jueves, 9 de marzo de 2017

El incidente de la mujer del traje ocre (Gabriel Zas)


La joven pareja salía del restaurante emplazado en plena zona comercial del centro de Quilmes. A los pocos metros fueron sorprendidos por un desconocido que le arrebató la cartera a la mujer y le disparó en el pecho. La dama cayó desplomada al piso, tras lo que el hombre que la acompañaba se abalanzó sobre el sujeto y después de oírse varias detonaciones, el hombre cayó herido sobre la vereda, a pocos metros del cuerpo de su esposa. El desconocido intentó escapar pero fue detenido in situ por dos oficiales que casualmente patrullaban la zona.
La víctima fatal se llamaba Mónica Lopriaga. Era una mujer de unos cuarenta años, cara angelical, ojos color miel, delgada y cabello castaño liso. Su pareja fue identificada como Aníbal Pérez, un hombre de unos cuarenta y tres años, alto, ojos negros saltones y de cuerpo fornido. El ladrón, que fue trasladado a la Comisaría Segunda de Quilmes Oeste, fue identificado como Juan Velner, oriundo de la provincia de Mendoza y sin antecedentes penales.
_ No es un caso muy complicado_ le decía el oficial Echévez al teniente en jefe, Franco Osuna, a cargo de la investigación._ Fue un robo que salió mal, nada más. Que declare y lo acusamos de homicidio simple en concurso real con tentativa de robo agravada por el uso de arma de fuego, por el femenino; y tentativa de homicidio en grado de robo, por el masculino. Prisión perpetua. Es pan comido.
Pero el teniente Osuna se mostró reticente a aceptar la idea de "algo simple". Podría haber oculto algo más y si era así, tenían que averiguarlo enseguida. El oficial Echévez optó por mostrarse indiferente ante la situación.
Cuando ambos ingresaron a la sala de interrogatorios, el señor Velner estaba extraordinariamente tranquilo e impasivo, con los brazos apoyados sobre la mesa.
_ ¿Tienen un cigarrillo?_ preguntó cuando los dos hombres penetraron en el cuarto_  La abstinencia me está matando.
_ Callate la boca y escuchame lo que te voy a decir_ dijo autoritario y con voz gruñona, el teniente Osuna._ Estás demasiado complicado, pibe. Contame todo pero con lujo de detalle y con los muchachos te vamos a hacer quedar bien con el juez... Suponiendo que el juez sea un tipo piola_. Esto último lo dijo en señal de advertencia.
Velner se mostró inexpresivo e imperturbable.
_ Una buena oportunidad, ¿no?_ continuó Osuna_ Viste a la parejita feliz salir del restaurante, dijiste "Ésta es la mía", los asaltaste pero se resistieron, forcejearon y las cosas se salieron de control. ¿El resultado? Un muerto y otro gravemente herido con pronóstico reservado. ¿Qué tenés para decir en tu defensa?
Juan Velner sonrió burlonamente.
_ Que todo fue planeado por la señora Lopriaga_ dijo para sorpresa de los presentes.
Los dos hombres se miraron entre sí con dudas y estupor.
_ No nos tomés por pelotudos_ arremetió Echévez con lascivia.
_ Explicate_ sugirió más apacible, Osuna.
_ Aníbal Pérez era agente de Prefectura... Tenía Sida.
_ ¡Tiene!_ protestó el oficial Echévez golpeando la mesa con su puño_ Todavía vive.
Osuna lo frenó con un ademán.
_ La mujer lo sabía_ continuó el sospechoso_ y sabía que estaba infectada y que le quedan unos pocos años, nada más. Me contactó. No sé cómo llegó a mí pero lo hizo. Me dijo que si ella estaba sentenciada, se llevaría a su marido con ella. Lo planeó todo sola. Me pagó 40.000 australes por anticipado y me dijo que los 170.000 restantes los tendría guardados en in sobre cerrado adentro de su cartera; que los tomara cuando se la robara.
_ ¿Dónde se reunieron?_ preguntó Echévez, escéptico.
_ En un bar en Boedo. La vi ahí tres veces antes del incidente de hoy.
_ ¿Cómo se llama el bar?
_ Milonga porteña.
_ Vamos a ver si decís la verdad_ señaló el teniente Osuna, algo contrariado.
Revisaron la cartera de la mujer vaciando el total de su contenido sobre la mesa: había todo tipo de accesorios que se esperan encontrar adentro de una cartera de mujer, menos un sobre con 70.000 australes. La historia pareció derrumbarse enseguida.
_ ¿No le dije, teniente, que nos vio la cara de pelotudos?_ confirmó Echévez.
_ ¿Estás jugando con nosotros, imbécil?_ le dijo el teniente Osuna a Velner, absolutamente enardecido.
_ Revisen el doble fondo_ sugirió el detenido, preservando en todo momento la calma.
Los dos oficiales acataron la sugerencia con regocijo. Pero cuando constataron que el doble fondo era real y que escondía el sobre con el dinero, se exaltaron asiduamente.
También verificaron que Aníbal Pérez era oficial activo y recibido hacía tres años de Prefectura, por lo que la extraordinaria historia relatada por el señor Velner tenía todos los condimentos de una fábula genuina.
Inmediatamente, los dos hombres fueron hasta el bar que les indicó el sospechoso, aunque poco les importó estar fuera de su jurisdicción. Hablaron con Joaquín Dinalba, el dueño del bar, que confirmó que efectivamente Velner se reunió en tres ocasiones recientes con la señora Lopriaga.
_ ¿Y cómo es que lo recuerda tan bien con toda la gente que viene a diario?_ indagó el teniente Osuna.
_ Porque la mujer en cuestión_ respondió con sinceridad Dinalba, _ vino vestida con el mismo traje ocre todas las veces.
_ El mismo traje ocre que traía puesto cuando la mataron_ aseguró Echévez.
_ ¿Y el otro tipo?
_ No me fijé del todo en eso. Pero creo estar seguro de que vino vestido siempre de una forma diferente.
Los dos oficiales agradecieron su colaboración al tiempo que se retiraron.
_ Si descubren que nos metimos en una jurisdicción fuera de nuestra competencia en vez de requerir la intervención de la Policía Federal, nos cagan a palos_ protestó impaciente el oficial Echévez.
_ Me importa un carajo_ refutó Osuna.
_ ¿Así que la señora Lopriaga quería llamar la atención?
_ ¿Por qué lo dice?
_ ¿Por qué iba a vestirse sino siempre de la misma manera, con un traje ocre? Y el ocre es un color que en prendas de vestir femeninas no pasa para nada desapercibido.
_ Sí, tiene razón. Se nos está escapando algo y éste tipo no nos dice demasiado.
_ Hay que arrancarle todo lo que sabe de la forma que sea.
Y se le ocurrió pensar en ése instante si se trataba de la misma mujer o si el señor Velner había sido la presa perfecta para una ingeniosa y espectacular trampa. ¿La mujer del restaurante era la misma que la del traje ocre del bar? A Echévez se le ocurrió pensar que no, pero la idea prefirió por el momento reservársela para sus adentros. Podría estar equivocado pero necesitaba disponer de más elementos y de mayores certezas. De nuevo en la Seccional, volvieron a reunirse con Juan Velner.
_ Tenés dos puntos a favor_ dijo consternado el teniente Osuna, _ porque en el bar que nos indicaste confirmaron tu historia.
_ Quiero saber_ interpuso Echévez_ cómo se comportó la señora Lopriaga cuando usted la interceptó a la salida del restaurante, conforme a lo planeado de antemano.
_ Sorprendida y asustada, por supuesto_ respondió Velner, sosegadamente.
_ ¿Sorpresa y miedo infringidos o disimulados?
_ No me pareció que actuara. Pero si fingió, era muy buena actriz.
_ Se supone que tiene que disimular.
_ Opino igual.
_ Vos no nos estás diciendo toda la verdad_ advirtió mordaz el teniente Osuna.
_ Es cierto: omití un detalle_ confesó Juan Velner.
_ Hablá_ amenazó Echévez con altivez.
_ Cuando salieron del restaurante y los intercepté… Se produjeron disparos antes de que yo desenfundara mi arma. Después, el tipo forcejeó conmigo y el resto de la historia ya lo conocen.
Hubo un silencio perpetuo. Los dos oficiales se mostraban reacios a aceptar la idea de que Juan Velner no era el asesino.  ¿Alguien se le adelantó y culpó a Velner para cubrir sus rastros? ¿Era una mera estrategia para deslindarse de los cargos? ¿Qué era lo que ocurría en verdad? La respuesta a la primera pregunta podía ser sí si se tomaban en cuenta los resultados de Balística: la trayectoria de uno de los disparos que recibió el señor Pérez recorrió toda su cintura hasta su espalda, produciéndole quemaduras de consideración en sus tejidos, por lo que continuaba con pronóstico reservado y riesgo de vida. Ésta conclusión alimentaba la hipótesis de la presencia de una tercera persona, lo cual resultaba inadmisible.
Echévez y Osuna volvieron a la escena del crimen y analizaron ángulos, posibilidades, hicieron cálculos, midieron distancias y todo los llevó a la nada misma. Ambos hombres estaban irritados y mentalmente agotados. Inmediatamente, fueron a la clínica en donde permanecía internado Aníbal Pérez pero la noticia que recibieron por parte de los médicos no fue alentadora: Aníbal Pérez falleció, y además, los estudios que le practicaron sobre VIH arrojaron un resultado negativo.
_ ¿Qué carajo está pasando acá?_ disparó Franco Osuna, completamente confundido y sobreexaltado.
_ Hay algo mucho más grande de fondo y me molesta no saber qué es_ enfatizó Echévez.
Volvieron a la Comisaría.
_ Llegó este fax para usted, teniente_ le dijo el oficial de Entrada a Osuna cuando ingresó.
_ No estoy para nada de humor_ repuso el aludido, ofuscado._ ¿Quién lo envía?
_ Un tal Dortmund. Creo que el tipo es extranjero. Recomendación de nuestro colega Riestra y es sobre este caso en particular.
_ ¿Cómo se enteró Riestra y por qué metió las narices en donde no lo llamaron?
_ Los detalles del caso son de público conocimiento.
Obstinado, recogió el papel de manos del oficial y lo leyó para sí mismo. La misiva expresaba lo siguiente:
“Querido señor Osuna: perdone mi impertinencia y no culpe al capitán Riestra por mi intromisión. Él no tiene nada que ver con esto. La decisión de involucrarme en el caso fue netamente personal. Y sin más, voy a los hechos concretos.
Aníbal Pérez era heredero de una gran fortuna, según mis averiguaciones, y con él muerto; toda su plata y sus dos propiedades de Neuquén pasarían al dominio de su esposa, Mónica Lopriaga. Así, decidida y fría, contrató al señor Velner para asesinar a su esposo, al que convenció de hacerlo bajo pretextos y una historia falsa, que el otro pobre infeliz creyó y aceptó  de ése modo el trabajo. Pero ella no tuvo en cuenta que el señor Aníbal Pérez la descubrió in fraganti hablando por teléfono con el señor Velner. Escuchó toda su idea, de principio a fin, y decidió contraatacar sin balbuceos ni vacilaciones. El pacto había sido sellado por teléfono. Aníbal Pérez habló con una amiga personal suya a la que convenció de hacerse pasar por su esposa. Buscó el número de Velner y ella lo llamó fingiendo ser Mónica Lopriaga con la excusa de verse para ultimar detalles y no dejar nada librado al azar. Aceptó la idea y concretaron tres encuentros en un mismo bar. Pero necesitaba llamar la atención y las citas se concretaron en horarios en donde la concurrencia de clientes era escasa para que el encargado recordase a la bella dama del traje ocre junto al gentil caballero que la acompañaba, quien en realidad no vio nunca el rostro de la dama, ya que todo el tiempo se lo cubrió con un gran sombrero de copa y un velo negro, dejando al descubierto sólo sus ojos y cejas, y sentándose en una ubicación estratégica en donde un luz brillante encandilase ciegamente la vista del señor Velner para así asegurarse de que no se fijara demasiado en sus facciones. Y dadas las circunstancias, Juan Velner no insinuó nada extraño en ésa actitud. Ella lo convenció de que en el restaurante estaría vestida de igual manera, con el mismo traje ocre para que la reconociera enseguida, todo obra del señor Pérez. Así entonces, él invita a su mujer a cenar a ése restaurante donde se desató el drama y la incita a vestirse con el sutil traje ocre, que él alega que adquirió exclusivamente para ella. Mónica Lopriaga acepta creyendo que su plan resultaría todo un éxito y sin sospechar en lo más mínimo del contraataque de su marido. Sólo tuvo que avisarle al señor Velner que hubo un cambio de planes en cuanto al lugar. La cómplice de Pérez yacía detrás de unos arbustos a metros de la entrada del restaurante. En cuanto el matrimonio salió y se acercó lo suficiente, la otra mujer disparó desde donde estaba escondida, mató a la señora Lopriaga y huyó despavorida y sin ser vista. El señor Pérez se abalanzó de inmediato sobre Juan Velner, forcejearon y se produjo un intercambio de disparos al aire. Pero la cómplice de Aníbal Pérez volvió de nuevo a su escondrijo y le disparó desde el mismo ángulo al propio Pérez para inculpar del todo a Juan Velner. Y ella, otra vez, volvió a darse a la fuga. Y cuando me enteré de que Aníbal Pérez había cambiado su testamento para dejarle el total de su dinero a su fiel amiga y cómplice, entendí enseguida porqué regresó.  Y el señor Velner no fue más que un pobre comodín al que acomodaron como quisieron porque sabían que no era un hombre tan inteligente como para descubrir la verdad de todo.
Sin nada más que agregar sobre el particular, lo saluda cordialmente: Sean Dortmund”.
El teniente Osuna se oprimió la carta fuertemente sobre el pecho, sin poder expresar con palabras la satisfacción y la gratitud que sintió en ése momento. Su atención de volvió otra vez hacia el mensaje porque se había olvidado de leer el final:
“P.D.: mis honorarios por hacer una investigación particular y en paralelo a la emprendida por ustedes 30.000.000 de australes. ¡Ja! No se sulfure, es una inocente broma. Y le vuelvo a rogar que me perdone usted por mi impertinencia”.


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