lunes, 27 de marzo de 2017

Las detectives (Gabriel Zas)




         
                      
 
 
 
                       Caso 2: Muerte por envenenamiento

 
 

Aquél hombre desesperado estaba intentando convencer inútilmente al comisario mayor Hipólito Laberna para que le tomara una denuncia que el otro evidentemente se negaba a aceptarle por razones no muy claras.

El hombre en cuestión era Jorge Nievas, un importante empresario agricultor. Era alto, de avanzada edad, cabellos canosos y mirada fría. Se habló mucho de él últimamente en los medios por los contratos millonarios que había logrado cerrar con productores de Estados Unidos, Canadá, Colombia, Perú y Portugal, llevando a la Argentina a un nivel de reconocimiento altamente prestigioso. Pero también fueron públicas las serias diferencias que mantenía con una financiera por un préstamo que adeudaba y gracias al cual estaba a punto de ser llevado a juicio. Y se hacía difícil creer que el comisario Laberna se negara a tomarle una denuncia a una persona de su posición y status social.  

Hipólito Laberna estaba por encima de las detectives Ezcurra y Fraga, a quienes les delegó la responsabilidad de tomarle finalmente la denuncia al señor Nievas, sólo para sacárselo de encima y no quedar mal. Y así se los hizo saber a las muchachas.

_ Sean discretas_ les ordenó en voz baja.

A los pocos minutos, Nievas estaba sentado frente a las mujeres. Se mostró más relajado con ellas que con el comisario mayor. Pues ellas inspiraban la confianza y la empatía que en el otro estaban ausentes y que habían sido reemplazadas por un cúmulo de actitudes hostiles.

_ Bien, señor Nievas_ comenzó Ivonne Fraga._ ¿Qué le pasó?

_ Me quieren matar_ confesó sin rodeos el aludido._ Desde hace unos días que me están envenenando.

Las dos mujeres se quedaron boquiabiertas.

_ Perdone_ dijo Ailen Ezcurra._ Lo que usted nos está diciendo es una acusación muy grave. ¿Cómo puede estar seguro de que realmente lo están envenenando?

_ Porque siempre que voy a comer a algún restaurante y están esos tipos, me siento mal del estómago. Realmente, me siento de la peor manera. Los dolores son insoportables.

_ ¿Quiere contarnos desde un comienzo todo, por favor? ¿A qué tipos se refiere específicamente?

_ Son el tesorero y el contador de la financiera Argencash, a la que le debo más de cien mil pesos hace más de tres años. ¿Acaso no leen las noticias?

_ Sí_ repuso autoritaria la detective Fraga._ Pero la información que circula hace referencia a un juicio próximo. No veo un motivo claro para que quieran lastimarlo.

_ ¡Los medios mienten! El juicio es un invento directo de la especulación periodística. Nada de eso es cierto.

_ ¿Quiere explicarnos, entonces?

El señor Nievas juntó coraje antes de hablar.

_ Hace un poco más de tres años_ empezó a relatar, _ tenía un proyecto muy grande para expandir mi negocio enormemente, por lo que mis posibilidades de crecimiento irían en aumento si todo salía bien. Pero requería de un dineral que en esos momentos no tenía. Yo me estaba separando y los gastos del juicio de divorcio me estaban dejando en bancarrota. El motivo de mi separación fue que tuve una aventura con una mujer mucho más chica que yo en edad. Le conté lo del proyecto y me contactó con la financiera. La conocía porque el presidente era, y lo es en la actualidad todavía, su marido. Así que ella movió un poco las arenas y me consiguió el préstamo en un santiamén. Pero no lo invertí en el negocio propiamente dicho, sino que me gasté todo el total en agasajarla a ella. Eran veinticinco mil, pero los intereses se dispararon por las nubes en tres años.

_ Déjeme preguntarle algo_ lo interrumpió la detective Ezcurra._ ¿De dónde sacó la plata para entonces para llevar a cabo su proyecto? Porque bien que lo pudo concretar.

_ Bueno, a ése punto iba. Ella...

_ ¿Cómo se llama ella?_ preguntó duramente Ivonne Fraga.

_ Eleonora Mancini. Como les decía recién, ella le robó a su marido sin que nunca lo notase. Y es hasta el día de hoy que no lo sabe. No sé realmente cómo lo logró, pero ésa mujer es brillante. Desgraciadamente, sus dos manos derechas, tesorero y contador; Fulgioni y Lovera, respectivamente, lo descubrieron todo. Hace unas semanas atrás me llamaron y me pidieron un millón a cambio del silencio. De ahí se cobrarían la deuda que yo mantengo con la financiera y el resto se lo repartirían entre ellos. Al menos, eso supuse yo. De hecho, el señor Mancini, presidente de Argencash, cree que la deuda deriva de los veinticinco que él me otorgó gracias a su esposa.

No tengo ésa suma, no puedo pagarles un millón, pero no me creen. Me contactaron en varias oportunidades y siempre me negué, hasta que en la última comunicación que mantuve con ellos, me amenazaron con que lo iba a pagar caro. Fui a tomar algo a un bar en San Cristóbal y ahí estaban los dos vigilándome como si fuera un criminal. No sé cómo me encontraron, pero lo hicieron. Por Dios que lo hicieron. Esos tipos son un as del espionaje y desde entonces no me dejan en paz. Después de que bebiera mi café, a las pocas horas comencé a sentirme terriblemente mal. Tenía todos los síntomas de un envenenamiento. Esos tipos son hábiles, nunca supe en qué momento se acercaron y lo hicieron. Pero así fue.

_ ¿No se acercaron a usted en ningún momento con alguna excusa?_ interpuso Ailen Ezcurra.

_ No.

_ ¿Y los vio pasar por al lado o cerca suyo en algún período?

_ No. Estuvieron sentados todo el tiempo en el mismo lugar, frente a mí. Se levantaron cuando yo me fui.

_ ¿O sea que nunca los perdió de vista?_ quiso corroborar Ivonne Fraga.

_.Jamás. Mi primera impresión fue que quizás el café me había caído mal por alguna razón natural. Pero descarté la hipótesis cuando almorcé solo en un restaurante de Ciudadela y las circunstancias se repitieron: ellos estaban ahí y no sé si la comida o la bebida o qué cosa me cayó mal. Los síntomas se repitieron a la perfección, no variaron en nada. Lo mismo tuvo lugar en otras dos ocasiones: una en un café de Recoleta y otra en un restaurante de comida china en Olivos. Siempre en horas de la mañana y del mediodía.

_ ¿Se contactaron con usted por algún medio mientras esto pasaba? ¿Hubo advertencias o amenazas de por medio de alguna clase, aparte de la extorsión a la que nos hizo referencia?

_ No. Recién me llamaron hoy, hace un rato. Quieren venir a cenar a mi casa ésta noche para arreglar las cosas de un modo más cordial y civilizado, según ellos mismos.

Y se calló bruscamente, palideciendo severamente y con las manos algo temblorosas.

_ _Pero usted teme que algo grave ocurra_ intercedió Ezcurra con suspicacia._ Por eso vino, ¿cierto, señor Nievas?

_ Creo que lo harán ésta noche_ confirmó el empresario, visiblemente asustado y nervioso._ Esperarán un descuido de mi parte y verterán en mi plato o bebida la dosis mortal que termine de aniquilarme. Es lo único que podría explicar ése cambio tan repentino en su comportamiento. Le dije a su jefe que quería protección por ésta noche, pero se negó a brindármela. Espero que ustedes no sean como él y puedan ayudarme.

_ Lo haremos, pierda cuidado_ le confirmó con firmeza, Ailen. Ivonne le dirigió una mirada de reproche que ella advirtió pero que pasó por alto a propósito.

_ Nos haremos pasar por unas parientes suyas que vienen del interior a visitarlo y deciden quedarse a cenar tras aceptar una cortés invitación de parte suya_ continuó Ezcurra._ Pero antes, dígame una cosa: ¿por qué aceptó cenar con ellos?

_ Porque no lo pensé_ replicó Nievas._ No podía pensar con claridad y ahora ya es demasiado tarde. La cita es a las 21 en mi casa.

_ Antes de irse_ dijo Ivonne, insatisfecha de la decisión que tomó su amiga, _ necesitamos las direcciones de todos los lugares que nos nombró antes para investigarlos. Y necesitamos la dirección de su casa, claro.

Jorge Nievas accedió a la demanda de las detectives y se retiró de la oficina con una sensación distinta a la que tenía cuando llegó y mucho más relajado.

_ ¡¿Estás loca, Ailen?!_ la increpó Ivonne Fraga a su compañera._ El comisario nos dijo que le tomemos la denuncia por una simple formalidad para sacarlo de encima y a vos se te ocurre que tenemos que ir a la casa de encubiertas, sin saber si nos está diciendo o no la verdad. ¿No te parece raro que lo inviten a cenar a su propia casa?

_ Sí. Y por eso vamos a ir a los bares que alegó para confirmar o no su coartada_ se defendió Ailen Ezcurra._ Pero tenemos que vigilar a esos ediles y agarrarlos ante la primera actitud sospechosa que manifiesten. La vida de un hombre está en peligro y depende de nosotras salvarlo o dejarlo morir.

_ Por lo que a mí concierne, que se muera. Si lo que nos contó es cierto, es un flor de desgraciado mal nacido.

_ Por mí, también. Pero recién empezamos y es nuestro segundo caso. Y no está mal que tengamos algo de acción en una historia con intrigas e incertidumbre.

_ ¡Bue! Bajá del pedestal. Tampoco estamos en una novela de Agatha Christie. Aunque este caso pinta un poco más fácil que el anterior. Lo que odio es que tengamos que hacerlo a escondidas del comisario. ¿Qué le vamos a decir ahora cuando salgamos de acá, nos pregunte y nos vayamos como si nada?

_ Lo que él quiere escuchar, eso vamos a decirle. Y acostumbrate porque no va a ser ni la primera ni la última vez que tengamos que actuar a escondidas de algún superior.

_ ¿Vos le creés al tipo este todo lo que nos contó?

_ Parecía sincero. ¿Para qué mentirte?

_ Mi pregunta puntual, no fue ésa, sino si le creíste o no.

_ Sí y no. Prefiero no creer nada y mantenerme imparcial.

_ Yo no le creo nada. Creo que está un poco paranoico, nada más. Y que nos mintió en algo. Pero es mejor despejar todas las dudas, ¿no?_ y le regentó una sonrisa a su compañera.

_ Vamos. Tenemos trabajo que hacer.

 

_ ¿Recuerda si este caballero vino a comer acá en el último mes?_ le preguntó Ailen Ezcurra al encargado del restaurante de San Cristóbal, una vez que llegaron ahí. Y le exhibió la fotografía de Jorge Nievas.

_ Sí, lo vi en una o dos oportunidades_ confirmó el empleado después de analizar la foto con detenimiento.

_ ¿Está seguro?_ repreguntó Ivonne Fraga.

_ Sí, completamente.

_ ¿Por qué lo recuerda con tanta precisión?

_ Porque pidió lo mismo las dos veces que vino y estuvo más de dos horas sentado en la misma mesa hasta que se fue.

_ ¿Qué pidió exactamente?_ interpuso la detective Ezcurra.

_ Una lágrima en las dos ocasiones.

_ ¿Preparan los cafés que los comensales les piden en ésa máquina de ahí, a la vista del propio cliente?_ quiso saber Fraga, señalando un artefacto que estaba a un costado de la barra, adornado con pocillos, tazas, jarras y platos de todas las medidas.

_ Sí, por supuesto. Es así en todos los bares, supongo_ respondió el caballero, medio confundido, sin saber por qué le estaban haciendo toda ésa serie de preguntas sin sentido para él.

_ ¿De modo que no cabe la posibilidad de que alguien se infiltre y tenga acceso a la máquina sin que no lo noten ni tampoco a los pedidos que van saliendo?_ deseó confirmar Ailen Ezcurra.

_ Claro que no. El flujo con que se mueven nuestros mozos es controlado. Cualquier presencia extraña o movimiento sospechoso, sería advertido enseguida por cualquiera de nosotros. ¿Por qué me pregunta éstas cosas?

_ Preguntas de rutina. Limítese a responder sólo lo que se le pregunta, caballero. ¿Vio algún comportamiento inadecuado en el señor Nievas? El hombre de la foto, para ser más exacta.

_ No, estaba normal. Parecía que nada lo preocupaba.

_ ¿Se mostró igual durante todo el tiempo que permaneció en el local?_ inquirió Ailen, interesadamente.

_ Sí. No me pareció que se pusiese nervioso ni que esperara a nadie. Bueno, yo tuve que atender a otros clientes, así con seguridad no lo sé. No lo estuve vigilando todo el tiempo, no es mi trabajo.

_ ¿Entonces, tampoco puede precisar si todo el tiempo estuvo solo o se vio con alguien?

_ Vino y se fue sólo. Lo sé porque yo mismo le llevé el pedido y la cuenta. Un hombre muy cordial.

_ ¿Lo atendió usted ambas veces que vino?

El hombre asintió con la cabeza.

_ Pero, no notó que algún extraño se acercara a su mesa en algún momento..._ disparó Ivonne Fraga con cierta incertidumbre en sus palabras.

_ No sé eso. No me pareció que alguien se haya o no acercado hasta su mesa, porque no lo estaba vigilando. No sé, detectives. Y si me permiten, tengo varios clientes que atender y estoy con poco personal.

Las muchachas entendieron la indirecta y se retiraron después de agradecerle al caballero en cuestión por su colaboración.

_ ¿Qué pensás?_ le preguntó Ailen a Ivonne con cierto interés después de que abandonaran el recinto.

_ Hay algo raro acá. Me parece que ése Nievas no nos dijo toda la verdad_ respondió su amiga, pensativa.

_ No sé por qué tengo el mismo presentimiento que vos. Se me hace que vino acá sólo para hacer presencia y tener una coartada.

_ ¿Una coartada para qué?

_ Me gustaría saber más.

Las detectives visitaron los otros tres lugares señalados por Jorge Nievas. Las conclusiones del interrogatorio mantuvieron el mismo lineamiento que el primero, detalle más; detalle menos. Pero los cuatro testimonios guardaban un paralelismo y una semejanza insoslayables.

_ Este tipo no es lo que parece_ comentó enardecida Ivonne Fraga cuando terminaron con las cuatro visitas._ Nos está usando. Este viejo pretende algo y necesita de la Policía para conseguirlo.

_ La única manera de confirmarlo es siguiendo con el plan_ opinó Ezcurra._ Ésta noche tenemos cena familiar_ y dejó escapar una risita alevosa.

_ Estoy de acuerdo. No fue tan mala idea, después de todo.

Pasadas las 21.10, las investigadoras se apersonaron en casa del señor Nievas. Vivía en un inmueble de estilo rústico y de extrema sencillez ubicado en pleno centro de Avellaneda, sobre avenida Mitre, a unas pocas cuadras del puente Pueyrredón. Las recibió cumpliendo al pie de la letra lo acordado en la Comisaría. Cuando las dos mujeres ingresaron a la morada del señor Nievas, sus miradas chocaron con la de los otros dos hombres que habían llegado puntual a las 21 y estaban sentados en la mesa principal del comedor: Sergio Fulgioni y Lautaro Lovera. Iban bien vestidos y explayaron una sonrisa de discreta cordialidad al ver entrar a las detectives, quienes estaban elegantemente vestidas. A primera vista, no había nada sospechoso en el comportamiento de los dos hombres. Durante la siguiente media hora hablaron los cinco de diversos temas y claro que tanto Ailen como Ivonne tuvieron que improvisar una historia creíble al cien por ciento para convencer del todo a los dos visitantes del parentesco que las unía al anfitrión, el señor Jorge Nievas. Realmente, lo hicieron mejor de lo que esperaban.

Empezaron a comer y después de probar el primer bocado,  el señor Nievas empezó a expulsar espuma por la boca al tiempo que convulsionaba severamente. En cuestión de segundos, estaba muerto. Claramente le suministraron una dosis letal de tetrodotoxina. Tanto Ailen Ezcurra como Ivonne Fraga se identificaron como detectives de la Policía Federal y pusieron al descubierto el real motivo de su presencia allí y las sospechas que tenía el señor Nievas con respecto a los dos hombres en cuestión. Los llevaron a una habitación aparte, lejos del cuerpo, para someterlos a un interrogatorio, al tiempo que dieron aviso al 911 para que enviaran un equipo de Criminalística y manteniendo la escena a debido resguardo.

_ ¡Esto es un malentendido!_ protestó con énfasis, Lautaro Lovera.

_ ¿La muerte del señor Nievas también es un malentendido?_ le retrucó Ivonne._ Después de todo, el señor Nievas no estaba tan equivocado. Lo extorsionaron, no aceptó y decidieron envenenarlo de a poco hasta dar el golpe de gracia hoy.

_ Es una barbaridad_ se defendió Sergio Fulgioni._ Lo intimamos legalmente al pago de la deuda que mantiene con nuestra compañía desde hace algo más de tres años. Se negó a pagar y le iniciamos juicio. La primera audiencia está prevista para la semana que viene en Tribunales.  Pero él nos citó hoy acá porque dijo que tenía la plata. Que nos pagaría supeditado a que nosotros prescindiéramos de las acciones legales correspondientes. Le dijimos que discutiríamos las condiciones en persona una vez que comprobáramos que nos estaba diciendo la verdad acerca de la plata.

Las dos mujeres se miraron entre sí con indecisión y luego miraron durante algunos segundos en silencio a los dos hombres, que parecían estar nerviosos y confundidos por la situación vivida. Jamás hubiesen imaginado que aquéllas dos inocentes criaturas simpáticas eran en verdad policías.

_ ¿Niegan entonces todos los cargos de tentativa de homicidio y homicidio simple agravado por la premeditación, la alevosía y el engaño valiéndose de veneno mediante?_ preguntó autoritaria Ailen Ezcurra.

_ Sólo somos culpables de intentar cobrar por medios legales la deuda que nos compete_ reafirmó convincente Fulgioni.

Ambas mujeres requisaron los bolsillos de los dos sospechosos. Encontraron efectos vulgares como llaves, documentos, billeteras, tarjetas... Hasta que Ivonne Fraga sacó del bolsillo del saco del señor Lovera un frasco diminuto a medio llenar y que al olerlo cuidadosamente, constataron que se trataba de tetrodotoxina, el mismo veneno que acabó con la vida de Jorge Nievas. Sin posibilidad de explicación posible, las investigadoras apresaron a Lautaro Lovera y Sergio Fulgioni en el lugar.

"Probablemente_ pensaron las chicas_ introdujeron el veneno en un descuido cuando llegaron o bien cuando Jorge Nievas salió a abrirnos a nosotras. En cualquiera de los dos casos, tuvieron una posibilidad clara de hacerlo".

Pero cuando Ailen Ezcurra volvió hacia el comedor a revisar la escena mientras Ivonne Fraga custodiaba a los dos sospechosos apresados, se llevó una ingrata y desafortunada sorpresa: el cuerpo no estaba, había desaparecido. Se lo hizo saber a su compañera, que se quedó petrificada y sin palabras ante tal hecho. Y al cabo de unos minutos, comprendieron todo. El propio señor Nievas simuló ser envenenado y plantó el frasco en el saco de uno de los hombres. Seguramente, ingirió algún tipo de sustancia inofensiva que produce espuma artificial y complementó el acto con una convincente y formidable actuación de parte suya. Toda la historia del soborno y demás que les contó a las detectives era enteramente falaz de principio a fin. Fue a algunos bares y restaurantes para hacerse ver y porque tenía que meter sí o sí a Lovera y Fulgioni en la farsa para adecuarlos a ella y solidificar su brillante treta. ¿Y todo para qué? Para evadirse de pagar la deuda del préstamo. Los acreedores serían acusados de homicidio simple. Claro que el juicio civil en contra del señor Nievas por la deuda seguiría en pie. Pero la legislación argentina dice que una causal de prescripción de causa es por muerte del imputado: tenía abierta una causa por desvíos de fondos, vinculado con la propia financiera y debía ser la razón por la que podrían querer muerto al señor Nievas, aunque no había indicios de algo semejante y con el correr de los días no todo se supo.

La deuda que éste mantuviera en vida pasaría de oficio a sus deudos más directos. Pero el señor Nievas no tenía ni mujer ni hijos ni ningún familiar en vida. Cumplidos los cinco años, la empresa no tiene obligación de reclamarla y superado los diez años, proscribe de forma definitiva.

Jugó con las detectives como un perro con su hueso. Mató dos pájaros de un tiro y aunque la verdad salió la luz, nunca lo encontraron. La única preocupación de Ezcurra y Fraga fue cómo contarle la verdad al comisario mayor Hipólito Laberna después de haber desacatado imprudentemente su orden y peor aún: ¿Cómo justificarían la desaparición del cuerpo de la escena? De todos modos,  Interpol se encargaría de él.

 

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