Me llamo Fabiana N. y demás está aclarar que ése no es mi
nombre verdadero. La razón por la que utilizo un seudónimo se debe a que temo
por mi vida después de que sufriera el siguiente incidente que me propongo
relatar. Sepan disculpar si me trabo o si no soy clara con ciertos detalles,
pero soy pésima escribiendo.
Yo era tesorera de un banco muy importante de la provincia
de Buenos Aires. Desempeñaba mi labor en la sucursal de Haedo cuando todo
ocurrió, aunque anteriormente trabajé en otras filiales. Cierta tarde de
verano, en febrero de 1992, el gerente solicitó hablar conmigo en privado por
un asunto de extrema confidencialidad. La reunión duró apenas unos quince
minutos, en la que recibí de manos del propio gerente un sobre madera lacrado
que contenía información valiosa y ultra secreta, pero que fue a parar a mis
manos por la confianza ciega que él tenía en mí. Sólo me dijo que lo debía
guardar por un tiempo nada más y que por nada en el mundo debía comentar el
asunto con nadie. “En el banco no está
seguro”, me dijo tratando de ocultar inútilmente sus nervios. Me resultó
extraño pero acepté sin oponerme y sin hacer preguntas de ninguna clase. Los
primeros días todo estaba bien, hasta que una noche escuché, mientras estaba
sola en mi casa dispuesta para irme a acostar: “Los documentos son un peligro. Peligro, cuidado”. Me alarmé no sólo
por la advertencia, sino más aún porque la
que pronunció ésa frase fue mi propia voz. Sí, yo misma me estaba advirtiendo sin saber porqué ni de qué y mucho menos
de quién. Atribuí el suceso a una mala jugada que me propició el cerebro y
lo ignoré. Pero la escena se repitió noche tras noche durante una semana
consecutiva una y otra vez, y empecé a creer que me estaba volviendo loca de
remate. Ya no dormía, me volvía paranoica cuando cualquier persona me hablaba o
simplemente me miraba y hasta padecí breves lapsos de crisis que nunca en mi
vida había experimentado. Mi gerente advirtió mi situación y me ordenó hacer
terapia con la psicóloga de la entidad. No sabía qué me estaba pasando, pero lo
que sí sabía con plena certeza era que todo el delirio comenzó por ése bendito
sobre. Algo tenía que me estaba volviendo loca.
En la primera sesión, me mostré reticente a explayarme a
debido respeto pero la licenciada logró volverme vulnerable y me convertí como
en una especie de perrito faldero que respondía a todo lo que ella me planteaba
sin poner resistencia. Simplemente, me volvió dócil.
_ Todas las noches lo mismo: “Los documentos son un peligro. Peligro, cuidado”. Y lo peor es que
es mi propia voz_ le revelé a Amalia, la terapeuta del banco._ ¿Me estoy
volviendo loca?
_ No creo que sea nada para preocuparse. El inconsciente
responde con esos estímulos frente a la presión que tenés encima de conservar
algo tan importante como ése sobre, nada más_ me respondió ella con absoluta
idoneidad.
Pero yo no estaba del todo convencida, aunque podía ser
cierto, pero no lo sabía con seguridad.
_ ¿Qué hago, licenciada?
_ Lo mejor en estos casos, y te lo digo por un vasta
experiencia en procesos similares a los tuyos, es que despejes la cabeza y te relajes.
Salí a caminar, hacé ejercicio… Eso te va a ayudar muchísimo y vas a ver cómo
en poco tiempo estas cosas que te agarran se disipan tal como vinieron.
_ ¿Y si no puedo hacerlo?
_ Todos pueden y pudieron. Vos también vas a poder. No es
clínicamente preocupante lo que te pasa. Es una reacción natural del cerebro,
no hay secretos en esto.
_ No sé. Creo que a este ritmo voy a enloquecer.
_ Una simple curiosidad que pasé por alto: ¿por qué
aceptaste preservar ése sobre en tu poder?
_ Porque soy una boluda que no sabe decir que no y que no
aprende más.
_ Menospreciarte así no ayuda en nada. Sos humana y todo se
va a arreglar. Confiá en mis palabras, sé con certeza de lo que te hablo.
_ ¿Y si pasa a mayores? ¿Y si alguien intenta lastimarme?
_ No te sugestiones inútilmente con situaciones sin sentido
de ser en la realidad. Son cosas muy lejos de ser ciertas y genuinas.
Pero la “querida doctorcita” me inspiraba más miedos y dudas
que tranquilidad y certidumbres. Pero no perdía nada con seguir sus consejos y
obedecí sin chistar sus indicaciones a rajatabla, pero todo resultó
infructuoso. Contrariamente a sus opiniones y a su optimismo, mi estado mental
se estaba deteriorando progresivamente y las situaciones de paranoia descritas
antes de acrecentaron.
Noche tras noche, mi propia voz advirtiéndome del peligro se
repitió sin cesar. Salí a la calle ocultándome de las personas cuan un vampiro
se oculta del sol. Ya no dormía, no comía y estaba agotada en todo sentido. Ése
sobre convirtió mi vida en un calvario. Y así pasaron tres semanas, las peores
de mi vida.
Decidí entonces devolver el paquete. Ya no me importaba más
nada, sólo recuperar mi vida. La terapia no mostraba resultados eficientes y yo
cada día estaba peor. Tomé el sobre y no caminé hacia el banco: corrí.
Literalmente, corrí. Estaba ansiosa por restituírselo a mi gerente y volver a
ser la mujer que siempre fui, no ésta que me daba miedo hasta de mi misma.
Tuve la vaga sensación de que alguien me seguía, de que más
de una persona me seguía. Choqué contra alguien, el sobre se cayó al piso, lo
recogí sin mediar palabra y continué mi marcha. La otra persona que me
interceptó (o yo a ella, no lo sé) se me quedó mirando preocupada pero a mí no
me importó. No sabía qué había adentro de ése sobre y nunca me interesé en
averiguarlo. Estaba tan nerviosa, que dejé el paquete sobre el escritorio del
despacho y me fui. El gerente no objetó mi decisión y fue algo que me llamó
raramente la atención. Y entonces sentí como un vahído que me golpeó como una
fuerte roca sobre la cabeza que me impulsó a volver a recoger el sobre sin
pensar y correr hasta la Comisaría más cercana con la sensación todo el tiempo
de que más de una persona estaba siguiéndome, pero recobré la calma cuando
intuí que los había perdido de vista, entonces aceleré violentamente mis pasos
y entregué el sobre en manos del comisario. Lo abrió ante mis ojos y frente a
otros oficiales como testigos: contenía nombres, información detallada de
transacciones y pormenores sobre operaciones referidase coimas y lavado de
dinero en el narcotráfico a lo largo de toda la zona oeste de la provincia de
Buenos Aires. Había sido robado hacía dos meses atrás de los Tribunales de
Morón. Y esconderlos en un banco, con la complicidad del gerente, admito que
fue una maniobra inteligente. Y creo que perdí a quienes me seguían porque
ellos siguieron a otra mujer vestida idéntica a mí y que llevaba entre sus
manos un sobre madera también lacrado pero vacío de contenido. Esos tipos se
fijaron en la vestimenta y el sobre, pero era sabido que jamás se percatarían
en la mujer detrás de la apariencia. Siempre le voy a estar eternamente agradecida
a mi amiga Bárbara, que fue mi compinche en el ardid para despistar a esos
tipos.
Llegué a mi casa aliviada. Lo primero que hice al llegar fue
destruir la cinta que estaba oculta en mi mesita de luz que era una edición
hecha digitalmente a partir de fragmentos de conversaciones propias, que
formaban la frase: “Los documentos son un
peligro. Peligro, cuidado”, y la cual era manejada remotamente. Grabaciones
ilegales como ingrediente final de este drama. No sé cómo las plantaron ni
cuándo ni quiénes, pero averiguarlo ya no me interesaba en lo más mínimo.
Al día siguiente, volví a trabajar como si nada hubiese
sucedido y exhibiendo una inmejorable sonrisa en mis labios. Esperaba ansiosa
que algún paciente compartiera conmigo alguna historia similar como de la que
yo fui protagonista. Pero no me olvido en absoluto de la amenaza anónima que
dejaron en un sobre blanco en el buzón de mi entrada: “Cuidate, porque ya lo sabemos todo. No vas a estar tranquila nunca.
Tarde o temprano vas a caer”.
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