lunes, 3 de abril de 2017

Las detectives (Gabriel Zas)






                            Caso 4:  La herencia del avaro

 

 
Lucrecia Pilao se presentó en la Comisaría a rectificar una denuncia que unas horas antes había realizado su tío, Juan Ernesto Pilao, sobre el supuesto robo de su testamento. La joven en cuestión era alta, de cuerpo escultural, mirada esbelta, ojos pardos y de una dicción celosamente cautivadora. Tendría en apariencia unos cuarenta y seis años y las mechas de sus cabellos negros caían desproporcionadamente sobre su espalda y hombros.

El señor Juan Ernesto Pilao declaró ante el comisario Laberna que le habían sustraído el testamento nuevo que había redactado y que exigía que encontraran a quien lo había hecho de inmediato. Solamente había dos personas más en la casa aparte de él: su sobrina, Lucrecia Pilao; y su mejor amigo de toda la vida, Mario Durnezkof. Era un hombre de avanzada edad, algo encorvado, calvo, voz severamente ronca y se valía de la ayuda de un bastón para mantenerse en pie.

_ ¿Por qué hizo un segundo testamento, señor Pilao?_ le preguntó Hipólito Laberna.

_ Porque me peleé con mi sobrina_ respondió Juan Ernesto Pilao, convencido de su idea._ Discutimos sobre mi futuro. Verá, tengo una enfermedad terminal y mi partida de ésta tierra es inminente. Quise dejarle todo a ella, que es mi única familia que me queda y con quien quiero pasar mis últimos días. Pero quiere enviarme a un geriátrico, porque asegura que ahí voy a estar mejor cuidado que en mi propia casa. ¡Una locura! ¿A quién se le ocurre semejante atrocidad? Por eso me ofendí y me enojé con ella. Así que decidí hacer el testamento de nuevo y le dejé todo a Mario, que sin dudas tira para unos años más.

_ ¿Y cree que ella se sintió traicionada de parte suya y por eso le robó el testamento?

_ No lo creo, estoy seguro.

_ ¿Usted le dijo entonces de su cambio de planes?

_ Por supuesto que sí.

_ ¿Y ella cómo lo tomó?

_ Mal. Hasta temí que me matara por eso. Por suerte no pasó.

_ ¿Y por eso estaba el señor Durnezkof con ustedes?

_ Sí. Pensó que era una injusticia para con mi sobrina. Pero lo convencí de que lo aceptara.

_ ¿Y no cree que realmente tiene razón su amigo respecto a que cometió una injusticia con su sobrina?

_ ¡Por supuesto que no!

_ ¿Y no piensa paralelamente que su sobrina tiene razón con respecto a internarlo en un geriátrico, en donde va a estar cuidado por profesionales?

_ Ni lo mencione usted. Me falta el respeto al ofenderme deliberadamente de ésta forma.

_ Está bien, me disculpo, señor Pilao. ¿Dónde guardó el testamento una vez hecho de nuevo?

_ En el segundo cajón de mi mesa de luz.

_ ¿Sabe que lo guardó ahí? ¿Lo vieron hacerlo?

_ Sí, sobre todo Leticia.

_ Entonces, usted se levantó, dejó el cuarto solo por unos minutos y en un descuido, según su manera de ver los hechos, su sobrina Leticia le robó el documento.

_ Así es.

_ ¿Fue firmado y sellado por escribano público?

_ La escribana, la doctora Marcela Serrano, vino ésta mañana a mi casa para convalidarlo. Puede llamarla, si lo desea y si no me cree, porque piensa quizás que soy un viejo maniático, mentiroso y escrupuloso.

_ No lo pienso. Cálmese y déjeme hacer mi trabajo.

_ Espero que así sea.

_ Una última cosa, señor Pilao. ¿Qué hizo con el testamento anterior?

_ Lo tiré. Ni crea que lo voy a guardar de recuerdo.

Laberna le hizo una sonrisa amistosa y el señor Pilao se retiró. Contactó inmediatamente a la doctora Serrano, quien constató que ésa misma mañana fue a casa del señor Pilao a certificar el nuevo testamento. Más tarde entrevistó a Mario Durnezkof, cuya declaración no arrojó nada relevante y cuyos lineamientos coincidían con lo expuesto por el propio señor Pilao.

Pero la cuestión dio un giro interesante e inesperado cuando Leticia Pilao se presentó espontáneamente a declarar.

_ Mi tío me confesó que vino a denunciar el robo de su testamento y que me acusó directamente a mí. Por eso estoy acá_ se expresó cordialmente Leticia Pilao ante el comisario mayor Laberna.

_ Exactamente_ afirmó Laberna._ ¿Qué tiene para decir en su defensa?

_ Que mi tío miente. Sí, es cierto que discutimos por la razón que usted conoce, pero nunca mencionó la existencia de un nuevo testamento.

Hipólito Laberna se frotó los ojos de impaciencia.

_ La escribana lo confirmó. Ella misma lo certificó hoy a la mañana_ adujo con elocuente escepticismo.

_ Sí, y la vi en casa. Pero lo que firmó, tengo entendido,  fueron unos documentos por la sucesión, no un testamento. Mi tío es muy avaro y es capaz de lo que sea para no repartir su fortuna como corresponde.

Laberna se mostró un poco confundido ante este planteo y volvió a hablar con la escribana una vez que hubo terminado con Leticia Pilao. La doctora Serrano afirmó firmar unas escrituras viejas que el señor Pilao nunca le había dado para legitimar y que lamentaba haber malinterpretado su duda durante la primera declaración.

¿Podría estar mintiendo? Sin dudas que sí. Pero sus palabras sonaron con una sinceridad incuestionable, por lo que Laberna no puso en duda sus dichos. Entonces, si alguien mentía, ésa persona era Lucrecia Pilao y las sospechas del tío en referencia a su querida sobrina, podían resultar acertadas después de todo.

El comisario Laberna solicitó una orden de cateo a través del fiscal para revisar la casa del señor Pilao. La diligencia estuvo a cargo de la detective Fraga porque su amiga, Ailen Ezcurra, estaba de franco. Después de estar cuatro horas ausente, Ivonne Fraga regresó con el caso resuelto. Hipólito Laberna estaba ansioso por escuchar la verdad.

Fraga arrojó sobre el escritorio de su superior un sobre cerrado. El comisario mayor Laberna lo recogió, lo abrió y extrajo de su interior un documento en papel desgastado: era el primer testamento redactado por el señor Pilao.

_ Mintió la persona que menos esperaba que lo hiciera_ adujo Laberna presumidamente.

_ Déjeme decirle, señor, que tiene ambos testamentos en la mano_ dijo vanidosamente la detective Fraga.

Laberna la observó con desconcierto y asombro.

_ Explíquese, detective_ le sugirió.

_ Cuando llegué al domicilio del señor Laberna, sentí mucho calor, y cuando volteé mi vista hacia un determinado rincón, vi una estufa prendida. Estufa prendida en plena primavera. Me pareció sospechoso, así que inicié una inspección minuciosa por todos los recovecos del lugar hasta que encontré el sobre este adentro de la funda de una almohada de un sillón que estaba en la sala principal. Supe entonces que la estufa encendida no podía ser una mera casualidad del azar. Así que tomé una barra metálica que encontré al costado de la chimenea, la calenté lo suficiente y luego la deslicé por encima del testamento, revelando una escritura secreta.

_ Juan Ernesto Pilao recurrió a la tinta cromática diferencial.

_ Exacto, señor. Cuando el documento reaccionó con el calor, el escrito adquirió un tono azul verdoso, lo que sugiere sin dudas que Pilao utilizó a modo de tinta cloruro de cobalto. Encontré un frasco de dicha sustancia oculto en el botiquín del baño.

_ Qué hábil. Mezcló la tinta común con el cloruro de cobalto cuya coloración es similar sencillamente a la tinta normal. Con dicha preparación, redactó el segundo testamento encima del original, que estaba redactado con tinta vulgar. Usó dos elementos de escrituras iguales entre sí para generar grafías símiles, obteniendo así un texto visible y homogéneo. El revelado de la escritura reacciona a la técnica pertinente, que en su caso no fue difícil deducirla e identificarla.

_ Hablé con la doctora Serrano. En ninguno de los dos casos le dejó nada a su sobrina. Para cuando el señor Pilao redactó el primer testamento hace un año atrás, cuando le diagnosticaron un enfisema pulmonar severo, arguyó que no tenía plata para pagarle a la escribana para que lo certificara, así que no lo hizo. Después de que se peleara con Lucrecia hoy a la mañana, realizó el segundo dejándole todos sus ahorros y sus bienes de menor envergadura a la doctora Serrano para pagarle por sus servicios. Ella no lo supo hasta que el propio señor Pilao se lo comunicó por teléfono hoy al mediodía. Sostuvo que el pago se lo efectuaría por un giro a su cuenta de ahorro, pero resultó ser mentira. Y ya había firmado, por lo que lo aceptó forzosamente.

Verá señor que dinero no le falta ni le faltó nunca al Juan Ernesto Pilao y que no le pagó a la doctora Marcela Serrano en su momento por culpa de su avaricia. Y ahora tampoco lo hizo, porque en el nuevo testamento el señor Pilao dejó explícitamente establecido que la doctora Serrano no podrá hacer uso de ése dinero hasta pasados cincuenta años después de su muerte, lo que es perfectamente legal tratándose de un hombre mayor y con una enfermedad terminal.

_ Engañó audazmente a todo el mundo.

_ Se valió de sus conocimientos como farmacólogo para apelar a ésta técnica. De eso se jubiló. Tiene tesis muy interesantes sobre el actuar de ciertos medicamentos en enfermedades crónicas avanzadas.

_ Eso no lo justifica en absoluto.

_ La herencia del avaro…

Laberna sonrió esporádicamente ante la frase que esgrimió la detective Fraga.

_ Ha hecho un muy buen trabajo, detective_ la elogió con admiración.

 

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