jueves, 29 de abril de 2021

Confesiones homicidas: 3. Confesión en el parque (Gabriel Zas)

 


               

 

_ ¿Puedo sentarme con usted, señorita?_ le dijo una simpática anciana a una mujer de mediana edad que estaba sentada sola en un banco en Parque Saavedra.

_ Sí, abuela, por favor_ le respondió la mujer, gentilmente.

La anciana, con esfuerzo, se sentó, negándose a recibir ayuda de su desconocida compañera de banco.

_ ¿Cómo te llamás, mija?_ rompió el silencio la abuela.

_ Norma. Norma Ávila_ respondió la mujer, afablemente._ ¿Y usted?

_ Camelia. Pero me podés decir Carmelita, como me dicen todos.

_ Qué simpático. Me parece muy dulce Carmelita. De verdad.

_ Me hacés sonrojar como cuando era una piba.

_ ¡Y lo sigue siendo! ¡Mírese!

_ Una piba de 97 años.

Y las dos mujeres sonrieron simpáticamente.

_ ¿Venís siempre acá a Parque Saavedra, querida?_ quiso saber Carmelita.

_ No. Estoy de pasada. Vine a hacer unos trámites por acá cerca y aproveché para descansar un poco.

_ Hacés muy buen, querida. Vos sos muy joven todavía.

_ No se crea, abuela… Perdón. Carmelita.

_ ¿Cuántos años tenés?

_ 49. 49 bien llevados.

_ Parecés más chica.

_ Ay, por favor. Mire lo que soy.

_ No te tires abajo. Te lo digo de corazón. Sos una mujer muy hermosa. Me imagino que tus pretendientes se mueren por vos.

_ No. Soy soltera. El amor no es para mí.

_ ¿Por qué decís eso?

_ Larga historia que no tengo ganas de revivir. Espero no se ofenda.

_ ¡Para nada! ¿Vos sabés que yo a tu edad era igual que vos?

_ ¿Sí? ¿En qué sentido?

_ En venir a dar una vuelta, sentarme un rato a disfrutar del paisaje y del aire libre, ver la gente caminar, trotar, hacer ejercicio, ver a los chicos jugar, a las parejas enamoradas y felices sonriendo.

_ Qué lindo que no haya perdido la costumbre de seguir haciéndolo.

_ Es que Parque Saavedra atesora desde hace 50 años algo invaluable para mí.

_ ¿Ah, sí? Mire usted. ¿Qué es, si se puede saber?

El rostro de la anciana cambió por completo. Relojeó a Norma Ávila con desengaño y vilipendio, e inmediatamente volvió su vista hacia delante.

_ Un cuerpo. El cuerpo de mi marido, para ser más exacta. Lo enterré justo detrás de aquél Olmo enorme que está justo atrás tuyo en diagonal_ y lo señaló discretamente.

Norma Ávila observó a Carmelita de otra manera muy distinta, con algo de miedo y dudas.

_ ¿Es enserio? Porque si es una broma, es de muy mal gusto.

_ Te digo enserio, querida. Lo maté hace 50 años cuando lo encontré en la cama revolcándose con mi mejor amiga de entonces.  A ella le perdoné la vida porque decidí que sería la vida misma la que se vengara por mí. Y lo hizo más rápido de lo que supuse. Falleció a las dos semanas a causa de un desafortunado incidente doméstico. Tropezó y cayó al vacío cinco pisos. No murió en el acto. Estuvo internada en coma inducido tres días hasta que falleció por una falla multiorgánica a causa de los severos traumatismos que la caída le había producido. Todos se creyeron la absurda teoría de la caída accidental. Agonizó durante tres días. Y verla en ese estado fue reconfortante. Y cuando la vi fallecer… No puedo explicarte la felicidad que sentí.

_ Me tengo que ir. Disculpe. Me esperan en otro lado.

Norma Ávila amagó con levantarse e irse, pero la anciana se lo prohibió tajantemente. Y ella, ante el temor de lo que pudiera ocurrir, decidió permanecer en el lugar.

_ ¿No querés saber cómo asesiné al turro de mi marido?_ inquirió Carmelita con insolencia y malicia.

_ No…_ respondió Norma Ávila, pavorosa.

_ Yo te lo voy a contar igual. La verdad, no tenía ni idea de cómo matarlo. Los métodos convencionales me parecían muy arriesgados y no quería terminar mal. Entonces, esperé a que el destino me diese la solución a mi dilema. Y un día me la dio. Llegó hasta mis manos un cuento de Roberto Arlt, en el que un veterinario asesina a su hermana envenenando los cubitos de hielo porque a ella le encantaba tomar el whisky bien frío. No me acuerdo con exactitud el nombre del cuento. Creo que era el asesino casi perfecto, un crimen casi perfecto o algo por el estilo. Te imaginarás que a mi avanzada edad la memoria no es un privilegio del que pueda gozar. Cuestión que el destino fue sabio. Muy sabio. Porque casualmente mi marido se la pasaba tomando whisky todo el día a toda hora. Así que, una tarde que él no estaba en casa porque estaba trabajando, fui a una farmacia que había a seis cuadras de donde vivíamos y compré un frasquito de cianuro. En ésa época era mucho más fácil que ahora comprar cianuro en las farmacias. Volví triunfante a casa, aproveché que él todavía no había llegado de trabajar, abrí la heladera y desparramé el veneno por toda la hielera. Era una Siam antigua de madera, para que te des una idea. Llegó esa noche del trabajo y se tomó dos vasos de whisky bien fríos y cargados… Al tercero no llegó. Como no tenía dónde ocultar su cuerpo y no quería que la Policía me descubriese, lo puse en el baúl del auto, manejé de madrugada hasta acá y lo enterré a la luz de las estrellas en medio de una calma alucinante. Jamás lo encontraron. Para desviar las sospechas de mi persona, denuncié su desaparición aportando datos falsos y una historia falsa, que la Policía y la Justicia ingenuamente tomaron por válidos. Como no lograron hallar nada sólido, cerraron la instrucción del caso al año y medio. Y como pasó mucho tiempo ya, la causa prescribió. Y tengo que procurar que se quede así, porque si encuentran accidentalmente los huesos de mi esposo enterrados, pueden reabrir la causa y a mi edad, que no me queda mucho por vivir, no quiero desperdiciar los años que me quedan en la cárcel. Aunque por mi estado, pueden otorgarme la prisión domiciliaria. Pero no dejo de estar presa. Igual, entre que identifican los huesos de mi esposo positivamente haciéndoles toda clase de pruebas, pitos y flautas, yo ya me fui. Pero quiero estar segura. Por eso vengo todos los santos días hasta acá y me quedo horas y horas sentada vigilando el árbol bajo el que está enterrado mi esposo. Nunca tuve la posibilidad de contárselo a nadie. Y de golpe, aparecés vos. Otra vez el destino se puso de mi lado.

Norma Ávila estaba tremendamente paralizada y shockeada por el relato de una anciana a la que le había tomado cariño y que creyó en apariencia que era totalmente inofensiva. Pero las apariencias engañan. 

_ ¿Por qué me eligió a mí para contarme esta barbaridad, esta crueldad que me acaba de contar?_ indagó temerosa. 

_ Porque no me quedan muchos años más de vida y quiero morirme con el alma liberada, sin culpas ni remordimientos_ respondió la abuela, frívolamente.

_ Para eso está la Iglesia.

_ Dios no existe. La religión es la farsa más grande de la historia universal. La inventaron como pretexto para someter al pueblo a las peores miserias humanas. ¿No se pregunta por qué con toda la plata que tiene el Vaticano no acaban con el hambre en el mundo? ¿Por qué en ninguna de las dos guerras mundiales nadie se atrevió a bombardear al Vaticano? Porque su poder es inmensamente enorme. Es el epicentro de toda la corrupción política que existe en el mundo hoy día. Por eso no voy a la Iglesia.

_ Usted está loca.

_ Para algunas cosas, sí. Puede ser. Pero cuerda para muchas otras.

_ ¿Cómo sabe que yo no voy a ir a la Policía a denunciar todo lo que usted me contó?

_ Porque no te van a creer. Suena tan delirante todo, que no te van a creer.

_ ¿Pero qué pasa si me arriesgo y la denuncio igual? Mire que no me conoce lo suficiente para saber de lo que soy capaz.

_ No lo vas a hacer porque tu conciencia no te lo permite. Es así de simple la cosa. Y porque además sabés muy bien que te voy a pedir algo.

_ ¿Usted pedirme algo a mí?

_ Tal como lo escuchaste, querida.

_ ¿Y de qué se trata, si seré curiosa?

El miedo se le había ido a Norma Ávila. Enfrentaba a Camelia con mayor coraje.

_ Que cuando yo haya abandonado este mundo, vos sigas viniendo a este parque rigurosamente todos los días a cuidar y proteger mi secreto.  

_ ¡Es una barbaridad lo que me pide! ¡De ninguna manera!

_ Si no me ayudás, antes de morir puedo complicar tu existencia seriamente de acá a muchos años. Creeme que realmente te puedo jorobar. Y en forma. Ayudame y te voy recompensar muy bien. No seas tonta, mija.

_ ¿Usted complicarme a mí? ¿De qué manera?

_ ¿Querés averiguarlo, nomás?

Norma Ávila se volvió a sentir presa del pánico, intimidada por la mirada cruel de la anciana.

_ ¿De qué recompensa hablamos, entonces?_ se atrevió a cuestionar sin tapujos, Norma Ávila.

_ Así me gusta_ repuso Carmelita, otra vez en tono amigable._ Como te imaginarás, soy sola. Y no quiero que mis posesiones ni todo mi capital vayan a parar a obras caritativas. Por lo tanto, decidí nombrarte única y legítima heredara de todos mis bienes personales.

Norma Ávila se asombró sustancialmente.

_ Es una locura. ¿De verdad me lo está diciendo?_ cuestionó con plena desconfianza, Norma Ávila.

_ Si no aceptás, ya sabés las consecuencias a las que te atenés_ dijo la anciana, con absoluta frivolidad e indiferencia.

_ Está bien. Como usted guste.

_ Estaba segura de que no me ibas a fallar, querida.

Camelia metió su mano en su bolso tipo monedero y extrajo un papel doblado, que desplegó sobre su regazo a lentos movimientos propios por su edad.  Acto seguido, tomó del interior mismo de su bolso un bolígrafo y se lo ofreció gentilmente a Norma Ávila.

_ Firmá al pie del documento. Yo después lo completo con tus datos y se lo entrego al escribano en mano_ anunció la anciana. Y prosiguió._ Por cierto, mi escribano y el buffet de abogados que contraté para la ocasión están al tanto de todo lo que hablamos. Absolutamente de todo. Así que, espero cumplas con tu palabra de venir rigurosamente todos los días acá al parque a verificar que esté todo en orden y fundamentalmente, de no comentar el asunto con nadie. Porque de lo contrario, como te anticipé antes, va a haber serias consecuencias.   

Norma Ávila se quedó mirando fijamente a la abuela por una fracción de segundos, totalmente horrorizada. Y luego, conteniendo sus impulsos, tomó el bolígrafo con la mano temblándole completamente por el susto y firmó, para seguidamente devolverle  todo el conjunto a la venerable anciana.

_ Y una última cosa_ advirtió Carmelita.

_ ¿Qué?_ replicó con los labios temblorosos y la frente enjutada en sudor, Norma Ávila.

_ Cuando vos estés en el último tramo de tu vida, vas a tener que delegar la protección de los restos del cuerpo de mi esposo y el secreto de mi crimen en alguien más, así como yo acabo de hacer hoy con vos. Andá pensándolo desde ahora.

_ Hace 50 años que ocurrió el crimen. Los huesos de su esposo ya deben estar hechos polvo…

_ ¡No me cuestiones! ¡Claramente no sabés nada cómo funciona nuestro cuerpo! Yo me tomé el trabajo de averiguarlo minuciosamente. Las condiciones climáticas pueden conservar el cuerpo hasta después de 100 años de fallecido. Incluso, después de 80 años, los huesos agrietados aún se conservan hasta 20 años más. Lo último que queda y lo que prácticamente resulta imposible que se deteriore es la dentadura.

_ Y en la dentadura, hay ADN.

_ Muy bien, querida. Veo que sos una mujer inteligente. Por supuesto, el ADN se conserva. Y una mínima muestra, si se llega a descubrir el cuerpo, puede condenarme. Y procuré jurarme que el crimen jamás fuera descubierto. Aún después de que yo haya muerto. Mi marido merece ser totalmente olvidado por lo que me hizo. Merece, simplemente, no existir. Y quiero que eso se mantenga así eternamente.  Preciso que me anotes tus datos personales en un papel para completar el trámite.

Norma Ávila accedió sin remedio alguno a la petición de la mujer.

Carmelita se levantó dificultosamente con la ayuda de su bastón.

_ Cuando yo haya muerto, mis abogados te van a contactar.  Espero que no te olvides de nada de lo que hablamos. Creeme que si hacés algo indebido durante el tiempo que yo viva, te van a acusar de mi muerte. Y la cárcel de mujeres no es apta para cualquiera. Al lado de la de mujeres, la de los hombres es el paraíso. Espero que me creas.

Y Camelia se alejó con dirección incierta caminando a paso lento. Norma Ávila la contempló con miedo, angustia, preocupación e incertidumbre. Miles de sensaciones y emociones juntas la embargaban en ese momento.

Una parte suya, inexplicablemente, entendía a esa nociva anciana y hasta sentía compasión por ella. Más que por el miedo mismo que sentía por las circunstancias y sus posibles consecuencias si desobedecía alguna de sus advertencias, Norma Ávila cumplió inexorablemente las directivas impuestas. Y lo hizo con admiración y muy a gusto. Por alguna extraña razón, se había mimetizado con Carmelita y  eso fue algo que ni ella misma pudo jamás explicarse.

 

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