Por razones de extrema
confidencialidad, me reservo el derecho de hacer público mi nombre. A través de algunos
relatos, los lectores me identificaran con el sobrenombre de Doctor, el cual se
debe a que soy médico forense y además amigo
entrañable del inspector Sean Dortmund. Viajó a Argentina por placer. Yo lo
acompañé en el viaje en trasatlántico pero me bajé antes para disfrutar de las
hermosas playas caribeñas de Centroamérica, y no fue sino hasta unos pocos meses después que tuve noticias suyas cuando me envió una invitación para quedarme con
él unos días en Buenos Aires. Acepté de inmediato y con mucho gusto. Cuando
llegué al piso que alquilaba en plena Capital Federal, se alegró enormemente de
verme aunque noté enseguida que había algo que lo preocupaba. Después de que le
contara mi travesía por las playas centroamericanas, lo confronté sin rodeos.
_ Me conoce muy bien, doctor_ me
dijo Dortmund, algo apenado._ Le seré franco: investigo la desaparición de un
hombre y todo me resulta imposible.
_ Cuénteme los pormenores_ le
dije con sumo interés.
_ Se llama Daniel Alarcón, es
prestamista, muy reconocido y respetado entre los de su profesión. Salió de ver
a un cliente en La Paternal, luego fue a casa de su tía en Flores y a partir de
ése momento es todo un profundo misterio. Llamé a todos los hospitales y nada.
Busqué entre su familia intensamente y nada. De hecho, están todos demasiado
preocupados en su entorno. No se comunicó ni tampoco nadie llamó pidiendo
rescate, lo que nos da una gran ventaja. Por ahora, suponemos que está vivo.
_ Puede que lo hayan matado y
hayan hecho desaparecer el cuerpo.
_ Es muy pronto para aventurarse
a considerar ésa posibilidad. También pensé que pudo haberse ido por su propia
voluntad, pero las averiguaciones que hice desmienten por completo ésa teoría.
No es de la clase de hombres que actuaría así y dejaría a todos en vilo.
_ Muchas personas lo hacen y no
obstante sus parientes jamás lo consideran. Creo que no podemos dejar ninguna
chance librada al azar.
_ Estoy de acuerdo con usted en
esto último que dijo.
Mi amigo estaba muy preocupado.
El caso lo había conmovido sin dudas. Caminó de un lado a otro de la habitación
ensimismado, pensando el asunto con lujo de detalle y fuertemente concentrado.
_.Bueno, ¿cuál es su teoría en
definitiva?_ le pregunté al fin, infringido su concentración sin piedad.
_ Ninguna y todas, a la vez_ me
respondió entre cavilaciones.
_ ¿Tenía problemas con alguien?
_ Es prestamista, doctor. Maneja
las finanzas y los negocios de entidades y personas muy pesadas. Controla
deudas de firmas a las que no le gustarían que le cobren ni un sólo centavo. Si
algo salió mal, es posible que huyera por su propia voluntad, después de todo,
para evitar un desenlace peor. Y por supuesto que no le diría nada a su familia
para no preocuparla ni exponerla a peligros innecesarios. Estas cuestiones es
mejor mantenerlas en absoluto secreto. Pondremos ésa posibilidad como una
prioridad sin descartar las demás, por
supuesto.
_ ¿Y es posible que por ésta
misma razón lo hayan secuestrado y por eso no piden rescate?
_ Muy endeble. Pero posible,
desde luego.
Investigamos a las empresas
contratistas bajo la supervisión y el control del señor Alarcón
exhaustivamente, pero el resultado fue negativo en todo sentido y eso,
sinceramente, nos desalentó demasiado. No era el resultado que esperábamos
obtener. Pasaban los días y no había noticias suyas. Sentía que cada vez
estábamos más lejos de encontrarlo. Con cada pista que seguíamos y no llevaba a
ningún lado me sentía más frustrado, a diferencia de Dortmund que siempre se
mostró optimista. Volvimos a revisar todo de nuevo una y otra vez, siempre con
el mismo resultado. Admito que el caso me estaba haciendo perder los estribos.
Y la Policía Federal, que investigaba el caso por su cuenta, como corresponde;
estaba en la misma situación que Dortmund y yo.
_ Sáqueme de una duda, Dortmund_
le dije cuando regresamos tarde a la residencia._ ¿Cómo se enteró del caso y
cómo es que lo investiga?
El inspector me respondió sin
vacilar.
_ Tengo mis métodos, ya me conoce
usted bien. Claro que el triunfo se lo llevará la Policía Federal porque yo no
tengo jurisdicción ni autorización legal para estar en el caso. No saben que lo
investigo y es mejor mantenerlo así.
_ Aún no disipó mi inquietud.
_ El señor Alarcón, o mejor dicho
su familia, son íntimos amigos de María Álzaga, la muchacha a la que ayudamos
en el crucero que nos traía para América, que es argentina. No sé si la
recuerda.
_ Imposible olvidar a la gente a
la que usted sirve y ayuda.
_ Ella me recomendó. Habló con
los Alarcón y convinieron en que investigara el caso de forma particular,
porque es gente que desconfía solemnemente del proceder de las fuerzas locales
y una opinión externa no viene mal. Acordaron en no decir nada a la Policía.
Pero por una buena fuente, le ratifico que ellos no están muy avanzados tampoco.
_ Eso es bueno. Empieza usted a
ser popular, Dortmund.
Mi amigo sonrió amigablemente.
_ Si usted quisiera desaparecer,
doctor, ¿en dónde se escondería?_ me preguntó, cambiando radicalmente de tema.
_ Algún vuelo privado, algún yate
en algún puerto, donde seguro no me encontrarían. O me escabulliría entre la
multitud, porque sé que puedo pasar desapercibido.
_ Y sin embargo, no encontramos
nada por ése lado, tampoco. Ni siquiera en terminales de ómnibus.
_ Es como si se lo hubiese
tragado la Tierra. No concibo que nadie lo haya visto ni sepa nada sobre su
paradero.
_ Si pretende huir, no contactará
a nadie. Pudo haber mentido sobre su próximo destino para que nadie le siguiera
el rastro.
_ Ahí afuera hay alguien que sabe
algo, inspector Dortmund. No será tarea sencilla encontrarlo.
_ Mañana pondremos manos a la
obra. Lo mejor es irnos a dormir. La mente necesita estar descansada para
pensar y trabajar con mayor claridad.
La mañana siguiente nos agarró
con una noticia que nos impactó profundamente. Las ropas del señor Alarcón
fueron encontradas a la orilla de la laguna Epecuén, en Carhué, al oeste de la
provincia de Buenos Aires. Tiene una extensión de 160,3 kilómetros cuadrados
con una profundidad de diez metros, por lo que los prefectos encargados de la
investigación estipularon que no iba a ser tarea sencilla hallar sus restos si
la corriente lo arrastró. Era pleno otoño y el viento por ésas zonas soplaba
muy fuerte. El hallazgo puso al descubierto su desaparición, ya que no se había
hablado de ella antes para evitar entorpecer la búsqueda. Si se sabía que era
intensamente buscado, se podía esperar que ocurriese cualquier cosa y no se
estaba en condiciones de correr riesgos de ninguna clase. Por las imágenes y la
información, había más de cien agentes y treinta buzos emprendiendo la búsqueda
del cuerpo. La familia no hizo declaraciones de ningún tipo y fue una buena
elección desde mi punto de vista. Pero Dortmund no despegaba los ojos de las
ropas encontradas en la escena y que la propia familia hizo sobre ellas un
reconocimiento positivo.
_ Esto es extraño_ dijo mi amigo
pensativo._ El estado de las prendas es impecable, no están percudidas ni
perjudicadas por factores climáticos. Contrariamente, están muy bien
dispuestas.
_ Si estaría realmente perdido
allí_ reflexioné lentamente, repasando en mi cabeza los últimos sucesos, _ la
vestimenta tendría que estar dispersa, arrugada y con el sello del frío
plasmado. Aun así, parece que la dejaron alevosamente con alguna doble
intención.
_ Exacto, doctor. Además, su
documentación y pertenencias, según pude apreciar, están intactas. Y si no
pretendiera ser encontrado, sería un grosero error de su parte dejar evidencia
que ayude a su identificación.
_ A no ser que pretendiera que lo
identificaran.
_ Y aun así, no veo algo lógico
en todo esto.
_ Tampoco las circunstancias
responden a un secuestro.
Admito que me lucí haciendo
alarde de mis deducciones frente a Dortmund, aunque él no me lo reconociera,
pero estaba sumamente satisfecho de mí mismo y traté de no demostrarlo
abiertamente ni para incentivar ni para lastimar su arrogancia.
Sonó el teléfono. Dortmund
atendió empujado por cierto apuro. Estuvo entretenido unos cinco minutos y
cortó la comunicación. Vino directamente a mí con cierto brillo en sus ojos. Y
eso en él era una excelente señal.
_ Era Alicia Balandra, la madre
del señor Alarcón_ me comentó emocionado.
_ Por su aspecto, intuyo que
recibió grandes noticias de ésa humilde dama_ le repliqué con cierta ansiedad
por conocer las últimas novedades.
_ Su otro hijo, Fabio Alarcón,
que vive desde hace siete años en Ecuador; llamó hace dos días anunciado que vendría de visita a Buenos
Aires. Llegó, asaltó a un policía al que dejó severamente lastimado y ahora
está detenido por ése mismo incidente.
Miré a Dortmund resignado y
contrariado.
_ Las cosas se complican, por lo
visto.
_ Al contrario, se aclaran. Todo coincide, doctor: las
ropas encontradas en el lago y decenas de policías buscando allí inútilmente
algo que nunca encontrarán, el arresto inminente del señor Fabio Alarcón...
Todo tiene sentido para mí.
_ Explíquese porque estoy
mareado.
_ Muchas empresas bajo la órbita
del señor Daniel Alarcón estaban dispuestas a evitar que el mismo les cobrase
millones de pesos que le deben, hace meses, siendo capaz de cualquier cosa para
evitarlo porque ése dinero, estoy absolutamente seguro, fue
desviado con fines ilegales y nuestro desaparecido es consciente de eso y del
peligro que representaría interponerse en medio de la operación queriendo
cobrarles lo que le corresponde. Alarcón prevé el
peligro y recurre a su hermano. De mis averiguaciones supe que aquél tiene una
casa de veraneo en Colonia, Uruguay. Por lo tanto, cuando el señor Daniel le
expone a Fabio sus temores, el primero viaja desde Buenos Aires a Colonia y el
otro lo hace desde Ecuador. Se reúnen en ésa casa y trazan un plan, que
consiste en que Daniel Alarcón tome el
lugar de Fabio Alarcón. Para ello, acuden a un cirujano plástico de extrema
confianza que cambia la apariencia por completo de Daniel Alarcón y lo hace
verse como su propio hermano. Le anticipo que no voy a examinar los registros
de operaciones de un posible médico que tengo en mente (me reservo el derecho a
revelarle cómo obtuve el dato) porque es más que claro que los datos alegados
son falsos.
El señor Fabio Alarcón procura
permanecer ahora oculto en Colonia. Le da su ropa y sus pertenencias personales
a su hermano. Antes de partir para Argentina, Fabio llama a su familia y le
dice que viajará a visitarlos dentro de dos días. Durante ése tiempo, Fabio Alarcón esconde a
Daniel Alarcón, quien esperó el momento preciso para viajar al país. Tuvo que
trasladarse en un chárter privado porque si viajaba por alguna empresa de
renombre, correría el riesgo de ser descubierto y echaría por tierra todo el plan tan
brillantemente elaborado.
Una vez en el país y ya
caracterizado fielmente como Fabio Alarcón, el señor Daniel va hasta la laguna
Epecuén y abandona sus prendas y toda su documentación creando una
extraordinaria pista falsa, que como acaba de contemplar, dio sus frutos. Pero
tiene que esconderse y la cuestión se zanja cuando, por obvias razones, no
tiene a quien recurrir para reclamarle hospedaje. Su familia es demasiado
inteligente como para no advertir el ardid. Y se le ocurre radicarse en el único lugar en donde a nadie se le
ocurriría jamás buscarlo: la cárcel. Sólo tiene que atacar a un oficial de
policía para asegurarse unos meses adentro y mientras tanto, durante ése
tiempo, pensar qué hacer en lo sucesivo. Una manera increíblemente buena de
escapar de los problemas.
No dije nada. Estaba tratando de
digerir la explicación que extraordinariamente acababa de exponerme mi amigo.
Admito que me había terriblemente desacostumbrado a las fortuitas conclusiones dortmunianas. Pero aquélla me sorprendió
más que ninguna otra.
_ ¿Está usted seguro de todo
esto? ¿Puede demostrarlo?_ le dije todavía obnubilado a Dortmund.
_ ¿Duda de mis métodos?_ me
preguntó tajante.
_ No, por supuesto que no.
_ Me haré una escapada fugaz a
Uruguay a hablar con el señor Fabio Alarcón. Es la mejor evidencia que poseo
para confirmar la historia. Pero, me quedan dos dudas que aún no logro
resolver.
_ ¿Cuáles?
_ Cómo decirle la verdad a la
familia, más aún a la señora Balandra; y sobre todo... A la Policía.
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