lunes, 13 de marzo de 2017

Café Concert (Gabriel Zas)




Ya hacía varios meses que nuestro amigo de la Policía Federal, el capitán Riestra, nos había prometido a Dortmund y a mí invitarnos a tomar algo en señal de gratitud por todas las veces que lo ayudamos a resolver sus casos. Pero por situaciones de fuerza mayor, el encuentro nunca se había podido concretar. Pero tanta espera valió la pena y nos llevó a un Café Concert en San Telmo a disfrutar de una de las mayores tradiciones argentinas: el tango. La cita fue a las 20.30 porque ése viernes a la hora indicada se presentaba Érica Castañares, junto a su reciente nuevo compañero de baile, Diego Leguizamón. Y según las apreciaciones del propio capitán Riestra, eran los mejores bailarines del 4x4 que había dado el país por aquélla época. Llegamos al antro puntual a las 20 y nos sentamos en una mesa para cuatro justo al lado de una ventana que nuestro amigo había reservado con seis horas de anticipación. El aire que se respiraba era el típico de una noche porteña tradicional: mujeres, tragos y milonga. Las mesas eran perfectamente cuadradas, de madera de roble terciada y con un estilo rústico de principios de 1940, y las sillas hacían juego con ellas, todo dispuesto elegantemente alrededor de la pista de baile, que era un hueco en medio del salón preparado y diseñado especialmente.

_ Le agradezco su invitación, capitán Riestra_ expresó Dortmund, una vez instalados en nuestros respectivos lugares._ Me parece un ambiente particularmente agradable e interesante. Una clase de cultura que no había experimentado antes.

_ Aprenderá grandes cosas sobre uno de nuestros más santificados ritos_ comentó amigable Riestra.

_ Conozco algo de su origen. Sus inicios se remontan a la época de los conventillos, el Río de la Plata... Nació como una fiesta popular o algo por el estilo. Además, conozco a grandes figuras como Homero Manzi, Aníbal Troilo, Astor Piazzola, Discépolo y por supuesto a Carlos Gardel.

El capitán sonrió amigablemente y con cierta satisfacción.

_ No discuto su intelecto, Dortmund_ agregó después.

_ ¿Alguna vez lo puso en duda?

_ Nunca, desde luego. Entonces, debe estar informado que el contemplar un baile de tango es cosa que se acompaña de un buen vaso de whisky y de unos buenos cigarrillos... De los fuertes, por supuesto.

_ Le acepto los cigarrillos. Fumar dos o tres al año no causa ningún perjuicio a la salud. Los placeres gratifican el bienestar del alma.

_ ¿Y qué me dice del whisky?

_ Ahí declino su propuesta. Voy a ser fiel a mi cultura y a mi Nación y beberé una buena taza de café irlandés, si es que aquí lo preparan.

_ Como usted quiera. Acá tenemos hasta lo que menos se imagina. ¿Y usted, doctor Tait? ¿Me complacerá a mí o seguirá la tradición del inspector?_ me preguntó dirigiéndose a mí persona.

_ Para quedar bien con ambos_ repliqué en tono de broma, _ probaré las dos cosas.

Y soltamos una risa de manera espontánea. Y la verdad que me produjo una enorme satisfacción a nivel personal verlo a Dortmund tan relajado, distendido y disfrutando de la reunión, dejando por una vez en su vida el crimen de lado.

Dortmund bebió una taza de café irlandés a su ritmo lento y pausado y yo acompañé en el sentimiento al capitán Riestra porque bebí un buen vaso de mejor whisky. Nuestro amigo nos puso al corriente de muchas costumbres argentinas que Dortmund y yo ignorábamos por completo, pero centró su atención sobre el tango y en especial sobre los dos bailarines que íbamos a ver lucirse ésa misma noche.

_ La señorita Castañares_ nos explicaba Riestra_ baila aquí desde hace más de veinticinco años. La vi por primera vez en una ocasión en la que dos hombres se pelearon, discutieron e intentaron batirse a duelo por el honor de aquélla hermosa dama.

_ Una femme fatale_ interpuso Dortmund.

_ Más bien creo que ambos caballeros estaban bastante pasados de copa_ aclaró el capitán Riestra._ Intercedí justo a tiempo y evité lo que podría haber sido una verdadera tragedia. Ella se sintió culpable y me agradeció el favor. Me quedé ésa noche a verla a bailar y me deslumbró. La felicité después de la función y desde entonces trabamos una amistad inquebrantable hasta el día de hoy. Cada vez que el trabajo me lo permite, vengo a visitarla y a disfrutar del tango, que es mi gran pasión. Baila el segundo y el cuarto viernes de cada mes. Le dije que hoy traería a dos amigos muy especiales.

Dortmund hizo una pequeña reverencia en gratitud de aquéllas últimas palabras.

_ ¿Y cuándo tendremos el honor de que nos presente a tan agraciada señorita, capitán Riestra?_ inquirió el inspector con un interés por fuera por de lo común.

_ En cuanto termine de bailar, le haré los honores.

_ Parece que siente cierto interés particular por ésa mujer, Dortmund_ le dije a mi amigo dirigiéndole una mirada perspicaz.

_ Puras ridiculeces suyas, doctor Tait_ se evadió Dortmund enseguida._ ¿Y qué puede referirme sobre su compañero de baile, el señor Leguizamón?

_ Poco y nada_ respondió el capitán Riestra._ Hace sólo dos meses que bailan juntos y por lo poco que sé, no se llevan demasiado bien. Pero éstas diferencias son muy frecuentes dentro del mundo del arte. Cosas absolutamente inofensivas.

_ Y después que el baile termina..._ dije vacilante.

_ La orquesta sigue tocando para que el público baile_ contestó Riestra._ Es un espacio muy sociable.

Contemplamos el ambiente en silencio: hombres sentados en la barra fumando, bebiendo y hablando de mujeres y fútbol. Grupos de mujeres charlando apaciblemente sentadas en las mesas, familias enteras y parejas de todas las edades. Era un clima muy ameno y relajante. Las luces se apagaron de pronto, las ovaciones invadieron el lugar y los primeros acordes de una milonga invitaron a los dos bailarines a hacerse presente en el centro de la pista. Érica Castañares era una mujer de unos cincuenta y tantos años, cabello negro azabache recogido con un rodete, mirada relampagueante y una sonrisa mística y cautivadora. Su belleza era impactante. Enseguida entendí el interés de Dortmund en ella, la fascinación del capitán Riestra y el viejo duelo entre aquéllos dos caballeros a los que hizo referencia antes nuestro amigo. Sus manos estaban protegidas por un delicado par de guantes negros y sus piernas traslucían un destello de perfecta pulcritud y perfección inigualables.

En cambio, el señor Leguizamón era más bien un caballero vulgar, sin ningún detalle sobresaliente ni en su apariencia ni en su personalidad. Tendría de unos diez a unos quince años menos que su compañera, cabello castaño peinado prolijamente con gomina y un traje gris oscuro de una elegancia sencilla.

El baile duró alrededor de quince minutos en la que bailaron tres danzas diferentes, y en cada intervalo entre una y otra fueron aplaudidos hasta el cansancio. Después del show, nuestro amigo hizo las presentaciones correspondientes con la señorita Castañares.

_ Tiene un acento muy particular..._ le dijo la señorita Castañares a Dortmund con recelo.

_ Soy irlandés_ respondió mi amigo con una sonrisa.

_ Es un inspector retirado de la Policía irlandesa y nos ayuda a nosotros en varios casos_ agregó Riestra con amabilidad._ Su talento para descubrir al culpable siempre, está fuera de discusión.

_ Recuerde que también realizo investigaciones de carácter particular_ aclaró el inspector modestamente.

_ Parece que es un hombre muy interesante, señor Dortmund_ opinó la señorita Castañares con cierto interés en su persona.

Seguimos hablando unos minutos más hasta que el señor Leguizamón interrumpió la calma del lugar. Apareció repentinamente desde los camarines en un estado de excitación absoluto, tomándose el pecho y con grandes dificultades para respirar. Inmediatamente acudimos a su ayuda. Lo recostamos despacio sobre el suelo y aplicamos el protocolo exigido para casos así. Pero nada pudimos hacer: murió agonizando y casi de manera inexplicable. Alejamos a los curiosos de la escena y los tres nos miramos unos a otros totalmente desconcertados. Más aun, el capitán Riestra tuvo que aislar a Érica Castañares y consolarla porque estaba completamente paralizada, consternada y decaída.

_ Todo parece indicar que falleció a causa de un desagradable infarto_ sugerí indeciso.

_ Es necesario hacer todas las averiguaciones pertinentes_ indicó Sean Dortmund, poco convencido de mi teoría.

El capitán Riestra volvió a reunirse con nosotros tan rápido como pudo, después de que se encargara de su fiel amiga bailarina.

_ Revisé toda la zona de los camarines_ dijo_ y está todo en orden. El señor Leguizamón estaba solo cuando falleció. Después de todo, quizás sólo se trate de un desafortunado accidente.

_ Quizás... O quizás no_ puso Dortmund en duda._ La descompensación del señor Leguizamón responde más a un envenenamiento que a un infarto del miocardio.

_ Eso... Eso no es posible_ titubeó Riestra entre asombro.

_ Sí. Y me extraña que un hombre como usted conserve en su mente la idea preconcebida de que el veneno surte efecto ni bien entra en contacto con el cuerpo. Muchos venenos, y hablo de los más potentes, matan varios minutos después de su suministro. Empiezan con síntomas menores, como dolor de estómago; vómitos, mareos, que paulatinamente se van acrecentado hasta que el resultado final es la muerte. Los primeros minutos de su ingesta son cruciales para emplear el antídoto indicado. Pero si se desconoce su naturaleza, no hay nada entonces que se pueda hacer.

_ No conservo ninguna idea, inspector Dortmund. Sólo que la sola idea de suponer un envenenamiento me parece incrédula y absurda. Además, ¿quién tendría motivos para matar al señor Leguizamón?

_ Es nuestro trabajo averiguarlo. Y sugiero empezar por la señorita Castañares.

_ ¿No creerá que ella..?

_ Todos son inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Ella me parece un punto de partida apropiado. Si tengo razón y Diego Leguizamón murió envenenado, la dosis letal le fue administrada antes de que empezara la función por cómo actuó el veneno.

_ Ahora que lo menciona_ intervine pensativo, _ después del segundo baile el señor Leguizamón parecía algo mareado y con jaquecas. Se agarraba mucho la frente.

Dortmund asintió con la cabeza.

_ Usted también lo advirtió, ¿cierto, capitán Riestra?_ le dijo mi amigo, solemnemente_ ¿Entiende por qué ahora la señorita Castañares es mi prioridad? Fue la única que tuvo oportunidad_ agregó seguido.

_ La autopsia nos dirá qué pasó.

_ Pero, mientras tanto, el factor tiempo es algo muy valioso.

Veinte minutos después el equipo de Criminalística estaba peritando debidamente la escena bajo la supervisión del capitán Riestra y de la propia autoridad judicial competente, mientras Dortmund y yo estábamos en un lugar aislado con la señorita Castañares.

_ Acepte mis condolencias_ le dijo mi amigo, conmovido._ Ahora, si está en condiciones, necesitamos hacerle algunas preguntas.

_ Adelante_ consintió la dama.

_ ¿Cómo era su relación con el señor Leguizamón?

_ Para serle sincera, muy mala. En la pista de baile todo era felicidad y risas. Pero en la intimidad, era todo lo contrario. Sus modales eran muy agresivos y dominantes. Con sólo dos meses trabajando acá, se creía la estrella del show y en más de una ocasión intentó opacarme y humillarme en público.

_ ¿Puede ser más precisa, señorita Castañares?

La aludida exhaló un suspiro y se dejó caer en una silla.

_ En más de una oportunidad_ continuó_ me hizo tropezar durante la coreografía adelante de la gente alegando que era una torpe que lo único que conseguía era arruinarlo siempre todo. Después en el camarín discutíamos fuertemente por este tema y en más de una oportunidad hasta amenazó con golpearme. Ya no aguantaba más.

_ ¿Tiene idea de por qué era así con usted?

_ No sé. Los primeros días estaba todo bien. Y después se mostró como realmente era.

_ ¿Le blanqueó ésta situación al dueño? ¿Qué le dijo?

_ Claro que hablé con Fernando. Y me contestó que era un hombre con una vida difícil, que sólo le diese tiempo. Pero el muy cobarde no fue capaz de interceder y defenderme, como si lo protegiera y le importara más él que yo. Si este lugar reúne gente, es gracias a mí.

_ Disculpe mi ignorancia. ¿El señor Fernando es el dueño del Café?

_ Sí. Y toda ésta maraña de situaciones produjo cierta inestabilidad en mi relación con él.

_ Entiendo su enojo. Y entiendo que por ende su muerte no la disguste, señorita.

_ Para nada. Además, hace tres semanas atrás me desaparecieron 80.000 australes de mi billetera. Estoy segura que fue Leguizamón porque fue el único que pudo tener acceso a mis cosas, puesto que después que termina un baile, los bailarines vamos directo a los camarines y no dejan pasar al público. Yo me ausenté sólo cinco minutos para ir al baño, por lo que él tuvo tiempo suficiente para sacarme la plata. Le dije a Fernando de mis sospechas y de lo que había pasado, pero él no creyó que Diego fuese capaz de semejante barbaridad y dijo que la culpa fue mía por no saber dónde dejo las cosas.

Después de formularle algunas preguntas más de menor importancia, le agradecimos su tiempo y fuimos directamente a reunirnos con ése tal Fernando.

_ ¿Qué piensa de su testimonio, Dortmund?_ le pregunté sobre la marcha.

_ Una mujer sincera y con motivos claros para matar al señor Leguizamón. Y si el dueño defendía tanto a un hombre que entró a trabajar aquí hace apenas dos meses en vez de postular su defensa en favor de una dama que trabaja con él desde hace veinticinco años, como nos aseguró el capitán Riestra, entonces oculta algo.

Estuve de acuerdo con su apreciación. Me daba la impresión de que la relación entre la señorita Castañares y el señor Fernando se había discontinuado desde la llegada de Leguizamón al lugar. No creo que el buen capitán Riestra estuviese al tanto de todas éstas cosas, puesto que Érica Castañares me dio la impresión de ser una mujer extremadamente reservada y de hábitos caprichosos.

Fernando Worosky, tal era su nombre completo, era un hombre de estatura media, ojos verdes, barba poblada y de rostro pequeño. Lo pusimos al corriente sobre lo que nos contó la señorita Castañares.

_ Diego nunca le cayó bien, pero era un buen hombre. Creo que ella exageraba bastante._ nos explicó Worosky, conmovido.

_ Según la propia señorita Castañares_ dijo Dortmund, _ él la humillaba en público.

_ Nunca creí que eso fuese posible. Pero, por supuesto que hablé con ambos por separado, aunque él negara las cosas y ella se mostrara disconforme con mi posición. Discutieron varias veces, pero era un buen hombre y ella es una gran persona y una excelente profesional.

_ ¿Nunca habló con ambos a la vez?

_ No me pareció que fuese una buena idea. Tenía miedo de que las cosas pudieran salirse de control. Ambos son de carácter fuerte.

_ ¿Cómo llegó el señor Leguizamón a trabajar aquí?

Fernando Worosky se enterneció súbitamente.

_ Tuvo algunos problemas con la familia_ repuso_ y le hice un favor. Lo conozco desde hace muchos años. Más que a Érica. Por eso pongo las manos en el fuego por él.

_ ¿Y porque era su pareja también, verdad?

Worosky se sonrojó.

_ ¿Cómo lo supo?_ preguntó atónito.

_ Se nota por la forma en que habla de él. Y por cómo se refirió a lo que nos contó la propia señorita Castañares, estimo que ella estaba enamorada perdidamente de usted y hasta se lo confesó. Pero usted la rechazó no por otra mujer, sino por otro hombre; que terminó trabajando acá y encima fue su compañero de baile. Un cóctel de emociones muy explosivo.

Worosky guardó silencio mirando fijamente al inspector con una mirada inquisitiva y desafiante.

_ Una última cosa_ indicó Sean Dortmund: _ ¿Érica Castañares siempre usaba guantes para bailar?

Aquélla pregunta me pareció inclusive a mí totalmente absurda. Pero el interrogado la respondió sin oponerse.

_ No, los estrenó hoy. Dijo que harían juego con su nuevo vestido.

_ ¿Qué pasó con el bailarín que estaba antes que el señor Leguizamón?

_ Quique renunció por un problema familiar. Pero creo que fue una vil excusa que inventó para no admitirme en la cara que se fue a bailar a otro antro de más categoría y mayor reconocimiento. Érica lo tomó bastante a disgusto.

Dortmund y yo abandonamos a Worosky al instante.

_ ¿No creerá usted que...?_ inquirió desde lejos.

_ No lo creo: estoy seguro_ respondió Dortmund con voz elevada y seguro de sus deducciones, de las que no hizo mera alusión y de las que no me atreví si quiera a preguntarle algo. El capitán Riestra nos interceptó en cuanto nos vio acercarnos hacía él.

_ Interrogué a algunas personas que no dijeron nada relevante_ nos señaló._ Lo vieron como siempre: mozos y comensales habituales del lugar. No creo que se trate de un asesinato. Los peritos analizaron los vasos de las bebidas que ingirió antes de salir a escena y no encontraron rastros de ningún veneno.

_ Sin embargo, ahora estoy completamente seguro de que se trató de un homicidio y ya sé dónde estaba el veneno_ aclamó Sean Dortmund, triunfante._ Es más, puedo decirle con certeza qué veneno se empleó para matarlo. La autopsia lo confirmará.

Riestra le dirigió a mi amigo una mirada obstinada y expectante.

_ Lo escucho, Dortmund.

_.No hasta que dé una pequeña actuación mañana por la noche y usted me ayudará con eso_ respondió el inspector con su típica sonrisa impertinente de siempre._ Daremos un ágape en homenaje al señor Leguizamón y usted será la estrella, capitán_ y le dio una palmadita en el hombro. El capitán lo miró sin comprender nada.

_ ¿De qué va su idea?_ indagó Riestra, visiblemente molesto.

_ Sólo le diré que atraparemos al asesino al compás del cuatro por cuatro_ respondió Dortmund, suspicaz._ Lo pondré al tanto de mi idea más tarde. Pero primero tengo que hablar con el señor Worosky para arreglar algunas cosas de vital importancia.

Y fue directo a hablar con él, dejándonos al capitán Riestra y a mí a la deriva y sin entender nada.

El sábado a la noche fue una gala especial. Dortmund convenció a Fernando Worosky para que una bailarina por fuera de Érica Castañares bailara con el capitán Riestra, al que sin dudas pretendió humillar, pues sabíamos por ley el pésimo bailarín que era. Aceptó la idea casi obligadamente por imposición indiscutida de mi amigo. Eligió a otra dama para bailar con nuestro amigo dado que la señorita Castañares era una de las sospechosas y no servía a sus propósitos. El bar se colmó de gente, quizás en medio de un clima más lúgubre por los últimos eventos acaecidos. El capitán Riestra y su compañera, una mujer esbelta de mirada provocativa y grandes ojos azules, salieron a escena ni bien sonaron los primeros acordes, tal cual la noche fatal. Comenzaron a bailar. Las personas parecían extraordinariamente conmovidas por el despliegue artístico de ambos. Hasta a mí me sorprendió verlo a nuestro amigo lucirse en la pista. Y de repente un grito quejoso del capitán Riestra detuvo el baile estrepitosamente. El público se impacientó.

_ ¿Qué le pasó, capitán Riestra?_ preguntó Dortmund, preocupado.

_ Es ésta mujer que me picó la pierna con su taco de aguja.

_ Lo lamento_ se disculpó la muchacha, atormentada.

Dortmund volvió su vista hacia la señorita Castañares, presente entre el público, con una sonrisa insolente y turbia.

_ Así lo hizo ayer a la noche, ¿verdad, señorita Castañares?_ le preguntó mi amigo disciplente.

El lugar enmudeció sórdidamente y la señorita Castañares abrió los ojos enormemente y visiblemente asustada.

_ Así como los viejos espías de la KGB_ continuó el inspector_ mataban a sus enemigos impregnando de ricina la punta de un paraguas, usted lo hizo impregnando la punta del anguloso y puntiagudo taco de su zapato con acontonina, un poderoso pseudoalcaloide que entra por la piel y bastan sólo apenas dos miligramos para producir la muerte. Usted debió utilizar menos cantidad. Diría algo así como un miligramo y medio para retrasar sus efectos letales, poder concluir el baile y que nadie sospechara de usted. Por eso se colocó guantes, cuando el señor Worosky me confirmó que nunca antes los había utilizado durante un baile: para manipular el veneno. Ahora, ayúdeme a entender una cosa: con tantos supuestos motivos que tenía usted para hacer lo que hizo, ¿cuál elegiremos para acusarla ante un tribunal?

El silencio se mantuvo a flor de piel. La acusada tragó saliva y se puso de pie autoritariamente.

_ No voy a decirle nada sin la presencia de un abogado_ dijo con firmeza.

 _ Eso no será necesario_ confirmó Dortmund, y le hizo una seña a unos oficiales que ingresaron y se llevaron detenida a Érica Castañares. Su mirada se volvió enseguida hacia el rostro del capitán Riestra que estaba desilusionado y decepcionado.

_ No se angustie_ le dijo el inspector, acaloradamente._ La apariencia es un disfraz que todos llevamos encima. Pero esto no lo exonera en absoluto. Todavía nos debe una salida de amigos.

Y le guiñó el ojo.

_ No lo comprendo_ dijo cabizbajo, nuestro amigo.

_ El asunto resulta mucho más sencillo de lo que parece. Érica Castañares se había enamorado profundamente de Fernando Worosky. Creo que la renuncia del bailarín anterior responde a que no logró convencerla de que el señor Worosky no era para ella. En un principio, la señorita Castañares supuso que su anterior compañero de baile estaba enamorado de ella y que como no pudo hacerla declinar su amor por el señor Worosky, renunció para no sufrir por un amor no correspondido. Pues no toleraría ver a su gran amor entregada a los brazos de otro hombre. Y en parte, esto era cierto. Aquél modesto caballero en efecto renunció para evitar un mal mayor, pero no porque estuviese enamorado de la señorita Castañares, sino porque conocía la condición sexual del señor Worosky, que por alguna razón, él le ocultó a ella por varios largos años. Él la quería mucho a ella y no soportaría verla sufrir innecesariamente. Porque creo, y estoy seguro que no me equivoco sobre este punto, que Fernando Worosky sabía muy bien que Érica Castañares estaba loco por él y no quiso lastimarla con la verdad.

Con vía libre y desconociendo la verdad de fondo, Érica Castañares finalmente junta el valor necesario para confesarle su amor a Fernando Worosky pero para su sorpresa, él se muestra esquivo. Acepta en parte su declaración pero no reacciona como ella espera que lo haga. Eso le llama la atención pero supone que necesita más tiempo y se lo da. Y de repente llegó Diego Leguizamón y todo cambió. Su cercanía con el señor Worosky era inquietantemente llamativa y le hizo pensar a la señorita Castañares que había algo que no estaba bien. Fue muy explícita cuando la interrogué: "Pero el muy cobarde no fue capaz de interceder y defenderme, como si lo protegiera y le importara más él que yo". Y no se equivocó. Confirmó sus sospechas cuando en una ocasión encontró a ambos caballeros en una situación comprometida. Se horrorizó terriblemente con dicha escena y fue cuando decidió que debía tomar cartas en el asunto y dejar fuera de juego al hombre que le arruinó la vida: Diego Leguizamón. Con él muerto, ella seguiría buscando el amor de Worosky a cualquier precio. Y por el mismo precio, ella lo haría reconsiderar su decisión sobre su inclinación respecto a sus gustos sexuales para que finalmente se fijara en ella. Es una mujer fría y manipuladora. Así que es probable que el señor Leguizamón advirtiera las intenciones de Érica Castañares y por eso la haya humillado en público durante algunos bailes. Y el robo de los 80.000 australes que ella fundamentó, en realidad nunca existió y lo inventó para crear tensión entre Worosky y Leguizamón.

_ Es una historia maravillosa, Dortmund, digna de usted. Pero es frustrante cuando no existe evidencia suficiente para respaldarla.

_ La escasa información que reuní me basta para saber que es cierta. Yo lo sé, usted también, capitán Riestra. No necesitamos más.

_ Irá a la cárcel por el asesinato, por el absurdo asesinato de Diego Leguizamón. Las evidencias físicas que la conectan con el crimen son demasiado insuficientes.

_ Usted encontrará todo lo necesario para que la Justicia la juzgue y cumpla su condena como corresponde por lo que hizo.

_ Así será. Y confío en que voy a contar con su ayuda para eso, Dortmund.

_ Por si lo duda, se defiende muy bien usted bailando_ lo elogió luego.

Y la figura de Dortmund se desvaneció entre el intenso humo de una noche que quedará para el recuerdo.

 

 

 

 

 

 

 

 

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