jueves, 23 de noviembre de 2017

Un pequeño nogal (Gabriel Zas)



Este caso le significó al inspector Dortmund un reconocimiento a nivel nacional por su implacable intervención en él, que aplicando toda la hazaña de su talento mayúsculo, logró resolver de manera formidable y eficaz, cuya solución contribuyó a la diseminación de un propósito mucho más grande aún. Llegó a su conocimiento por medio de la recomendación que su fiel amigo, jefe máximo de la División Homicidios de la Policía Federal, el capitán Riestra, hizo sobre su persona y su laboriosa e intachable tarea detectivesca, como no podía ser de otra manera.

El capitán Riestra se comunicó por teléfono ésa tarde de febrero de 1985 con Sean Dortmund para anunciarle que una mujer de nombre Adriana Cervera iría a visitarlo para pedirle consejo sobre un caso que era digno de él. Dortmund aceptó de buena fe recibir a dicha señorita y le pidió a Riestra que mientras esperaba su llegada de un momento a otro, lo pusiese al corriente del motivo de su consulta. Sin embargo, pese a la insistencia del inspector, Riestra hizo votos de silencio y juzgó que era conveniente que fuese la propia involucrada en ese drama la que lo pusiese al día de la cadena de eventos que incitó a la señorita Cervera a darle intervención policial al asunto. Aunque reprendió al capitán por negarle conocer los pormenores del caso, Dortmund aceptó la condición aunque estaba algo irascible.

Unos minutos después, una joven mujer, de rostro apacible, facciones delicadas, mirada turbia y desesperada, de buen porte y muy atractiva, aunque con un talante algo pasado de moda y de cabellos negros caídos proporcionalmente sobre la altura de los hombros, se apersonó en el departamento del inspector y se presentó como Adriana Cervera. Dortmund la recibió formalmente y la invitó a sentarse en una silla frente a él, no sin antes ofrecerle cortésmente algo de beber.

_ Veo que viajó usted en colectivo y vino caminando lo más rápido que sus pies le permitieron. Así que, no dudo que el asunto que la trajo a verme es realmente urgente y por demás grave_ dijo Dortmund, sabiamente, sin sacarle los ojos de encima a su huésped.

La señorita Cervera se quedó atónita.

_ ¿Cómo lo supo?_ lo indagó ella con visible curiosidad.

_ Sus ropas están ligeramente arrugadas, lo que implica que viajó sentada no por mucho tiempo. Cuando se apoya sobre el respaldo del asiento de cualquier colectivo, aquél desacomoda la ropa de un modo muy particular y genera en la prenda una suerte de arrugas muy significativas. Además, su cabello está algo desprolijo y despeinado, por lo que vino caminando a un ritmo inusualmente acelerado.

_ Bueno. Después de todo, veo que no era tan difícil de deducir y comprueba extraordinariamente las maravillas que el capitán Riestra me habló sobre usted.

_ La Comisaría donde él desempeña sus funciones no está a más de veinte o treinta cuadras a lo sumo de acá. Es práctico venir caminando y no obstante usted optó por desplazarse hasta mi domicilio en un transporte público. Es otro dato que le da crédito a la urgencia que  su asunto merece, señorita Cervera.

_ Decididamente, me rindo ante sus conclusiones. Por favor, dígame Adriana. No estoy habituada a que me llamen por mi apellido.

_ Y yo no estoy acostumbrado a tratar a las personas de un modo meramente informal.

Ella lo miró con una denotada hostilidad pero le quitó importancia a una cuestión tan trivial como esa.

_ Cuénteme su problema y estaré dispuestamente encantado de ayudarla en todo lo que me sea posible_ la alentó el inspector con un esbozo en sus labios.

_ <<Como ya sabe_ comenzó la dama_ mi nombre es Adriana Cervera y vivo con mi familia en una quinta en General Rodríguez, al oeste de la provincia de Buenos Aires. Vivo con mi hermano menor, Joaquín Cervera; mi hermana mayor, Claudia Cervera; mi tío, Alfredo Cervera; y mi padre, Rubén Cervera. Mi madre, Lucrecia Santamarina, falleció hace más de dos años de un paro cardiorrespiratorio. Nuestra quinta tiene en el fondo un enorme jardín, con varias plantas que nosotros mismos cosechamos, flores de diversas especies y un gran nogal atrás de todo, que está lindero a la casa de nuestros vecinos. Hace unos días empecé a notar que estaba algo descuidado y lo empecé a regar varias veces al día para fortalecerlo. Empezó prontamente a verse mejor y hace dos días tuve curiosidad de probar una de las nueces que floreció de una de sus ramas. Tomé una que se había desprendido de una de las ramas y que descansaba sobre uno de los costados del tronco. Pero cuando la iba a probar, mi padre apareció por sorpresa por atrás mío y me arrancó el fruto con violencia de mi mano. Lo miré con miedo y confundida al mismo tiempo. Nunca en la vida vi a mi padre tratarme así o tratar a alguno de la familia así, y no había motivo para que haya reaccionado de semejante forma. Sólo iba a probar una de sus nueces. Su actitud era más que injustificada. Inesperadamente, como si reconociera lo mal que actuó pero sin cambiar su comportamiento, me pidió disculpas y atrás me hizo una advertencia que me dejó seriamente pensando.

<_ No quiero que te pase lo mismo que a tu madre. Ella murió por culpa de este nogal de porquería>.

Imagínese, inspector Dortmund, mi reacción ante el impacto que me produjeron tales palabras. Me puse un poco más autoritaria y le pedí una explicación más sensata al respecto.

<_ ¿Acaso no es que mamá murió por una insuficiencia cardíaca?>

<_ Tuvimos que decir eso porque se nos hacía imposible transmitir la verdad, porque tal verdad no la conocemos como realmente es>.

<_ Explicate mejor. ¿Qué pasó con mamá?>.

Mi padre juntó fuerzas para hablar y al fin, cuando se sintió preparado, me confesó algo que me dejó más desorientada que al comienzo.

<_ Una noche, que vos no estabas acá porque te fuiste de vacaciones una semana a Aruba, unos ladrones entraron a casa mientras todos dormíamos. No se llevaron nada. Eran tres. Dos nos despertaron con violencia y nos apuntaron con armas, y el tercero estaba en nuestro jardín. No pudimos ver lo que hacía porque los dos que nos tenían cautivos nos obligaron a mirar hacia la  pared y a agachar la mirada. Después de unos cinco minutos, se fueron advirtiéndonos que si alguno nos dábamos vuelta o nos atrevíamos a denunciarlos, nos matarían a todos. Esperamos un tiempo prudencial para estar seguros de que se habían ido definitivamente y para reponernos,  y cuando por fin nos recuperamos, revisamos todo en detalle  y nos dimos cuenta que no se habían llevado nada. Fue algo de lo más extraño, porque puedo jurarte, hija, que los tipos se fueron muy satisfechos. Pasó una semana del incidente, cuando por televisión salió la noticia de un caso sobre lesa humanidad que se desestimó por falta de pruebas y los ex militares condenados fueron todos absueltos por falta de mérito. No sé qué vio ella, pero a tu madre ésa noticia la puso extremadamente nerviosa. Le pregunté qué le pasaba pero me dijo que no era nada. Aunque le insistí repetidas veces, siempre obtenía de ella la misma respuesta. Ésa misma noche, un rato después de acostarnos, noté que tu madre no estaba en la cama. Me levanté para buscarla sin despertar al resto y la encontré en el jardín, husmeando nerviosa y acongojada este nogal. Traté de evitar preguntarle al respecto porque estaba muy tensionada. Pero a la noche siguiente, ocurrió lo mismo. Y cuando salí al jardín para buscarla, desapareció. Huyó, desapareció sin dejar rastro alguno. Vos llegaste a los dos días de afuera y como todo lo que pasó fue extraño, convení con el resto en mentirte para evitar involucrarte en algo que podía resultar ser demasiado peligroso para cualquiera de nosotros. Nadie se acercó al nogal desde ése día y dejamos que se pudra. Pero estaba tan bien plantado y cuidado, que eso no ocurrió. Recién ahora se estaba empezando a marchitar y vi que vos lo regaste y te acercaste. Y tuve que frenarte para evitar que te pasara lo mismo que a tu madre. No quería que vos también perdieras la razón por culpa de este maldito nogal. Quisiera arrancarlo de cuajo y tirarlo al diablo. Arruinó la vida de tu madre y nos arruinó a todos nosotros como familia.>

<<Mi padre se puso a llorar e intentó abrazarme, pero yo me sentía tan enojada por todo eso que lo esquivé y me fui corriendo a mi cuarto. Desde entonces que no le hablo ni a él ni a nadie de mi familia y creí que lo más conveniente era poner todo en manos de la Policía. Pero resulta todo tan insólito, que ni ellos han de ser capaces de creerme. >>

_ El capitán Riestra sí le creyó y por eso la envió a verme, señorita Cervera. Tenemos tres eventos importantes que se desprenden de su relato. El primero, son los ladrones que ingresaron, tantearon en el jardín y no robaron nada de la casa. El segundo, es el desacostumbrado comportamiento de su madre. Y el tercero, su repentina y posterior desaparición. Necesito hablar con su padre urgente.

_ Me resultará algo imposible que pueda hablar con él. Si sabe que le di intervención a la Policía por algo que sucedió hace dos años y que escondió todo este tiempo en complicidad de mi familia, no creo que se lo tome bien y me odiará por el resto de su vida. Pese a que estoy decepcionada de él y de toda mi familia, no deja de ser mi padre ante todo.

_ Créame que no la odiará, al contrario. Si creo que este asunto es lo que pienso que es, estará muy orgulloso de usted, señorita Cervera. Y también el resto de su familia.

_ ¿Ya sabe lo que sucedió?

_ Estoy casi convencido que sí. Y puedo anticiparle que su madre está viva si mis incipientes observaciones resultan acertadas. Y puedo garantizarle de que estará sumamente orgullosa de ella cuando conozca toda la verdad de sus acciones y no tendrá reparos en perdonarla. ¿Me llevará a hablar con su padre, entonces?

Con un fulgor de esperanza en sus pupilas, Adriana Cervera no tuvo más remedio que rendirse a las solemnes peticiones del inspector. Se tomaron un taxi hasta Plaza Miserere, allí combinaron con el ferrocarril Sarmiento hasta Moreno, en donde empalmaron con el ramal a General Rodríguez que salía a las 18:20. Llegaron a la quinta pasadas las 20:15. Rubén Cervera, padre de la cliente de Dortmund, se quedó conmocionado al verlo al inspector husmeando en su jardín y ver además que fue llevado hasta allí por la propia voluntad de su hija del medio. Adriana Cervera intentó explicarle a su padre la situación, pero él no escuchó razones y lo enfrentó mordazmente a Sean Dortmund.

_ Retírese ya mismo de mi casa o se las verá conmigo_ lo desafió Rubén Cervera a Sean Dortmund, con impotencia y fuego que brotaba de su mirada cargada de odio y rencor.

_ Me iré sólo si me dice dónde escondió el papel que escribió su esposa la noche anterior a desaparecer_ lo confrontó el inspector con agallas.

El hombre que estaba frente a él lo miró inofensivamente y con un repentino cambio de actitud tímido y somera.  

_ ¿Qué papel?_ preguntó el señor Cervera, persuasivamente.

_ Sé exactamente lo que pasó y vine para ayudarlo. Su esposa lo descubrió todo y escribió una pista muy sólida sobre el destino de esos documentos tan comprometedores, que enterró en el jardín, justo al lado de su nogal. Y sabemos que su elección no fue ni inocente ni azarosa. Démelo, por favor, y terminemos con esto cuanto antes.

Dortmund estiró la mano. Adriana Cervera miró a su padre con una mirada interrogativa.

_ ¿Qué está pasando acá?_ preguntó con ingenuidad.
 
El inspector se volvió hacia el señor Cervera.
 
_ ¿Y el resto de la familia?_ le preguntó.
 
_ Afuera, en sus cosas_ respondió el caballero en cuestión, pero sus palabras fueron de una convicción imprecisa.
 
Rubén Cervera se quebró tras unos segundos de reflexión y subió directo hasta su habitación, adonde Dortmund y su hija lo siguieron fielmente sin perderle la marcha. Cuando entró, el señor Cervera tomó un retrato que estaba apoyado sobre su mesa de luz, lo desensambló y sacó de su interior un papel doblado en cuatro, que entregó decididamente en manos de Sean Dortmund. Aquél lo desdobló y lo leyó en voz alta. Expresaba lo siguiente:

 

"Un pequeño nogal

Guarda en sus hojas

El mayor secreto de la humanidad.

Abre las fauces de sus frutos

Y sabrás toda la verdad."

 

_ ¿Qué significa esto que mi madre escribió?_ quiso saber Adriana Cervera, sin saber sobre quién fijar su mirada perdida y confundida.

El inspector de volteó para mirarla.

_ Recordemos, señorita, que su madre, la señora Santamarina, se exaltó cuando vio una noticia referida a la absolución por falta de mérito de unos ex represores y militares_ Dortmund miró a Rubén Cervera.

_ ¿Estoy en lo cierto, caballero?_ lo indagó.

El aludido respondió haciendo un ligero movimiento con la cabeza.

_ Ella debió unir todos los cabos sueltos dejándose llevar sólo por su intuición, porque al chocarse con la realidad de la noticia, dedujo cuál fue el motivo del extraño incidente que sufrieron cuando ingresaron esos tres intrusos a su casa a través de su jardín. Tiene unas rejas y una protección que es muy fácil de transgredir para cualquiera. La elección de su casa para esconder esos documentos fue al azar, una oportunidad clara que vieron ellos de deshacerse de esas pruebas. ¿Acaso, señor Cervera, el que estaba en su jardín no estaba parado justo al lado de su nogal revisando la zona o mis deducciones son erráticas? Pudo verlo por una fracción de segundos porque posteriormente fueron obligados por los otros dos que los mantenían cautivos a darse vuelta.

_ Tiene usted toda la razón_ reconoció Rubén Cervera.

_ Lo que ellos escondieron en su jardín fueron las pruebas del juicio que condenarían a esos represores de por vida a la cárcel. Seguramente fueron contratados especialmente por alguien con mucho poder, que identificarlo implicaría un riesgo que no estoy dispuesto a asumir. Sólo me interesa que se haga justicia. Los tres ladrones a sueldo, si quiere llamarlos así, recorrían la zona buscando un buen lugar para ocultar permanentemente dichas pruebas incriminatorias y se toparon con su residencia, que dio la casualidad que era lo que ellos andaban necesitando. Una quinta alejada de la ruta, alejada de la ciudad y con un inmenso jardín de fondo... Era perfecto. Igual que usted, su esposa también vio al tercero de ellos inspeccionando cerca del nogal durante escasos segundos y no comprendía la razón, hasta que vio la noticia del juicio por televisión y entonces lo supo. Se levantó la primera noche para ir al jardín, excavar alrededor del nogal, desenterrar esos papeles y ocultarlos muy bien. Y su idea tuvo éxito. Usted, señor Cervera, se levantó cuando ella ya había terminado. Pero no llevaba nada en la mano, porque debió esconder todo en los bolsillos de su camisón. Ella nunca le confesó a usted la verdad porque quería protegerlo y usted y el resto de la familia querían proteger a la única persona que no presenció lo ocurrido: Adriana Cervera.

Aún con la evidencia encima, la señora Santamarina tenía que ocultar muy bien ésa prueba, dejándoles a todos un indicio sobre ello por si algo pasaba. Bajó a la noche siguiente, escondió los documentos y se fugó para protegerse ella misma y protegerlos a ustedes. Y usted, señor Cervera, cuando volvió a bajar ésa otra noche, sólo encontró este papel.

_ ¡Es usted único!_ admitió con efervescencia Rubén Cervera._ Sí que sabe usted leer muy bien entre líneas cuando le cuentan una historia. Sólo que no sé qué quiso decir mi esposa con eso.

_ No lo sabe en parte_ siguió Dortmund, omitiendo las alabanzas hacia su talento del otro caballero._ Usted dedujo del último fragmento de texto, que dice: "[...] Abre las fauces de sus frutos y sabrás toda la verdad", que el interior de alguna de las nueces del nogal guardaban un mensaje dirigido a usted. Debe ser la misma nuez que me dijo que agarró su hija, la que usted le arrancó de la mano con causa justa.

_ Así es. Mi esposa abrió la nuez, le vació el contenido, colocó en su lugar una pequeña misiva doblada en cuatro partes y selló luego los dos fragmentos de la cáscara con pegamento. Le adhirió en uno de los extremos un piolín y la colgó sutilmente sobre una de las ramas. No fue demasiado complicado encontrarla. Después de eso, la dejé apoyada a un costado del tronco. Sinceramente, jamás supuse que Adriana fuera a querer agarrar justo ésa nuez habiendo otras. Pero debí imaginar que algún día pasaría porque es tan inteligente como su madre.

Fueron de vuelta hasta el nogal y Rubén Cervera entregó la nuez en cuestión en manos de Sean Dortmund. Aquél la abrió, extrajo el papelito y lo leyó en voz alta. Expresaba lo siguiente:

 

 "Querido: tengo que desaparecer por un largo tiempo. No puedo decirte nada de lo que está pasando porque sería el fin para toda la familia y si algo le pasara a alguno de ustedes, es algo con lo que nunca podré vivir. Si llegás algún día a descubrir el significado de la primera parte de mi mensaje, antes de hacer algo, andá corriendo a la Policía. Nadie puede saber nada. Te amo con el alma, Rubén. Cuidá a nuestras hijas y cuidalo al nene. Los voy a extrañar a horrores. Por favor,  te pido encarecidamente que no me busques nunca e inventá cualquier excusa para justificar mi ausencia. Decí que me fui al mar o cualquier pretexto que se te ocurra en el momento. Siempre tuya, mi amor."

 

Tanto Adriana Cervera como su padre no pudieron evitar llorar, en tanto que Dortmund le devolvió el recado a este último y volcó toda su concentración sobre la primera parte del texto: "Un pequeño nogal guarda en sus hojas el secreto del gran manantial". Lo repitió para sí reiteradas veces sin alcanzar ningún resultado satisfactorio. A posteriori, tuvo la ocurrencia de leer la pista de pie junto al nogal, pero tampoco así pudo decodificar el significado de ésa primera parte. Examinó meticulosamente ramas, hojas, rincones de tierra, superficies cercanas al árbol, todo en vano. Sean Dortmund estaba decepcionado de sí mismo, cuando tuvo la idea de volver sobre el tercer párrafo del mensaje: "El secreto del gran manantial". Lo repitió para sí varias veces durante unos cuantos minutos hasta que pegó un salto excitado de la emoción que sintió al creer descifrar el acertijo. Se acercó corriendo a ver al señor Cervera, que estaba en la cocina sincerándose con su hija en una charla de padre e hija.

_ Señor Cervera_ lo interrumpió Dortmund, efusivo._ Entre la variedad de cuadros que tiene en el living, ¿hay alguno que se intitule "El secreto del gran manantial"?

Rubén Cervera recobró la vivacidad de pronto.

_ ¡Sí!_ repuso sobreexaltado._ Es el primero a la izquierda que está en el palier de la entrada. Tiene dibujado en medio de un celeste inmenso que recubre toda la proporción de la obra lo que se interpreta como un barco en miniatura naufragando en el medio de aguas tranquilas y mareas abundantes.

_ La carta de despedida que su esposa le dejó dice al final: "Deciles que me fui al mar...".

_ Nunca comprendí el sentido de ésa frase.                       

_ Pues, yo se lo acabo de encontrar.

Y el inspector corrió de lleno hacia el cuadro. Lo descolgó, lo abrió por la parte de atrás y extrajo de su interior la tan buscada evidencia, esos documentos que encarcelarían de por vida a cinco represores de la última dictadura militar. El señor Cervera sintió que su corazón dio un vuelco de 180 grados. Dortmund sintió una sensación parecida que recorría su espalda lentamente y examinó esos papeles uno por uno y en detalle.

_ ¿Qué tienen?_ preguntó el señor Cervera.

_ Confesiones de los acusados sobre todos los crímenes que cometieron entre 1976 y 1981. Figuran todos los nombres de las víctimas, fechas, un relato minucioso sobre las bajezas que padecieron cada una de ellas, los centros de detención clandestinos en donde fueron ilegalmente retenidas, nombres de los otros involucrados, responsables... En fin, todo está acá_ y sacudió la carpeta en el aire.

_ Data del 14 de mayo de 1982 y está firmada por los cinco acusados_ agregó Sean Dortmund._ De ahí, su interés en hacerlo desaparecer definitivamente. Pero por fortuna el tribunal dictó la falta de mérito y los delitos por lesa humanidad son imprescriptibles. Estos papeles son un juramento atroz.

Le encomendó al señor Cervera entregar él mismo esos documentos a la Justicia, para lo cual le fueron asignados a través del capitán Riestra tres oficiales que velaban por su seguridad. Finalmente, el juicio continuó y los cinco represores fueron condenados a reclusión perpetua. Sean Dortmund supo unos meses más adelante que los autores matieriales del incidente jamás fueron encontrados y que el o los autores intelectuales concretos tampoco fueron descubiertos con certeza alguna.
Pero Dortmund contribuyó asimismo a localizar a la señora Santamarina y toda la familia se volvió a reunir después de dos interminables años. Ahora Sean Dortmund estaba considerando seriamente la posibilidad de comprarse una quinta  en un pueblo alejado de la provincia y plantar un centenar de nogales. Sí, ¿por qué no? La idea lo sedujo enormemente.

La mujer que no pensaba casarse (Gabriel Zas)




 
 
_ Vos te vas a casar con Ramiro Reguera quieras o no, mocosa_ le decía Francisco Donaire a su hija Valentina, mientras la sostenía fuertemente de uno de sus brazos.

_ ¡Soltame, papá!_ suplicaba ella a gritos desesperados, toda vez que intentaba imponerse a los sometimientos de su padre.

_ Te voy a soltar cuando me digas que te vas a casar con Ramiro.

_ Ni loca me pienso casar con ése bueno para nada.

Francisco Denaire se precipitó bruscamente y casi de manera involuntaria soltó a Valentina. Ella no paraba de sujetarse el brazo mientras miraba a su padre con resentimiento y hostilidad.

_ Mirá, pendeja desubicada_ le advirtió su padre levantando un dedo._ Ramiro y su familia se preocuparon por nosotros y sobre todo por vos desde siempre. Cuando vos estuviste internada hace ocho años atrás, que te debatías entre la vida y la muerte, don Julio Reguera estuvo noche y día en el sanatorio y Ramiro hasta lloraba porque no sabía si ibas a sobrevivir, y no se movía de tu lado. ¿Quién te pensás que cubrió todos los gastos de internación, los copagos, los medicamentos, los traslados en ambulancia...?

_ ¿Y por eso me tengo que casar con él? ¡Estás muy equivocado!

_ ¡Te vas a casar con él porque yo soy tu padre y te ordeno que lo hagas!

_ ¿Desde cuándo existen los matrimonios arreglados en nuestro país?

_ A mí eso me importa un carajo. El 12 te casás por Civil y el 16 por Iglesia. Ya enviamos todas las invitaciones. No tenés opción. Vos y Ramiro se van a casar quieras o no.

_ No sos un padre, sos un tirano hijo de puta. Cómo se nota que serviste a los milicos en el `81.

Y antes de que él pudiera reaccionar, Valentina abandonó la habitación.

_ Quiere que me case con él por la plata y las propiedades que el Viejo le dejó a Ramiro_ le confesaba Valentina Denaire a Delfina, alguien muy cercana a ella, por teléfono._ Si él sigue soltero, todo es suyo. Pero si se casa, está obligado a cederme la mitad de sus bienes. Después, mi padre, como es abogado, va a buscar la manera de cagarme para sacarme ésas propiedades y quedárselas él desde la primera hasta la última.

_ Pero para que eso pase, te tendrías que divorciar legalmente de él_ le dijo Delfina con voz suave y compasiva.

_ Mi Viejo pensó en todo, no es boludo. Como Ramiro Reguera es un pobre infeliz que no sabe nada de la vida, está convencido de que a mí también puede manejarme a su antojo.

_ ¿Y qué vas a hacer, Negra? La fecha ya está puesta. No me estoy poniendo del lado de tu papá, pero...

_ Pero, nada. No me caso, ya está decidido. Fuera de esto, ni loca me fijaría nunca en alguien como Ramiro.

_ ¿Y qué vas a hacer, entonces?

Delfina parecía preocupada.

_ Tengo una idea que no puede fallar.

Valentina Denaire sonaba fuertemente convencida.

Al día siguiente, Valentina se encontró con Delfina en un bar para darle una noticia que la cambió por completo.

_ ¿A qué no sabés con quién me encontré?_ le peguntó Valentina a su confidente, llena de felicidad.

_ No sé. ¿Con quién?_ repuso Delfina.

_ ¡Con Emilio Tovar!

Ella la miró con cara de vacilación.

_ ¿Quién es?_ le preguntó al fin.

_ Mi antiguo amor de Secundaria. ¿Vos llegaste a conocerlo?

_ No, creo que no. Debe ser por eso que no me acuerdo de él.

_ Pobre, lo agarró la crisis del 2001 y lo dejó en la lona. Hace changas, se las rebusca como puede. ¡Pero está igual! ¡Sentimos una felicidad mutua cuando nos vimos!

_ Es lindo que digas eso, a pesar de que no tiene un peso partido a la mitad. Pero, acordate de tu matrimonio arreglado con el hijo de Julio Reguera. ¿Ya pensaste en algo al respecto?

_ Le conté todo a Emilio.

_ ¿Qué te dijo?

_ Que a mi Viejo lo quiere reventar a trompadas.

_ ¿Te dio una solución fiable para resolver el asunto, aparte de sus deseos de practicar boxeo con él?

_ Una que no va a fallar.

Valentina sonrió con perspicacia, Delfina le devolvió la sonrisa y ambas chocaron sus manos palma abierta en el aire.

Finalmente, el día de la boda por Civil llegó. Pese a que Valentina Denaire estaba desilusionada y profundamente dolida y angustiada, accedió a los deseos de su padre y contrajo matrimonio con Ramiro Reguera. Francisco Denaire sonrió con la misma satisfacción de un cazador después de atrapar a su presa más difícil. Cuatro días después, se llevó a cabo la ceremonia por Iglesia con la misma normalidad que el Civil.

A las dos semanas, Francisco enfrentó a su hija en la casa que compartía con su marido con un papel en mano y absolutamente sacado y fuera de sí.

_ ¿Qué significa todo esto?_ le preguntó él, fervientemente irascible.

_ No sé qué es ése papel_ le respondió Valentina, sugerentemente.

_ Es una notificación del Registro Civil que anula tu matrimonio con Ramiro y una citación judicial. ¿Qué hiciste?

_ Lo que vos dijiste que hiciera: casarme con Ramiro.

Dijo eso último con ironía y disciplencia, lo que puso a su padre en alerta de que algo más estaba sucediendo, algo que él desconocía por completo.

_ ¡No me tomés por estúpido, Valentina! ¿Qué hiciste?

_ Vos estabas ahí en el casamiento. Me viste despojarme en los brazos de Ramiro. Y yo te vi que se te caía la baba, imaginando mi ruina con él en unos meses y vos gozando de todas las propiedades que el Viejo le heredó a Ramiro antes de morir, no sin antes sacarme del medio a mí.

_ ¿Qué clase de barbaridades estás insinuando? ¡No te lo voy a permitir!

Valentina Denaire se rió a carcajadas con soberbia.

_ ¿Te creés que no sé que mataste a Julio Reguera, papá?_ le retrucó unos segundos después, con seriedad._ Con Julio muerto, todas sus empresas, propiedades y fortuna pasaban inmediatamente al dominio de Ramiro Reguera, con quien casualmente insististe en que me casara todos estos meses, porque antes de eso nunca se te hubiera ocurrido involucrarme en una locura de semejante envergadura. Tus insistencias comenzaron exactamente después del fallecimiento de tu gran amigo, como lo llamabas vos. Y fue tan lamentable verte fingir en el velatorio llorando su muerte... Sos patético, papá.

_ No sabés lo que decís. Julio murió de un infarto y eso quedó establecido en la autopsia. Estás enojada conmigo y descargás tu bronca inventando este tipo de pavadas, que además no tienen fundamento de nada.

_ Vos le indujiste el infarto al inyectarle aire en las venas con una jeringa. Y cuando lo hiciste, cambiaste la posición del cuerpo para que el rigor mortis cubriera la marca del pinchazo y la hiciera desaparecer por completo. Te admiro, papá. Lo pensaste bien. Pero admito que estoy orgullosa de haber heredado de vos al menos tu inteligencia.

Francisco Denaire no despegaba los ojos del rostro de su hija. La miraba de un modo muy peculiar, un modo que no se puede describir con palabras. No expresaba odio pero tampoco reflejaba afecto.

_ Faltaba que yo me casara con el único hijo de Julio Reguera_ continuó explayándose ella_ para culminar tu segunda parte del plan y apropiarte de todo lo suyo sin rodeos. Pero acá viene la parte en que yo te decepciono a vos al confesarte que nunca me casé con Ramiro.

La cara del padre cambió radicalmente, tornándose su piel blanca como el papel.

_ Eso es imposible bajo todo punto de vista_ agregó enseguida con una risita nerviosa y demasiado confuso.

_ Sí, es posible porque se casó con mi hermana gemela. ¿Ya te olvidaste de la hija que echaste de tu casa cuando discutiste fuertemente con ella porque te rehusaste a reconocerla como legítima hija tuya? Qué mal padre sos. Pero para mi fortuna, yo la seguí viendo a espaldas tuya y sabía al dedillo que estaba felizmente casada y contaba además con la ventaja de que Ramiro Reguera no sabía de su existencia porque vos jamás le hablaste de ella. Así que, ella fue al altar en reemplazo mío y nadie, pero absolutamente ninguno de los presentes de la ceremonia, incluyéndote vos; advirtió la diferencia. Y como mi hermana ya estaba casada de antes, el matrimonio con Ramiro queda sin efecto. Y yo me casé en secreto, sin que vos ni nadie supiera, con Emilio Tovar. ¿Te acordás de él, papá? No lo querías ni un poquito.

_ Vos no sos capaz de hacerme una cosa así a mí. No, a vos nunca se te ocurriría algo así que pudiera perjudicarme.

_ ¿Estás admitiendo que asesinaste a Julio Reguera de la manera y por los motivos que te expuse?

_ ¿Y si lo hice, qué? No lo podés probar. Es sólo una conjetura tuya dictada por tu intuición.

_ Tomo eso como un sí. Y me deja muy tranquila que apruebes el matrimonio de Ramiro con Delfina.

Francisco Denaire se desvaneció cuando oyó aquéllas últimas palabras y despertó a las pocas horas con la idea de que ése intercambio de palabras que mantuvo con Valentina fuera solamente producto de su imaginación.  

 

 
 

jueves, 9 de noviembre de 2017

La desaparición de Nuria Quevedo (Gabriel Zas)


  
_ Seguramente, dispone de varios casos interesantes que resolvió sin mi intervención_ le dije a Dortmund, mientras compartíamos una cena en su departamento una noche de julio de 1989.

_ He resuelto varios, sí, pero el término interesante propiamente dicho alude a una cualidad subjetiva añadida por el interlocutor que la recibe_ me respondió mi amigo con aire intelectual y algo sosegado._ Lo que resulta interesante para mí quizás no lo sea para usted y viceversa.

_ Todos sus casos son interesantes, sin importar lo que crea yo, el capitán Riestra o cualquier otra persona.

_ Me adula usted, doctor, más de lo que creo merecer por propio mérito. Pero si quiere, puedo reseñarle un caso breve que, si bien fue sencillo, cerró una historia que permanecía abierta desde 1957.

_ Soy todo oídos.

_ ¿Le hablé sobre el caso Siloci? El hombre que fingió un asesinato cuando su esposa se suicidó en la Mesopotamia, sólo porque la amaba más de lo que él creía capaz.

_ ¿Que tenía una amante y su esposa los siguió, ella lo confrontó a su marido y se desató la tragedia? Sí, me lo ha comentado. Usted abordó una solución de la que aún duda. El asunto no lo dejó dormir por varias noches.

_ Y aún me deja intranquilo y lo sigo investigando. Su solución no me deja satisfecho y eso me genera mucha impotencia conmigo mismo. Si dejé libre a una asesina, eso es algo que jamás me perdonaré y con lo que no podré vivir. Por eso sigo escarbando y no pienso descansar hasta cerciorarme de que hice las cosas bien. Pero unas semanas después, surgió este otro caso y de cierto modo, me redimí conmigo mismo aunque no es para nada suficiente.

_ Estoy impaciente por oírlo.

_ ¿Alguna vez escuchó hablar sobre el caso de la desaparición de Nuria Quevedo, doctor?

_ Me temo que no, Dortmund.

_ No es gran cosa lo que se logró esclarecer sobre el mismo y los pormenores son muy sintéticos pero con particularidades muy específicas cada uno de ellos. Nuria Quevedo era una abogada muy reconocida por defender a grandes personalidades políticas en diversos litigios judiciales entre 1953 y 1957, años muy agitados y difíciles para el país. El día de su desaparición, el 15 de junio de 1957, era el día anterior a una audiencia de divorcio en la que una de las partes se presume era un familiar directo de Juan Perón, que por razones obvias, su verdadera identidad nunca trascendió. Se reunió con él y la otra parte involucrada en su casa de San Andrés de Giles y según datos que surgieron de la investigación misma, se fue de ahí a las 18:30 rumbo a su casa de Capital Federal, en donde ella vivía. Tenía una vivienda propia que había adquirido hacía poco por avenida Alem, muy cerca de la plaza de Mayo. Testigos afirmaron que el día de su desaparición, la señora Nuria Quevedo tomó el ferrocarril Urquiza en la estación Giles hasta Chacarita. Y desde allí, el colectivo 218 que la dejaba a media cuadra de su casa. Pero parece ser que cuando se bajó del tren, su pareja, una tal Ludovico Albornoz, de quien casualmente se había separado hacía poco; la estaba esperando en el andén de la estación Lacroze. Él la confrontó y discutieron fuertemente por un buen rato hasta que ella abandonó la discusión y al señor Albornoz no le quedó más remedio que dejarla ir. Fue lo último que se supo de ella. Desapareció misteriosamente sin dejar rastros. El señor Albornoz declaró varias veces y en todas las declaraciones sostuvo lo mismo: que después de que dejara a Nuria Quevedo, él se tomó el bus 108 hasta su casa en Liniers y no volvió a contactar a la señorita Quevedo. Se enteró de su desaparición al día siguiente por los diarios. Cuando el fiscal de la causa le preguntó sobre el motivo de su separación, le dijo que la causa respondía a una diferencia de opiniones. Nunca lo pudieron detener porque no había evidencia en su contra que lo vinculara con la desaparición de Nuria Quevedo. En resumen, la Justicia hizo dos años exhaustivos de investigaciones inacabables sin obtener resultados favorables y se decidió por ende cerrar el caso. Ella nunca apareció. Se examinó inclusive la posibilidad de que su desaparición estuviera relacionada con alguno de sus casos judiciales o con alguno de sus clientes, pero tampoco se pudo sacar nada en limpio por ése lado. No hubo novedades del caso hasta que hace un poco más de un año, el capitán Riestra se encontró entre las evidencias por mera casualidad durante una investigación en curso por asesinato con una blusa que perteneció nada más y nada menos que a Nuria Quevedo. Y se recuperó de entre las fibras de la prenda una muestra de cabello que se certificó científicamente que pertenecía a la señorita Quevedo. La prenda fue comprada en una feria americana pero nadie pudo explicar cómo llegó hasta ahí. Fue cuando el capitán Riestra decidió venir a consultarme. Lo primero que hice fue localizar al señor Albornoz para interrogarlo e interiorizarme más sobre el caso y su relación entre él y la señorita Quevedo. Pero no fui muy afortunado en ése sentido porque Ludovico Albornoz estaba internado por un cuadro de neumonía agravado y los médicos le prohibieron tajantemente recibir visitas. Pero pude convencer a una de sus enfermeras para que me dejara al menos dos minutos a solas con él. Y eso fue algo muy fructífero. Le costaba enormemente hablar y tenía serias dificultades para respirar. Pero llegó a confesarme que conservaba un mechón de cabello de Nuria Quevedo, que ella se lo cortó para él cuando empezaron a salir como una muestra de fidelidad y me dijo en qué rincón exacto de su casa lo conservaba. Lo último que me hizo saber fue que nunca habló de eso porque sabía que podía darle un argumento muy sólido a la Policía para arrestarlo y acusarlo. Pero quería morir con la conciencia tranquila. Dicho y hecho, después de su revelación, falleció.  Lo puse al corriente al capitán Riestra sobre estos nuevos datos y consiguió una orden judicial para registrar el domicilio del señor Ludovico Albornoz. Revisamos toda la morada en profundidad y el mechón estaba ahí, en el lugar preciso en donde el señor Albornoz me indicó con su último aliento. Ambas muestras, la presente y la recabada de la blusa, fueron cotejadas una con otra y analizadas por separado. Concluyentemente, se determinó que el cabello era el de la señorita Nuria Quevedo y que el mechón que el señor Albornoz tenía en su poder conservaba restos de arsénico y eso se pudo afirmar por las pruebas de radiación que se practicaron sobre ambas muestras. Eso lo excluía de entre los sospechosos porque el envenenamiento por arsénico requiere suministro constante y los estudios forenses ratificaron que la señorita Quevedo tenía en su organismo tres veces más de arsénico de lo permitido, y que le fue administrado por al menos quince días seguidos. Estar al lado de la víctima para envenenarla con arsénico es condición necesaria para emplear este mecanismo de muerte, lo que el señor Albornoz claramente no cumplía si recién la había conocido y habían empezado a salir. No habían sido muchos los momentos que compartieron juntos. Fue algo inteligente de parte de Ludovico Albornoz ocultar ésa prueba a la Policía porque si no, estoy convencido, lo hubieran acusado por el asesinato de Nuria Quevedo injustamente.

Era claro entonces que el asesino la mató y supo esconder muy bien el cuerpo para que jamás fuese encontrado. Y esto ponía entre los sospechosos a sus más poderosos clientes de la esfera política. ¿Quién mejor que ellos puede tener recursos para hacer desaparecer un cuerpo por completo? Volví entonces sobre el último caso que Nuria Quevedo estaba investigando antes de su desaparición. Fue a casa de su cliente durante dos semanas consecutivas y según los testimonios a los que tuve acceso, solamente una persona estuvo siempre y permaneció fielmente a su lado durante ése período de tiempo: Jorge Meraglia, esposo de su cliente, la señora Agustina Esteche. Ella era su defendida, verdaderamente. Recuerde, doctor, que le dije al comienzo del relato que el nombre real del principal afectado en el pleito nupcial nunca se dio a conocer, por lo que estos nombres que manejo son puramente ficticios y fueron designados por el juez de Instrucción que entendió en la causa original.

En consecuencia a esto que concisamente le diserté, esta es mi transitoria reconstrucción de los hechos. Por lo que averigüé, el señor Jorge Meraglia tenía un elevado cargo político en el Congreso de la Nación y estaba en carrera política para postularse como candidato a presidente. Pero Meraglia era un mujeriego hecho y derecho, doctor. Tuvo aventuras con más de treinta mujeres durante varios años en los que estuvo casado. Pensó que su esposa nunca lo iba a descubrir, pero se equivocó y ella le pidió inexorablemente el divorcio. Trató de convencerla de hacer borrón y cuenta nueva, pero ella se rehusó a aceptar eso y contrató a la señorita Quevedo como su abogada. Era implacable en lo que hacía, una trayectoria intachable. Según pude deducir de los hechos mismos, el señor Jorge Meraglia intentó sobornar varias veces a su esposa, Agustina Estrche, para que no impulsase ninguna acción judicial en su contra, porque quería evitar el escándalo porque algo así, sin dudas, perjudicaría su carrera electoral seriamente. Como no logró corromper a su esposa, quiso corromper a su abogada. Pero como no pudo con ella tampoco, decidió proteger su honor y su reputación envenenando a la única persona que podía realmente arruinarlo: Nuria Quevedo. Fingiendo todos los días interesarse por la causa y mostrarse dispuesto a colaborar en todo lo que fuese necesario para que todo acabara en buenos términos, propuso su hogar como centro de reuniones para las partes. Si bien la señora Esteche desaprobó la idea desde un comienzo, la señorita Quevedo consideró que era una buena ocurrencia para intentar merecer  un acuerdo y llegar a la primera audiencia con una postura ya definida, y la señora Agustina Esteche aceptó de buena fe. Pero ya ve que la verdadera intención de ésa tertulia era simplemente asesinar a la señora Quevedo.

Si ella no hubiera acatado la propuesta planteada por el señor Meraglia, quizás aún hoy viviría. Se supo después que, a raíz de la tragedia devenida, la señora Agustina Esteche y el señor Jorge Meraglia siguieron juntos y se fueron a vivir a París al año siguiente de las elecciones. Pero se les perdió el rastro a ambos y todo esto me hace considerar seriamente en la posibilidad de que la señora Esteche haya jugado un papel fundamental en todo este drama. Si Meraglia y Esteche se reconciliaron y querían desistir de instar la acción judicial pero la señorita Nuria Quevedo consideró todo lo contrario, no resultaría nada extraño que después de todo la señora Esteche haya fingido condescendencia para con su abogada y haya tomado parte activa de un plan ciertamente frío y calculador. Para que mi teoría encaje decisivamente en los hechos, hay que suponer que la señora Quevedo no quería redimirse de proseguir la acción judicial contra el señor Meraglia porque eso le significaría a ella grandes pérdidas de dinero, de tiempo y su reputación declinaría a su suerte en competencia con el resto. El matrimonio insiste en prescindir de la medida, pero Nuria Quevedo sostiene todo lo contrario y hasta estoy convencido de que se reunió a solas con la señora Esteche para aclarar los términos y manifestarle en persona los argumentos que justificaren su determinación. Agustina Esteche finge comprensión pero la decisión ante su negativa ya estaba tomada y entonces se desató la tragedia. Si tan sólo la doctora Quevedo hubiera aceptado como buena abogada que era la rescisión de la demanda, su destino hubiera sido uno completamente diferente. La política mueve sentimientos y los sentimientos mueven al dinero. El círculo vicioso más peligroso que puede existir en tiempos modernos como los actuales.

_ ¿Pero, y el cuerpo? ¿Nunca lo encontraron?

_ Jamás y a ésta altura, las posibilidades de hallarlo son absolutamente nulas. Pero el caso tuvo un cierre digno y eso basta. El secreto de dónde fue ocultado el cuerpo de Nuria Quevedo se fue con el señor Meraglia. Quizás si algún día logramos localizarlo, nos pueda concluir de decirnos toda la verdad del asunto para llenar los puntos que aún permanecen vacíos. En lo que a mí atañe, no tengo más nada que decir respecto al mismo más que expresar mi conformidad por los logros mayoritariamente obtenidos.

 
 

lunes, 6 de noviembre de 2017

Doce menos uno (Gabriel Zas)


                                    
 


Mientras la Fiscalía buscaba la pena máxima a reclusión perpetua para Andrés Morelli por considerarlo autor penalmente responsable de los asesinatos agravados de al menos siete mujeres en los últimos tres años y medio, su defensa a cargo del doctor Marcos Urrista solicitaba su absolución definitiva por considerar legítimamente que las evidencias en contra de su cliente eran insuficientes y que la acusación se basaba íntegramente en justificaciones subjetivas que carecían de toda clase de calificación legal. Por tal motivo y por otros más que no vienen al caso, fue que le solicitó al juez ser sometido y juzgado en un juicio por jurados populares. La moción fue concebida y después de escuchar todos los testimonios, evaluar detenidamente todas las evidencias y escuchar detalladamente los alegatos finales de cada una de las partes, los doce miembros del jurado se reunieron en una sala completamente aislada para deliberar sobre el proceso y emitir el fallo.

Once de los doce miembros votaron a favor de la culpabilidad de Morelli y uno sufragó sorpresivamente en secesión con el resto. Nadie se explicaba porqué se había pronunciado a favor de la inocencia de Morelli y eso sin dudas produjo el enojo en masa del resto de los jurados. Con once votos a favor y uno en contra no podían condenarlo porque la cantidad total de votos no alcanzaba la unanimidad que la ley establecía para dictar un veredicto a perpetua. Eso implicaba que por delante quedaban tres instancias más de votación en las que se requerirían un mínimo de ocho votos a favor para abordar una condena firme y segura. Pero si no había consenso en ninguna de las tres etapas posteriores y si el fiscal decidía proseguir con la acusación, el jurado debía disolverse, armarse uno absolutamente diferente y empezar todo el proceso penal otra vez desde el principio.

Los once miraron a Alejandro Pelicori, el jurado que votó a favor de la inocencia de Andrés Morelli, con odio e impotencia, y los reproches y las discusiones no se hicieron esperar.

_ ¿Cuánto te pagaron para que lo votaras inocente?_ le recriminó con indignación, Marisa Britez, una de las once integrantes del jurado.  

Pelicori en cambio le devolvió una mirada más furtiva y consistente.

_ Quedate tranquila que nadie me sobornó, Britez_ le respondió Alejandro Pelicori con soberbia y un esbozo sensiblemente dibujado en sus labios.

_ Entonces, explicanos tu voto, porque ninguno entendemos porqué votaste inocente a un monstruo como Morelli_ le retrucó de frente Jeremías Furtado._ Nos hundiste, Hermano. Con tu absurda decisión, nos dejaste a los once en Pampa y la vía. ¿Qué carajo te pasó por la cabeza, Alejandro, cuando emitiste tu fallo?

_ Las pruebas no señalan en dirección suya. Para mí, todo lo que nos mostraron y nos dijeron durante los debates es escaso para culpar a Morelli de matar a esas siete mujeres. Todo es ambiguo, no veo ninguna certeza que me dé la pauta que Andrés Morelli es efectivamente el asesino buscado, el monstruo que dicen que es. Por ahí está relacionado con los homicidios, pero desde otro lugar, algo que la Fiscalía no nos puso sobre la mesa y por ende no podemos evaluar.

_ ¡La Fiscalía nos presentó un caso sólido porque Morelli es el asesino, Morelli es culpable!_ fustigó con vehemencia, Verónica Funes, otra de los miembros del jurado._ Y vos, Pelicori, con tu ridícula teoría, tiraste por la borda dos días de intenso laburo. ¡Te tendríamos que matar a vos, mirá lo que te digo!

Las discusiones y los reclamos siguieron por un largo rato más, hasta que a los doce se les cedió un receso de media hora para ir a almorzar. Cuando retomaron a la sala de debates, solamente lo hicieron once, porque el número doce, casualmente Alejandro Pelicori, estaba tendido sobre el piso, desvanecido y completamente inerte, boca arriba; con los ojos abiertos, los labios rígidamente sellados y el rostro pálido. Jeremías Furtado se animó tímidamente a tomarle el pulso y confirmó lo que en apariencia resultaba una obviedad: Alejandro Pelicori estaba muerto. Y los once eran sospechosos de haberlo matado, porque todos compartían un mismo común denominador: la desavenencia de su voto.                                                                                                                                                    

 

                                                                        ***

 

_ La víctima es Alejandro Pelicori_ le explicaba el capitán Riestra a Dortmund_. Junto a los once jurados restantes, tenía a su cargo dictarle sentencia a Andrés Morelli, acusado de asesinar a siete mujeres a sangre fría. Todos votaron a favor de la culpabilidad de Morelli, pero Pelicori fue el único que votó en contra. Su decisión generó una gran tensión entre el resto de los miembros del jurado, a tal punto que la discusión se escuchó en todo el edificio del Juzgado. Se les otorgó un receso y cuando volvieron, hallaron a Pelicori tendido en el suelo, muerto. Demás está decirle, Dortmund, que hay once sospechosos potenciales para el homicidio.

_ Eso es innegable, al menos por ahora_ repuso el inspector, absorto en sus pensamientos y con una mano sosteniéndose la mandíbula._ No deja de resultarme un caso de lo más interesante. Dígame, capitán Riestra, ¿abandonaron la sala todos juntos los doce cuando se fueron al receso?

_ Así es.

_ ¿Es decir, que la víctima se fue con el resto de los miembros del jurado?

_ Efectivamente.

_ ¿Tiene idea de cómo fue ésa salida?

_ Según las declaraciones de los once jurados y de algún testigo ocasional que presenció la escena, fue una salida muy turbia y cargada de mucha tracción. Siguieron discutiendo vorazmente incluso cuando abandonaron el recinto. La discusión duró apenas unos minutos más hasta que llegaron al ascensor. Los once se segmentaron en pequeños grupos de a tres  o de a cuatro. Algunos bajaron por el ascensor y otros optaron ir por la escalera.

_ ¿El señor Alejandro Pelicori se unió a alguno de esos grupos o se fue por su cuenta?

_ Lo dejaron solo, Dortmund.

_ ¿Volvieron por turnos del descanso, capitán Riestra?

_ Aparentemente, sí. Un empleado administrativo los vio llegar de a poco en los mismos grupos en los que se fueron. Pero este testigo no puede precisar quién llegó primero y quién después porque no le prestó ninguna atención al respecto. Estaba atareado en otras cuestiones.

_ ¿Este empleado es el único testigo confiable con el que cuenta?

_ Sí. Fue el único que los vio volver.

_ ¿Vio este empleado en cuestión, capitán Riestra, si el señor Pelicori llegó antes o después que el resto de sus compañeros de jurado?             

_ No, no puede precisarlo con exactitud. Pero considerando el hecho de que fue el primer grupo el que descubrió el cuerpo de Pelicori ni bien ingresó de nuevo a la sala, entonces podemos afirmar que la víctima fue la primera en llegar.

_ Gran deducción, capitán Riestra. ¿Con cuántos minutos de diferencia llegaron los primeros jurados de los últimos?                

_ Según sus propios testimonios, con apenas dos minutos. Una brecha muy insignificante, desde mi punto de vista. Pero no desde el suyo, imagino. ¿Eh, inspector Dortmund?

_ Imagina usted bien. Así que, los doce jurados abandonan el reciento para salir a almorzar, ¿y quién cierra la puerta de la sala con llave y a resguardo de quién queda ésa llave?

_ El presidente del jurado, Gonzalo Polimeni, es el primero en salir. Corrobora que hayan salido los once restantes, verifica con una mirada rápida que el espacio quede en condiciones favorables, cierra la puerta con llave y la entrega al secretario del juez. Una vez en su poder, el secretario le hace entrega de la misma al propio juez que media en los debates durante el juicio y éste la guarda en su escritorio bajo llave hasta que los doce miembros del jurado están de vuelta. Entonces, hace entrega de la llave a su secretario y el procedimiento se repite pero a la inversa.

_ ¿Interrogó a ambos, capitán Riestra?

_ Naturalmente, Dortmund. Pero el juez asegura que no recibió ninguna visita durante la ausencia del jurado y que tampoco abandonó en absoluto su despacho. Y su secretario estuvo cumpliendo con varias ordenanzas inherentes a otros casos diferentes.

_ ¿La sala de reuniones del jurado es custodiada debidamente mientras permanece vacía?

_ Dos guardias la vigilan celosamente. Nadie se acercó en ningún momento por ningún motivo.

_ ¿Dijeron, capitán Riestra, si alguien vio que el señor Pelicori discutiera particularmente con alguien antes de irse o cuando regresó del receso?

_ No recuerdan haberlo visto discutir con nadie.

_ Por el momento y en este sentido, no hay nada más que necesite saber. Vayamos al motivo del deceso. ¿Qué opinión emitió al respecto el médico forense cuando efectuó un análisis preliminar del cuerpo?

_ No encontró lesiones de ninguna consideración visibles. Y en base a que revisó su historia clínica y no encontró problemas de salud que pudieran haber desembocado en un ataque de estas características, su opinión es que fue envenenado. Pero la última palabra la tendrá la autopsia.

_ No si la promulgo yo antes, capitán Riestra. ¿El señor Pelicori tomaba alguna clase de medicación?

La expresión de dudas y confusión que resaltaban en el rostro de Sean Dortmund, súbitamente se transformaron en un ápice de esperanza insoslayable tan características de su petulante y vertiginosa personalidad.  Y el capitán Riestra podía anticipar sin dudas lo que eso significaba.

_ Tomaba clonazepam por prescripción de su psiquiatra de cabecera. Sus nervios se alteraban fácilmente por el estrés que tenía que soportar por su trabajo. E integrar un jurado en un juicio muy controvertido y con un acusado muy peculiar, contribuyó a que sus nervios colapsaran a tal punto que su psiquiatra tuviera que aumentarle la dosis diaria para que no cediera ante una inminente crisis emocional y nerviosa.             

_ Ha hecho un trabajo muy sobresaliente, capitán Riestra. Me ha proporcionado toda la información que preciso para investigar el caso a fondo. Lléveme ahora, si es tan amable, hasta la escena del crimen. Quiero echarle un ojo porque aún conservo algunas dudas sobre un punto en especial y deseo despejarlas lo antes posible.

 

                                                                      ***

 

Sean Dortmund y el capitán Riestra estaban hablando aparte sobre el hall principal por el que se accede al Juzgado. Inmediatamente, subieron por las escaleras hasta el cuarto piso, Riestra se identificó con el oficial que custodiaba la escena y les permitió el ingreso. El capitán Riestra comenzó a seguir los pasos del inspector Dortmund cuando aquél le ordenó que se mantuviera al margen. Y por mucho que pudiera molestarle, el capitán obedeció de buena fe y con una gran predisposición depositada en la mente brillante de su amigo.

Lo primero que hizo Dortmund fue revisar la mesa en donde estaban sentados los doce jurados. Primero le echó un vistazo en general y luego hizo un análisis meticuloso sobre el mueble, usando como única herramienta su gran poder de observación.

_ ¿En dónde estaba sentado exactamente el señor Pelicori, capitán Riestra?_ preguntó Dortmund, muy interesadamente.

El capitán señaló el cuarto asiento del lateral derecho contando desde la punta izquierda de izquierda a derecha. Dortmund examinó el espacio ligeramente para volver a dirigirle una pregunta a Riestra.

_ ¿Quiénes estaban sentados a su alrededor?_ volvió a preguntar el inspector, pero ésta vez con un tono desprovisto de toda emoción.

_ A su derecha, Marisa Britez. A su izquierda, Jeremías Furtado. Y enfrente de él, Verónica Funes_ respondió el capitán, sin explayarse demasiado.

_ ¿Algo interesante en sus declaraciones?

_ Nada relevante. Sólo que Verónica Funes admitió que le dijo a Alejandro Pelicori que tendrían que matarlo a él por votar en contra de lo que votó el resto del jurado. Pero se justificó diciendo que fue por un impulso inconsciente, consecuencia de la bronca del momento, nada más.

_ Es comprensible. ¿Algo más? ¿El señor Pelicori recibió algún otro tipo de advertencia por parte de  algún otro miembro del jurado?

_ Hasta donde sabemos, no, Dortmund.

El inspector siguió revisando exhaustivamente la mesa hasta que encontró restos de un polvo blanco que a sólo olfato no logró identificar positivamente. Y lo puso al capitán Riestra al corriente de su descubrimiento, que contempló el hallazgo precipitadamente azorado.

_ ¿Cómo los peritos pudieron pasarlo por alto?_ se preguntó Riestra, mentalmente confundido.

_ Porque no trabajan como es debido. ¿Quién me dijo que estaba sentado justo enfrente del señor Pelicori?_ repuso Dortmund.

_ Verónica Funes.

_ ¿El señor Pelicori tomó durante la deliberción su medicamento?

_ Sí. Tomó dos pastillas seguidas de clonazepam, según los once testigos primordiales del caso.

El inspector se volvió hacia los restos del polvo que halló y mirándolo con cierto brillo en sus ojos, sonrió con regocijo y placer muy atípicos en él.  

_ Y le apuesto lo que quiera, capitán Riestra, a que este polvo es efectivamente la droga que embute las cápsulas de clonazepam.

_ No lo entiendo.

_ Verónica Funes alteró el contenido de los comprimidos de clonazepam rellenándolos con una carga de más que resultaría letal para cualquier persona. Abrió, por el polvo esparcido que encontré, al menos tres cápsulas. Abrió una más aparte y vertió todo el contenido de ésas tres pastillas juntas a ésta cuarta que abrió última. La selló de nuevo, la colocó en el blíster otra vez y lo sustituyó por el anterior para que Alejandro Pelicori no notara el cambio ni advirtiera nada fuera de lo habitual.

_ Es increíble_ dijo Riestra, como rehusándose a aceptar la teoría planteada por el inspector Dortmund._ Pero, me cuesta creerla. Me cuesta creer que haya hecho semejante maniobra solamente porque Pelicori votó en contra.

_ El voto divergente del señor Pelicoli arruinó su caso, lo que no resulta poca cosa. El despliegue entonces queda absolutamente justificado.

_ ¿Pero, en qué momento efectuó la sustitución?

_ En un momento que ninguno de nosotros contempló porque las circunstancias así lo sugerían: antes de que inicie la deliberación.

_ Diría que su hipótesis, Dortmund, resulta totalmente acertada si no fuese por el hecho de que antes que comenzara la deliberación de los doce jurados, nadie conocía la postura que cada uno mantendría respecto al caso. Nadie podía conocer con antelación el voto del otro.

_ Exacto, capitán Riestra. Empieza usted a razonar con sentido común. Y además, si el motivo del asesinato respondiera a tal suceso, el asesino hubiera utilizado un arma de ocasión, lo que acá claramente no ocurrió.

_ ¿Entonces? Porque, ciertamente me siento más confundido que al comienzo.

_ Significa que fue un asesinato hábilmente planificado por alguien que conocía muy bien al señor Alejandro Pelicori y sus hábitos. Verónica Funes lo conocía de antes y nunca imaginó volvérselo a encontrar en el lugar menos pensado para ella. Los dos días que dura el juicio le dio el tiempo suficiente para pensar y planificar cada movimiento arduamente hasta alcanzar la perfección.

_ Pero si dejó un vestigio de polvo desparramado en su ubicación sin darse cuenta sin siquiera de eso, demuestra que subestimó demasiado su juego y perdió. Dos días solamente es poco para planificar algo tan elaborado como un asesinato de dicha naturaleza.

_ Así es la ideología de todo criminal, capitán Riestra.

_ Lo que no me queda claro es el motivo. Si no fue por el voto disidente, ¿por qué asesinó a Alejandro Pelicoli?

_ Preguntémoselo a ella personalmente. Y tengo una idea para ello.

_ Sí, como diga, Dortmund. Lo bueno es que el juicio contra Andrés Morelli no se anula y seguirá su curso por fuera de nuestra investigación. El juez determinó, dada las circunstancias, que se arme un jurado nuevo en menos de una semana.

_ Me reconforta plenamente oír eso.

 

                                                         

 

***

 

Todos, absolutamente todos sin excepción, sabían que el asesino había sido descuidado al dejar un rastro extraordinario del fármaco que utilizó en la producción y la posterior consumación del hecho ya que Sean Dortmund no tuvo reparos a la hora de difundir ésa información. Estaba transgrediendo sin lugar a dudas un precepto básico de confidencialidad, pero en su defensa dijo que era menester indispensable llevar a cabo la propagación de dichos datos. El capitán Riestra se mostró visiblemente ofuscado e irritado con el inspector, pero se abstuvo de intervenir en su contra al considerar que detrás de eso debía existir una razón muy sólida para haberlo impulsado de oficio y sin ninguna clase de consulta preliminar.

Cuando Dortmund se aseguró de que todos conocían el dato del rastro de clonazepam recabado en la escena, hizo total hincapié en que eso los guiaría inequívocamente hacia el asesino. Todos, y en especial los once jurados, entraron en pánico, cambiando miradas inquisitivas y llenas de dudas y temor unos con otros. El inspector agudizó sus cinco sentidos y observó escrupulosamente el comportamiento y la reacción de cada uno de ellos sin hacer ninguna clase de comentario al respecto y reservándose las opiniones para sí mismo. Después de unos minutos, apartó bruscamente al capitán Riestra del resto y le entregó un arma. El capitán la tomó sin comprender demasiado su propósito.

_ Consérvela muy bien_ le dijo Dortmund, satisfecho y confiado._ Ésta noche haremos guardia aquí mismo y le echaremos una mano encima a nuestra asesina.

_ ¿No es más fácil interrogarla?_ sugirió Riestra, contundente.

_ No. Es preciso que ella se descubra sola. Confíe en mí.     

Dejaron la puerta de la sala sin llave y ambos se escondieron en las penumbras, uno en cada costado de la entrada. Esperaron pacientemente hasta que adviertieron que alguien ingresaba sigilosamente. Permitieron que penetrara en el umbral y una vez adentro, Dortmund se abalanzó como un tigre sobre su presa contra el desconocido que había irrumpido en la sala de deliberación.   

_ ¡Deténgalo, capitán, que no se escape!_ le ordenó Dortmund a Riestra, tajante.

En menos de un minuto, ambos caballeros estaban encima de su presa, quien no tuvo tiempo de intentar defenderse y por ende no opuso resistencia a la maniobra sobre él ejercida.

_ Prenda la luz, capitán Riestra.

El aludido acató la orden. Cuando lo vio de frente, se quedó estupefacto. El intruso era Gonzalo Polimeni, el presidente del jurado.

_ ¿Es lo que se dice esto una broma?_ preguntó Riestra, abatido y notablemente enardecido.

_ No_ contestó Dortmund, conforme y con una sonrisa colosal que bordeaba sus labios._ Ahí tiene usted al verdadero asesino del señor Alejandro Pelicori. Sabía que la señorita Verónica Funes no podía ser nunca la verdadera responsable del asesinato porque era demasiado obvio que alguien con su temperamento nunca cometería el error de dejar rastros del veneno esparcidos en la escena. Cuando estudié su comportamiento posterior a mi anuncio sobre nuestro hallazgo, la señorita Funes fue una de las pocas que mostró seguridad y firmeza, dos cualidades absolutamente incompartibles con alguien que comete un error de semejante envergadura. Pero además estaba el hecho de que sus peritos, capitán Riestra, no vieron ese rastro que yo descubrí porque ciertamente no estaba ahí antes, sino que fue depositado con alevosía después de que los peritos concluyeran con sus examinaciones. Y ese detalle me sugirió estoicamente que el asesino debía conocer a la señorita Funes desde mucho tiempo antes.

Por otro lado, está el hecho de que el asesino empleó clonazepam para intoxicar al señor Pelicori. ¿Cómo sabía el asesino que la víctima tomaba dos dosis diarias consecutivas desde hacía unos días si apenas habían compartido un día de convivencia en el jurado y el estuto prohíbe hablar durante el debate o por fuera de él sobre cosas personales, entre otras disposiciones? Esto, sin dudas, me vino a confirmar que el asesino y el señor Pelicori se conocían desde hace mucho tiempo antes. Además, la sustitución de una cápsula normal de clonazepam por otra alterada implicaba contar con una privacidad total, lo que aquí claramente no había. Estas reuniones entonces le dieron al asesino el contexto perfecto para llevar a cabo su plan, que hace tiempo viene planeando.  Si alegaba que la evidencia de clonazepam recuperada de la escena nos conduciría indefectiblemente hasta el asesino, aquél vendría a deshacerse de tal indicio para evitar que lo identificaran. Y en efecto, funcionó. Sólo que nunca previó que se trató de una trampa, cuyo cebo usted mismo plantó. Pero que consideró un grave error cuando yo propuse mi idea. ¿No es así, señor Polimeni?

Gonzalo Polimeni suspiró con resignación y se dejó caer derrotado sobre una silla.

_ Todo fue tal cual usted lo acaba de decir_ reconoció Polimeni._ Se equivoca usted solamente en una sola cosa: me llamo en realidad Gonzalo Pelicori, hermano de Alejandro y esposo de Verónica Funes.

La cara de asombro del capitán Riestra resultó genuina y exorbitante.

_ Seré breve_ continuó Gonzalo Pelicori._ Verónica es azafata. La conocí hace seis años durante un viaje que realicé al Caribe y nos enamoramos al instante. Salimos durante seis meses y al año de conocernos, nos casamos por Civil. En ése entonces, Alejandro vivía conmigo porque le remataron la casa por una deuda millonaria que mantenía con una financiera. Los tres convivíamos bajo un mismo techo. Por supuesto que le dijimos que debía buscar otro lugar para irse a vivir porque Verónica y yo queríamos ser dueños exclusivos de nuestro hogar y de nuestro matrimonio. Para sorpresa de todos, Alejandro lo tomó con mucha calma y lo aceptó sin hacer ningún tipo de objeción. A los dos meses, más o menos, consiguió trabajo en un restaurante y se fue a vivir a un tipo pensión que él logró mantenerse con su sueldo. Todo iba bien hasta que Verónica comenzó a viajar seguido, siempre por diferentes motivos: o le cambiaban el franco, o estaba de guardia y tenía que viajar de urgencia, o tenía que reemplazar a fulanita o zutanita. Eso hizo que la viera cada vez menos y hasta nos planteamos la posibilidad de divorciarnos en buenos términos. Pero ella apostó por nosotros y dijo que pronto iba a ser todo como antes otra vez, que ya había hablado en la empresa para regularizar su situación. Y en efecto, así fue. Pero todo duró apenas cuatro meses porque luego volvió a comportarse de igual manera y a estar a entera disposición de la aerolínea. Como yo notaba que Verónica era muy corta de carácter y permitía que en apariencia la explotaran en su trabajo, durante un vuelo que ella estaba haciendo para Bariloche en reemplazo de otra azafata que estaba de licencia por maternidad, llamé a la empresa y pedí hablar con algún responsable. Me atendió su supervisor directo, le planteé la situación y lo que me dijo me dejó completamente confundido y nervioso: Verónica hacia seis meses que había renunciado a su trabajo. Al principio no lo creí y pensé que se trataba de un error, pero más tarde vi la carta de renuncia y reconocí en ella la letra y la firma de mi mujer. Era cierto. Traté de localizarla durante varias semanas inútilmente. Pero cuando volvió una mañana temprano, la confronté sin rodeos y con la evidencia en mano. Y me confesó una terrible verdad: estaba casada con Alejandro. ¡Mi esposa y mi propio hermano de sangre unidos a mis espaldas en un matrimonio concebido ilegalmente! Me mostró la libreta de casamiento convalidada por un juez de Paz. Era totalmente inadmisible. Discutimos ferozmente sin alcanzar ningún acuerdo y le dije que había solamente dos salidas posibles a este conflicto: o se separaba de mi hermano inmediatamente y volvía conmigo o que me diera el divorcio. Y Verónica, la muy descarada, dijo que no iba a darme el divorcio jamás y que tendría que vivir por el resto de mi vida siendo consciente de que era víctima de una bigamia enfermiza y sin precedentes. Le dije que esto no iba a quedar así y puse a un abogado. Pero sólo me hizo gastar tiempo y dinero al divino botón. Mi mujer bígama, casada conmigo y mi hermano Alejandro a la vez, que se negaba a darme el divorcio y que encima después de nuestra última discusión se mudó definitivamente con él, fue demasiado para mí. Confronté a Alejandro y el desgraciado me dijo que durante su convivencia con Verónica y conmigo en mi propia casa se enamoraron perdidamente. ¡Me tomaron por un verdaero imbécil! Pero pobre de mí que no fui capaz de darme cuenta de nada mientras todo se consumaba bajo mis propias narices. Supe desde luego que tenía de vengarme de los dos de alguna manera. Entonces me eligieron para ser jurado en este juicio. Imagínense mi sorpresa señores cuando vi que ambos también habían sido elegidos para integrar el mismo jurado.Dios, haciendo de cuenta como si nada hubiera pasado, tratándome como un verdadero desconocido para ellos dos. Ésa fue la gota que rebosó la copa. Sabía que Alejandro siempre estuvo medicado por sus problemas de estrés, ansiedad y falta de sueño. Y vi ahí mi clara oportunidad de obtener venganza. Adquirí bastante clonazepam en una farmacia y se lo vertí durante un descuido suyo en su vaso de soda. Le administré tres miligramos durante los dos días que fuimos jurados, más los dos milígramos que él tomaba por día por prescripción médica, en conjunto con todo lo que él ya venía tomando desde hacía unos días antes, resultó una combinación letal para Alejandro. Y luego sólo tuve que plantar una ínfima cantidad de clonazepam en donde estaba sentada Verónica para inculparla. Así acabaría con dos pájaros de un solo disparo. Y para mi propia dicha, Alejandro votó en contramano a todos nosotros, lo que me dio la pantalla perfecta para desviar el asesinato de su verdadero motivo. El resto ya lo conocen. Y pese a que usted, Dortmund, resultó ser un hombre altamente inteligente, sepa que no me arrepiento para nada de lo que hice.

El capitán Riestra se puso de pie y arrestó a Gonzalo Pelicori por homicidio simple  doblemente agravado por el vínculo y la premeditación.

_ ¿Cómo lo descubrió? Vamos, lo conozco, Dortmund_ le dijo Riestra al inspector, después del arresto.

_ Si el señor Alejandro Pelicori llegó antes que el resto del descanso y fue encontrado muerto adentro de la sala, significa que sólo una persona pudo facilitarle la entrada. Y ésa única persona no puede ser nadie más que Gonzalo Polimeni, ya que era el presidente del jurado y el único con autoridad para manejar la llave del salón. Habrá querido hablar con su hermano en privado antes de que llegara el resto de los miembros, pero sucumbió inesperadamente.

_ ¿Pero, cómo es posible que hubiera tres miembros de una misma familia integrando el jurado? Esto exacerba mi moral en todas sus formas.

_ La ley, si mal no tengo entendido, prohíbe la consanguinidad de los miembros del jurado con las partes directamente involucradas en el proceso. Pero no hay nada explícito referente al vínculo entre ellos. Pero tendrá que averiguarlo por sus propios medios, capitán Riestra.

 

 

                                                                                ***

 

_ Hace tres décadas que no paro de resolver casos de forma incesante_ dijo Dortmund, de nuevo en su departamento y acompañado por el capitán Riestra,_ y usted sabe que los años no vienen solos.

_ ¿Qué quiere decir?_ lo indagó el capitán, algo contrariado y confundido.

_ Ya no estoy en forma como hace treinta años atrás cuando llegué al país. Pertenezco al club de los sesenta y mi cuerpo y mi mente me piden un cambio de hábito urgente.

_ Su inteligencia sigue intacta hoy al igual que cuando lo conocí hace treinta años atrás, Dortmund. No menoscabe su talento. Yo también tengo mis años, el paso del tiempo nos afecta a todos por igual. Pero no me incentiva a detenerme, sino a seguir adelante sin parar. Quiero partir siendo aún jefe de Homicidios de la Policía Federal, cargo del que estoy inmensamente orgulloso de conservar.

_ Y nadie se lo merece más que usted, capitán Riestra. Pero temo que no me comprende usted del todo. Tengo deseos volver a Irlanda dentro de algún tiempo. Quiero volver a mis raíces y tener contacto con mi gente y mi cultura antes de que no pueda hacerlo nunca más. Extraño enormemente mi país. Espero que pueda usted aplicar mis métodos dentro de poco porque yo ya no estaré más para asistirlo, mi buen capitán Riestra_ y le dio unos golpecitos en el hombro.

El capitán lo miró con desolación y congoja.

_ ¡Vamos, capitán!_ lo animó Sean Dortmund._ Todavía tenemos muchos casos por delante antes de mi retiro definitivo del campo de las investigaciones.