Dortmund y yo teníamos muchos amigos y conocidos de
confianza de los que nos
fuimos haciendo de a poco desde nuestra llegada a Argentina. Entre ellos, se encontraba Eugenio Irrizága,
un viejo amigo de hacía ya bastante tiempo, que el inspector conociò cuando llegò
a Buenos Aires en 1975. Le agradaba
notablemente hablar con Dortmund de diversos temas cotidianos, ya que admiraba
cómo aquél empleaba su ingenio detectivesco para resolverlos. Así era él, nunca
dejaba el delito de lado. Para el inspector, todo estaba asociado a tal. Yo odiaba
profundamente ese costado de Dortmund. Esas insinuaciones criminales que hacía,
con frecuencia, irritaban
mi tranquilidad. Fuera de todo eso, nada más existía. Y era extremadamente raro
escucharlo hablar como una persona ”normal” .Pero no es sobre la personalidad
de mi amigo sobre lo que deseo hablar, sino de cómo logró resolver eficazmente
un problema que parecía imposible viéndolo desde cualquier perspectiva.
Eran
un poco más de las siete de la tarde de aquél martes 18 de marzo de 1982, cuando el señor Irrizága vino
desesperado preguntando por Dortmund. Mi amigo se hallaba recostado en su cama
descansando porque, a decir verdad, hacía algunos días que lo aquejaba una
dolencia en su pecho y por estricto orden médico no podía hacer ningún esfuerzo
ni sobre exaltarse por situaciones extremas. Debía estar distante de todo
problema que pudiera perjudicar seriamente su salud y yo era el encargado de
cumplir ostentosamente ésa indicación. Con calma y paciencia, le expliqué esto
a Eugenio y le pregunté amablemente en qué podía servirlo, pero no me quiso
decir nada e insistió con ver al inspector Dortmund, haciendo oídos sordos a
mis excusas. Era un hombre testarudo y siempre se las arreglaba para, de un modo
u otro, salirse con la suya pero ésta iba a ser la excepción a esa regla. Era
un hombre irritable, terco, impaciente y bastante desleal, y es sumamente
difícil derrotar esas cualidades en una persona con un temperamento hostil. Traté de explicarle al señor Irrizága, una y
mil veces, la situación de mi amigo, pero no atendió a razones y estaba
dispuesto a quedarse allí hasta que Dortmund, en persona, lo recibiese. No
había la menor duda que Eugenio Irrizága tenía un problema muy grave y el único
que podía resolverlo era Dortmund. Consulté a mi amigo, que estaba descansando,
sobre este tema y tan pronto se interesó por el asunto, se levantó, se puso su
bata y recibió, en buenos términos, a nuestro visitante.
_ ¡Oh!…
No sabe lo inmensamente
agradecido que le estoy.
Es que se trata de
un asunto muy delicado y no me atrevo a consultarle a nadie más que a usted. Sepa
disculparme si mi actitud no fue la correcta y si he interrumpido algo, pero
quiero dormir tranquilo ésta noche_ explicó el señor Irrizága en un tono
preocupante, pero al mismo tiempo, tranquilo.
Mi amigo lo invitó a sentarse en una pequeña silla que
había a su espalda. El otro se dejó caer delicadamente.
_ Parece que está en apuros, ¿eh, mi buen señor Irrizága?_ dijo Dortmund complaciente._ Tome aire por la nariz, exhale por la
boca… Y dígame qué
es lo que tanto lo afecta, sin omitir ningún detalle, por más mínimo e
insignificante que crea que resulte.
El hombre obedeció y empezó con su relato.
_ Es difícil… No sé cómo ni por dónde
comenzar…
Se notaba cierto nerviosismo en su rostro, pero mi amigo
lo invitó a continuar.
_ Sólo relájese y cuénteme lo sucedido, todo con lujo de
detalle, sin miedos_ le
dijo con ánimo.
_ Muy bien_ se decidió al fin. _ Hará cosa de dos años y medio atrás yo
trabajaba en una fábrica de textil en la que me iba bien, ganaba lo suficiente
para vivir dignamente y ellos estaban contentos con mi desempeño. Al poco
tiempo la fábrica quebró y me quedé sin empleo. Me costó sobre llevar la cosa,
como quién dice. Pero una tarde, caminando por Colegiales, me encontré a un
amigo mío de la infancia: Héctor Castañeda. Le comenté lo que me había ocurrido
y me dijo que no me preocupase, que él iba a conseguirme empleo. Mucho no le
creí y me olvidé que ésa conversación había existido. Pero a los dos días me
llamó y me dijo que empezaba a trabajar con él, que estuviese puntual a las 8
de la mañana siguiente. ¡No lo podía creer! No se imagina cómo me sentí cuando escuché
esas palabras que cambiaron mi vida y mi ánimo favorablemente. Sin perder el
hilo del relato, empecé a trabajar en el Gobierno (allí
se desempeñaba laboralmente Héctor) y poco a poco me fui haciendo. Héctor se
peleó con su jefe y renunció sin decirme nada. Me enteré a los dos meses. Me
cayó como un balde agua fría pero lo acepté. Son cosas que suelen ocurrir por
naturaleza, indeseable para la voluntad de cualquiera.
Gracias
a mi labor, hace cinco meses atrás me convertí en la mano derecha del presidente de la Cámara de Senadores, doctor Esteban
Bonfino. Es un gran hombre. Me confió
responsabilidades que a ningún otro se las hubiese confiado, ni pasado de
copas, y eso honestamente, me
halagó demasiado. Me presentó a su esposa, una encantadora mujer. Se llamaba Sofía Vasallo. Sus
hijos, Antonela y Benjamín, son un pan de Dios, dos criaturas adorables, y la casa en la que viven, ni le
cuento, parece un castillo igual al de los cuentos de hadas: espectacular, con
una decoración y con un gusto tan delicado y precioso, que sentía que no
encajaba ahí ni lo haría en un millón de años. Todo me resultaba agradablemente
raro. No estaba acostumbrado a la buena vida ni a la riqueza. En fin, ayer él
debía dar un discurso importante sobre los últimos balances mensuales, que
habían impactado negativamente en los negocios con el comercio exterior y cómo
esto influyó en una crisis y una decadencia general a nivel nacional. Me dijo
que no lo acompañe, que necesitaba estar solo y tranquilo para repasar el
discurso debidamente y no cometer ningún error. Entonces me tomé el día. Pero a
la noche me llamó desconsolado diciéndome que… ¡El
mayordomo había asesinado a su mujer! Se me heló el corazón cuando me lo
dijo. Le dije que llamase a la Policía, pero no quiso despertar el interés de la opinión
pública. En realidad, pienso yo, como es una figura pública y muy importante del Gobierno, no quiere ensuciar
su imagen con una cosa así y por eso he venido a verlo a usted, inspector
Dortmund. Pero, de más está decirle, que nadie debe enterarse que he venido a
consultarle. Nadie, y menos el propio doctor Bonorino debe saber que yo
estuve acá. Confío plenamente en que conseguirá exitosamente llegar al fondo de
todo este asunto, y más
aún, en su discreción.
Dortmund se quedó unos instantes pensativo. Dejó fluir la
palabra pasado unos minutos.
_ ¿Qué tan seguros están que el mayordomo es el asesino?
¿Tienen pruebas que respalden ésta hipótesis? Es una acusación muy grave, señor
Irrizága_ replicó.
_ No hay dudas al respecto. Tres testigos aseguran haber
visto al mayordomo atacar impiedosamente a la señora Vasallo. Escucharon el
grito desgarrador de una mujer y se aventuraron a llamar a la Ppolicía, claro que
preservando la misma discreción y reserva que yo le estoy requiriendo a usted
en el asunto. Se hizo una investigación minuciosa en el lugar del hecho y fue
ahí cuando Bonfino pidió discreción y absoluta confidencialidad en el tema. Pobre hombre. Está totalmente destrozado. Y ni
quiero imaginar sus hijos. ¡Pobres criaturas!
_ ¿Y los tres testigos coinciden fervientemente en su
declaración?
_ Así es.
_Veo que está muy bien informado respecto al siniestro.
_ Verá, me pareció importante venir con cuánta
información pueda a usted servirle para descubrir la verdad de todo este
asunto. Procuré ser discreto con el doctor Esteban para sacarle información. Pero mi método ha dado
grandes resultados.
_ Ha obrado usted perfectamente. Retomemos el asunto. ¿Entonces tres testigos
juran haber visto al mayordomo asesinar a la esposa del jefe de Senadores?
_ Exactamente.
_ Entonces, tuvo que haber una ventana abierta o algo similar… un error grosero por
parte del criminal… Es
muy interesante.
_
¿Còmo lo deduce?
_ Lo
vieron cometer el crimen, no huir de la escena.
Me dirigió una mirada.
_ ¿Cuál es su opinión, doctor?_ me preguntó Dortmund, vivamente.
_ Supongo que deseaba, por alguna razón que todavía
desconocemos, que sea visto cometiendo el crimen_ repuse triunfante.
_ Veo que no ha aprendido a usar bien su inteligencia.
Lo
miré con un recelo infundido.
_ Piense en todo lo opuesto_ continuó diciendo._ Que
tal vez no dejó la ventana abierta para ser visto ni tampoco por un descuido. ¿Por qué? Aún no lo
sabemos, pero piense que esa tercera opción dará la solución al problema… Y bien, señor Irrizága, ¿qué puede referirnos del
mayordomo?
_ Poco y nada. Lo vi en escasas oportunidades. Muy
ordenado y eficiente en sus tareas y sobre todo, organizado, pero nada más.
_ ¿Cómo se llama?
_ Adalberto, no recuerdo su apellido. Pero, ante todo,
hay algo que debe saber inmediatamente referido a este personaje_ su voz
tembló.
_ ¿De qué se trata?
_ Ha desaparecido. Ni bien cometió el crimen, se escapó y nadie
sabe adónde fue. Todos niegan haberlo visto. Hace dos días que nada se sabe de él.
_ Muy curioso… ¿Sabe la Policía sobre este inesperado incidente?
_ Por el momento, usted es la única persona que lo sabe todo a fondo. Y debe
procurar que esto no trascienda.
_ Comprendo perfectamente. Ahora dígame si tiene idea
cómo estaba vestido a la hora del crimen y, por ende, la hora de la fuga.
_ Supongo que tendría puesto su uniforme. Por eso les fue
fácil identificarlo.
_ Interesante. ¿Escuchó alguna vez que nombre algún lugar en particular?
_No, estoy seguro de que no.
_ Muy bien. Me encargaré del asunto. Déjelo en mis manos. ¿Hay algún momento en
que podamos ver personalmente al doctor Bonfino?
_Inspector, creo que fui claro al decirle que…
_ Créame que no tengo el menor interés en tocar este
asunto con el mandante. Cumpliré mi palabra de honor, señor Irrizága. Es otra
cosa la que me incentiva a visitarlo. Por el momento no puedo decirle nada.
¿Confío en que cualquier novedad del caso me la comunicará de inmediato?
_ Le doy mi palabra.
_ La palabra de un fiel caballero es suficiente para mí. Que tenga buenos
días_ y lo acompañó hasta la puerta.
_ ¿Qué piensa de la interesante y extraordinaria historia que contó
nuestro visitante?_ me preguntó al regresar.
_ Debe haber algo de cierto en su curioso relato, sino no hubiese venido
tan exaltado a plantearle el problema_ repuse quedamente.
_ Oh, no hay dudas de ello. No está en tela de juicio la
veracidad de los hechos, aunque seguramente fueron distorsionados
inconscientemente por la presión que lleva consigo. Pero la historia es cierta,
aunque increíble. La mujer queda sola con el mayordomo, indiscutiblemente por
decisión propia, y su esposo se va a un lugar solitario para repasar en paz su
discurso. La oportunidad es clara y evidente para nuestro hombre, quien no duda
en tomar un cuchillo y obedecer a su propósito. Pero las cortinas y las
ventanas quedaron abiertas y tres personas ven lo que está haciendo. Parece que
esto no le importó, pero repentinamente huye y más nadie sabe de él. ¿Por qué?
Quedé unos segundos pensativo. Al fin acoté lo que
resultaba una obviedad.
_ Entró en pánico. Es la única explicación que se me
ocurre… La única
posible.
Dortmund me miró con su típica mirada cargada de resignación y orgullo.
_ No hay dudas que es la única que se le ocurre, pero no la única posible_ me dijo al fin.
_ ¿Por qué
escaparía de esa forma, entonces? _ indagué sorprendido.
Pero mi amigo omitió la pregunta.
_ Es difícil creer que dejó las cortinas y las ventanas
abiertas por un mero
descuido. Un asesino siempre toma todos los recaudos necesarios antes de
cometer un crimen, aunque éste no lo haya planificado. Incurrió en un error
poco usual, lo que me hace pensar fehacientemente que no fue un error, sino
que quiso que se viera como tal.
_Exponerse así… Hay algo que no encaja en todo esto_ dije con impaciencia.
_ No se altere, doctor_ me tranquilizó Dortmund._ Estamos en iguales condiciones. Yo
tampoco sé nada. Simplemente hago razonamientos lógicos que surgen de los propios hechos. Hay que
analizar minuciosamente cada posibilidad. La verdad está aquí_ y se dio un
golpecito en la cabeza.
_ No tomará cartas en el asunto, ¿no es así? Recuerde lo que dijo el
médico: no puede hacer ningún esfuerzo físico_ le recordé secamente. El caso era
inquietantemente sorprendente. Pero la salud del inspector estaba por encima de
todo.
_ Pero aquí no se trata de ningún esfuerzo físico, sino
mental. Y sobre eso, estoy seguro, no me han hecho ningún impedimento_
respondió sagaz.
No dije nada. Estuvimos un momento reflexivos.
_La escena del
crimen arrojará alguna luz entre tanta oscuridad. Pero indudablemente, si
encontramos al asesino, se revelarán muchas incógnitas_ agregó el inspector.
_ Por ejemplo…_ asentí.
_ El móvil. Por lo que nos relató nuestro visitante, no
hay un motivo aparente para que el mayordomo haya cometido el crimen. Eso lo
descartaría de las posibilidades.
_ Pero sabemos que fue él quien atacó y asesinó vilmente
a la esposa del doctor
Bonfino.
_ Se equivoca inexorablemente en eso, doctor. Los demás saben que fue el mayordomo quien cometió el homicidio,
nosotros no sabemos nada. Sólo los hechos relatados por un allegado del esposo
de la víctima y amigo en
común nuestro, nada más.
_ Suena lógico pensar
que el marido es la persona con más motivos para cometer semejante acto_
insistí.
_ Usted siempre busca el camino más fácil. ¿Cúal? El camino de lo lógico. Nunca se le ocurre
pensar en lo ilógico ni en lo fantástico que puede presentar un caso. Y eso es
un error fatal… ¿Qué agrega a la desaparición del mayordomo?
_ Si escapo, debe existir una razòn.
_ Perfectamente. Dígame cuál es ésa razón.
_ Su culpabilidad, naturalmente. No veo otra más clara.
_ O tal vez no. Nunca se sabe la verdad hasta que se
reúnen todos los elementos necesarios para abordarla.
_ Repito mi
pregunta. ¿Por qué habría de escaparse así tan repentinamente
después de que lo vieron cometer el asesinato?
_ Ahí radica
el núcleo del enigma. Hay que pensar por
qué escapó si no lo cometió. Esto es exactamente
tomar el camino de lo fantástico.
_ ¿Qué piensa hacer?
_ De momento, le pediré ayuda a nuestro amigo, el capitán
Riestra. Estoy seguro que aceptará de muy buena gana colaborar con nosotros en la búsqueda del
mayordomo. Tenemos una buena base para comenzar a trabajar: saber dónde fue
visto por última vez.
Telefoneó al
mencionado capitán y estuvo hablando con el mismo una media hora,
aproximadamente. Unas horas más tarde recibimos su visita en nuestro piso.
_ Francamente, no estaba enterado de todo este extraño
asunto_ dijo el capitán Riestra, compungido._ Pero
ni bien corté con usted, Inspector Dortmund, dispuse a algunos de mis hombres en la búsqueda de este
mayordomo y cualquier información que tengan, me la harán saber enseguida. Si el juez de turno y todos los
de arriba saben que hice ésta jugada, me mandan a fusilar. Hasta cierto
punto todo parece claro: el senador
Bonfino quiere estar bien seguro que dará el discurso a la perfección y, para
asegurarse un tanto, le pide al señor Irrizága que no asista a trabajar ése día. Por los
testimonios que reuní, los hijos se fueron una semana a Mar del Plata, de modo
que no tiene ningún problema en dejar a su mujer sola con el mayordomo, ya que es
una persona de confianza, y él irse a un hotel, quizás, para estar solo y
concentrarse en su disertación. El mayordomo tuvo la ocasión servida en
bandeja. Asesinó a la señora Vasallo, pero dejó la ventana abierta y tres
personas lo vieron. Entró en pánico por este hecho y se escapó, desvaneciéndose
de una manera sorprendente. Solamente falta averiguar el motivo.
_ ¿Y la escena del crimen?_ inquirió Dortmund con
absoluto interés_ ¿Fue examinada?
_ Naturalmente_ respondió el capitán._ Se estuvo trabajando en el lugar
exhaustivamente y
con mucha cautela y discreción. Parece ser que se llevó el
cuchillo homicida consigo porque no fue encontrado. Y, además, procuró ser
excesivamente ordenado porque todo estaba
tal cual, como si nada hubiera pasado. Seguramente, esto se debe a su
profesión.
_ Y no obstante _ repuso mi amigo, confundido,_ dejó las ventanas y
las cortinas abiertas. Decididamente, hay algo que escapa a nuestro
entendimiento.
Por primera vez en muchos años, veía a Dortmund en ese
estado de incertidumbre
manifiesta. Estaba apenado, decepcionado por no poder sacar nada en
limpio de ese
asunto. Francamente, me preocupé demasiado y con motivos suficientes. Para evadir mis cavilaciones, le di
otro rumbo a la conversación.
_ Es casi
imposible que hoy en día alguien desaparezca_ dije, en un tono más relajante.
_ Comete usted un error_ repuso Dortmund._ No tiene en cuenta al hombre de
método, gran inteligencia, cálculo y preciso en todos los detalles necesarios.
No veo porqué no podría burlar a la Policía.
¿Considera esto una desaparición imposible?
_ Pero no podrán engañarlo a usted, ¿Eh, inspector
Dortmund?_ indagó el capitán Riestra, con gracia.
_ Se equivoca en eso. Yo también soy susceptible de ser
engañado fácilmente_ dijo Dortmund, modestamente.
_ Todos los puertos, aeropuertos y terminales están
vigilados extremadamente y
con gran resguardo. No le será nada fácil fugarse. Lo atraparemos antes.
_ Si ya no lo hizo. Hay que considerar esa posibilidad
forzosamente_ dijo Dortmund, con aire derrotista.
_ ¿Usted qué piensa?
_ Tengo una vaga idea de dónde puede estar, pero todavía
no me atrevo a decir nada hasta confirmar algunas sospechas.
_ Es usted muy astuto. No discuto su capacidad.
_ Es puro razonamiento, sólo hay tres posibilidades: la
primera, que esté
dentro del país en algún pueblo lejano. La segunda, que haya tomado un vuelo a
otro país. La tercera, que se haya escapado en coche a alguna parte.
_ Y aún así veo todo oscuro.
_Yo también, pero no del todo. ¿Cómo es físicamente nuestro hombre?
_ Es un hombre alto, delgado, con espesas barbas negras,
cabello corto color negro, de unos 45 años de edad y tez blanca. Hemos hecho un
identikit que ya fue distribuido en varias partes de forma encubierta para no llamar la
atención sobre el asunto. Eso ayudará a su captura.
_ ¿Cómo lo obtuvieron?
_ De las declaraciones reunidas.
No se dijo nada más y el capitán Riestra se retiró. Este
caso era extremadamente curioso y extraño, y se había apoderado de nuestro
interés de una manera contundente. Mi amigo y yo tomamos el té y hablamos de
diversos temas pero nada referente a este drama. Se vistió con su ropa más informal y salió a caminar solo. Estuvo
ausente un poco más de una hora y en ese lapso no pude evitar indagarme
sobre los puntos de conflicto que presentaba el caso. Me pareció
demasiado curioso el hecho de que el doctor Esteban Bonfino llamó por teléfono al señor Irrizága para
comunicarle lo ocurrido, en vez de hacerlo personalmente o en otras
circunstancias más acordes. Pero era un dato irrelevante en comparación a lo
demás, que parecían
no tener ni pies ni cabeza. Aún así, le di vueltas al asunto teniendo en cuenta
que hasta el detalle más ignorado era el más peligroso. Por un momento dudé,
pero me convencí de que
la respuesta nos la había dado el propio señor Irrizága cuando declaró que se
trataba de un asunto confidencial y que el propio senador no quería verse envuelto en
escándalos mediáticos. Después de todo, tarde o temprano, iba a saberse. Sonaba
extraño, pero convincente. Me senté en el sillón y por un momento cerré los
ojos tratando de recrear en mi cabeza los acontecimientos, sumergido en un
profundo éxtasis, pero el portazo que Dortmund le dio a la puerta cuando entró
me hizo perder la concentración.
_ Un gran día para salir a hacer ejercicios y tomar un
poco de aire_ dijo en un tono alegre.
_ Eso le hace bien a su salud. Fue justo lo que le
recomendó el médico_ dije.
_ De regreso para acá, pasé a ver al capitán Riestra.
_ ¿Alguna novedad?
_ No, nada nuevo. Y sinceramente eso me tiene
terriblemente preocupado. Presiento que las cosas se están complicando y todos
los esfuerzos por encontrar al mayordomo son en vano. Parece que se lo hubiera
tragado la Tierra,
pero sabemos que eso no es
algo factible.
_ ¿Es eso lo que lo aturde?
_ El motivo. No puedo descubrir por qué la mató. Y los
hechos en sí... Hay
algo inquietante en todo esto.
A la mañana siguiente, el capitán Riestra vino intempestivamente
a visitarnos. Al parecer, con suma urgencia.
_ Muy bien. No me
diga que han encontrado al mayordomo porque no le creeré_ observó Dortmund.
_ No, pero sí sus ropas, las mismas que vestía el día del crimen.
_ ¿Cuáles exactamente?
_ Su uniforme, para ser exacto.
_ ¿Dónde lo encontraron?
_ A unas cuadras de donde ocurrió todo.
_ Me interesa concurrir allí para sacar mis propias
conclusiones.
_ Pero, junto al uniforme, hallamos algo más: un
pasaporte a Uruguay. Sugiero que busquemos allá. No me quedaré conforme
quedándome acá de brazos cruzados.
Yo preferí no decir ni una palabra. El silencio era más
valioso que cualquier frase que pudiera arrojar. Estaba convencido que Dortmund
me la iba a contradecir. Era muy interesante escuchar a hablar a aquéllos dos
caballeros. Sacaban conclusiones bastante certeras. Pero no me quedó claro por
qué Dortmund quiso ir a la casa de Bonfino a esta altura y no desde un
comienzo. Seguro tendría sus ingeniosas razones pero opté por no preguntarle. Consultó
el reloj.
_ Sí_ repuso mi amigo entusiasmado._ Tenemos el tiempo justo para ir a la
escena del crimen y luego dirigirnos hacia el aeropuerto para tomar el primer
vuelo a Uruguay. Estoy seguro que estamos muy cerca de la solución. Pero, qué
imbéciles, hemos estado buscando por el lado equivocado.
_ ¿Equivocado?_ inquirió Riestra, atónito. Yo lo interrumpí.
_ ¿Es que acaso no podría pensarse que se cambió de ropa
a propósito para pasar desapercibido? Hay un montón de hombres que coinciden
con las características del nuestro.
_ Exactamente _
replicó Dortmund_. Y por
eso, el capitán Riestra, ha tenido la gran ocurrencia de confeccionar un
identikit. Pero lo insignificante… Eso es lo que me importa. Vamos,
no podemos perder más tiempo.
Llegamos a la residencia del doctor Bonfino. Tenía una entrada
pequeña con un portón. Tras cruzarlo, nos encontramos con un lujoso pasillo,
rodeado de un inmenso jardín, que nos llevó directamente a la entrada
principal. Allí nos recibió el nuevo mayordomo que habían contratado en lugar
del anterior. Sus dos hijos no habían regresado de Mar del Plata y no estaban
enterados del incidente. Se esperaba su regreso para el viernes próximo. Para
entonces, Dortmund planeaba tener el asunto totalmente resuelto. En cuanto a Esteban Bonfino, había suspendido varias
actividades a raíz de este drama pero sin dar ningún detalle al respecto. Se
limitó a decir que se alejaba de sus actividades por cuestiones de salud, que
no era nada para preocuparse, pero que retomaría en cuanto se sintiese en
condiciones. Entendió finalmente que debía intervenir la Policía y que su testimonio ayudaría
enormemente para dilucidar el fondo de la cuestión. Era un hombre medianamente
alto, calvo, con anteojos, un rostro prominente, con cejas pronunciadas y
labios carnosos. A simple vista, debía tener unos cuarenta y tantos años.
Cuarenta y dos diría, para ser más preciso. Su declaración coincidió con el
razonamiento del capitán Riestra. Insistió a su mujer en ir al hotel con él,
pero que debían estar en habitaciones separadas porque necesitaba concentrarse
en su discurso. A ella, esta idea no le agradó y la rechazó desde un principio.
Decidió quedarse sola en su casa justificando que no estaba mal tener un tiempo
para ella. Su esposo la comprendió y no se opuso. Se alojó en el hotel Plaza, en la habitación 79. No
permaneció todo el día allí. De vez en cuando, salía a dar un paseo o a tomar algo al bar, pero
regresaba enseguida, según
los propios empleados. Se
enteró del drama cuando volvió a su casa a los pocos días. El crimen había
tenido lugar unas horas antes. Aún le costaba creerlo. Y, al igual que
nosotros, no podía entender la razón.
Los
tres testigos vieron que Sofía Vasallo tuvo una fuerte discusión con el
mayordomo, y vieron además cómo aquél se metió para adentro y volvió con un
cuchillo atacándola deliberadamente. Ella Intentó defenderse pero él fue más
fuerte que ella y le clavó el puñal en la garganta, produciéndole una muerte
instantánea. Examinamos la escena sin encontrar nada llamativo. Dortmund abrió
y cerró la puerta de entrada varias veces y en un mismo momento nos fuimos con
esos datos que eran muy valiosos, y nos dirigimos inmediatamente al aeropuerto
para tomar un vuelo a Uruguay con enormes esperanzas de encontrar allí al
mayordomo. Ahora sabíamos el motivo del crimen: había sido una discusión. ¿Se
justificaba tanta saña
por una discusión? Era dudoso. Estábamos a punto de embarcar, pero repentinamente,
Dortmund recobró la vivacidad.
_ ¡Qué imbécil! He tenido la verdad todo el tiempo en mi
mente y aún así no he sabido vislumbrar algunas cosas_se lamentó quejoso y enojado consigo
mismo.
_ ¿A qué se refiere?_ preguntó el capitán Riestra,
inquietante.
_ Debemos volver pronto al punto de origen. Ahí está la
verdad. Uruguay fue sencillamente un engaño y nosotros, pobres idiotas, estuvimos
a punto de caer.
_ Explíquese mejor. No lo comprendo.
_ ¿Sabe por qué el mayordomo ha logrado desaparecer de
una manera tan extraordinaria? Porque no
existe, nunca existió.
_Imposible. Lo vieron, a
falta de uno, tres testigos. ¿Qué está diciendo?
_ Lo vieron porque era parte del plan ser visto. ¿Acaso no lo ve? Su
propio marido asesinó a su esposa. Si contrataba un sicario, tarde o temprano
sería descubierto. Entonces se le ocurrió algo mucho mejor y que no podía
fallar: idear un personaje. En este drama, el falso mayordomo es el
protagonista que se lleva todos los aplausos. Se ganó la confianza del señor
Irrizága y lo convenció para que vaya a su casa, halagándolo que era un
extraordinario empleado. Ahí tenemos el primer acto. Se hizo ver como mayordomo
por primera vez pero apenas hablaba para que su voz no fuese fácilmente reconocida. Repitió
el hecho en dos ocasiones posteriores, siempre procurando que la esposa
estuviese ausente. Para Irrizága, el matrimonio contaba con un mayordomo y eso
era innegable, pese a que
nunca vio juntos al doctor Bonfino y a su mayordomo. Completó la primera
escena con éxito. La segunda teatralización empezó cuando envió a sus dos
hijos a Mar del plata por una beca estudiantil, por el lapso de una semana,
tiempo suficiente para llevar a cabo su plan. El segundo acto fue todo un éxito, al
igual que el primero. Se fue al hotel y en
una de sus salidas, se caracterizó como mayordomo. Fue a su casa pero su mujer
estaba ausente. Abrió las ventanas y corrió las cortinas completamente. Era
necesario que vieran que el mayordomo estaba asesinando a la esposa
del jefe de Senadores del Congreso.
Una vez que estuvo todo dispuesto, llegó su esposa y se asustó al ver un
desconocido en su casa. Ella amenazó con llamar a la Policía o se dispuso a intentarlo y fue ahí cuando fue a la cocina,
se colocó guantes, tomó un cuchillo y mató a su mujer. Tres testigos vieron al
mayordomo cometiendo el crimen. Arregló la escena sin dejar ningún tipo de
rastro que lo vinculase con el crimen, dejando las ventanas y las cortinas abiertas adrede. Salió de su casa, se deshizo del
traje y junto al mismo dejó un
falso pasaporte con destino a Uruguay. Mientras la Policía se enfocaba allá, él tenía el camino
libre para huir y así haber logrado, casi de manera impecable, su propósito. Volvió
al hotel y, como ya no vio ninguna necesidad de permanecer en el mismo, se
retiró y regresó a su casa, con la sorpresa de que su esposa estaba muerta. Fingió averiguar qué ocurrió y los
testigos le comentaron lo sucedido. Luego, se dirigió al señor Irrizága, quien no dudó en consultarme a
mí, y yo he triunfado en la solución de este caso.
_ ¡Imposible!_ dije perplejo_ ¿Cómo se dio usted cuenta
de la verdad?
_ Porque trabajé
debidamente. Me llamó la atención la ventana abierta al momento del crimen.
Además estaba el hecho de que la cerradura no había sido forzada sino que fue
abierta con una llave. También he visto la fotografía del señor Bonfino en una revista recientemente para darme
cuenta que tenía algo irregular en su rostro: estaba brilloso y era a causa del
pegamento que utilizó para adherirse las barbas postizas. Y cuando supe que
entró y salió del hotel varias veces, no tuve ninguna duda de que era el asesino. Fue un plan
hábil para una mente como la mía_ contestó vanidosamente mi amigo.
Se
había sin dudas lucido como pocas veces en su carrera.
Me
tranquilizaba saber que el presidente
de la Cámara de Senadores iría preso por mucho tiempo.
La
investigación federal del caso reveló posteriormente que el doctor Esteban
Bonfino lideraba una red de criminales potenciales que se dedicaban al robo y
al contrabando de joyas a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, con
su centro de operaciones en un ostentoso hotel de Las Termas de Río Hondo, en
la provincia de Santiago del Estero. La señora Vasallo escuchó hablar a su
marido por teléfono repetidas veces con un socio suyo sobre temas que no eran
estrictamente políticos. Lo investigó, lo descubrió y lo confrontó aunque
Esteban Bonfino le negara todo. Fue entonces cuando decidió matarla, y cubrió
sus rastros como ya quedó expuesto en este relato. Más que imaginarse que el
misterioso mayordomo era el socio desconocido de su esposo, la señora Sofia
Vasallo intuyó en el fondo que se trataba en verdad de su esposo.
Trataba de imaginarme la portada del
matutino:”El presidente
de la Cámara de Senadores del Congreso de la Nación,
doctor Esteban Bonfino, fue arrestado por el asesinato de su esposa y contrabando de joyas.
Fingió ser un mayordomo para cubrir sus rastros”. Sonaba terriblemente bochornoso.
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