminados por su orientación sexual, religiosa y política para ser atendidos por ustedes. Gente que quiso afiliarse y no se lo permitieron por su condición sexual, interponiendo pretextos realmente muy absurdos y ridículos. Algunos tan ridículos que hasta dan risa. Y decidimos infiltrar a una agente de la Policía por orden del juez Robledo para constatar la denuncia y reunir las pruebas necesarias para iniciar una investigación en su contra.

_ No, mire. Acá hay una confusión…

_ ¡Cállese! No me quiera tomar por estúpido como a sus afiliados. El sargento Bordioni tiene diabetes y necesita hacerse un tratamiento diario, y ustedes por ley, están obligados a recibirla. Pero cuando se enteraron de que profesa una orientación sexual  socialmente amoral y contradictoria para las políticas de la empresa, decidieron no admitirla, intercalándole excusas de toda índole. No solo a nuestra agente, claro. Sino, a todas las personas que se vieron afectadas por lo mismo y radicaron la denuncia correspondiente en nuestras dependencias judiciales.

_ Escúcheme, Gramonti. Entienda que…

_ ¿Entienda qué? Tomo eso como una ratificación a mis acusaciones y a la situación en particular de nuestra infiltrada. No solamente ésta, sino todas las conversaciones de todas las veces que la sargento Bordioni vino anteriormente fueron registradas y ya están en manos del juez Robledo.

_ Mire. No tiene porqué…

_ Créame que si admite todo, Demarconi, va a ser todo mucho más sencillo tanto para usted como para el sanatorio.

_ Usted gana. Cuando el gerente de la empresa, el doctor Illanes, se enteró de que la señora Emilce Bordioni siente atracción física por los semejantes de su mismo género  sintió una inmensa repulsión y me ordenó rechazarle el tratamiento con cualquier excusa. Quise disuadirlo, pero no logré que entrara en razón. Es una persona homofóbica y eso está por encima de cualquier ley para él.

_ ¿Admite que los casos de los señores Calvo, Vallar y Montero, y de las señoras Arévalo y Cáceres se rigen bajo la misma disposición implementada arbitraria e ilegítimamente por el gerente del sanatorio La Sanidad, el doctor Illanes?

_ Sí, lo admito. Pero entienda que si la denuncia procede, es la ruina para todos.

_ No se preocupe, Demarconi. Tengo la misma debilidad que todos los funcionarios judiciales en este país.

_ Nos estamos entendiendo parece, Gramonti. ¿Cuánto para dejar todo así como está?

_ Nunca dije de dejar así todo como está. Mi precio es para no proceder legalmente contra la empresa, que solamente voy a aceptar si ustedes le brindan a la sargento Emilce Bordioni el tratamiento que por ley le corresponde de manera absolutamente gratuita.

_ Me pone en un apuro…

_ Ok. En media hora tiene a toda la Policía y la prensa acá. Y ustedes van a salir esposados ante la vista de todo el mundo.

_ No es fácil, Gramonti. ¡Entiéndame, por favor! ¿Cómo me justifico hacia el gerente? ¡Me va a fusilar!

_ Sus problemas con el doctor Illanes no son cuestiones que atañan a nuestro interés. Resuélvalo como sea. No tiene muchas alternativas, Demarconi. O me da el dinero que le pida supeditado a que tanto a la sargento Bordioni como a todo el resto de las personas en su misma situación o en otra similar sean atendidas sin discriminación alguna o van presos, punto.

Viendo que no tenía otra salida posible, Arturo Demarconi le dio el soborno a León Betancourt y cumplió con su parte del acuerdo. Lo que sí no quedó del todo claro es cómo logró convencerlo al doctor Illanes, el gerente del sanatorio La Sanidad, al respecto. Pero ese no era asunto suyo.

_ Quédese tranquila, señora Bordioni_ le dijo León Betancourt de nuevo en su despacho,_ que los honorarios por mis servicios quedan cubiertos con esta generosa contribución que el doctor Demarconi realizó en nombre del Sanatorio La Sanidad.  

_ Me salvó. No sé cómo voy a agradecerle todo lo que hizo_ dijo Emilce Bordioni con una sonrisa que surcaba proporcionalmente sus labios.

_ Su caso marcó un gran antecedente, se lo garantizo. Quédese con eso y estamos a mano.

 

domingo, 26 de julio de 2020

El caso del heredero desafortunado (Gabriel Zas)




                        

Dortmund se empeñaba en sostener férreamente que aquél caso que investigaba junto al capitán Riestra se trataba en verdad de un asesinato y no de un suicidio. Hago referencia a la muerte de Renato Dellmans, cuyo cuerpo fue hallado por su hijo, Dalmiro Dellmans, en su propia casa.
_ Vine a verlo para resolver un asunto que teníamos pendiente_  explicaba Dalmiro Dellmans, dolido._ Toqué la puerta varias veces… insistí… Pero él no contestaba. No sé, tuve uno de esos presentimientos que lo atacan a uno de repente y derribé la puerta y…_ se detuvo bruscamente para recuperar fuerzas.
_ Ya sabemos el resto, señor Dellmans_ dijo compasivo el capitán Riestra._ Usted alega en su declaración que tocó la puerta varias veces, lo que implica inexorablemente que usted no poseía una copia de las llaves de la casa de su padre. Perdone que se lo diga así, pero me resulta altamente llamativo ese dato.
_ Como le dije al comienzo, capitán, vine a resolver un asunto pendiente que teníamos con mi padre.
_ Entonces, se pelearon en fuertes términos y usted le resignó las llaves de su vivienda.
_ Ni más ni menos.
_ ¿Cuál fue el problema que incentivó las diferencias con su padre, señor Dellmans?_ intervino modestamente en el asunto, Sean Dortmund.
_ Mi padre se entregó hará cosa de unos dos meses atrás a un culto religioso, de esos que le lavan el cerebro a uno. Muchas personas tienen una incomprensible e inconmensurable fe ciega en ellos, pero no son más que viles y vulgares estafadores, que se escudan bajo pretextos religiosos para llevar a cabo sus ardides.  Dejando de lado las opiniones personales, a mi padre lo convencieron de que les entregara la casa como recompensa por sus tributos. Él viviría en una cabaña en medio del bosque, lejos de todo, proveía por ellos mismos. Imagínese cómo me puse cuando me lo confesó. ¡Enloquecí! Era su única familia e iba a hacer semejante locura sin consultarme.  
_ Si el señor Renato Dellmans entregaba su propiedad a la secta, usted se quedaría sin nada.
_ No me gusta lo que está insinuando, ¿sabe?
_ Razono. Simplemente, razono, señor Dellmans. No sea impulsivo, por favor.
_ Intenté convencerlo de no hacer semejante locura. Se lo expliqué de todas las formas posibles habidas y por haber, pero no me escuchó y me fui muy enojado. Me llamó por teléfono a la mañana siguiente para remarcarme que no iba a cambiar de parecer y que ya se había puesto en contacto con su abogado para poner las escrituras de la casa a nombre de ellos. Le corté sin decirle nada. Hoy quise venir a hablar con él más apaciguado y calmo, pero… Ya ve que fue imposible.
_ ¿Dónde guardaba su padre las escrituras de la casa?
_ Me dijo la última vez que hablamos que las escondió en un lugar muy bien escondidas y que ni aunque estuviese quince horas seguidas buscando sería capaz de encontrarlas.
_ ¿Por qué cree que se suicidó su padre, señor Dellmans?_ preguntó con rigor profesional el capitán Riestra.
_ Porque no soportó la presión, supongo. Conociéndolo, reflexionó en el asunto y se dio cuenta de que yo tenía razón, aunque su tozudez le impidiera admitirlo. Pero al mismo tiempo no quería decepcionar al culto ese al que pertenecía, y se sintió atrapado en una encrucijada de la que pudo escapar de la única forma posible: arrebatándose la vida.
_ ¿La pistola era suya?
_ Sí. Tenía todos los papeles en regla. Era legítimo usuario.
El capitán Riestra liberó al señor Dalmiro Dellmans de la presión del interrogatorio y se reunió con Dortmund y conmigo.
_ Francamente, no me cierra la idea del suicidio_ declaró el inspector, obstinado.
_ Dortmund_ dijo Riestra._ La puerta estaba cerrada por dentro, el hijo de la víctima atestiguó haber llegado y haber golpeado la puerta insistentemente, los vecinos con los que hablamos lo certificaron, puerta cerrada por dentro, forzada para entrar por la preocupación del señor Dalmiro Dellmans. A su vez, el señor Renato Dellmans estaba solo al momento de su muerte… ¿Cómo justifica el asesinato en este contexto, Dortmund? Es técnicamente imposible.  Admita que por primera vez se equivocó.
_ ¡Eso jamás! Nunca me equivoco y esta no es la excepción a la regla.
_ Convengamos que el motivo que el hijo del interfecto esgrimió para justificar el trágico desenlace de su padre es altamente factible y suena muy verosímil_ intervine.
_ Coincido con usted, doctor_ me apoyó Riestra.
_ ¡Pues, los dos se equivocan, caballeros!_ refunfuñó Sean Dortmund, enfáticamente.
Con Riestra apelamos al silencio y dejamos que Dortmund experimentara según los dictámenes de su intuición. Revisó la casa en toda su dimensión minuciosamente, examinó con ojo clínico la puerta de entrada y reconstruyó hasta el hartazgo la secuencia desde que el señor Dalmiro Dellmans se apersonó hasta que derribó la puerta e hizo el hallazgo del cuerpo de su padre.  Cuando concluyó, se quedó reflexionando.
_ Dortmund_ dijo Riestra con tacto._ Me apena insistir en la idea del suicidio. Pero dese cuenta de que no cabe otra alternativa posible.
_ Se equivoca usted en eso, capitán Riestra_ proclamó Sean Dortmund con brillo en sus ojos._ Hay una última y única alternativa posible.
Riestra y yo lo miramos con desconcierto e incertidumbre.
_ Que el propio señor Dalmiro Dellmans haya asesinado a su padre, el señor Renato Dellmans_ infirió el inspector con soberbia y templanza._ El señor Dalmiro Dellmans sabe que indefectiblemente va a perder la casa de su padre, la que por herencia le corresponde, porque la decisión del señor Renato Dellmans de concedérsela a la secta religiosa a la que él pertenece está tomada y es irrevocable. Dalmiro Dellmans intenta disuadir a su padre de cambiar de parecer, pero sus intentos concluyen en rotundos fracasos que paulatinamente despiertan un sentimiento de irascibilidad dentro de él. Y cuando el señor Renato Dellmans lo llama por teléfono sólo para confirmarle que va a poner las escrituras de la propiedad a nombre de la secta y que además las escondió en un lugar imposible de descubrir según sus propias palabras, ese sentimiento de irascibilidad colapsa y al señor Dalmiro Dellmans lo empieza a habitar un grave deseo de venganza.  Sabe que su padre guarda una pistola. Viene hasta su casa con la excusa de hablar, su padre le abre, él entra, discuten, el señor Dalmiro busca la pistola, mata a su padre, prepara la escena, sale, cierra con llave, golpea la puerta y llama a su padre preocupado para despertar el interés de algún vecino que pudiera estar escuchando para ganarse su complicidad, derriba la puerta, devuelve las llaves a su lugar de origen e inmediatamente llama a la Policía. Sus ganas de buscar las escrituras de la casa lo carcomen, pero contiene la avidez para no quedar expuesto. Y confía en el ingenio de los investigadores para hallar las escrituras de la casa para posteriormente hacerse de ellas mediante algún artilugio.
_ Vaya, Dortmund_ profirió el capitán Riestra en un tono que mediaba entre la admiración y el estupor.
_ El señor Dellmans no debe confiar en el ingenio de los investigadores para hallar las escrituras, sino en el mío.
La vanidad era una virtud de la que el inspector jamás desistía.
Pensó en profundidad por unos cuantos minutos, hasta que se le ocurrió una idea que sonaba descabellada a primera vista. Le pidió al capitán Riestra que se parase al lado de la chimenea y le pidió a otro oficial al azar que moviese las manecillas del reloj de pared que había en la sala principal de la casa y marcase las 15 horas. Todos, unos más confundidos que otros, nos quedamos enmudecidos cuando contemplamos que las 15 horas del reloj activó un mecanismo que abrió un cajón secreto de la chimenea en cuyo interior estaban escondidas las escrituras de la vivienda.
_ ¿Cómo… cómo…?_ dijo Riestra boquiabierto y tartamudeando.
_ Me pareció muy raro que el señor Renato Dellmans le dijera a su hijo que “ni aunque estuviese quince horas seguidas buscando sería capaz de encontrarlas”. Es una frase muy poco común, muy elaborada para ser una simple frase comparativa. Y entonces tuve la ocurrencia del reloj.
La teoría de Dortmund resultó ser cierta y Dalmiro Dellmans, después de confesar el asesinato de su padre, fue puesto a disposición de la Justicia.
_ ¿Por qué el señor Dellmans le diría en clave a su hijo dónde ocultó las escrituras de la casa?_ le pregunté curioso a Dortmund, una vez de nuevo en nuestra residencia.
_ Quizás por presión, por culpa… ¿Quién sabe?_ me respondió el inspector, en tono indiferente.
_ Lo que sí podemos saber con certeza es que el señor Renato Dellmans era un fanático de los relojes y de las historias de ciencia ficción.
_ Tiene usted toda la razón en eso, doctor. Por eso creyó la historia que le contaron en la secta religiosa a la que pertenecía.


jueves, 9 de julio de 2020

Si te casas, que sea por amor (Gabriel Zas)



Octavio y Leticia se conocieron, se enamoraron y se fueron a vivir juntos.  Se casaron al año y Leticia repentinamente falleció a las dos semanas de contraído el matrimonio con Octavio.
Octavio dio intervención a la Justicia y declaró que Leticia padecía de fabry, una enfermedad muy poco usual, de las llamadas huérfanas, que consiste en la producción insuficiente de una enzima celular específica..
_ ¿Cuándo se enteró usted de esta patología de su esposa?_ le preguntó el fiscal a Octavio.
_ Me lo confesó ni bien nos conocimos_ respondió Octavio, dolido por la pérdida sufrida.
_ Le voy a solicitar al juez realizar la autopsia pertinente para constatar que la causa de muerte haya sido efectivamente esta patología a la que usted hizo alusión en este testimonio bajo juramento. Si los resultados son favorables, como la señora Leticia falleció dentro de los 30 días después de concebida la unión marital y ustedes convivieron previo a dicho desenlace, usted se hará formalmente acreedor de todos sus bienes personales por ley, siempre y cuando no acreditemos la existencia de descendientes o ascendientes, porque en ese caso, ellos gozarían del privilegio de la herencia. ¿Me explico?
_ Claramente, fiscal.
_ ¿Sabe si ella hizo testamento?
_ No. No hizo.
_ Raro si sabía que portaba una enfermedad potencialmente mortal.
_ Pasa que Leticia era una mujer sumamente optimista y positiva. No estaba entre sus planes morir tan repentinamente. Usted me entiende.
_ Sí, sí, claro que lo entiendo. Llegado el caso, eso se puede resolver sin inconvenientes en el fuero de Familia con representación de un abogado. ¿Sabe si su esposa tenía familiares directos?
_ No, no tenía a nadie. Solamente me tenía a mí. Sus padres murieron cuando ella era chica. Además, era hija única y nunca tuvo hijos propios con ningún hombre.
_ Está bien, no se preocupe. Cuando tenga en mi poder los resultados de la autopsia, me pongo inmediatamente en contacto con usted para notificarlo al respecto.
_ Gracias, fiscal.
Se estrecharon la mano y Octavio se retiró de la Fiscalía.   
Los resultados de la autopsia denotaron deficiencias importantes en la superficie cardíaca y dilatación evidente en la córnea y cristalino. “Estas patologías son características de la enfermedad que el denunciante alegó que la paciente padecía al momento de su deceso”, resumía el informe preliminar del forense.
_ Se debería realizar un estudio minucioso del árbol genealógico de la señora Leticia para concluir determinantemente el diagnóstico patológico declarado por el doctor Mastronuevo en su análisis_ le explicaba el fiscal a Octavio.
_ Eso es imposible_ repuso Octavio._ No tiene a nadie. Igualmente, no comprendo sus razones al respecto, fiscal. Disculpe mi ignorancia.
_ La enfermedad de Fabry es hereditaria. Y para establecer un diagnóstico certero sobre su padecimiento, junto al cuadro clínico hay que presentar el árbol genealógico del paciente para establecer vínculos y antecedentes de la enfermedad dentro del círculo familiar, ¿me comprende, Octavio?
_ Pero, eso es imposible, le repito. Ella no tenía familiares vivos.
_ Eso lo sabemos. Yo mismo, con la anuencia del juez, me encargué de verificarlo. Despreocúpese. En vista de esta situación excepcional, el juez ha dado lugar al diagnóstico establecido por el doctor Mastronuevo, por lo que ha decidido validar su declaración. Vamos a iniciar los trámites administrativos para que usted presente una certificación legal mediante un abogado en el fuero de Familia y pueda reclamar la totalidad legítima de la herencia que por ley le corresponde, ya que su esposa falleció dentro de los 30 días después de consumado el matrimonio, habida cuenta de su conocimiento previo de la enfermedad y su convivencia juntos, tal como lo establece el artículo 2436 del Código Civil y Comercial de la Nación.
_ Gracias por todo, fiscal.
_ A su disposición para lo que necesite. Lamento su pérdida, señor Octavio.
Octavio hizo un ademán con la cabeza y se retiró.
Sonreía de placer. Leticia en realidad estaba perfectamente bien de salud. Pero Octavio tuvo que buscar puntillosamente una enfermedad muy precisa que le permitiera llevar adelante su cometido. Y la encontró. Después, fue cuestión de estudiar al dedillo su sintomatología y características generales, y hallar alguna sustancia que imitase a la perfección esos síntomas y que pudiese engañar hasta a los más expertos médicos del país. Y también lo encontró. El cobalto. Envenenó a Leticia durante dos semanas con dosis excesivamente altas de cobalto hasta que falleció. Y de este modo logró quedarse con toda su fortuna y todas las posesiones que ella tenía a su nombre.  
Por un año, Octavio se mantuvo inactivo. Pasado ese lapso, volvió a la caza de otra mujer sola en el mundo, millonaria y soltera para repetir su infalible plan con una identidad completamente renovada.

domingo, 5 de julio de 2020

Crimen perfecto (Gabriel Zas)


Asesinó a cinco personas con una clara vinculación entre ellas, fehacientemente demostrada por los investigadores. ¿Los motivos? Aún seguían siendo un completo misterio. Encontraron evidencia incriminatoria en su contra en todas las escenas y él confesó cada uno de los cinco asesinatos. Eso fue prueba suficiente para que el juez lo procesara.
Pero él no era el asesino propiamente dicho, sino quien lo manipuló era el verdadero responsable de los cinco asesinatos. Era sonámbulo y los sonámbulos son fácilmente sugestionables. Así lo convenció de que matara a esas personas y del mismo modo, presumiblemente, lo convenció para se declarara culpable, esto último, con ayuda de alguna droga potente, ya que el sonámbulo no guarda registro alguno en su cerebro de las acciones que realizó durante dicho estado del sueño.
Y para fortuna del verdadero asesino, el sonambulismo es clínicamente incomprobable. Y al haber estado consciente al momento de confesar, la historia del sonambulismo se caía por su propio peso, haciendo las salvedades de que el sonámbulo no es consciente de su condición.
Fue el crimen perfecto y así logró vengarse de las cinco personas que arruinaron su vida.