Parece increíble que a la Justicia argentina
se le escapen los culpables frente a sus propias narices. Muchas veces puedo
pensar que la parte acusada incentiva económicamente a los jueces para que fallen
en su beneficio. Pero en muchos otros casos el problema reside en la
inoperancia y en la falta absoluta de idoneidad por parte de quienes la
imparten. Y el brevísimo caso que pretendo exponer es una clara muestra de esto
último.
Voy a mantener mi identidad al margen, porque
no quiero que después me persigan por hacer público un caso sobre el que se
hizo un esfuerzo muy grande para mantenerlo en las más absolutas de las
discreciones. Sólo voy a aclarar que soy abogado y nada más.
El 13 de julio de 1985, Edgardo Viola fue
asesinado de un disparo en la frente en su casa de Villa Mercedes, provincia de
San Luis. Los vecinos lo escucharon, minutos antes del crimen, discutir
fuertemente con una mujer, a la que identificaron fehacientemente como su
esposa, Analía Beltrán. Según lo que declararon los propios testigos ante el
fiscal del caso, el doctor Juan Manuel González, la discusión giraba en torno a
una supuesta infidelidad por parte de la víctima hacia su esposa. De repente
escucharon un disparo de arma de fuego y a los pocos minutos vieron huir de la
escena a una mujer cuya descripción física coincidía con la de la principal
sospechosa del homicidio, Analía Beltrán, aunque no alcanzaron a verle bien la
cara.
El juez de Instrucción y el fiscal le tomaron
declaración indagatoria y nunca creyeron ni una sola palabra de lo que declaró,
por lo que se abrieron los autos de procesamiento correspondientes sin prisión
preventiva y la posterior elevación a juicio.
Durante el debate, los testigos ratificaron
sus declaraciones y Analía Beltrán, acusada del asesinato de su esposo, la
suya. Declaró que estaba cenando con una amiga en un restaurante del centro de
San Luis a las 21.20, hora oficial de la muerte. Su abogado defensor presentó
el comprobante de pago con tarjeta de crédito en el que constataban la hora, la
fecha, número de tarjeta, firma y DNI. Además, la supuesta amiga con la que
estaba cenando en esos momentos confirmó su coartada, al igual que los mozos,
el encargado y algunos comensales que la vieron en el local gastronómico ése
día a ésa hora. El abogado defensor expuso los alegatos y arremetió contra el
juez y el fiscal por haberla acusado injustamente y por no habérsele tenido en
cuenta su declaración durante la etapa de Instrucción.
Después de deliberar durante un rato largo, el
tribunal la absolvió completamente de culpa y cargo, y fue a mi propio entender
el error más grande que cometieron porque lo
que Analía quería precisamente era
que la acusaran porque sabía que la iban a sobreseer de la causa.
Para mí está todo demasiado claro. Analía
tenía una hermana gemela que le proporcionó una coartada perfecta. Analía le
dio su tarjeta de crédito a su gemela para que la utilizara para pagar la
cuenta en el restaurante junto con su DNI. Además, su idéntica sabía falsificar
a la perfección su firma. Está hecho. Mientras
su hermana cenaba en el restaurante junto con una amiga y ante la vista de un
centenar de personas, Analía asesinaba a Gerardo Viola a sangre fría. Y
procuró hacerse ver ante los vecinos con ciertas precauciones para que la
pudieran señalar sin lugar a dudas. La Justicia nunca investigó la posibilidad
de una hermana gemela.
Analía se salió con la suya: lograr que la sobreseyeran, porque en
Argentina una persona no puede ser juzgada dos veces por el mismo delito,
valiéndose de la complicidad de su hermana para alcanzar su objetivo y quedar
impune. No tengo ninguna duda de que así se dieron las cosas realmente aunque
carezco de pruebas que respalden mi hipótesis. Tendría que hallar a su gemela y
así y todo se complicaría, más aún porque el caso fue archivado y encima dentro
de cinco meses la causa prescribe definitivamente. Pero, que error más estúpido
que cometió la Justicia: sobreseerla en vez de dictarle la falta de mérito.
Pero, ¡cuánta impertinencia junta!
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