lunes, 13 de febrero de 2017
El imitador (Gabriel Zas)
_ Esto de estar sin actividad se está tornando demasiado aburrido_ dijo Dortmund, sentado cómodamente en su butaca y fumando uno de sus habanos. Y, en medio de una sonrisa enigmática y con cierta ironía lanzó _ Los criminales no se atreven a actuar estando yo presente.
Sonaba demasiado vanidosa la última expresión, pero de algún modo podría considerarse que era cierta. No se conoció ningún caso ni de asesinato ni de robo ni ningún hecho aislado en el último mes. Podíamos vivir en paz, hacer lo que más nos gustaba sin tener que estar pendientes de ningún caso. Eso sí era vida.
Una tarde de noviembre, después de disfrutar de un delicioso almuerzo, Dortmund y yo nos sentamos plácidamente frente al televisor. Estaba puesto el canal de las noticias y la que pasaron, en ese momento, no resultaba nada agradable.
“Ya son tres las víctimas fatales que registró el destripador de La Boca. La Policía
Parece no tener ningún indicio de quién es el
Criminal y la razón de estos brutales asesinatos.
Alarma entre las mujeres de esa zona. Muchas decidieron irse ante el pánico que infunde este asesino. Se teme lo peor. Conmoción por un posible nuevo ataque en las inminentes 24 horas. Ampliaremos.”
Quedamos estupefactos tras escuchar la noticia. Intercambiamos una mirada con mi amigo.
_ Y usted hablaba de aburrimiento._ dije, rompiendo el silencio_ Acá tenemos un caso para entretenernos.
_ Admiro su interés en querer resolverlo_ agregó Dortmund_ a decir verdad, no puedo resistirme ante un asesino serial. No me tocaba uno desde hace años.
_ ¿Entonces?
_ Nuestro gran amigo, el capitán Riestra, sabrá cómo ayudarnos. Estoy convencido de que él también necesita de nuestra ayuda.
Media hora después, el mismo capitán Riestra se apersonó en nuestra residencia, abrigando la esperanza de que mi amigo pudiese iluminar un camino que, cada vez, parecía estar más oscuro.
_ Soy todo oídos_ dijo Dortmund.
El capitán se dispuso a darle inicio a su relato. El inspector y yo lo escuchamos atentamente.
_ Hace una semana atrás exactamente_ explicaba_ se registró el primer caso. La víctima es Carolina Speranta, una prostituta de 28 años. Según la autopsia, falleció entre las 23 y las 23: 30 horas. Murió estrangulada. A simple vista pareció víctima de un juego sexual, pero se descubrieron unas heridas post mortem que tenía por todo su torso, hechas con un cuchillo de filo delgado. Eso demuestra ensañamiento.
_ ¿Ensañamiento?_ pregunté curioso.
_ Seguramente. Estaba enojado y descargó su furia sobre ella, aun estando muerta. Habíamos pensado en la posibilidad de una muerte accidental tras un juego sádico-sexual y preso del temor, quiso hacer parecer que había sido un crimen premeditado. Descartamos ésa posibilidad cuando, dos días después, a diez cuadras de ahí, apareció la segunda víctima: Guillermina Amstrong, también prostituta. Mismo modus operandi, muerta entre las 22:30 y las 23 horas, media hora de diferencia con la primera víctima. A diferencia de la primera víctima, Guillermina fue degollada con un corte dado con absoluta precisión.
_ ¿Por qué?_ preguntó Dortmund.
_ Creemos que había gente cerca y degollarla era la manera de asegurarse que no gritara. Las mató a las dos en el mismo lugar donde fueron encontradas. Pero hay más. Ambas fueron abiertas y fueron extraídos parte de sus órganos. Útero, ovario y trompas de Falopio, en ambos casos.
_ Se siente identificado con las prostitutas_ acotó Dortmund, sabiamente_ quizás la madre del desconocido ejercía la prostitución y a él lo abandonó cuando era chico. O quizás la madre nunca lo quiso y lo abandonó. Y fue criado por una prostituta, a quien jamás le importó. Sea cual sea la razón, sufrió el abandono desde la infancia y ahora busca vengarse. Elije víctimas que simbolicen a la madre y las castiga brutalmente, como al propio desconocido lo castigaron de pequeño. No creo que sea maltrato físico, pero si hablamos de abandono, hablamos de maltrato psicológico y eso, sin dudas, desató su instinto asesino. Continúe.
El capitán Riestra y yo nos quedamos turulatos. Era totalmente lógico y razonable lo que mi amigo había planteado. El capitán Riestra continuó.
_ Las primeras dos víctimas, como bien dije antes, estaban a diez cuadras de distancia, una respecto de la otra. Eso implica que el asesino es de la zona y que se maneja a pie. Revisamos la lista de clientes que recibieron ambas antes de morir y no encontramos ninguna coincidencia. No tuvieron clientes en común ni antes de morir ni cuando fueron asesinadas. Por regla general, cada prostituta tiene su propia cartera de clientes. Puede generar conflicto entre ellas si alguna le llega a robar el cliente a otra. Esta clase de problemas no existieron. Nuestro hombre es alguien que conoce muy bien la zona.
_ ¿Nadie vio ni escuchó nada?
_ Nada fuera de lo normal. Pero hay una tercera víctima, fallecida dos días después que la segunda. Fue identificada como Carla Fernández. Muerta del mismo modo que la primera, en un prostíbulo que está a una distancia media de los otros dos. Misma hora de muerte. No hay dudas que buscamos a un solo hombre.
_ Hábleme brevemente de las víctimas. ¿Tenían familiares?
_ No, ninguna de las tres. Carolina, la primera víctima, vivía con su madre, fallecida hace dos años atrás por un cáncer de ovario. Quedó en situación de calle y empezó a prostituirse como medio para subsistir. Guillermina, la segunda, perdió a su familia en un incendio y quedó sola, sin familiares en el exterior. Ejerció la prostitución, también, para sobrevivir. Y Carla, la tercera víctima, la echaron de la casa. No logramos dar con ningún familiar, por lo que creemos que viven afuera.
_ La tres víctimas en situación de calle y de una clase social pobre, evidente. Seguramente algo que le sucedió a nuestro asesino. Estudia a las víctimas y ataca a aquellas con las que más identificado se siente. Le saca los órganos reproductivos para simbolizar el desprecio de su madre hacía él y mata con ensañamiento para demostrar su rencor y desprecio hacia su madre. Deduzco, entonces, que las tres víctimas son físicamente parecidas.
El capitán Riestra afirmó con un simple movimiento de cabeza.
_ ¿No hay sospechosos ni huellas ni ADN ni nada?
_ Negativo_ dijo el capitán Riestra_ imagínese que las prostitutas de ahí entraron en pánico y muchas se están yendo. Se reforzó la presencia policial, inclusive con franco tiradores, pero parece que eso no las detiene ni las tranquiliza. Ninguno de mis hombres notó nada raro.
_ ¿y el barrio?
_ La Boca, a la altura del viejo puente, una zona de clase social baja. Drogas, alcohol, corrupción… Puede encontrar de todo. Entrar ahí es peligroso.
_ Por eso me dijo que el criminal tiene que ser alguien conocido…
_ Exactamente.
_ ¿Algún cliente en común con la tercer víctima?
_ Tampoco. Tres asesinatos sin nada en común y ocurridos en tres prostíbulos diferentes dentro de la misma zona. Va muy rápido. Sin dudas va a volver a matar. Tenemos que estar sumamente atentos y no perder tiempo.
_ ¿Y de qué manera le sacó los órganos?
_ De manera profesional. Sabe lo que hace.
_ Buscamos a un cirujano.
_ Posiblemente.
_ ¿Qué tipo de cuchillo utilizó?
_ Las heridas son intermedias… Ni profundas pero tampoco superficiales. Abiertas limpiamente, un trabajo muy prolijo. Los cortes son impecables y se corresponden con una clase en particular.
_ ¿Cuál?
_ Es muy específico. El fabricante es “Tres Filos”, una firma mexicana expandida en todo el mundo, especialmente en Suramérica. Hablamos del modelo “Absolute”. Se caracteriza por el diseño ergonómico, mango integral de acero inoxidable, perfecto balance y durabilidad.
_ Perfecto para el uso del desconocido. ¿Eso está comprobado?
_ Absolutamente. Lo venden en casas especializadas como ser casas de cacerías, en casas donde venden indumentaria laboral, en casas de camping… En fin.
_ Eso quiere decir que…
_ Que puede ser cualquiera.
_ Y dígame una última cosa: ¿las víctimas fueron drogadas?
_ No encontraron ninguna droga en ninguna de ellas, ¿por qué?
_ Entonces hablamos de víctimas dóciles, fáciles de dominar por el atacante. Empieza como un acto sexual para entrar en confianza y las va reduciendo. Naturalmente, ellas no se dan cuenta. Cuando las ve indefensas, ataca. Hablamos de un hombre, entonces, conocido entre los tres prostíbulos, quien puede entrar y salir normalmente, y nadie sospecha nada. Es alguien que suele ir seguido… Digamos, una o dos veces al mes. Hábil, inteligente, seguro de sí mismo y de lo que hace. No tiene miedo a fracasar y ser descubierto porque su arrogancia y confianza son sus armas más poderosas. Una vez cometido el crimen, sale como si nada, asegurándose de que la escena haya quedado totalmente limpia. Borra huellas y cualquier evidencia que pueda delatarlo. Cada habitación tiene un pequeño baño, en donde debe lavar las cosas. Deshecha lo descartable, como ser guantes de látex, y se los lleva consigo. Luego los arroja a algún basural o río para que no sea encontrado nunca.
_ A eso, inspector Dortmund, súmele el trauma que el desconocido sufrió de chico y ahora mata para vengarse. Ya tenemos su perfil en base a su posible historia… ¿Edad aproximada?
_ Entre 35 y 50 años… El doctor Tait y yo iremos a las tres escenas. Usted y sus hombres junto a la Policía y al cuerpo de investigación asignado al caso, capitán Riestra, encárguense de buscar sospechosos y nuevas evidencias. Prosiga con la investigación.
_ Entendido.
Nos costó acceder al primer prostíbulo porque, al identificarnos como investigadores, una barricada de personas se lanzó hacia nosotros y nos bloqueó el acceso. Dortmund les explicó, tolerantemente, cuál era el propósito de nuestra visita y proclamó que no guardaba ningún vínculo con la Policía. Después de una dura negociación, nos permitieron la entrada al establecimiento.
_ Es gente pesada_ dije, una vez adentro_ terca y testaruda. No quisiera ser como ellos ni vivir acá, jamás.
_ Es comprensible._ me respondió el inspector_ Aquí hay muchas irregularidades y no dejan ingresar a cualquier desconocido. Para eso, necesitan una excusa razonable y convincente.
_ Y usted se las dio.
_ Estoy acostumbrado. No es la primera vez que me enfrento a gente con estas cualidades.
_ La Policía no encontró nada…
_ Lamentablemente, ellos deben ser cómplices de las cosas que acá ocurren. Sino no podrían actuar con tanta libertad, vehemencia e impunidad. Hay un asesino en serie. Arreglo mediante y asunto olvidado. Es la ley que rige en estas culturas. Y quien no la respete o no esté de acuerdo con ella, lo pagará con su vida. Es un mundo aparte. Y sin embargo, contemple el alrededor: casas de lujo, buena vida, gente que va a trabajar, sale, pasea, hace sus cosas… Un suburbio peligroso inmerso en las cercanías de una ciudad transitada y poblada por gente de aquí y extranjeros. No es raro ver este tipo de contrastes por esta zona. Los hay en otras, no lo dude.
No dije una palabra. Lo que dijo Dortmund era cierto y preciso. Admiraba eso de él. Siempre era contundente y versátil con sus pensamientos. Miramos a nuestro alrededor. Era un lugar venido a menos, donde las habitaciones estaban separadas unas de otras con cortinas y sábanas, respectivamente. El olor que impregnaba el ambiente no era agradable y era compatible con el estilo de vida que allí se practicaba. Además, las paredes estaban húmedas, agrietadas y muy despercudidas. No había muchas mujeres en el sitio. La hipótesis de que gran parte había exiliado estaba comprobada. No había clientes, por lo que las habitaciones estaban todas habilitadas para ser sometidas a exámenes y pericias. Gran parte de las mujeres estaban fumando y hablaban unas con otras. Cuando advirtieron nuestra presencia, casi todas se asustaron y nos evitaron, a excepción de una que tuvo predisposición de colaborar con nosotros. Se llamaba Andrea. Por expreso deseo de ella, reservamos su apellido en el anonimato.
_ Desde que surgieron esos ataques_ explicó angustiada, desilusionada y desesperada, a la vez_ nadie se atreve a venir acá. Muchas chicas se fueron por temor. El trabajo bajó, no entra dinero… Cada vez es peor.
_ ¿Usted por qué se quedó?_ indagó Dortmund, concluyente.
_ Antes muerta que sin un peso en el bolsillo. Tengo un hijo de dos años que mantener. El padre nos abandonó a los dos días de que Pablo naciera. Lo busqué pero nunca más supe de él. Mi madre está enferma y no sé cuántos días de vida le quedan. Y así y todo, cuida de mi nene. Cuando ella se vaya… Mi vida se acaba. Si este desgraciado me mata, me hace un favor. Quiero un futuro próspero y prometedor para mi hijo, no ésta vida de porquería.
_ Su hijo la necesita y debe tener a su madre todo el tiempo que la vida se lo permita. No es este el momento de pensar así. Cuando resolvamos este caso, y le garantizo que será en breve, me comprometo a buscarle una solución a su situación. Y le doy mi palabra de que la sacaré de este lugar.
La joven sonrió levemente. Dortmund continuó.
_ ¿Cómo llegó a trabajar aquí?
_ Por una amiga mía. Pero se peleó con un cliente y se fue. Nunca más supe de ella.
_ ¿Cómo es que su amiga la trajo hasta acá?
_ Habló con el encargado de ese momento. Me admitió como un favor a ella, nada más. Ellos se llevaban bien… Usted me entiende.
_ ¿Cuáles fueron sus condiciones para que trabajara acá?
_ Si me iba por alguna razón; si renunciaba por lo que fuese… Me mataría.
_ ¿Todas las mujeres que trabajan aquí entran bajo la misma condición?
Afirmó con un movimiento de cabeza. Dortmund y yo intercambiamos una mirada.
_ ¿Notó algo extraño en los últimos días?_ prosiguió mi amigo.
_ No, nada fuera de lo normal pasó_ respondió Andrea, precisa.
_ ¿Ninguna actitud, ningún hombre en particular que le haya despertado su curiosidad, por algo…?
_ Nada de eso_ remarcó la interrogada, enfáticamente.
_ ¿Quién es el encargado del negocio, actualmente?
_ No lo conozco. Sólo sé que se llama Carlos.
Nos despedimos de la joven, que amablemente nos había proporcionado información valiosa. Revisamos el lugar exhaustivamente con resultados absolutamente negativos. No había indicios ni pistas que nos indujeran a identificar a nuestro hombre. Preguntamos por Carlos, el jefe de las mujeres que allí trabajaban, pero las pocas que aceptaron responder, coincidieron en que no sabían quién era y que físicamente nunca lo habían visto. Era un hombre misterioso, por lo que se convirtió en nuestro principal sospechoso. Averiguamos lo más que pudimos, referente a este individuo, pero lo que nos decían era más de lo que ya sabíamos. No agregaron nada nuevo. La investigación en ese lugar había sido inútil, pero por lo menos nos íbamos con un nombre. Eso era un avance. Nos estábamos retirando, cuando la voz de Andrea, la primera mujer interrogada, nos hizo retroceder.
_ Omití decirles algo_ confesó avergonzada.
_ ¿Qué es exactamente?_ inquirió Dortmund, interesadamente.
_ Carlos, el hombre del que les hablé… Maneja los otros dos prostíbulos donde ocurrieron los asesinatos.
Mi amigo y yo nos sobresaltamos. Eso cambió el curso de las cosas. Le agradecimos a la joven el dato y le aseguramos protección. Después de este dato, era indiscutible que su vida corría peligro. Por rigor, fuimos a los otros dos prostíbulos en cuestión: mismas características, misma dificultad para ingresar, mismas condiciones de mantenimiento, mismas actitudes y ninguna pista. Pero las declaraciones sobre este sujeto Carlos eran coincidentes. Ahora sabíamos que él era un potencial sospechoso. Para solventar las recelas, le indicamos al capitán Riestra que se dirigiera a casas de caza, camping y demás, y verificase si algún Carlos había adquirido un cuchillo, tal como el usado para cometer esos crímenes, en las últimas semanas.
_ No podemos equivocarnos_ comentó Dortmund, con el semblante iluminado y rozagante.
_ Un asesino como tal, asesina a sus víctimas, de tal forma que es fácil deducir su psicología. ¿Qué clase de criminal hace eso?_ agregué confundido.
_ Ninguno. Deducciones lógicas que resultan de la investigación, nada más. La metodología y victimología ponen de manifiesto las ideas y el modo de pensar del asesino. Si se interpretan debidamente, se tiene éxito en su captura.
_ ¿Y qué piensa de esta metodología y victimología, en particular?
_ Está imitando al legendario asesino Jack, el Destripador. No me va a decir que no se le pasó por la mente pensarlo…
_ De hecho, quedaba mejor decirlo si salía de su boca. Se creía que tenía conocimientos quirúrgicos. Pero era un simple peluquero polaco que emigró a Inglaterra, o al menos, eso suponen, aunque las demás teorías siguen en pie.
_ ¿Lo ve? Se creía todo lo contrario a lo que era.
_ El hábito no hace al monje, ¿cierto?
_ Absolutamente.
_ ¿Y no cree que esté pasando lo mismo en este caso?
_ No. No sabemos de las habilidades de nuestro hombre. No podemos conjeturar nada sin respaldo pericial.
Vimos, a lo lejos, la figura de un hombre que venía corriendo hacia nosotros. Era el capitán Riestra.
_ Supuse que todavía estaban acá_ dijo algo fatigado.
_ Sabía que no iba a aguantarse las ganas e iba a venir corriendo, desesperado, a verme y decirme lo que averiguó, en persona.
_ Carlos Suárez. Compró un cuchillo de tales características dos días antes del primer asesinato_ dijo Riestra, triunfante.
_ ¿En dónde?
_ En una casa de pesca, en Villa del Parque. Vi los registros. Acá le traje una copia.
Y nos mostró dicho documento a Dortmund y a mí.
_ Una prueba irrefutable_ sentenció mi amigo, triunfantemente.
_ Lo busqué en los archivos de la Comisaria. Tiene varias causas abiertas por agresión física a la exmujer. Digo ex porque, después de estos traumas, solicitó el divorcio. No volvió a casarse, desde entonces. Es frío y no mostró arrepentimiento alguno por sus actos crueles hacia su exesposa. Se enoja fácilmente con una mujer y es susceptible a golpearla por cualquier cosa, por más insignificante que resulte ser. Su teoría planteada al comienzo, inspector Dortmund, resultó cierta: un trauma de la niñez.
_ Es el asesino_ afirmé.
Lo buscamos por varios días, con resultados negativos. Así que Dortmund decidió visitar al forense que había practicado la autopsia a los cuerpos, para ver los archivos y tratar de deducir algo de la personalidad de nuestro hombre y lograr atraparlo de una vez. Era obvio que se había fugado. Rubén Maicedo, el forense encargado del caso, le entregó formalmente los registros a Dortmund. Mientras éste los chequeaba, el forense hablaba.
_ El capitán Riestra me autorizó a entregarle los archivos. Había oído de usted, inspector Dortmund, pero no lo conocía personalmente. ¿Hace mucho que conoce al Capitán?
_ Bastante_ respondió en seco, sin despegar los ojos de la lectura de dichos registros.
_ No creo que saque mucho en limpio de esto. Lo va a favorecer más ver el expediente del sospechoso.
_ Créame que todo sirve y aporta su grano de arena.
Dortmund observó una discrepancia.
_ Hay varias tachaduras en los archivos, doctor. ¿Por qué?
_ Error de redacción. Ésas que tiene usted son copias. Los archivos originales y modificados fueron enviados al Juzgado de Instrucción que tiene el caso asignado.
_ Presumía eso.
Mi amigo trató de ver a trasluz lo que decía debajo de esas tachaduras. Pero, como la luz de la morgue era tenue, le fue casi imposible detectarlo. Simplemente devolvió los documentos en mano al médico forense.
_ ¿Por qué las tachaduras?_ me planteó Dortmund, muy preocupado, una vez en nuestra residencia.
_ Cualquiera se equivoca_ sugerí. Pero esto, a mi amigo, no le convenció.
_ Es normal equivocarse una, dos, a lo sumo tres veces. Pero tantas me parecen una exageración inadmisible.
Ahí concluyó la conversación. Desviamos el curso de la charla hacia temas diversos. Pasaron dos días y no había noticias de nuestro sospechoso. Dortmund fue hasta el Juzgado en donde se estaba siguiendo el caso y de ahí se fue directo a ver al forense.
_ Qué agradable sorpresa, inspector_ dijo el forense, al ver ingresar a Dortmund a la morgue.
_ Es una visita de rutina_ aclaró el inspector. Y extrajo del bolsillo de su saco, un papel que extendió sobre la mesa. Sacó un bolígrafo y lo entregó en manos del doctor Maicedo.
_ Es una orden expedida por el Juez de Instrucción que investiga el caso, solicitada por el fiscal de turno a expreso pedido personal. Necesito su firma por una cuestión de procedencia legal.
_ Muy bien.
Y firmó.
_ ¿Una orden para qué?_ preguntó curioso, el médico.
_ Le mentí._ sentenció Dortmund e hizo una sonrisa enigmática pero triunfante, a la vez_ Es una confesión sobre los tres asesinatos cometidos.
El doctor se puso serio repentinamente, y casi en un alarido, nervioso, en un estado incontrolable, promulgó:
_ ¿Es una broma? ¡¿De qué se trata todo esto?!
_ Ya le dije. Se trata de una confesión. Seré breve. Cuando lo visité la primera vez, no pude evitar plantearme porqué había tantas tachaduras en los registros de las muertes. Y la respuesta fue obvia: alteración de datos. Pero empezaré desde un comienzo. Usted era un amigo íntimo del señor Carlos Suárez, el explotador, porque no merece otro nombre, de esas mujeres y dueño de los tres prostíbulos en cuestión. Pero además era su socio. Por ende, él le conseguía a las mejores mujeres para satisfacer sus demandas sexuales completa y eficazmente. A raíz de esto y otras cosas que se fueron sumando, empezó a tener diferencias con el señor Suárez, las que cada vez se intensificaron aún más. Pero usted contaba con un gran secreto: la madre de dicho caballero era prostituta y se prostituía por placer porque dinero no le faltaba ya que mantenía una excelente posición económica. El señor Suárez fue descuidado por su madre y una vez estuvo a punto de morir por la negligencia de ella, si no fuese que una vecina logró ayudarlo a tiempo porque estaba solo en el living y su madre mantenía relaciones en el cuarto con un caballero. Me lo confirmó el capitán Riestra, cuando examinó su historial porque tiene muchas causas abiertas en su contra. De ahí su resentimiento por las mujeres. Y ese secreto fue su arma más poderosa, doctor Maicedo. Usted fue víctima de una estafa, ¿verdad? Puedo adivinarlo. Le prometió una suma de dinero, porque usted entró en el negocio, y nunca se la pagó. Y seguramente hubo una serie de pormenores más que avalaron esta disputa entre ustedes. Así qué planeó una serie de asesinatos, que involucraban una sucesión de factores indispensables para culpar al señor Suárez. A las tres víctimas las mató de igual forma, como lo haría un médico de su talla: les suministró una dosis letal de un veneno determinado. No importa cuál. Contrató sus servicios, habló con ellas, a todas les ofreció un vaso de agua que formalmente aceptaron y… El trabajo estaba hecho. Una vez muertas, se deshizo del veneno y de los vasos descartables. Abrió a cada una de las víctimas y les extirpó sus órganos reproductores más relevantes, les practicó heridas post mortem e inclusive llegó a fingir degollar a una de ellas, pero lo hizo con absoluta profesionalidad y con la mayor tranquilidad del mundo. Para ello se valió de un cuchillo que compró en una casa de pesca, en Villa del Parque. Y registró la compra a nombre de Carlos Suárez, como era de esperarse. Pero tristemente la caligrafía lo delató, cuando comparé los registros de autopsias suyos con el registro de compra del cuchillo. Pero era un dato menor en relación a las circunstancias de los crímenes, que pasaba fácilmente desapercibido. Con el pasado del señor Suárez y las características de estos homicidios, indudablemente lo harían responsable a él. Pero fue meticuloso porque, además, eligió mujeres que, físicamente, fueran similares a la madre de su objetivo. Un trabajo muy concienzudo y ordenado. Tengo que admitir que lo admiro. Pero no termina ahí. Se aseguró que los cuerpos llegasen a la morgue a la noche porque usted es médico de turno desde las cero horas hasta las ocho de la mañana, horario en el que es reemplazado por otro colega. También testeé eso. Como verá, yo también soy muy meticuloso y prolijo para trabajar. Si otro médico realizaba las autopsias, se iba a descubrir la verdad y su plan habría fracasado. Pero su lealtad médica le jugó en contra y acusó, en los registros, la verdadera causa de fallecimiento. Simplemente los alteró y especificó que habían muerto por estrangulación. Los pasó en limpio y asunto terminado. Me dio a mí las copias, con todas las tachaduras, confiado en que eso no me llamaría la atención en lo más mínimo. Pero contrariamente a sus creencias, sí me llamó la atención. Yo creo que su plan era, específicamente, infundir pánico. Y todo le resultó mejor de lo esperado. No puedo negar que el señor Suárez se enteró y, con su prontuario… Yo también hubiese huido, en su lugar.
_ ¡Esto es un abuso!_ replicó indignado el médico.
_ No, es la pura verdad.
_ ¿Cómo va a probarlo?
_ Ya lo hice… Usted firmó la acusación. Para el juez, eso es suficiente. Lo he engañado y usted mordió el anzuelo.
Mi amigo era muy hábil y audaz. Eso no era ninguna confesión ni mucho menos. Era un papel que no valía nada. Pero, ante la carencia de pruebas, ésta fue la mejor manera de comprobar su culpabilidad. Y no estuvo nada mal, porque el doctor Maicedo, confiado de la legalidad del engaño incurrido, declaró ante el juez de Instrucción y se enunció culpable. La mente humana, y sobre todo la de un criminal, es como una plastilina: maleable al antojo de cada uno.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario