Siempre
fui calmo y perseverante en la resolución de los casos en los que participé,
mediante la intervención de mi amigo, el inspector Sean Dortmund.
Pero esas cualidades quedaron anuladas completamente en este pequeño incidente
que me propongo relatar. Era totalmente
imposible enfocándolo desde cualquier perspectiva, desde cualquier mirada,
visión… En fin, el suceso rompía con todas las normas de la lógica. Tuvimos
conocimiento de los hechos por intermedio de nuestro amigo y colaborador, el
capitán Riestra. Arribó a nuestra residencia con una actitud derrotista, con el
ánimo caído, confundido, desorientado y carente de ideas. Contemplar todos esos
adjetivos juntos en la personalidad de un solo hombre fue
realmente preocupante. Así que mi amigo, advirtió que no se trataba de algo
sencillo. Lo invitó a sentarse y el capitán aceptó de mala gana. Se sentó,
dejándose caer por el peso de su propio cuerpo. Su cara denotaba una
preocupación extrema y no fue, sino hasta que el inspector lo
incentivó, que nuestro visitante no dijo ni una sola una
palabra.
_
¿Cómo decirles esto?_ empezó interrogándose a
sí mismo, el capitán.
_
Como le salga_ replicó Dortmund, amablemente y sin
mostrar ningún tipo de objeción._ Deje fluir las
palabras y permita que el relato tome su curso por sus propios medios.
_
Como usted diga_ se convenció nuestro amigo._
Se lo diré abiertamente, tal cual llegó a mis oídos: un hombre desapareció de un micro en pleno movimiento. El micro salió
desde Pergamino y su destino final era la terminal de Retiro. La víctima,
identificada como Fernando Ballesteros por los registros de
la empresa, sacó el boleto el mismo día del viaje y, por ende, de su
desaparición. El vehículo no ostentó paradas en todo su trayecto. Lo vieron
subir en Pergamino. Pero ya no estaba cuando el micro afrontó su destino final.
El micro vino por la ruta 9. Son, en total, 245 kms. de
distancia entre las dos cabeceras, lo que equivale alrededor de tres
horas de viaje. Nadie vio nada raro. Qué pasó en esas tres horas… Es
un profundo misterio. La División de
Personas Desaparecidas de la Policía Federal no logra encontrar una explicación
razonable al evento y por eso vine a verlo, inspector Dortmund. Usted ve el
detalle, ése que los demás no ven o ignoran. Espero que ése método tan
peculiarmente suyo sea aplicable a este pequeño enigma en particular.
_
¡Es imposible!_ dije, casi en tono de grito.
_
No es imposible, puesto que ocurrió_ añadió Dortmund, calmadamente y con cierto aire de grandeza por los elogios que recibió. E inmediatamente indagó_
¿En qué punto exacto del trayecto se registró su desaparición?
_
Imposible de determinar. No hay cámaras de seguridad ni en la ruta ni en el
ómnibus. Pudo haberse esfumado en cualquier tramo del camino.
_
¿Están seguros de que subió?
_Completamente.
Los pasajeros recuerdan exactamente al señor Ballesteros.
_
¿Por qué lo recuerdan tan bien? ¿Por algo en
especial?
_
Según dijeron, se levantó tres veces para ir al baño, en un lapso de cuarenta
minutos, aproximadamente. Después no le dieron importancia, no lo vieron más y…
Se lo tragó la Tierra.
_
¿Viajaba solo?
_
Sí.
_
¿Cuántos pasajeros iban en total en el micro?
_
Veinte exactamente. Todos asientos individuales.
Repentinamente,
el capitán Riestra se levantó de la silla y, agarrándose la cabeza y caminando
incesante de un extremo a otro, se preguntó:
_
¿Cómo puede desaparecer una persona en
medio de un micro en movimiento, que nunca se detuvo y con pasajeros a bordo?
_
Eso es lo que hay que averiguar_ dijo mi amigo.
Dortmund
no estaba para nada preocupado.
Si lo estaba en verdad, exteriormente no se percibía. No entendía como un caso
tan extraño y extraordinario a la vez no
le llamaba la atención. Él tenía una virtud asombrosa de controlar los nervios
y la ansiedad. Eso lo hacía realmente admirable. Yo, por el contrario, estaba
extremadamente confundido, con un caos mental y en idénticas condiciones que el
capitán Riestra.
Fuimos a la terminal de ómnibus de Retiro, nos
dirigimos a las oficinas de la empresa del micro en cuestión, y después de exponer brevemente el motivo de nuestra visita, nos invitaron amablemente a pasar al despacho del gerente, que nos
recibió cortésmente y a quien solicitamos el registro de pasajeros. El gerente, el
señor Alfredo Cohen, nos entregó dicho documento
en buenos términos.
_ Es increíble que algo así haya ocurrido_ comentó
conmovido._ Las circunstancias de la desaparición
de éste pobre hombre no dejan de parecerme imposibles.
_
Todos sentimos lo mismo_ agregué.
_ Casi todos_ añadió
Dortmund, modestamente.
_
¿Acaso a usted no le sorprende?_ inquirí algo
sobresaltado.
_
No lo voy a negar. Es un caso atractivamente inquietante. Pero no muy diferente
a otros casos de desapariciones o secuestros similares.
Intercambiamos
una mirada de reproche con el señor Cohen.
_
¿Es la primera vez que viajó en esta empresa el señor Ballesteros?_
preguntó Dortmund.
_
Francamente, no sé. Los registros de viaje del día los
archivamos y, al cabo de un mes, los tiramos si ya no son
necesarios. Así que no puedo precisar si viajó con nosotros antes o no. A decir
verdad, nunca lo vi. Pero trabajo en esta oficina todo el santo día
y desconozco el rostro de los pasajeros que viajan con regularidad con nosotros.
_
Según el registro, viajaba en el asiento 24.
¿Cuál es?
_
Está del lado izquierdo. Es del lado de la ventana. Quinto asiento desde
adelante.
_
¿Podemos ver el micro en cuestión, por favor?
_
Por acá, señores. Aunque dudo que puedan encontrar algo útil.
La Policía ya estuvo peritando todo y se fue frustrada.
_ Pero yo no represento a la
Policía, señor Cohen_ replicó Dortmund con vanidad y luciendo una ligera
sonrisa en su rostro.
El gerente miró a mi amigo con
animosidad, aunque sin decir nada.
Salimos de la oficina, rumbo a la
plataforma. Una vez allí, el gerente nos indicó cuál era la unidad en cuestión.
El colectivo era de una marca muy reconocida con piso simple, bien cuidado,
asientos reclinables, cortinas, aire acondicionado y un baño, y a su alrededor
había un cercamiento de cintas dispuestas por la Justicia. El pasillo era
estrecho pero se podía caminar cómodamente. El gerente nos señaló, con el dedo,
el asiento número 24. Mi amigo estudió el espacio detalladamente con resultado
negativo. No había pertenencias de ningún tipo. El asiento estaba limpio, sin
basura ni bebidas ni nada de nada. Tampoco estaba reclinado, lo que sugería que
Fernando Ballesteros no había dormido en todo el viaje.
_
Nadie tocó nada, ¿verdad, señor Cohen?_ preguntó
Dortmund.
_ Estuvieron los peritos haciendo
su trabajo, así que estimo que mínimamente algún aspecto de la escena habrán
alterado_ respondió complaciente Alfredo Cohen.
_ Tengo mis dudas sobre eso.
Parece que han dejado el trabajo a medias.
_ ¿A medias? ¿Qué le hace
suponerlo, si me permite preguntárselo?
Pero Dortmund no respondió. Estaba muy
ensimismado, a la vez que estaba plenamente metido
y concentrado en el caso.
Siguió estudiando la escena detalladamente y encontró una
sustancia transparente, adherida en la manija derecha del asiento. La tomó y la
examinó minuciosamente.
_
Esto, quizás, nos dé una idea de cómo nuestro hombre desapareció
tan misteriosamente_ adujo vagamente con
un cádiz esperanzador en sus palabras.
Le
solicitó al capitán Riestra que buscase información sobre Fernando Ballesteros,
la víctima, aunque aquél le recriminó el hecho porque ya había
visto junto al Cuerpo de Investigaciones ése expediente y no se halló
información de interés para la causa. Sin embargo,
Sean Dortmund justificó su solicitud alegando que quería saber quién era
exactamente el señor Ballesteros.
Paralelamente,
nosotros nos fuimos a Pergamino a ver a la última
persona que lo vio, según aparecía indicado en
el sumario de la causa. Se
trataba de José Torres. Según argumentó, él y el señor Ballesteros eran primos. Cuando le contamos sobre lo que
había sucedido, pensó que estábamos bromeando. Mas, con el transcurso de las
preguntas y de algunos detalles muy puntuales, se convenció de que
eso era en verdad algo serio. Admito que yo, en su lugar,
hubiese creído lo mismo. Justificó que el motivo de la visita de Fernando fue
llevarle un medicamento para su madre, que lo necesitaba urgentemente debido a
que padecía una enfermedad grave, y sólo lo vendían en Capital Federal. Confirmó que fue y regresó
en el día, y que viajó solo. Cuando regresamos a la terminal de ómnibus
de Pergamino, lo hicimos por el camino que tomó el señor Ballesteros.
Pero fue inútil porque no encontramos nada de nada, en ese lapso de diez
cuadras. Al abordar a la terminal, solicitamos el registro
de los pasajeros de ese viaje, aunque no comprendía la razón si ya lo habíamos
visto antes. Cuando Dortmund lo revisó, descubrió que el señor Ballesteros
no figuraba entre
los pasajeros. Me resultó imposible y me exalté. Pero, inexplicablemente,
mi amigo se mostró más aliviado con este detalle que parecía hundirnos aún
más en el fango. No dijo nada. Todo ese tiempo, desde que
comenzó con la investigación, estuvo muy callado, más de lo habitual. Y no era común verlo así. Preferí no
preguntarle nada hasta concluido el caso. Se lo veía muy concentrado y no
quería interrumpirlo.
De vuelta en Buenos Aires, hicimos
contacto con el capitán Riestra, quien le entregó el historial de Fernando
Ballesteros al inspector Dortmund. Aquél lo leyó, sonrió y me miró
suspicaz.
_
Quédese acá. Voy a tomar un taxi hasta cierto
lugar muy cerca de acá. Espero volver con una sorpresa_ me
dijo satisfecho.
Abordó
uno sobre la avenida Antártida Argentina. Tardó una media hora en
regresar. Cuando lo vi llegar, me apresuró para que suba a la oficina del
gerente de la empresa sin darme ninguna
explicación clara.
Una vez adentro, entrecerró la puerta con
precaución.
_
Caballeros_ comenzó explicando._ La presencia
de uno de los pasajeros del micro intimidó gravemente al señor Ballesteros.
Aquí se los presento_ y abrió la puerta.
Se
adentró tímidamente a la oficina un hombre de unos treinta y
cinco años aproximadamente, delgado, piel blanca, alto y vestido elegantemente, y de una expresión que inspiraba cierta desconfianza. Se presentó
oficialmente como Fernando Ballesteros.
_
¡No puede ser!_ dije boquiabierto_ ¿Cómo es posible?
_
Él les contará la verdad, brevemente_ dijo Dortmund, y lo
invitó a pronunciarse.
_
Primero_ comenzó manifestando el señor Ballesteros_, lamento por todo lo que tuvo que pasar la
empresa. Pero era necesario idear un plan hábil para salvar mi vida. Hace unos
años atrás estaba en la ruina, económicamente hablando.
Conocí a un tipo, no importa su nombre, y me
dio trabajo. Pero era narcotraficante. Los trabajos que a mí me encomendaba
eran entregas de droga por sumas grandes de dinero. No estaba para nada bien
lo que hacía, pero entiendan que necesitaba la plata. Vi
de todo estando adentro de ése mundo infernal, pero no podía decir
nada… Hasta que un día me cansé, no aguanté más y quise salir de ese negocio tan oscuro para
tener una vida decente. Cuando me asignó una ordenanza, me desvié de la ruta
tradicional que tenía que hacer para concertar la entrega y fui para Pergamino
a ver al señor Torres. Fue agente de la Fuerza por casi cinco años hasta que renunció, exoficial retirado
de la División Narcóticos de la Policía de la Provincia. Lo conocí por
intermedio de un amigo que teníamos en común. Le conté mi
situación, le dije que me había arrepentido, bien todo cómo
fue, lo que vi y sabía, y
se dispuso a ayudarme. Por las dudas y para desviar
cualquier clase de sospecha posible, armó una historia falsa sobre que él
era mi primo, que le llevé un medicamento para su madre… Ésa
historia conocida. El jefe de los traficantes se enteró y me mandó a seguir. Naturalmente,
no concreté la venta y esa mercancía iba a servir como prueba fehaciente para
un futuro juicio.Era una banda pesada que no sólo
operaba en Argentina sino también en Brasil, Ecuador, Costa Rica, México,
Portugal, Bélgica y España. Cuando vi que este hombre me estaba siguiendo con claras y evidentes intenciones de matarme, Torres me aconsejó idear un plan
para despistarlo: atraparlo para desbaratar a esta banda definitivamente y poder estar
a salvo y retomar mi vida normal otra vez.
Y
le cedió la palabra a Dortmund.
_
Dos días antes_ continuó el inspector_ de que saliera el micro en cuestión, el
señor Ballesteros sacó el pasaje de ida desde Pergamino
hacia Retiro, en la boletería de Pergamino. Lo hizo con una identidad falsa que le proporcionó el propio señor
Torres. Le asignaron el asiento número 46. El mismo día del viaje sacó, en la
boletería de Retiro, un boleto para el mismo micro. Pero utilizó su nombre
verdadero. Y ésta vez le otorgaron el
asiento número 24. La empresa arma los registros de pasajeros,
independientemente, una cabecera con respecto a otra. Es decir que cada terminal tiene su propia
lista de pasajeros y no hay comunicación entre ellas. Sólo se contactan para saber la disponibilidad de asientos que
hay en cada viaje y para registrar las personas que adquirieron pasajes de ida
y vuelta para incorporarlos en ambos manifiestos y tener un control debido
sobre cada pasajero, aunque creo que cada una debe tener un límite de pasajeros
determinado asignado por la compañía. Creo que el señor Torres, más precisamente,
conocía esta política interna. El detalle del
nombre está claro en los registros de viaje, porque el nombre que figura en uno no figura en el otro. De aquí, mi deducción
de cómo se maneja la empresa. Después la mayoría de los nombres coinciden.
Cuando abordó el micro en Pergamino, lo hizo bajo el nombre de Sebastián Gómez.
Pero se sentó en el asiento 24, pues los pasajeros tenían que ver que allí
había sentado alguien. Quizás haberse sentado en el lugar correcto en un principio hubiese sido lo mismo. Pero no podía permitirse correr
riesgos. Y no fue en vano porque, como bien dijo el señor Ballesteros,
su verdugo estaba en el mismo micro que él,
estudiando sus movimientos y esperando el momento oportuno para hacerlo pagar
por su traición. El lema es: nunca abandones el negocio de las drogas y mucho
menos te quedes con una parte de ella. Es una mafia
que una vez que se está adentro, no se sale nunca más. Así que ni bien
arrancó el vehículo, el señor Ballesteros
miró hacia afuera y disimuladamente se adhirió en el rostro unas barbas
postizas con la ayuda de un pegamento. Una gota cayó, involuntariamente, sobre
el asiento, que fue la que yo recabé cuando analicé dicho espacio. El reflejo
sobre el vidrio obró de espejo. Una vez alterado su rostro, se levantó precavidamente un máximo de tres veces para ir al baño para asegurarse que
el resto de los pasajeros lo recordaran muy bien y además para poder
cambiarse de ropa. Cuando salió del baño por última vez, se sentó en el asiento
46 y nadie lo notó porque un asiento está muy cerca
del otro y ambos coinciden en que corresponden al lado de la ventanilla.
Entonces, ¿quién iba a percibir que el señor Ballesteros se había sentado en un
lugar equivocado? Naturalmente, nadie fue capaz de advertirlo. El tema de que se haya levantado tres veces,
hizo ver que el lugar 24 estaba ocupado. Pero al llegar acá a Retiro, ese asiento
estaba vacío y la idea de que su ocupante se
desvaneció misteriosamente fue absolutamente convincente. Y los registros del viaje de Retiro
indicaban que el señor Ballesteros estaba sentado ahí.
Se escondió en una casa, acá cerca, recomendada por el señor Torres y con seguridad privada. Los expedientes
que me trajo el capitán Riestra decían mucho más que los hechos en sí.
Así que simplemente deduje que el señor Torres no era quien dijo ser, lo
contacté, me dijo sobre el paradero del señor Ballesteros
y acá estamos.
_
La Policía_ agregó el señor
Ballesteros_ estaba atrás mío por el tema del narcotráfico. Luego yo
adjudiqué algunas denuncias contra éstas
personas,
aunque no me creyeron y decidieron no hacer nada porque yo era uno de ellos. Tenían el dato
pero no las pruebas, por eso no pudieron arrestarme. Y por eso también contacté
al señor Torres.
_
De no haber sido por él, usted estaría
muerto ahora.
_
Y gracias a usted también, inspector.
Después
de escoltar a nuestro hombre, Dortmund me informó que quería ir a Pergamino, a
ver personalmente al señor Torres, para darle el parte de la finalización del
caso y los pormenores para continuar con el juicio y que el señor Ballesteros siguiera
haciendo su vida normalmente.
_ No comprendo porqué el señor
Ballesteros no se sentó de entrada en el lugar que le correspondía_ puse en
duda cuando Dortmund y yo abandonamos la terminal de ómnibus.
_ Porque, indefectiblemente,
necesitaba disponer de dos asientos para llevar a cabo el plan. Era menester
que en su regreso a Buenos Aires se sentase en el asiento opuesto al que le
habían asignado en realidad porque la empresa tenía que ver que el asiento 24
estaba vacío y que su ocupante era el señor Ballesteros. Así todos creerían que
había realmente desaparecido y él podría escabullirce cómodamente generando una
hábil distracción. Por eso tergiversó el asiento 46 que le asignaron en
Pergamino, en el que tuvo que viajar en realidad, por el 24 que le delegaron en
Buenos Aires, que fue en el que verdaderamente viajó durante la primera parte
del trayecto. La mente humana es un interesante misterio imposible de
descifrar: el resto de los pasajeros nunca notó que el lugar 46 estuvo vacío y
que después, sorprendentemente, pasó a estar ocupado por alguien más. Pero sí
registraron los incesantes y constantes movimientos de Fernando Ballesteros.
_ Ésa fue una brillante
ejecución. Logró engañar al criminal para salvar la vida del señor Ballesteros,
que era la prioridad, y funcionó a la perfección.
_ No lo ve tan claro como sí lo
veo yo, doctor Tait. El asiento 24, inicialmente, fue ocupado por un cómplice del señor Torres que vestía
igual que Fernando Ballesteros. Cuando él modificó su apariencia por una
absolutamente diferente, aquél cómplice
pasó a ocupar el asiento 46 vestido con prendas diferentes a las que llevaba
puestas al comienzo y en el primer paraje, Ballesteros tomó su lugar y
aquél se bajó del micro. Por eso fue tan perfecto y tan indetectable para
cualquiera, incluso para los ojos del propio criminal. No había forma de que el plan funcionara con
implacable éxito sin la colaboración de un tercer hombre.
_ ¿Qué pasará con Ballesteros de
ahora en más?
_ Cumplirá la condena mínima por
tráfico y venta ilegal de estupefacientes, supongo. Estará en libertad dentro
de unos cuatro años y podrá rehacer su vida sin demasiadas complicaciones y sin
ningún otro criminal que lo persiga.
_ A todo esto,
Dortmund, ¿cómo
iremos a Pergamino?
_
En micro, desde luego_ me dijo con una sonrisa
hábilmente suspicaz e inicua.
_
No se enoje, pero yo voy en combi.
Le
hice una apuesta y estaba seguro que la ganaría. Le aposté quinientos pesos a
que, viajando en combi, llegaría a Pergamino antes que él.
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