Dortmund se empeñaba en sostener férreamente que aquél caso que investigaba junto al capitán Riestra se trataba en verdad de un asesinato y no de un suicidio. Hago referencia a la muerte de Renato Dellmans, cuyo cuerpo fue hallado por su hijo, Dalmiro Dellmans, en su propia casa.
_ Vine a verlo para resolver un asunto que teníamos
pendiente_ explicaba Dalmiro Dellmans,
dolido._ Toqué la puerta varias veces… insistí… Pero él no contestaba. No sé,
tuve uno de esos presentimientos que lo atacan a uno de repente y derribé la
puerta y…_ se detuvo bruscamente para recuperar fuerzas.
_ Ya sabemos el resto, señor Dellmans_ dijo compasivo el
capitán Riestra._ Usted alega en su declaración que tocó la puerta varias
veces, lo que implica inexorablemente que usted no poseía una copia de las
llaves de la casa de su padre. Perdone que se lo diga así, pero me resulta altamente
llamativo ese dato.
_ Como le dije al comienzo, capitán, vine a resolver un
asunto pendiente que teníamos con mi padre.
_ Entonces, se pelearon en fuertes términos y usted le
resignó las llaves de su vivienda.
_ Ni más ni menos.
_ ¿Cuál fue el problema que incentivó las diferencias con
su padre, señor Dellmans?_ intervino modestamente en el asunto, Sean Dortmund.
_ Mi padre se entregó hará cosa de unos dos meses atrás a
un culto religioso, de esos que le lavan el cerebro a uno. Muchas personas
tienen una incomprensible e inconmensurable fe ciega en ellos, pero no son más
que viles y vulgares estafadores, que se escudan bajo pretextos religiosos para
llevar a cabo sus ardides. Dejando de
lado las opiniones personales, a mi padre lo convencieron de que les entregara
la casa como recompensa por sus tributos. Él viviría en una cabaña en medio del
bosque, lejos de todo, proveía por ellos mismos. Imagínese cómo me puse cuando
me lo confesó. ¡Enloquecí! Era su única familia e iba a hacer semejante locura
sin consultarme.
_ Si el señor Renato Dellmans entregaba su propiedad a la
secta, usted se quedaría sin nada.
_ No me gusta lo que está insinuando, ¿sabe?
_ Razono. Simplemente, razono, señor Dellmans. No sea
impulsivo, por favor.
_ Intenté convencerlo de no hacer semejante locura. Se lo
expliqué de todas las formas posibles habidas y por haber, pero no me escuchó y
me fui muy enojado. Me llamó por teléfono a la mañana siguiente para remarcarme
que no iba a cambiar de parecer y que ya se había puesto en contacto con su
abogado para poner las escrituras de la casa a nombre de ellos. Le corté sin
decirle nada. Hoy quise venir a hablar con él más apaciguado y calmo, pero… Ya
ve que fue imposible.
_ ¿Dónde guardaba su padre las escrituras de la casa?
_ Me dijo la última vez que hablamos que las escondió en
un lugar muy bien escondidas y que ni aunque estuviese quince horas seguidas buscando
sería capaz de encontrarlas.
_ ¿Por qué cree que se suicidó su padre, señor Dellmans?_
preguntó con rigor profesional el capitán Riestra.
_ Porque no soportó la presión, supongo. Conociéndolo,
reflexionó en el asunto y se dio cuenta de que yo tenía razón, aunque su tozudez
le impidiera admitirlo. Pero al mismo tiempo no quería decepcionar al culto ese
al que pertenecía, y se sintió atrapado en una encrucijada de la que pudo
escapar de la única forma posible: arrebatándose la vida.
_ ¿La pistola era suya?
_ Sí. Tenía todos los papeles en regla. Era legítimo
usuario.
El capitán Riestra liberó al señor Dalmiro Dellmans de la
presión del interrogatorio y se reunió con Dortmund y conmigo.
_ Francamente, no me cierra la idea del suicidio_ declaró
el inspector, obstinado.
_ Dortmund_ dijo Riestra._ La puerta estaba cerrada por
dentro, el hijo de la víctima atestiguó haber llegado y haber golpeado la
puerta insistentemente, los vecinos con los que hablamos lo certificaron,
puerta cerrada por dentro, forzada para entrar por la preocupación del señor
Dalmiro Dellmans. A su vez, el señor Renato Dellmans estaba solo al momento de
su muerte… ¿Cómo justifica el asesinato en este contexto, Dortmund? Es
técnicamente imposible. Admita que por
primera vez se equivocó.
_ ¡Eso jamás! Nunca me equivoco y esta no es la excepción
a la regla.
_ Convengamos que el motivo que el hijo del interfecto
esgrimió para justificar el trágico desenlace de su padre es altamente factible
y suena muy verosímil_ intervine.
_ Coincido con usted, doctor_ me apoyó Riestra.
_ ¡Pues, los dos se equivocan, caballeros!_ refunfuñó
Sean Dortmund, enfáticamente.
Con Riestra apelamos al silencio y dejamos que Dortmund
experimentara según los dictámenes de su intuición. Revisó la casa en toda su
dimensión minuciosamente, examinó con ojo clínico la puerta de entrada y
reconstruyó hasta el hartazgo la secuencia desde que el señor Dalmiro Dellmans
se apersonó hasta que derribó la puerta e hizo el hallazgo del cuerpo de su
padre. Cuando concluyó, se quedó
reflexionando.
_ Dortmund_ dijo Riestra con tacto._ Me apena insistir en
la idea del suicidio. Pero dese cuenta de que no cabe otra alternativa posible.
_ Se equivoca usted en eso, capitán Riestra_ proclamó
Sean Dortmund con brillo en sus ojos._ Hay una última y única alternativa
posible.
Riestra y yo lo miramos con desconcierto e incertidumbre.
_ Que el propio señor Dalmiro Dellmans haya asesinado a
su padre, el señor Renato Dellmans_ infirió el inspector con soberbia y
templanza._ El señor Dalmiro Dellmans sabe que indefectiblemente va a perder la
casa de su padre, la que por herencia le corresponde, porque la decisión del
señor Renato Dellmans de concedérsela a la secta religiosa a la que él
pertenece está tomada y es irrevocable. Dalmiro Dellmans intenta disuadir a su
padre de cambiar de parecer, pero sus intentos concluyen en rotundos fracasos
que paulatinamente despiertan un sentimiento de irascibilidad dentro de él. Y
cuando el señor Renato Dellmans lo llama por teléfono sólo para confirmarle que
va a poner las escrituras de la propiedad a nombre de la secta y que además las
escondió en un lugar imposible de descubrir según sus propias palabras, ese
sentimiento de irascibilidad colapsa y al señor Dalmiro Dellmans lo empieza a
habitar un grave deseo de venganza. Sabe
que su padre guarda una pistola. Viene hasta su casa con la excusa de hablar,
su padre le abre, él entra, discuten, el señor Dalmiro busca la pistola, mata a
su padre, prepara la escena, sale, cierra con llave, golpea la puerta y llama a
su padre preocupado para despertar el interés de algún vecino que pudiera estar
escuchando para ganarse su complicidad, derriba la puerta, devuelve las llaves
a su lugar de origen e inmediatamente llama a la Policía. Sus ganas de buscar
las escrituras de la casa lo carcomen, pero contiene la avidez para no quedar
expuesto. Y confía en el ingenio de los investigadores para hallar las
escrituras de la casa para posteriormente hacerse de ellas mediante algún
artilugio.
_ Vaya, Dortmund_ profirió el capitán Riestra en un tono
que mediaba entre la admiración y el estupor.
_ El señor Dellmans no debe confiar en el ingenio de los
investigadores para hallar las escrituras, sino en el mío.
La vanidad era una virtud de la que el inspector jamás
desistía.
Pensó en profundidad por unos cuantos minutos, hasta que
se le ocurrió una idea que sonaba descabellada a primera vista. Le pidió al
capitán Riestra que se parase al lado de la chimenea y le pidió a otro oficial
al azar que moviese las manecillas del reloj de pared que había en la sala
principal de la casa y marcase las 15 horas. Todos, unos más confundidos que
otros, nos quedamos enmudecidos cuando contemplamos que las 15 horas del reloj
activó un mecanismo que abrió un cajón secreto de la chimenea en cuyo interior
estaban escondidas las escrituras de la vivienda.
_ ¿Cómo… cómo…?_ dijo Riestra boquiabierto y
tartamudeando.
_ Me pareció muy raro que el señor Renato Dellmans le
dijera a su hijo que “ni aunque estuviese
quince horas seguidas buscando sería capaz de encontrarlas”. Es una frase
muy poco común, muy elaborada para ser una simple frase comparativa. Y entonces
tuve la ocurrencia del reloj.
La teoría de Dortmund resultó ser cierta y Dalmiro
Dellmans, después de confesar el asesinato de su padre, fue puesto a
disposición de la Justicia.
_ ¿Por qué el señor Dellmans le diría en clave a su hijo
dónde ocultó las escrituras de la casa?_ le pregunté curioso a Dortmund, una
vez de nuevo en nuestra residencia.
_ Quizás por presión, por culpa… ¿Quién sabe?_ me
respondió el inspector, en tono indiferente.
_ Lo que sí podemos saber con certeza es que el señor
Renato Dellmans era un fanático de los relojes y de las historias de ciencia
ficción.
_ Tiene usted toda la razón en eso, doctor. Por eso creyó
la historia que le contaron en la secta religiosa a la que pertenecía.
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