Mientras
la Fiscalía buscaba la pena máxima a reclusión perpetua para Andrés Morelli por
considerarlo autor penalmente responsable de los asesinatos agravados de al
menos siete mujeres en los últimos tres años y medio, su defensa a cargo del
doctor Marcos Urrista solicitaba su absolución definitiva por considerar
legítimamente que las evidencias en contra de su cliente eran insuficientes y
que la acusación se basaba íntegramente en justificaciones subjetivas que
carecían de toda clase de calificación legal. Por tal motivo y por otros más
que no vienen al caso, fue que le solicitó al juez ser sometido y juzgado en un
juicio por jurados populares. La moción fue concebida y después de escuchar
todos los testimonios, evaluar detenidamente todas las evidencias y escuchar
detalladamente los alegatos finales de cada una de las partes, los doce
miembros del jurado se reunieron en una sala completamente aislada para
deliberar sobre el proceso y emitir el fallo.
Once de
los doce miembros votaron a favor de la culpabilidad de Morelli y uno sufragó
sorpresivamente en secesión con el resto. Nadie se explicaba porqué se había
pronunciado a favor de la inocencia de Morelli y eso sin dudas produjo el enojo
en masa del resto de los jurados. Con once votos a favor y uno en contra no
podían condenarlo porque la cantidad total de votos no alcanzaba la unanimidad
que la ley establecía para dictar un veredicto a perpetua. Eso implicaba que
por delante quedaban tres instancias más de votación en las que se requerirían
un mínimo de ocho votos a favor para abordar una condena firme y segura. Pero
si no había consenso en ninguna de las tres etapas posteriores y si el fiscal
decidía proseguir con la acusación, el jurado debía disolverse, armarse uno
absolutamente diferente y empezar todo el proceso penal otra vez desde el
principio.
Los once
miraron a Alejandro Pelicori, el jurado que votó a favor de la inocencia de
Andrés Morelli, con odio e impotencia, y los reproches y las discusiones no se
hicieron esperar.
_
¿Cuánto te pagaron para que lo votaras inocente?_ le recriminó con indignación,
Marisa Britez, una de las once integrantes del jurado.
Pelicori
en cambio le devolvió una mirada más furtiva y consistente.
_
Quedate tranquila que nadie me sobornó, Britez_ le respondió Alejandro Pelicori
con soberbia y un esbozo sensiblemente dibujado en sus labios.
_
Entonces, explicanos tu voto, porque ninguno entendemos porqué votaste inocente
a un monstruo como Morelli_ le retrucó de frente Jeremías Furtado._ Nos hundiste,
Hermano. Con tu absurda decisión, nos dejaste a los once en Pampa y la vía.
¿Qué carajo te pasó por la cabeza, Alejandro, cuando emitiste tu fallo?
_ Las
pruebas no señalan en dirección suya. Para mí, todo lo que nos mostraron y nos
dijeron durante los debates es escaso para culpar a Morelli de matar a esas
siete mujeres. Todo es ambiguo, no veo ninguna certeza que me dé la pauta que
Andrés Morelli es efectivamente el asesino buscado, el monstruo que dicen que
es. Por ahí está relacionado con los homicidios, pero desde otro lugar, algo
que la Fiscalía no nos puso sobre la mesa y por ende no podemos evaluar.
_ ¡La
Fiscalía nos presentó un caso sólido porque Morelli es el asesino, Morelli es
culpable!_ fustigó con vehemencia, Verónica Funes, otra de los miembros del
jurado._ Y vos, Pelicori, con tu ridícula teoría, tiraste por la borda dos días de intenso laburo. ¡Te tendríamos que matar a
vos, mirá lo que te digo!
Las
discusiones y los reclamos siguieron por un largo rato más, hasta que a los
doce se les cedió un receso de media hora para ir a almorzar. Cuando retomaron
a la sala de debates, solamente lo hicieron once, porque el número doce,
casualmente Alejandro Pelicori, estaba tendido sobre el piso, desvanecido y
completamente inerte, boca arriba; con los ojos abiertos, los labios
rígidamente sellados y el rostro pálido. Jeremías Furtado se animó tímidamente
a tomarle el pulso y confirmó lo que en apariencia resultaba una obviedad:
Alejandro Pelicori estaba muerto. Y los once eran sospechosos de haberlo
matado, porque todos compartían un mismo común denominador: la desavenencia de
su voto.
***
_ La
víctima es Alejandro Pelicori_ le explicaba el capitán Riestra a Dortmund_.
Junto a los once jurados restantes, tenía a su cargo dictarle sentencia a
Andrés Morelli, acusado de asesinar a siete mujeres a sangre fría. Todos
votaron a favor de la culpabilidad de Morelli, pero Pelicori fue el único que
votó en contra. Su decisión generó una gran tensión entre el resto de los
miembros del jurado, a tal punto que la discusión se escuchó en todo el edificio
del Juzgado. Se les otorgó un receso y cuando volvieron, hallaron a Pelicori
tendido en el suelo, muerto. Demás está decirle, Dortmund, que hay once
sospechosos potenciales para el homicidio.
_ Eso es
innegable, al menos por ahora_ repuso el inspector, absorto en sus pensamientos
y con una mano sosteniéndose la mandíbula._ No deja de resultarme un caso de lo
más interesante. Dígame, capitán Riestra, ¿abandonaron la sala todos juntos los
doce cuando se fueron al receso?
_ Así
es.
_ ¿Es
decir, que la víctima se fue con el resto de los miembros del jurado?
_
Efectivamente.
_ ¿Tiene
idea de cómo fue ésa salida?
_ Según
las declaraciones de los once jurados y de algún testigo ocasional que
presenció la escena, fue una salida muy turbia y cargada de mucha tracción.
Siguieron discutiendo vorazmente incluso cuando abandonaron el recinto. La
discusión duró apenas unos minutos más hasta que llegaron al ascensor. Los once
se segmentaron en pequeños grupos de a tres
o de a cuatro. Algunos bajaron por el ascensor y otros optaron ir por la
escalera.
_ ¿El
señor Alejandro Pelicori se unió a alguno de esos grupos o se fue por su
cuenta?
_ Lo
dejaron solo, Dortmund.
_
¿Volvieron por turnos del descanso, capitán Riestra?
_
Aparentemente, sí. Un empleado administrativo los vio llegar de a poco en los
mismos grupos en los que se fueron. Pero este testigo no puede precisar quién
llegó primero y quién después porque no le prestó ninguna atención al respecto.
Estaba atareado en otras cuestiones.
_ ¿Este
empleado es el único testigo confiable con el que cuenta?
_ Sí.
Fue el único que los vio volver.
_ ¿Vio
este empleado en cuestión, capitán Riestra, si el señor Pelicori llegó antes o
después que el resto de sus compañeros de jurado?
_ No, no
puede precisarlo con exactitud. Pero considerando el hecho de que fue el primer
grupo el que descubrió el cuerpo de Pelicori ni bien ingresó de nuevo a la
sala, entonces podemos afirmar que la víctima fue la primera en llegar.
_ Gran
deducción, capitán Riestra. ¿Con cuántos minutos de diferencia llegaron los
primeros jurados de los últimos?
_ Según
sus propios testimonios, con apenas dos minutos. Una brecha muy insignificante,
desde mi punto de vista. Pero no desde el suyo, imagino. ¿Eh, inspector
Dortmund?
_
Imagina usted bien. Así que, los doce jurados abandonan el reciento para salir
a almorzar, ¿y quién cierra la puerta de la sala con llave y a resguardo de quién queda ésa
llave?
_ El
presidente del jurado, Gonzalo Polimeni, es el primero en salir. Corrobora que
hayan salido los once restantes, verifica con una mirada rápida que el espacio
quede en condiciones favorables, cierra la puerta con llave y la entrega al
secretario del juez. Una vez en su poder, el secretario le hace entrega de la
misma al propio juez que media en los debates durante el juicio y éste la
guarda en su escritorio bajo llave hasta que los doce miembros del jurado están
de vuelta. Entonces, hace entrega de la llave a su secretario y el
procedimiento se repite pero a la inversa.
_
¿Interrogó a ambos, capitán Riestra?
_
Naturalmente, Dortmund. Pero el juez asegura que no recibió ninguna visita
durante la ausencia del jurado y que tampoco abandonó en absoluto su despacho.
Y su secretario estuvo cumpliendo con varias ordenanzas inherentes a otros
casos diferentes.
_ ¿La
sala de reuniones del jurado es custodiada debidamente mientras permanece
vacía?
_ Dos
guardias la vigilan celosamente. Nadie se acercó en ningún momento por ningún
motivo.
_
¿Dijeron, capitán Riestra, si alguien vio que el señor Pelicori discutiera
particularmente con alguien antes de irse o cuando regresó del receso?
_ No
recuerdan haberlo visto discutir con nadie.
_ Por el
momento y en este sentido, no hay nada más que necesite saber. Vayamos al
motivo del deceso. ¿Qué opinión emitió al respecto el médico forense cuando
efectuó un análisis preliminar del cuerpo?
_ No
encontró lesiones de ninguna consideración visibles. Y en base a que revisó su
historia clínica y no encontró problemas de salud que pudieran haber
desembocado en un ataque de estas características, su opinión es que fue
envenenado. Pero la última palabra la tendrá la autopsia.
_ No si
la promulgo yo antes, capitán Riestra. ¿El señor Pelicori tomaba alguna clase
de medicación?
La
expresión de dudas y confusión que resaltaban en el rostro de Sean Dortmund,
súbitamente se transformaron en un ápice de esperanza insoslayable tan
características de su petulante y vertiginosa personalidad. Y el capitán Riestra podía anticipar sin
dudas lo que eso significaba.
_ Tomaba
clonazepam por prescripción de su psiquiatra de cabecera. Sus nervios se
alteraban fácilmente por el estrés que tenía que soportar por su trabajo. E
integrar un jurado en un juicio muy controvertido y con un acusado muy
peculiar, contribuyó a que sus nervios colapsaran a tal punto que su psiquiatra
tuviera que aumentarle la dosis diaria para que no cediera ante una inminente
crisis emocional y nerviosa.
_ Ha
hecho un trabajo muy sobresaliente, capitán Riestra. Me ha proporcionado toda
la información que preciso para investigar el caso a fondo. Lléveme ahora, si
es tan amable, hasta la escena del crimen. Quiero echarle un ojo porque aún
conservo algunas dudas sobre un punto en especial y deseo despejarlas lo antes
posible.
***
Sean
Dortmund y el capitán Riestra estaban hablando aparte sobre el hall principal
por el que se accede al Juzgado. Inmediatamente, subieron por las escaleras
hasta el cuarto piso, Riestra se identificó con el oficial que custodiaba la
escena y les permitió el ingreso. El capitán Riestra comenzó a seguir los pasos
del inspector Dortmund cuando aquél le ordenó que se mantuviera al margen. Y
por mucho que pudiera molestarle, el capitán obedeció de buena fe y con una
gran predisposición depositada en la mente brillante de su amigo.
Lo
primero que hizo Dortmund fue revisar la mesa en donde estaban sentados los
doce jurados. Primero le echó un vistazo en general y luego hizo un análisis
meticuloso sobre el mueble, usando como única herramienta su gran poder de
observación.
_ ¿En
dónde estaba sentado exactamente el señor Pelicori, capitán Riestra?_ preguntó
Dortmund, muy interesadamente.
El
capitán señaló el cuarto asiento del lateral derecho contando desde la punta
izquierda de izquierda a derecha. Dortmund examinó el espacio ligeramente para
volver a dirigirle una pregunta a Riestra.
_
¿Quiénes estaban sentados a su alrededor?_ volvió a preguntar el inspector,
pero ésta vez con un tono desprovisto de toda emoción.
_ A su
derecha, Marisa Britez. A su izquierda, Jeremías Furtado. Y enfrente de él,
Verónica Funes_ respondió el capitán, sin explayarse demasiado.
_ ¿Algo
interesante en sus declaraciones?
_ Nada
relevante. Sólo que Verónica Funes admitió que le dijo a Alejandro Pelicori que
tendrían que matarlo a él por votar en contra de lo que votó el resto del
jurado. Pero se justificó diciendo que fue por un impulso inconsciente,
consecuencia de la bronca del momento, nada más.
_ Es
comprensible. ¿Algo más? ¿El señor Pelicori recibió algún otro tipo de
advertencia por parte de algún otro
miembro del jurado?
_ Hasta
donde sabemos, no, Dortmund.
El
inspector siguió revisando exhaustivamente la mesa hasta que encontró restos de
un polvo blanco que a sólo olfato no logró identificar positivamente. Y lo puso
al capitán Riestra al corriente de su descubrimiento, que contempló el hallazgo
precipitadamente azorado.
_ ¿Cómo
los peritos pudieron pasarlo por alto?_ se preguntó Riestra, mentalmente
confundido.
_ Porque
no trabajan como es debido. ¿Quién me dijo que estaba sentado justo enfrente
del señor Pelicori?_ repuso Dortmund.
_
Verónica Funes.
_ ¿El
señor Pelicori tomó durante la deliberción su medicamento?
_ Sí.
Tomó dos pastillas seguidas de clonazepam, según los once testigos primordiales
del caso.
El
inspector se volvió hacia los restos del polvo que halló y mirándolo con cierto
brillo en sus ojos, sonrió con regocijo y placer muy atípicos en él.
_ Y le
apuesto lo que quiera, capitán Riestra, a que este polvo es efectivamente la
droga que embute las cápsulas de clonazepam.
_ No lo
entiendo.
_
Verónica Funes alteró el contenido de los comprimidos de clonazepam
rellenándolos con una carga de más que resultaría letal para cualquier persona.
Abrió, por el polvo esparcido que encontré, al menos tres cápsulas. Abrió una
más aparte y vertió todo el contenido de ésas tres pastillas juntas a ésta
cuarta que abrió última. La selló de nuevo, la colocó en el blíster otra vez y
lo sustituyó por el anterior para que Alejandro Pelicori no notara el cambio ni
advirtiera nada fuera de lo habitual.
_ Es
increíble_ dijo Riestra, como rehusándose a aceptar la teoría planteada por el
inspector Dortmund._ Pero, me cuesta creerla. Me cuesta creer que haya hecho
semejante maniobra solamente porque Pelicori votó en contra.
_ El
voto divergente del señor Pelicoli arruinó su caso, lo que no resulta poca
cosa. El despliegue entonces
queda absolutamente
justificado.
_ ¿Pero,
en qué momento efectuó la sustitución?
_ En un
momento que ninguno de nosotros contempló porque las circunstancias así lo
sugerían: antes de que inicie la
deliberación.
_ Diría
que su hipótesis, Dortmund, resulta totalmente acertada si no fuese por el
hecho de que antes que comenzara la deliberación de los doce jurados, nadie
conocía la postura que cada uno mantendría respecto al caso. Nadie podía conocer con antelación el voto
del otro.
_
Exacto, capitán Riestra. Empieza usted a razonar con sentido común. Y además,
si el motivo del asesinato respondiera a tal suceso, el asesino hubiera utilizado
un arma de ocasión, lo que acá claramente no ocurrió.
_
¿Entonces? Porque, ciertamente me siento más confundido que al comienzo.
_
Significa que fue un asesinato hábilmente planificado por alguien que conocía
muy bien al señor Alejandro Pelicori y sus hábitos. Verónica Funes lo conocía
de antes y nunca imaginó volvérselo a encontrar en el lugar menos pensado para
ella. Los dos días que dura el juicio le dio el tiempo suficiente para pensar y
planificar cada movimiento arduamente hasta alcanzar la perfección.
_ Pero
si dejó un vestigio de polvo desparramado en su ubicación sin darse cuenta sin
siquiera de eso, demuestra que subestimó demasiado su juego y perdió. Dos días
solamente es poco para planificar algo tan elaborado como un asesinato de dicha
naturaleza.
_ Así es
la ideología de todo criminal, capitán Riestra.
_ Lo que
no me queda claro es el motivo. Si no fue por
el voto disidente, ¿por qué asesinó a Alejandro Pelicoli?
_
Preguntémoselo a ella personalmente. Y tengo una idea para ello.
_ Sí, como
diga, Dortmund. Lo bueno es que el juicio contra Andrés Morelli no se anula y
seguirá su curso por fuera de nuestra investigación. El juez determinó, dada
las circunstancias, que se arme un jurado nuevo en menos de una semana.
_ Me
reconforta plenamente oír eso.
***
Todos,
absolutamente todos sin excepción, sabían que el asesino había sido descuidado
al dejar un rastro extraordinario del fármaco que utilizó en la producción y la
posterior consumación del hecho ya que Sean Dortmund no tuvo reparos a la hora
de difundir ésa información. Estaba transgrediendo sin lugar a dudas un
precepto básico de confidencialidad, pero en su defensa dijo que era menester
indispensable llevar a cabo la propagación de dichos datos. El capitán Riestra
se mostró visiblemente ofuscado e irritado con el inspector, pero se abstuvo de
intervenir en su contra al considerar que detrás de eso debía existir una razón
muy sólida para haberlo impulsado de oficio y sin ninguna clase de consulta
preliminar.
Cuando
Dortmund se aseguró de que todos conocían el dato del rastro de clonazepam
recabado en la escena, hizo total hincapié en que eso los guiaría
inequívocamente hacia el asesino. Todos, y en especial los once jurados, entraron
en pánico, cambiando miradas inquisitivas y llenas de dudas y temor unos con
otros. El inspector agudizó sus cinco sentidos y observó escrupulosamente el
comportamiento y la reacción de cada uno de ellos sin hacer ninguna clase de
comentario al respecto y reservándose las opiniones para sí mismo. Después de
unos minutos, apartó bruscamente al capitán Riestra del resto y le entregó un
arma. El capitán la tomó sin comprender demasiado su propósito.
_
Consérvela muy bien_ le dijo Dortmund, satisfecho y confiado._ Ésta noche
haremos guardia aquí mismo y le echaremos una mano encima a nuestra asesina.
_ ¿No es
más fácil interrogarla?_ sugirió Riestra, contundente.
_ No. Es
preciso que ella se descubra sola. Confíe en mí.
Dejaron
la puerta de la sala sin llave y ambos se escondieron en las penumbras, uno en
cada costado de la entrada. Esperaron pacientemente hasta que adviertieron que
alguien ingresaba sigilosamente. Permitieron que penetrara en el umbral y una
vez adentro, Dortmund se abalanzó como un tigre sobre su presa contra el
desconocido que había irrumpido en la sala de deliberación.
_
¡Deténgalo, capitán, que no se escape!_ le ordenó Dortmund a Riestra, tajante.
En menos
de un minuto, ambos caballeros estaban encima de su presa, quien no tuvo tiempo
de intentar defenderse y por ende no opuso resistencia a la maniobra sobre él
ejercida.
_ Prenda
la luz, capitán Riestra.
El
aludido acató la orden. Cuando lo vio de frente, se quedó estupefacto. El
intruso era Gonzalo Polimeni, el presidente del
jurado.
_ ¿Es lo
que se dice esto una broma?_ preguntó Riestra, abatido y notablemente
enardecido.
_ No_
contestó Dortmund, conforme y con una sonrisa colosal que bordeaba sus labios._
Ahí tiene usted al verdadero asesino del señor Alejandro Pelicori. Sabía que la
señorita Verónica Funes no podía ser nunca la verdadera responsable del
asesinato porque era demasiado obvio que alguien con su temperamento nunca
cometería el error de dejar rastros del veneno esparcidos en la escena. Cuando
estudié su comportamiento posterior a mi anuncio sobre nuestro hallazgo, la
señorita Funes fue una de las pocas que mostró seguridad y firmeza, dos
cualidades absolutamente incompartibles con alguien que comete un error de
semejante envergadura. Pero además estaba el hecho de que sus peritos, capitán
Riestra, no vieron ese rastro que yo descubrí porque ciertamente no estaba ahí
antes, sino que fue depositado con alevosía después de que los peritos
concluyeran con sus examinaciones. Y ese detalle me sugirió estoicamente que el
asesino debía conocer a la señorita Funes desde mucho tiempo antes.
Por otro
lado, está el hecho de que el asesino empleó clonazepam para intoxicar al señor
Pelicori. ¿Cómo sabía el asesino que la víctima tomaba dos dosis diarias
consecutivas desde hacía unos días si apenas habían compartido un día de
convivencia en el jurado y el estuto prohíbe hablar durante el debate o por
fuera de él sobre cosas personales, entre otras disposiciones? Esto, sin dudas, me vino a confirmar que el asesino y el señor Pelicori
se conocían desde
hace mucho tiempo antes. Además, la sustitución de una cápsula
normal de clonazepam por otra alterada implicaba contar con una privacidad
total, lo que aquí claramente no había. Estas reuniones entonces le dieron al
asesino el contexto perfecto para llevar a cabo su plan, que hace tiempo viene
planeando. Si alegaba que la evidencia
de clonazepam recuperada de la escena nos conduciría indefectiblemente hasta el
asesino, aquél vendría a deshacerse de tal indicio para evitar que lo identificaran.
Y en efecto, funcionó. Sólo que nunca previó que se trató de una trampa, cuyo
cebo usted mismo plantó. Pero que consideró un grave error cuando yo propuse mi
idea. ¿No es así, señor Polimeni?
Gonzalo
Polimeni suspiró con resignación y se dejó caer derrotado sobre una silla.
_ Todo
fue tal cual usted lo acaba de decir_ reconoció Polimeni._ Se equivoca usted
solamente en una sola cosa: me llamo en realidad Gonzalo Pelicori, hermano de
Alejandro y esposo de Verónica Funes.
La cara
de asombro del capitán Riestra resultó genuina y exorbitante.
_ Seré
breve_ continuó Gonzalo Pelicori._ Verónica es azafata. La conocí hace seis
años durante un viaje que realicé al Caribe y nos enamoramos al instante.
Salimos durante seis meses y al año de conocernos,
nos casamos por Civil. En ése entonces, Alejandro
vivía conmigo porque le remataron la casa por una deuda millonaria que mantenía
con una financiera. Los tres convivíamos bajo un mismo techo. Por supuesto que
le dijimos que debía buscar otro lugar para irse a vivir porque Verónica y yo
queríamos ser dueños exclusivos de nuestro hogar y de nuestro matrimonio. Para
sorpresa de todos, Alejandro lo tomó con mucha calma y lo aceptó sin hacer
ningún tipo de objeción. A los dos meses, más o menos, consiguió trabajo en un
restaurante y se fue a vivir a un tipo pensión que él logró mantenerse con su
sueldo. Todo iba bien hasta que Verónica comenzó a viajar seguido, siempre por
diferentes motivos: o le cambiaban el franco, o estaba de guardia y tenía que viajar de urgencia, o tenía que reemplazar a fulanita o zutanita.
Eso hizo que la viera cada vez menos y hasta nos planteamos la posibilidad de
divorciarnos en buenos términos. Pero ella apostó por nosotros y dijo que pronto iba a ser todo como
antes otra vez, que ya había hablado en la empresa para regularizar su
situación. Y en efecto, así fue. Pero todo duró apenas cuatro meses porque
luego volvió a comportarse de igual manera y a estar a entera disposición de la
aerolínea. Como yo notaba que Verónica era muy corta de carácter y permitía que
en apariencia la explotaran en su trabajo, durante un vuelo que ella estaba
haciendo para Bariloche en reemplazo de otra azafata que estaba de licencia por
maternidad, llamé a la empresa y pedí hablar con algún responsable. Me atendió
su supervisor directo, le planteé la situación y lo que me dijo me dejó
completamente confundido y nervioso: Verónica hacia seis meses que había
renunciado a su trabajo. Al principio no lo creí y pensé que se trataba de un
error, pero más tarde vi la carta de renuncia y reconocí en ella la letra y la
firma de mi mujer. Era cierto. Traté de localizarla durante varias semanas
inútilmente. Pero cuando volvió una mañana temprano, la confronté sin rodeos y
con la evidencia en mano. Y me confesó una terrible verdad: estaba casada con
Alejandro. ¡Mi esposa y mi propio hermano de sangre unidos a mis espaldas en un
matrimonio concebido ilegalmente! Me mostró la libreta de casamiento
convalidada por un juez de Paz. Era totalmente inadmisible. Discutimos
ferozmente sin alcanzar ningún acuerdo y le dije que había solamente dos
salidas posibles a este conflicto: o se separaba de mi hermano inmediatamente y
volvía conmigo o que me diera el divorcio. Y Verónica, la muy descarada, dijo
que no iba a darme el divorcio jamás y que tendría que vivir por el resto de mi
vida siendo consciente de que era víctima de una bigamia enfermiza y sin
precedentes. Le dije que esto no iba a quedar así y puse a un abogado. Pero
sólo me hizo gastar tiempo y dinero al divino botón. Mi mujer bígama, casada
conmigo y mi hermano Alejandro a la vez, que se negaba a darme el divorcio y
que encima después de nuestra última discusión se mudó definitivamente con él,
fue demasiado para mí. Confronté a Alejandro y el desgraciado me dijo que
durante su convivencia con Verónica y conmigo en mi propia casa se enamoraron
perdidamente. ¡Me tomaron por un verdaero imbécil! Pero pobre de mí que no fui
capaz de darme cuenta de nada mientras todo se consumaba bajo mis propias
narices. Supe desde luego que tenía de vengarme de los dos de alguna manera.
Entonces me eligieron para ser jurado en este juicio. Imagínense mi sorpresa
señores cuando vi que ambos también habían sido elegidos para integrar el mismo
jurado.Dios, haciendo de cuenta como si nada hubiera pasado, tratándome como un
verdadero desconocido para ellos dos. Ésa fue la gota que rebosó la copa. Sabía
que Alejandro siempre estuvo medicado por sus problemas de estrés, ansiedad y
falta de sueño. Y vi ahí mi clara oportunidad de obtener venganza. Adquirí
bastante clonazepam en una farmacia y se lo vertí durante un descuido suyo en
su vaso de soda. Le administré tres miligramos
durante los dos días
que fuimos jurados, más
los dos milígramos que él tomaba por día por prescripción médica, en conjunto
con todo lo que él ya venía tomando desde hacía unos
días antes, resultó una
combinación letal para Alejandro. Y luego sólo tuve que plantar una ínfima
cantidad de clonazepam en donde estaba sentada Verónica para inculparla. Así
acabaría con dos pájaros de un solo disparo. Y para mi propia dicha, Alejandro
votó en contramano a todos nosotros, lo que me dio la pantalla perfecta para
desviar el asesinato de su verdadero motivo. El resto ya lo conocen. Y pese a
que usted, Dortmund, resultó ser un
hombre altamente inteligente, sepa que no me arrepiento para nada de lo que
hice.
El
capitán Riestra se puso de pie y arrestó a Gonzalo Pelicori por homicidio
simple doblemente agravado por el
vínculo y la premeditación.
_
¿Cómo lo descubrió? Vamos, lo conozco, Dortmund_ le dijo Riestra al inspector,
después del arresto.
_ Si
el señor Alejandro Pelicori llegó antes que el resto del descanso y fue
encontrado muerto adentro de la sala, significa que sólo una persona pudo
facilitarle la entrada. Y ésa única persona no puede ser nadie más que Gonzalo
Polimeni, ya que era el presidente del jurado y el único con autoridad para
manejar la llave del salón. Habrá querido hablar con su hermano en privado
antes de que llegara el resto de los miembros, pero sucumbió inesperadamente.
_
¿Pero, cómo es posible que hubiera tres miembros de una misma familia
integrando el jurado? Esto exacerba mi moral en todas sus formas.
_ La
ley, si mal no tengo entendido, prohíbe la consanguinidad de los miembros del
jurado con las partes directamente involucradas en el proceso. Pero no hay nada
explícito referente al vínculo entre ellos. Pero tendrá que averiguarlo por sus
propios medios, capitán Riestra.
***
_ Hace
tres décadas que no paro de resolver casos de forma incesante_ dijo Dortmund,
de nuevo en su departamento y acompañado por el capitán Riestra,_ y usted sabe
que los años no vienen solos.
_ ¿Qué
quiere decir?_ lo indagó el capitán, algo contrariado y confundido.
_ Ya no
estoy en forma como hace treinta años atrás cuando llegué al país. Pertenezco
al club de los sesenta y mi cuerpo y mi mente me piden un cambio de hábito
urgente.
_ Su
inteligencia sigue intacta hoy al igual que cuando lo conocí hace treinta años
atrás, Dortmund. No menoscabe su talento. Yo también tengo mis años, el paso
del tiempo nos afecta a todos por igual. Pero no me incentiva a detenerme, sino
a seguir adelante sin parar. Quiero partir siendo aún jefe de Homicidios de la
Policía Federal, cargo del que estoy inmensamente orgulloso de conservar.
_ Y
nadie se lo merece más que usted, capitán Riestra. Pero temo que no me
comprende usted del todo. Tengo deseos volver a Irlanda dentro de algún tiempo.
Quiero volver a mis raíces y tener contacto con mi gente y mi cultura antes de
que no pueda hacerlo nunca más. Extraño enormemente mi país. Espero que pueda
usted aplicar mis métodos dentro de poco porque yo ya no estaré más para
asistirlo, mi buen capitán Riestra_ y le dio unos golpecitos en el hombro.
El
capitán lo miró con desolación y congoja.
_
¡Vamos, capitán!_ lo animó Sean Dortmund._ Todavía tenemos muchos casos por
delante antes de mi retiro definitivo del campo de las investigaciones.
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