viernes, 10 de febrero de 2017

El caso de la bailarina de ballet (Gabriel Zas)




                               



El capitán Riestra visitó a Dortmund con cierta impaciencia y preocupación. El inspector lo recibió amablemente.

El capitán Riestra presentaba cierta gravedad acentuada en su rostro, que el inspector no tardó en advertir.

_ ¿Hay algo en lo que lo pueda ayudar?_ preguntó Dortmund, modestamente.

_ A decir verdad_ respondió su amigo, _ hay un caso que es digno de usted y mantengo vivas las esperanzas de que pueda ayudarme con su inigualable magia irlandesa y detectivesca.

El interés del inspector fue honrado y genuino.

_ Lo escucho.

_ Hace tres años exactamente, investigué la muerte de la bailarina clásica, Salomé Olaguer. Según las declaraciones del momento, habían estado ensayando unas tres horas antes de salir a escena. A la víctima la vieron rozagante, feliz, emocionada, elocuente… Estaba inquietada por salir a bailar. A medida en que la sala del teatro se llenaba, a ella la atrapaban cada vez más los nervios. Se cambió en su camerino. El trato con el resto de las bailarinas fue de lo más natural y fluido, no registró ningún escándalo ni ningún episodio dramático. De hecho, era una persona muy querida y tenía un trato muy afectivo y particular con todo el mundo. La obra comenzó puntual a las 20 y el baile resultó mucho mejor de lo especulado.  Después de que terminara la función, cada una se dirigió a su respectivo camarín. Unos minutos después, se escuchó un estruendo proveniente del tocador de Salomé Olaguer. El resto de las artistas salieron alarmadas para verificar qué sucedía. Golpearon la puerta desesperadas pero Salomé no respondía. Intentaron abrir la tranquera pero estaba cerrada con llave, así que entre todas decidieron tirarla abajo. Cuando lo lograron, ingresaron y se encontraron con una escena horrible: Salomé estaba tendida en el suelo con un disparo en la cabeza.  El Cuerpo Forense peritó la escena y los oficiales a mi cargo le tomaron declaración a todas y cada una de las bailarinas y al personal del teatro que estuvo presente al momento del incidente. Todas declararon lo mismo: que no vieron nada extraño en su actitud, que estaba bien y que se lució bailando. Tampoco notaron nada fuera de lo común.  El arma, una Magnum calibre 38, yacía al lado del cuerpo y había sido recientemente disparada. Extrajeron la bala de la cabeza de la víctima y empataba con el arma utilizada en su muerte, porque era también de una Magnum calibre 38, y dadas las circunstancias del hecho, el juez dispuso que se trató de un suicidio y cerró el caso.

En ése punto, el capitán Riestra exhaló un suspiro y se dejó caer suavemente sobre una silla.

_ Pero usted recela sobre la teoría del suicidio, ¿cierto?_ expresó suspicaz Sean Dortmund.

_ ¿Por qué iba a suicidarse después de la función? Estaba visiblemente emocionada, no encuadra; como tampoco encaja el hecho de suicidarse en un lugar público y de ésa forma. No, no es este el perfil promedio de un suicida_ regañó Riestra, sobreexaltado.

_ Pero escucharon el sonido del disparo y cuando ingresaron al camarín, no encontraron a nadie más adentro.

_ ¿Usted también cree en la hipótesis del suicidio?

_ No creo nada, aún. ¿Peritaron el arma? ¿Cuáles fueron las conclusiones abordadas?

_ Las huellas que recuperaron del arma eran las propias de la víctima. Pero su mano no estaba chamuscada. Ésa es otra discrepancia que no se puede ignorar.

_ ¿Y qué puede referirme respecto a la bala?

_ El juez no ordenó realizar estudios de balística complementarios.

_ Interesante… ¿De quién era el arma?

_ Del señor Pedro Gelber, encargado de la seguridad del teatro. Tenía todos los papeles de tenencia y portación en regla. De hecho, el arma estaba registrada a nombre de la empresa para la que trabajaba.

_ ¿Cuál fue su declaración?

_ Que se desligó del arma por un instante para ocuparse de un asunto personal y cuando regresó, ya no estaba. Y en vista de que el teatro no poseía cámaras de seguridad, se convalidó la historia.

_ ¿En dónde argumentó que la dejó?

_ En la mesita que tiene en su puesto de vigilancia, al que todo el mundo tiene acceso.

_ ¿A qué hora fue eso, aproximadamente?

_ Alrededor de las 18:20.

_ ¿Y qué opino el médico legista sobre el examen al cuerpo?

_ Que le parecía extraña la rigidez, que no la podía explicar. Pero el juez se basó en los hechos e ignoró deliberadamente todas éstas cuestiones.

_ Las bailarinas… ¿A qué hora regresaron al vestuario después de la función?

_ 21:15, minutos más; minutos menos.

_ Casi tres horas…_ reflexionó Dortmund con cierto brillo en sus ojos. El capitán Riestra lo miró con extrañeza.

_ ¿Tres horas?_ preguntó algo contrariado, el propio capitán.

_ Sólo decía_ repuso Dortmund, solemnemente._ ¿De modo que la señorita Olaguer se quitó el guante para pegarse el tiro con el arma?

_ ¿Guante?_ el capitán Riestra parecía cada vez más confundido.

_Muchos tutus se complementan con el uso de guantes largos hasta la altura del codo, aproximadamente. Y apuesto a que el traje de su víctima requería de un par de ellos. Pero si el arma tenía sus huellas…

_ Sí, es cierto_ dijo titubeando el capitán Riestra.

_ Una última cosa_ requirió el inspector_ ¿Salomé Olaguer estuvo todo el tiempo en escena?

_ No_ confirmó el capitán Riestra._ Hizo el recambio con otra bailarina en la segunda parte del espectáculo.

_ ¿Sabe el nombre de dicha señorita?

_ Elena Ferrari.

_ Muy bien. Necesito fotos de la escena del crimen y todas las que hayan sacado, en general. Sobre todo, las del escenario. Deseo examinarlas en detalle.

Y Dortmund soslayó una suspicaz sonrisa cuyo significado ya podía anticiparse.

El capitán Riestra accedió a su demanda. Dortmund se tomó un tiempo considerable en analizar las fotos y leer el expediente de la causa, del que Riestra disponía de una copia que le había facilitado el Juzgado interviniente.  Después de varias horas, Dortmund le expuso al capitán Riestra su versión de los hechos:

_ Acertó_ afirmó con voz segura._ No fue suicidio: la asesinaron. Y estaba muerta desde antes de que empezara la función. Según el informe que usted gentilmente me proporcionó, la señorita Olaguer fue la última en salir del camarín, pero nadie notó que no llegó a subir al escenario. Cuando salió, regresó unos segundos porque seguramente olvidó algo y fue ahí cuando la atacaron. Una vez muerta, le extrajeron los guantes, tomaron la llave del camerino, la asesina salió y cerró con la tranquilla…

_ Pero, ella no entraba en escena hasta la segunda parte del espectáculo…_ protestó el capitán Riestra.

_ ¡Más a mi favor!_ se convenció Dortmund_ La asesina vuelve a escena tranquila. Regresa más tarde al camarín, se apodera de los guantes de la víctima (cada traje dispone de un par de guantes propios y muy personales confeccionados en virtud del diseño del tutu), modifica parcialmente su apariencia y retoma al escenario como Salomé Olaguer. Termina la función, hacen los saludos de rigor al público y la asesina vuelve, retoma su apariencia genuina y procura desaparecer unos instantes; el tiempo suficiente para volver al camarín de Salomé Olaguer, efectuar un disparo al aire con una segunda arma idéntica y preparada de antemano, y huir por donde volvió.  Luego se reincorpora al resto del grupo como ella misma, y entre tanto estupor por el horrible hallazgo, nadie percibió la maniobra. Y como cada bailarina volvió a su camarín personal, nadie notó el ardid.

El capitán Riestra se quedó boquiabierto.

_ ¡No pudo escabullirse sin ser vista!_ dijo aún más obturado que antes.

_ Sí, porque esos teatros tan viejos disponen de pasadizos secretos que conectan el escenario con  cada uno de los camarines y con otras instalaciones en general. Y si revisa a conciencia esos escondites, encontrará oculta la verdadera arma utilizada para el crimen y el otro par de guantes escondido. Por eso el forense no se explicaba la rigidez cadavérica y por eso hice especial hincapié en la hora en que desapareció el arma y el horario en que se halló el cuerpo. Estimo que el asesinato tuvo lugar alrededor de las 19:30 porque por regla general las bailarinas toman posesión del escenario una media hora antes de comenzar la función para ultimar los detalles finales de la presentación y además para probar la superficie. El guardia de seguridad no mintió, después de todo. La asesina vio el arma que éste utilizaba y procuró conseguir una análoga. 

_ Y si realmente la asesina disparó al aire, como usted afirma para convencer al resto de la idea del suicidio, ¿en dónde impactó la bala?

_ Aquí_ dijo Dortmund, señalando en la foto correspondiente un pequeño agujero casi imperceptible debajo de la pared del espejo de la saleta.

_ Recuerde en reemplazo de quién entraba la señorita Olaguer a escena y tendrá el nombre de su asesina.

_ Elena Ferrari_ manifestó el capitán Riestra, como recobrando la vivacidad de golpe.

El capitán le expuso los nuevos hechos al juez de Instrucción, quien ordenó la reapertura de la causa y quien además, expendió una orden de cateo para el teatro, en donde se encontró en los espacios sugeridos por Dortmund el arma, un par de guantes y resto de ADN. El ADN coincidía en un 97,8% con el de la sospechosa, Elena Ferrari, quien fuera arrestada a las pocas horas. Negó toda acusación de culpa y cargo en su contra y se rehusó a declarar.

_ Gracias_ le dijo el capitán Riestra a Sean Dortmund._ Le notificaré de todo esto a la madre de la señorita Olaguer. Merece saber lo que realmente ocurrió con su hija.

Al año se celebró el juicio por el asesinato de Salomé Olaguer y cuando Elena Ferrari fue confrontada por el fiscal con toda la evidencia en su contra, se quebró y no tuvo opción más que confesar toda la verdad sobre lo ocurrido el día del crimen hacía cuatro años atrás.

_ Soy hija única de mi padre, el señor Cornelio Ferrari_ empezó su confesión la acusada._ El total de su fortuna entre propiedades, muebles varios, chacras y dinero en efectivo supera los 15 millones de pesos, y todo eso pasaría a mi potestad cuando a él le sucediera algo. Todo iba perfectamente bien hasta que un día me dijo que conoció a una mujer mucho más joven que él, con la que estaba saliendo hacía más de seis meses. ¿Más de sesis meses y me lo ocultó? Cuando mi madre murió hace unos años atrás, en 1979 en un accidente en la ruta, mi viejo juró ante su tumba que jamás volvería a amar ni a estar con ninguna otra mujer nunca más. Le juró su amor solemnemente y hasta me hizo jurarlo a mí. ¡A mí! ¡A su propia hija! Soy su sangre y él faltó a su promesa. Y no conforme con eso, pretendía casarse con ella, por lo que la mitad de sus bienes irían para ella indefectiblemente. Eso me irritó enormemente. No se imaginan, señores miembros del jurado, cuánto me irritó y sobre todo, cuánto me afecto anímica y emocionalmente toda ésa situación. Tuve varias discusiones con él por este tema y discusiones de las fuertes. A veces no nos hablábamos por semanas y después volvíamos a vernos y a compartir momentos como si nuestras divergencias fuesen insignificantes. Lo pensé profundamente y por fin entendí que lo mejor para todos era que yo aceptara su decisión. Y cuando se lo hice saber, él se alegró y organizamos un encuentro para conocerla. Cuando me la presentó y la vi, no lo podía creer: era nada más y nada menos que Salomé Olaguer, mi vieja amiga y compañera de ballet. No reaccioné en ése momento, no dije nada. Sólo intenté contenerme para no estallar de rabia. Estaba absolutamente destruida y paralizada. Me sentí humillada, traicionada y ofendida. Mi padre y ella, sobre todo ella que la conocía desde que arrancamos en la academia de danzas juntas, no me podía estar haciendo eso. Y fue cuando decidí, después de pensarlo por días y noches enteras, que debía hacer algo al respecto. No podía permitir que Salomé me robara mi parte de la herencia, no podía permitir que se aprovechara de la debilidad de mi viejo. Todo sucedió tal cual lo detalló el fiscal en la acusación. Cuando me enteré por mero accidente de que el  próximo teatro en el que nos íbamos a presentar tenía una arquitectura arcaica que se valía de una serie de pasadizos secretos que se conectaban con los camarines, el escenario y con cada una de las principales entradas y salidas  del recinto, supe que era perfecto. Vi el arma que tenía el guardia de seguridad de la entrada principal, estudié sus movimientos y actué. Maté a Salomé de un disparo, escondí el arma en el pasaje secreto, y con la otra arma que conseguí igual a la primera y valiéndome de las conexiones que tenía el túnel, disparé al aire usando uno de los guantes de mi traje para no dejar mis huellas impresas y escapé con naturalidad, no sin antes cerrar la puerta del camarín por dentro con llave. Y con ésa misma naturalidad, me inmiscuí  en medio del tumulto sin que nadie haya notado mi ausencia. Como yo en la segunda parte de la obra se daba la casualidad de que reemplazaba a Salomé porque en ése ballet en particular no compartíamos escenario juntas, tomar su lugar inadvertidamente fue tarea sencilla y todo creirían que estaba viva. La maté, tomé su lugar y después, entrando y saliendo por el pasaje secreto, simulé el suicidio al efectuar el segundo disparo. Con la puerta cerrada con llave por dentro, ¿quién pensaría en un asesinato? Todo fue muy creíble y convincente hasta para la Policía misma y los jueces. Y así me aseguré no perder a mi padre, recuperarlo y recuperar toda la herencia, y sacar del camino a quien creía mi amiga y terminó siendo una vil traidora desalmada e impiedosa. Y toda la verdad hubiera permanecido oculta de por vida si ése irlandés no hubiera metido su hocico en donde no lo llamaron por una simple corazonada que tuvo un capitán de homicidios.  

Después de ésas palabras, el proceso siguió su curso y Elena Ferrari fue condenada a 15 años de prisión efectivo por el homicidio premeditado de Salomé Olaguer. Y aunque Dortmund le proveyó al capitán Riestra los créditos por la resolución del caso, fue él quien verdaderamente le devolvió el perro a su dueño.

 

 
 
 

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