El capitán Eugenio Nicanor Riestra, jefe de la División Homicidios de la
Policía Federal, estaba sentado en su escritorio sumido en profundas
reflexiones. Tenía unos cuarenta años, delgado, barba tipo candado, ojos negros
saltones, cabello cortado al ras de la nuca y rostro prominente. Muchas veces
se enredaba en las investigaciones de los casos porque su sentido común y su lógica eran
débiles y escasas, y era difícil interpretar porqué había alcanzado rangos
jerárquicos tan altos dentro de la Policía Federal disponiendo de cualidades
tan contradictorias requeridas para su desempeño profesional. Sin embargo,
había algo que lo hacía único y eficiente, y que a simple vista no se
vislumbraba.
Su oficina era reducida, en donde no cabían más de tres o a lo sumo
cuatro personas máximo. Tenía un escritorio ancho, repleto de papeles de toda
índole; detrás de su asiento había una pequeña mesa que contenía una máquina de
escribir; en diagonal derecha una ventana que permanecía todo el día cerrada y
una lámpara que emanaba una tenue luz blanca.
En ése momento, su concentración estaba enfocada en uno de los casos más
difíciles que enfrentó a lo largo de su labor como policía. Por más que buscó,
analizó y comparó datos, nombres y hechos, contrastó evidencias, estudió
detenidamente todas y cada una de las fotografías y releyó mil veces el
expediente de la causa, no logró sacar nada en claro de todo ése embarazoso drama. Estaba
irritado, molesto, confundido y contrariado, pero su fortaleza consistía en que
nunca se rendía con suma facilidad y eso era más fuerte que cualquier virtud
adversa que pretendiera vendarle los ojos.
El caso en cuestión involucraba hasta entonces cuatro víctimas. Pero lo
más sorprendente era el escenario de esos asesinatos y el modus operandi del
culpable, que relegaba a una posición irrelevante la inconexión de los cuatro
occisos entre sí.
Todas las víctimas fueron desfiguradas post mortem. Pero el capitán
Riestra entendía que una desfiguración respondía a la imposible tarea de la
identificación del cuerpo. Pero toda regla acapara excepciones, porque al lado
de cada cuerpo estaba tirado el DNI. Sí, cada cuerpo deliberadamente
desfigurado podía reconocerse por su DNI y fue uno de los puntos que más
desconcertó a Riestra, porque era totalmente contradictorio.
La primera víctima, Ricardo De Julio, apareció en el andén de la
estación Tres de Febrero del ferrocarril Mitre en horas de la madrugada, por lo
que no hubo testigos. Según la autopsia, falleció de un golpe en el cráneo dado
con total precisión y destreza. La segunda víctima murió en las mismas
circunstancias que la primera y por igual motivo, pero su cuerpo fue hallado en
la estación Ministro Carranza también de madrugada. Lo único que la
diferenciaba de Ricardo De Julio era que en ése caso el asesino eligió a una
mujer: Eleonor Moreira. La tercera víctima, María Andrade, apareció estrangulada
en la estación Colegiales; y la cuarta, Alberto Quiroga, con un cortapapeles
clavado en el pecho en Belgrano R.
El ferrocarril Mitre era lo único que vinculaba a las cuatro víctimas
entre sí. Y así y todo, era extraño que el criminal eligiese matar siguiendo en
estricto orden las estaciones de la red de la línea Mitre. El capitán Riestra
desconocía la motivación de esto último. Ignoraba también cómo y dónde el
sospechoso elegía a sus víctimas y en base a qué denominador común. Volvería a
matar y el capitán Riestra se sentía frustrado por no poder anticiparse a él o
ella, en su defecto. Y estaba el hecho de que como la última víctima fatal se
había registrado en la estación Belgrano R., la siguiente se dirimía entre
Coghlan y Drago, ya que las vías se bifurcaban para ramificarse en dos ramales
distintos: Suárez y Mitre. Y sin ningún factor en común ni ningún avance
trascendental, era casi imposible establecer el próximo escenario del ataque y
menos aún a la próxima víctima.
Su ensimismamiento fue interrumpido por los golpes de los nudillos
hundidos en la puerta poco delicados e insistentes de un oficial en su
despacho.
_ ¡Entre!_ gruñó el capitán Riestra.
El oficial obedeció. La interrupción se debía a la insistencia de un caballero de
origen europeo y algo excéntrico, que anhelaba hablar con el oficial a cargo de
la investigación porque aseguraba tener información jugosa y primordial
referente al caso. El capitán Riestra vaciló unos instantes y aceptó recibir a
aquél caballero. Estaba interesado e intrigado a la vez en saber qué clase de
información poseía aquél visitante extranjero. Podía tratarse de un loco, ya
que en el transcurso de la investigación aparecieron algunos, pero no estaba
dispuesto a quedarse con la duda. El otro agente se retiró y cerró la puerta detrás de sí por
orden del propio capitán Riestra después de que el informante ingresara a su
despacho tras una indicación suya. El hombre en cuestión era alto, con una
altura aproximada de 1,92 metros; nariz puntiaguda y bien formada, rostro semicircular
rozando la perfección, ojos oscuros, cabello corto moreno y prolijamente
peinado, y labios carnosos. Su mentón era regularmente pronunciado y tenía la
sombra de una reluciente barba candado. Vestía una camisa blanca un tanto
desprolija, un sobretodo negro largo hasta la altura de la cintura, pantalón
negro formal y zapatos color marrón oscuro. Se presentó como Sean Dortmund y se
sentó tras una invitación del capitán Riestra. Ni bien tomó asiento, extrajo
del bolsillo derecho de su saco una serie de cartas unidas todas con un piolín
y las apoyó sobre el escritorio del capitán, quien no mostró la menor expresión
ante tal hecho. No obstante, Sean Dortmund no le quitaba los ojos de encima al
capitán Riestra.
_ Lo escucho_ dijo el capitán Riestra, dándole pie al señor Dortmund a
explicar el motivo de su visita.
_ El Asesino del Ferrocarril me trajo hasta aquí_ respondió Dortmund en un
perfecto español pero sin perder su peculiar tonada inglesa.
_ Veo que es inglés o algo por el estilo. ¿De dónde viene?
_ De Irlanda, exinspector de la Policía nacional de allá.
_ ¿Hace cuánto que llegó a Argentina?
_ Una semana exacta, y este asesino es mi responsabilidad: mata por mi culpa.
El rostro del capitán Riestra se tornó de un asombro poco disimulado.
_ ¿Por qué lo dice?
_ Atacó en Irlanda. Lo perseguimos pero nunca logramos identificarlo ni
mucho menos capturarlo. Se salió con la suya.
_ ¿Por qué debo creerle?_ el tono del capitán Riestra sonó irónico.
Sean Dortmund desató el nudo del piolín de las cartas, las abrió una a
una y las dispuso en hilera una al lado de la otra sobre la mesa. Leyó la primera de ellas,
que expresaba lo siguiente:
“Gané Dortmund. Sé que en muy poco tiempo viaja para América. Nos vemos
allí. Siempre suyo".
Estaba redactada naturalmente en inglés, en máquina de escribir y con
firma anónima.
_ Fue la primera y última carta_ explicaba Dortmund_ que me mandó
estando yo allí. Le resté importancia, lo que evidentemente fue un gran error
de parte mía.
Pero esto no pareció convencer al capitán Riestra.
_ ¿A dónde se la envió?_ le preguntó casi por obligación.
_ A mi domicilio particular durante mi ausencia_ contestó Dortmund._
Nadie lo vio.
_ Ésa carta, discúlpeme, no prueba que se trate del mismo asesino. No es
concluyente para determinar que hablamos de la misma persona.
_ Mi asesino tenía el mismo modus operandi que el suyo, y era igual de
metódico y organizado. Tomó como referencia una red ferroviaria local (nunca
adiviné el porqué de su elección) y siguiendo el riguroso orden de las
estaciones, descartaba un cuerpo durante la madrugada sobre el andén.
El capitán Riestra seguía poco convencido, aunque se mostró bastante más
interesado en el relato de aquél particular caballero que al principio.
_ ¿Y también desfiguraba a sus víctimas y dejaba los DNI tirados al lado
de los cuerpos?_ inquirió Riestra con tono burlón.
_ Sí_ afirmó Sean Dortmund._ Mi teoría es que las elegía mismo a bordo
del tren, las chocaba con cualquier pretexto y en un hábil juego de manos les
sustraía sus documentos sin que lo notaran.
Se dirigía a su domicilio, las vigilaba, esperaba el momento apropiado,
las atacaba, las mataba y abandonaba el cuerpo en el andén de la estación.
Después, como ya no les servía dejaba también los DNI. Y aunque el rostro en
los cuerpos estuviese desfigurado, hacer eso implicaba una manera psicológica y
efectiva de desafiarnos y poner a prueba nuestra eficacia. Pensé que el asesino
podía ser uno de los nuestros, pero jamás pude comprobar nada. Ni siquiera el
móvil.
El capitán Riestra compartió para sus adentros la hipótesis del
inspector Dortmund, aunque pensó que quizás también podía haber sabido de los
detalles del caso a través de los medios.
_ ¿Cuántas víctimas?
_ Cuatro: dos de cada sexo.
Era una coincidencia extraordinaria, pero Riestra seguía escéptico
respecto de la credibilidad de la historia que Dortmund le relató. Necesitaba
datos y pruebas más determinantes, que hasta ése instante consideró que no
tenía.
_ ¿Dispone de alguna sugerencia o de alguna idea relacionada al móvil?_
preguntó Riestra con altivez._ Perdone, pero por ahora su ayuda resulta en
vano.
_ Es entendible_ respondió Dortmund, tranquilo._ Vine de imprevisto y es
lógico que tenga desconfianza de mi relato y mi persona. En su lugar, yo
actuaría de igual forma.
_ ¿Recibió más cartas del asesino estando allá en Irlanda, señor
Dortmund?
_ No, sólo una y es la que le mostré antes. Le iba a exponer el resto de
las misivas pero nos distrajimos hablando del caso.
_ Si usted afirma que recibió sólo una carta en Irlanda, ¿de dónde
provinieron las otras?
_ Desde acá.
El capitán Riestra sintió un ligero estremecimiento que recorrió
suavemente su espalda. Las palabras de Sean Dortmund tomaban ahora un sentido
diferente. Lo que contó podía ser cierto. Entonces, el capitán Riestra
consideró tomar enserio y desde otro ángulo la versión narrada por su visitante
inesperado y darle un direccionamiento más genuino y razonable.
_ El resto de la correspondencia_ dijo Riestra algo aturdido, _ ¿cuándo
comenzó a recibirla?
_ El mismo día que llegué al país_ confirmó Dortmund._ Y a los dos días,
se hizo público el primer asesinato. Durante los cuatro días sucesivos
ocurrieron el resto de los homicidios en simultáneo con los mensajes enviados.
Dortmund procedió a leer los recados en voz alta.
"El 14 del corriente tendrá noticias del primero. Siempre
suyo".
"El 16 encontrará al segundo. Siempre suyo".
“El 14 cumplí, igual el 16 y todas en horas de la noche. También lo haré
el 17 y el 19. atentamente suyo".
Las fechas coincidían con las apariciones de los cuerpos. El capitán
Riestra contuvo el aliento, pues no salía de su asombro.
_ Misma firma, capitán Riestra, que la que recibí en mi país_ aseveró
contundente, Sean Dortmund.
_ ¿Las recibió en su domicilio particular, también?_ preguntó Riestra,
desolado.
_ Sí, y siempre durante mi ausencia. Las encontré todas cuando regresé.
_ Y supongo que nadie vio nada.
_ Así es. Y francamente, todo esto me coloca en una posición incómoda.
_ ¿Por qué la fijación con usted? ¿Por qué tomarse la molestia de
seguirlo hasta acá y continuar lo que empezó en Irlanda?
_ Deseo conocer la respuesta tanto como usted, capitán Riestra. Si usted
me lo permite, me interesaría colaborar en la investigación. Juntos, podemos
hallar la solución de este acertijo.
_ De ninguna manera_
dijo cortante, Riestra._ Además, no voy a exponer mi placa. ¿A costas de qué?
_ De llevar a un asesino ante la Justicia y encarcelarlo_ dijo Dortmund
poniéndose de pie y dirigiéndole una mirada compasiva al capitán Riestra.
Después de pensarlo en profundidad durante varios minutos, Riestra
decidió aceptar la propuesta de Sean Dortmund.
_ Con la condición de que nadie debe enterarse de que yo le permití
involucrarse_ sentenció autoritario.
_ Nadie se enterará_ respondió Dortmund, agradecido, y agregó: ¿Los
testimonios arrojaron algún dato de interés?
_ No_ dijo Riestra._ Es más: difundimos el caso en los principales
medios del país y pusimos a disposición líneas rotativas para ver para que si
alguien vio algo o alguno aportara datos que pudieran ser de interés para la
causa.
_ Muy
inteligente de su parte.
_ Pero siempre ocurre igual: los datos que nos aportan son falsos y no
nos conducen a nada. Llamaron algunas personas insistiendo con una sarta de
pavadas sin sentido. Los locos y los bromistas tienen una imaginación infinita.
Se divierten haciéndonos perder el tiempo. De todos los llamados recibidos
diariamente aportando información para algún caso, más de la mitad son falaces.
Dortmund abrió los ojos ligeramente inquieto.
_ Eso es extraordinariamente interesante_ agregó fabulosamente
interesado._ No nos pasó eso en Irlanda.
_ Europa es muy distinto a América. Las costumbres y los cambios
culturales marcan una gran diferencia entre ambos continentes.
Y el capitán Riestra le comentó que las últimas dos muertes fueron
diferentes a las dos primeras.
_ Eso sí que es increíblemente curioso_ dijo asombrado._ Es una
modificación en su comportamiento muy interesante en cuanto a su modus
operandi. ¿Por qué? Sí... Es extremadamente curioso e interesante, a la vez.
_ Igual que las cartas.
_ ¿A qué se refiere?
_ Las que escribió y envió desde acá estaban escritas en español. ¿Por
qué?
_ ¡Es cierto! Asombrosa observación de parte suya que yo, torpemente,
omití.
_ ¿Un imitador, quizás?
Dortmund se mostró algo reacio ante la insinuación de Eugenio Riestra,
aunque disimuló su disconformidad demasiado bien. No obstante, la posibilidad
de un imitador era absolutamente plausible.
_ ¿Qué fecha es hoy?_ preguntó Riestra, inteligente y súbitamente.
_ Veintiuno_ repuso Dortmund entre
cavilaciones._ Y si regreso a mi residencia, encontraré una nueva carta
anunciando uno, dos, quién sabe cuántos homicidios más.
_ No hay lógica en nada
de esto.
_ La hay, sólo debemos descubrirla.
_ ¿Aunque el tiempo nos juegue en contra y no sepamos nada sobre cuál va
a ser el próximo escenario?
_ La red ferroviaria. Ése es su juego.
_ Las vías se bifurcan, por lo que aparecen dos posibilidades. Y si no
tenemos nada, no podemos anticiparnos. Y eso, francamente, me pone de muy mal
humor.
_ El estrés no deja pensar con claridad, capitán Riestra.
_ ¡No me voy a quedar tranquilo mientras en mi ciudad, que está bajo mi
expresa responsabilidad, haya un demente que asesina y desfigura personas, y
encima tiene una enfermiza obsesión con el tren!
_ Dispénsese_ dijo Dortmund sobreponiéndose a la situación._ Muéstreme
la evidencia y junto lo resolveremos. Pero el enojo no es una salida fiable.
El capitán Eugenio Nicanor Riestra se calmó y al cabo de unos minutos mandó a buscar
el expediente del caso que contenía la evidencia por un oficial. Cuando lo tuvo
en su poder, se lo extendió a Dortmund. Observó los DNI con sumo interés y
rodeado de un silencio abrumador. Cuando se topó con la foto de Ricardo De
Julio, la primera víctima, sintió que el corazón se le detuvo de repente. El
capitán Riestra no había tardado en darse cuenta que la expresión de Dortmund
mutó drásticamente.
_ Parece como si hubiera visto un fantasma_ lanzó el capitán Riestra.
_ Algo así_ confirmó Dortmund con estremecimiento.
_ ¿Qué quiere decir?
_ Vi a este hombre en al menos cinco ocasiones.
_ Eso... eso... Bueno, eso no es posible.
_ Sí, es muy posible: los rostros desfigurados, los DNI... Todo tiene sentido para mí.
_ ¿Cuál?_ indagó Riestra, confundido.
_ Piense en la respuesta más sencilla de todas y tendrá la solución del
caso.
El capitán Riestra reflexionó muy concienzudamente los detalles del caso
hasta hastiar su mente de tanto someterla a pensamientos forzosos.
_ ¡De Julio es el asesino!_ reaccionó repentinamente el capitán
Riestra._ Por eso desfiguró el cuerpo de la primera víctima. Eligió a alguien
al azar, le desfiguró el rostro, le robó el documento y en su lugar colocó el
suyo.
_ ¡Exacto! Teníamos que creer que realmente estaba muerto. Ése fue su juego y su plan, toda una
fascinante puesta en escena. Todo tiene sentido ahora. Y tuvo que dejar expuestos los DNI reales del resto de sus víctimas
para generar un patrón en común entre todos los asesinatos. Podemos asegurar
con certeza indiscutible que Ricardo De Julio es un pasajero recurrente del
Tren Mitre... ¿Así se llama?
El capitán Riestra afirmó moviendo la cabeza y el inspector continuó:
_ ¡Es perfecto! Cuando yo vi al señor De Julio, se escondía detrás de
unos anteojos oscuros y un gran sombrero de copa, caminando en una actitud muy
sugerente. Pero lo vi lo suficiente como para reconocerlo enseguida. Él me reconoció, sabe quién soy. Se
inmiscuyó en el caso del ferrocarril que fue altamente conocido en toda Europa
y empezó a enviarme cartas para que creyera que se trataba del mismo asesino y
que había cumplido fielmente su palabra de seguirme hasta aquí. Pensó que si el
Asesino del Ferrocarril se salió con la suya en Irlanda, aquí también tendría
éxito la idea. Yo arribé al país, lo averiguó y puso en marcha el plan, que era
naturalmente simular ser el mismo asesino.
El capitán Riestra se quedó petrificado ante la exposición de los hechos
que le brindó Sean Dortmund. Cuando por fin reaccionó, expresó:
_ ¿A costas de qué hace todo esto?
_ A costas de cubrir su verdadero crimen, que si los cálculos no me
fallan, estamos a tiempo de evitarlo... ¿Cuál es el hospital más cercano a la
terminal de Retiro?
_ El Argerich, ¿por qué lo pregunta?
_ Tiene un familiar internado allí al que va a visitar siempre a la
misma hora todos los días, y lo hace yendo en ése ferrocarril.
Riestra quiso comprobar la teoría del inspector y llamó al hospital
Argerich, en donde constató que uno de los pacientes internados se llamaba Raúl
De Julio, padre de Ricardo De Julio que, según los médicos, él visitaba todos
los días alrededor de las 19. Las averiguaciones siguientes revelaron que
Ricardo De Julio residía en José León Suárez, por lo que el próximo cuerpo se estimaba
que aparecería en Coghlan para eliminar cualquier vestigio de sospecha.
Identificaba a su víctima, la seguía, la mataba, preservaba el cuerpo hasta que
a la madrugada lo trasladaba a la estación que correspondiese. Suponía entonces
que los blancos eran personas que vivían solas. De ése modo, no levantaría
dudas su desaparición. Lo principal estaba aclarado. El resto a esclarecer eran detalles
secundarios. Pero todo se condecía exitosamente con las primeras y azarosas
conjeturas de Sean Dortmund.
Sean Dortmund recibió otra carta que anunciaba un nuevo asesinato el
veintidós en la siguiente estación, que él debía dilucidar con su ingenio. Así
que, actuaron
rápido y el mismo veintiuno la Policía cercó la estación Retiro de forma encubierta, lo vieron a
Ricardo De Julio ingresar a la plataforma número seis después de un rato de
esperarlo y lo arrestaron delante de todo el mundo sin que haya ofrecido
resistencia alguna.
Confesó que el padre tenía cáncer terminal y que pensaba asesinarlo para
heredar toda su fortuna y sus dos propiedades del norte de Chacabuco, en la
provincia de Buenos Aires, ya que él estaba financieramente en la ruina porque le embargaron todas sus cuentas por una deuda millonaria que
mantenía por una hipoteca y no podía permitirse esperar hasta que la enfermedad hiciese lo
propio. Pensaba retirar el cuerpo del hospital con ayuda interna y abandonarlo en la estación
correspondiente para camuflarlo como otra víctima del Asesino del Ferrocarril.
El asesinato de Raúl de Julio pudo ser evitado afortunadamente a tiempo, aunque
tres meses después murió por causas naturales, donando toda su fortuna y
patrimonio a entidades de bien público.
Eugenio Nicanor Riestra habló con Sean Dortmund a la mañana siguiente
del arresto para hacerle una petición un tanto especial.
_ Me gustaría saber si podría
consultarle en lo sucesivo sobre algún caso que requiera una opinión de afuera
y más profesional_ se animó a preguntar con descaro el capitán Riestra y algo
avergonzado.
_ Será un placer ayudarlo, capitán Riestra_ le respondió Dortmund
complacidamente halagado.
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