El capitán Riestra visitó a Dortmund con
cierta impaciencia y preocupación. El inspector lo recibió amablemente.
El capitán Riestra presentaba cierta gravedad
acentuada en su rostro, que el inspector no tardó en advertir.
_ ¿Hay algo en lo que lo pueda ayudar?_
preguntó Dortmund, modestamente.
_ A decir verdad_ respondió su amigo, _ hay
un caso que es digno de usted y mantengo vivas las esperanzas de que pueda
ayudarme con su inigualable magia irlandesa y detectivesca.
El interés del inspector fue honrado y
genuino.
_ Lo escucho.
_ Hace tres años exactamente, investigué la
muerte de la bailarina clásica, Salomé Olaguer. Según las declaraciones del
momento, habían estado ensayando unas tres horas antes de salir a escena. A la
víctima la vieron rozagante, feliz, emocionada, elocuente… Estaba inquietada
por salir a bailar. A medida en que la sala del teatro se
llenaba, a ella la atrapaban cada vez más los nervios. Se cambió en su
camerino. El trato con el resto de las bailarinas fue de lo más natural y
fluido, no registró ningún escándalo ni ningún episodio dramático. De hecho,
era una persona muy querida y tenía un trato muy afectivo y particular con todo
el mundo. La obra comenzó puntual a las 20 y el baile resultó mucho mejor de lo
especulado. Después de que terminara la
función, cada una se dirigió a su respectivo camarín. Unos minutos después, se
escuchó un estruendo proveniente del tocador de Salomé Olaguer. El resto de las
artistas salieron alarmadas para verificar qué sucedía. Golpearon la puerta
desesperadas pero Salomé no respondía. Intentaron abrir la tranquera pero
estaba cerrada con llave, así que entre todas decidieron tirarla abajo. Cuando
lo lograron, ingresaron y se encontraron con una escena horrible: Salomé estaba tendida en el suelo con un
disparo en la cabeza. El Cuerpo
Forense peritó la escena y los oficiales a mi cargo le tomaron declaración a
todas y cada una de las bailarinas y al personal del teatro que estuvo presente
al momento del incidente. Todas declararon lo mismo: que no vieron nada extraño
en su actitud, que estaba bien y que se lució bailando. Tampoco notaron nada
fuera de lo común. El arma, una Magnum
calibre 38, yacía al lado del cuerpo y había sido recientemente disparada.
Extrajeron la bala de la cabeza de la víctima y empataba con el arma utilizada
en su muerte, porque era también de una Magnum calibre 38, y dadas las
circunstancias del hecho, el juez dispuso que se trató de un suicidio y cerró
el caso.
En ése punto, el capitán Riestra exhaló un
suspiro y se dejó caer suavemente sobre una silla.
_ Pero usted recela sobre la teoría del
suicidio, ¿cierto?_ expresó suspicaz Sean Dortmund.
_ ¿Por qué iba a suicidarse después de la
función? Estaba visiblemente emocionada, no encuadra; como tampoco encaja el
hecho de suicidarse en un lugar público y de ésa forma. No, no es este el
perfil promedio de un suicida_ regañó Riestra, sobreexaltado.
_ Pero escucharon el sonido del disparo y
cuando ingresaron al camarín, no encontraron a nadie más adentro.
_ ¿Usted también cree en la hipótesis del
suicidio?
_ No creo nada, aún. ¿Peritaron el arma?
¿Cuáles fueron las conclusiones abordadas?
_ Las huellas que recuperaron del arma eran
las propias de la víctima. Pero su mano no estaba chamuscada. Ésa es otra
discrepancia que no se puede ignorar.
_ ¿Y qué puede referirme respecto a la bala?
_ El juez no ordenó realizar estudios de
balística complementarios.
_ Interesante… ¿De quién era el arma?
_ Del señor Pedro Gelber, encargado de la
seguridad del teatro. Tenía todos los papeles de tenencia y portación en regla.
De hecho, el arma estaba registrada a nombre de la empresa para la que
trabajaba.
_ ¿Cuál fue su declaración?
_ Que se desligó del arma por un instante
para ocuparse de un asunto personal y cuando regresó, ya no estaba. Y en vista
de que el teatro no poseía cámaras de seguridad, se convalidó la historia.
_ ¿En dónde argumentó que la dejó?
_ En la mesita que tiene en su puesto de
vigilancia, al que todo el mundo tiene acceso.
_ ¿A qué hora fue eso, aproximadamente?
_ Alrededor de las 18:20.
_ ¿Y qué opino el médico legista sobre el
examen al cuerpo?
_ Que le parecía extraña la rigidez, que no
la podía explicar. Pero el juez se basó en los hechos e ignoró deliberadamente
todas éstas cuestiones.
_ Las bailarinas… ¿A qué hora regresaron al
vestuario después de la función?
_ 21:15, minutos más; minutos menos.
_ Casi tres horas…_ reflexionó Dortmund con
cierto brillo en sus ojos. El capitán Riestra lo miró con extrañeza.
_ ¿Tres horas?_ preguntó algo contrariado, el propio
capitán.
_ Sólo decía_ repuso Dortmund, solemnemente._
¿De modo que la señorita Olaguer se quitó el guante para pegarse el tiro con el
arma?
_ ¿Guante?_ el capitán Riestra parecía cada
vez más confundido.
_Muchos tutus se complementan con el uso de
guantes largos hasta la altura del codo, aproximadamente. Y apuesto a que el
traje de su víctima requería de un par de ellos. Pero si el arma tenía sus
huellas…
_ Sí, es cierto_ dijo titubeando el capitán
Riestra.
_ Una última cosa_ requirió el inspector_
¿Salomé Olaguer estuvo todo el tiempo en escena?
_ No_ confirmó el capitán Riestra._ Hizo el
recambio con otra bailarina en la segunda parte del espectáculo.
_ ¿Sabe el nombre de dicha señorita?
_ Elena Ferrari.
_ Muy bien. Necesito fotos de la escena del
crimen y todas las que hayan sacado, en general. Sobre todo, las del escenario.
Deseo examinarlas en detalle.
Y Dortmund soslayó una suspicaz sonrisa cuyo
significado ya podía anticiparse.
El capitán Riestra accedió a su demanda.
Dortmund se tomó un tiempo considerable en analizar las fotos y leer el
expediente de la causa, del que Riestra disponía de una copia que le había
facilitado el Juzgado interviniente.
Después de varias horas, Dortmund le expuso al capitán Riestra su
versión de los hechos:
_ Acertó_ afirmó con voz segura._ No fue suicidio: la asesinaron. Y estaba muerta desde antes de que empezara
la función. Según el informe que usted gentilmente me proporcionó, la
señorita Olaguer fue la última en salir del camarín, pero nadie notó que no
llegó a subir al escenario. Cuando salió, regresó unos segundos porque
seguramente olvidó algo y fue ahí cuando la atacaron. Una vez muerta, le
extrajeron los guantes, tomaron la llave del camerino, la asesina salió y cerró
con la tranquilla…
_ Pero, ella no entraba en escena hasta la
segunda parte del espectáculo…_ protestó el capitán Riestra.
_ ¡Más a mi favor!_ se convenció Dortmund_ La
asesina vuelve a escena tranquila. Regresa más tarde al camarín, se apodera de
los guantes de la víctima (cada traje
dispone de un par de guantes propios y muy personales confeccionados en virtud
del diseño del tutu), modifica parcialmente su apariencia y retoma al
escenario como Salomé Olaguer. Termina la función, hacen los saludos de rigor
al público y la asesina vuelve, retoma su apariencia genuina y procura
desaparecer unos instantes; el tiempo suficiente para volver al camarín de
Salomé Olaguer, efectuar un disparo al aire con una segunda arma idéntica y
preparada de antemano, y huir por donde volvió.
Luego se reincorpora al resto del grupo como ella misma, y entre tanto
estupor por el horrible hallazgo, nadie percibió la maniobra. Y como cada
bailarina volvió a su camarín personal, nadie notó el ardid.
El capitán Riestra se quedó boquiabierto.
_ ¡No pudo escabullirse sin ser vista!_ dijo
aún más obturado
que antes.
_ Sí, porque esos teatros tan viejos disponen de pasadizos secretos que conectan el
escenario con cada uno de los camarines
y con otras instalaciones en general.
Y
si revisa a conciencia esos escondites, encontrará oculta la verdadera arma
utilizada para el crimen y el otro par de guantes escondido. Por eso el forense no se explicaba la
rigidez cadavérica y por eso hice especial hincapié en la hora en que
desapareció el arma y el horario en que se halló el cuerpo. Estimo que el
asesinato tuvo lugar alrededor de las 19:30 porque por regla general las
bailarinas toman posesión del escenario una media hora antes de comenzar la
función para ultimar los detalles finales de la presentación y además para probar la
superficie. El guardia de seguridad no mintió, después
de todo. La asesina vio el arma que éste utilizaba y procuró conseguir una
análoga.
_ Y si realmente la asesina disparó al aire,
como usted afirma para convencer al resto de la idea del suicidio, ¿en dónde
impactó la bala?
_ Aquí_ dijo Dortmund, señalando en la foto
correspondiente un pequeño agujero casi imperceptible debajo de la pared del
espejo de la saleta.
_ Recuerde en reemplazo de quién entraba la
señorita Olaguer a escena y tendrá el nombre de su asesina.
_ Elena Ferrari_ manifestó el capitán
Riestra, como recobrando la vivacidad de golpe.
El capitán le expuso los nuevos hechos al
juez de Instrucción, quien ordenó la reapertura de la causa y quien además,
expendió una orden de cateo para el teatro, en donde se encontró en los
espacios sugeridos por Dortmund el arma, un par de guantes y resto de ADN. El
ADN coincidía en un 97,8% con el de la sospechosa, Elena Ferrari, quien fuera
arrestada a las pocas horas. Negó toda acusación de culpa y cargo en su contra
y se rehusó a declarar.
_ Gracias_ le dijo el capitán Riestra a Sean
Dortmund._ Le notificaré de todo esto a la madre de la señorita Olaguer. Merece
saber lo que realmente ocurrió con su hija.
Al año se
celebró el juicio por el asesinato de Salomé Olaguer y cuando Elena Ferrari fue
confrontada por el fiscal con toda la evidencia en su contra, se quebró y no
tuvo opción más que confesar toda la verdad sobre lo ocurrido el día del crimen
hacía cuatro años atrás.
_ Soy hija
única de mi padre, el señor Cornelio Ferrari_ empezó su confesión la acusada._
El total de su fortuna entre propiedades, muebles varios, chacras y dinero en
efectivo supera los 15 millones de pesos, y todo eso pasaría a mi potestad
cuando a él le sucediera algo. Todo iba perfectamente bien hasta que un día me
dijo que conoció a una mujer mucho más joven que él, con la que estaba saliendo
hacía más de seis meses. ¿Más de sesis meses y me lo ocultó? Cuando mi madre
murió hace unos años atrás, en 1979 en un accidente en la ruta, mi viejo juró ante su tumba que jamás volvería a amar ni a estar con ninguna otra mujer nunca más. Le juró su amor solemnemente y hasta me hizo
jurarlo a mí. ¡A mí! ¡A su propia hija! Soy su sangre y él faltó a su promesa.
Y no conforme con eso, pretendía casarse con ella, por lo que la mitad de sus
bienes irían para ella indefectiblemente. Eso me irritó enormemente. No se
imaginan, señores miembros del jurado, cuánto me irritó y sobre todo, cuánto me
afecto anímica y emocionalmente toda ésa situación. Tuve varias discusiones con
él por este tema y discusiones de las fuertes. A veces no nos hablábamos por
semanas y después volvíamos a vernos y a compartir momentos como si nuestras divergencias fuesen
insignificantes. Lo pensé
profundamente y por fin entendí que lo mejor para todos era que yo aceptara su
decisión. Y cuando se lo hice saber, él se alegró y organizamos
un encuentro para conocerla. Cuando me la presentó y la vi, no lo podía creer:
era nada más y nada menos que Salomé Olaguer, mi vieja amiga y compañera de
ballet. No reaccioné en ése momento, no dije nada. Sólo intenté contenerme para no estallar de rabia. Estaba absolutamente destruida y paralizada. Me
sentí humillada, traicionada y ofendida. Mi padre y ella, sobre todo ella que
la conocía desde que arrancamos en la academia de danzas juntas, no me podía
estar haciendo eso. Y fue cuando decidí, después de pensarlo por días y noches
enteras, que debía hacer algo al respecto. No podía permitir que Salomé me robara mi parte de la herencia, no podía
permitir que se aprovechara de la debilidad de mi viejo. Todo sucedió tal cual
lo detalló el fiscal en la acusación. Cuando me enteré por mero accidente de
que el próximo teatro en el que nos
íbamos a presentar tenía una arquitectura arcaica que se valía de una serie de
pasadizos secretos que se conectaban con los camarines, el escenario y con cada
una de las principales entradas y salidas
del recinto, supe que era perfecto. Vi el arma que tenía el guardia de
seguridad de la entrada principal, estudié sus movimientos y actué. Maté a
Salomé de un disparo, escondí el arma en el pasaje secreto, y con la otra arma
que conseguí igual a la primera y valiéndome de las conexiones que tenía el
túnel, disparé al aire usando uno de los guantes de mi traje para no dejar mis
huellas impresas y escapé con naturalidad, no sin antes cerrar la puerta del
camarín por dentro con llave. Y con ésa misma naturalidad, me inmiscuí en medio del tumulto sin que nadie haya
notado mi ausencia. Como yo en la segunda parte de la obra se daba la
casualidad de que reemplazaba a Salomé porque en ése ballet en particular no
compartíamos escenario juntas, tomar su lugar inadvertidamente fue tarea
sencilla y todo creirían que estaba viva. La maté, tomé su lugar y después, entrando y saliendo por el pasaje
secreto, simulé el suicidio al efectuar el segundo disparo. Con la puerta
cerrada con llave por dentro, ¿quién pensaría en un asesinato? Todo fue muy
creíble y convincente hasta para la Policía misma y los jueces. Y así me
aseguré no perder a mi padre, recuperarlo y recuperar toda la herencia, y sacar
del camino a quien creía mi amiga y terminó siendo una vil traidora desalmada e
impiedosa. Y toda la verdad hubiera permanecido oculta de por vida si ése irlandés no hubiera metido su hocico en donde
no lo llamaron por una simple corazonada que tuvo un capitán de
homicidios.
Después de
ésas palabras, el proceso siguió su curso y Elena Ferrari fue condenada a 15
años de prisión efectivo por el homicidio premeditado de Salomé Olaguer. Y aunque Dortmund le proveyó al capitán Riestra
los créditos por la resolución del caso, fue él quien verdaderamente le
devolvió el perro a su dueño.
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