La familia Encina todos los Años
Nuevos los celebraba de la misma forma: con una fiesta de disfraces que duraba
todo un día entero a bordo de su lujoso yate que transitaba las espléndidas
aguas del río Paraná. Tenía una capacidad máxima para treinta personas pero ése
límite era superado año tras año con la llegada de nuevos invitados. Hasta
algunos llegaron a decir que un día la nave iba a colapsar y se iba a hundir o
se iba a producir una catástrofe de dimensiones inimaginables. Pero la mayoría
de la gente, sobre todo sus anfitriones, desistían de la idea de que eso fuese
a suceder ya que alegaban que la embarcación era extremadamente resistente y
que ni siquiera un huracán podría destruirla.
_ Pensaban lo mismo con respecto
al acorazado Elena, y miren lo que pasó. Salió de Puerto Madryn lo más bien,
uno de sus motores se prendió fuego y murieron todos sus tripulantes, algunos
en el acto y otros más tarde en el hospital. Nunca se sabe_ dijo alguien a
bordo del yate de la familia Encina con voz sentida y frágil.
_.Un falla técnica_ replicó otra
de las invitadas. _La tragedia se pudo haber evitado si antes de zarpar del
puerto le hubiesen hecho todos los controles de rigor, que según las pericias,
no habían sido efectuados, sino de inmediato hubiesen detectado la falla.
Y por aquélla vez no se volvió a
hablar más del tema.
La familia Encina era oriunda de
Chajarí, en la provincia de Entre Ríos. Era una familia muy unida y muy querida
por todos. Eran dueños de tres empresas muy importantes a nivel nacional,
legadas de generaciones anteriores. La madre se llamaba Irene Encina y se
caracterizaba por ser humilde y compasiva, una mujer muy apreciada por todos
los habitantes del pueblo. Era alta, de una sonrisa cautivadora, ojos grises
brillosos como la Luna, pómulos pequeños pero bien delineados y cabello castaño
semi oscuro. Su marido se llamaba Osvaldo Encima y era un hombre soberbio y
arrogante, con una personalidad fuertemente sensible, lo que lo hacía débil
frente a las presas que estaban a la caza de nuevas víctimas, aunque su
temperamento era fuerte y hostil, y no era fácil convencerlo de las ciertas
cosas con la que él no estaba de acuerdo. Tenía una estatura promedio de un metro
setenta, ojos color café, espaldas anchas y rostro pequeño.
Ambos estaban casados hacía
treinta y un años y tenían dos hijos: Lucas, de veintisiete años y Magdalena,
de treinta y tres. Pero la tarde del 1 de enero de 1987 cambió sus vidas para
siempre. Noemí Elizarraga, una de las invitadas a bordo, apareció asesinada de
una sola puñalada dada con precisión a la altura del corazón adentro de uno de
los compartimentos del yate. Pese a que todos los invitados estaban
disfrazados, los disfraces no se repetían entre sí y dos testigos ocasionales,
de identidad reservada por razones obvias, identificaron a la persona ataviada
en el traje como Irene Encina. Después de todo, es verdad eso que dicen sobre
que las apariencias engañan. Nadie creería jamás que ésa mujer tan generosa y a
la que todo Chajarí idolatraba, era en realidad una asesina en potencia.
Según el informe emitido por el
Cuerpo Médico Forense, la puñalada certera implicaba premeditación y no un
homicidio espontáneo como consecuencia de un arrebato por emoción violenta.
Además, las únicas huellas que recuperaron del arma homicida eran las propias
de la señora Encina. No había otras. Con ésta evidencia más los dos testigos
oculares, el juicio se celebró en poco tiempo, el que Dortmund y yo presenciamos
por expreso pedido de nuestro amigo, el capitán Riestra. Si había algo más,
nuestro amigo sabía a la perfección que Sean Dortmund lo iba a descubrir sin
inconvenientes y de la manera menos pensada, ésa que a nadie se le ocurriría
jamás aplicar porque la consideraría anticuada e inútil para abordar resultados
favorables y óptimos.
8 de mayo de 1987: el juicio
El capitán Riestra estaba parado
justo al otro lado de la sala, detrás de los asientos en donde estaba instalada
la parte acusada. Dortmund y yo estábamos situados exactamente en el extremo
opuesto, pese a lo cual mantuvimos todo el tiempo contacto visual con él. Irene
Encina estaba sentada frente a los jueces del tribunal, en una actitud ambigua.
Podía interpretarse que estaba bastante nerviosa a la vez que se la podía
considerar firme y segura de sí misma, como si no tuviera nada que ocultar. El
fiscal, el doctor Armando Müller, se paró con autoridad frente a ella y la
interrogó por más de media hora, con algunas interrupciones temporales de por
medio por el lado de la defensa oficial. Dortmund escuchaba con suma atención
la declaración de la señora Encina, haciendo en una libreta diminuta que
siempre llevaba consigo apuntes de lo más relevante de su indagación. Lo que mi
amigo apuntó fueron estos detalles:
* Irene Encina, sin motivo aparente para el asesinato.
* El cuchillo utilizado para el crimen tenía sus huellas porque
previamente lo había utilizado para cortar una torta de manzana.
* No vio a la señora Elizarraga hasta que su cuerpo fue descubierto.
* El disfraz que llevaba puesto era el de Maria Antonieta. Lo usaba
todos los años, le gustaba lo clásico.
A su vez, mi amigo apuntó lo más
relevante que declararon el resto de los testigos:
*Era cierto que utilizó el cuchillo para cortar una torta de manzana,
pero atestiguan que cuando lo fue a buscar tardó más tiempo de lo esperado.
Ante este dato, la señora Encina declaró que se demoró porque fue al baño y que
durante esos minutos dejó el cuchillo apoyado sobre una mesa de pasada.
* La señora Encina y la víctima, Noemí Elizarraga, no fueron vistas
juntas en ningún momento ni hablando ni discutiendo.
* Los testigos claves que la vieron cometer el presunto homicidio
pasaron cerca de la escena porque iban a uno de los compartimentos a buscar
algo que se habían olvidado entre sus pertenencias.
* Los testigos claves identificaron a la señora Encina por el disfraz
(no había dos personas a bordo vestidas de igual manera) y además porque le
vieron el rostro. Dijeron que los amenazó con matarlos si llegaban a decirle a
alguien lo que vieron.
* El cuerpo de Noemí Elizarraga fue descubierto minutos más tarde por el
esposo de la acusada, el señor Osvaldo Encina.
Y los diferentes testimonios se
sucedieron a lo largo de todo el juicio con declaraciones de escaso interés
para la resolución de la causa, los cuales tenían muchos puntos en común. Mi
amigo me tomó sutilmente del brazo y me llevó discretamente afuera de la sala
para hablar más tranquilos y con mayor libertad.
_ ¿Alguna idea, Dortmund?_ le
pregunté._ Parece que el caso está bastante claro, después de todo.
Pero mi amigo movió la cabeza
dubitativamente y con cierto pesar.
_ Hay algunos puntos que me
inquietan_ me dijo reflexivamente._ Primero, el motivo. Todos coinciden en que
la señora Encina carecía de motivos para cometer el crimen.
_ Frente a toda la evidencia en
su contra, ¿importa eso?
_ El motivo, doctor Tait, es el
pilar de un asesinato. Si no se lo sostiene, toda la estructura se derrumba.
Además, si es cierto que la señora Encina dejó apoyado el cuchillo en una mesa
al azar unos minutos mientras fue al baño, es posible que alguien lo haya
tomado procurando usar guantes para evitar dejar impresas sus huellas en el
mango.
_ Su teoría sugiere que alguien
siguió sutilmente a la señora Encina el día del crimen y que vio la oportunidad
de tomar el cuchillo, matar a la señora Elizarraga, dejarlo otra vez en donde
estaba y escabullirse sin ser visto.
_.Al fin nos entendemos, doctor
Tait. Si el baño estaba a metros del camarote de donde se produjo el crimen, el
asesino tuvo tiempo suficiente. La señora Encina estaba relajada mientras
declaraba y sonaba absolutamente sincera. Y esas cualidades están ausentes en
alguien que realmente asesinó a otra persona.
_.Todo me resulta imposible. ¿La
víctima también estaba en el momento exacto? Es demasiado extraordinario.
_ Cuando la señora Encina entraba
al baño, la señora Elizarraga salía. Tan sencillo como eso, doctor Tait. Y
entre tanta gente y con tanto ajetreo, difícilmente alguien hubiese notado
cualquier ausencia. Más estando el hecho de que era una fiesta de disfraces y
nadie podía saber con absoluta certeza quién era quién, a excepción de la
señora Encina, que todos los años lucía el mismo traje, lo que no deja de ser
un detalle muy importante y clave para descubrir lo que realmente sucedió.
_ Dortmund. ¿Y los testigos que
la vieron cometer el crimen?
_.Los testigos se compran. Y si
la historia que arman es buena y el asesinato fue brillantemente planeado y
ejecutado con total implacabilidad, es posible que jamás descubran el engaño.
Creo que este es el caso, doctor Tait. Y sabe por regla general que nunca me
equivoco.
_.Lo sé, y por eso lo apoyo.
¿Quién sospecha que sí pudo tener una motivación convincente para asesinar a la
señora Elizarraga?
_ Es lo que debemos averiguar sin
perder tiempo. ¿Quién descubrió el cuerpo? ¿El señor Encina?
Afirmé con un movimiento de
cabeza.
_ Empecemos por él, entonces_
exclamó Dortmund, encaminándose hacia la puerta de entrada del Juzgado.
_ Está adentro de la sala
declarando como testigo.
_ No creo que su declaración
complique la situación procesal de su mujer. Sígame, tengo una idea.
_ ¿Cuál?
_ Se da la casualidad de que el
señor Encina vive justo a siete cuadras de acá. Revisaremos su casa
minuciosamente pero con cierta urgencia. Si realmente él asesinó a la señora
Elizarraga, habrá algo en su casa que lo vincule con el homicidio. Los hombres
como él no son muy inteligentes en ése sentido.
_ ¿Está hablando enserio? Eso va
contra las reglas y usted es sinónimo de no romperlas jamás bajo ninguna
circunstancia. Me lo repite todo el tiempo en cada caso.
_ Pero toda regla general tiene
sus excepciones, lo que lo hace perfectamente lícito. Y si tal no fuese el
caso, no lo tendría en cuenta porque se trata de salvar de la cárcel a una mujer
inocente.
_ Pero un tribunal no toma en
cuenta las pruebas recabadas de procedimientos ilegales.
_ Esa regla también dispone de
una excepción y yo la haré valer. Procuraré, de todos modos, que no se vea como
tal.
No sé porqué, pero le hice caso y
lo seguí. Quince minutos fue lo que tardamos en llegar hasta la casa de la
familia Encina. Era una gran chacra con un inmenso jardín en la entrada
extraordinariamente cuidado y preservado. Por dentro, tenía un estilo muy
rústico con una decoración y estructura típicas de la época del Barroco.
Ingresamos fácilmente, pues la puerta de entrada estaba sin llave. Eso era algo
muy común entre la gente de pueblo.
Por recomendación de Dortmund, yo
revisé el ala norte de la morada, incluyendo el primer piso, y él el ala sur.
Después de una búsqueda exhaustiva por todos los recovecos habilitados,
encontré unos papeles de una aseguradora que vinculaba al señor Encina con la
póliza de seguro del transatlántico Elena, hundido el 14 de noviembre de 1986.
Los revisé con lujo de detalle y descubrí que la nave había sido fabricada por
Osvaldo Encina y dos socios más de las empresas de la que era dueño junto a su
esposa. Es claro que el negocio era paralelo a la administración de las
fábricas y que era algo que el propio señor Encina lo mantuvo en absoluto
secreto. Lo que sí no era un secreto era que dos de ésas tres fábricas estaban
en bancarrota, pese a que la señora Encina era optimista frente a tal negativo
panorama y que estaba absolutamente convencida de que muy pronto las sacarían a
flote otra vez.
Corrí a buscar a Dortmund para
exponerle mi hallazgo.
_ ¡Eso es!_ exclamó eufórico mi
amigo._ Tenemos el motivo. Seguramente, el transatlántico Elena fue construido
con otros fines, quizás para montar un negocio paralelo a espaldas de su
familia para que le ingresara dinero con sus viajes. Ése dinero tenía un fin
sin dudas oscuro en manos del señor Encina y sus socios. Pero cuando dos de sus
empresas declararon la bancarrota, los tres no lo dudaron. El plan fue sin
dudas inducir el barco a un accidente seguro para cobrar la póliza y con ése
dinero salvar a las empresas del quiebre. Alteraron el motor y listo. Pero no
midieron el riesgo y todos los tripulantes fallecieron. Y por ende, tuvieron
que ocultar el tema muy bien y procurar que la verdad nunca viese la luz.
Pudieron haber quemado los papeles en vez de conservarlos, porque así correrían
el riesgo de que alguien los encontrara por accidente.
_ Si conservaron los papeles,
seguramente deberían estar preparando un plan a futuro.
_ Buen punto, doctor Tait. Lo
cierto es que la señora Encina lo descubrió todo. Pero si la mataban
directamente a ella, la Policía fijaría
sus sospechas inmediatamente en él y todo se descubriría enseguida. Claro que
la pobre señora Encina nunca dijo una palabra a nadie sobre este
descubrimiento, pero tampoco se imaginó que su marido ya la había descubierto.
Lo dos actuaron como si no supieran el secreto del otro.
Osvaldo Encina y sus dos
cómplices necesitaban un chivo expiatorio porque no podían dejar las cosas así
como así, y fue ahí cuando la pobre señora Elizarraga entró en escena. Fue al
baño casi unos segundos previos a que la señora Encina se dirigiera a la cocina
a buscar el cuchillo. El momento ideal. Era ahí o nunca. Lo agarró, pero lo dejó abandonado unos
instantes para ir al baño. Se cruzó con la señora Elizarraga cuando salía. Ahí,
el señor Osvaldo Encina tomó el cuchillo y apuñaló a la señora Elizarraga.
Luego, sus cómplices tomaron el cuerpo y lo dejaron abandonado en la cocina, el
último sitio frecuentado por la señora Encina. Limpiaron velozmente el cuchillo
y lo volvieron a dejar en el mismo lugar en donde lo había apoyado Irene Encina
y se dispersaron de inmediato sin dejar rastros. La señora Encina salió del
baño y ya conocemos el resto.
Los peritos analizaron el
cuchillo y además de encontrar las huellas de la señora Encina, encontraron
restos de sangre de la víctima limpiados. Y en base a que muchos testigos
declararon que ella tardó más tiempo de lo normal al ir a la cocina y volver, y que la propia señora Encina dejó constancia
de que se demoró porque pasó primero por el baño, los peritos concluyeron que
la parada en el baño obedeció a tomarse unos minutos para limpiar el cuchillo.
¿Lo ve? Fue el crimen petfecto. Estoy extremadamente sorprendido. Nunca vi nada
parecido a esto.
_ Prometo no objetar de ahora en
más sus ocurrencias. Pero necesitamos encontrar evidencia de que la señora
Encina descubrió todo el engaño. Por ahora, sólo basamos la acusación en una
excelente teoría.
_ Algo tenemos.
Miré extrañado a mi amigo sin
decir una sola palabra. Buscamos entre las cosas de la señora Encina y
encontramos muy bien escondidas una serie de fotocopias de los documentos que
yo hallé antes. Eso me generó mucha satisfacción. Una mujer inocente iba a ser
salvada gracias a la implacable inteligencia de Sean Dortmund y era
gratificante saber que teníamos una prueba sólida para sostenerlo.
_ Si pudiésemos encontrar a los
dos cómplices del señor Osvaldo Encina_ dije esperanzado.
_ Ya los tenemos_ me replicó
Dortmund con una sonrisa de oreja a oreja.
_ ¿Cómo es eso posible?_ le
pregunté seriamente confundido.
_ Son los testigos clave que
atestiguaron ver a la señora Encina apuñalar a la señora Elizarraga. Si chequea
todos los papales que encontramos, verá sus nombres reflejados en ellos. Hasta
eso fue armado y hábilmente pensado. Con toda la evidencia física en contra de
la señora Encina, la declaración de los testigos adquirieron un grado de
verosimilitud incuestionable.
Cuando llegamos al Juzgado, el
juicio estaba en recesión ya que los jueces estaban debatiendo a puertas
cerradas para tomar una decisión en cuanto al fallo. Dortmund le entregó toda
la evidencia junto a una misiva dirigida al capitán Riestra a un oficial que
estaba custodiando el ingreso a la sala.
Cuando los tres miembros del
jurado reanudaron la sesión, el capitán Riestra se acercó a ellos y los
confrontó con la nueva evidencia incriminatoria. El presidente se sacó los
anteojos y miró a Riestra con enojo y hostilidad, y no era para menos.
_ Explíquese, capitán_ le exigió
autoritario el presidente del jurado a nuestro amigo.
El capitán Riestra le hizo un
breve resumen de los hechos realmente sucedidos el día del asesinato.
_ Es difícil de explicarlo con
sencillez, señor Juez_ dijo después Riestra, algo nervioso y titubeante._ Pero
analice todas éstas nuevas pruebas y se cerciorará de la inocencia de la
acusada, Irene Encina.
_ ¿Cuál es su pedido a este
honorable jurado, capitán Riestra?
_ La absolución definitiva de la
acusada y la apertura de un nuevo juicio contra el señor Osvaldo Encina y los
dos testigos clave: los señores Lucio Fonsotti y Raúl Padini.
Los murmullos invadieron la sala
en cuestión de pocos segundos. Riestra le dirigió a Sean Dortmund una mirada de
reproche pronunciado aunque su expresión sugería admiración y gratitud. Con mi
amigo, sencillamente nos retiramos de la sala. Nuestro trabajo ya estaba hecho.
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