Este caso le significó al inspector Dortmund un
reconocimiento a nivel nacional por su implacable intervención en él, que aplicando
toda la hazaña de su talento mayúsculo, logró resolver de manera formidable y
eficaz, cuya solución contribuyó a la diseminación de un propósito mucho más
grande aún. Llegó a su conocimiento por medio de la recomendación que su fiel
amigo, jefe máximo de la División Homicidios de la Policía Federal, el capitán
Riestra, hizo sobre su persona y su laboriosa e intachable tarea detectivesca,
como no podía ser de otra manera.
El capitán Riestra se comunicó por teléfono ésa tarde
de febrero de 1985 con Sean Dortmund para anunciarle que una mujer de nombre
Adriana Cervera iría a visitarlo para pedirle consejo sobre un caso que era
digno de él. Dortmund aceptó de buena fe recibir a dicha señorita y le pidió a
Riestra que mientras esperaba su llegada de un momento a otro, lo pusiese al
corriente del motivo de su consulta. Sin embargo, pese a la insistencia del
inspector, Riestra hizo votos de silencio y juzgó que era conveniente que fuese
la propia involucrada en ese drama la que lo pusiese al día de la cadena de
eventos que incitó a la señorita Cervera a darle intervención policial al
asunto. Aunque reprendió al capitán por negarle conocer los pormenores del
caso, Dortmund aceptó la condición aunque estaba algo irascible.
Unos minutos después, una joven mujer, de rostro
apacible, facciones delicadas, mirada turbia y desesperada, de buen porte y muy
atractiva, aunque con un talante algo pasado de moda y de cabellos negros
caídos proporcionalmente sobre la altura de los hombros, se apersonó en el
departamento del inspector y se presentó como Adriana Cervera. Dortmund la
recibió formalmente y la invitó a sentarse en una silla frente a él, no sin antes
ofrecerle cortésmente algo de beber.
_ Veo que viajó usted en colectivo y vino caminando lo
más rápido que sus pies le permitieron. Así que, no dudo que el asunto que la
trajo a verme es realmente urgente y por demás grave_ dijo Dortmund,
sabiamente, sin sacarle los ojos de encima a su huésped.
La señorita Cervera se quedó atónita.
_ ¿Cómo lo supo?_ lo indagó ella con visible
curiosidad.
_ Sus ropas están ligeramente arrugadas, lo que
implica que viajó sentada no por mucho tiempo. Cuando se apoya sobre el
respaldo del asiento de cualquier colectivo, aquél desacomoda la ropa de un
modo muy particular y genera en la prenda una suerte de arrugas muy
significativas. Además, su cabello está algo desprolijo y despeinado, por lo
que vino caminando a un ritmo inusualmente acelerado.
_ Bueno. Después de todo, veo que no era tan difícil
de deducir y comprueba extraordinariamente las maravillas que el capitán
Riestra me habló sobre usted.
_ La Comisaría donde él desempeña sus funciones no
está a más de veinte o treinta cuadras a lo sumo de acá. Es práctico venir
caminando y no obstante usted optó por desplazarse hasta mi domicilio en un
transporte público. Es otro dato que le da crédito a la urgencia que su asunto merece, señorita Cervera.
_ Decididamente, me rindo ante sus conclusiones. Por
favor, dígame Adriana. No estoy habituada a que me llamen por mi apellido.
_ Y yo no estoy acostumbrado a tratar a las personas
de un modo meramente informal.
Ella lo miró con una denotada hostilidad pero le quitó
importancia a una cuestión tan trivial como esa.
_ Cuénteme su problema y estaré dispuestamente
encantado de ayudarla en todo lo que me sea posible_ la alentó el inspector con
un esbozo en sus labios.
_ <<Como ya sabe_ comenzó la dama_ mi nombre es
Adriana Cervera y vivo con mi familia en una quinta en General Rodríguez, al
oeste de la provincia de Buenos Aires. Vivo con mi hermano menor, Joaquín
Cervera; mi hermana mayor, Claudia Cervera; mi tío, Alfredo Cervera; y mi
padre, Rubén Cervera. Mi madre, Lucrecia Santamarina, falleció hace más de dos años de un paro cardiorrespiratorio. Nuestra
quinta tiene en el fondo un enorme jardín, con varias plantas que nosotros
mismos cosechamos, flores de diversas especies y un gran nogal atrás de todo,
que está lindero a la casa de nuestros vecinos. Hace unos días empecé a notar
que estaba algo descuidado y lo empecé a regar varias veces al día para
fortalecerlo. Empezó prontamente a verse mejor y hace dos días tuve curiosidad
de probar una de las nueces que floreció de una de sus ramas. Tomé una que se
había desprendido de una de las ramas y que descansaba sobre uno de los costados
del tronco. Pero cuando la iba a probar, mi padre apareció por sorpresa por
atrás mío y me arrancó el fruto con violencia de mi mano. Lo miré con miedo y
confundida al mismo tiempo. Nunca en la vida vi a mi padre tratarme así o
tratar a alguno de la familia así, y no había motivo para que haya reaccionado
de semejante forma. Sólo iba a probar una de sus nueces. Su actitud era más que
injustificada. Inesperadamente, como si reconociera lo mal que actuó pero sin
cambiar su comportamiento, me pidió disculpas y atrás me hizo una advertencia
que me dejó seriamente pensando.
<_ No quiero que te pase lo mismo que a tu madre.
Ella murió por culpa de este nogal de porquería>.
Imagínese, inspector Dortmund, mi reacción ante el
impacto que me
produjeron tales palabras. Me puse un poco más autoritaria y le pedí una
explicación más sensata al respecto.
<_ ¿Acaso no es que mamá murió por una
insuficiencia cardíaca?>
<_ Tuvimos que decir eso porque se nos hacía
imposible transmitir la verdad, porque tal verdad no la conocemos como realmente
es>.
<_ Explicate mejor. ¿Qué pasó con mamá?>.
Mi padre juntó fuerzas para hablar y al fin, cuando se
sintió preparado, me confesó algo que me dejó más desorientada que al comienzo.
<_ Una noche, que vos no estabas acá porque te fuiste
de vacaciones una semana a Aruba, unos ladrones entraron a casa mientras todos
dormíamos. No se llevaron nada. Eran tres. Dos nos despertaron con violencia y
nos apuntaron con armas, y el tercero estaba en nuestro jardín. No pudimos ver
lo que hacía porque los dos que nos tenían cautivos nos obligaron a mirar hacia
la pared y a agachar la mirada. Después
de unos cinco minutos, se fueron advirtiéndonos que si alguno nos dábamos
vuelta o nos atrevíamos a denunciarlos, nos matarían a todos. Esperamos un
tiempo prudencial para estar seguros de que se habían ido definitivamente y
para reponernos, y cuando por fin nos
recuperamos, revisamos todo en detalle y
nos dimos cuenta que no se habían llevado nada. Fue algo de lo más extraño,
porque puedo jurarte, hija, que los tipos se fueron muy satisfechos. Pasó una
semana del incidente, cuando por televisión salió la noticia de un caso sobre
lesa humanidad que se desestimó por falta de pruebas y los ex militares
condenados fueron todos absueltos por falta de mérito. No sé qué vio ella, pero
a tu madre ésa noticia la puso
extremadamente nerviosa. Le pregunté qué le pasaba pero me dijo que no era nada. Aunque le insistí repetidas
veces, siempre obtenía de ella la misma respuesta. Ésa misma noche, un rato después
de acostarnos, noté que tu madre no estaba en la cama. Me levanté para buscarla
sin despertar al resto y la encontré en el jardín, husmeando nerviosa y
acongojada este nogal. Traté de evitar preguntarle al respecto porque estaba
muy tensionada. Pero a la noche siguiente, ocurrió lo mismo. Y cuando salí al
jardín para buscarla, desapareció. Huyó, desapareció sin dejar rastro alguno.
Vos llegaste a los dos días de afuera y como todo lo que pasó fue extraño,
convení con el resto en mentirte para evitar involucrarte en algo que podía resultar ser demasiado
peligroso para cualquiera de nosotros. Nadie se acercó al nogal desde ése día y
dejamos que se pudra. Pero estaba
tan bien plantado y cuidado, que eso no ocurrió. Recién ahora se estaba
empezando a marchitar y vi que vos lo regaste y te acercaste. Y tuve que
frenarte para evitar que te pasara lo mismo que a tu madre. No quería que vos también
perdieras la razón por culpa de este maldito nogal. Quisiera arrancarlo de
cuajo y tirarlo al diablo. Arruinó la vida de tu madre y nos arruinó a todos
nosotros como familia.>
<<Mi padre se puso a llorar e intentó abrazarme,
pero yo me sentía tan enojada por todo eso que lo esquivé y me fui corriendo a
mi cuarto. Desde entonces que no le
hablo ni a él ni a nadie de mi familia y creí que lo más conveniente era poner
todo en manos de la Policía. Pero resulta todo tan insólito, que ni ellos han
de ser capaces de creerme. >>
_ El capitán Riestra sí le creyó y por eso la envió a
verme, señorita Cervera. Tenemos tres eventos importantes que se desprenden de
su relato. El primero, son los ladrones que ingresaron, tantearon en el jardín
y no robaron nada de la casa. El segundo, es el desacostumbrado comportamiento
de su madre. Y el tercero, su repentina y posterior desaparición. Necesito
hablar con su padre urgente.
_ Me resultará algo imposible que pueda hablar con él.
Si sabe que le di intervención a la Policía por algo que sucedió hace dos años
y que escondió todo este tiempo en complicidad de mi familia, no creo que se lo
tome bien y me odiará por el resto de su vida. Pese a que estoy decepcionada de
él y de toda mi familia, no deja de ser mi padre ante todo.
_ Créame que no la odiará, al contrario. Si creo que este
asunto es lo que pienso que es, estará muy orgulloso de usted, señorita
Cervera. Y también el resto de su familia.
_ ¿Ya sabe lo que sucedió?
_ Estoy casi convencido que sí. Y puedo anticiparle
que su madre está viva si mis incipientes observaciones resultan acertadas. Y
puedo garantizarle de que estará sumamente orgullosa de ella cuando conozca
toda la verdad de sus acciones y no tendrá reparos en perdonarla. ¿Me llevará a
hablar con su padre, entonces?
Con un fulgor de esperanza en sus pupilas, Adriana
Cervera no tuvo más remedio que rendirse a las solemnes peticiones del
inspector. Se tomaron un taxi hasta Plaza Miserere, allí combinaron con el
ferrocarril Sarmiento hasta Moreno, en donde empalmaron con el ramal a General
Rodríguez que salía a las 18:20. Llegaron a la quinta pasadas las 20:15. Rubén
Cervera, padre de la cliente de Dortmund, se quedó conmocionado al verlo al
inspector husmeando en su jardín y ver además que fue llevado hasta allí por la
propia voluntad de su hija del medio. Adriana Cervera intentó explicarle a su
padre la situación, pero él no escuchó razones y lo enfrentó mordazmente a Sean
Dortmund.
_ Retírese ya mismo de mi casa o se las verá conmigo_
lo desafió Rubén Cervera a Sean Dortmund, con impotencia y fuego que brotaba de
su mirada cargada de odio y rencor.
_ Me iré sólo si me dice dónde escondió el papel que
escribió su esposa la noche anterior a desaparecer_ lo confrontó el inspector
con agallas.
El hombre que estaba frente a él lo miró inofensivamente
y con un repentino cambio de actitud tímido y somera.
_ ¿Qué papel?_ preguntó el señor Cervera,
persuasivamente.
_ Sé exactamente lo que pasó y vine para ayudarlo. Su
esposa lo descubrió todo y escribió una pista muy sólida sobre el destino de esos
documentos tan comprometedores, que enterró en el jardín, justo al lado de su
nogal. Y sabemos que su elección no fue ni inocente ni azarosa. Démelo, por
favor, y terminemos con esto cuanto antes.
Dortmund estiró la mano. Adriana Cervera miró a su padre
con una mirada interrogativa.
_ ¿Qué está pasando acá?_ preguntó con ingenuidad.
El inspector se volvió hacia el señor Cervera.
_ ¿Y el resto de la familia?_ le preguntó.
_ Afuera, en sus cosas_ respondió el caballero en cuestión, pero sus palabras fueron de una convicción imprecisa.
Rubén Cervera se quebró tras unos segundos de reflexión y subió directo hasta su
habitación, adonde Dortmund y su hija lo siguieron fielmente sin
perderle la marcha. Cuando entró, el señor Cervera tomó un retrato que estaba
apoyado sobre su mesa de luz, lo desensambló y sacó de su interior un papel
doblado en cuatro, que entregó decididamente en manos de Sean Dortmund. Aquél
lo desdobló y lo leyó en voz alta. Expresaba lo siguiente:
"Un pequeño
nogal
Guarda en sus hojas
El mayor secreto de
la humanidad.
Abre las fauces de
sus frutos
Y sabrás toda la
verdad."
_ ¿Qué significa esto que mi madre escribió?_ quiso
saber Adriana Cervera, sin saber sobre quién fijar su mirada perdida y
confundida.
El inspector de volteó para mirarla.
_ Recordemos, señorita, que su madre, la señora
Santamarina, se exaltó cuando vio una noticia referida a la absolución por
falta de mérito de unos ex represores y militares_ Dortmund miró a Rubén
Cervera.
_ ¿Estoy en lo cierto, caballero?_ lo indagó.
El aludido respondió haciendo un ligero movimiento con
la cabeza.
_ Ella debió unir todos los cabos sueltos dejándose
llevar sólo por su intuición, porque al chocarse con la realidad de la noticia,
dedujo cuál fue el motivo del extraño incidente que sufrieron cuando ingresaron
esos tres intrusos a su casa a través de su jardín. Tiene unas rejas y una
protección que es muy fácil de transgredir para cualquiera. La elección de su
casa para esconder esos documentos fue al azar, una oportunidad clara que
vieron ellos de deshacerse de esas pruebas. ¿Acaso, señor Cervera, el que
estaba en su jardín no estaba parado justo al lado de su nogal revisando la
zona o mis deducciones son erráticas? Pudo verlo por una fracción de segundos
porque posteriormente fueron obligados por los otros dos que los mantenían
cautivos a darse vuelta.
_ Tiene usted toda la razón_ reconoció Rubén Cervera.
_ Lo que ellos escondieron en su jardín fueron las pruebas
del juicio que condenarían a esos represores de por vida a la cárcel.
Seguramente fueron contratados especialmente por alguien con mucho poder, que
identificarlo implicaría un riesgo que no estoy dispuesto a asumir. Sólo me
interesa que se haga justicia. Los tres ladrones a sueldo, si quiere llamarlos
así, recorrían la zona buscando un buen lugar para ocultar permanentemente
dichas pruebas incriminatorias y se toparon con su residencia, que dio la
casualidad que era lo que ellos andaban necesitando. Una quinta alejada de la
ruta, alejada de la ciudad y con un inmenso jardín de fondo... Era perfecto.
Igual que usted, su esposa también vio al tercero de ellos inspeccionando cerca
del nogal durante escasos segundos y no comprendía la razón, hasta que vio la
noticia del juicio por televisión y entonces lo supo. Se levantó la primera
noche para ir al jardín, excavar alrededor del nogal, desenterrar esos papeles
y ocultarlos muy bien. Y su idea tuvo éxito. Usted, señor Cervera, se levantó
cuando ella ya había terminado. Pero no llevaba nada en la mano, porque debió
esconder todo en los bolsillos de su camisón. Ella nunca le confesó a usted la
verdad porque quería protegerlo y usted y el resto de la familia querían
proteger a la única persona que no presenció lo ocurrido: Adriana Cervera.
Aún con la evidencia encima, la señora Santamarina
tenía que ocultar muy bien ésa prueba, dejándoles a todos un indicio sobre ello
por si algo pasaba. Bajó a la noche siguiente, escondió los documentos y se
fugó para protegerse ella misma y protegerlos a ustedes. Y usted, señor
Cervera, cuando volvió a bajar ésa otra noche, sólo encontró este papel.
_ ¡Es usted único!_ admitió con efervescencia Rubén
Cervera._ Sí que sabe usted leer muy bien entre líneas cuando le cuentan una
historia. Sólo que no sé qué quiso decir mi esposa con eso.
_ No lo sabe en parte_ siguió Dortmund, omitiendo las
alabanzas hacia su talento del otro caballero._ Usted dedujo del último
fragmento de texto, que dice: "[...]
Abre las fauces de sus frutos y sabrás toda la verdad", que el
interior de alguna de las nueces del nogal guardaban un mensaje dirigido a
usted. Debe ser la misma nuez que me dijo que agarró su hija, la que usted le
arrancó de la mano con causa justa.
_ Así es. Mi esposa abrió la nuez, le vació el
contenido, colocó en su lugar una pequeña misiva doblada en cuatro partes y
selló luego los dos fragmentos de la cáscara con pegamento. Le adhirió en uno
de los extremos un piolín y la colgó sutilmente sobre una de las ramas. No fue
demasiado complicado encontrarla. Después de eso, la dejé apoyada a un costado
del tronco. Sinceramente, jamás supuse que Adriana fuera a querer agarrar justo
ésa nuez habiendo otras. Pero debí imaginar que algún día pasaría porque es tan
inteligente como su madre.
Fueron de vuelta hasta el nogal y Rubén Cervera
entregó la nuez en cuestión en manos de Sean Dortmund. Aquél la abrió, extrajo
el papelito y lo leyó en voz alta. Expresaba lo siguiente:
"Querido: tengo que desaparecer por un largo
tiempo. No puedo decirte nada de lo que está pasando porque sería el fin para
toda la familia y si algo le pasara a alguno de ustedes, es algo con lo que
nunca podré vivir. Si llegás algún día a descubrir el significado de la primera
parte de mi mensaje, antes de hacer algo, andá corriendo a la Policía. Nadie
puede saber nada. Te amo con el alma, Rubén. Cuidá a nuestras hijas y cuidalo
al nene. Los voy a extrañar a horrores. Por favor, te pido encarecidamente que no me busques
nunca e inventá cualquier excusa para justificar mi ausencia. Decí que me fui
al mar o cualquier pretexto que se te ocurra en el momento. Siempre tuya, mi
amor."
Tanto Adriana Cervera como su padre no pudieron evitar
llorar, en tanto que Dortmund le devolvió el recado a este último y volcó toda
su concentración sobre la primera parte del texto: "Un pequeño nogal guarda en sus hojas el secreto del gran manantial".
Lo repitió para sí reiteradas veces sin alcanzar ningún resultado satisfactorio.
A posteriori, tuvo la ocurrencia de leer la pista de pie junto al nogal, pero
tampoco así pudo decodificar el significado de ésa primera parte. Examinó
meticulosamente ramas, hojas, rincones de tierra, superficies cercanas al
árbol, todo en vano. Sean Dortmund estaba decepcionado de sí mismo, cuando tuvo
la idea de volver sobre el tercer párrafo del mensaje: "El secreto del gran manantial". Lo
repitió para sí varias veces durante unos cuantos minutos hasta que pegó un
salto excitado de la emoción que sintió al creer descifrar el acertijo. Se
acercó corriendo a ver al señor Cervera, que estaba en la cocina sincerándose
con su hija en una charla de padre e hija.
_ Señor Cervera_ lo interrumpió Dortmund, efusivo._
Entre la variedad de cuadros que tiene en el living, ¿hay alguno que se
intitule "El secreto del gran manantial"?
Rubén Cervera recobró la vivacidad de pronto.
_ ¡Sí!_ repuso sobreexaltado._ Es el primero a la
izquierda que está en el palier de la entrada. Tiene dibujado en medio de un
celeste inmenso que recubre toda la proporción de la obra lo que se interpreta
como un barco en miniatura naufragando en el medio de aguas tranquilas y mareas
abundantes.
_ La carta de despedida que su esposa le dejó dice al
final: "Deciles que me fui al mar...".
_ Nunca comprendí el
sentido de ésa frase.
_ Pues, yo se lo acabo de encontrar.
Y el inspector corrió de lleno hacia el cuadro. Lo
descolgó, lo abrió por la parte de atrás y extrajo de su interior la tan
buscada evidencia, esos documentos que encarcelarían de por vida a cinco
represores de la última dictadura militar. El señor Cervera sintió que su
corazón dio un vuelco de 180 grados. Dortmund sintió una sensación parecida que
recorría su espalda lentamente y examinó esos papeles uno por uno y en detalle.
_ ¿Qué tienen?_ preguntó el señor Cervera.
_ Confesiones de los acusados sobre todos los crímenes
que cometieron entre 1976 y 1981. Figuran todos los nombres de las víctimas,
fechas, un relato minucioso sobre las bajezas que padecieron cada una de ellas,
los centros de detención clandestinos en donde fueron ilegalmente retenidas,
nombres de los otros involucrados, responsables... En fin, todo está acá_ y
sacudió la carpeta en el aire.
_ Data del 14 de mayo de 1982 y está firmada por los
cinco acusados_ agregó Sean Dortmund._ De ahí, su interés en hacerlo
desaparecer definitivamente. Pero por fortuna el tribunal dictó la falta de
mérito y los delitos por lesa humanidad son imprescriptibles. Estos papeles son
un juramento atroz.
Le encomendó al señor Cervera entregar él mismo esos
documentos a la Justicia, para lo cual le fueron asignados a través del capitán
Riestra tres oficiales que velaban por su seguridad. Finalmente, el juicio
continuó y los cinco represores fueron condenados a reclusión perpetua. Sean
Dortmund supo unos meses más adelante que los autores matieriales del incidente jamás fueron encontrados y que el o los autores intelectuales concretos tampoco fueron descubiertos con certeza alguna.
Pero Dortmund
contribuyó asimismo a localizar a la señora Santamarina y toda la familia se volvió a
reunir después de dos interminables años. Ahora Sean Dortmund estaba
considerando seriamente la posibilidad de comprarse una quinta en un pueblo alejado de la provincia y plantar un
centenar de nogales. Sí, ¿por qué no? La idea lo sedujo enormemente.