miércoles, 8 de marzo de 2017
El inquilino del piso inferior (Gabriel Zas)
Aquél joven mezquino, de aspecto presuntuoso y de mirada inquietante se paró frente a la entrada de la inmobiliaria vacilante y cabizbajo. Estaba decidido a ingresar pero algo lo detenía. ¿Se habría arrepentido, quizás? No, no era de la clase de hombres que se echasen atrás después de tomar una determinación, por más inocua que la misma resultase. Era un caballero de palabra y acción inmediatos, pero su actitud aquélla vez resultó la de un hombre reacio a seguir una idea, empujado tal vez por el miedo que pudiera producirle una respuesta inesperada. Tenía miedo de enfrentarse a algo que no era capaz de aceptar si la respuesta no satisfacía su sed de negocios y ambición. Juntó valor y entró preparado para lo que fuera. Se paró justo delante de un escritorio cuya empleada estaba discutiendo gravemente con un cliente por teléfono y que no había advertido su presencia sino hasta que colgó bruscamente impulsada por un sentimiento de enojo irremediable. Cuando su mirada chocó accidentalmente con la de su visitante su rostro se iluminó por completo. La expresión de ira se había desvanecido súbitamente como por arte de magia.
_ Lo lamento..._ se disculpó ella delicadamente y con una sonrisa en sus labios.
Rita, tal era el nombre que figuraba en su credencial, era una muchacha de unos modales refinados y muy modestos. Era rubia, piel pálidamente blanca y su edad oscilaba entre los treinta y los treinta y cuatro años.
_ Un cliente difícil, lo entiendo_ respondió él, con una mirada cautivadora y unos modales conquistadores. _ No te hagás mala sangre. Clientes así los hay en todos lados.
Su comportamiento en nada se condecía con su apariencia ruda y áspera.
_ Soy Hernández_ dijo pegado a su última frase. _ Supongo que te informaron que pasaría hoy por éstas horas.
_ ¡Ah, sí! Su padre me dijo que vendría a retirar la llave del departamento hoy. Falta que firme el consentimiento y la casa es suya. Déjeme adivinar: ¿regalo de cumpleaños?
_ Tuteame, por favor. Me hacés sentir un viejo al lado tuyo, sino_ y soltó una fina risita simpática y amistosa.
Rita rió dulcemente y sus mejillas adoptaron un color rojizo de manera natural.
_ Bueno, me retracto_ dijo alegremente_ ¿Te regalaron el departamento por tu cumpleaños?
_ Sí. Mi padre tiene la maldita costumbre de no revelar ningún secreto hasta el final. Es así en todo. Vino, hizo todas las escrituras, firmó, pagó, puso todo en regla y me lo dejó listo para estrenar.
_ Hizo una elección muy buena. Él ya lo conoce porque fue varias veces con nuestros agentes. Parece que es un hombre rigurosamente detallista.
_ Más de lo que pensás. Por suerte, ya no tengo que sufrir ésa tortura porque me mudo solo. Conviví un día con él y me vas a entender.
Y se rieron en sintonía por el chascarrillo de Hernández. Se habían caído bien mutuamente y la química que hubo entre ellos fue instantánea, nadie podía negarlo. Rita abrió el cajón de su escritorio, tomó la llave y se la entregó en mano a su apuesto cliente.
_ ¿Cuál es la dirección del departamento? Mi padre...
_ ¿No se la dijo? Perdón, ¿no te la dijo?
_ No. Así es él.
La anotó en el revés de una tarjeta de presentación y se la proporcionó gentilmente, al igual que toda la documentación correspondiente. Se saludaron formalmente, pero antes de irse definitivamente, Hernández le propuso a la hermosísima Rita ir a cenar un día de aquéllos.
_ Sí, claro. Me encantaría_ respondió ella complacida y sin dudar.
_ Te llamo, entonces_ repuso Hernández apasionadamente, y desapareció del recinto. Rita no paraba de sonreír. En cambio él, volvió a tornarse tosco y antisocial, como si dentro de su mismo cuerpo convivieran dos personalidades absolutamente contrastables y muy diferentes entre sí.
Yo volvía del supermercado con las manos sobrecargadas de bolsas. La lista que Dortmund me dio de las cosas que nos hacían falta era tan extensa como un testamento. Y más, también. Apenas pude tomar un descanso frente a la puerta principal para buscar entre mis bolsillos la llave. Revolví varias veces todos los lugares posibles donde pude haberla guardado sin éxito. Hernández llegaba en ése momento y se mostró amable conmigo.
_ Permítame_ me dijo en tono amable, e hizo girar su llave en la cerradura. Abrió y me hizo entrar. Le agradecí y subimos juntos por el ascensor.
_ Si ve a alguien como yo en la entrada a un edificio_ le dije mientras subíamos por el elevador, _ procure no ser gentil. Puede ser una artimaña para ingresar a los departamentos con fines delictivos. Es una treta muy común hoy en día, desgraciadamente.
_ Lo tendré en cuenta para otra ocasión_ me dijo secamente, sin mirarme a los ojos y con la mirada perdida en el techo. _ Gracias por el consejo.
_ ¿Es nuevo acá?
_ Sí, me terminé de mudar hoy. Apenas estoy empezando a conocer a los inquilinos de acá.
_ ¿Cuál es su departamento?
_ El noveno D.
_ Yo soy del décimo D. Vivo con mi socio. ¿Se mudó solo, señor Hernández?
_ Sí. Soy un cero a la izquierda con el sexo opuesto. Pero... Hay una señorita en la mira que conocí hace apenas unos días.
_ ¿La dama de la inmobiliaria?
_ ¿Cómo lo supo?
_ A decir verdad, no había otra posibilidad.
El ascensor se detuvo en el piso nueve, me saludó cortésmente y se bajó. Noté al señor Hernández bastante preocupado y consternado, como si sus pensamientos estuviesen concentrados en una cuestión bastante delicada y que no lo dejaban dormir. Tengo que admitirlo: me produjo cierto rechazo, algo en él me resultó inquietantemente sospechoso. Expuse mis temores al inspector Dortmund, que le restó importancia al asunto.
_ Tuvo un mal día. Todos lo tenemos_ me comentó despreocupadamente.
_ Puede que tenga usted razón... _ le repliqué poco convencido.
_ ¿Hernández me dijo que se apellida nuestro nuevo inquilino del piso inferior?
_ Sí. Creo que quien debe ser su padre vino varias veces examinando las condiciones de la locación acompañado siempre por un agente inmobiliario distinto.
_ Celebro que le haya obsequiado un inmueble a su hijo para disfrutar de su libertad. Lo vi en dos ocasiones, nada más. Un hombre metódico, pulcro y organizado, por lo que pude apreciar.
_ Creo que quiso sacarse a su hijo de encima y ésta fue una manera encubierta de conseguirlo.
_ Tiene mucha imaginación, doctor Tait.
_ Insisto en que hay algo raro en él, pero no tengo ninguna certeza sobre lo que es. Espero poder descubrirlo pronto.
_ Si usted lo cree así... Le deseo la mayor de las suertes.
_ Es raro que no se sienta intrigado por nuestro vecino de abajo, inspector Dortmund.
Mi amigo se encogió de hombros.
_ Porque sinceramente_ me dijo con franqueza, _ no creo que guarde algún secreto oscuro. Y si esconde algo, no creo que sea algo particularmente grave.
_ Espero no se equivoque_ le dije insatisfecho a Dortmund.
_ ¿Por qué cree que hay algo turbio en la personalidad de ése joven?
_ Su comportamiento y su forma de dirigirse a mí me parecieron... Inadecuadas y dudosas. Quizá tenga usted razón y sólo se trate de una mala impresión de mi parte. Pero quiero estar del todo seguro.
Mi amigo me miró incrédulo. Me pareció que iba a decirme algo pero se calló la boca.
Durante los dos días siguientes el comportamiento del señor Hernández se mantuvo inmodificable y en cada nueva ocasión que lo cruzaba lo percibía más reticente a relacionarse con soltura. Decididamente, había algo extraño en él. Pero, ¿qué era? Iba a averiguarlo aunque el inspector no compartiera mi idea. Y además, si no ocultaba nada, ¿por qué nunca me dijo su nombre de pila? Todos los propietarios e inquilinos lo conocíamos lisa y llanamente por Hernández.
Las opiniones de los vecinos eran diversas: algunos creían que era el miedo de irse a vivir solo; otros creían como yo que era un hombre extraño y sospechoso; había gente que creía que así era él y no faltó quien dejó volar su imaginación y dijo un sinfín de barbaridades inverosímiles e inusitadas carentes de fundamento lógico. Y en vista de la gran variedad de opiniones que giraban a su alrededor, decidí restarle importancia y hacerle caso a Dortmund. Quizás él tenía razón y yo me había obsesionado inútilmente con un pobre infeliz, al que decidí determinantemente dejar por fuera de mis prioridades. Las opiniones positivas prevalecían cuantitativamente por sobre las negativas y eso fue un dato concluyente.
Pasó un día hasta que no volvimos a saber de él. No daba señales de vida y ningún vecino lo había cruzado en todo el día. Ya alrededor de las 20.40 fui a su departamento, golpeé la puerta repetidas veces pero en ninguna de ellas obtuve respuesta. Entonces, me tomé la indiscreción de apoyar mi oído en su puerta para intentar oír algo pero tampoco sirvió de nada. Miré por la mirilla de la cerradura pero prácticamente no se veía nada. Preocupado, subí a nuestro piso y lo puse a Dortmund al corriente de estos últimos eventos.
_ Quizás salió y vuelva tarde. Por ahora, no tenemos motivo aparente para sospechar que nuestro amigo fue víctima de algo mucho más serio_ me dijo el inspector con remarcado optimismo.
Sí, podía ser cierto. Pero algo dentro mío me decía otra cosa. Y entre la opinión del inspector y la de mi intuición, decidí seguir a ésta última a rajatabla.
_ Tenemos que entrar al departamento de Hernández y cerciorarnos de que esté todo debidamente en orden_ sugerí sin más remedio.
Dortmund me miró con elocuente antipatía. Ya se veía que se mostraba en total desacuerdo con mi proposición.
_ No voy a hacer eso, doctor Tait_ me respondió en tono de reproche._ Démosle a nuestro inquilino un tiempo prudencial y si la situación permanece igual, entonces le prometo tomar cartas en el asunto. Pero actuar ahora y de ésta forma es imprudente, apresurado y va contra las reglas. Definitivamente, no. Tenga paciencia. Ya verá como tendremos noticias suyas y todo quedará aclarado al instante.
Era cierto lo que decía, pero yo no le di el brazo a torcer e insistí en mis súplicas hasta el hartazgo. Dortmund estaba encerrado en su negatividad irrevocable, cuando unos ruidos molestos provenientes del departamento del señor Hernández lo hicieron cambiar de opinión casi inmediatamente. Podíamos oír dos voces discutir: la de un hombre y la de una mujer, donde la primera prevalecía ampliamente por sobre la segunda. Con el inspector, bajamos enseguida y nos encontramos con un hombre en un estado de excitación plena y una mujer que trataba de calmarlo en vano. Nos interpusimos por sobre ellos, nos identificamos como investigadores privados y pedimos que nos expliquen el porqué de ése alboroto.
_ Soy Justo Hernández_ se presentó el caballero, grotescamente._ Mi hijo, Fabricio, tenía que pasar a retirar la llave el lunes pasado y no pudo ir. Y cuando llamé a la inmobiliaria para confirmar que mi hijo iba a pasar a buscarla hoy, la señorita aquí presente_ y señaló a la muchacha que lo acompañaba_ me dijo que entregó el departamento a otro hombre.
_ Ése joven me dio precisiones muy exactas sobre los detalles de la compra_ dijo Rita confundida en un importante estado de nerviosismo que le fue imposible disimular.
_ Detalles que usted misma sin dudas le dio y que este hijo de perra los usó a su beneficio para engañarla y usted cayó como una idiota. Y es claro que se fue antes de que lo descubramos.
<Yo tenía razón sobre Hernández>, me dije para mis adentros triunfante.
_ ¿Dice que la persona que ocupó el departamento estos días era un impostor y no su hijo legítimo?_ le preguntó Dortmund al señor Hernández.
Pero no contestó. Mas, se tapó la cara con ambas manos y se sentó al pie de la escalera.
_ No sé qué decir_ comentó en un susurro la señorita Rita._ Es que este tipo que vino a verme parecía tan convincente... ¿qué hice?... Juro que no fue con mala intención.
_ Le creo_ la tranquilizó mi amigo._ No se culpe. Pero, dígame una cosa: ¿ el caballero este fue a verla directamente a usted?
_ Bueno, yo estaba discutiendo por teléfono con un cliente cuando él llegó y lo vi de pie junto a mi escritorio. Pero no puedo asegurarle nada.
_ ¿Qué le dijo exactamente?
_ Que era Hernández... _ y reaccionó de golpe: y yo le dije todo el resto. ¡Qué estúpida fui!
_ ¿Sabía la dirección del departamento?
_ No. Fingió que no la sabía bajo pretextos y yo se la anoté en el reverso de una tarjeta. ¡Ay! Parecía tan convincente...
_ Esto no es su culpa, despreocúpese. ¿Tiene una copia de la llave? Necesitamos entrar.
Rita negó con la cabeza. Con Dortmund buscamos algo que nos sirviera de llave, hasta que la muchacha audazmente se desató el cabello y nos prestó su hebilla. El inspector la colocó hasta el fondo de la cerradura y después de implementar varias técnicas combinadas, violentó la entrada exitosamente. Les hicimos un ademán para que permanecieran afuera. Y yo estaba rosagante porque eso mismo se lo propuse a Dortmund minutos antes y rechazó la idea categóricamente. Pero el destino ésa vez estuvo de mi lado.
_ ¿Qué piensa?_ le dije a Dortmund una vez adentro y mientras revisábamos el lugar exhaustivamente.
_ Hernández es un apellido muy frecuente. Eso explica el porqué de la elección. Debió meterse en varias inmobiliarias alegando ser familiar de un Hernández hasta que alguien mordiese el anzuelo y cayera. Lamentablemente, ése alguien fue la señorita Rita.
_ ¿Ve como yo tenía razón sobre ése sujeto?
_ Lamento haber ignorado sus intuiciones, doctor Tait. Pero no es momento para reproches.
_ ¿Por qué hacerse pasar por alguien que no existe, mudarse, permanecer tres o cuatro días y desaparecer súbitamente sin dejar rastros?
_ Espero encontrar algo que responda su pregunta. Lo que sí es claro es que escapa de algo.
Todo estaba prolijamente dispuesto y ordenado, y no había absolutamente nada fuera de lo normal y nada fuera de lugar ni nada que nos dijera quién era él en realidad. El tipo parecía un profesional que sabía muy bien lo que hacía y que sea lo que fuera ya lo había hecho antes.
Sean Dortmund convocó al capitán Riestra. Llegó acompañado por unos oficiales que requisaron la morada y le tomaron declaración tanto a la señorita Rita como al señor Justo Hernández.
_ Revisé casos sin resolver de los últimos seis meses tal como me lo solicitó por teléfono_ le explicaba Riestra al inspector_ y no apareció ninguno que involucrase a algún Hernández. Amplié la búsqueda a contactos personales que tengo dentro de la Fuerza expandiendo el campo de búsqueda a otras divisiones y obtuve el mismo resultado.
Un aire de desaliento ensombreció asiduamente el rostro de Dortmund.
_ Es un fantasma_ acoté con pesimismo.
_ ¿Y del último año?_ indagó mi amigo con un hito de esperanza.
_ Me adelanté a ésa posibilidad también pero nada. Del único sector que me respondieron fue del de Delitos Transnacionales y hay un pedido de captura para Leopoldo Manfioti.
Y el capitán Riestra extrajo del interior de una carpeta su fotografía y nos la exhibió a Dortmund y a mí. Reconocimos al hombre del retrato enseguida: era nuestro hombre misterioso, Hernández. Un haz de luz volvió a alumbrar el rostro del inspector Dortmund radicalmente. Tomó prestado el expediente de manos de nuestro amigo e hizo hincapié en un detalle muy peculiar, que era los países en donde dio sus golpes.
Manfioti era un estafador profesional cuyas maniobras fraudulentas eran imperceptibles e indetectables. Su especialidad eran los delitos financieros a gran escala y en cada golpe inédito atacaba bajo un alias diferente.
_ Argentina no tiene firmado ningún convenio internacional con ninguno de los países en donde nuestro sospecho atacó_ observó Dortmund inteligentemente._ Así, entonces, comete un sablazo económico específico bajo un seudónimo determinado y una vez consumada la artimaña, viaja a su próximo objetivo y repite el ardid. Finalmente, desembarca en Argentina porque está a salvo: sabe que si lo descubren de algún lado no pueden hacer nada porque no hay acuerdo internacional mediante que lo habiliten a proceder judicialmente. Pero alguien descubrió su maniobra porque sin darse cuenta una de sus víctimas también resultó ser casualmente un argentino. Para cuando quiso hacer la denuncia, el señor Manfioti ya había desaparecido y un litigio entre dos extranjeros en otro país iba a hacer un hecho legalmente ignorado. ¿Qué hacer entonces? ¿Dejar que se salga con la suya? No, idea un hábil plan: lo sigue para obtener su ubicación. El otro hombre ahora va a una inmobiliaria y adopta el papel de un padre que pretende regalarle un departamento a su hijo. Inicia los trámites de alquiler bajo la identidad falsa de Justo Hernández y le indica a la empleada que su propio hijo será quien pase a retirar la llave. Pero atención, porque utilizó el apellido Hernández, que es muy común, porque creo que los sobrenombres que utilizaba Manfioti para concretar sus engaños eran apellidos vulgares, del tipo Pérez, Gómez, Pereyra... Y Hernández. Así, entonces va directo a la trampa que el falso Justo Hernández le tendió.
Dije que el falso señor Justo Hernández seguía a Manfioti para no perderle nunca el rastro. Así pudo anticipar que buscaba como su próximo objetivo potencial a una inmobiliaria y también pudo anticiparse a su zona de ataque. Sólo era cuestión de que Leopoldo Manfioti se valiera de Hernández para su próxima redrada... Y así lo hizo y así funcionó. El señor Manfioti intentó llevar a cabo sin dudas su plan en otras inmobiliarias a la redonda pero ninguna tenía a ningún Hernández como cliente y se evadió con cualquier excusa convincente. Y en la última que visitó había preparado un señuelo listo para cazarlo. Manfioti dijo apellidarse Hernández... Y el resto de la historia ya lo conocen. Ni precisó hacer uso de su nueva identificación falsa. ¿Para qué? La trama ideada por Justo Hernández daba crédito a su coartada. No necesitó de nada más. Justo Hernández tuvo que venir después a darle sustento y credibilidad a su trampa, y admito que lo hizo formidablemente.
Y si otra inmobiliaria hubiese tenido como cliente a algún Hernández y Manfioti hubiese logrado embaucar a sus empleados, no hubiese tardado en caer. Pero nuestro Justo Hernández quiso ir a lo seguro y adjudicarse un tanto.
Contuve mi aliento, azorado por el brillante resumen de los hechos del inspector Dortmund. Para cuando pude decir algo, el capitán Riestra estaba interceptando y arrestando a Justo Hernández, aunque su nombre genuino era Antonio Ciarboni y era un exagente de Inteligencia.
_ Manfioti caerá_ atino a decirme Dortmund._ Lo encontraremos pronto y pagará por sus pecados.
Yo seguía sin reaccionar. Mis impresiones sobre Hernández fueron acertadas. De nuevo en la realidad, dije:
_ ¿Cómo piensa atraparlo, inspector Dortmund?
_ Nuestra aliada, la señorita Rita, nos ayudará con eso_ y lanzó una mirada perspicaz y subliminal.
Mi amigo se acercó a la muchacha después de que ésta terminara de conversar con el capitán Riestra. Le comentó resumidamente su idea, que fue oída con gran atención por todos nosotros.
_ A ver si entendí su idea, inspector_ dijo Rita algo aturdida:_ usted hará público todos los detalles del caso, incluyendo su solución. Dará a su vez la descripción del señor Manfioti y cuando se haya asegurado de que los medios difundieron completamente por todos lados su imagen, entonces esperará a que se comunique conmigo y...
Dortmund la interrumpió de golpe.
_ Le dirá de encontrarse con él en un lugar seguro_ dijo Dortmund reluciente y optimista.
_ ¿Y si no llama?_ preguntó el capitán Riestra.
_ Créame: llamará.
_ ¿Cómo puede estar tan seguro de eso? ¿Y si algo sale mal? Ella quedará expuesta a la incertidumbre de un criminal peligroso.
_ Tengo todo debidamente calculado y estudiado. Además, la vida de la señorita Rita no correrá peligro. Es un estafador, no un asesino. Este hombre no es capaz de lastimar ni a una mosca. Es un confabulador con clase, no es de los tipos que lastimarían a alguien. Es la única posibilidad que tenemos de atraparlo antes de que se dé a la fuga y le perdamos el rastro de forma definitiva.
_ No estoy segura de hacer esto_ protestó Rita.
_ La contactará porque usted es en la única persona que él confía. Mi amigo, el doctor Tait, me comentó la atracción que sintió por el señor Manfioti en la inmobiliaria cuando fue a verla. Es un hecho de que no la quiere involucrada en esto.
_ Él me lo comentó de casualidad el día que se mudó acá_ me previne rápidamente.
La señorita Rita vaciló bastante en profundidad la propuesta antes de dar a conocer su decisión.
_ Está bien: acepto.
Dortmund le dirigió una sonrisa en señal de agradecimiento.
_ El capitán Riestra le proporcionará un micrófono que se lo ocultará entre sus ropas. Escucharemos y grabaremos todo. Y ante cualquier eventualidad, sus oficiales estarán preparados para actuar de inmediato. Tendremos a su vez contacto visual a una distancia prudente, no se preocupe.
La joven asintió con un movimiento de cabeza y el capitán Riestra le instaló dos micrófonos en la parte interior de su blusa.
La noticia se propagó tan rápido como un rayo y unas cuatro horas después la señorita Rita estaba sentada cara a cara con el señor Manfioti en un bar venido a menos ubicado en Munro. El plan de Dortmund había surtido efecto y se estaba desenvolviendo conforme a su idea. Sólo era cuestión de esperar el momento justo en el que el señor Manfioti dijese algo preciso e incriminatorio para irrumpir en el bar y arrestarlo. Su discurso fue conciso y al grano.
_ No sé cómo se enteraron de esto_ decía Manfioti afligido,_ pero no es lo que parece. Tenés que creerme.
_ ¿Qué es entonces?_ preguntó Rita autoritaria y con cierto rencor reflejado en su mirada.
_ Es este tipo que salió en las noticias, el que dijeron que alquiló la casa y fue a buscarme.
_ ¿Qué pasa con él?
_ Creo que dijeron que era espía o exagente del servicio de Inteligencia, ¿puede ser?
_ Estoy esperando que me expliques qué está pasando y porqué me llamaste a mí.
_ Porque no tenía a quien recurrir y figuraba tu número en la tarjeta que me diste la otra vez en la inmobiliaria, y porque me pareciste y me parecés una mina sincera. Conocí a ése Ciarboni hace unos meses atrás en Europa. Nos hicimos amigos de una y emprendimos unos proyectos juntos. Pero había algo raro en su manera de hacer negocios y de administrar la plata que me llamó poderosamente la atención. Y después me enteré de una serie de estafas en países que no tienen convenio internacional firmado con el nuestro. Pensé: <Qué tipo hábil y astuto, que lo parió>. Y de la nada y sin motivo alguno, Ciarboni me dijo que unos contactos suyos le dijeron que yo era el tipo que buscaban. No entendía nada, me parecía totalmente ridículo y algo sin sentido. Pero no podía quedarme quieto y él me proporcionó un pasaje a Buenos Aires y la identidad falsa de Hernández para ocultarme por si me encontraban. Y así caí en tu inmobiliaria. Qué desgraciado, me usó como carnada para que no lo culparan, para que acusaran a un pobre infeliz, y él escabullirse y salirse con la suya.
_ ¿Por qué escapaste, entonces?
_ Porque tenía miedo y estaba asustado.
Manfioti tomó la mano de Rita y la miró con súplica.
_ Tenés que creerme. Es la pura verdad. Te juro que no te miento.
Con el capitán Riestra nos sacamos los audífonos intempestivamente y miramos a Dortmund con resentimiento. Él, en cambio, nos devolvió una sonrisa impertinente.
_ No tenía nada en contra del señor Ciarboni y ésta fue la mejor opción que tuve.
_ Y utilizó al señor Manfioti y a la señorita Rita para obtener una confesión en su contra_ protestó el capitán Riestra.
_ ¿Y resultó, cierto?
_ ¿Cómo lo adivinó?
_ Sé que un exagente del servicio de Inteligencia no gana una pensión relativamente elevada como para alquilar un departamento como el que alquiló a un precio exorbitante. Entonces, entendí que el dinero debía tener una procedencia ilegal. Lo tienen aprehendido por falsificación de datos en documentos públicos. Ahora pueden achacarle cargos más serios y comprometidos gracias a nuestro inquilino del piso inferior, el buen Leopoldo Manfioti. Los cargos en su contra serán indultados a cambio de su confesión y colaboración en la causa. El juez lo entenderá así de muy buena fe.
_ Insisto_ dije agrandándome_ que mis impresiones sobre aquél caballero fueron acertadas desde un primer momento.
_ ¡Usted no entiende nada!_ me recriminó Dortmund_ Al contrario de sus creencias, sus percepciones estuvieron equivocadas desde el comienzo.
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