_ ¿Te vas a ir con ésa perra, no?-_ le dijo Julia Mastroniani a su esposo, Rubén Gual, en un dilatado tono de reproche y furia denotada.
_ Sí_ le respondió él gritando, mientras trasladaba unas maletas hasta la puerta de entrada de la casa que compartían en Salta Capital.
_ Si cruzás ésa puerta, acá no entrás más.
_ Me hacés un favor. Carolina no me anda revisando las cosas como vos.
_ ¡Desgraciado! ¿Te creíste que no me iba a dar cuenta? ¿Cuándo te mandó ésa cartita, eh?
El tono agresivo de la discusión se acrecentaba más con cada palabra emitida.
_ Cuando me acosté con ella_ le respondió él con un esbozo burlón clavándole la mirada._ Con ella tengo mejor sexo que con vos. Últimamente, me metías cualquier excusa barata para no acostarte conmigo, y vos con doce años de casados, no me vas a negar nada.
_ ¡Doce años de porquería!_ le recriminó Julia con impotencia. Luego, con voz más calma, agregó:
_ ¿Hace cuánto que estás con ésa minita, eh?
_ Más respeto. Minita sos vos, que ni siquiera sabés hervir agua, Julia.
_ ¡Andate a la puta que te parió!
Pero Rubén reprimió el insulto riéndose con lascivia. Tomó la valija y antes de poner un pie en la calle, dijo:
_ Estoy con ella desde antes de conocerte a vos.
Y se le rió en la cara con desprecio. Cerró la puerta de un portazo y se subió a un remis, que lo estaba esperando desde hacía algunos minutos.
Julia era un mar de lágrimas. Al fin cuando pudo reponerse, subió a la habitación que compartieron juntos hasta entonces, abrió el primer cajón de la cómoda, extrajo un elegante estuche forrado con terciopelo azul, lo abrió y estaba completamente vacío. Tras el descubrimiento, exhaló un grito profundo de rabia. Empezó a revolear todos los muebles, floreros, ropa y pertenencias en general por doquier, invadida por un sentimiento de furia incontrolable. Lo que había guardado en el interior de la funda un collar fino de oro de 24 quilates, que Rubén le regaló el día que se casaron, el único regalo que le hizo en doce años de matrimonio. Indudablemente, iba a obsequiárselo a su amante y lo sustrajo sin avisarle nada a ella.
Julia Mastroniani ya venía sospechando de la infidelidad por varias actitudes anticuadas de su, ahora, exmarido. Aquélla mañana, antes de la discusión, en un descuido de Rubén, ella revisó su cajón y encontró una nota de la amante, de ésa tal Carolina, que lo invitaba a mudarse con ella. Residía en un pueblo pequeño de Salta, alejado de la ciudad y a 20 minutos del viaducto La Polvorilla. Se llegaba hasta ahí con el Tren a las Nubes, en donde descendería en la última estación (era viaducto La Polvorilla, precisamente) y ella lo esperaría ahí a las 17 puntual, según la propia carta recibida.
Rubén embarcó en el Tren a las Nubes en la estación San Antonio de los Cobres. Colocó el fardo en el portaequipaje, arriba del asiento; se sentó y se reclinó cómodamente sobre la butaca. El viaje hasta el viaducto La Polvorilla, que constaba de una hermosa arquitectura del siglo pasado, duraba una hora. La formación partió estricta a las 15:30. A las 16, Rubén tomó de entre sus cosas un analgésico que debía tomar por un dolor en las cervicales, lo ingirió y volvió a recostarse plácidamente, quedándose profundamente dormido casi al instante. Despertó a las 16:30, justo después de cruzar el viaducto y arribar a la estación terminal. Se levantó y cuando iba a agarrar la valija, notó que estaba ligeramente abierta. Se quedó pensativo porque él recordaba con claridad que cuando la abrió para tomar la medicina, la volvió a cerrar. Pero quizás supuso que se convenció erróneamente de una idea falsa y le restó importancia al asunto. Cuando revisó sus pertenencias… Descubrió que le faltaba el collar de oro. Dio rápida intervención a la Policía, que actuó de inmediato y no dejó ni subir ni bajar a nadie del tren.
_ Entonces, según su declaración, _ le decía el capitán Riestra al señor Gual_ se quedó profundamente dormido a eso de las 16, después de tomar un analgésico para su dolor y despertó apenas hace unos minutos, cuando el tren arribaba al andén.
_ ¿Fue lo que dije, no?_ respondió Rubén Gual de mala gana, mientras caminaba incesante de un lado a otro del vagón.
_ Entonces, el robo tuvo lugar dentro de ésa media hora… ¿Cerró la valija?
_ Guardé el remedio y la cerré otra vez, sí.
_ ¿Y está seguro que el collar estaba ahí? ¿Recuerda haberlo visto?
Le dirigió una mirada de reproche que el capitán Riestra comprendió enseguida. Y el capitán hizo un esfuerzo muy grande para reprimir un golpe que tenía ganas de propinarle en la cara por el mal trato que recibía de parte de aquél.
_ ¿Por qué trajo el collar?_ le preguntó Riestra algo más apaciguado.
_ Era para dárselo a alguien_ dijo el señor Gual sin atenuar ni su conducta ni sus modales.
_ ¿Una amante, cierto?
_ ¿Y a usted, qué car… Qué le importa?
Contuvo un improperio a tiempo de ser pronunciado.
_ Voy a tomar eso como un sí.
_ “Medicamento de mierda_ susurró en voz baja el señor Gual._ Seguro que la somnolencia es un efecto secundario y me hizo dormir como un condenado. Qué cagada.”
Pero el capitán Riestra logró oír todo lo que dijo. Un oficial lo interrumpió en ése momento.
_ Requisamos todo el tren y a todos los pasajeros, como nos ordenó.
_ ¿Y?
_ Negativo. No hay ningún rastro del collar.
El señor Gual se abalanzó impetuosamente sobre ambos hombres, totalmente enardecido y fuera de sí, pero lograron reducirlo sin dificultades y fue aprehendido por intento de agresión a dos agentes federales.
Carente de ideas, el capitán Riestra pidió llamar a Buenos Aires y solicitó contactar al inspector Sean Dortmund. Cuando la comunicación se estableció, Dortmund se sorprendió notablemente por la procedencia de la llamada.
_ No esperaba semejante honor, capitán Riestra_ comentó el inspector.
El capitán Riestra le hizo un breve resumen de los recientes sucesos acecidos en el Tren a las Nubes.
_ ¿Investiga un robo?_ preguntó fisgona y agradablemente sorprendido, Dortmund.
_ Sí_ confirmó Riestra._ El jefe de la Federal de la División Robos y Hurtos está de licencia y me ordenaron reemplazarlo hasta su reintegro. Volviendo a este extraño asunto: es como si al collar se lo hubiese tragado la tierra. Y encima la actitud del señor Gual no ayuda en nada.
_ Una amante…_ repitió reflexivo Sean Dortmund.
_ Sí_ repuso Riestra._ ¿Alguna idea?
_ Pregúntele al señor Gual dónde adquirió el collar objeto del robo.
_ Espere, no corte.
Y el capitán Riestra obedeció. Volvió a los pocos minutos.
_ Dijo que era de la esposa_ indicó_, con quien curiosamente discutió ésta mañana antes de salir.
_ Y una mujer despechada es capaz de cualquier cosa_ respondió Dortmund con inteligencia.
_ ¿Qué quiere decir, exactamente?
_ Todo está claro para mí. Nunca encontrarán el collar a bordo del Tren a las Nubes o en posesión de alguno de los pasajeros porque nunca estuvo ahí, capitán Riestra. Fue un plan hábilmente planeado y ejecutado. La esposa del señor Gual sospechaba que su esposo tenía una aventura con otra dama, pero no puede confirmarlo con pruebas específicas. Sus sospechas recaen sobre cierta mujer, y debe disponer de unos argumentos muy sólidos para sostenerlas, y entonces escribe una pequeña misiva fingiendo ser la amante del señor Gual. Y esto lleva a otro punto irrefutable: la existencia de una carta real por parte de la amante real. Su esposa debió descubrirla antes de que él la leyera y decide hacer el cambio. Duda de lo que pondrá, pero conoce a fondo a su esposo y planea un encuentro entre él y su amante en donde le pide al señor Gual que, si realmente la amaba como él se lo juraba, que prueba de ése amor incondicional que ella despertaba en él, le regalara ése collar del que tanto le habló. Él se rinde a sus deseos y agarra el collar a espaldas de su mujer, pero ella lo observa y es un hecho que el señor Gual ignora por completo. En un descuido suyo, ella lo recupera y se lo guarda en uno de los bolsillos de su atuendo y es ahí cuando inmediatamente finge encontrar la carta que ella misma escribió y que sustituyó por la original. Entonces, se desató la discusión entre ambos.
Pero aparte de que su esposa recuperó el collar de adentro de su maleta después de que el señor Gual lo hubiera guardado (punto importante), él ignora otros dos eventos: el primero, que su mujer conoce a alguien que trabaja en el Tren a las Nubes y se asegura de ésta manera de que le venda un pasaje para el horario de las 15:30, y también que le abra la maleta mientras durmiese. Como seguramente no volvió a revisar el equipaje antes de partir para la estación, se convenció fehacientemente de que el collar estaba en poder suyo. Cuando despertara y viera la maleta abierta, se convencería de un robo que en verdad nunca ocurrió.
Y segundo: como la esposa sabía que a las 16 el señor Gual tomaba rigurosamente un analgésico para el dolor en las cervicales, se lo sustituyó por un somnífero de baja peligrosidad pero efectivo para cumplir su propósito, que no era más que confirmar sus sospechas y ridiculizar de paso al pobre de su marido. Intuyo que consiguió ambos objetivos con un éxito indiscutido.
El capitán Riestra enmudeció, impresionado por el sorprendente relato del inspector Dortmund. Cortó la comunicación sin mediar palabra alguna y revisó el frasco en donde el señor Gual guardaba el analgésico y constató que se trataba de pastillas somníferas, de una forma y tamaño casi idénticos al remedio en cuestión. Tras el hallazgo, se fue inmediatamente al domicilio del señor Gual a ver a la señora Mastroniani. Le expuso la explicación detallada propuesta por Dortmund de los hechos, y ella extrajo rendida y obstinadamente del bolsillo de su vestido el collar. El capitán Riestra se quedó perplejo al contemplarlo.
Sean Dortmund acertó a la solución del caso sin haber estado presente en la escena. A partir de dos datos precisos, fue capaz de deshilachar la trama de fondo y reconstruir los sucesos cronológicamente tal cual sucedieron.
Era absolutamente cierto que una mujer despechada es capaz de cualquier cosa, pero también era cierto que un hombre también lo es por una mujer bonita y soltera.
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