El siguiente incidente que me propongo relatar, si bien fue un suceso
trivial, pone de manifiesto las incuestionables cualidades mentales de mi
amigo, el inspector Sean Dortmund. Me permito relatar esta breve introducción
para aludir al hecho de que, la cadena de sucesos que involucran esta
eventualidad, tuvieron lugar en un crucero de lujo en el que nosotros íbamos en
nuestro viaje hacia Argentina en 1975.Desembarcamos en un puerto de Centro
América y ahí él tomó el avión para Buenos Aires, en donde se instaló
definitivamente en un departamento de Capital Federal. Yo viajé unos meses
después y compartí residencia con mi amigo. La eficacia suya en esa ocasión fue
tal, que trascendió tiempo después por el mundo y logró una popularidad
impensada, convirtiéndose en una de las eminencias más destacadas dentro del
ámbito de las investigaciones privadas. Para cuando su fama llegó, ya había
conocido al capitán Riestra, el jefe de Homicidios de la Policía Federal
Argentina, y tenía en su haber la resolución de varios casos intrincados. Si bien nunca supe los detalles precisos de
este caso en particular, ya que Dortmund los conservó para sí para añadirle más
intriga y emoción al drama, y eso creo en mi humilde opinión personal que fue
lo que lo matizó, voy a exponer cronológicamente tales acontecimientos.
. . .
_ Es necesario matar a ambas muñecas por precaución _ dijo una voz,
frívolamente.
La frase quedó flotando en la quietud del silencio. Los ecos del sonido
alcanzaron los oídos de mi amigo, que yacía recostado en una cómoda butaca de cuero
rojo dispuesta especialmente en su camarote. Tras oír esa expresión
escalofriante, se quedó paralizado. Se levantó de un salto, en una actitud de
absoluto asombro y alerta. Eran alrededor de las seis de la mañana y la mayoría
de los pasajeros aún descansábamos.
Salió a paso
acelerado de su camarote y se introdujo en el mío de forma violenta y
repentina. Fue el ruido inminente de la puerta lo que interrumpió mi sueño
bruscamente. Lo miré con los ojos entreabiertos, y sin darme oportunidad alguna
de indagar sobre su intempestiva visita, me anunció la razón que lo impulsó a
actuar de esa forma.
_ La casualidad de la mañana_ empezó diciendo_ me puso en esta
situación e hizo que me desquitara con usted. Un caso de suma urgencia requiere
nuestra intervención.
Y pasó a explicarme lo que escuchó. Lo miré sorprendido y sobresaltado,
a la vez.
_ ¿Está seguro que no fue uno de sus sueños recurrentes?_ le repliqué.
_ No_ me respondió rigurosamente convencido._ Los ojos de la cara están
inactivos cuando concilio el sueño. Pero, los de la mente, están abiertos y muy
atentos. Creo haber reconocido algo. Venga conmigo.
Y me sacó de la cama, sin piedad. Nos dirigimos, a paso veloz, al
camarote de María Álzaga, una de las pasajeras del crucero. El inspector tocó
la puerta con golpes suaves, pero certeros; Y todos sus intentos concluyeron en
un fracaso rotundo. Sin dudar, forzó la cerradura cautelosamente. Entramos por
turnos. Primero Dortmund y después yo. La dama en cuestión yacía tendida boca
arriba, con los ojos terriblemente abiertos; y
la sangre le fluía, de forma imperiosa, de la parte posterior de la cabeza.
Mi amigo y yo intercambiamos una mirada de espanto y dudas. Tras un suspiro
ofuscado y casi en un tono de reproche, acotó:
_ Chau vacaciones… Hola asesinato.
El asesino nos había dejado una escena espectacular y hábilmente
preparada. Todo estaba intacto. El arma homicida no estaba y la escena estaba
pulcramente ordenada. El sospechoso había realizado un trabajo impecable. El cuerpo yacía boca arriba en posición
perpendicular hacia la ventana que estaba ligeramente abierta.
_ El asesino llamó su atención golpeando insistentemente la ventana con
cualquier cosa_ reflexionó el inspector Dortmund en voz alta_. La víctima se
levantó, se asomó para indagar la procedencia de dichos sonidos y el criminal la
golpeó con un objeto pesado que sostenía firmemente con una cuerda. Lo deslizó
hacia abajo, la golpeó y lo subió de nuevo. Algo así como una maleta, diría yo.
_ ¿Está seguro que oyó a dos personas hablar?_ le pregunté a Dortmund,
escéptico.
_ Nunca dije que escuché hablar a dos personas_ me respondió con una
sonrisa suspicaz_ Sólo oí y descubrí algo. Desde luego, si había alguien más,
escapa a mi entendimiento quién era.
Después de
proceder debidamente y someter la escena a nuestra lógica y a un profundo
examen, realizamos un interrogatorio minucioso a cada pasajero del barco con
absoluta discreción y mesura. Todos coincidieron en el mismo punto: ninguno
percibió nada fuera de lo normal. Pero tres personas aseguraron haber estado
conversando en el preciso momento en que mi amigo escuchó esa frase, que tuvo
una consecuencia en la realidad. Y todas ellas, a la vez, estuvieron cerca del
camarote de Dortmund, lo que me resultaba terriblemente inquietante. Si esto
era algo comprobable, entonces se infería que entre ellos estaba el culpable.
Sin embargo, sus testimonios parecieron convincentes y no arrojaron ningún tipo
de dato útil. Lo que parecía sencillo, se convirtió en un rompecabezas
desafiante. Volvimos al camarote de la occisa para evaluar la escena una vez
más y para sorpresa de ambos, el cadáver
había desaparecido. Eso no era posible bajo ningún término. Este
inexplicable incidente pareció no preocupar a Dortmund que, al contrario suyo,
era un manojo de nervios. Repentinamente se apersonó una mujer de cabellos
negros y preguntó, algo pálida, si era cierto que habían matado a María Álzaga
y si también era cierto que su cuerpo se había esfumado, literalmente. Mi amigo
afirmó con un leve ademán con la cabeza y fue ahí cuando la señorita Álzaga
apareció y lució una atractiva sonrisa. Al contemplarla, pensé que se me salía
el corazón del pecho. Mi amigo miró a la
recién llegada, fijamente.
_ No se explica que alguien que usted desconocía_ explicó Dortmund_ se
haya adelantado y haya matado a María Álzaga, ¿no es así?
La mujer palideció de los pies a la cabeza. El inspector continuó.
_ Un poco de esmalte, y una buena y convincente actuación fue todo lo
que necesité… ¿Estoy en lo cierto si digo que ambas se llaman María Álzaga?
Ambas mujeres afirmaron con una sencilla expresión con los ojos y un
movimiento ligero de cabeza.
_ La coincidencia las puso a las dos en el mismo barco_ siguió mi amigo._
Alguien quería matar a María Álzaga. Pero el asesino no conocía a su blanco
porque era un sicario, sólo sabía su nombre. Revisó el manifiesto de pasajeros
y se encontró con que había dos personas a bordo que portaban el mismo nombre y
apellido. Su dilema era: ¿a cuál debía matar? Así que si se enteraba que una de ellas había sido
asesinada, estaría aún más confundido. Y de no haber sido por este ingenioso
plan de fingir su muerte, habrían muerto ambas_ miró a la mujer de la izquierda.
_ Por eso su reacción y su interés en querer saber si realmente la otra
mujer había sido asesinada y su cuerpo había desaparecido, fue absoluto. Si
esto era cierto, usted era la próxima. Y por eso entró en pánico. Por suerte
pude anticiparme y evitar un drama. Gracias por colaborar conmigo.
_ ¿Cómo lo supo?_ preguntó, intrigada, una de ellas.
_ Eso no importa_ respondió Dortmund, con aire
tranquilizador_ Lo importante es que las dos están a salvo.
_ ¿Quiere explicarme a mí, Dortmund?_ le pregunté insatisfecho y con moderado
influjo cuando las dos mujeres se retiraron.
_ ¡Fue muy fácil, doctor!_ me respondió mi amigo con disimulada
humildad._ Recuerde la frase que le dije que escuché: “Es necesario matar a ambas muñecas por precaución”. Inmediatamente, deduje que dos mujeres estaban
en peligro aunque el objetivo era sólo una. ¿Pero, por qué el dilema? Y cuando
revisé el listado de pasajeros y vi a dos María Álzaga a bordo, lo supe. Al principio,
creí que la palabra muñeca fue
empleada a los efectos de no llamar tanto la atención del resto de los
pasajeros si alguno escuchaba por accidente la conversación. Pero enseguida de
verificar los hechos, supe que esa interpretación era errónea. Muñeca se
refería a una muñeca de trapo.
_ Contrabando de mercancía. El barco es un medio perfecto para llevarla
a cabo.
_ Fue mi primera suposición, doctor. Pero entendí que debía ser otra
cosa para justificar el asesinato a bordo de una de las pasajeras del crucero.
Y lo descubrí.
Dortmund exhibió para mí un recorte de diario que daba cuenta que María
Álzaga iba a testificar en un caso de asesinato ocurrido en 1972 en contra de
un alto funcionario del Poder. Me quedé sin aliento cuando lo repasé.
_ Testigo protegida_ continuó el inspector._ Los medios sólo hicieron
mención a su nombre en el artículo. Pero no publicaron su fotografía por
razones obvias. Alguien con fuertes contactos cercano al acusado debió
enterarse de que la señorita María Álzaga de su interés viajaría en barco a
Buenos Aires para el juicio para mayor seguridad y debió mandarla a matar.
Creyeron que era fácil, pero nadie contaba con la presencia de otra María
Álzaga a bordo del mismo barco.
_ La casualidad salvó a esa valiente mujer de la muerte.
_ Se equivoca usted en eso, doctor. Fue mi astucia. ¡No existe ninguna
otra María Álzaga! Yo la incluí en el manifiesto para atrapar al asesino
fingiendo posteriormente su muerte.
Lo miré terriblemente extrañado.
_ ¿No lo comprende?_ me preguntó mi amigo, resignado._ Yo fui
contratado especialmente para proteger a la señorita Álzaga. Yo era responsable
de su seguridad. Por eso le insistí, querido doctor, en que debíamos abordar
este viaje indefectiblemente y no otro.
_ Me engañó muy bien, Dortmund. ¿Pero, qué tiene que ver la muñeca en
todo este asunto?
_ La señorita Álzaga dispone en su poder de una grabación que relaciona
al acusado en el juicio directamente con el asesinato por el que se lo juzga. Y
dicha grabación la escondió en el interior de una muñeca de tela. Reemplazó la
cinta original de la pequeña niña de paño por la suya. Y la conservó muy bien.
El acusado se enteró de su existencia y mandó a matar a la señorita Álzaga para
evitar que testificara en el juicio, robar la muñeca incriminadora y hacerla
desaparecer definitivamente. Pero mi ingenio les ganó de mano. Los asesinatos
no sólo se resuelven una vez cometidos, sino también antes de cometerse. En
este último caso, el resultado es mucho más satisfactorio, ¿no le parece,
doctor?_ Y me dio una palmada en el hombro. Le devolví el gesto con una sonrisa
afectuosa.
Después de reflexionar el asunto en profundidad por largas horas, comprendí
finalmente quién había sido la verdadera víctima en todo este drama.
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