martes, 14 de febrero de 2017

El cuadro (Gabriel Zas)




Francisco Echagüe fue arrestado, acusado de robar un cuadro de Antonio Berni valuado en $500.000.
Era un hombre de aspecto jovial pese a sus casi sesenta años, de mirada fría, calvo y regularmente encorvado. Era conserje del museo de Bellas Artes durante el horario nocturno. Trabajaba de lunes a sábados de 22 a 6, con un franco fijo los días domingos.
La imputación se basaba en que las cámaras de seguridad del museo lo filmaron exactamente a las 03:38 devolviendo el cuadro del mismo lugar de donde lo había sustraído, por lo que se encuadraba dentro de la figura de hurto con el agravante de que abusó de su condición de sereno y cuidador de la galería, pese al gesto que tuvo de restituirlo. Era curioso, porque ningún ladrón se apoderaría de una obra tan valiosa para posteriormente devolverla así como si nada. Había algo fisgonamente inquietante en ése asunto.
Según como se dio en orden cronológico la cadena de eventos, el cuadro llegó al museo de Bellas Artes el día seis del corriente mes después de una ardua negociación con los responsables legítimos de la pintura para adquirirla. La llevaron al museo mediante una empresa de traslados privados contratada frecuentemente y la expusieron en el palier central del primer piso. Sin embargo, muchos visitantes habían notado algo extraño en la pintura, pero no supieron diseminar concretamente cuál era la falacia a la que referían, si bien viendo el cuadro de un solo vistazo todo parecía estar perfectamente normal. Y además, los concurrentes que lo juzgaron no tenían conocimientos asiduos en arte, y como tampoco ningún experto en la materia que pudiera emitir una opinión más idónea nunca lo hizo, entonces toda clase de comentario proveniente de terceros era rigurosamente desacreditado y excluido de la opinión de los autorizados.
La pintura de Berni permaneció exhibida por más de una semana sin mayores inconvenientes. Pero, una noche simplemente desapareció. Cuando personal del museo revisó las cámaras de seguridad, vio que un individuo que cubría su rostro con un pasamontañas robó el cuadro y escapó por las ventilaciones sin ser detectado en ningún momento por nadie. Se descubrió más tarde que las alarmas fueron deliberadamente desactivadas y considerando que el robo duró exactamente cuatro minutos, no sólo era difícil que alguien notara algo sino que implicaba a su vez que el responsable era alguien profesional y además, que conocía a la perfección la lógica interna del museo. Y cuando las cámaras de seguridad mostraron dos días después del incidente al señor Echagüe reponiendo el cuadro, la Policía no tuvo dudas y lo arrestó a las pocas horas por orden del juez de Instrucción de turno, el doctor Héctor Soruaga.
Al principio, se pensó que la restitución había sido enmendada por un cuadro falso, pero peritos de la Policía Federal dieron cuenta de la autenticidad de la pintura y concluyeron que se trataba simplemente de un caso de un ladrón arrepentido. Pero yo nunca estuve de acuerdo con ésa versión. ¿Por qué desactivar las alarmas y cubrirse el rostro para robarlo, y restituirlo a cara descubierta y sin ninguna precaución, después? Definitivamente, el caso era bastante más complejo de lo que aparentaba a simple vista. El señor Echagüe proclamó todo el tiempo su inocencia y repetía constantemente que él devolvió el cuadro y que la empresa encargada de transportarlo no era lo que parecía.
Pero la Policía nunca le creyó ya que el museo de Bellas Artes realizaba todas las encomiendas siempre a través de la misma firma desde hacía seis años y jamás registró problemas de ninguna índole, y él apenas tenía una semana trabajando ahí. Y además, estaba el hecho irrefutable de las cámaras de seguridad. Pero yo siempre creí en el señor Echagüe y necesitaba pruebas que demostraran que era inocente, y estaba decidido a no descansar hasta encontrarlas y exonerar concluyentemente al pobre hombre de toda culpa y cargo.
Estuve un poco más de un mes investigando el asunto sin éxito, hasta que tropecé con un detalle muy significativo: el cuadro de Berni iba a ser subastado dentro de cuatro días por remate judicial. Y cuando puse en conocimiento al museo sobre este hecho, ellos negaron categóricamente que eso fuese verdad. Supe entonces que ahí estaba la clave de todo, y fue cuando una idea me atacó de repente: que el señor Echagüe hubiese sustituido el cuadro falso por el verdadero.  Ésta suposición sonaba extraordinariamente desopilante hasta para mí inclusive y quise reservármela para no ser el hazme reír de todos y hasta disponer de algo más concreto al respecto.
Seguí investigando un poco más y descubrí dos detalles fundamentales: primero, que la Policía tenía un pedido de captura nacional e internacional que pesaba sobre Carlos Mancebo, uno de los estafadores y falsificadores más buscados y más peligrosos de Argentina, y cuya descripción física era similar a la del hombre que llevó el cuadro al museo y que era el chófer del camión, que a su vez, coincidía con las características del hombre que robó el cuadro del museo la primera vez.
Y segundo, que el señor Echagüe fue a retirar la pintura personalmente por orden del museo, entonces ahí vi todo con mayor claridad y confirmé que la idea de la sustitución del cuadro falso por el verdadero resultó descabelladamente acertada.
Cuando el señor Echagüe fue a buscar la pintura en nombre del museo, accidentalmente se encontró con que había dos cuadros exactamente iguales. Ambos debieron estar visibles (aunque uno bastante más disimulado que el otro) creyendo que nadie lo notaría, lo que fue un error porque el señor Echagüe lo percibió y entendió al instante cuál era el plan: llevar al museo la pintura falsa y subastar la original. Supongo entonces que las dos debían reposar por separado en lugares diferentes dentro de la oficina y el señor Echagüe aprovechó un descuido para hacer el intercambio de uno por el otro. El señor Mancebo sabía en dónde había dejado cada cuadro pero no sabía de la maniobra del señor Echagüe, así que tomó el cuadro falso creyendo que se trataba del verdadero.
La encomienda al museo de realizó de manera reglamentaria y el cuadro lo exhibieron, claro. Pero para algunos ojos no pasó desapercibido y hubo quienes sospecharon de que se trataba de una imitación, aunque después de todo el tema quedó ahí estancado.
A la semana, tiempo prudencial, el señor Mancebo, que ya estuvo otras veces dentro del museo y lo conocía como la palma de su mano, ingresó y consumó el robo en tan sólo cuatro minutos, pero creyendo que robaba el cuadro verdadero cuando en realidad sustraía el falso. Cuando el señor Echagüe descubrió la substracción al igual que personal del museo cuyas autoridades dieron inmediata intervención a la Policía, asumió el rol de un hombre interesado en la subasta, así como el señor Mancebo tomó el rol de… Digamos, un falso empleado en complicidad de un falso propietario y funcionarios reales. El señor Echagüe entonces se presentó ante la gente de Mancebo con la apariencia algo cambiada y se hizo del cuadro verdadero muy cautelosamente, que en la ocasión anterior doy por sentado que lo ocultó muy bien y por eso Carlos Mancebo y los suyos jamás notaron nada fuera de lo habitual. Francisco Echagüe recuperó el cuadro original y lo restituyó tal como se vio en las filmaciones. Y reitero que Mancebo tuvo sin dudas una gran red de complicidad tanto de los propietarios del cuadro como por parte de la empresa de transporte y logística, sino nunca hubiese sido posible llevar a cabo algo así. Creo en este punto que el motivo responde a que una subasta oferta mucho más que lo que pueda pagar un museo por comprar una reliquia.
Sinceramente, siempre quise estar en la piel de Carlos Mancebo porque me intrigaba tormentosamente saber qué se sentía subastar con un piso mínimo de $300.000 un cuadro falso creyendo todo el tiempo que en realidad se trataba del original.


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