La joven pareja salía del restaurante emplazado en plena zona comercial del centro de Quilmes. A los pocos metros fueron sorprendidos por un desconocido que le arrebató la cartera a la mujer y le disparó en el pecho. La dama cayó desplomada al piso, tras lo que el hombre que la acompañaba se abalanzó sobre el sujeto y después de oírse varias detonaciones, el hombre cayó herido sobre la vereda, a pocos metros del cuerpo de su esposa. El desconocido intentó escapar pero fue detenido in situ por dos oficiales que casualmente patrullaban la zona.
La víctima
fatal se llamaba Mónica Lopriaga. Era una mujer de unos cuarenta años, cara
angelical, ojos color miel, delgada y cabello castaño liso. Su pareja fue
identificada como Aníbal Pérez, un hombre de unos cuarenta y tres años, alto,
ojos negros saltones y de cuerpo fornido. El ladrón, que fue trasladado a la
Comisaría Segunda de Quilmes Oeste, fue identificado como Juan Velner, oriundo
de la provincia de Mendoza y sin antecedentes penales.
_ No es un
caso muy complicado_ le decía el oficial Echévez al teniente en jefe, Franco
Osuna, a cargo de la investigación._ Fue un robo que salió mal, nada más. Que
declare y lo acusamos de homicidio simple en concurso real con tentativa de
robo agravada por el uso de arma de fuego, por el femenino; y tentativa de
homicidio en grado de robo, por el masculino. Prisión perpetua. Es pan comido.
Pero el
teniente Osuna se mostró reticente a aceptar la idea de "algo simple".
Podría haber oculto algo más y si era así, tenían que averiguarlo enseguida. El
oficial Echévez optó por mostrarse indiferente ante la situación.
Cuando
ambos ingresaron a la sala de interrogatorios, el señor Velner estaba
extraordinariamente tranquilo e impasivo, con los brazos apoyados sobre la
mesa.
_ ¿Tienen
un cigarrillo?_ preguntó cuando los dos hombres penetraron en el cuarto_ La abstinencia me está matando.
_ Callate
la boca y escuchame lo que te voy a decir_ dijo autoritario y con voz gruñona,
el teniente Osuna._ Estás demasiado complicado, pibe. Contame todo pero con
lujo de detalle y con los muchachos te vamos a hacer quedar bien con el juez...
Suponiendo que el juez sea un tipo piola_. Esto último lo dijo en señal de
advertencia.
Velner se
mostró inexpresivo e imperturbable.
_ Una buena
oportunidad, ¿no?_ continuó Osuna_ Viste a la parejita feliz salir del
restaurante, dijiste "Ésta es la mía", los asaltaste pero se
resistieron, forcejearon y las cosas se salieron de control. ¿El resultado? Un
muerto y otro gravemente herido con pronóstico reservado. ¿Qué tenés para decir
en tu defensa?
Juan Velner
sonrió burlonamente.
_ Que todo
fue planeado por la señora Lopriaga_ dijo para sorpresa de los presentes.
Los dos
hombres se miraron entre sí con dudas y estupor.
_ No nos
tomés por pelotudos_ arremetió Echévez con lascivia.
_
Explicate_ sugirió más apacible, Osuna.
_ Aníbal
Pérez era agente de Prefectura... Tenía Sida.
_ ¡Tiene!_
protestó el oficial Echévez golpeando la mesa con su puño_ Todavía vive.
Osuna lo
frenó con un ademán.
_ La mujer
lo sabía_ continuó el sospechoso_ y sabía que estaba infectada y que le quedan
unos pocos años, nada más. Me contactó. No sé cómo llegó a mí pero lo hizo. Me
dijo que si ella estaba sentenciada, se llevaría a su marido con ella. Lo
planeó todo sola. Me pagó 40.000 australes por anticipado y me dijo que los
170.000 restantes los tendría guardados en in sobre cerrado adentro de su
cartera; que los tomara cuando se la robara.
_ ¿Dónde se
reunieron?_ preguntó Echévez, escéptico.
_ En un bar
en Boedo. La vi ahí tres veces antes del incidente de hoy.
_ ¿Cómo se
llama el bar?
_ Milonga porteña.
_ Vamos a
ver si decís la verdad_ señaló el teniente Osuna, algo contrariado.
Revisaron
la cartera de la mujer vaciando el total de su contenido sobre la mesa: había
todo tipo de accesorios que se esperan encontrar adentro de una cartera de
mujer, menos un sobre con 70.000 australes. La historia pareció derrumbarse
enseguida.
_ ¿No le
dije, teniente, que nos vio la cara de pelotudos?_ confirmó Echévez.
_ ¿Estás
jugando con nosotros, imbécil?_ le dijo el teniente Osuna a Velner,
absolutamente enardecido.
_ Revisen
el doble fondo_ sugirió el detenido, preservando en todo momento la calma.
Los dos
oficiales acataron la sugerencia con regocijo. Pero cuando constataron que el doble fondo era real y que escondía el sobre
con el dinero, se exaltaron asiduamente.
También
verificaron que Aníbal Pérez era oficial activo y recibido hacía tres años de
Prefectura, por lo que la extraordinaria
historia relatada por el señor Velner tenía todos los condimentos de una fábula
genuina.
Inmediatamente,
los dos hombres fueron hasta el bar que les indicó el sospechoso, aunque poco
les importó estar fuera de su jurisdicción. Hablaron con Joaquín Dinalba, el
dueño del bar, que confirmó que efectivamente Velner se reunió en tres
ocasiones recientes con la señora Lopriaga.
_ ¿Y cómo
es que lo recuerda tan bien con toda la gente que viene a diario?_ indagó el
teniente Osuna.
_ Porque la
mujer en cuestión_ respondió con sinceridad Dinalba, _ vino vestida con el
mismo traje ocre todas las veces.
_ El mismo
traje ocre que traía puesto cuando la mataron_ aseguró Echévez.
_ ¿Y el
otro tipo?
_ No me
fijé del todo en eso. Pero creo estar seguro de que vino vestido siempre de una
forma diferente.
Los dos
oficiales agradecieron su colaboración al tiempo que se retiraron.
_ Si
descubren que nos metimos en una jurisdicción fuera de nuestra competencia en
vez de requerir la intervención de la Policía Federal, nos cagan a palos_
protestó impaciente el oficial Echévez.
_ Me
importa un carajo_ refutó Osuna.
_ ¿Así que
la señora Lopriaga quería llamar la atención?
_ ¿Por qué
lo dice?
_ ¿Por qué
iba a vestirse sino siempre de la misma manera, con un traje ocre? Y el ocre es
un color que en prendas de vestir femeninas no pasa para nada desapercibido.
_ Sí, tiene
razón. Se nos está escapando algo y éste tipo no nos dice demasiado.
_ Hay que
arrancarle todo lo que sabe de la forma que sea.
Y se le
ocurrió pensar en ése instante si se trataba de la misma mujer o si el señor
Velner había sido la presa perfecta para una ingeniosa y espectacular trampa. ¿La mujer del restaurante era la misma que
la del traje ocre del bar? A Echévez se le ocurrió pensar que no, pero la
idea prefirió por el momento reservársela para sus adentros. Podría estar
equivocado pero necesitaba disponer de más elementos y de mayores certezas. De
nuevo en la Seccional, volvieron a reunirse con Juan Velner.
_ Tenés dos
puntos a favor_ dijo consternado el teniente Osuna, _ porque en el bar que nos
indicaste confirmaron tu historia.
_ Quiero
saber_ interpuso Echévez_ cómo se comportó la señora Lopriaga cuando usted la
interceptó a la salida del restaurante, conforme a lo planeado de antemano.
_
Sorprendida y asustada, por supuesto_ respondió Velner, sosegadamente.
_ ¿Sorpresa
y miedo infringidos o disimulados?
_ No me
pareció que actuara. Pero si fingió, era muy buena actriz.
_ Se supone
que tiene que disimular.
_ Opino
igual.
_ Vos no
nos estás diciendo toda la verdad_ advirtió mordaz el teniente Osuna.
_ Es
cierto: omití un detalle_ confesó Juan Velner.
_ Hablá_
amenazó Echévez con altivez.
_ Cuando
salieron del restaurante y los intercepté… Se produjeron disparos antes de que
yo desenfundara mi arma. Después, el tipo forcejeó conmigo y el resto de la
historia ya lo conocen.
Hubo un
silencio perpetuo. Los dos oficiales se mostraban reacios a aceptar la idea de
que Juan Velner no era el asesino. ¿Alguien se le adelantó y culpó a Velner para
cubrir sus rastros? ¿Era una mera estrategia para deslindarse de los cargos?
¿Qué era lo que ocurría en verdad? La respuesta a la primera pregunta podía ser
sí si se tomaban en cuenta los resultados de Balística: la trayectoria de uno
de los disparos que recibió el señor Pérez recorrió toda su cintura hasta su
espalda, produciéndole quemaduras de consideración en sus tejidos, por lo que
continuaba con pronóstico reservado y riesgo de vida. Ésta conclusión
alimentaba la hipótesis de la presencia
de una tercera persona, lo cual resultaba inadmisible.
Echévez y
Osuna volvieron a la escena del crimen y analizaron ángulos, posibilidades,
hicieron cálculos, midieron distancias y todo los llevó a la nada misma. Ambos
hombres estaban irritados y mentalmente agotados. Inmediatamente, fueron a la
clínica en donde permanecía internado Aníbal Pérez pero la noticia que
recibieron por parte de los médicos no fue alentadora: Aníbal Pérez falleció, y
además, los estudios que le practicaron
sobre VIH arrojaron un resultado negativo.
_ ¿Qué
carajo está pasando acá?_ disparó Franco Osuna, completamente confundido y
sobreexaltado.
_ Hay algo
mucho más grande de fondo y me molesta no saber qué es_ enfatizó Echévez.
Volvieron a
la Comisaría.
_ Llegó
este fax para usted, teniente_ le dijo el oficial de Entrada a Osuna cuando
ingresó.
_ No estoy
para nada de humor_ repuso el aludido, ofuscado._ ¿Quién lo envía?
_ Un tal
Dortmund. Creo que el tipo es extranjero. Recomendación de nuestro colega
Riestra y es sobre este caso en particular.
_ ¿Cómo se
enteró Riestra y por qué metió las narices en donde no lo llamaron?
_ Los
detalles del caso son de público conocimiento.
Obstinado,
recogió el papel de manos del oficial y lo leyó para sí mismo. La misiva
expresaba lo siguiente:
“Querido señor Osuna: perdone mi impertinencia
y no culpe al capitán Riestra por mi intromisión. Él no tiene nada que ver con
esto. La decisión de involucrarme en el caso fue netamente personal. Y sin más,
voy a los hechos concretos.
Aníbal Pérez era heredero de una gran fortuna,
según mis averiguaciones, y con él muerto; toda su plata y sus dos propiedades
de Neuquén pasarían al dominio de su esposa, Mónica Lopriaga. Así, decidida y
fría, contrató al señor Velner para asesinar a su esposo, al que convenció de
hacerlo bajo pretextos y una historia falsa, que el otro pobre infeliz creyó y
aceptó de ése modo el trabajo. Pero ella
no tuvo en cuenta que el señor Aníbal Pérez la descubrió in fraganti hablando
por teléfono con el señor Velner. Escuchó toda su idea, de principio a fin, y
decidió contraatacar sin balbuceos ni vacilaciones. El pacto había sido sellado
por teléfono. Aníbal Pérez habló con una amiga personal suya a la que convenció
de hacerse pasar por su esposa. Buscó el número de Velner y ella lo llamó
fingiendo ser Mónica Lopriaga con la excusa de verse para ultimar detalles y no
dejar nada librado al azar. Aceptó la idea y concretaron tres encuentros en un
mismo bar. Pero necesitaba llamar la atención y las citas se concretaron en
horarios en donde la concurrencia de clientes era escasa para que el encargado
recordase a la bella dama del traje ocre junto al gentil caballero que la
acompañaba, quien en realidad no vio nunca el rostro de la dama, ya que todo el
tiempo se lo cubrió con un gran sombrero de copa y un velo negro, dejando al
descubierto sólo sus ojos y cejas, y sentándose en una ubicación estratégica en
donde un luz brillante encandilase ciegamente la vista del señor Velner para
así asegurarse de que no se fijara demasiado en sus facciones. Y dadas las
circunstancias, Juan Velner no insinuó nada extraño en ésa actitud. Ella lo
convenció de que en el restaurante estaría vestida de igual manera, con el
mismo traje ocre para que la reconociera enseguida, todo obra del señor Pérez.
Así entonces, él invita a su mujer a cenar a ése restaurante donde se desató el
drama y la incita a vestirse con el sutil traje ocre, que él alega que adquirió
exclusivamente para ella. Mónica Lopriaga acepta creyendo que su plan
resultaría todo un éxito y sin sospechar en lo más mínimo del contraataque de
su marido. Sólo tuvo que avisarle al señor Velner que hubo un cambio de planes
en cuanto al lugar. La cómplice de Pérez yacía detrás de unos arbustos a metros
de la entrada del restaurante. En cuanto el matrimonio salió y se acercó lo
suficiente, la otra mujer disparó desde donde estaba escondida, mató a la señora
Lopriaga y huyó despavorida y sin ser vista. El señor Pérez se abalanzó de
inmediato sobre Juan Velner, forcejearon y se produjo un intercambio de
disparos al aire. Pero la cómplice de Aníbal Pérez volvió de nuevo a su
escondrijo y le disparó desde el mismo ángulo al propio Pérez para inculpar del
todo a Juan Velner. Y ella, otra vez, volvió a darse a la fuga. Y cuando me
enteré de que Aníbal Pérez había cambiado su testamento para dejarle el total
de su dinero a su fiel amiga y cómplice, entendí enseguida porqué regresó. Y el señor Velner no fue más que un pobre
comodín al que acomodaron como quisieron porque sabían que no era un hombre tan
inteligente como para descubrir la verdad de todo.
Sin nada más que agregar sobre el particular,
lo saluda cordialmente: Sean Dortmund”.
El teniente
Osuna se oprimió la carta fuertemente sobre el pecho, sin poder expresar con
palabras la satisfacción y la gratitud que sintió en ése momento. Su atención
de volvió otra vez hacia el mensaje porque se había olvidado de leer el final:
“P.D.: mis honorarios por hacer una
investigación particular y en paralelo a la emprendida por ustedes 30.000.000
de australes. ¡Ja! No se sulfure, es una inocente broma. Y le vuelvo a rogar
que me perdone usted por mi impertinencia”.
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