lunes, 13 de febrero de 2017
Testigo en un sueño (Gabriel Zas)
_ No recuerdo de dónde venía, y mucho menos hacia dónde iba_ Le expliqué preocupadamente a mi terapeuta. Me escuchaba con remarcada atención en el más absoluto de los silencios. Estaba parado al lado mío, con un anotador y una lapicera que ocupaban sus manos. Yo me hallaba semi acostado en una cómoda butaca de cuero negro sintético, decorada con ornamentos de algún material barato pero que pasaba por plata, tranquilamente. Combinaba a la perfección con el estilo del consultorio. Era un cuarto acogedor y de decoración precaria. Si se habían invertido quinientos pesos en su refacción, era demasiado. Era un lugar cuesta abajo, acorde con el barrio en donde se hallaba situado, y con la personalidad del especialista.
Mi respiración era regular pero mis pulsaciones se aceleraban, de tanto en tanto, un poco más de lo normal. Sentía la vista algo cansada y me dolía la cabeza. En cambio, Sergio, mi psicólogo, se encontraba en un estado de admirable relajación. Nada, ni siquiera el ruido más insignificante, lo movilizaba. Me daba la impresión de que no le importaba lo que le estaba contando. Sabía, por regla general, que no era así. Pero no podía evitar sentir esa ardua sensación. Lo miré inexpresivamente y me devolvió una mirada que podía interpretarse de mil maneras diferentes. Pero una era la correcta. Eso me produjo cierta confianza y me motivó a continuar con el relato.
_ ¿En dónde me quedé?_ Pregunté confundido.
_ Me decía que estaba en un callejón completamente oscuro a una hora incierta de la madrugada_ me contestó amablemente_ Estaba sobre la Avenida Rivadavia, a la altura de Villa Luro. Se había tomado el 136 en Primera Junta…
_ ¡Ah, sí!_ lo interrumpí repentinamente_ y me bajé en Basualdo… creo_ dudé un instante e hice un esfuerzo por recordar el lugar exacto. Pero no valió la pena.
_ ¿Recuerda por qué se bajó ahí?_ me preguntó de repente.
_ No.
_ Prosiga, por favor.
_ Así qué empecé a caminar por Basualdo derecho (Si ésa era la calle). Estaba muy aturdido, pero no sé por qué. Sólo recuerdo el callejón y el grito desgarrador de una mujer clamando piedad. Corrí en su ayuda. Pero cuando llegué era demasiado tarde… tenía la respiración muy débil. Estaba esperando que lo peor sucediese. Vi, en un segundo, cómo sus ojos se cerraron forzosamente. Fue horrible. La miré a los ojos y la vi morir, ¿Lo entiende? ¡La vi morir! No puedo sacarme esa espantosa escena de mi mente.
Por un momento me quebré. Pero me repuse casi inmediatamente y continué.
_ No la conocía. Nunca antes la había visto. No podía entender qué hacía una mujer sola a altas horas de la noche. Alguien la agarró indefensa y la atacó. Pero nadie más había. Sólo ella y yo… dos extraños en la quietud de una noche solitaria. Ella muerta, con un corte profundo en su cuello, y yo trataba de entender qué sucedía. No toqué absolutamente nada. No quería involucrarme involuntariamente en algo de lo que no tenía nada que ver. Pero, en cierta forma, ya me había involucrado, ¿No? Busqué un teléfono público, llamé al novecientos once para notificar el hecho y desaparecí, asustado y desconsolado. No recuerdo nada más… ni siquiera la llamada. No di datos precisos porque desconocía donde me hallaba exactamente. Pero la policía habrá hecho lo propio para rastrearla y así encontrar el cuerpo.
Hubo un silencio prolongado. Habrán sido cinco minutos. Pero, para mí, fueron cinco años. Acomodé las piernas una y otra vez en señal de nerviosismo, un estado de nerviosismo totalmente incontrolable. Los dedos de mis manos estaban entrelazados unos con otros y el movimiento deslizante hacia arriba y hacia abajo, una y otra vez, era agobiante y no cesaba. Sergio se decidió por dejar su anotador sobre su escritorio y romper el silencio.
_ ¿Y, luego qué ocurrió?_ Me interrogó decidido.
_ Me desperté. Así qué respiré aliviado porque solamente había sido un sueño… o una pesadilla, no sé cómo definirlo. Pero estaba tranquilo porque nada de eso pasó, en realidad. Y eso era lo único que importaba.
_ ¿Suele tener esta clase de sueños recurrentemente? Me refiero a este tipo de sueños en particular…
_ Hace tres años que me atiendo con usted, ¿Verdad?
_ Totalmente cierto. Y reconozco que jamás me mencionó algo de tal longitud dramática. Pero un paciente no está obligado a contarle absolutamente todo a su psicólogo.
_ ¿Acaso insinúa que le oculto cosas?
_ Eso solamente lo sabe usted.
Me molestó y mucho esa sugerencia. Pero la pasé por alto.
_ Es tormentoso no recordar detalles tan esenciales_ agregué en un tono de notable desilusión.
_ Es la estructura base de todos los sueños_ me replicó. Admiraba gratamente la tranquilidad con la que hablaba y se tomaba las cosas. Ojalá yo dispusiese de esa virtud. Pero lo positivo era que ésa armonía, Sergio, me la transmitía en sus palabras. Sabía cómo lograrlo y lo hacía maravillosamente bien.
_ Pero no puedo recordar_ seguí, con un ritmo agitado_ por qué tomé el 136, tampoco por qué me bajé en ese lugar… todo eso es desesperante.
_ Los sueños no tienen lógica. En muchos casos son un laberinto sin salida. Despreocúpese. No se altere más, a ver si se descompensa o le pasa algo.
_ No estoy alterado, para nada. Es algo muy diferente lo que siento.
_ ¿Y qué conclusión saca de todo esto?
_ Ninguna… supongo que por algo lo soñé.
_ O quizás no. No todos los sueños guardan algún significado.
_ No sé. Sólo sé que desde entonces no puedo dormir. Me desvelo todo el tiempo. Es traumante. Viene a mi cabeza la imagen de esa mujer y enloquezco.
_ Distráigase con actividades que lo mantengan ocupado en otra cosa, con la mente abierta, con la cabeza pensando en algo positivo y no en esto. Le va a hacer bien, se lo garantizo.
_ ¿Y qué hago con el insomnio?
_ No existe somnífero que no pueda combatirlo.
Miré el reloj y ya se había cumplido la hora. La sesión había terminado y no me tocaba regresar hasta dentro de una semana. Me sentí aliviado y muy tranquilo. Continué mi vida cotidiana con plena normalidad. Seguí los consejos de mi terapeuta. Eso me hizo mucho mejor de lo que imaginaba. Ocupe mis días con actividades varias, a las que concurría después del trabajo.
Pero la vida me cambió en un segundo. Compré el diario para leerlo mientras viajase en el subte de regreso a casa. Tomé la línea “D” en Agüero, porque yo trabajaba en Marcelo T. De Alvear y Laprida, a dos cuadras de dicha estación, en Palermo. Me senté ni bien me subí a la formación porque venía con poca gente a bordo. Me puse los anteojos y abrí el diario en la sección “policiales”. Me sobresalté cuando vi en primera plana… ¡La foto de la mujer! ¡Sí, era la misma mujer que yo había soñado! Según la noticia, había sido asesinada en Villa Luro, de igual forma y en idénticas condiciones, a las que yo había soñado. Había sido encontrada en un callejón atrás de la estación del ferrocarril Sarmiento, alrededor de las cinco de la mañana, en la madrugada del jueves 28, es decir, dos días antes que publicasen el incidente. Y dos días después de que tuve el sueño. La encontraron gracias a una llamada anónima realizada al 911. Llevaba muerta unas dos horas, al momento que hallaron el cuerpo. La policía no tenía ningún tipo de indicio ni nada. Era todo un misterio. Lo único que se sabía era que se llamaba
Ana Clara Marini y tenía treinta y ocho años de edad. No puedo explicar lo que sentí en ese momento. Era como un escalofrío que recorría lentamente todo mi cuerpo. Me puse pálido. Estaba conmocionado. “Esto no puede estar pasando” me dije a mi mismo. Pero era tan real como todas las personas que desviaron su atención hacia mí, en un tono de susto y temor. Pensé en dirigirme a la policía y explicarles que yo había soñado el asesinato dos días antes de que se cometiese; podía decirles los detalles del sueño, cómo sucedió todo. Y así asistirlos para que puedan encontrar al culpable. Pero ¿Me creerían? Estaba convencido que no. Tenía la posibilidad de ayudar en un caso así y no podía aprovecharla. Había sido testigo de ese asesinato en mi propio sueño. Suena raro pero fue así. De repente todo alrededor mío se paralizó y me estremecí de pies a cabeza. Sentía que el corazón se me salía del pecho. Todo se nubló y nada más recuerdo que el haberme despertado en la habitación de un hospital. Suponía que era el Fernández. Pero no me atreví a averiguarlo. No podía hablar. Encendí la televisión y apareció el canal de las noticias. “Ana Clara Marini, la mujer encontrada en Villa Luro, fue asesinada por su ex marido, Hugo Correa, un chofer de la línea 136. Fue detenido hace instantes después de haberse entregado en la seccional de Liniers” dijo el periodista que daba la nota. Apagué el televisor bruscamente y arrojé el control remoto con violencia, muy lejos de mí. Estaba con la boca abierta, pálido, con la respiración fuertemente agitada, las manos que me temblaban incansablemente y el sudor que se apoderó de todo el perímetro de mi frente. Estaba intranquilo y en estado de shock. Sólo pensaba, en esos momentos, la influencia que tienen los sueños y su inexorable poder de superar la realidad.
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