lunes, 27 de marzo de 2017

Las detectives (Gabriel Zas)






                                 Caso 3: La señora Urresti está muerta

 



_ Dos semanas sin que nos asignen ningún caso_ se lamentó quejosa, Ivonne Fraga.

_ Dos semanas turbulentas_ confirmó exasperante Ailen Ezcurra._ Ése Nievas nos bailó de lo lindo. Salieron a la luz mil cosas que ni me las imaginaba.

_ Si todos los casos que nos toque resolver de ahora en más van a ser así de complejos, desde ya te digo que renuncio.

_ Ni que me lo digas. El lavado de sesos que nos hizo Laberna te lo regalo. No sé cómo no nos echó todavía.

_ Ése infeliz de Nievas se debe estar descostillando de la risa de nosotras. Muerte por envenenamiento... Sí, claro. Lo aplaudo.

El comisario mayor Hipólito Laberna interrumpió la conversación de las detectives para designarlas a un caso de homicidio en Villa del Parque. Ambas mujeres sonrieron complacidas y a las dos horas ya estaban en la escena del crimen, en donde el equipo de Criminalística junto a unos oficiales ya habían adelantado buena parte del trabajo.

La casa en cuestión era una lujosa quinta con una amplia entrada con cochera, un pequeño cantero provisto de un verde reluciente y un jardín trasero perfectamente cuidado. La víctima, identificada como Olga Urresti, yacía tendida de costado en medio del vestíbulo con una fuerte contusión en la parte posterior de su cabeza provocada por un objeto contundente no encontrado en la escena. A unos metros del cuerpo, había un par de anteojos tirados con ambos cristales triturados post mortem. Fue lo primero que llamó la atención de Ailen Ezcurra, que le expuso sus dudas a su compañera, Ivonne Fraga.

_ Si los anteojos_ empezó explicando vacilante Ezcurra, _ se hubiesen roto durante una lucha que la víctima mantuvo con su asesino minutos antes de morir, sería comprensible. Pero, ¿por qué el desconocido los destruiría después?

_ Una buena pregunta sin respuesta todavía_ replicó Fraga entre cavilaciones.

_ ¿La víctima intentó defenderse, doctor?_ le preguntó Ezcurra al forense.

_ No encontré ni heridas defensivas ni piel debajo de sus uñas. Definitivamente, fue un ataque sorpresa._ confirmó el doctor Zarasola, el forense de la causa.

_ ¿Qué cree que pasó?_ quiso saber Ivonne con sumo interés.

_ A juzgar por la herida y la posición del cuerpo, el asesino la increpó de frente. Ella lo vio venir y se asustó. La señora Urresti retrocedía clamando piedad mientras el sospechoso avanzaba hacia ella decidido a todo. Presumo que la occisa intentó huir y el asesino se aseguró de que eso no pasase.

_ ¿Un robo que salió mal?_ intermedió Ailen Ezcurra.

_ Podría ser válido, a no ser por el detalle de que no forzaron la entrada. Esto fue algo más personal y directo, desde mi punto de vista.

_ Gracias, Zarasola.

Las investigadoras confirmaron que en la casa no faltaba nada y que estaba todo en su lugar. Los peritos corroboraron a su vez que no encontraron ni huellas ni restos de ADN en toda la casa.

_ ¿Quién encontró el cuerpo y notificó al 911?_ le consultó Ailen Ezcurra a uno de los oficiales que investigaba.

_ El esposo de la víctima_ respondió aquél._ Según lo que declaró, la señora Olga Urresti era ama de casa y el señor Basualdo, el marido en cuestión, contador. Todas las mañanas se levantaban juntos a las siete porque el señor Basualdo trabaja en una oficina en Microcentro y su mujer le preparaba el desayuno y lo ayudaba a preparar sus cosas. La mañana de hoy fue como cualquier otra. Se despidió de su mujer pero a la media hora la llamó por teléfono porque se había olvidado unos balances importantes que, según él, debía entregar sin falta y le pidió que se los preparara así no perdía tiempo en buscarlos. Llegó, abrió la puerta con llave y lo primero que vio fue a su esposa tendida en el piso, muerta.

_ ¿Dijo si notó algo extraño en el comportamiento de su esposa ésta mañana?_ inquirió la detective Fraga.

_ No, dijo que estaba como siempre. Y cuando le preguntamos sobre sus enemistades, respondió que Olga Urresti era una mujer encantadora a la que todos adoraban. Todos dicen siempre lo mismo.

_ ¿Los vecinos escucharon alguna pelea o algo por el estilo? ¿Vieron algún movimiento extraño en el vecindario?

_ Por lo que nos dijeron, no. Pero lo único que le pareció curioso al señor Basualdo, ahora que lo pienso, fue que el pitillo de la puerta no estaba puesto, cuando nos aseguró que ella siempre lo ponía por una cuestión de seguridad porque se quedaba sola hasta que él volvía de la oficina a las ocho de la noche.

El interés de las investigadoras fue genuino e imprevisto.

_ ¿Está seguro, oficial?_ indagó Ailen Ezcurra.

_ Sí. El señor Basualdo escuchaba todas las mañanas el ruido atrás suyo cuando abandonaba la casa para ir al trabajo. Pero hoy no se percató de ese detalle porque dijo que el sonido ése ya lo tiene instalado en su inconsciente. Cuando abrió la puerta sin problemas, no lo notó hasta después del hallazgo del cuerpo.

_ ¿Tocó timbre para que su mujer le abriera antes de colocar la llave en la cerradura?

_ No lo sabemos. Pero así lo dicta la lógica. Cuando vio que ella no respondía, por instinto abrió con la llave.

_ ¿Por qué no puso el pitillo, justo hoy, cuando la matan?

_ ¿Tendría un amante?_ indagó Ivonne con indecisión.

_ Y dejó la puerta destrabada para que ingresara_ reflexionó de improviso, Ailen Ezcurra.

_ Pero algo salió mal y la señora Urresti terminó muerta.

_ Es lo único que explica el previo conocimiento de ciertos detalles... ¿Dónde está el marido ahora?

_ En la habitación que compartían juntos, en el primer piso, subiendo la escalera caracol_ confirmó el oficial, amablemente._ La primera puerta a la derecha. Está en carácter de demorado. Encontró el cuerpo de su propia esposa. No es poca cosa.

_ Sí, lo entendemos, es comprensible. Que se quede ahí. Vamos a hablar con él enseguida. Gracias_ culminó la frase la detective Ezcurra.

_ Los anteojos rotos después del crimen_ ponía en orden los detalles, Ivonne Fraga, mientras se dirigían al baño para revisarlo, _ el detalle del pitillo, la llave...

_ Sí, es todo curiosamente interesante_ coincidió Ailen Ezcurra._ Como en las novelas clásicas, el principal sospechoso es el marido de la víctima. Imagino lo atractivo que pudiera resultar ser.

Su amiga la miró con recelo y estupor.

_ Es muy atractivo el caso, mal pensada_ aclaró con un esbozo la detective Ezcurra._ Sé la regla principal: no involucrarse ni con compañeros de trabajo ni mucho menos con los sospechosos.

En el baño no había nada sobresaliente, excepto que la bañadera estaba a medio llenar. Al verla así, la detective Fraga frunció el ceño y dejó que una sucesión de ideas improvisadas la atacaran con fuerza, aunque no hizo gala de ninguna de ellas. Sólo juzgó lo que sus ojos contemplaban. Se arrodilló frente a la bañera y sumergió levemente su mano en ella. El agua estaba fría. Y sometió ése detalle a la lógica de su compañera.

_ Pasaron más de dos horas desde que llegamos_ señaló Ezcurra con contundencia._ Es normal la temperatura del agua en estas condiciones.

_ Sí, tenés razón..._ repuso Fraga nada convencida.

Revisaron los botiquines y el resto de las cosas predominantes en el baño sin alcanzar ningún resultado sorprendente, y volvieron a la sala principal cuando terminaron con la requisa.

_ Disculpe, oficial_ interceptó Ivonne Fraga al agente que entrevistaron anteriormente._ ¿Los peritos ya examinaron todas las habitaciones de la casa en general?

_ Sí, señora_ respondió el consultado, cortésmente_ ¿por qué desea saberlo? ¿Pasó algo más?

_ ¿Encontraron alguna toalla afuera o algún indicio de que la víctima fuera a bañarse?

_ ¡Ah! La bañadera. No, nada que lo indicase. Cuando los técnicos revisaron el agua, ya estaba fría.

_ ¿Cuánto tardaron en llegar a la escena después de la llamada?

_ Veinte minutos, detective.

_ Está bien. Sólo que la víctima estaba perfectamente vestida... Gracias de nuevo, oficial.

El hombre se agarró la gorra como un gesto de cordial saludo.

_ No digo que no sea sospechoso_ le decía Ailen Ezcurra a Ivonne Fraga mientras subían por la escalera._ Pero yo pondría el detalle de la bañadera en último lugar respecto del orden de los datos más relevantes de los que hasta ahora disponemos.

Su amiga no dijo nada. Entraron en la habitación principal en donde Julio Basualdo, esposo de la señora Urresti, estaba sentado sobre la cama totalmente devastado y compungido. Era un hombre de unos cuarenta y seis años, de espaldas anchas, rostro prominente y de mirada débil. Las investigadoras se presentaron, le dieron sus condolencias al viudo y le hicieron una serie de preguntas similares a las que ya le habían formulado antes otros oficiales.

_ Si ella hubiese puesto el pitillo como siempre_ se lamentaba el señor Basualdo, _ ahora estaría viva.

_ Sugiere que alguien la vigilaba y vio el momento oportuno para hacerlo_ sugirió la detective Ezcurra.

_ Nadie la acechaba. Cualquier presencia extraña la hubiese notado.

_ No si el sospechoso la vigilaba durante su ausencia, señor Basualdo.

_ ¿Su esposa no recibió amenazas ni llamados ni nada inusual durante las últimas semanas?_ preguntó Fraga.

_ No, nada de eso, detective. Parece una locura todo esto.

_ ¿Y qué hay de usted? ¿Tenía enemigos, alguien quería lastimarlo, señor Basualdo?

_ ¿Qué está insinuando?_ disparó el interrogado con hostilidad.

_ Sólo descartamos posibilidades. Si lo querían a usted, es posible que lo amedrentaran asesinando a su esposa.

_ No, tengo todo en orden. Estoy limpio.

Un oficial irrumpió intempestivamente en ése instante, solicitando hablar con las detectives en privado. Les mostró las finanzas del señor Basualdo. Había hecho una transferencia de $100.000 a la cuenta de Juan Gallardo, un socio suyo que trabajaba en la misma financiera que él y que tenía un pasado turbio: fue arrestado en varias ocasiones por robo y asalto a mano armada. Y por si fuera poco, Julio Basualdo había sacado cinco seguros de vida a nombre de la señora Urresti a espaldas de ella. Ni bien tomaron conocimiento de ésta situación, las detectives Ezcurra y Fraga aislaron al señor Basualdo de ésa habitación y lo llevaron a otra distinta, a modo de sala de interrogatorios para hablar con él a solas y tranquilas. Una vez los tres solos dentro de la nueva habitación, las investigadoras le mostraron al señor Basualdo la evidencia y se sobresaltó.

_ No sé nada de todo esto. Debe ser un error_ dijo titubeando.

_ ¿También es un error que perdió millones por una operación que salió mal, algo que sin dudas se lo ocultó a su esposa como un cobarde y que la mató para recuperar toda ésa plata cobrando los seguros de vida que promovió sin su consentimiento y a traición?_ lo increpó con determinación, Ailen Ezcurra.

_ ¡Yo no lo hice!_ protestó el viudo poniéndose súbitamente de pie, que volvió a sentarse enseguida tras obedecer una directiva de las mujeres.

_ Creo que el plan original era_ empezó explicando Fraga_ hacerlo parecer todo como un accidente. No me cerraba cómo el señor Juan Gallardo había entrado si su esposa trababa la puerta con el pitillo siempre. Y cuando pensé en cómo fue el ataque según lo que dedujo el forense y en base a la posición del cuerpo, lo supe: él ya estaba adentro, oculto en el sótano y actuaría en cuanto usted se fuese. Tenía que asesinarla de un golpe tal como lo hizo y dejar el cuerpo dispuesto en la bañadera para simular un accidente. Luego, Gallardo vestiría ropas suyas, porque supongo que es su misma talla, y saldría, igual que como lo hizo, por la puerta principal. Y si alguien lo veía salir, sin dudas pensarían que se trataba de usted.

Y le cedió la palabra a su amiga.

_ Usted, señor Basualdo_ siguió con el relato, Ailen Ezcurra_ no fue al trabajo, sino que dio un par de vueltas por ahí para darle tiempo a su “amigo” a terminar con el plan, que supuso que no demoraría demasiado tiempo. Usted se levantó un poco más temprano del horario habitual para llenar la bañadera y volvió a la cama otra vez con su esposa para que ella lo viera a su lado cuando despertara así no sospechaba nada. Sólo tenía que disuadirla con cualquier pretexto para que no usara el baño principal.
Pero el señor Gallardo tiene varios antecedentes y sumar un crimen no era una idea muy tentadora que digamos. ¿Él preso y usted libre por ahí? Era una gran injusticia. Así que hizo un cambio de planes. Después de que matara a su esposa, tomó los anteojos que ella traía puestos y los estrelló estrepitosamente contra el piso para hacerlo ver como un crimen personal, porque los lentes son algo personal, y con el hecho de que el detalle de la bañadera quedaba aislado, su buen amigo supuso que eso lo pondría en evidencia y nos llevaría directo hacia usted. Y no se equivocó.

_ Tanto esmero puso en llenar la bañera, para que alguien en quien usted confió lo ridiculizara. Y mire si no lo consiguió.

_ No me arrepiento de nada_ adujo Basualdo con frivolidad.

_ Eso se nota_ sentenció Fraga con zozobra._ Usted no estaba nervioso ni afligido por la pérdida de su adorable esposa, sino porque Gallardo lo traicionó. Pero si colabora, quizás sufra menos años encerrado en prisión.

_ Pero es muy probable_ disparó la detective Ezcurra en tono sobrante_ que Gallardo lo delate, así que no va a funcionar. Devuélvale el favor y díganos dónde está él ahora.

No obstante, eligió no hablar. Minutos más tarde, un oficial que custodiaba la entrada a la habitación se llevó detenido a Julio Basualdo tras una indicación de ambas mujeres.

_ Este tipo me da asco_ lanzó Ivonne Fraga con escozor._ Puso sus necesidades financieras por encima de la vida de una mujer inocente.

_ Por tipos así, no pienso casarme nunca en la vida_ proclamó firme Ezcurra, ante la sorpresa y el estupor de su amiga.

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