lunes, 6 de noviembre de 2017

Doce menos uno (Gabriel Zas)


                                    
 


Mientras la Fiscalía buscaba la pena máxima a reclusión perpetua para Andrés Morelli por considerarlo autor penalmente responsable de los asesinatos agravados de al menos siete mujeres en los últimos tres años y medio, su defensa a cargo del doctor Marcos Urrista solicitaba su absolución definitiva por considerar legítimamente que las evidencias en contra de su cliente eran insuficientes y que la acusación se basaba íntegramente en justificaciones subjetivas que carecían de toda clase de calificación legal. Por tal motivo y por otros más que no vienen al caso, fue que le solicitó al juez ser sometido y juzgado en un juicio por jurados populares. La moción fue concebida y después de escuchar todos los testimonios, evaluar detenidamente todas las evidencias y escuchar detalladamente los alegatos finales de cada una de las partes, los doce miembros del jurado se reunieron en una sala completamente aislada para deliberar sobre el proceso y emitir el fallo.

Once de los doce miembros votaron a favor de la culpabilidad de Morelli y uno sufragó sorpresivamente en secesión con el resto. Nadie se explicaba porqué se había pronunciado a favor de la inocencia de Morelli y eso sin dudas produjo el enojo en masa del resto de los jurados. Con once votos a favor y uno en contra no podían condenarlo porque la cantidad total de votos no alcanzaba la unanimidad que la ley establecía para dictar un veredicto a perpetua. Eso implicaba que por delante quedaban tres instancias más de votación en las que se requerirían un mínimo de ocho votos a favor para abordar una condena firme y segura. Pero si no había consenso en ninguna de las tres etapas posteriores y si el fiscal decidía proseguir con la acusación, el jurado debía disolverse, armarse uno absolutamente diferente y empezar todo el proceso penal otra vez desde el principio.

Los once miraron a Alejandro Pelicori, el jurado que votó a favor de la inocencia de Andrés Morelli, con odio e impotencia, y los reproches y las discusiones no se hicieron esperar.

_ ¿Cuánto te pagaron para que lo votaras inocente?_ le recriminó con indignación, Marisa Britez, una de las once integrantes del jurado.  

Pelicori en cambio le devolvió una mirada más furtiva y consistente.

_ Quedate tranquila que nadie me sobornó, Britez_ le respondió Alejandro Pelicori con soberbia y un esbozo sensiblemente dibujado en sus labios.

_ Entonces, explicanos tu voto, porque ninguno entendemos porqué votaste inocente a un monstruo como Morelli_ le retrucó de frente Jeremías Furtado._ Nos hundiste, Hermano. Con tu absurda decisión, nos dejaste a los once en Pampa y la vía. ¿Qué carajo te pasó por la cabeza, Alejandro, cuando emitiste tu fallo?

_ Las pruebas no señalan en dirección suya. Para mí, todo lo que nos mostraron y nos dijeron durante los debates es escaso para culpar a Morelli de matar a esas siete mujeres. Todo es ambiguo, no veo ninguna certeza que me dé la pauta que Andrés Morelli es efectivamente el asesino buscado, el monstruo que dicen que es. Por ahí está relacionado con los homicidios, pero desde otro lugar, algo que la Fiscalía no nos puso sobre la mesa y por ende no podemos evaluar.

_ ¡La Fiscalía nos presentó un caso sólido porque Morelli es el asesino, Morelli es culpable!_ fustigó con vehemencia, Verónica Funes, otra de los miembros del jurado._ Y vos, Pelicori, con tu ridícula teoría, tiraste por la borda dos días de intenso laburo. ¡Te tendríamos que matar a vos, mirá lo que te digo!

Las discusiones y los reclamos siguieron por un largo rato más, hasta que a los doce se les cedió un receso de media hora para ir a almorzar. Cuando retomaron a la sala de debates, solamente lo hicieron once, porque el número doce, casualmente Alejandro Pelicori, estaba tendido sobre el piso, desvanecido y completamente inerte, boca arriba; con los ojos abiertos, los labios rígidamente sellados y el rostro pálido. Jeremías Furtado se animó tímidamente a tomarle el pulso y confirmó lo que en apariencia resultaba una obviedad: Alejandro Pelicori estaba muerto. Y los once eran sospechosos de haberlo matado, porque todos compartían un mismo común denominador: la desavenencia de su voto.                                                                                                                                                    

 

                                                                        ***

 

_ La víctima es Alejandro Pelicori_ le explicaba el capitán Riestra a Dortmund_. Junto a los once jurados restantes, tenía a su cargo dictarle sentencia a Andrés Morelli, acusado de asesinar a siete mujeres a sangre fría. Todos votaron a favor de la culpabilidad de Morelli, pero Pelicori fue el único que votó en contra. Su decisión generó una gran tensión entre el resto de los miembros del jurado, a tal punto que la discusión se escuchó en todo el edificio del Juzgado. Se les otorgó un receso y cuando volvieron, hallaron a Pelicori tendido en el suelo, muerto. Demás está decirle, Dortmund, que hay once sospechosos potenciales para el homicidio.

_ Eso es innegable, al menos por ahora_ repuso el inspector, absorto en sus pensamientos y con una mano sosteniéndose la mandíbula._ No deja de resultarme un caso de lo más interesante. Dígame, capitán Riestra, ¿abandonaron la sala todos juntos los doce cuando se fueron al receso?

_ Así es.

_ ¿Es decir, que la víctima se fue con el resto de los miembros del jurado?

_ Efectivamente.

_ ¿Tiene idea de cómo fue ésa salida?

_ Según las declaraciones de los once jurados y de algún testigo ocasional que presenció la escena, fue una salida muy turbia y cargada de mucha tracción. Siguieron discutiendo vorazmente incluso cuando abandonaron el recinto. La discusión duró apenas unos minutos más hasta que llegaron al ascensor. Los once se segmentaron en pequeños grupos de a tres  o de a cuatro. Algunos bajaron por el ascensor y otros optaron ir por la escalera.

_ ¿El señor Alejandro Pelicori se unió a alguno de esos grupos o se fue por su cuenta?

_ Lo dejaron solo, Dortmund.

_ ¿Volvieron por turnos del descanso, capitán Riestra?

_ Aparentemente, sí. Un empleado administrativo los vio llegar de a poco en los mismos grupos en los que se fueron. Pero este testigo no puede precisar quién llegó primero y quién después porque no le prestó ninguna atención al respecto. Estaba atareado en otras cuestiones.

_ ¿Este empleado es el único testigo confiable con el que cuenta?

_ Sí. Fue el único que los vio volver.

_ ¿Vio este empleado en cuestión, capitán Riestra, si el señor Pelicori llegó antes o después que el resto de sus compañeros de jurado?             

_ No, no puede precisarlo con exactitud. Pero considerando el hecho de que fue el primer grupo el que descubrió el cuerpo de Pelicori ni bien ingresó de nuevo a la sala, entonces podemos afirmar que la víctima fue la primera en llegar.

_ Gran deducción, capitán Riestra. ¿Con cuántos minutos de diferencia llegaron los primeros jurados de los últimos?                

_ Según sus propios testimonios, con apenas dos minutos. Una brecha muy insignificante, desde mi punto de vista. Pero no desde el suyo, imagino. ¿Eh, inspector Dortmund?

_ Imagina usted bien. Así que, los doce jurados abandonan el reciento para salir a almorzar, ¿y quién cierra la puerta de la sala con llave y a resguardo de quién queda ésa llave?

_ El presidente del jurado, Gonzalo Polimeni, es el primero en salir. Corrobora que hayan salido los once restantes, verifica con una mirada rápida que el espacio quede en condiciones favorables, cierra la puerta con llave y la entrega al secretario del juez. Una vez en su poder, el secretario le hace entrega de la misma al propio juez que media en los debates durante el juicio y éste la guarda en su escritorio bajo llave hasta que los doce miembros del jurado están de vuelta. Entonces, hace entrega de la llave a su secretario y el procedimiento se repite pero a la inversa.

_ ¿Interrogó a ambos, capitán Riestra?

_ Naturalmente, Dortmund. Pero el juez asegura que no recibió ninguna visita durante la ausencia del jurado y que tampoco abandonó en absoluto su despacho. Y su secretario estuvo cumpliendo con varias ordenanzas inherentes a otros casos diferentes.

_ ¿La sala de reuniones del jurado es custodiada debidamente mientras permanece vacía?

_ Dos guardias la vigilan celosamente. Nadie se acercó en ningún momento por ningún motivo.

_ ¿Dijeron, capitán Riestra, si alguien vio que el señor Pelicori discutiera particularmente con alguien antes de irse o cuando regresó del receso?

_ No recuerdan haberlo visto discutir con nadie.

_ Por el momento y en este sentido, no hay nada más que necesite saber. Vayamos al motivo del deceso. ¿Qué opinión emitió al respecto el médico forense cuando efectuó un análisis preliminar del cuerpo?

_ No encontró lesiones de ninguna consideración visibles. Y en base a que revisó su historia clínica y no encontró problemas de salud que pudieran haber desembocado en un ataque de estas características, su opinión es que fue envenenado. Pero la última palabra la tendrá la autopsia.

_ No si la promulgo yo antes, capitán Riestra. ¿El señor Pelicori tomaba alguna clase de medicación?

La expresión de dudas y confusión que resaltaban en el rostro de Sean Dortmund, súbitamente se transformaron en un ápice de esperanza insoslayable tan características de su petulante y vertiginosa personalidad.  Y el capitán Riestra podía anticipar sin dudas lo que eso significaba.

_ Tomaba clonazepam por prescripción de su psiquiatra de cabecera. Sus nervios se alteraban fácilmente por el estrés que tenía que soportar por su trabajo. E integrar un jurado en un juicio muy controvertido y con un acusado muy peculiar, contribuyó a que sus nervios colapsaran a tal punto que su psiquiatra tuviera que aumentarle la dosis diaria para que no cediera ante una inminente crisis emocional y nerviosa.             

_ Ha hecho un trabajo muy sobresaliente, capitán Riestra. Me ha proporcionado toda la información que preciso para investigar el caso a fondo. Lléveme ahora, si es tan amable, hasta la escena del crimen. Quiero echarle un ojo porque aún conservo algunas dudas sobre un punto en especial y deseo despejarlas lo antes posible.

 

                                                                      ***

 

Sean Dortmund y el capitán Riestra estaban hablando aparte sobre el hall principal por el que se accede al Juzgado. Inmediatamente, subieron por las escaleras hasta el cuarto piso, Riestra se identificó con el oficial que custodiaba la escena y les permitió el ingreso. El capitán Riestra comenzó a seguir los pasos del inspector Dortmund cuando aquél le ordenó que se mantuviera al margen. Y por mucho que pudiera molestarle, el capitán obedeció de buena fe y con una gran predisposición depositada en la mente brillante de su amigo.

Lo primero que hizo Dortmund fue revisar la mesa en donde estaban sentados los doce jurados. Primero le echó un vistazo en general y luego hizo un análisis meticuloso sobre el mueble, usando como única herramienta su gran poder de observación.

_ ¿En dónde estaba sentado exactamente el señor Pelicori, capitán Riestra?_ preguntó Dortmund, muy interesadamente.

El capitán señaló el cuarto asiento del lateral derecho contando desde la punta izquierda de izquierda a derecha. Dortmund examinó el espacio ligeramente para volver a dirigirle una pregunta a Riestra.

_ ¿Quiénes estaban sentados a su alrededor?_ volvió a preguntar el inspector, pero ésta vez con un tono desprovisto de toda emoción.

_ A su derecha, Marisa Britez. A su izquierda, Jeremías Furtado. Y enfrente de él, Verónica Funes_ respondió el capitán, sin explayarse demasiado.

_ ¿Algo interesante en sus declaraciones?

_ Nada relevante. Sólo que Verónica Funes admitió que le dijo a Alejandro Pelicori que tendrían que matarlo a él por votar en contra de lo que votó el resto del jurado. Pero se justificó diciendo que fue por un impulso inconsciente, consecuencia de la bronca del momento, nada más.

_ Es comprensible. ¿Algo más? ¿El señor Pelicori recibió algún otro tipo de advertencia por parte de  algún otro miembro del jurado?

_ Hasta donde sabemos, no, Dortmund.

El inspector siguió revisando exhaustivamente la mesa hasta que encontró restos de un polvo blanco que a sólo olfato no logró identificar positivamente. Y lo puso al capitán Riestra al corriente de su descubrimiento, que contempló el hallazgo precipitadamente azorado.

_ ¿Cómo los peritos pudieron pasarlo por alto?_ se preguntó Riestra, mentalmente confundido.

_ Porque no trabajan como es debido. ¿Quién me dijo que estaba sentado justo enfrente del señor Pelicori?_ repuso Dortmund.

_ Verónica Funes.

_ ¿El señor Pelicori tomó durante la deliberción su medicamento?

_ Sí. Tomó dos pastillas seguidas de clonazepam, según los once testigos primordiales del caso.

El inspector se volvió hacia los restos del polvo que halló y mirándolo con cierto brillo en sus ojos, sonrió con regocijo y placer muy atípicos en él.  

_ Y le apuesto lo que quiera, capitán Riestra, a que este polvo es efectivamente la droga que embute las cápsulas de clonazepam.

_ No lo entiendo.

_ Verónica Funes alteró el contenido de los comprimidos de clonazepam rellenándolos con una carga de más que resultaría letal para cualquier persona. Abrió, por el polvo esparcido que encontré, al menos tres cápsulas. Abrió una más aparte y vertió todo el contenido de ésas tres pastillas juntas a ésta cuarta que abrió última. La selló de nuevo, la colocó en el blíster otra vez y lo sustituyó por el anterior para que Alejandro Pelicori no notara el cambio ni advirtiera nada fuera de lo habitual.

_ Es increíble_ dijo Riestra, como rehusándose a aceptar la teoría planteada por el inspector Dortmund._ Pero, me cuesta creerla. Me cuesta creer que haya hecho semejante maniobra solamente porque Pelicori votó en contra.

_ El voto divergente del señor Pelicoli arruinó su caso, lo que no resulta poca cosa. El despliegue entonces queda absolutamente justificado.

_ ¿Pero, en qué momento efectuó la sustitución?

_ En un momento que ninguno de nosotros contempló porque las circunstancias así lo sugerían: antes de que inicie la deliberación.

_ Diría que su hipótesis, Dortmund, resulta totalmente acertada si no fuese por el hecho de que antes que comenzara la deliberación de los doce jurados, nadie conocía la postura que cada uno mantendría respecto al caso. Nadie podía conocer con antelación el voto del otro.

_ Exacto, capitán Riestra. Empieza usted a razonar con sentido común. Y además, si el motivo del asesinato respondiera a tal suceso, el asesino hubiera utilizado un arma de ocasión, lo que acá claramente no ocurrió.

_ ¿Entonces? Porque, ciertamente me siento más confundido que al comienzo.

_ Significa que fue un asesinato hábilmente planificado por alguien que conocía muy bien al señor Alejandro Pelicori y sus hábitos. Verónica Funes lo conocía de antes y nunca imaginó volvérselo a encontrar en el lugar menos pensado para ella. Los dos días que dura el juicio le dio el tiempo suficiente para pensar y planificar cada movimiento arduamente hasta alcanzar la perfección.

_ Pero si dejó un vestigio de polvo desparramado en su ubicación sin darse cuenta sin siquiera de eso, demuestra que subestimó demasiado su juego y perdió. Dos días solamente es poco para planificar algo tan elaborado como un asesinato de dicha naturaleza.

_ Así es la ideología de todo criminal, capitán Riestra.

_ Lo que no me queda claro es el motivo. Si no fue por el voto disidente, ¿por qué asesinó a Alejandro Pelicoli?

_ Preguntémoselo a ella personalmente. Y tengo una idea para ello.

_ Sí, como diga, Dortmund. Lo bueno es que el juicio contra Andrés Morelli no se anula y seguirá su curso por fuera de nuestra investigación. El juez determinó, dada las circunstancias, que se arme un jurado nuevo en menos de una semana.

_ Me reconforta plenamente oír eso.

 

                                                         

 

***

 

Todos, absolutamente todos sin excepción, sabían que el asesino había sido descuidado al dejar un rastro extraordinario del fármaco que utilizó en la producción y la posterior consumación del hecho ya que Sean Dortmund no tuvo reparos a la hora de difundir ésa información. Estaba transgrediendo sin lugar a dudas un precepto básico de confidencialidad, pero en su defensa dijo que era menester indispensable llevar a cabo la propagación de dichos datos. El capitán Riestra se mostró visiblemente ofuscado e irritado con el inspector, pero se abstuvo de intervenir en su contra al considerar que detrás de eso debía existir una razón muy sólida para haberlo impulsado de oficio y sin ninguna clase de consulta preliminar.

Cuando Dortmund se aseguró de que todos conocían el dato del rastro de clonazepam recabado en la escena, hizo total hincapié en que eso los guiaría inequívocamente hacia el asesino. Todos, y en especial los once jurados, entraron en pánico, cambiando miradas inquisitivas y llenas de dudas y temor unos con otros. El inspector agudizó sus cinco sentidos y observó escrupulosamente el comportamiento y la reacción de cada uno de ellos sin hacer ninguna clase de comentario al respecto y reservándose las opiniones para sí mismo. Después de unos minutos, apartó bruscamente al capitán Riestra del resto y le entregó un arma. El capitán la tomó sin comprender demasiado su propósito.

_ Consérvela muy bien_ le dijo Dortmund, satisfecho y confiado._ Ésta noche haremos guardia aquí mismo y le echaremos una mano encima a nuestra asesina.

_ ¿No es más fácil interrogarla?_ sugirió Riestra, contundente.

_ No. Es preciso que ella se descubra sola. Confíe en mí.     

Dejaron la puerta de la sala sin llave y ambos se escondieron en las penumbras, uno en cada costado de la entrada. Esperaron pacientemente hasta que adviertieron que alguien ingresaba sigilosamente. Permitieron que penetrara en el umbral y una vez adentro, Dortmund se abalanzó como un tigre sobre su presa contra el desconocido que había irrumpido en la sala de deliberación.   

_ ¡Deténgalo, capitán, que no se escape!_ le ordenó Dortmund a Riestra, tajante.

En menos de un minuto, ambos caballeros estaban encima de su presa, quien no tuvo tiempo de intentar defenderse y por ende no opuso resistencia a la maniobra sobre él ejercida.

_ Prenda la luz, capitán Riestra.

El aludido acató la orden. Cuando lo vio de frente, se quedó estupefacto. El intruso era Gonzalo Polimeni, el presidente del jurado.

_ ¿Es lo que se dice esto una broma?_ preguntó Riestra, abatido y notablemente enardecido.

_ No_ contestó Dortmund, conforme y con una sonrisa colosal que bordeaba sus labios._ Ahí tiene usted al verdadero asesino del señor Alejandro Pelicori. Sabía que la señorita Verónica Funes no podía ser nunca la verdadera responsable del asesinato porque era demasiado obvio que alguien con su temperamento nunca cometería el error de dejar rastros del veneno esparcidos en la escena. Cuando estudié su comportamiento posterior a mi anuncio sobre nuestro hallazgo, la señorita Funes fue una de las pocas que mostró seguridad y firmeza, dos cualidades absolutamente incompartibles con alguien que comete un error de semejante envergadura. Pero además estaba el hecho de que sus peritos, capitán Riestra, no vieron ese rastro que yo descubrí porque ciertamente no estaba ahí antes, sino que fue depositado con alevosía después de que los peritos concluyeran con sus examinaciones. Y ese detalle me sugirió estoicamente que el asesino debía conocer a la señorita Funes desde mucho tiempo antes.

Por otro lado, está el hecho de que el asesino empleó clonazepam para intoxicar al señor Pelicori. ¿Cómo sabía el asesino que la víctima tomaba dos dosis diarias consecutivas desde hacía unos días si apenas habían compartido un día de convivencia en el jurado y el estuto prohíbe hablar durante el debate o por fuera de él sobre cosas personales, entre otras disposiciones? Esto, sin dudas, me vino a confirmar que el asesino y el señor Pelicori se conocían desde hace mucho tiempo antes. Además, la sustitución de una cápsula normal de clonazepam por otra alterada implicaba contar con una privacidad total, lo que aquí claramente no había. Estas reuniones entonces le dieron al asesino el contexto perfecto para llevar a cabo su plan, que hace tiempo viene planeando.  Si alegaba que la evidencia de clonazepam recuperada de la escena nos conduciría indefectiblemente hasta el asesino, aquél vendría a deshacerse de tal indicio para evitar que lo identificaran. Y en efecto, funcionó. Sólo que nunca previó que se trató de una trampa, cuyo cebo usted mismo plantó. Pero que consideró un grave error cuando yo propuse mi idea. ¿No es así, señor Polimeni?

Gonzalo Polimeni suspiró con resignación y se dejó caer derrotado sobre una silla.

_ Todo fue tal cual usted lo acaba de decir_ reconoció Polimeni._ Se equivoca usted solamente en una sola cosa: me llamo en realidad Gonzalo Pelicori, hermano de Alejandro y esposo de Verónica Funes.

La cara de asombro del capitán Riestra resultó genuina y exorbitante.

_ Seré breve_ continuó Gonzalo Pelicori._ Verónica es azafata. La conocí hace seis años durante un viaje que realicé al Caribe y nos enamoramos al instante. Salimos durante seis meses y al año de conocernos, nos casamos por Civil. En ése entonces, Alejandro vivía conmigo porque le remataron la casa por una deuda millonaria que mantenía con una financiera. Los tres convivíamos bajo un mismo techo. Por supuesto que le dijimos que debía buscar otro lugar para irse a vivir porque Verónica y yo queríamos ser dueños exclusivos de nuestro hogar y de nuestro matrimonio. Para sorpresa de todos, Alejandro lo tomó con mucha calma y lo aceptó sin hacer ningún tipo de objeción. A los dos meses, más o menos, consiguió trabajo en un restaurante y se fue a vivir a un tipo pensión que él logró mantenerse con su sueldo. Todo iba bien hasta que Verónica comenzó a viajar seguido, siempre por diferentes motivos: o le cambiaban el franco, o estaba de guardia y tenía que viajar de urgencia, o tenía que reemplazar a fulanita o zutanita. Eso hizo que la viera cada vez menos y hasta nos planteamos la posibilidad de divorciarnos en buenos términos. Pero ella apostó por nosotros y dijo que pronto iba a ser todo como antes otra vez, que ya había hablado en la empresa para regularizar su situación. Y en efecto, así fue. Pero todo duró apenas cuatro meses porque luego volvió a comportarse de igual manera y a estar a entera disposición de la aerolínea. Como yo notaba que Verónica era muy corta de carácter y permitía que en apariencia la explotaran en su trabajo, durante un vuelo que ella estaba haciendo para Bariloche en reemplazo de otra azafata que estaba de licencia por maternidad, llamé a la empresa y pedí hablar con algún responsable. Me atendió su supervisor directo, le planteé la situación y lo que me dijo me dejó completamente confundido y nervioso: Verónica hacia seis meses que había renunciado a su trabajo. Al principio no lo creí y pensé que se trataba de un error, pero más tarde vi la carta de renuncia y reconocí en ella la letra y la firma de mi mujer. Era cierto. Traté de localizarla durante varias semanas inútilmente. Pero cuando volvió una mañana temprano, la confronté sin rodeos y con la evidencia en mano. Y me confesó una terrible verdad: estaba casada con Alejandro. ¡Mi esposa y mi propio hermano de sangre unidos a mis espaldas en un matrimonio concebido ilegalmente! Me mostró la libreta de casamiento convalidada por un juez de Paz. Era totalmente inadmisible. Discutimos ferozmente sin alcanzar ningún acuerdo y le dije que había solamente dos salidas posibles a este conflicto: o se separaba de mi hermano inmediatamente y volvía conmigo o que me diera el divorcio. Y Verónica, la muy descarada, dijo que no iba a darme el divorcio jamás y que tendría que vivir por el resto de mi vida siendo consciente de que era víctima de una bigamia enfermiza y sin precedentes. Le dije que esto no iba a quedar así y puse a un abogado. Pero sólo me hizo gastar tiempo y dinero al divino botón. Mi mujer bígama, casada conmigo y mi hermano Alejandro a la vez, que se negaba a darme el divorcio y que encima después de nuestra última discusión se mudó definitivamente con él, fue demasiado para mí. Confronté a Alejandro y el desgraciado me dijo que durante su convivencia con Verónica y conmigo en mi propia casa se enamoraron perdidamente. ¡Me tomaron por un verdaero imbécil! Pero pobre de mí que no fui capaz de darme cuenta de nada mientras todo se consumaba bajo mis propias narices. Supe desde luego que tenía de vengarme de los dos de alguna manera. Entonces me eligieron para ser jurado en este juicio. Imagínense mi sorpresa señores cuando vi que ambos también habían sido elegidos para integrar el mismo jurado.Dios, haciendo de cuenta como si nada hubiera pasado, tratándome como un verdadero desconocido para ellos dos. Ésa fue la gota que rebosó la copa. Sabía que Alejandro siempre estuvo medicado por sus problemas de estrés, ansiedad y falta de sueño. Y vi ahí mi clara oportunidad de obtener venganza. Adquirí bastante clonazepam en una farmacia y se lo vertí durante un descuido suyo en su vaso de soda. Le administré tres miligramos durante los dos días que fuimos jurados, más los dos milígramos que él tomaba por día por prescripción médica, en conjunto con todo lo que él ya venía tomando desde hacía unos días antes, resultó una combinación letal para Alejandro. Y luego sólo tuve que plantar una ínfima cantidad de clonazepam en donde estaba sentada Verónica para inculparla. Así acabaría con dos pájaros de un solo disparo. Y para mi propia dicha, Alejandro votó en contramano a todos nosotros, lo que me dio la pantalla perfecta para desviar el asesinato de su verdadero motivo. El resto ya lo conocen. Y pese a que usted, Dortmund, resultó ser un hombre altamente inteligente, sepa que no me arrepiento para nada de lo que hice.

El capitán Riestra se puso de pie y arrestó a Gonzalo Pelicori por homicidio simple  doblemente agravado por el vínculo y la premeditación.

_ ¿Cómo lo descubrió? Vamos, lo conozco, Dortmund_ le dijo Riestra al inspector, después del arresto.

_ Si el señor Alejandro Pelicori llegó antes que el resto del descanso y fue encontrado muerto adentro de la sala, significa que sólo una persona pudo facilitarle la entrada. Y ésa única persona no puede ser nadie más que Gonzalo Polimeni, ya que era el presidente del jurado y el único con autoridad para manejar la llave del salón. Habrá querido hablar con su hermano en privado antes de que llegara el resto de los miembros, pero sucumbió inesperadamente.

_ ¿Pero, cómo es posible que hubiera tres miembros de una misma familia integrando el jurado? Esto exacerba mi moral en todas sus formas.

_ La ley, si mal no tengo entendido, prohíbe la consanguinidad de los miembros del jurado con las partes directamente involucradas en el proceso. Pero no hay nada explícito referente al vínculo entre ellos. Pero tendrá que averiguarlo por sus propios medios, capitán Riestra.

 

 

                                                                                ***

 

_ Hace tres décadas que no paro de resolver casos de forma incesante_ dijo Dortmund, de nuevo en su departamento y acompañado por el capitán Riestra,_ y usted sabe que los años no vienen solos.

_ ¿Qué quiere decir?_ lo indagó el capitán, algo contrariado y confundido.

_ Ya no estoy en forma como hace treinta años atrás cuando llegué al país. Pertenezco al club de los sesenta y mi cuerpo y mi mente me piden un cambio de hábito urgente.

_ Su inteligencia sigue intacta hoy al igual que cuando lo conocí hace treinta años atrás, Dortmund. No menoscabe su talento. Yo también tengo mis años, el paso del tiempo nos afecta a todos por igual. Pero no me incentiva a detenerme, sino a seguir adelante sin parar. Quiero partir siendo aún jefe de Homicidios de la Policía Federal, cargo del que estoy inmensamente orgulloso de conservar.

_ Y nadie se lo merece más que usted, capitán Riestra. Pero temo que no me comprende usted del todo. Tengo deseos volver a Irlanda dentro de algún tiempo. Quiero volver a mis raíces y tener contacto con mi gente y mi cultura antes de que no pueda hacerlo nunca más. Extraño enormemente mi país. Espero que pueda usted aplicar mis métodos dentro de poco porque yo ya no estaré más para asistirlo, mi buen capitán Riestra_ y le dio unos golpecitos en el hombro.

El capitán lo miró con desolación y congoja.

_ ¡Vamos, capitán!_ lo animó Sean Dortmund._ Todavía tenemos muchos casos por delante antes de mi retiro definitivo del campo de las investigaciones.

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