lunes, 13 de febrero de 2017

El extraño caso de María Álzaga (Gabriel Zas)


El siguiente incidente que me propongo relatar, si bien fue un suceso trivial, pone de manifiesto las incuestionables cualidades mentales de mi amigo, el inspector Sean Dortmund. Me permito relatar esta breve introducción para aludir al hecho de que, la cadena de sucesos que involucran esta eventualidad, tuvieron lugar en un crucero de lujo en el que nosotros íbamos en nuestro viaje hacia Argentina en 1975.Desembarcamos en un puerto de Centro América y ahí él tomó el avión para Buenos Aires, en donde se instaló definitivamente en un departamento de Capital Federal. Yo viajé unos meses después y compartí residencia con mi amigo. La eficacia suya en esa ocasión fue tal, que trascendió tiempo después por el mundo y logró una popularidad impensada, convirtiéndose en una de las eminencias más destacadas dentro del ámbito de las investigaciones privadas. Para cuando su fama llegó, ya había conocido al capitán Riestra, el jefe de Homicidios de la Policía Federal Argentina, y tenía en su haber la resolución de varios casos intrincados.  Si bien nunca supe los detalles precisos de este caso en particular, ya que Dortmund los conservó para sí para añadirle más intriga y emoción al drama, y eso creo en mi humilde opinión personal que fue lo que lo matizó, voy a exponer cronológicamente tales acontecimientos.

                                                            
                                                                           . . .


_ Es necesario matar a ambas muñecas por precaución _ dijo una voz, frívolamente.
La frase quedó flotando en la quietud del silencio. Los ecos del sonido alcanzaron los oídos de mi amigo, que yacía recostado en una cómoda butaca de cuero rojo dispuesta especialmente en su camarote. Tras oír esa expresión escalofriante, se quedó paralizado. Se levantó de un salto, en una actitud de absoluto asombro y alerta. Eran alrededor de las seis de la mañana y la mayoría de los pasajeros aún descansábamos.
                Salió a paso acelerado de su camarote y se introdujo en el mío de forma violenta y repentina. Fue el ruido inminente de la puerta lo que interrumpió mi sueño bruscamente. Lo miré con los ojos entreabiertos, y sin darme oportunidad alguna de indagar sobre su intempestiva visita, me anunció la razón que lo impulsó a actuar de esa forma.
_ La casualidad de la mañana_ empezó diciendo_ me puso en esta situación e hizo que me desquitara con usted. Un caso de suma urgencia requiere nuestra intervención.
Y pasó a explicarme lo que escuchó. Lo miré sorprendido y sobresaltado, a la vez.
_ ¿Está seguro que no fue uno de sus sueños recurrentes?_ le repliqué.
_ No_ me respondió rigurosamente convencido._ Los ojos de la cara están inactivos cuando concilio el sueño. Pero, los de la mente, están abiertos y muy atentos. Creo haber reconocido algo. Venga conmigo.
Y me sacó de la cama, sin piedad. Nos dirigimos, a paso veloz, al camarote de María Álzaga, una de las pasajeras del crucero. El inspector tocó la puerta con golpes suaves, pero certeros; Y todos sus intentos concluyeron en un fracaso rotundo. Sin dudar, forzó la cerradura cautelosamente. Entramos por turnos. Primero Dortmund y después yo. La dama en cuestión yacía tendida boca arriba, con los ojos terriblemente abiertos; y  la sangre le fluía, de forma imperiosa, de la parte posterior de la cabeza. Mi amigo y yo intercambiamos una mirada de espanto y dudas. Tras un suspiro ofuscado y casi en un tono de reproche, acotó:
_ Chau vacaciones… Hola asesinato.
El asesino nos había dejado una escena espectacular y hábilmente preparada. Todo estaba intacto. El arma homicida no estaba y la escena estaba pulcramente ordenada. El sospechoso había realizado un trabajo impecable.  El cuerpo yacía boca arriba en posición perpendicular hacia la ventana que estaba ligeramente abierta.
_ El asesino llamó su atención golpeando insistentemente la ventana con cualquier cosa_ reflexionó el inspector Dortmund en voz alta_. La víctima se levantó, se asomó para indagar la procedencia de dichos sonidos y el criminal la golpeó con un objeto pesado que sostenía firmemente con una cuerda. Lo deslizó hacia abajo, la golpeó y lo subió de nuevo. Algo así como una maleta, diría yo.
_ ¿Está seguro que oyó a dos personas hablar?_ le pregunté a Dortmund, escéptico.
_ Nunca dije que escuché hablar a dos personas_ me respondió con una sonrisa suspicaz_ Sólo oí y descubrí algo. Desde luego, si había alguien más, escapa a mi entendimiento quién era.
                Después de proceder debidamente y someter la escena a nuestra lógica y a un profundo examen, realizamos un interrogatorio minucioso a cada pasajero del barco con absoluta discreción y mesura. Todos coincidieron en el mismo punto: ninguno percibió nada fuera de lo normal. Pero tres personas aseguraron haber estado conversando en el preciso momento en que mi amigo escuchó esa frase, que tuvo una consecuencia en la realidad. Y todas ellas, a la vez, estuvieron cerca del camarote de Dortmund, lo que me resultaba terriblemente inquietante. Si esto era algo comprobable, entonces se infería que entre ellos estaba el culpable. Sin embargo, sus testimonios parecieron convincentes y no arrojaron ningún tipo de dato útil. Lo que parecía sencillo, se convirtió en un rompecabezas desafiante. Volvimos al camarote de la occisa para evaluar la escena una vez más y para sorpresa de ambos, el cadáver había desaparecido. Eso no era posible bajo ningún término. Este inexplicable incidente pareció no preocupar a Dortmund que, al contrario suyo, era un manojo de nervios. Repentinamente se apersonó una mujer de cabellos negros y preguntó, algo pálida, si era cierto que habían matado a María Álzaga y si también era cierto que su cuerpo se había esfumado, literalmente. Mi amigo afirmó con un leve ademán con la cabeza y fue ahí cuando la señorita Álzaga apareció y lució una atractiva sonrisa. Al contemplarla, pensé que se me salía el corazón del pecho.  Mi amigo miró a la recién llegada, fijamente.
_ No se explica que alguien que usted desconocía_ explicó Dortmund_ se haya adelantado y haya matado a María Álzaga, ¿no es así?
La mujer palideció de los pies a la cabeza. El inspector continuó.
_ Un poco de esmalte, y una buena y convincente actuación fue todo lo que necesité… ¿Estoy en lo cierto si digo que ambas se llaman María Álzaga?
Ambas mujeres afirmaron con una sencilla expresión con los ojos y un movimiento ligero de cabeza.
_ La coincidencia las puso a las dos en el mismo barco_ siguió mi amigo._ Alguien quería matar a María Álzaga. Pero el asesino no conocía a su blanco porque era un sicario, sólo sabía su nombre. Revisó el manifiesto de pasajeros y se encontró con que había dos personas a bordo que portaban el mismo nombre y apellido. Su dilema era: ¿a cuál debía matar?  Así que si se enteraba que una de ellas había sido asesinada, estaría aún más confundido. Y de no haber sido por este ingenioso plan de fingir su muerte, habrían muerto ambas_ miró a la mujer de la izquierda.
_ Por eso su reacción y su interés en querer saber si realmente la otra mujer había sido asesinada y su cuerpo había desaparecido, fue absoluto. Si esto era cierto, usted era la próxima. Y por eso entró en pánico. Por suerte pude anticiparme y evitar un drama. Gracias por colaborar conmigo.
_ ¿Cómo lo supo?_ preguntó, intrigada, una de ellas.
_ Eso no importa_ respondió Dortmund, con aire tranquilizador_ Lo importante es que las dos están a salvo.
_ ¿Quiere explicarme a mí, Dortmund?_ le pregunté insatisfecho y con moderado influjo cuando las dos mujeres se retiraron.
_ ¡Fue muy fácil, doctor!_ me respondió mi amigo con disimulada humildad._ Recuerde la frase que le dije que escuché: “Es necesario matar a ambas muñecas por precaución”.  Inmediatamente, deduje que dos mujeres estaban en peligro aunque el objetivo era sólo una. ¿Pero, por qué el dilema? Y cuando revisé el listado de pasajeros y vi a dos María Álzaga a bordo, lo supe. Al principio, creí que la palabra muñeca fue empleada a los efectos de no llamar tanto la atención del resto de los pasajeros si alguno escuchaba por accidente la conversación. Pero enseguida de verificar los hechos, supe que esa interpretación era errónea. Muñeca se refería a una muñeca de trapo.
_ Contrabando de mercancía. El barco es un medio perfecto para llevarla a cabo.
_ Fue mi primera suposición, doctor. Pero entendí que debía ser otra cosa para justificar el asesinato a bordo de una de las pasajeras del crucero. Y lo descubrí.
Dortmund exhibió para mí un recorte de diario que daba cuenta que María Álzaga iba a testificar en un caso de asesinato ocurrido en 1972 en contra de un alto funcionario del Poder. Me quedé sin aliento cuando lo repasé.
_ Testigo protegida_ continuó el inspector._ Los medios sólo hicieron mención a su nombre en el artículo. Pero no publicaron su fotografía por razones obvias. Alguien con fuertes contactos cercano al acusado debió enterarse de que la señorita María Álzaga de su interés viajaría en barco a Buenos Aires para el juicio para mayor seguridad y debió mandarla a matar. Creyeron que era fácil, pero nadie contaba con la presencia de otra María Álzaga a bordo del mismo barco.
_ La casualidad salvó a esa valiente mujer de la muerte.
_ Se equivoca usted en eso, doctor. Fue mi astucia. ¡No existe ninguna otra María Álzaga! Yo la incluí en el manifiesto para atrapar al asesino fingiendo posteriormente su muerte.
Lo miré terriblemente extrañado.
_ ¿No lo comprende?_ me preguntó mi amigo, resignado._ Yo fui contratado especialmente para proteger a la señorita Álzaga. Yo era responsable de su seguridad. Por eso le insistí, querido doctor, en que debíamos abordar este viaje indefectiblemente y no otro.
_ Me engañó muy bien, Dortmund. ¿Pero, qué tiene que ver la muñeca en todo este asunto?
_ La señorita Álzaga dispone en su poder de una grabación que relaciona al acusado en el juicio directamente con el asesinato por el que se lo juzga. Y dicha grabación la escondió en el interior de una muñeca de tela. Reemplazó la cinta original de la pequeña niña de paño por la suya. Y la conservó muy bien. El acusado se enteró de su existencia y mandó a matar a la señorita Álzaga para evitar que testificara en el juicio, robar la muñeca incriminadora y hacerla desaparecer definitivamente. Pero mi ingenio les ganó de mano. Los asesinatos no sólo se resuelven una vez cometidos, sino también antes de cometerse. En este último caso, el resultado es mucho más satisfactorio, ¿no le parece, doctor?_ Y me dio una palmada en el hombro. Le devolví el gesto con una sonrisa afectuosa.
Después de reflexionar el asunto en profundidad por largas horas, comprendí finalmente quién había sido la verdadera víctima en todo este drama.


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