Admito
que en mis tantos años de compartir casos de toda índole con el inspector
Dortmund jamás consideré la posibilidad de que nos tocara uno tan
extraordinario como el que voy a relatar en las siguientes líneas, debido a que
creía que solamente casos de su naturaleza existían nada más que en la ficción.
Pero como hombre servidor de la ley, aprendí que uno siempre tiene que estar
preparado para todo y abierto a toda clase de explicaciones y situaciones por
más que todas y cada una de ellas resulte imposible desde la lógica.
El gran
personaje de ficción creado por Arthur Connan Doyle, Sherlock Holmes, siempre
decía que cuando se descartaban todas las posibilidades de solución que las
circunstancias de un caso ofrecían, la última que quedaba por descarte, por más
improbable que resultara, era por defecto la verdadera. Y este caso es un
ejemplo clarificador de dicha premisa, aunque Sean Dortmund se valió más de sus
conocimientos previos que de toda probabilidad de análisis pertinente. Y si
hizo para sí un examen meticuloso de los pormenores del presente incidente,
nunca lo exteriorizó. Esas cualidades eran muy típicas en él.
Sin
menester alguno de extenderme más de lo necesario, pasaré a explicar la cadena
de eventos en cuestión que hicieron al siguiente caso.
Aquélla cálida mañana de primavera de 1984, yo
estaba leyendo un libro sobre los últimos y más recientes avances en ciencia
forense, en tanto que Dortmund estaba mirando por la ventana el incesante ir y
venir de las personas. Repentinamente me llamó y me hizo observar a un hombre
vestido de traje, con un portafolios que sostenía celosamente en su mano
derecha, de aspecto jovial, cabellos negros desprolijos y con una presupuesta
actitud reveladora de dudas sobre las que mermaban diferentes tipos de
emociones que podían fácilmente leerse por su expresión de nervios y una sincera mirada que imploraba piedad.
_ Ése
caballero es periodista y viene a consultarnos por recomendación del capitán
Riestra, ya que duda de que la Policía pueda hacerse cargo de un problema de
semejante envergadura_ me dijo mi amigo con total certeza en sus palabras y en
su tono, y sin despegar los ojos de la ventana.
_ El
capitán habló con usted, ¿no es así? Por eso lo sabe_ le retruqué con ironía.
_ No, no
hablo con él desde hace una semana. Pensaba llamarlo por estos días para
reunirnos a almorzar los tres juntos. Pero eso puede esperar. El problema de
este hombre me temo es mucho más serio de lo que imagino.
_ No
respondió a mi pregunta, Dortmund.
_ Lo
vengo observando desde hace un rato y vino caminando desde el norte buscando un
dirección en particular, ya que trae en la mano un papel con unos datos
anotados y venía a la vez relojeando las casas y los edificios que hay en
nuestra vereda. El papel está resgado desproporcionadamente y se dejan entrever
unos caracteres bastantes irregulares y grandes en tamaño, lo que se condice
con el tipo de fuente que emplea el capitán Riestra cuando escribe. Y los bordes
del papel se percibe que están rasgados a mano alzada, lo que sugiere que fue
arrancado en un apuro. Además, la Comisaría del capitán queda en sentido hacia
el norte. Y una persona vestida con traje pero que descuida bastante su
apariencia física, no puede ser más que un simple periodista, ya que está todo
el tiempo de aquí para allá en la calle y no dispone del tiempo suficiente para
preocuparse por su aspecto.
Miré a
Dortmund con obstinación y él me miró con egocentrismo, acompañando su
expresión por una sonrisa sutil e impertinente.
_ No le
recomendaré nunca más ningún otro libro de Conan Doyle.
_ No los
necesito, doctor. Tengo mi propio estilo y eso no lo perderé jamás. No me hace
falta imitar a nadie para que aflore en mí ese tipo de poder de observación del
que acabo de hacer gala hace sólo unos
momentos. Pero admito que me gustó la idea de pretender ser alguien más por
unos minutos y no me pude resistir a la tentación de jugar con ella. Se tendría
que haber visto usted la cara.
Unos
minutos después, aquél caballero al que Dortmund aludió en un principio estaba
sentado frente a nosotros, con las manos entrelazadas y erguido hacia adelante,
con una mirada penetrante que hipnotizó a mi amigo y le despertó un inusitado
interés en su persona. Nuestro cliente se frotó los ojos, se inclinó hacia
atrás en la silla apoyando la espalda sobre el respaldo y se distendió lo más
que pudo.
_ Mi
nombre es Álvaro Novack y soy periodista de un diario zonal, que sale solamente
los fin de semanas en algunas localidades selectivas de Zona Norte_ empezó
nuestro visitante con su alocución._ Antes de continuar, déjeme hacerle una
pregunta.
_
Adelante_ dijo Dortmund, asentando con la cabeza.
_ ¿Ha
oído alguna vez hablar del Visitante Provincial?
Mi amigo
revoleó los ojos en todas direcciones buscando en algún recoveco de su memoria
la respuesta, pero al cabo de unos minutos negó también con un movimiento de
cabeza.
_
Háblenos de él_ lo animó el inspector._ ¿Quién es y qué hace exactamente?
_ Su
identidad es un completo misterio. Pero todo el mundo habla de los milagros que
genera en las personas. Diría que es una
especie de curandero o algo así. Pero no deja de haber algo sumamente
inquietante en él. Viaja por todas las provincias acompañado siempre de cuatro
o cinco súbditos, que se cubren el rostro con pasamontañas. Y él se cubre el
rostro con una máscara de un antiguo líder de la Unión Soviética. Su llegada la
anuncia tres días antes a través de una gacetilla que manda por Correo
Argentino a los medios más importantes que se concentran en la región de la
provincia a la que va a visitar y la información se propaga más rápido que la
luz. Siempre llega un sábado, hace su ceremonia un domingo en medio de una
plaza central y se va al lunes siguiente a la mañana. Todo el pueblo hace cola
desde temprano para verlo, quedando así la ciudad completamente desierta. Según
los testimonios de algunas personas que hicieron contacto directo con el
Visitante Provincial, alegan que no le conocen la voz y que se cubre las manos
con una especie de guantes de cuero negro, que es parte de su excéntrico
atuendo, una especie de sotana algo vetusta y con un corte fraguado, de un
color bordó intenso. Parece haber sido confeccionada exclusivamente para él.
Visita pueblos y provincias en donde
sabe, porque se entera de un modo que nadie hasta ahora ha descubierto, que las
personas están enfermas y que solamente un milagro las puede salvar. Me he
entrevistado con varios médicos que atendieron a gente que luego tuvo un
encuentro con este extraño personaje y todos me aseguraron fielmente que
desconocían el origen de ése mal, que no podían dar un diagnóstico certero.
Pero lo más extraño de todo es que ésas personas están absolutamente sanas y se
enferman repentinamente todas juntas en cadena en vísperas de las visitas del
Visitante Provincial a su ciudad. Hasta donde sabemos, les da de beber una
especie brebaje raro, con el que más tarde se sienten mejor y lo síntomas de
ése extraño mal desaparecen inmediatamente a los pocos minutos de la ingesta de
ésa bebida. No son ciudades carentes de recursos, sino que son zonas de clase
media/alta. Y eso, a decir verdad, también me llama poderosamente la atención.
Hemos
recibido en las últimas horas una gacetilla anunciando que el Visitante
Provincial estará el próximo domingo en la plaza principal de San Martín, a
unas pocas cuadras de la estación del tren. Y por muy raro que le resulte,
muchas personas ya empezaron a parecer los malestares de los que antes le
hablaba y se están poniendo de acuerdo para ir a ver a este personaje para que
los cure. Ni siquiera se acercaron al hospital local para hacerse atender. Las
autoridades están investigando el hecho, pero hasta ahora no lograron alcanzar
ningún resultado favorable y temo por lo que pueda llegar a pasar.
_ ¿Teme
que alguien muera, señor Novack?
_ Hasta
ahora, no se registraron víctimas fatales en ninguna de las visitas anteriores
del Visitante Provincial a otras provincias. Pero no sabemos cómo se intoxican
de la nada y alguien puede resultar muerto sin quizás buscar ése resultado.
Nadie pudo hasta ahora identificar la fuente del origen de ésa enfermedad, por
decirlo así. Pero el Visitante Provincial no dudo que está atrás de todo eso con algún extraño plan
criminal de fondo.
_ Su
razonamiento es muy sensato. Le tengo un gran respeto a las personas que
piensan apelando al sentido común.
_ Es
usted muy amable, señor Darmundo.
_
Dortmund_ corrigió mi amigo, afablemente._ Apellido irlandés, de donde
justamente vengo yo. Pero volviendo a este interesantísimo caso, me gustaría
que nos cuente más, en la medida que le sea posible, sobre las visitas del
Visitante Provincial.
_ ¿Puede
usted hacer algo al respecto? El capitán Riestra me recomendó venir a verlo
porque dijo que es usted brillante.
_ ¿Él me
recomendó, eh?
_ Dijo que
la Policía no tomaría jamás un caso como este. Pero que si usted intervenía y
descubría toda la verdad que hay de fondo en este asunto, ya ahí la perspectiva
cambia por completo. Creáme que él desea tanto como yo y como todos que este
misterio se esclarezca lo antes posible.
_ Tengo
una idea casi segura de lo en realidad representa esta secta que tiene como
líder a un extraño hombre enmascarado. ¿La gente especula algo sobre él?
_
Algunos creen que no habla porque es extranjero y que mantiene el rostro oculto
porque es así como se manifiesta la religión a la que representa. Una especie
de culto. Pero nada confirma eso. Y de hecho, las gacetillas son escritas en un
castellano perfecto.
_ ¿Cree
que las escribe él mismo o alguien más lo hace?
_ Las
personas están completamente enceguecidas y no se fijan en esta clase de
detalles. Pero a juzgar por mi manera de entender los hechos, el Visitante
Provincial es tan argentino como cualquiera de nosotros. Sólo que no me explico
por qué esconde sus facciones enteramente con una máscara.
_
¿Alguien alguna vez se ha quejado de este sujeto sea por la razón que fuere?_
intervine.
_ No. Lo
alaban y lo adulan exageradamente como si fuese un dios supremo todopoderoso.
Pero no es más que un fraude; él, sus séquitos y todos los que están con ellos.
Las personas son sólo pobres víctimas que tienen puesta una venda en los ojos y
el cerebro lavado.
_ En eso
estamos de acuerdo, señor Novack_ confirmó el inspector.
_ Sólo
que no sé a qué responde toda ésta farsa.
_ Creo
que yo tengo la respuesta exacta a su inquietud. Pero no me atrevo a asegurar
nada hasta no estar del todo convencido y de disponer de datos más precisos.
Dígame, ¿cuándo apareció el Visitante Provincial por primera vez, dónde y en
qué circunstancias?
_ Hace
exactamente un año, el 13 de noviembre de 1983 en Venado Tuerto, Santa Fe, en
medio de una extraña epidemia que afloró repentinamente y que nunca se pudo
determinar ni su origen ni de qué se trató. La única certeza que gira en torno
a dicho evento es que el Visitante Provincial apareció de la nada y con su
poder de salvación, curó a todos los que se habían infectado. A partir de
entonces, aparece rigurosamente cada dos meses siempre en diferentes puntos del
país y en diferentes regiones. Eso le hizo ganarse en buena ley el sobrenombre
de Visitante Provincial.
_ ¿En
rigor, aparece todos los 13 del mes cada dos meses?
Álvaro
Novack sacó de su portafolios un papel que desdobló sobre nuestra mesa y que
contenía fechas y lugares. Era un registro exhaustivo de todas las apariciones
del Visitante Provincial. Era algo por el estilo:
13 de enero de 1984: Villa Concepción, Entre
Ríos.
13 de marzo de 1984: Río Tercero, Córdoba.
13 de mayo de 1984: Monte Caseros, Corrientes.
13 de julio de 1984: Antofagasta de la Sierra, Catamarca.
13 de septiembre de 1984: Puerto Deseado,
Santa Cruz.
13 de noviembre de 1984: San Martín, provincia
de Buenos Aires.
Ésta
última fecha se correspondía con el siguiente blanco de nuestro hombre
desconocido. Sean Dortmund estudió minuciosamente las fechas y los lugares, y
de repente como si lo hubiese atacado una idea o como si esos datos viniesen a
confirmar lo que él suponía, despidió de forma poco amable a nuestro cliente
rogándole que le dejara el manuscrito con las fechas e inmediatamente después
de que el señor Novack saliese del departamento, me hizo enviarle urgentemente
un fax al capitán Riestra, que me prohibió tajantemente leer.
_ ¿Puede
decirme al menos qué sucede?_ lo confronté con decisión.
_ El
Visitante Provincial es el jefe de una banda de ladrones de bancos. No espero
que el capitán nos responda, sino que acate mi sugerencia sin hacer preguntas.
El domingo será un día clave y ni usted ni yo, doctor, nos perderemos la
ceremonia que tiene para dar nuestro buen Visitante Provincial.
_ ¿Cómo
deduce que se trata en verdad de una banda que se dedica a asaltar y robar
bancos?
_ Espere
al domingo y se lo explicaré todo. Tenga paciencia. Verá que es todo mucho más
sencillo de lo que se imagina.
El
domingo llegó demasiado rápido. Dortmund y yo nos levantamos a las siete de la
mañana, desayunamos y partimos para la plaza de San Martín. Cuando llegamos,
nos encontramos con un número muy grande de personas aglutinadas todas juntas
esperando para ver al Visitante Provincial. Por lo que pudimos observar, la
mayoría de las personas estaban con el rostro pálido, mareadas y con fiebre.
Fue muy doloroso contemplar ése espectáculo tan estremecedor. De repente,
cuando me volví hacía uno de los costados, noté que mi amigo había desaparecido.
Recorrí cada rincón de la plaza con la mirada buscando la suya sin resultados
favorables. Pero, de la nada, sentí que una mano tibia se apoyó sobre uno de is
hombros desde atrás. Me di vuelta y vi a Sean Dortmund con los mismos síntomas
que el resto de las personas allí presentes. Me asusté terriblemente e intenté
asistirlo, pero él se negó rotundamente a recibir cualquier clase de ayuda de
parte mía, balbuceando forzosamente que el Visitante Provincial era el único
que podía hacer algo por él. Ahora sí que no comprendía nada, pero no tuve más
remedio que rendirme a los deseos de Dortmund.
Montado
en medio de la plaza, había una especie de carpa circense, custodiada por dos
hombres cuya descripción física encajaba perfectamente con las de los asistentes
de este misterioso Visitante Provincial. La gente fue entrando por turnos y no
podía creer que salieran más aliviadas y en mejores condiciones de las que se
encontraban al comienzo. Eso sí fue tremendamente llamativo y sin una
explicación lógica aparente. No estaban adentro más de cinco minutos y el
cambio era notoriamente perceptible. No había dudas de que algo grave estaba
sucediendo.
Fue el
turno de Dortmund y me pidió que entrase con él. Aunque los guardias al
principio se negaron, mi amigo los convenció para que me permitieran el
ingreso. Cuando mis ojos chocaron con la figura del Visitante Provincial, me
quedé estupefacto. Su apariencia y su atuendo eran idénticamente al descrito
por nuestro cliente, el señor Álvaro Novack. Provocaba cierto rechazo y infundía cierto temor en el otro. En cuanto
a la decoración del lugar, tenía el aspecto irreductible de un santuario, con
una iluminación tenue emanada por algunas velas que reflejaban la figura del
líder máximo. Detrás de él había cuatro guaridas más, dos de cada costado.
De un
recipiente que tenía a su izquierda, el Visitante Provincial sumergió un vaso,
lo llenó hasta el tope y se lo dio de beber a Dortmund. El inspector ingirió
hasta la última gota, dejó oír un aliento de satisfacción y miró al extraño
personaje con una sonrisa impertinente y triunfadora. Estaba como nuevo y yo
aún no salía de mi asombro.
_ Tal
como lo suponía, doctor_ dijo luego, dirigiéndose a mí._ Ácido dimercaptosuccínico diluido en 30 miligramos por kilo, mezclado
con alguna clase de esencia para disimular su sabor. Un quelante poco frecuentado, pero muy
efectivo contra la intoxicación por arsénico. Proceda, capitán.
Los
guardias que rodeaban al Visitante Provincial se descubrieron tras la orden de
Dortmund. Para mí sorpresa, eran el capitán Riestra junto a otros tres
oficiales, mientras afuera esperaba el capitán Adolfo Breiman, subjefe de la
División Robos y Delitos Complejos de la Policía Federal, quien entró luego de
unos segundos y le quitó la máscara al Visitante Provincial. Su identidad ya no
era ningún misterio. Se trataba de Álvaro Novack, nuestro cliente y periodista,
quien fue arrestado inmediatamente.
_
Explíquese_ le dije a Dortmund.
_ Debo
pedirle perdón_ replicó_ por la farsa que promoví y por el susto que ocasioné
en usted, doctor. Pero si no simulaba los síntomas del resto de las personas,
Novack no iba a recibirme, y era necesario que diera crédito a su historia de
lo rápido que se propagaba el contagio que pregonaba sobre tal supuesta extraña
epidemia. Pero sin dudas se sorprendió de verme ahí, entre los afectados.
Cuando me mostró el papel con las fechas y lugares en cuestión blancos del
Visitante Provincial, reconocí casi todas ellas enseguida y le escribí urgente
al capitán Riestra para que me confirmara si yo estaba acertado o me había
equivocado. En todas ésas fechas y en cada uno de esos lugares, fueron robados
todos los bancos de la zona, desde el primero hasta el último al mismo tiempo
en que el Visitante Provincial estaba haciendo gala de su talento. Era
necesario que para poder robar todos los bancos de forma eficaz y sin la
intromisión ni la molestia de nadie, todos estuviesen reunidos en un mismo
punto de encuentro. Por eso, el señor Novack y sus cómplices idearon el mito
del Visitante Provincial. Para convocar a todos los habitantes de una misma
zona en común, tenían que intoxicarlos para darles el pretexto ideal, y lo
hicieron empleando pequeñas dosis de arsénico en el tanque principal que
suministra agua a toda la región. Las cantidades de arsénico empleadas tuvieron
que ser muy exactas para no producir mayores daños de consideración. Entonces,
con la gente enferma, Novack y los suyos promocionan a una suerte de curandero
milagroso que ayuda a las personas cuando nadie más puede hacerlo. Todos van al
centro de encuentro de la convocatoria, la ciudad queda desierta y varios
hombres de ésta gran banda criminal tienen vía libre para robar el dinero de la
mayoría de los bancos de la zona con la mayor tranquilidad del mundo. Bastan
sólo unas pequeñas gotas de potasio para revertir los efectos del arsénico en
poco tiempo. Como un envenenamiento por arsénico no se puede diagnosticar si
una serie de análisis completos, por eso los médicos no podían explicar con
certeza qué era lo que aquejaba a ésas pobres personas.
Cuando
el capitán Riestra me confirmó que en todas ésas fechas se habían producido los
robos, le sugerí hacerse pasar por los cómplices del señor Álvaro Novack para
atraparlo a su debido momento. El equipo actuó de inmediato y arrestó a los
verdaderos cómplices, tomando como usted bien se dio cuenta, algunos oficiales
el lugar de los primeros. Yo hice el resto. Y como ve, mi plan funcionó
exitosamente. El capitán Riestra y su par, el capitán Breiman, tienen grandes
esperanzas de recuperar gran parte del dinero robado. Se estima que en este año
de actividad delictiva, despojaron más de veinticuatro sucursales de más de
seis bancos diferentes entre públicos y privados.
_
¿Siempre fue Novack quien se atavió en el traje del Visitante Provincial?
_ No.
Ése rol lo asumieron varios, todos conocidos entre la gente de los pueblos
afectados, sin dudas. Por eso se escondían bajo una máscara y evitaban hablar,
abriendo así la posibilidad de decena de especulaciones diferentes entre la
gente misma. Álvaro Novack deberá delatar al resto de los miembros de la banda,
aunque no creo que traicione su lealtad. No puedo decir lo mismo de los otros.
_ Novack
resultó ser un hombre con el ego muy elevado para arriesgarse a consultarle a
usted, aunque haya sido por recomendación del buen capitán Riestra.
_ En eso
coincido, doctor. ¿Pero, acaso no está en la naturaleza misma del hombre ser un
poco egocéntrico? Dígame alguien que no lo sea y me rendiré a lo que usted
disponga. Le daré mi palabra de honor de que así será.
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