viernes, 10 de febrero de 2017

Misterio en la ruta (Gabriel Zas)



                                          
Siempre fui calmo y perseverante en la resolución de los casos en los que participé, mediante la intervención de mi amigo, el inspector Sean Dortmund. Pero esas cualidades quedaron anuladas completamente en este pequeño incidente que me propongo relatar.  Era totalmente imposible enfocándolo desde cualquier perspectiva, desde cualquier mirada, visión… En fin, el suceso rompía con todas las normas de la lógica. Tuvimos conocimiento de los hechos por intermedio de nuestro amigo y colaborador, el capitán Riestra. Arribó a nuestra residencia con una actitud derrotista, con el ánimo caído, confundido, desorientado y carente de ideas. Contemplar todos esos adjetivos juntos en la personalidad de un solo hombre fue realmente preocupante. Así que mi amigo, advirtió que no se trataba de algo sencillo. Lo invitó a sentarse y el capitán aceptó de mala gana. Se sentó, dejándose caer por el peso de su propio cuerpo. Su cara denotaba una preocupación extrema y no fue, sino hasta que el inspector lo incentivó, que nuestro visitante no dijo ni una sola una palabra.

_ ¿Cómo decirles esto?_ empezó interrogándose a sí mismo, el capitán.

_ Como le salga_ replicó Dortmund, amablemente y sin mostrar ningún tipo de objeción._ Deje fluir las palabras y permita que el relato tome su curso por sus propios medios.

_ Como usted diga_ se convenció nuestro amigo._ Se lo diré abiertamente, tal cual llegó a mis oídos: un hombre desapareció de un micro en pleno movimiento. El micro salió desde Pergamino y su destino final era la terminal de Retiro. La víctima, identificada como Fernando Ballesteros por los registros de la empresa, sacó el boleto el mismo día del viaje y, por ende, de su desaparición. El vehículo no ostentó paradas en todo su trayecto. Lo vieron subir en Pergamino. Pero ya no estaba cuando el micro afrontó su destino final. El micro vino por la ruta 9. Son, en total, 245 kms. de distancia entre las dos cabeceras, lo que equivale alrededor de tres horas de viaje. Nadie vio nada raro. Qué pasó en esas tres horas… Es un profundo misterio. La División de Personas Desaparecidas de la Policía Federal no logra encontrar una explicación razonable al evento y por eso vine a verlo, inspector Dortmund. Usted ve el detalle, ése que los demás no ven o ignoran. Espero que ése método tan peculiarmente suyo sea aplicable a este pequeño enigma en particular.

_ ¡Es imposible!_ dije, casi en tono de grito.

_ No es imposible, puesto que ocurrió_ añadió Dortmund, calmadamente y con cierto aire de grandeza por los elogios que recibió. E inmediatamente indagó_ ¿En qué punto exacto del trayecto se registró su desaparición?

_ Imposible de determinar. No hay cámaras de seguridad ni en la ruta ni en el ómnibus. Pudo haberse esfumado en cualquier tramo del camino.

_ ¿Están seguros de que subió?

_Completamente. Los pasajeros recuerdan exactamente al señor Ballesteros.

_ ¿Por qué lo recuerdan tan bien? ¿Por algo en especial?

_ Según dijeron, se levantó tres veces para ir al baño, en un lapso de cuarenta minutos, aproximadamente. Después no le dieron importancia, no lo vieron más y… Se lo tragó la Tierra.

_ ¿Viajaba solo?

_ Sí.

_ ¿Cuántos pasajeros iban en total en el micro?

_ Veinte exactamente. Todos asientos individuales.

Repentinamente, el capitán Riestra se levantó de la silla y, agarrándose la cabeza y caminando incesante de un extremo a otro, se preguntó:

_ ¿Cómo puede desaparecer una persona en medio de un micro en movimiento, que nunca se detuvo y con pasajeros a bordo?

_ Eso es lo que hay que averiguar_ dijo mi amigo.

Dortmund no estaba para nada preocupado. Si lo estaba en verdad, exteriormente no se percibía. No entendía como un caso tan extraño y extraordinario a la vez no le llamaba la atención. Él tenía una virtud asombrosa de controlar los nervios y la ansiedad. Eso lo hacía realmente admirable. Yo, por el contrario, estaba extremadamente confundido, con un caos mental y en idénticas condiciones que el capitán Riestra.

 Fuimos a la terminal de ómnibus de Retiro, nos dirigimos a las oficinas de la empresa del micro en cuestión, y después de exponer brevemente el motivo de nuestra visita, nos invitaron amablemente a pasar al despacho del gerente, que nos recibió cortésmente y a quien solicitamos el registro de pasajeros. El gerente, el señor Alfredo Cohen, nos entregó dicho documento en buenos términos.

_  Es increíble que algo así haya ocurrido_ comentó conmovido._ Las circunstancias de la desaparición de éste pobre hombre no dejan de parecerme imposibles.

_ Todos sentimos lo mismo_ agregué.

_  Casi todos_ añadió Dortmund, modestamente.

_ ¿Acaso a usted no le sorprende?_ inquirí algo sobresaltado.

_ No lo voy a negar. Es un caso atractivamente inquietante. Pero no muy diferente a otros casos de desapariciones o secuestros similares.

Intercambiamos una mirada de reproche con el señor Cohen.

_ ¿Es la primera vez que viajó en esta empresa el señor Ballesteros?_ preguntó Dortmund.

_ Francamente, no sé. Los registros de viaje del día los archivamos y, al cabo de un mes, los tiramos si ya no son necesarios. Así que no puedo precisar si viajó con nosotros antes o no. A decir verdad, nunca lo vi. Pero trabajo en esta oficina todo el santo día y desconozco el rostro de los pasajeros que viajan con regularidad con nosotros.

_ Según el registro, viajaba en el asiento 24. ¿Cuál es?

_ Está del lado izquierdo. Es del lado de la ventana. Quinto asiento desde adelante.

_ ¿Podemos ver el micro en cuestión, por favor?

_ Por acá, señores. Aunque dudo que puedan encontrar algo útil. La Policía ya estuvo peritando todo y se fue frustrada.

_ Pero yo no represento a la Policía, señor Cohen_ replicó Dortmund con vanidad y luciendo una ligera sonrisa en su rostro.

El gerente miró a mi amigo con animosidad, aunque sin decir nada.

Salimos de la oficina, rumbo a la plataforma. Una vez allí, el gerente nos indicó cuál era la unidad en cuestión. El colectivo era de una marca muy reconocida con piso simple, bien cuidado, asientos reclinables, cortinas, aire acondicionado y un baño, y a su alrededor había un cercamiento de cintas dispuestas por la Justicia. El pasillo era estrecho pero se podía caminar cómodamente. El gerente nos señaló, con el dedo, el asiento número 24. Mi amigo estudió el espacio detalladamente con resultado negativo. No había pertenencias de ningún tipo. El asiento estaba limpio, sin basura ni bebidas ni nada de nada. Tampoco estaba reclinado, lo que sugería que Fernando Ballesteros no había dormido en todo el viaje.

_ Nadie tocó nada, ¿verdad, señor Cohen?_ preguntó Dortmund.

_ Estuvieron los peritos haciendo su trabajo, así que estimo que mínimamente algún aspecto de la escena habrán alterado_ respondió complaciente Alfredo Cohen.

_ Tengo mis dudas sobre eso. Parece que han dejado el trabajo a medias.

_ ¿A medias? ¿Qué le hace suponerlo, si me permite preguntárselo?

Pero Dortmund no respondió. Estaba muy ensimismado, a la vez que estaba plenamente metido y concentrado en el caso.  Siguió estudiando la escena detalladamente y encontró una sustancia transparente, adherida en la manija derecha del asiento. La tomó y la examinó minuciosamente.

_ Esto, quizás, nos dé una idea de cómo nuestro hombre desapareció tan misteriosamente_ adujo vagamente con un cádiz esperanzador en sus palabras.

Le solicitó al capitán Riestra que buscase información sobre Fernando Ballesteros, la víctima, aunque aquél le recriminó el hecho porque ya había visto junto al Cuerpo de Investigaciones ése expediente y no se halló información de interés para la causa. Sin embargo, Sean Dortmund justificó su solicitud alegando que quería saber quién era exactamente el señor Ballesteros.

Paralelamente, nosotros nos fuimos a Pergamino a ver a la última persona que lo vio, según aparecía indicado en el sumario de la causa. Se trataba de José Torres. Según argumentó, él y el señor Ballesteros eran primos. Cuando le contamos sobre lo que había sucedido, pensó que estábamos bromeando. Mas, con el transcurso de las preguntas y de algunos detalles muy puntuales, se convenció de que eso era en verdad algo serio. Admito que yo, en su lugar, hubiese creído lo mismo. Justificó que el motivo de la visita de Fernando fue llevarle un medicamento para su madre, que lo necesitaba urgentemente debido a que padecía una enfermedad grave, y sólo lo vendían en  Capital Federal. Confirmó que fue y regresó en el día, y que viajó solo. Cuando regresamos a la terminal de ómnibus de Pergamino, lo hicimos por el camino que tomó el señor Ballesteros. Pero fue inútil porque no encontramos nada de nada, en ese lapso de diez cuadras. Al abordar a la terminal, solicitamos el registro de los pasajeros de ese viaje, aunque no comprendía la razón si ya lo habíamos visto antes. Cuando Dortmund lo revisó, descubrió que el señor Ballesteros no figuraba entre los pasajeros. Me resultó imposible y me exalté. Pero, inexplicablemente, mi amigo se mostró más aliviado con este detalle que parecía hundirnos aún más en el fango. No dijo nada. Todo ese tiempo, desde que comenzó con la investigación, estuvo muy callado, más de lo habitual. Y no era común verlo así. Preferí no preguntarle nada hasta concluido el caso. Se lo veía muy concentrado y no quería interrumpirlo.

            De vuelta en Buenos Aires, hicimos contacto con el capitán Riestra, quien le entregó el historial de Fernando Ballesteros al inspector Dortmund. Aquél lo leyó, sonrió y me miró suspicaz.

_ Quédese acá. Voy a tomar un taxi hasta cierto lugar muy cerca de acá. Espero volver con una sorpresa_ me dijo satisfecho.

Abordó uno sobre la avenida Antártida Argentina. Tardó una media hora en regresar. Cuando lo vi llegar, me apresuró para que suba a la oficina del gerente de la empresa sin darme ninguna explicación clara. Una vez adentro, entrecerró la puerta con precaución.

_ Caballeros_ comenzó explicando._ La presencia de uno de los pasajeros del micro intimidó gravemente al señor Ballesteros. Aquí se los presento_ y abrió la puerta.

Se adentró tímidamente a la oficina un hombre de unos treinta y cinco años aproximadamente, delgado, piel blanca, alto y vestido elegantemente, y de una expresión que inspiraba cierta desconfianza. Se presentó oficialmente como Fernando Ballesteros.

_ ¡No puede ser!_ dije boquiabierto_ ¿Cómo es posible?

_ Él les contará la verdad, brevemente_ dijo Dortmund, y lo invitó a pronunciarse.

_ Primero_ comenzó manifestando el señor Ballesteros_,  lamento por todo lo que tuvo que pasar la empresa. Pero era necesario idear un plan hábil para salvar mi vida. Hace unos años atrás estaba en la ruina, económicamente hablando. Conocí a un tipo, no importa su nombre, y me dio trabajo. Pero era narcotraficante. Los trabajos que a mí me encomendaba eran entregas de droga por sumas grandes de dinero. No estaba para nada bien lo que hacía, pero entiendan que necesitaba la plata. Vi de todo estando adentro de ése mundo infernal, pero no podía decir nada… Hasta que un día me cansé, no aguanté más y  quise salir de ese negocio tan oscuro para tener una vida decente. Cuando me asignó una ordenanza, me desvié de la ruta tradicional que tenía que hacer para concertar la entrega y fui para Pergamino a ver al señor Torres. Fue agente de la Fuerza por casi cinco años hasta que renunció, exoficial retirado de la División Narcóticos de la Policía de la Provincia. Lo conocí por intermedio de un amigo que teníamos en común. Le conté mi situación, le dije que me había arrepentido, bien todo cómo fue, lo que vi y sabía, y se dispuso a ayudarme. Por las dudas y para desviar cualquier clase de sospecha posible, armó una historia falsa sobre que él era mi primo, que le llevé un medicamento para su madre… Ésa historia conocida. El jefe de los traficantes se enteró y me mandó a seguir. Naturalmente, no concreté la venta y esa mercancía iba a servir como prueba fehaciente para un futuro juicio.Era una banda pesada que no sólo operaba en Argentina sino también en Brasil, Ecuador, Costa Rica, México, Portugal, Bélgica y España. Cuando vi que este hombre me estaba siguiendo con claras y evidentes intenciones de matarme, Torres me aconsejó idear un plan para despistarlo: atraparlo para desbaratar a esta banda definitivamente y poder estar a salvo y retomar mi vida normal otra vez.

Y le cedió la palabra a Dortmund.

_ Dos días antes_ continuó el inspector_ de que saliera el micro en cuestión, el señor Ballesteros sacó el pasaje de ida desde Pergamino hacia Retiro, en la boletería de Pergamino. Lo hizo con una identidad falsa que le proporcionó el propio señor Torres. Le asignaron el asiento número 46. El mismo día del viaje sacó, en la boletería de Retiro, un boleto para el mismo micro. Pero utilizó su nombre verdadero.  Y ésta vez le otorgaron el asiento número 24. La empresa arma los registros de pasajeros, independientemente, una cabecera con respecto a otra. Es decir que cada terminal tiene su propia lista de pasajeros y no hay comunicación entre ellas. Sólo se contactan para saber la disponibilidad de asientos que hay en cada viaje y para registrar las personas que adquirieron pasajes de ida y vuelta para incorporarlos en ambos manifiestos y tener un control debido sobre cada pasajero, aunque creo que cada una debe tener un límite de pasajeros determinado asignado por la compañía. Creo que el señor Torres, más precisamente, conocía esta política interna. El detalle del nombre está claro en los registros de viaje, porque el nombre que figura en uno no figura en el otro. De aquí, mi deducción de cómo se maneja la empresa. Después la mayoría de los nombres coinciden. Cuando abordó el micro en Pergamino, lo hizo bajo el nombre de Sebastián Gómez. Pero se sentó en el asiento 24, pues los pasajeros tenían que ver que allí había sentado alguien. Quizás haberse sentado en el lugar correcto en un principio hubiese sido lo mismo. Pero no podía permitirse correr riesgos. Y no fue en vano porque, como bien dijo el señor Ballesteros, su verdugo estaba en el mismo micro que él, estudiando sus movimientos y esperando el momento oportuno para hacerlo pagar por su traición. El lema es: nunca abandones el negocio de las drogas y mucho menos te quedes con una parte de ella. Es una mafia que una vez que se está adentro, no se sale nunca más. Así que ni bien arrancó el vehículo, el señor Ballesteros miró hacia afuera y disimuladamente se adhirió en el rostro unas barbas postizas con la ayuda de un pegamento. Una gota cayó, involuntariamente, sobre el asiento, que fue la que yo recabé cuando analicé dicho espacio. El reflejo sobre el vidrio obró de espejo. Una vez alterado su rostro, se levantó precavidamente un máximo de tres veces para ir al baño para asegurarse que el resto de los pasajeros lo recordaran muy bien y además para poder cambiarse de ropa. Cuando salió del baño por última vez, se sentó en el asiento 46 y nadie lo notó porque un asiento está muy cerca del otro y ambos coinciden en que corresponden al lado de la ventanilla. Entonces, ¿quién iba a percibir que el señor Ballesteros se había sentado en un lugar equivocado? Naturalmente, nadie fue capaz de advertirlo. El tema de que se haya levantado tres veces, hizo ver que el lugar 24 estaba ocupado. Pero al llegar acá a Retiro, ese asiento estaba vacío y la idea de que su ocupante se desvaneció misteriosamente fue absolutamente convincente. Y los registros del viaje de Retiro indicaban que el señor Ballesteros estaba sentado ahí. Se escondió en una casa, acá cerca, recomendada por el señor Torres y con seguridad privada.  Los expedientes que me trajo el capitán Riestra decían mucho más que los hechos en sí. Así que simplemente deduje que el señor Torres no era quien dijo ser, lo contacté, me dijo sobre el paradero del señor Ballesteros y acá estamos.

_ La Policía_ agregó el señor Ballesteros_ estaba atrás mío por el tema del narcotráfico. Luego yo adjudiqué algunas denuncias contra éstas personas, aunque no me creyeron y  decidieron no hacer nada porque yo era uno de ellos. Tenían el dato pero no las pruebas, por eso no pudieron arrestarme. Y por eso también contacté al señor Torres.

_ De no haber sido por él, usted estaría muerto ahora.

_ Y gracias a usted también, inspector.

Después de escoltar a nuestro hombre, Dortmund me informó que quería ir a Pergamino, a ver personalmente al señor Torres, para darle el parte de la finalización del caso y los pormenores para continuar con el juicio y que el señor Ballesteros siguiera haciendo su vida normalmente.

_ No comprendo porqué el señor Ballesteros no se sentó de entrada en el lugar que le correspondía_ puse en duda cuando Dortmund y yo abandonamos la terminal de ómnibus.

_ Porque, indefectiblemente, necesitaba disponer de dos asientos para llevar a cabo el plan. Era menester que en su regreso a Buenos Aires se sentase en el asiento opuesto al que le habían asignado en realidad porque la empresa tenía que ver que el asiento 24 estaba vacío y que su ocupante era el señor Ballesteros. Así todos creerían que había realmente desaparecido y él podría escabullirce cómodamente generando una hábil distracción. Por eso tergiversó el asiento 46 que le asignaron en Pergamino, en el que tuvo que viajar en realidad, por el 24 que le delegaron en Buenos Aires, que fue en el que verdaderamente viajó durante la primera parte del trayecto. La mente humana es un interesante misterio imposible de descifrar: el resto de los pasajeros nunca notó que el lugar 46 estuvo vacío y que después, sorprendentemente, pasó a estar ocupado por alguien más. Pero sí registraron los incesantes y constantes movimientos de Fernando Ballesteros.

_ Ésa fue una brillante ejecución. Logró engañar al criminal para salvar la vida del señor Ballesteros, que era la prioridad, y funcionó a la perfección.

_ No lo ve tan claro como sí lo veo yo, doctor Tait. El asiento 24, inicialmente, fue ocupado por un cómplice del señor Torres que vestía igual que Fernando Ballesteros. Cuando él modificó su apariencia por una absolutamente diferente, aquél cómplice pasó a ocupar el asiento 46 vestido con prendas diferentes a las que llevaba puestas al comienzo y en el primer paraje, Ballesteros tomó su lugar y aquél se bajó del micro. Por eso fue tan perfecto y tan indetectable para cualquiera, incluso para los ojos del propio criminal.  No había forma de que el plan funcionara con implacable éxito sin la colaboración de un tercer hombre.

_ ¿Qué pasará con Ballesteros de ahora en más?

_ Cumplirá la condena mínima por tráfico y venta ilegal de estupefacientes, supongo. Estará en libertad dentro de unos cuatro años y podrá rehacer su vida sin demasiadas complicaciones y sin ningún otro criminal que lo persiga.

_  A todo esto, Dortmund, ¿cómo iremos a Pergamino?

_ En micro, desde luego_ me dijo con una sonrisa hábilmente suspicaz e inicua.

_ No se enoje, pero yo voy en combi.

Le hice una apuesta y estaba seguro que la ganaría. Le aposté quinientos pesos a que, viajando en combi, llegaría a Pergamino antes que él.

 

 

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