miércoles, 3 de marzo de 2021

Detective de artificio / Ruidos molestos

 


Sergio Migliore era el nombre del cliente que estaba sentado frente a León Betancourt en esos momentos. Era un hombre de aspecto intrigante, mirada penetrante y vestido a la vieja usanza. Miró a Betancourt fijamente por unos segundos y fue al hueso del problema sin rodeos.

_ Mi problema es muy común ya que lo padecen el 90% de las personas que viven en edificios_ dijo con sólido raigambre.

Sergio Migliore tenía una voz firme que trasmitía mucha seguridad en cada una de sus palabras.

_ ¿90%?_ indagó Betancourt con fingida sorpresa._ ¿Es usted estadista o algo por el estilo, Migliore?

Hubo cierto ápice de ironía en la última pregunta, que León Betancourt advirtió enseguida que a su cliente no le había caído nada bien,  y puso paños fríos a la situación con acabada inmediatez.

_ Era una broma nada más, para que entre en confianza_ aclaró el detective con amabilidad y simpatía._ Es que me da la impresión de que está bastante tenso. Relájese y cuénteme su problema con total confianza, por favor.

_ No es tensión precisamente lo que tengo, Betancourt_ elucidó con denostada nerviosidad, Sergio Migliore._ Es cansancio, sueño… ¿Sabe usted lo que significa no dormir por noches y noches enteras? ¿Lo sabe usted? ¿Sabe lo que es también no tener paz la mayor parte del día que estoy en mi casa encerrado trabajando?

_ Si su problema es la falta de sueño, le aclaro que no soy médico. Le recomiendo en ese caso visitar a un especialista en el tema.

_ Mi problema, Betancourt, es el motivo de mi falta de sueño. ¿Me comprende usted?

_ Perdóneme, Migliore. ¿Adónde quiere llegar?

Sergio Migliore estaba ofuscado y exhaló un suspiro de resignación.

_ ¡No puedo dormir por culpa de la insoportable de mi vecina! ¿Me comprende ahora o quiere que se lo traduzca con subtítulos?_ expresó casi en un alarido incontenible.  

León Betancourt se sintió ofendido por esto último y escrutó a su cliente con elocuente tenacidad.

_ Perdóneme el exabrupto, _ se disculpó Migliore._ Es que no poder dormir me pone bastante nervioso y no puedo controlar los impulsos.

_ Despreocúpese_ repuso el detective con premura._ Imagino que ya optó por recurrir a la solución más directa.

_ ¿Cuál? ¿Hablar con ella? Ya lo intenté hacer millones de veces y me cierra la puerta en la cara la muy maleducada. Además, creo que le debe el alquiler al propietario, se atrasa para pagar, paga fuera de término… Es un cachivache la pendeja esa.

_ Los problemas que ella mantenga con el dueño de la unidad son pura y exclusivamente de ellos dos. Usted vino a consultarme por otra razón, Migliore.

_ Sí, sí, ya sé. Perdóneme, Betancourt. La falta de sueño. No estoy pensando con claridad.

_ ¿Expuso su tema en las reuniones de consorcio?

_ Sí. Pero no pueden hacer nada porque el administrador no quiere hacer nada. Así de sencilla es la cosa. Pasa eso en todos los consorcios habidos y por haber. Los propietarios contratamos a un buen administrador para que organice y mantenga el orden del consorcio y eso es lo que menos hace. De no creer. Con lo que cobran encima… Dan ganas de matarlos.

_ ¿Su vecina se presenta a las reuniones?

_ No. Está trabajando. No tiene tiempo para estas cosas porque ni siquiera le interesan porque el departamento no es suyo. Porque sabe además que si se viene, la vamos a hacer bolsa. Y tiene el rabo metido entre las patas.

_ ¿Y el dueño del departamento? ¿Habló con él?

_ Está ocupado con sus cosas. Dijo que iba a ocuparse del tema en cuanto tuviera disponibilidad. Pero tiene otras obligaciones que le insumen tiempo. No corta ni pincha acá.

_ ¿Y esos ruidos molestos que lo perturban constantemente y le limitan el sueño, qué son exactamente?

_ De su trabajo.

_ ¿Su vecina hace demasiado ruido mientras trabaja y eso a usted le molesta y no le permite dormir adecuadamente?

_ Directamente, no me deja dormir, Betancourt, que es muy distinto a no dormir adecuadamente.

_ Si seré curioso, ¿de qué trabaja su vecina?

_  ¿Se lo digo de forma educada o de forma coloquial? ¿Cómo prefiere?

_ Como le salga a usted decírmelo, Migliore.

_ Es trabajadora activa sexual y el departamento, que está justo pegado al mío, es su lugar de trabajo 24 por 7 los 365 días del año. ¿Quiere la manera coloquial también? Es prostituta y los tipos se la cogen todo el tiempo a toda hora. ¿Sabe cómo estoy de sus gemidos, de los golpes que le da a la pared, a mí pared? ¿De ver entrar y salir desconocidos constantemente? Tiene cero consideración y cero dignidad, además.

Betancourt lo contempló con cierta afición.

_ Me imagino que no debe ser nada placentero_ agregó en tono jovial.

_ Por supuesto que no lo es. Ahora bien, vayamos a lo importante. ¿Qué va a hacer para ayudarme?

_ Despreocúpese, Migliore. En dos días, su vecina va a abandonar la morada por unas semanas, en las que usted va a poder recuperar todas las horas de sueño perdido. Ella va a volver, porque confío en que no tiene un lugar propio donde instalarse, pero ya no va a ser una preocupación ni para usted ni para nadie. Va a volver totalmente renovada, seguramente con un empleo decente y va a dejar de producir esa clase de ruidos molestos que a usted tanto lo perturban. Con justificada razón, claro. Cuando retome, estoy convencido que va a ser una mujer enteramente nueva. Y usted un hombre renovado porque estos cambios van a impactar positivamente en sus hábitos de rutina.

_ Muy lindo lo que me plantea. Parece un cuento de hadas. Pero lo dice como si fuera fácil.

_ Realmente lo es, aunque usted no lo crea.

_ ¿Y cómo va a hacer todo eso que me dijo?

_ La voy a persuadir bajo engaños para asustarla. No soy yo solo, si eso pensaba. Tengo un montón de gente que trabaja conmigo. Amigos, conocidos y personas que me deben favores. Somos un gran equipo y una sola mente brillante: la mía.

_ ¿La va a persuadir bajo engaños para que sola abandone el departamento? ¿Me está cargando?

_ Es psicología pura, Migliore. Una función que se activa  cuando el guión es bueno y los actores que interpretan la obra son convincentes cuando la ejecutan.   

_ Espero no arrepentirme por confiar en usted.

_ Estoy totalmente seguro que no va a arrepentirse. De todos modos, en este negocio no hay reembolso. No es necesario. Mis estrategias son tan infalibles como irreversibles. Si quiere, tengo una casa en la que puede quedarse durante estos dos días para poder descansar tranquilo. Y además, porque lo necesito lejos.  Después hablamos del tema de los honorarios una vez terminado el trabajo. ¿Alguna duda, Migliore?

Sergio Migliore miró a León Betancourt con hostilidad.

_ No. Me quedó todo más que claro. ¿Dónde queda esa casa que me ofrece?_ agregó con renuencia y algo fastidioso.

_ Cerca de acá. Uno de mis colaboradores lo va a acompañar gustoso. Y no se preocupe, que su estadía ahí no la voy a incluir en mis honorarios.

_ Sería el colmo.

_ Una última cosa, Migliore. El nombre de su vecina, domicilio y departamento, por favor.

_ Se llama Cristina Guercio. No sé si es su nombre real o no. Y la dirección es…

Sergio Migliore le concedió los datos a Betancourt.

_ Muy bien. Por ahora, es todo. Espere afuera que le voy a asignar a un colaborador mío para que lo acompañe a la casa que le mencioné.

 Y se retiró renuente a aceptar que el detective pudiera tener éxito. Era claro que había accedido a consultarle porque después de todo no disponía de ninguna otra solución efectiva y concreta. Y esta era la última opción a la que podía recurrir. No perdía nada con arriesgarse y probar.

Una vez que abandonó definitivamente el despacho de Betancourt, el detective reunió a algunos de sus colaboradores, entre amigos y conocidos, y les dio expresas órdenes a cada uno del rol que debían desempeñar.

 

                                                                          ***

 

Cristina Guercio era una mujer joven, de estatura mediana,  de aproximadamente  unos 35 años de edad, de aspecto desprolijo pero acorde a su profesión y vestimenta informal. Estaba arreglando la habitación, como lo hacía cada vez que algún cliente se retiraba, y preparándose para recibir al siguiente. Era nuevo y llegó a ella por recomendación de otro cliente que quedó muy satisfecho por los servicios prestados.

Una vez que terminó de arreglar la habitación, lo que no le llevó más de cinco minutos, Cristina Guercio reforzó su maquillaje y su elegancia frente a un enorme espejo que tenía anclado en el centro del cuarto.

Mientras repasaba su imagen en el espejo por si debía corregir algún detalle por más insignificante que fuese, tocaron el timbre. Se acomodó el pelo a las apuradas y corrió a abrir. El nuevo cliente se llamaba Fabricio y había llegado puntual.

Ella lo recibió con calidez, amabilidad y una gran sonrisa desplegada en su boca. Fabricio era un hombre atractivo, de carácter definido y de buenos modales. Inicialmente,  hablaron para relajar y poder conocer un poco más en profundidad al hombre con el que en breve iba a acostarse, al que además tenía que complacer un cien por ciento si quería conservarlo y sumarlo a su cartera de clientes habituales.

La charla se empezó a difuminar paulatinamente en un acto de besos y caricias apasionadas hasta que concluyó en lo que resulta obvio. Estuvieron una hora, el cliente pagó y se fue, con promesa de volver en cualquier momento. Cristina Guercio se quedó muy contenta con él y él con ella.

Cristina Guercio se cambió, se puso una ropa más formal y presentable, tomó la cartera y salió a disfrutar un poco de la noche. Al regresar, encontró su departamento completamente desordenado y con la puerta a media abrir. Se asustó, entró en pánico y llamó a la Policía.

Unos quince minutos después, un patrullero se acercó hasta allá y dos oficiales la interrogaron al respecto de lo sucedido.

_ ¿Sabe si se llevaron algo?_ le preguntó uno de los oficiales, mientras el otro requisaba el piso.

_ No. A simple vista, no se llevaron nada. Parece que está todo_ repuso Cristina Guercio, visiblemente alterada y preclaramente inquieta.

_ ¿Tiene idea de lo que buscaban?

_ No. Para nada, oficial. Esto me desconcierta terriblemente.

_ ¿No guarda objetos de valor?

_ Soy una humilde trabajadora, oficial. No poseo nada que cotice en dólares ni mucho menos en euros. Mis ingresos son los esenciales para vivir lo justo y necesario todos los meses. No soy millonaria. Entienda eso, por favor.

_ Se lo pregunto porque es mi obligación. Y como tal, tengo que descartar todas las teorías posibles. Dígame otra cosa. ¿Tiene idea de quién pudo hacerle esto?

_ No. En absoluto.

_ ¿Segura? Piense bien. Algún problema que haya tenido con alguien en las últimas semanas…

_ No, oficial. Ya le dije que no.

_ Sin embargo, es más que claro que la persona que irrumpió ilegítimamente en su propiedad conoce todos sus movimientos. Por eso atacó durante su ausencia.

_ Sinceramente, no sé nada de todo esto.

El oficial observó vacilante a Cristina Guercio por una fracción de segundos, mientras ella permanecía de brazos cruzados y con la mirada esquiva  hacia el piso.

_ ¿No notó movimientos extraños durante estos últimos días ni nadie que la vigilara?_ continuó indagando el oficial.

_ Nada fuera de lo habitual, oficial. Ojalá pudiera decirle más_ repuso Cristina Guercio, compungida y afectada.

_ ¿Encontraste algo, Altamirano?_ le gritó el oficial a su compañero.

_ Todo está en orden_ repuso aquél, saliendo del departamento.

El oficial volvió a dirigirse a Cristina Guercio.

_ Le dejo mi tarjeta. Si vuelve a ocurrir un episodio similar o si nota algo extraño o recuerda algo que nos pueda ser de utilidad, llámeme por favor_ y le extendió su tarjeta personal.

Ella la recogió amablemente pero con desconfianza.

_ ¿Cómo sigue la cosa?_ quiso saber Cristina Guercio.

_ Con mi compañero vamos a labrar un acta que le vamos a hacer llegar a la Fiscalía para que tenga el caso en consideración. En estas condiciones, no podemos hacer nada más por ahora. Si llega a ocurrir un evento nuevo, podemos avanzar. Pero si no, no.

_ ¿Un evento nuevo? ¿O sea, que me maten, digamos?

_ No sea tan dramática, señora, por favor. Entienda que esto es así.

_ Entiendo que esto es así. Por supuesto que es así. En Argentina hasta que no te matan o no te muelen a palos o te dejan en coma, no se puede hacer nada. La corrupción al servicio de la burocracia. Nunca del lado del ciudadano honesto que paga rigurosamente sus impuestos todos los meses. Impuestos que encima no son nada baratitos. Y no soy señora. Soy señorita.

_ Ahora, vuelva adentro y trate de descansar, ¿sí? Buenas noches.

_ Hasta luego, señora_ se acopló al saludo el oficial Altamirano.

Y los dos abandonaron la morada. Cristina Guercio los vio irse con hostilidad y desprecio.

_ Te dije que soy señorita, la puta que te parió_ murmuró en voz baja, ofuscada.

Mientras los oficiales bajaban por el ascensor, se desprendieron de sus uniformes y se vistieron con ropa informal. Al salir a la calle, vieron que dos oficiales que recientemente habían arribado al lugar estaban a punto de tocar en el piso de Cristina Guercio, precisamente.

_ Buenas noches, oficiales_ dijo quien auspició del oficial Altamirano._ ¿Vienen por el llamado que hizo la señora del 6ºA?

_ Así es, caballero_ respondió uno de los oficiales._ ¿Usted quién es? ¿Sabe algo al respecto de lo ocurrido?

_ Sí. Fue todo un malentendido por parte de mi esposa, oficial. Le pido mil disculpas. Bueno, de mi ex esposa, mejor dicho. Nos separamos hace unas semanas y yo dejé algunos efectos personales míos acá. Le avisé a ella que iba a venir hoy a buscarlos y se ve que no se acordó. Cuando yo vine, ella no estaba, yo entré, revolví un poco algunos cajones porque no encontraba algo mío, que no sabía dónde ella me lo había guardado y me fui. Y como la puerta está media fulera, se ve que al salir, no cerró bien, quedó un tanto abierta, ella la vio así, se asustó y bueno, los llamó a ustedes.

Los dos oficiales miraron a los otros dos con desconfianza y renuencia.

_ ¿Quién es el caballero que lo acompaña?_ preguntó el mismo oficial, imponiendo su autoridad.

_ Soy el hermano de la señora en cuestión_ respondió el cómplice que hiciera de oficial que interrogó a Cristina Guercio._ Mi hermana me llamó enseguida cuando encontró la casa así y como vivo a un par de cuadras de acá nada más, vine enseguida. Y bueno, cuando llegué, los encontré a mi hermana y a este caballero discutiendo. Inmediatamente me aclararon lo ocurrido.

_ Como ven, oficiales, fue todo un triste y lamentable malentendido. Les pedimos mil disculpas por hacerlos venir hasta acá.

Los verdaderos policías volvieron a mirar a los otros dos con desconfianza por unos instantes hasta que finalmente cedieron y le dieron crédito a la versión que les expusieron.

_ La próxima vez cerciórese antes de dar aviso al 911. Recuerde que este tipo de llamados constituyen un delito y pueden terminar procesados y detenidos. Buenas noches_ dijo el oficial de mayor jerarquía de los dos.

_ Lo vamos a tener en cuenta para otra ocasión. Buenas noches.

Y los dos oficiales se subieron al patrullero, anunciaron por el radio la falsa alarma y se retiraron. En tanto, los otros dos se relajaron y respiraron profundo.

_ Menos mal que León está en todo, eh_ dijo uno de ellos._ Sino, estamos sonados.

_ Casi no la contamos. Pero por suerte los oficiales se creyeron el cuento que les vendimos.

_ Necesito una buena cerveza para bajar.

_ Tuviste una estupenda idea. Conozco un bar a tres cuadras de acá. Vamos, yo invito.

Esa noche Cristina Guercio estuvo sin poder pegar un ojo en toda la noche. Estuvo intranquila y daba vueltas permanentemente en la cama.

Se levantó a las 8:30, una hora y media antes de lo habitual. Desayunó algo nerviosa y enseguida tuvo un extraño presentimiento que la empujó a mirar por la ventana. Al asomarse, vio un auto negro con vidrios polarizados estacionado enfrente del edificio, sobre el que tuvo la impresión que la estaba vigilando.  Permaneció parada al lado de la ventana por un largo rato hasta que llegó el primer cliente del día. Y durante el tiempo que permaneció mirando hacia la calle, el auto en cuestión no se movió para nada. Lo vidrios polarizados no dejaban ver si había ocupantes a bordo o no.

Después de que llegara el primer cliente, empezaron a llegar los otros y su día fue uno más como los habituales. Y por largas horas borró el asunto del intruso y del coche de su cabeza.

Cerca de las 21:45 se retiró el último cliente del día. Terminó de acomodar algunas cosas y de ordenar mínimamente el departamento, se preparó un té y volvió a asomarse por la ventana para contemplar la noche. Y lo volvió a ver. El mismo coche negro de antes. E igual que antes, Cristina Guercio fue invadida por la misma sensación de angustia y pánico.

Repentinamente, dos hombres armados descendieron del vehículo, alzaron la cabeza hacia su departamento, señalaron la ventana y emprendieron la marcha.

Cristina Guercio ahora sí estaba realmente aterrada y su vida corría serio peligro. Corrió desesperada a agarrar unas cosas, salió del departamento lo más rápido que sus piernas le permitieron y comenzó una desesperada huída escaleras abajo, pero uno de los hombres la interceptó, le tapó la boca con la mano y la volvió a subir casi arrastrándola. Por más esfuerzos que empleó, Cristina Guercio no pudo librarse de su captor, que la superaba ampliamente en fuerza.

El cómplice emergió súbitamente de entre la oscuridad de los pasillos, tomó a Cristina Guercio por el costado contrario por el que la sostenía el otro, la entraron a su departamento, cerraron la puerta con llave y la ataron a una silla. Uno de ellos se paró frente a ella, mientras el otro la tomaba de los pelos por detrás.

_ ¿Dónde está?_ le preguntó el que estaba parado frente a ella, apuntándole con un revólver al medio de la frente.

Cristina Guercio comenzó a llorar y a transpirar de los nervios.

_ No sé de qué me habla. ¡Le juro que no sé!_ proclamó con solemne sinceridad.

_ Sabés muy bien de lo que te hablo. Así que, no te hagas la boluda conmigo, ¿me escuchaste? Te pregunto una vez más. ¿Dónde está?

_ ¡No sé de qué me está hablando!

_ Si me decís lo que quiero saber, va a resultar todo mucho más fácil para vos. Y todos salimos ganando. Pero sino, las cosas se van a poner feas. Y no te aconsejo que se pongan feas, ¿sabés? Así que, te pregunto por tercera vez. ¿Dónde mierda está? ¿Dónde carajo lo guardaste? ¡Hablá!

Pero Cristina Guercio no dijo ni una sola palabra y miró al agresor con súplica y piedad. El tipo, nervioso, sacó del bolsillo de su campera de cuero una fotografía y se le enrostró en la cara.

_ ¿Lo conocés, eh? ¿Lo conocés? ¿Te acordás de él? Vino ayer a la tarde. Cliente nuevo. Lo dejaste contento. ¿Te acordás o no te acordás?

Cristina Guercio asintió con la cabeza, temerosa.  

_ A este traidor de mierda lo tenemos nosotros. Él tiene algo que no le pertenece y nos dijo, después de torturarlo atrozmente, que ese algo lo dejó acá. Que vino para eso, nada más. En resumidas cuentas, te usó y encima te metió en un lindo quilombito. Así que, ahorrate el sufrimiento al que lo sometimos a él y decinos dónde mierda está la libreta. Ayer vinimos, revolvimos toda la casa y no la encontramos por ningún lado. ¿Dónde la escondiste, tarada? Hablá porque se me está agotando la paciencia. Y cuando se me agota la paciencia, no respondo de mis actos. No sé si soy claro.

Esperó unos segundos pero ella no dijo nada.

_ No va a hablar porque no sabe_ dijo el otro, el que la sostenía de la cabellera.

_ Peor para ella, entonces.

_ ¿Qué hacemos?

_ Obligarla. No nos deja alternativa.

Exasperado, le apoyó el revólver en medio de la frente, manteniendo el dedo firme en el gatillo. Cristina Guercio intensificó su llanto y cerró los ojos con ruego y temor. Liberó el precinto y se oyó el giro del tambor. La bala se acomodó para salir disparada.

_ Pará. Si la matás, no vamos a saber nunca dónde tiene la libreta con todos los nombres de los clientes y las transacciones.

_ ¿Y para qué la vamos a mantener viva si no sabe y nos hace perder el tiempo? La liquidamos y buscamos tranquilos la libreta y listo.

_ Las órdenes fueron explícitas: dejarla viva. No te mandes una cagada de la que después te arrepientas.

_ Hablá por los dos porque vos estás conmigo. Y si yo la ligo, vos la ligás conmigo. ¿Te quedó claro?

_ Pará. Las órdenes…

_ ¡Las órdenes me las pasó por el quinto forro de las pelotas! ¡Esta mina ya me hartó!

Cristina Guercio estaba preparada para recibir el disparo que terminaría con su vida. Pero algo inesperado ocurrió. Un hombre desconocido irrumpió con violencia en la propiedad y se abalanzó de lleno contra el primer hombre, el que le estaba apuntando con el revólver a Guercio. Hubo un tremendo forcejeo cuerpo a cuerpo que duró lo suficiente hasta que el bandido quedó malherido, tirado en el piso, gimiendo de dolor. Cuando aquél valiente caballero quiso ir por el otro, ya se había fugado.

Desató rápido a Cristina Guercio, la ayudó a reponerse y la llevó hasta la puerta del departamento.

_ Váyase ya. Mientras el otro tipo esté suelto, su vida corre serio peligro_ le dijo._ ¿Tiene dónde ir?

_ No_ respondió ella, aturdida._ ¿Quién es usted? ¿Qué está pasando? ¡Me voy a volver loca!

_ Mi nombre es Gustavo Ferradas, soy detective de la División Narcóticos de la Policía Federal_ y exhibió su placa muy por encima._ Vengo siguiendo a esta gente desde hace mucho. Logramos infiltrar a uno de nuestros hombres en esta organización. Pero cuando sospechó que iban a descubrirlo, se asustó y ocultó la evidencia en un lugar donde creyó que no la podrían encontrar y de donde a su vez sería fácil recuperarla. Y ese lugar fue su casa. No contábamos con que ellos iban a seguirlo hasta acá. Lo importante ahora es su seguridad. Es imprescindible que se mude temporalmente hasta que hayamos capturado hasta el último hombre de esta peligrosa banda. ¿Le dijeron algo mientras la mantuvieron cautiva?

_ Me preguntaron por una libreta. Pero no sé a qué libreta se refería.

_ A una libreta que contiene en detalle todas las transacciones de los últimos quince años y que contiene además los nombres de todos los clientes que adquirieron la mercancía. Si cae en manos equivocadas, puede significar el fin para ellos, porque como podrá darse cuenta, contiene información muy valiosa. Por eso están desesperados en recuperarla lo antes posible. ¿Está bien? ¿La lastimaron?

_ Bastante asustada todavía. Pero bien, gracias a Dios.

_ Uno de mis hombres la va a llevar a un lugar seguro donde va a poder quedarse todo el tiempo que sea necesario hasta que esto se termine definitivamente. Una vez que eso ocurra, yo la voy a contactar y va a poder volver a su departamento. Entienda además que es evidencia fundamental para la causa. Seguramente, mañana vengan los peritos a trabajar cuando demos intervención al Juzgado de turno a primera hora de la mañana.

_ Está bien, entiendo agente. ¿Voy a estar sola?

_ Va a tener custodia las 24 horas y el agente que se quede con usted va a estar a su entera disposición para lo que necesite. ¿Está bien?

Cristina Guercio hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Estaba más relajada, aunque todavía bastante asustada por el mal momento que le tocó vivir.

El detective Ferradas le hizo un gesto a uno de los oficiales que esperaba fuera de la morada para que se acercara.

_ Encargate de llevar a la señora…_ le indicaba Ferradas al oficial, cuando Cristina Guercio lo interrumpió.

_ Señorita, por favor. Soy señorita todavía_ aclaró ella, amablemente.

_ Me disculpo por el error. Llevá a la señorita a donde ya sabés y quedate con ella hasta que vaya tu relevo.  Y cuando salgas, mándame a Oviedo para que me ayude a llevarme detenido a este imbécil que agarramos.   

_ Muy bien.

Cristina Guercio le esgrimió una sutil sonrisa a Ferradas y se fue acompañada por el oficial encargado de custodiarla. Ferradas se asomó con discreción y cuando vio que se habían alejado definitivamente del lugar, volvió a ingresar al departamento y ayudó a levantarse al malviviente.

_ ¿Estás bien, Javier?_ le preguntó Ferradas, quien no era otro que León Betancourt.

_ Sí, León, estoy bien. Igualmente, la próxima que finjamos una situación como esta, tirate encima de mí con mayor delicadeza. Tu caída me fulminó.

_ Perdoná. No me di cuenta. Lo importante es que Guercio se fue realmente asustada. La convencimos perfectamente. Montamos un buen engaño.

_ De eso no hay dudas. ¿Pero era necesario tanto? Pobrecita, ¿viste lo asustada que estaba? Realmente pensó que Pablo la iba a matar.

_  Era la única manera segura y efectiva de que se fuese del departamento. Va a volver, desde luego. Pero totalmente renovada, después de esta experiencia que le hicimos vivir. Llamá a la oficina y decile a Germán o a quien te atienda, que le avise a Migliore que ya mañana a la mañana puede retornar a su hogar sin problemas. Y, otra cosa, Javier.

_ ¿Qué, León?

_ No sobreactúes tanto la próxima. Pablo estuvo moderado, pero vos… Tranquilo. Más moderado. No exageres. Sólo más relajado y más natural la próxima vez. Nos vemos mañana en la oficina. Buenas noches, Javier.  Cerrá con llave al salir y guardala bien, que mañana se la tengo que devolver al dueño.

Y se retiró del departamento totalmente disoluto.

_ Buenas noches, León_ devolvió el saludo su colaborador. Y lo vio alejarse con indignación por la crítica que le había hecho a su actuación.

 

                                                                            ***

 

Cuando Sergio Migliore arribó a la oficina de León Betancourt a la mañana siguiente, se llevó una gran sorpresa al ver que también se encontraba presente Luis Orozco, el propietario del departamento en cuestión.

_ ¿Qué hace usted acá?_ le preguntó Migliore con estupor.

_ Vine a que me devolvieran la llave del departamento_ replicó Luis Orozco con culpa pero indiferente.

_ ¿Usted sabía de esto entonces? Y pensar que nunca atendió a mis reclamos cuando quise comentarle lo de su inquilina ejemplar…

_ El señor Orozco se enteró recientemente lo que pasaba en su departamento_ intervino con autoridad, León Betancourt._ Él me consultó porque Cristina Guercio no le pagaba nunca a término el alquiler y eso le estaba trayendo problemas con la administración del consorcio. Siempre le metía pretextos, desobedecía sus indicaciones, no cuidaba demasiado el inmueble…Y como legalmente no se la podía intimar ni expulsar del edificio, entonces vino a verme a mí en busca de una solución definitiva al problema. Y usted Migliore, vino a consultarme inmediatamente después que el señor Orozco. Como quien dice, maté dos pájaros de un solo disparo. Solucioné dos problemas con una misma estrategia. Ahora, señores, vayamos a lo importante, que es el tema de mis honorarios. ¿Cómo se van a dividir los gastos?

Sergio Migliore y Luis Orozco se miraron entre sí con dudas y estupor y luego desviaron la mirada hacia León Betancourt, que los observaba con soberbia y a la vez expectante, esperando una pronta respuesta al dilema.

Germán interrumpió en esos momentos.

_ ¿Qué pasa, Germán?_ le preguntó Betancourt.

_ El caso Tolosa está resuelto ya_ repuso aquél con satisfacción.

_ Recordámelo.

_ El de Julieta Tolosa, la chica que fue contratada por la financiera y cuando se presentó a trabajar, le dijeron que se volviese porque el puesto se lo habían asignado a otra persona, casualmente un conocido del gerente. Un acomodado, digamos.

_ Sí, sí, ya me acuerdo del caso. ¿Cómo lo solucionaste?

_ Como el empleado en cuestión era fanático de las promociones y se comía cualquier verso y probaba todas esas cosas que le ofrecían por más inútiles que fuesen, le envié una invitación gratis a un spa como parte de un paquete promocional para atraer a nuevos clientes, el cual incluía sesiones de masaje gratuitas. Nada más que como nuestro masajeador es un hombre fornido y que no mide la fuerza lo suficiente, le dejó a nuestro hombre servido en bandeja al servicio de traumatología del hospital de Clínicas. Un par de traumatismos leves, dolores musculares intensos, problemas de articulación, que se arreglan con hielo y kinesiología, nada grave. Seis meses de rehabilitación y reposo, mínimo. No puede ir a trabajar, es una pena. Así que, la volvieron a llamar indefectiblemente a Julieta Tolosa, nuestra cliente.

León Betancourt dejó escapar una sonrisa de satisfacción.

_ Muy bien, Germán_ repuso el detective.

Sergio Migliore y Luis Orozco volvieron a mirarse entre sí, esta vez con mayor estupor y sorpresa. Betancourt los volvió a mirar.

_ ¿Y bien, señores? Estoy esperando una respuesta_ los intimó León Betancourt.

 

                                                                             ***

 

Pasaron dos meses y medio hasta que a Cristina Guercio le avisaron que podía volver a su departamento porque el peligro ya había pasado.

_ Desarticulamos a la banda por completo_ le dijo León Betancourt bajo el rol del detective Gustavo Ferradas._ Los tenemos a todos. Fue un arduo trabajo, pero rindió sus frutos. Puede volver a su vida anterior.

Pero en esos dos meses y medios, Cristina Guercio había hablado con varias personas y había pensado muchísimo. Y decidió dejar la prostitución de lado, de una vez y para siempre. Ahora trabajaba como administrativa en una prepaga en Capital Federal, pagaba el alquiler a término todos los meses y logró convertirse así en una inquilina ejemplar.

Y pese a todo, en esos dos meses y medio que pasaron, Betancourt seguía esperando que Sergio Migliore y Luis Orozco acordasen los términos del pago de sus honorarios.  

 

 

 

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