lunes, 27 de febrero de 2017
El afán de ser detective (Gabriel Zas)
Soy por naturaleza un gran observador de las cosas que acontecen diariamente a mí alrededor. Más que un complejo de personalidad, es un capricho irremediable.
Soy financiero de una gran empresa trasnacional abocada a la fabricación de repuestos para aviones y helicópteros, labor que me tiene las veinticuatro horas del día fuera de mi casa. No tengo otras responsabilidades más que las propias del trabajo y ésa debe ser la razón principal por la que nunca me casé. Pero eso no me priva de compartir un rato agradable con alguna señorita de compañía. Me gustan los lujos y la ostentosidad en sus máximos exponentes, y no soy hombre que se despoja fácilmente de las diversiones a todo trapo.
Los últimos hechos que tuve el agrado de apreciar carecían de interés absoluto: discusiones de temas banales, altercados por problemas financieros, diferencias familiares habituales, entre otros más.
Pero el pequeño y breve incidente ocurrido en un reconocido restaurante de Puerto Madero situado en plena avenida Alicia Moreau de Justo rompió con lo tradicional: el robo de un anillo de oro que pasó desapercibido ante la vista de todos y que nadie notó en absoluto. Soy, si se puede decir así, un detective aficionado, y como tal, siempre sostuve que los lugares públicos de concurrencia masiva son los más adecuados para perpetrar alguna clase de ilícito en el momento más preciso e indicado. Todos se distraen, su atención está retenida en otras cuestiones y todo sucede en un abrir y cerrar de ojos ante la visual perpleja de mil testigos que no pueden explicar lo que acaeció porque no vieron nada, lo que le da una coartada sólida e infranqueable al culpable. Y esto fue exactamente, o casi exactamente, lo que pasó aquélla desafortunada noche en el restaurante. Voy a ir al grano con los hechos.
Yo estaba sentado solo en una mesa para dos del lado de la ventana y de espalda a la puerta de entrada. En diagonal a mi ubicación sentido hacia la barra había una mesa para cuatro donde había sentadas cuatro mujeres jóvenes en una suerte de celebración. Como ignoro sus nombres y describirlas físicamente abarcaría demasiado espacio innecesario y además acapararía la confusión de los lectores porque sos rasgos eran paralelamente similares, las voy a nombrar simplemente A, B, C y D. Y como soy un acérrimo enemigo de la escritura, voy a disponer los hechos en orden cronológico en oraciones concisas y en forma de columna, así dicho sea de paso, todo queda más claro y sin lugar a dudas.
_ 20.30: llegué al restaurante, ellas ya estaban. Como apenas estaban ordenando el menú, no debieron llegar mucho antes que yo.
_ 20.45: el mozo le llevó a cada una un vaso de cerveza rubia envueltos en servilletas de tela. Los dejó sobre la mesa apoyados arriba de un posavasos (cada una de las chicas tenía uno propio) y se retiró.
_ 21:15: A y C fueron al baño. B y D se quedaron solas esperando y hablando entre ellas.
_ 21.20: A y C regresaron.
_ 21.43: el mozo levantó los vasos y dejó la cuenta.
_ 21.48: A, B y D fueron al baño. C quedó sola sin inmutarse.
_ 21.57: A, B y D regresaron. El mozo les cobró en ése momento.
_ 22.05: C revisó su cartera y se desesperó: le faltaba un anillo de oro que le regaló su pareja, según escuché.
Las amigas le preguntaron si había salido con él y C les respondió que sí con absoluta vehemencia y seguridad. Recordó que lo tenía cuando sacó la plata para pagarle al taxista que las llevó hasta el restaurante. Dijo que lo tenía puesto en el dedo mayor, como se acostumbra, pero que para evitar extraviarlo se lo sacó y lo guardó en la cartera. Vi que lo hizo, doy fe de eso. Pero claro que no fui el único que lo advirtió, también lo hizo el ladrón. Y acá entramos en el segundo punto: ¿quién tuvo oportunidad de robarlo? ¿Quién podía haberlo hecho? En respuesta al segundo interrogante, la lista de sospechosos se reducía a las amigas, porque nadie más que ellas, o al menos podía interpretarlo así, que el anillo fue introducido en el interior de la cartera. Después, se me ocurrió pensar que fue un robo planificado y requería del momento justo para efectuarlo. Y cuando una de ellas vio que C no tenía el anillo puesto en el dedo, supo que era su oportunidad tan ansiada. Por lo tanto, una de las tres amigas era una traidora. En su lugar, C llevaba en el dedo la marca flamante del anillo, lo que implicaba que se lo había quitado recientemente. Entonces, la ladrona supo que lo había guardado y conociendo al dedillo sus hábitos, no fue difícil darse cuenta que lo había ocultado en la cartera. Es increíble toda la madeja de situaciones que se pueden inferir a partir de un hecho puntual.
Después de descubierta la desaparición de la alianza, el escándalo no tardó en hacerse presente. Todas se culpaban entre sí, se gritaban, discutían, se insultaban grotescamente, lo que rompió inconmensurablemente la armonía del lugar y obligó a personal del restaurante a intervenir en el conflicto casi de manera inmediata. Como las aguas no calmaban, vieron la necesidad de llamar a la Policía, que llegó poco más de diez minutos después. Pero eso no llevó serenidad a la situación, sino que la acrecentó desmedidamente al borde de erosionarse. Por suerte, antes de que las cosas se saliesen completamente de control, me levanté de mi lugar, me acerqué hasta el mozo que las atendió y le pedí que hiciera el favor de devolver el anillo. Hubo un silencio perpetuo y resonante en el que todas las miradas estaban concentradas en mí con aire de perplejidad y asombro indiscutidos. No faltó quienes estaban además un tanto confundidos y ciertamente no los culpó por eso. El mozo se quedó estupefacto frente a la mirada atónita de la muchedumbre, pero cuando le indiqué a B como su cómplice; habló, devolvió el anillo y la delató. Todo quedó aclarado enseguida.
¿Cómo lo deduje? Aquí la solución. El siguiente boceto muestra cómo era la disposición de las cuatro amigas sentadas en la mesa.
C B
A D
Primero: B y D se quedaron solas a las 21.15 y estaban sentadas una enfrente de la otra. Por lo tanto, ninguna pudo robar el anillo sin que la otra la viera. Esto las excluía inmediatamente de las sospechas. Podía ser A entonces la ladrona, pero estaba sentada enfrente de C, lejos del alcance del anillo. Y cualquier movimiento brusco por intentar obtenerlo hubiera resultado dudoso. Y a las 21.48 A fue al baño junto a B y D. C podía entonces haber fingido el robo, porque tuvo exactamente nueve minutos para crear la escena hasta que B, D y A volvieran del baño. Pero recuerden que yo estaba sentado enfrente en diagonal y no pudo haber hecho nada sin que yo no lo advirtiera. Así llegué al segundo punto.
Segundo: B percibió ni bien se sentaron a la mesa que C se despojó de su anillo. Hablaban, se reían y mientras tanto, B introducía en secreto la mano en la cartera de C para extraer la alianza y esconderla muy bien entre sus cosas. El mozo llevó el pedido a la mesa y mientras le dejaba la cerveza a B, ella deslizó discretamente el anillo en su bolsillo. Las charlas, las risas y la distracción le vendaron los ojos al resto que no insinuaron lo que estaba ocurriendo.
Tercero: cuando el mozo llevó la cuenta, junto a la factura había un recado dirigido a B. Por eso, ella recogió la carpeta. Disimuladamente extrajo la misiva y seguidamente volvió la atención sobre el importe total a pagar para evitar levantar sospechas.
Cuarto: después, aprovechó que A y D fueron al baño para ir ella también, leer el recado y responderlo en secreto. Cuando el mozo se acercó para cobrar, B deslizó en su bolsillo ahora la respuesta al mensaje anterior que, sin dudas, era una negociación para concertar la entrega del anillo.
Admito que estuve un buen rato hablando y tratando de convencer a la Policía de cómo se dieron las cosas en base a las deducciones que acabo de compartir con ustedes, porque no me creían y además, me querían apresar por interferir en una investigación en curso e intentar obstaculizarla. Pero finalmente el mozo se quebró y la historia tuvo un final feliz.
B confesó que el prometido de C era su expareja, amigo en común de las cuatro mujeres. Estuvieron cinco años de novio y él jamás se interesó en querer comprometerse con ella. Pero al mes que la relación entre ellos terminó, se puso de novio con C y a los seis meses de noviazgo concretó el compromiso. Esto la enojó considerablemente a B pero fingió que no había lugar para los rencores. Hasta aparentó sentirse feliz por C. Así le propuso ir a ése restaurante a tomar algo para celebrar el compromiso, pero fue un engaño: el mozo era íntimo amigo de B y juntos lo planearon todo. Y D y A fueron invitadas por la amistad que mantenían pero principalmente para generarse una coartada sólida y consistente. Pero creo que nunca tomaron en cuenta que un tipo vulgar y silvestre como yo los fuera a descubrir. En fin, eso fue lo más interesante que me pasó en estos últimos años y me alegro haber sido útil, aunque lamento profundamente que nunca más se repitiera un episodio de semejantes características. Así que estoy pensando seriamente en abrir una agencia privada de detectives. Ya quedó demostrado que soy bueno para el negocio y le doy a mi vida la acción que necesita.
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