Nuestro buen amigo, el capitán Riestra, recordaba muy a flor de piel la ocasión en la que perdió una apuesta contra Dortmund al desafiarlo a aquél a que no resolvía un caso en menos de tres horas, lo que resultó un error fatal por parte del capitán ya que Sean Dortmund sí logró resolver el caso eficazmente en ese lapso y se hizo acreedor de la módica suma de 5000 australes.
Al encontrarse al frente de este particular caso, donde un interno de un geriátrico de Luján fue asfixiado hasta la muerte, Riestra pensó que Dortmund podía resolverlo en menos de una hora. Supuso que no revestía una complejidad mayor para él, dado el contexto y las circunstancias del caso, así que no tardó en ponerse en contacto por teléfono con él. A diferencia de la vez anterior, no apostó ni medio centavo.
Mi amigo aceptó encantado el caso y se dirigió de inmediato a la escena del crimen. La lista de sospechosos había sido reducida por los investigadores a siete personas: cuatro residentes, dos enfermeras y un familiar, que se encontraba visitando a su madre al momento del asesinato.
El inspector descartó, en primera instancia, al familiar que ocasionalmente estaba de visita por no tener nexos comprobables con la víctima en cuestión, la cual era una mujer de 83 años que se llamaba Elsa White. Sin familiares, sola en el mundo.
Dortmund revisó el cuerpo y la escena minuciosamente, para luego entrevistarse con los ahora seis sospechosos y estudiarlos detenidamente y a consciencia. Eso significaba que buscaba algo en concreto en uno de ellos, ¿pero, qué?
_ Busco a alguien de su misma nacionalidad_ proclamó Dortmund triunfante, mientras Riestra lo observaba terriblemente confundido.
_ La víctima era argentina, Dortmund_ refutó el capitán con tacto y sutileza._ Apellido inglés, sí. Pero sangre cien por cien argentina.
_ Error, capitán Riestra._ Y Dortmund le exhibió un pasaporte perteneciente a la víctima._ Este pasaporte estaba muy bien oculto entre sus cosas. Difícilmente pudiera encontrarse si no se aplica la razón y se utiliza adecuadamente la cabeza.
_ No hace falta que presuma, Dortmund. Son dos de sus más ponderadas virtudes.
_ No estoy presumiendo. Al contario. Este pasaporte estaba muy bien escondido para no ser encontrado. ¿Y por qué la señora Elsa White no deseaba que fuese encontrado?
_ No sé. ¿Por qué?
_ Lea, capitán Riestra.
Y obedeció. Se quedó perturbadoramente atónito cuando leyó el verdadero nombre de la víctima y su verdadera nacionalidad. Se llamaba Else Waitt y era alemana.
_ Dada la cuestión de su verdadera identidad_ continuó Dortmund_ y del hecho de que mantuviera el pasaporte oculto en un lugar imposible de hallar, nos hace pensar que mantuvo un fuerte vínculo con el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial.
_ Alguno de los residentes la reconoció y la mató_ dedujo Riestra, espantado por la verdad que el inspector Sean Dortmund sacó a relucir.
_ Exacto. Y ese residente es la señora Divina Franco, cuyo real apellido debe ser Frank.
_ ¿Por qué particularmente ella, Dortmund?
_ Porque cuando entrevisté a la enfermera, me dijo que la señora Franco nunca toma su medicación a horario. Y por lo regular, no respeta tampoco los horarios establecidos del geriátrico. Y el desentenderse del tiempo es una cualidad muy marcada de los alemanes, sobre todo en verano.
_ Y estamos apenas arrancando febrero.
_ Así es, capitán.
_ ¿Por qué? ¿Por qué Divina Franco asesinó a Elsa White?
_ Else Waitt_ corrigió el inspector, modestamente.
_ Yo se los diré con gusto_ interrumpió una figura maciza con dificultades para mantenerse estable con la ayuda de un bastón.
_ Divina Franco, imagino_ dijo Dortmund.
_ Así es, caballero_ repuso la anciana, cariñosamente._ Y veo que usted tampoco es argentino.
_ De alma y corazón, sí. De sangre, soy irlandés.
Antes de comenzar con la explicación del asesinato, la señora Divina Franco se sentó ayudada por los dos hombres en un plácido y mullido sillón.
_ Tal como usted dijo antes_ empezó con su relato, la señora Franco_ mi verdadero apellido es Frank y mi verdadero nombre es Johann. La gente suele confundirse en ese sentido porque cree que el nombre Johann es alemán, pero en realidad es judío. Soy alemana con descendencia judía por parte de la familia de mi madre. Conocí a Elsa o Else, como más les guste, en agosto de 1943. Me dijo que su nombre era otro y yo le creí. Creí que realmente era judía. Qué estúpida fui. No supe la verdad hasta que estuvimos las dos en Auschwitz. Compartimos mucho tiempo juntas. Ella conoció a mi familia, yo a la de ella. No había secretos entre nosotras porque éramos de la misma especie y porque estábamos enfrentadas al mismo peligro. Un día, de camino a Berlín, nos secuestraron y nos llevaron a un campo de concentración en Auschwitz. Rezamos para que no nos hicieran nada. Contrario a eso, me torturaron hasta el cansancio. Pero Else, no tenía signos de haber sido maltratada. Y eso era raro. Y no tardé demasiado en averiguar la verdad. Con ella, supe que mi familia había sido masacrada por los nazis y que nuestro hogar en Israel había sido completamente destruido. No se imaginan lo que sentí en ese momento. La amiga a la que le confié mi vida era una traidora, una aliada del enemigo. Habían ordenado matarme en la cámara de gas, pero los polacos invadieron en ese momento y nos salvaron a todos. Fue un verdadero milagro que eso ocurriese. Desde ese momento, vagabundeé por el mundo. Sabía que muchos alemanes se radicaron acá en Argentina, temerosos de ser capturados por las atrocidades que cometieron contra mi pueblo. Algunos se exiliaron para La Falda, en Córdoba, otros se fueron al sur y unos pocos vinieron para Buenos Aires.
_ ¿Usted vino para Buenos Aires, por qué razón, señora Frank?_ inquirió Riestra apesadumbrado y con la voz casi quebrada.
_ Porque me enamoré de un argentino cuando estuve temporalmente exiliada en Dinamarca para intentar darle un nuevo rumbo a mi vida y empezar de cero. Me prometió una vida digna en Buenos Aires y acepté sin dudarlo. Llegamos al país el 7 de mayo de 1946, nos casamos y tuvimos tres hijos. Los tres formaron sus propias familias fuera del país y por eso me internaron acá. Mi esposo falleció hace cuatro años de una neumonía severa. Pero ellos, los tres, me escriben diariamente. No hay día que no reciba noticias de ellos. Y cuando vi a Else en el mismo geriátrico que estoy yo, recordé todo. Absolutamente todo. Y me sentí tan enojada… Que tomé una almohada, la agarré indefensa y la asfixié con mis escasas fuerzas hasta la muerte. Y me sentí liberada. Sentí una sensación de libertad inexplicable cuando ya estaba hecho, que no se imaginan. Aún persiste en mi mente la incertidumbre de saber si ella me reconoció a mí.
_ Por eso el forense dijo que tardó en morir unos minutos más de los habituales en cualquier caso de asfixia.
_ ¿Qué van a hacer conmigo, señores?
Los ojos de la señora Frank destellaban súplica y misericordia.
_ Nada. Absolutamente nada. Los cargos se levantan. Que tenga buenos días.
Fue muy loable el acto de compasión que el capitán Riestra tuvo para con la señora Johann Frank, alías Divina Franco. Pero lo más relevante fue suponer que finalmente el capitán Riestra había comprendido que el poder de observación en los detalles es sumamente importante y fundamental porque puede ayudar a resolver un caso en cuestión de minutos sin la necesidad de recurrir a ninguna clase de evidencia física.
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