miércoles, 12 de abril de 2017

Las detectives (Gabriel Zas)




                    
                         Caso 6: El caso del turista de oriente

 
 
Ivonne Fraga estaba tomando unos mates cuando Ailen Ezcurra, su fiel amiga y compañera de la Policía Federal, tocó el timbre de su casa. Estaba vestida con ropa informal que hacía resaltar parcialmente la originalidad de su peinado, y acomodándose en una silla de la cocina y con la radio encendida de fondo, sonrió afanosamente a su par. Por un instante, aquélla sonrisa demostró soberbia y simpatía a la vez.
_ ¿Laberna te mandó a vigilar un museo?_ le preguntó Fraga con sincero asombro.
_ El museo Irurtia, para ser más exacta_ respondió Ailen Ezcurra con voz carente de entonación.
_ Contame qué onda con eso.
_ Dame un mate primero, así arranco ahí en lo alto con la historia.
_ ¿Al final, a qué nos dedicamos exactamente nosotras? ¿Robo, estafas, asesinato...?
_ Somos principiantes_ dijo Ezcurra mientras terminaba de tomar el mate que le cebó su amiga._ Nos van a mandar a cubrir todo tipo de casos hasta que vean dónde encajamos mejor. Derecho de piso.
_ Bueno, dale. Contame del caso este.
Ailen Ezcurra se aclaró la garganta y tomó un último mate antes de arrancar en forma definitiva.
_ Parece ser_ comenzó a narrar_ que descubrieron un collar que Perón le regaló a Evita allá por el 50, 51. Se cree que fue la última joya que él le regaló para uno de sus últimos cumpleaños, de la que nadie conocía su existencia hasta ahora. No sé cómo la encontraron, ni mucho menos, dónde ni quién. Cuestión, que iba a ser llevada a una joyería de prestigio que hay en el país pero de forma encubierta para preservarla sin que nadie se enterase, ya que tiene un alto valor histórico, simbólico y sobre todo, económico. El plan, según Laberna, era llevarla al museo Irurtia en el marco de un evento que ahí había, entregarla a un contacto de forma discreta que estaba mezclado entre la multitud y que éste saliese como si nada para trasladarla a otro punto de contacto. Así, con varios involucrados y en lugares sin conexión aparente, nadie sospecharía nada.
Sin embargo, el dato llegó a oídos de un famoso ladrón japonés con pedido de captura internacional. Se hacía pasar por un turista como cualquiera y robaba la joya en cuestión de forma implacable, sin llegar a conocerse nunca ni su método ni cómo tomaba conocimiento de ciertos datos. Así supieron que se había enterado de la joya de Perón y viajó a Argentina para robarla. Sus últimos golpes fueron en Albania, Moldavia, Luxemburgo, Liechtenstein, Macedonia, Italia, Canadá y Francia. Siempre se sospechó que trabajaba con más de un informante, pero nunca se identificó a ninguno. Y me enviaron a mí de encubierta para evitar que el robo se concretase. Además, no estaba sola, había varios oficiales encubiertos. No sabía cómo era el tipo. El único dato que manejábamos todos era que el tipo era japonés, nada más. Teníamos que focalizar toda nuestra atención en un oriental. 
Paró para tomar un mate y prosiguió.
_ Empecé a mirar a todos los que iban llegando y a los que ya estaban cuando llegamos nosotros con absoluto detenimiento. No había otros orientales mezclados entre la muchedumbre de visitantes, así que eso nos facilitó mucho la labor de encontrar al tipo más fácilmente. No pasó nada hasta que lo vi. Lo vi ahí al tipo, parado, haciéndose el distraído. Así que disimuladamente me acerqué y lo atrapé. Pero lo agarré en la Tesorería. Escuchá esto porque te morís. Teníamos el dato preciso de que el tipo era japonés, pero el que yo vi en actitud sospechosa y que se notaba que estaba en estado de alerta, era en realidad chino.
_ ¿Cómo podés estar tan segura de eso a simple vista? Los orientales son todos iguales para mí.
_  Porque los orientales tienen sus diferencias. El tipo que yo vi tenía la cabeza cuadrada, y los que tienen la cabeza cuadrada son los chinos, no los japoneses. Entonces, me di cuenta enseguida que el flaco era una distracción. Tenían que creer que era él en realidad y que las joyas importantes eran sus objetivos. Pero el japonés estaba realmente en la Tesorería vaciando toda la plata de la caja fuerte. Robaba la Guita, la reemplazaba por una cantidad similar a la sustraída en billetes falsos y se escapaba por donde entró. El descubrimiento de los billetes falsos se concertaba semanas más tarde y nadie sospechaba del Ponja por la razón obvia de que estaba mezclado entre la gente y de que siempre se lo vio como un ladrón de joyas importantes valuadas en millones de dólares.
_ Pero, al que todos veían entre la multitud era al chino en realidad.
_ Pero, ¡tal cual!. Y pensaban después que el robo de los billetes y su sustitución por los falsos era un trabajo interno.
_ Pero, no entiendo cómo el japonés salía y entraba sin ser visto. Y más aún, que fuese a la Tesorería, consumase el robo y que nadie lo notase.
_ Porque el tipo se ponía anteojos de sol y pasaba como alguien de seguridad, por su impecable forma de vestir y porque se alteró parcialmente los rasgos de los ojos con alguna clase de maquillaje para pasar inadvertido entre el resto. Y como las cajas fuertes son todas digitales, el tipo usó un sistema para vulnerarlas y conseguir así la combinación. Te digo esto porque tenía como un tipo de dispositivo en la mano cuando lo agarré. A todo esto, no opuso resistencia. Ya estaba jugado. Lo que menos lo favorecía era resistirse, claramente.
_ ¿Y ahora?
_ Lo van a deportar a Europa en donde seguramente va a ser enjuiciado por un tribunal internacional y sentenciado. Interpol había difundido una circular roja con la foto suya y las fechorías de este individuo. Las Naciones Unidas y las respectivas Embajadas de los países afectados ya deben estar al tanto de la situación, así que ya no es problema nuestro.
_ Decime la verdad. ¿Enserio descubriste toda la farsa por el detalle de la forma de la cabeza? Te conozco, Ailen. ¿Qué más sabías?
Ailen Ezcurra suspiró resignada.
_ Me conocés bien, ¿eh?_ replicó._ Laberna me mostró previamente unas cartas que el Ponja este enviaba a las fuerzas nacionales después de consumar el robo en donde se ufanaba del mismo. Estaban redactadas en su idioma natural, obviamente. Pero los símbolos japoneses y chinos también tienen bien marcadas y definidas sus diferencias. Y como yo estudié chino en mi adolescencia... Bueno, para algo sirvió, ¿no? Logró engañar a varios por largos años, pero a mamita, no. Me pregunto qué cuerno habrá hecho con las joyas que robó el otro. Bueno, ya va a hablar y las van a encontrar. Las deben tener ocultas en algún lugar porque no creo que hayan podido empeñarlas ni mucho menos pasarlas por la Aduana de contrabando.
_ El otro resultó ser chino de acá a la China... De acá a la China, ¿entendés?_ y le guiñó el ojo acompañado de una sonrisa cómplice e indiscreta.
_ Sos una tarada_ y se rió sutilmente.
_ Che, ¿y el nombre? Supongo que identificarlo fue lo primero que hicieron.
_ El japonés que era en realidad chino, el chivo expiatorio en todo este circo, se llama Jun Feng Kong. Y el cien por ciento japonés, que era el ladrón genuino y el que atrapé yo, lo identificaron como Daichi Tokashiki.
Ivonne Fraga sacó de la heladera dos porrones de cerveza y le dio uno a su amiga, a la que veía en esos momentos con admiración y como una verdadera heroína.
_ ¿Birra con mate te parece?_ le preguntó Ailen con cierto temor.
_ Dejate de joder y brindemos por un caso brillantemente resuelto por una gran detective de la Federal y porque nunca más nos toquen francos separados.
Y las dos muchachas chocaron sus botellas en el aire.

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