viernes, 10 de febrero de 2017

Ahogado en la bañera (Gabriel Zas)




_ Sargento Ontiveros, el inspector Sean Dortmund_ los presentó formalmente el capitán Riestra. Los dos hombres se estrecharon la mano.

_ Me han llegado excelentes referencias sobre su labor, inspector_ elogió el sargento.

_ Por eso lo convoqué_ convino el capitán Riestra._ Su ayuda nos puede resultar de mucha utilidad.

El sargento Ontiveros era un hombre de unos cincuenta y tantos años, cuerpo fornido, mirada profunda y con unos modales sobresalientes.

_ Me gustaría que me refiriesen los detalles del caso, si no es molestia_ sugirió el inspector Dortmund.

_ Desde luego_ asintió Riestra._ La víctima se llamaba Alfredo Portenave y según el análisis del forense, murió por ahogo mecánico. Y a decir verdad, por la postura del cuerpo y los hematomas, lo sumergieron con fuerza. El forense tuvo que hacer un esfuerzo muy grande, aunque sus observaciones no son concluyentes.

_ ¿Esfuerzo? ¿Por qué?_ preguntó Dortmund, intrigado.

_ El cuerpo está en un avanzado estado de descomposición_ intervino Ontiveros._ El médico cree que lleva muerto unos dos meses, pero necesita hacer una serie de estudios complementarios para certificarlo.

_ Dos meses_ enfatizó el capitán Riestra disgustado, _ y parece increíble que todos los vecinos con los que hablamos nos hayan dicho que no percibieron nada fuera de lo común en el último tiempo.

_ ¿Hablaron con todos?_ inquirió Dortmund.

_ Con la vecina de al lado, no. Salió temprano a la mañana y aún no regresó. Esperaremos a que llegue y obtendremos su declaración.

_ Dígame una cosa: ¿cómo está el agua de la bañera en donde hallaron el cuerpo?

_ Pura y transparente, como un pedazo de vidrio.

_ Interesante… Sí, es muy interesante_  reflexionó el inspector dubitativa y visiblemente azorado.

_ Lo más extraordinario del caso son el sinnúmero de molestias que se tomó el asesino_ dijo algo pesaroso el sargento Ontiveros.

_ ¿A qué molestias se refiere, sargento?_ los ojos de Dortmund brillaron resplandecientes.

_ Encontramos cosas_ continuó Ontiveros_  que fueron utilizadas hasta hace muy pocas horas. La cocina tiene un agradable aroma a lavanda, encontramos vajilla lavada recientemente, los dormitorios ordenados y aseados, las camas hechas… Todos muy dispuesto y aplicado.

_ Supongo que recabaron huellas.

_ Todas pertenecen a la propia víctima. No hay ningún tipo de evidencia que demuestre la presencia de alguien más en la escena_ consignó frustrado el capitán Riestra.

_ ¿Y no obstante, dice que los vecinos no percibieron nada fuera de lo habitual?_ preguntó Dortmund extremadamente sorprendido. El caso capturó su interés de inmediato.

_ Afirmativo_ confió Ontiveros.

_ ¿Qué declararon, exactamente?

_ Lo mismo de siempre en estos casos: que era una buena persona, que se hablaba con todo el mundo_ respondió el capitán Riestra, _ que no tenía enemigos y todo ése tipo de cosas, que por regla general, nueve de cada diez casos nunca son ciertas o están deliberadamente tergiversadas.

_ ¿La víctima recibía visitas a menudo?

_ Era bastante solitario, de acuerdo a lo que nos dijeron.

_ ¿Quién descubrió el crimen?

_ El señor Emilio Portenave, hermano de la víctima. Vive en Bell Ville, al sudeste de la provincia de Córdoba, pero viene para acá a raíz de este drama. Hablaban cada tanto por teléfono y según lo que denunció cuando llamó al 911, la última conversación la establecieron hace uno dos meses, aproximadamente. Durante los últimos días no contestaba las llamadas ni las devolvía. Después de un tiempo bastante prolongado a mi juicio, intuyó que algo no andaba bien y decidió llamar a la Policía. Nos enviaron el alerta y acá estamos. Le notificamos inmediatamente sobre el fallecimiento de su hermano y dijo que ya salía para Buenos Aires, que ya venía para acá, que en un par de horas llegaba. Aeroparque no está tan lejos de Almagro. Es inminente su arribo.

_ ¿Estaba afectado por la pérdida sufrida el señor Emilio?_ interpuso el inspector, secamente.

_ Se lo oyó consternado y nervioso, claro_ confirmó el sargento Ontiveros.

_ ¿Alguna idea, señores?

_ Creemos_ explicó Riestra_ que lo mataron en otro lugar, que trasladaron el cuerpo hasta acá durante la madrugada, que prepararon la escena y que se encargaron todo este tiempo de hacer parecer que el señor Alfredo Portenave continuaba con vida. La pregunta es: ¿por qué?

_ Su ingeniosa teoría sugiere entonces que el asesino actuó en complicidad con alguien más_ dijo Dortmund poco convencido, y luego agregó:

_ ¿Puedo ver la escena?

Los dos hombres asintieron y condujeron a Dortmund al interior de la morada. Era un hogar sencillo pero con una estructura bastante arcaica y una fina arquitectura de fin del siglo pasado. Disponía de un living comedor, de una cocina, de dos habitaciones y de un baño, éste último escena del crimen. La sala comedor poseía una repisa con algunos adornos un tanto insignificantes y varios muebles dispersos por todo el sitio, algunos sin razón de estar allí. La cruzaron trasversalmente y se introdujeron en el baño.

_ Hace frío_ comentó el inspector ni bien puso un pie adentro del toilette

_ Es por el aire acondicionado_ dijo Riestra, y señaló una ventilación en la parte superior de la pared, justo al lado del lavatorio._ Con este frío y está puesto a treinta grados. Qué grotesco.

_ Eso es interesante… Demasiado interesante_ exclamó el inspector, suspicaz. Inmediatamente, su nariz olfateó el ambiente. El sargento Ontiveros y el capitán Riestra se miraron sorprendidos uno al otro.

_ ¿Huele algo?_ preguntó intrigado el capitán Riestra.

_ Sí. Al olor característico de una putrefacción cadavérica.

_ No huelo nada_ replicó el capitán Riestra, extrañado.

_ Yo tampoco_ replicó el inspector, satisfecho. 

Riestra lo miró desvariado sin saber qué responderle.

_ ¿Alguna idea, inspector Dortmund?_ preguntó el sargento Ontiveros.

_ Una_ confió él, _ pero no quiero hacer gala de ella para evitar entorpecer la investigación.

_ ¿Acepta colaborar con nosotros, entonces?

_ Naturalmente. Es un caso extraordinario, sobre todo, por la fragancia impregnada en el ambiente.

_ Es un aroma muy sutil para provenir del cuerpo en descomposición_ expresó tímidamente el sargento Ontiveros.

_ Conque a eso se refería…_ vaciló tardíamente el capitán Riestra.

_ Sí_ y Dortmund espetó un pequeño desdén con el torso._ Huele a hidroxibifenilo, un poderoso neutralizador químico. Lo comercializan en cualquier droguería especializada.

_ Es lógico. Un cuerpo que lleva dos meses descompuesto… Por eso nadie denunció la percepción de olores desagradables.

_ Coincido con el segundo punto, pero no con el primero. No creo que lo hayan utilizado específicamente para contrarrestar el fuerte olor que desprende un cadáver, sino pienso que la verdadera razón responde a otra idea más sutil e ingeniosa.

Riestra carraspeó y se rascó la cabeza algo nervioso.

_ Capitán Riestra_ solicitó el inspector: _ ¿en cuánto tiempo estarán listos los resultados de la autopsia?

_ El juez va a querer disponer de ellos lo antes posible. Calculemos de dos a tres días máximo_ respondió el consultado.

_ Bien. Entonces, hablaré con el hermano de la víctima y con la vecina que falta interrogar, de ser posible. Señores: será un placer ayudarlos con el caso_ y sonrió afectuosamente._ Estoy intrigado en saber qué tienen para decir sobre este peculiar caso.

Dortmund revisó de cerca el cuerpo del señor Portenave con lujo de detalle, pero  se abstuvo de hacer acotaciones al respecto. Seguidamente, esgrimió una observación generalizada a la escena del crimen y salió minutos más tarde con dirección hacia el comedor. Un oficial entró en ése instante anunciando que el juez ordenó retirar el cuerpo para trasladarlo a la morgue judicial, pero dictaminó a su vez seguir procesando la escena.

Sean Dortmund estaba compenetrado en sus pensamientos, sentado en una butaca colocada en el centro de la sala comedor, cuando se acercó un oficial que escoltaba a un hombre de aspecto medio retraído, de voz grave y potente y con una dicción que visibilizaba un grado de inteligencia interesante; alto, delgado, de unos treinta y cinco a cuarenta años y cabello negro con tintes blancos.

_ El señor Emilio Portenave_ anunció el oficial, y se retiró.

El hermano de la víctima estaba a la altura de las circunstancias y se mostró dispuesto a colaborar en todo lo que fuese posible. Dortmund lo recibió amablemente y lo hizo sentarse frente a él. El señor Portenave relató brevemente la última conversación que mantuvo con la víctima hace dos meses atrás. Señaló que no notó nada por fuera de lo habitual en su modo de expresarse y que nunca le mencionó que tuviera problemas con nadie.

_ Hablábamos dos veces por semana_ continuó explicando el señor Portenave._ Siempre lo llamaba yo, una vez a la mañana y otra a la noche cuando regresaba de trabajar. Si por alguna razón no lograba comunicarme, le dejaba un mensaje en el contestador y él siempre me devolvía la llamada… Siempre_ se quebró pero logró seguir._ Por eso, cuando dejó de devolverme las llamadas, me preocupé.

_ Y dígame una cosa_ dijo Dortmund escéptico y poco convencido a la respuesta que dio el señor Portenave: ¿por qué demoró dos meses en dar intervención a la Policía?

_ ¿Dos meses?_ su tono de voz fue algo más agudo y sobresaltado.

_ Usted declaró que la última vez que mantuvo contacto telefónico con el señor Alfredo Portenave fue hace exactamente dos meses atrás y que se comunicaban al menos dos veces por semana. Suena curioso, al menos que me diga porqué tardó tanto en llamar a la Policía. ¿Comprende la situación?

Emilio Portenave se mostró irascible ante el planteo del inspector, pero un ademán resignado de aquél detuvo enseguida una inminente catarata de críticas posteriores.

_ Creí que había algún problema con la línea o que se había enojado por algo y se rehusaba a atenderme_ respondió el interrogado sin otra alternativa.

_ ¿Por qué se molestaría con usted?

_ No sé, pero por ahí yo le decía cosas sin sentido en un tono de humor que, por el contrario, a veces lo irritaban infundadamente.

Dortmund direccionó la conversación hacia otro eje.

_ ¿Por qué el señor Alfredo vivía en Buenos Aires y usted reside en Córdoba?

_ Por trabajo, básicamente. Me dedico a la industria textil y tengo un emprendimiento allá con el que cada vez me va mejor. Mire, yo soy mayor que Alfredo. Cuando nuestros padres fallecieron prometí ocuparme de él incondicionalmente. Por eso me preocupaba demasiado en llamarlo por teléfono.

Dortmund se mostró poco convencido al respecto, y se le ocurrió pensar porqué ésa preocupación que manifestó el señor Emilio Portenave por su hermano se desvaneció de golpe durante los últimos dos meses. La excusa del problema en la línea o el enojo no fueron creíbles para el inspector. No dudaba de que ocultaba algo importante, aunque su inquietud y su consternación  por la muerte de Alfredo Portenave eran reales. Había perdido a su único hermano, después de todo.

_ Una última pregunta_ dijo Dortmund._ ¿A qué hora llamó al 911?

El señor Portenave se mostró un poco indeciso, pero respondió al fin:

_ Debían ser cerca de las 18:35, no me fijé con precisión.

Y el inspector lo despidió formalmente. Iba a reunirse con el capitán Riestra y con el resto del equipo de investigación cuando el primero lo interceptó abruptamente acompañado por una mujer de mediana edad, cabello negro recogido y unos ojos verdes claros centellantes, quien estaba impactada por la muerte del señor Portenave.  El capitán estaba perceptiblemente palpitante y con el rostro algo pálido, pero Dortmund lo calmó y lo invitó a pronunciarse.

_ Ella es Susana Risposi, la vecina del señor Alfredo Portenave que no encontramos antes y que acaba de llegar_ dijo aludiendo cortésmente a su acompañante.

Dortmund la miró fijo a los ojos y le regentó una tenue sonrisa.

_ Dígame lo que acaba de decirme a mí_ le indicó Riestra. La mujer hizo caso a su instrucción.

_  La última vez que vi a Alfredo_ dijo en tono templado_ fue antes de ayer por la mañana. Hablé meramente con él durante estos últimos días. Algo informal, ¿cierto? Hola, algún chisme de momento y chau, a otra cosa. Era una sencilla relación de vecinos.

_ El forense dijo que la muerte data de hace al menos dos meses atrás_ expresó Riestra, con denotada excitación.

_ Eso es imposible. Ustedes están mal_ refutó la señora Risposi, agravada.

_ No para mí_ afirmó el inspector Dortmund emocionado y reluciendo cierto grado de petulancia.

La confusión del capitán Riestra se acentuó aún más, pero Dortmund lo pasó por alto. Pasaron tres días y Sean Dortmund recibió de manos de su amigo el resultado de la autopsia: Alfredo Portenave falleció 48 horas antes del hallazgo del cuerpo, así que ambos hombres mantuvieron una reunión en privado a pedido de Sean Dortmund.

_ Lo más curioso fue para mí_ empezó explicando el inspector, _ desde un comienzo, el aroma que impregnaba el baño. Ahora sabemos con certeza que el señor Alfredo Portenave estuvo vivo durante el período en que muchos lo creyeron muerto. Y digo “creyeron” porque yo nunca pretendí del todo eso. No, me declinaba a aceptar tal idea. Su teoría, capitán Riestra, fue que el asesino quiso hacer creer que el señor Portenave aún vivía e inevitablemente tenía que neutralizar el olor a hedor del cuerpo, pero no tenía sentido para mí. Más estando el hecho de que los vecinos no notaron movimientos extraños. Entonces, el motivo respondía sin dudas a otra explicación. También estaba el hecho de que el agua de la bañadera estaba más limpia de lo que debiera si el cuerpo hubiese estado allí realmente desde hacía dos meses.

Cuando entré a la escena por primera vez, usted me dijo capitán Riestra, que el ambiente estaba frío porque el aire acondicionado estaba a treinta grados, y está la circunstancia de que el agua de la bañera estaba también a temperaturas curiosamente heladas. Y en pleno invierno como estamos, no creo que nadie sea capaz de asearse con agua fría.

Por último, la autopsia hizo una revelación extraordinaria: además de confirmar que el señor Portenave murió ahogado, verificó la presencia de varios antidepresivos y otros medicamentos en su organismo. Sumemos entonces los factores químicos y climáticos y el resultado de la ecuación es el aceleramiento de la descomposición del cuerpo. Esto fue deliberado. El asesino conocía los hábitos de la víctima, conocía a la perfección sus consumos. Un cuerpo con 48 horas sin vida no genera el mismo olor que uno muerto hace dos meses. Por eso el asesino tuvo que neutralizar el ambiente con hidroxibifenilo, ésa fue la verdadera causa.

_ ¿Pero, por qué tomarse tantas molestias?_ indagó el capitán Riestra, bastante contrariado.

_ Porque aparentando_ siguió Dortmund, triunfante_ que el homicidio se produjo hace dos meses atrás, nadie sospecharía de él porque en ése período estaba en Córdoba por trabajo.

_ ¡El hermano!_ reaccionó el capitán.

_ Exacto. Fingió que estaba en otra provincia pero llamó al 911 desde Buenos Aires con su teléfono tipo ladrillo que tiene asignada una característica del exterior. El sistema lo registraría y solidificaría brillantemente su coartada. Dijo que el señor Alfredo Portenave estaba solo viviendo acá. Decoró y distorsionó una historia cierta y asunto arreglado. Además, la hora del llamado coincide con la hora del deceso porque llamó después de la escena misma ni bien concretó el crimen.

El juez ordenó la detención de Emilio Portenave y el capitán Riestra, junto a su equipo de la Policía Federal, llevó a cabo el arresto. Después de dos días de concluido el asunto, se replicó en todos los medios locales y nacionales. Respecto al motivo del asesinato, un matutino refería:

“Alfredo Portenave desbancó a su hermano, Emilio Portenave, por la transacción de una compra que resultó fallida a raíz de que se trató de una estafa encubierta. La casa de Almagro, en plena Capital Federal, era propiedad de Alfredo pero estaba como bien de Familia a nombre de Emilio Portenave. Con el crimen, la casa pasaría a su completo dominio, la vendería y recuperaría lo perdido, ya que su hermano nunca pudo reponerle ni un centavo de ése dinero.

Emilio Portenave, un ingeniero de treinta y siete años, fue imputado por el delito de homicidio simple agravado por el vínculo con premeditación mediante”.

Con este caso quedó demostrado que el dinero divide a la familia sin importar ni las circunstancias ni las consecuencias. Y una vez más, el capitán Riestra volvía a estar en deuda con el inspector Dortmund.





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