miércoles, 26 de diciembre de 2018

¿Usted es culpable? (Gabriel Zas)



El capitán Riestra vino a visitarnos aquélla mañana de marzo de 1996, sonriente y lleno de vitalidad. Algo interesante le había ocurrido y eso influyó en su estado de ánimo positivo y alegre. Con Dortmund nos miramos y decidimos esperar antes de preguntarle algo a nuestro amigo. Después de unos cuantos minutos, cuando vimos que el capitán no rescindía sus votos de silencio, lo interpelamos cuidadosamente.
_ Lo veo muy sonriente, capitán Riestra, más que otras veces_ le dijo Dortmund, afablemente.
_ Y es que tengo un muy buen motivo que lo justifica_ repuso el capitán, jocoso._ Hemos resuelto con mi equipo de investigación un caso de asesinato. El tipo no confesó, pero todas las evidencias apuntan en su contra.
Mi amigo lo miró con dudas y admiración en simultáneo.
_ ¿Cuál es la historia?_ quiso saber el inspector con sumo interés en el asunto.
_ Sé que usted desconfía de las evidencias porque suele sostener que nunca dicen la verdad. Que la verdad del asesinato está en la historia que cuentan los hechos en sí_ refutó Riestra, fervientemente._ Pero acá tenemos testigos que coinciden en lo que pasó. No hay dudas al respecto. El caso está cerrado.
_ Los testigos no son cien por cien confiables. El trauma que les toca experimentar muchas veces les hace distorsionar los hechos y suelen dudar de lo que realmente ocurrió. Es muy común eso.
_ Son cinco testigos, Dortmund. Las dudas no juegan un papel preponderante acá. La historia se deduce por sí misma a partir del homicidio, al revés de lo que sucede en su tesis.
_ Me intriga oír solemnemente tal historia, capitán Riestra.
Con el inspector Dortmund nos sentamos cómodamente frente al capitán y él se sintió halagado. Y, como era de esperarse, su ego se sublevó en las arcas más amplias de la soberbia y la vanidad. Sin embargo, escuchamos su relato muy atentamente.
_ La víctima se llamaba Fernando Arrubal. Y fue encontrado muerto de un disparo en la sien derecha en casa del gerente de la empresa para la que trabajaba, el señor Guillermo Urriaga. Arrubal era productor de seguros en la compañía Noroeste Pólizas. Durante los últimos cuatro meses se detectaron pólizas falsas de automóviles que participaron en toda clase de delitos. El productor de seguros cómplice de la banda falsificaba los datos del seguro para que los vehículos no fueran rastreados por la Policía. Seguidamente, los autos desaparecían para no correr riesgos, se pasaban como robados y se cobraba el valor de la póliza de manera fraudulenta, cuyo dinero era girado con apariencia legal para abrir otras pólizas nuevas y seguir con la horda de delitos, y a su vez, solventar la logística de la banda. Dicho más simplemente, lavaban la plata. Noroeste Pólizas abrió una investigación interna sin el conocimiento de ninguno de sus empleados y descubrieron que quien estaba detrás de toda ésa maraña de fraudes era Fernando Arrubal. El señor Urriaga lo increpó y él naturalmente negó las acusaciones. Pero igualmente fue despedido obligándolo a renunciar con la condición de no llevar el caso al fuero penal.  Pero se le inició igualmente un juicio civil para recuperar toda la plata que había robado. No quisieron llevar el asunto al ámbito penal porque  la empresa tiene una reputación que proteger, eso es indiscutible. Fernando Arrubal estaba en la ruina.
Pero no se quedó de brazos cruzados. Según su esposa, la señora Nora Cedeño, su marido investigó por su cuenta y le dijo el día anterior a su muerte, que lo habían inculpado y que sabía certeramente quién era el verdadero culpable, y por ende, quién lo había inculpado. Y le manifestó sus deseos de confrontar al señor Guillermo Urriaga, el gerente de la compañía de seguros, para aclarar la cuestión. Según su relato, intentó persuadir a su esposo de no hacerlo porque era peligroso pero él hizo caso omiso a sus advertencias y ayer a la mañana lo visitó.
Los vecinos escucharon un disparo. Fernando Arrubal estaba muerto en el jardín de la propiedad del señor Guillermo Urriaga. El arma que encontraron tirada cerca del cuerpo había sido recientemente disparada y el casquillo que los peritos recuperaron de la escena se correspondía con la misma arma, que a su vez, coincidía con la bala que el forense extrajo del cuerpo del señor Arrubal. No hay dudas al respecto. Indudablemente, el señor Urriaga estaba detrás de todo el esquema de fraudes y corrupción de la empresa. Y vio en Fernando Arrubal a una víctima fácil a quien inculpar para cubrir su rastro. Pero nunca pensó que él iba a descubrirlo. Fue a su casa, se asustó y lo mató para protegerse.
_ ¿El señor Guillermo Urriaga confesó?
_ No, como era de esperarse. Negó las imputaciones que pesan en su contra y pidió asesoramiento legal.
_ Es como si el señor Urriaga hubiese consentido que Fernando Arrubal lo visitara con el sólo objetivo de matarlo_ reflexioné en voz alta con vacilación.
_ Interesante planteo, doctor_ alabó Dortmund._ ¿Discutieron el señor Guillermo Urriaga y el señor Fernando Arrubal previamente al crimen, capitán Riestra?_ indagó el inspector, dirigiéndose nuevamente a nuestro visitante.
_ Según los vecinos, no_ repuso Riestra, indiferentemente._ Sólo oyeron el disparo y llamaron inmediatamente al 911.
_ No tiene sentido ir a ver a alguien sobre cuya persona se ha demostrado fehacientemente un grado de culpabilidad elevado en una cadena de delitos corporativos_ dijo Dortmund lentamente, pronunciando cada palabra con un ápice de concentración profundo. Pensaba detenidamente lo que estaba diciendo.
_ Coincido_ admití.
_ También yo_ admitió Riestra con desdén._ En cierto punto, resulta inverosímil que el señor Urriaga aceptase verse con Fernando Arrubal en su propio domicilio. Hubiese sido más lógico que Arrubal acudiese directamente a ver a un juez con las evidencias en mano para radicar la denuncia.
_ ¿Se da cuenta que la historia que cuentan los hechos desde el sentido común difiere completamente de la que dan cuenta las evidencias, capitán Riestra?_ indagó Dortmund con arrogancia y un tono de voz impertinente.
_ Es imposible...
_ No es imposible puesto que ocurrió.
_ Me refiero a que la conectividad de los eventos es incorrecta. Estamos viendo el caso desde un enfoque equivocado. Pensé que lo teníamos resuelto.
Vimos la frustración reflejada en la mirada de Riestra.
_ Era un caso demasiado fácil_ agregó luego el capitán.
_ No todos los casos tienen que ser difíciles y rebuscados_ opinó el inspector._ Usted siguió los indicios. Actuó de acuerdo al protocolo de procedimientos. No tiene que sentirse mal por eso.
_ Sí, porque comprueba que soy incapaz de resolver un caso sin su intervención, Dortmund.
_ Eso no es cierto.
Mi amigo le dio una palmada afectuosa en el hombro al capitán, acompañando el gesto con una sonrisa amistosa.
_ Es muy gentil.
_ Es la verdad.
_ ¿Cómo propone seguir?
_ Propongo hablar con la señora Cedeño, la viuda del señor Arrubal. Pero déjeme el asunto a mí. Se sentirá mucho menos inhibida si voy solo.
Riestra aprobó la idea. La pregunta que nos hacíamos los tres en ése momento era qué había pasado en realidad.
La señora Nora Cedeño era una mujer relativamente joven, de aspecto respetable, mirada furtiva y actitud un poco retraída. Se notaba el dolor y la impotencia en su rostro.
_ Ya hablé con la Policía y el fiscal_ dijo ella, visiblemente molesta._ No sé qué más quieren que diga. Dije todo lo que sé.
Dortmund la miró con afecto.
_ En lo personal, creo que sucedió algo más y quiero descubrir qué es para que el señor Urriaga pague su culpa por completo y que no se le indulte ningún cargo criminal_ repuso el inspector, con voz relajada y compasiva.
Nora Cedeño se relajó y cedió a las intenciones de mi amigo.
_ Guillermo Urriaga, el gerente de la empresa para la que trabajaba mi esposo, falsificaba pólizas de seguros y lavaba dinero de las mismas para cubrir su rastro de la Policía. Aseguraba coches robados que eran usados para hacer quién sabe cuántas cosas más. Los hacía desaparecer, cobraba el monto de la póliza apócrifa y el circuito se reiniciaba.
_ ¿Esto se lo contó el señor Arrubal, señora Cedeño?
_ Sí, inspector. Mi marido sabía que esto estaba pasando, tenía pruebas de lo que decía. Se debió acercar demasiado y fue más fácil inculparlo que matarlo. Pero Fernando era terco. No paró hasta desenmascarar a su jefe. Le rogué que frenara pero me ignoró. Fue a ver a Urriaga a su casa y lo mató como a un perro.
Nora Cedeño se contuvo al borde del llanto.
_ ¿Qué dijeron el fiscal y el juez sobre estas acusaciones que pesaban sobre su marido?_ siguió preguntando mi amigo.
_ Que iban a ser investigadas debidamente. Sea cual fuere el resultado de dicha instrucción, seré la primera en saberlo. Van a valorar las evidencias que mi esposo reunió.
_ ¿Por qué cree, señora Cedeño, que el señor Guillermo Urriaga no quiso llevar el asunto al fuero penal?
_ ¡Porque él estaba involucrado, naturalmente! Y si hacía la denuncia ante un juez penal, caería de un momento a otro. Y eso es justamente lo que no quería.
_ Pero sí llevaron todo al fuero civil para recuperar la suma que creyeron que su esposo les robó... Interesante.
_ Nos iban a dejar en bancarrota. Con un par de papeles y documentos contables que presentaran ante la Justicia Civil demostrando la acusación, tenían el juicio asegurado. La Justicia Civil se basa en la preponderancia de las pruebas de manera mucho menos rigurosa. Se basa en la posibilidad de que los hechos hayan pasado de una manera y no de otra. Y si los testigos contra mi esposo eran todos cómplices, creo que está todo dicho. Además, ¿de dónde iba a sacar la plata mi marido? Me dejó un montón de deudas que no sé cómo voy a saldar. Este tipo nos arruinó la vida.
_ ¿Su esposo sospechaba de alguien más a parte del señor Urriaga?
_ Si había alguien más involucrado, iba a descubrirlo.
Sean Dortmund le deseó los buenos días a la señora Cedeño y se retiró de su casa pensativo. Aquélla mujer le produjo una extraña impresión, que aún mi amigo no podía explicar.
_ Se mostraba muy evasiva_ me comentó el inspector, cuando regresó a nuestro departamento._ Es como si ocultase algo, doctor.
_ Está pasando por una situación terrible_ dije con expresión impasible._ Creo, Dortmund, que eso justifica en medida su actitud, ¿no le parece?
Pero el inspector se mostró disconforme.
_ El señor Arrubal, suponiendo que es inocente, quiere limpiar su nombre e inicia una investigación por cuenta propia_ adujo Dortmund en actitud pensativa_, porque es claro que lo inculpan de algo que él no hizo. Investiga, reúne las pruebas necesarias, ¿y qué hace? ¿Formaliza la denuncia ante las autoridades? ¡No! Lo increpa al responsable, en este caso al señor Guillermo Urriaga, en su propio domicilio. Y él, lejos de disuadirlo, lo recibe. ¿Y qué hace? ¡Lo mata! Definitivamente, la historia no tiene sentido.
_ Sin embargo, evita radicar la denuncia en el fuero penal pero la hace en el fuero Civil.
_ Exacto, doctor. Tampoco encaja. ¿Qué le sugiere eso entonces?
Pero no se me ocurrió una respuesta sensata a tal pregunta.
_ Que tienen algún juez cómplice en todo esto_ afirmó Dortmund con contundencia después de unos segundos._ Ahora bien, doctor. ¿Qué haría usted en el lugar del señor Urriaga en una situación similar?
_ Seguramente, no lo mataría porque sería muy arriesgado.
_ Pero sí lo extorsionaría bajo condición de que si no prescinde de su actitud, haría la denuncia con pruebas falsas. Y con un juez amigo, todo el asunto se reduce a la más mínima simpleza.
_ Supongo que tiene usted razón. Un asesinato complicaría todo. Y no es conveniente si hay un juez penal en medio de todo el drama.
_ Dio en la tecla, doctor.
Sean Dortmund me miró con su tan peculiar mirada impertinente de siempre.
_ No lo comprendo_ le dije medianamente confundido.
_ Pronto lo comprenderá_ replicó mi amigo, dando un salto repentino de su butaca.
Tomó su abrigo de la silla y cruzó la puerta apresuradamente sin decir adónde se dirigía. Me enteré poco después que siguió cautelosamente por unos días a la señora Cedeño, sin terminar de entender el propósito de semejante estrategia. Al principio, su rutina era la habitual de una mujer que vivía sola. Pero al quinto o sexto día, Dortmund la siguió hasta los bosques de Palermo. Y vio cómo Nora Cedeño tomó un pañuelo blanco de uno de los bolsillos de su vestido, lo desenvolvió, agarró lo que estaba oculto en su interior y lo arrojó cuidadosamente a las aguas del lago. Y cómo con idéntico resguardo, se retiró tal como llegó.
Sean Dortmund sonrió victorioso frente a dicha escena y ni  bien volvió a nuestra residencia, me hizo enviarle urgente un telegrama a la señora Cedeño, citándola para el día siguiente a las diez de la mañana.
Nora Cedeño llegó puntual sin comprender del todo el propósito de la reunión. Mi amigo la hizo pasar amablemente, le ofreció algo para beber, invitación que ella declinó cortésmente; y luego le ofreció sentarse en una silla que Dortmund preparó especialmente para ella.
La viuda miró al inspector con dudas y estupor, en tanto él la observaba con arrogancia y provocación.
_ Sé todo, señora Cedeño_ la intimidó Dortmund, fríamente._ Y no voy a permitir que un hombre pague por un asesinato que no cometió.
Del rostro de la señora Cedeño brotaron gotas de sudor y una expresión de miedo súbito se apoderó de su semblante.
_ No entiendo a qué se refiere, inspector_ titubeó la mujer, nerviosamente.
_ Mintió en su testimonio. Hay muchos detalles en su historia que no cuadran.
<Esto es lo que creo que pasó: Guillermo Urriaga sí falsificaba pólizas de seguro, sí lavaba el dinero que después cobraba de forma fraudulenta de las mismas y sí era el responsable de una asociación ilícita que formaba junto a otros empleados de la compañía. En resumen, es culpable de todo lo que se lo acusa. El señor Fernando Arrubal, de forma accidental o no, descubre lo que está pasando y decide llevar todo a la Justicia. Pero el señor Urriaga anticipa la jugada y le tiende una trampa, y lo hace quedar a su esposo como el máximo responsable del problema con pruebas falsas, complicidad de otros empleados, prevaricato de algún juez, en fin. Y con pruebas y acusaciones también infundadas, le inician una causa civil en su contra para desacreditarlo, para sacarle lo poco que tenía, para destruirlo y desincentivarlo de ése modo de ir en contra de ellos. Le habían arruinado la vida, literalmente hablando.
El señor Fernando Arrubal no pudo soportarlo, era demasiado para él, demasiada presión por algo de lo que era absolutamente inocente y lo estaban inculpando. Colapsó y recurrió a la única solución posible: el suicidio>.
<Me imagino su conmoción, señora Cedeño, cuando halló el cuerpo sin vida de su marido. La ira y el enojo tomaron posesión suya, no podía controlarlo. Y se le ocurre, enceguecida por sus emociones violentas, culpar al hombre que arruinó la vida del señor Arrubal y lo llevó a la muerte>.
<Tomó el cuerpo de su marido, lo cargó en el baúl de su coche, condujo hasta la casa del señor Urriaga y abandonó el cadáver discretamente en su jardín a través de la reja de la entrada principal. Luego tomó la misma arma con la que su esposo se quitó la vida, efectuó un tiro al aire y dejó el arma abandonada en la escena. Inmediatamente, volvió a su vehículo y emprendió un escape fugaz a tiempo para evitar que la vieran. Ingenioso, realmente ingenioso>.
_ Está equivocado...
_ Por supuesto que no. Una persona que mata a otra en circunstancias similares, dispara al pecho o a la parte frontal del cráneo, pero nunca lo hace a los costados de las sienes. Por otro lado, mi visita de la otra vez a su casa la intranquilizó, la puso nerviosa y se mostró bastante esquiva en algunos tramos de la conversación, como si ocultase algo, como si tuviese miedo de descubrir lo que se estaba esforzando en ocultar alevosamente. Me pareció que exageraba demasiado para pretender esconder simples detalles de la historia. Así que, me tomé la inmodestia de seguirla en secreto por algunos días. Y entonces la vi. Arrojó el casquillo de la bala que mató a su marido al lago de Palermo para hacer desaparecer la única prueba de su suicidio. Si era encontrada, toda su historia hábilmente elaborada se caía. Usted en verdad asesinó a su esposo.
Nora Cedeño miró al inspector con hostilidad.
_ ¿Le extraña que yo hiciera lo que hiciera para proteger la dignidad de Fernando? ¡Y usted tiene la insolencia de llamarme asesina a mí! ¡A mí, señor mío!
_ Fue un asesinato porque fue un acto cometido por su propia voluntad. Usted pudo no haber apretado el gatillo, pero sigue siendo un asesinato. Su esposo murió porque no tuvo ni el valor ni los recursos para enfrentarse a un problema de semejante envergadura. Y aunque le parezca bien o mal, fue su decisión. Suya y de nadie más. Y debe respetarse a pesar de todo el dolor que sienta en su alma.
<El señor Urriaga seguirá detenido por toda la madeja de delitos y estafas que promovió en su carácter de gerente de la aseguradora. Pero no pagará injustamente por un homicidio que no cometió. Eso no lo permitiré bajo ningún punto de vista, señora Cedeño>.
<Piense esto. ¿Vale la pena arruinarle la vida a un ser humano... A un ser humano por no respetar los deseos de su fallecido esposo? ¿Vale la pena en verdad?>
Nora Cedeño miró a Dortmund sombría.
_ No, sinceramente no lo vale_ respondió ella en tono arrepentido.
_ Su esposo logró que el señor Guillermo Urriaga cayera. Su muerte no fue en vano, si eso la hace sentir un poco más aliviada.
_ En cierta medida, sí. Pero es algo que jamás podré superar.
_ Retírese, por favor. Ya terminamos.
La señora Cedeño se levantó de la silla tímidamente y se alejó de nosotros sin siquiera saludarnos. Unos segundos después oímos la puerta cerrarse suavemente detrás de nosotros.
_ Le diré al capitán Riestra la verdad respecto de este caso_ dijo Sean Dortmund más calmadamente.
_ ¿Lo aceptará?_ inquirí con indecisión.
_ Con una buena cena de por medio, ¡por supuesto que sí!
_ Muero por una buena porción de asado.
_ Deseo concedido, doctor_ repuso mi amigo con frenesí.




Doble culpa (Gabriel Zas)






                              


 (Un humilde tributo a Asesinato en el Expreso de Oriente)



_ Querrá ver esto, Dortmund_ le dijo el capitán Riestra al inspector mientras transitaban los amplios y elegantes pasillos del hotel Los álamos, uno de los más prestigiosos de Ushuaia, empotrado a a un kilómetro del reconocido Faro del Fin del Mundo.
_ Fue un viaje muy extenuante desde Buenos Aires hasta acá_ dijo en tono de reproche, Dortmund._ Espero que su pequeño problema sea meritorio de haberme hecho hacer un viaje de tales magnitudes en las condiciones en las que me encuentro.
Riestra miró a Dortmund con recelo e incertidumbre.
_ ¿Le pasa algo? ¿Se encuentra usted bien?_ le preguntó enseguida.
_ Mentalmente, estoy tan lúcido como habitualmente suelo estarlo_ respondió el inspector, secamente._ Pero físicamente, es todo lo opuesto. He estado trabajando sin descanso las últimas tres semanas y necesitaba estar alejado de toda actividad por al menos dos semanas consecutivas hasta estar repuesto completamente.
_ ¿Por qué aceptó mi invitación, entonces, Dortmund?
_ Porque usted también tuvo que viajar desde Buenos Aires cuando regularmente no habitúa a hacerlo si no existe una buena razón que lo estime. Implica entonces que el caso es realmente importante y que además la Policía de Tierra del Fuego le pidió ayuda a la Federal. Y sabemos por experiencia que eso es algo que tampoco ocurre con reiterada frecuencia.
_ Bueno. Si lo plantea con ésa lógica, no puedo refutárselo ni aunque dispusiera de los argumentos más sólidos del planeta.
_ ¿Por qué no me hace un breve resumen de los sucesos, si es tan amable, capitán Riestra?
_ La víctima fue identificada por los peritos locales como Laurencio Sedano y era un importante modisto, muy reconocido a nivel territorial. No hay nadie en toda la zona de la Patagonia que desconozca su nombre. Fue encontrado muerto hoy a la mañana por una de las mucamas del hotel, alrededor de las nueve y cuarto, cuando pasaba para llevarle el desayuno a la víctima. La empleada del hotel, identificada como Clara Báez, golpeó insistentemente la puerta sin obtener ninguna respuesta por parte del propio señor Sedano. Supuso que aún dormía y se retiró a continuar con el servicio en el resto de las habitaciones. Volvió media hora después a la suite del señor Sedano y volvió a golpear con persistencia, pero extrañamente él continuaba sin atender. Preocupada, la señorita Báez, fue corriendo a la recepción y dio aviso al gerente del hotel, el señor Víctor Regui. Él, junto a dos empleados que llevó consigo, se acercó al cuarto y hundieron los nudillos en la puerta con algo de violencia. Y al seguir sin conseguir nada, decidieron echar la puerta abajo. Les costó un poco lograrlo porque la puerta de la suite 58 es de madera vieja y resistió valientemente los intentos de destrucción por parte de los tres hombres. Pero pudieron romper la cerradura y la puerta cedió abruptamente abriéndose hacia adentro. Cuando entraron todos juntos en torba, se chocaron con una escena espantosa. El señor Sedano yacía tendido sobre la cama boca arriba, con los ojos pálidamente abiertos, la boca rígida y uno de los brazos colgándole inerte hasta casi rozar el piso. Entraron en crisis y dieron rápidamente aviso a la Policía. Si quiere ver la escena, estamos casi llegando.
Se detuvieron ante una habitación cuyo acceso estaba delimitado por una cinta blanca y roja atravesada en la entrada. Riestra y Dortmund la traspasaron y accedieron al interior de la suite. El cadáver del occiso todavía no había sido removido.
Una vez dentro, Sean Dortmund le echó una ojeada rápida y ligera a todo el lugar. Luego, abrió el placard y revisó minuciosamente todo lo que ahí había guardado y lo volvió a cerrar. Seguidamente, examinó los efectos personales de la víctima, luego los muebles del lugar; esto era, floreros, mesas y demás accesorios decorativos, para finalmente centrar su atención en el cuerpo del señor Sedano. Después de haberlo estado inspeccionando con ojo clínico, expuso sus primeras impresiones sobre el caso.
_ Doce puñaladas limpias y certeras_ vaciló dubitativamente._ Las heridas indican que se trató de una sola arma homicida. Y por la forma que presentan, se trata de un cuchillo de doble hoja y terminación puntiaguda. Observe que la bandeja, capitán Riestra, conserva un plato con restos de comida, además de un vaso a medio terminar y una servilleta con leves salpicaduras, lo que seguramente corresponde a su última cena. Hay un tenedor y una cuchara, pero no hay rastros del cuchillo, lo que implicaría que se trató de un arma de ocasión y de que el señor Sedano conocía a su asesino.
_ No es posible_ refutó Riestra con vehemencia._ Nadie dijo conocer a la víctima ni tener vinculos con él.
_ Sin embargo, el cuerpo y las evidencias cuentan otra historia diferente. Claro que yo no soy nunca de fiarme de las evidencias que se presentan en la escena de un crimen, pero soy consciente de que en casos muy puntuales hay que considerarlas seriamente desde una perspectiva de justa imparcialidad.
_ Perfecto. Digamos que alguien lo conocía...
Dortmund lo interrumpió.
_ Nadie lo escuchó gritar. La servilleta que descansa en la bandeja está demasiado arrugada, reducida prácticamente a un bollo insignificante. Estimo que el asesino lo amordazó con ella para evitar que gritara.
_ Refuerza la teoría del asesinato espontáneo, no planificado.
_ Claramente, capitán Riestra. Pero las incongruencias que presentan algunas de las heridas me dejan perplejo.
Riestra miró a Sean Dortmund con denotada hostilidad.
_ ¿De qué clase de incongruencias habla usted, Dortmund?_ preguntó el capitán, aprensivamente.
_ Estamos de acuerdo en que todas las heridas son superficiales y bastante limpias. Pero todas distintas entre sí. Algunas evidencian más nerviosismo, otras inseguridad, otro grupo firmeza y solidez, otras impotencia...
_ Son muchas especificaciones y cualidades para que calen en la hipótesis de que el asesino es solamente una persona. 
_ Exacto.
Dortmund miró a Riestra con insolencia. El capitán le devolvió una mirada locuaz y muy significativa.
_ ¿Qué puede referirme con respecto a las heridas que recibió el señor Sedano, doctor?_ dijo Sean Dortmund dirigiéndose al médico forense, el doctor Oscar Santino.
_ Sus apreciaciones son acertadas, inspector_ respondió el aludido, provisto de un convencimiento inalterable._ Es difícil que lo diga porque en mis cinco años de examinar cuerpos y escenas del crimen jamás me topé con nada semejante, pero el señor Laurencio Sedano fue asesinado sin lugar a dudas por más de una persona.
_ ¿Cuántos estimativamente, doctor Santino?
_ Tres, cuatro, cinco... Es difícil precisarlo con exactitud sin un estudio más detenido y profundo del cuerpo.
_ ¿Pero, estamos de acuerdo en que fueron más de dos?
_ Absolutamente.
_ ¿Hombres o mujeres?
_ No quiero pronunciar una opinión precipitada, pero de ambos sexos.
_ La puerta sin forzar... Piense, capitán Riestra. El señor Sedano conocía a su asesino. Lo dejó entrar y después de discutir por un rato, el asesino le asesta la primera puñalada. Y mientras el señor Sedano cae dolorido sobre su lecho, el criminal le permite entrar a sus cómplices, que lo terminan. Fue una terrible  y lenta agonía a la que la víctima fue tortuosamente sometida. Por ende, el crimen fue muy personal.
_ ¿Dónde está el cuchillo con el que lo mataron?_ inquirió el capitán Riestra, conmovido.
_ Se lo llevaron para no dejar rastros_ replicó Dortmund.
_ Y los peritos no hallaron ninguna huella en la escena, más que las propias de la víctima. Esto fue hábilmente planeado, pero quisieron hacerlo parecer como un crimen de ocasión.
_ Exacto, capitán.
_ La pregunta es: ¿por qué?
_ Lo averiguaremos. Creo que ya no tenemos más nada que hacer acá.
El doctor Santino había anunciado que la escena fue liberada y se propusieron retirar el cuerpo de ahí para llevarlo directamente a la morgue para practicarle la autopsia. Por su parte, el capitán Riestra no salía de su asombro y le resultaba difícil creer lo que había ocurrido. Había que empezar con los interrogatorios.

                                                                            ***

A la primera persona que Dortmund y el capitán Riestra entrevistaron fue a la mucama que encontró el cuerpo, la señorita Clara Báez. Declaró en principio lo mismo que el capitán le dijera al Sean Dortmund cuando lo puso al tanto de los pormenores del caso.
_ ¿No escuchó nada anoche, señorita Báez?_ la indagó Dortmund.
_ No, señor_ respondió la sirvienta, consternada._ Todo estuvo como siempre. No sucedió nada inusual.
_ ¿Ningún residente se quejó puntualmente del señor Sedano?_ intervino Riestra.
_ En absoluto. Las quejas hacia nuestros residentes no son moneda corriente en nuestro establecimiento, señor.
_ Teniendo en cuenta que el crimen se produjo en una habitación de la planta baja, es importante que me responda fielmente lo que voy a preguntarle a continuación.
La mucama asintió. 
_ ¿Alguien bajó solo o acompañado de algún otro piso con cualquier pretexto después de las diez de la noche?
_ No, señor. Contrariamente, lo hubiese visto.
_ ¿Por qué?_ quiso saber Dortmund, con absoluto interés.
_ Porque yo estuve limpiando el pasillo desde las diez hasta alrededor de las once y media, y no vi a nadie bajar ni salir de sus habitaciones. Llevé la cena a los cuartos de planta baja entre las nueve y diez y las diez menos cuarto y todo estaba normal. Fue la última vez que vi a sus huéspedes. Terminé de limpiar y me fui.
_ ¿A qué hora, aproximadamente, señorita Báez?
_ Eran pasadas las doce de la noche. No me fijé la hora exacta, señor.
_ ¿Cuándo se registró el señor Sedano? ¿Tiene idea de eso?
_ Hace dos días. Vino a la tarde, cerca de las cuatro. Me acuerdo perfectamente porque yo estaba acomodando su suite cuando llegó y se instaló como todo un caballero, señor.
Despidieron a la señorita Báez cortésmente y se entrevistaron en segundo lugar con la señorita Lozano, la otra mucama que se encargaba del servicio de los pisos superiores. Su declaración no aportó nada trascendente al caso. Pero confirmó que nadie bajó a la planta baja pasadas las nueve y media de la noche, lo que vino a confirmar la versión de su colega. La despidieron amablemente y Dortmund y Riestra intercambiaron impresiones entre sí.
_ Y si todo lo que nos refirieron ambas mucamas, es cierto_ finalizaba Riestra, atónito después de una vasta conversación,_ eso significa que los únicos que pudieron matar al señor Sedano son...
_ ¿Piensa en el mismo grupo en el que yo estoy pensando en estos momentos?_ adujo Dortmund, rebosante de satisfacción.
Ambos intercambiaron una mirada de recíproca perplejidad. Riestra, serio y desvariado. Y Sean Dortmund, con un esbozo que resaltaba en sus labios. Las siguientes diligencias que se continuaron fueron las entrevistas a todos los residentes de Los álamos. Todos los huéspedes que compartían el piso con el señor Sedano declararon todos exactamente lo mismo. Resumidamente, alegaron que ninguno de ellos salió después de las diez de la noche de sus respectivas habitaciones ni escuchó discusiones ni ruidos extraños ni nada por el estilo. Lo único que confesaron oír con certeza fue a la señorita Báez cumpliendo sus labores de sirvienta de hotel, lo que respaldó su testimonio. El resto era información irrelevante.
Lo mismo que ellos, declararon el gerente del hotel junto al resto de sus empleados, añadiendo el detalle del descubrimiento del cuerpo; y los inquilinos de los pisos remanentes, y ninguno tenía ningún vínculo estrecho con la víctima más que conocerla de renombre por su denotada fama arraigada inexorablemente por su profesión de modisto. Era de público conocimiento que Laurencio Sedano iba a radicarse en el citado hotel. Pero eso era todo.
Los inquilinos que compartían el piso con el señor Sedano habían llegado el mismo día que él a la noche, según los registros, y eran todos miembros de una importante comitiva que pertenecía a una firma que producía y exportaba perfumes, que se instalaron ahí por cuestiones de negocios, según la información oficial y sus respectivos alegatos.
Se trataba de Gastón Grimau, Olinda Matienzo, Fabio Herrera, Priscila Montoya, Emilce Trujillo, Larisa Vega, Santiago Somoza, Benilda Rosales, Benicio Ponce, Abigail Gargallo, Elvira Beltrán y Tomás Lopelato. Por expreso pedido de Sean Dortmund, el capitán Riestra revisó cautelosamente los antecedentes de cada uno de ellos y todos estaban limpios. Sin embargo, había algo en los informes que llamó inmediatamente la atención del inspector. Riestra lo advirtió enseguida, pero Dortmund lo disuadió diplomáticamente.
_ ¿De modo que no hallaron aún el arma homicida?_ indagó el inspector, sugerentemente.
_ No. No está en la escena, usted mismo lo comprobó_ espetó el capitán,_ ni tampoco fue hallada en posesión de nadie. Es probable que lo hayan descartado discretamente en algún sitio como la basura o similar.
_ Es probable. Pero me preocupa para serle franco, capitán Riestra, que no fue encontrado en poder de alguno de nuestros principales sospechosos.
_ La escena está limpia. No hay huellas ni absolutamente nada de nada. No podemos estar en contra de ninguna persona disponga o no de motivos para asesinar al señor Sedano. Bueno, nadie tenía motivos aparentes para el homicidio.
_ Sin embargo, mi teoría no puede ser equívoca. Fueron ellos, ¡estoy totalmente seguro al respecto!
_ No dudo de sus especulaciones en este caso puntual ni mucho menos de su gran capacidad y talento que ha demostrado poseer en la resolución de incontables casos. Pero sin evidencia ni motivos y con coartadas sólidas todos los involucrados, y además, con el arma homicida desaparecida, ¿cómo piensa demostrarlo?
_ Omita la cuestión de las coartadas sólidas porque lo son sólo en apariencia. Es natural que hayan sido diseñadas especialmente para cubrirse entre ellos.
_ Admito que tiene usted toda la razón en eso, Dortmund. Igualmente, ¿cómo piensa demostrar la culpabilidad de todas estas personas?
_ Me basta demostrarlo simplemente manifestando una doble culpa irrefutable. Luego, nos extenderemos al resto, de ser posible, para que todos paguen por su crimen. Pero encarcelando a dos inicialmente, quedaría medianamente satisfecho.
_ Todavía no me ha dicho cómo piensa hacerlo._ Riestra sonaba resueltamente expectante en su pronunciación.
_ ¿Confía en mí, capitán Riestra?
_ Siempre lo hice y no tengo razones para dejar de confiar en usted, Dortmund.
_ Hay una cantidad selectiva de esos nombres del total de sospechosos que indagamos que me resultan altamente familiares. Incluso, conozco el nombre del señor Sedano desde mucho antes que este caso. Y no precisamente porque haya sido una eminencia en el sutil arte de la moda.
_ ¿Entonces?
_ Haré una pequeña investigación para saber si tengo o no razón. En lo que respecta a la escena del crimen y al hospedaje en sí, nuestra pesquisa ha concluido y considero que, pese a todo y a la falta de evidencias, ha rendido unos frutos muy interesantes. Véame mañana a primera hora de la mañana en el bar de la esquina, capitán Riestra. Espero tenerle información crucial que aclare el asesinato del señor Sedano.
Riestra confió en el sano juicio del inspector y se despidieron mutuamente.


                                                                     ***
A la mañana siguiente, se reunieron en el punto de encuentro acordado. Cuando Riestra llegó al bar Lo de Luis alrededor de las ocho y media, Dortmund estaba ocupando una mesa arrumbada con una serie de expedientes que analizaba detenidamente y muy a conciencia. Tal era así, que no advirtió que el capitán había llegado. Por fin, consciente de su reciente llegada, lo invitó a sentarse y le proporcionó una explicación detallada referida al caso.
_ Antes que me pregunte al respecto, capitán Riestra_ empezó diciendo Sean Dortmund,_ estos expedientes que usted ve esparcidos sobre la mesa son de un caso viejo llevado a juicio el 14 de septiembre de 1972. ¿El acusado? Laurencio Sedano, la víctima. Sabía que su nombre me resultaba familiar de algún lado y entonces, reflexionando profundamente y escarbando en lo más recóndito de mi cabeza, recordé aquél caso. Laurencio Sedano era un despiadado asesino a sueldo. Al principio de la investigación, se creía que trabajaba solo. Pero, conforme a cómo avanzó la pesquisa, fueron saliendo algunos detalles a la luz. Laurencio Sedano era miembro de un consorcio de asesinos anónimos llamado Los Leones, responsables de una variedad de crímenes sin resolver. Se creía que sus miembros eran alrededor de treinta o más, pero luego se supo por fuentes no reveladas, que sólo estaba conformado por solamente diez personas. Sus homicidios eran increíblemente limpios y las evidencias que dejaban en cada escena eran intencionalmente espurias para desviar la atención hacia otro sospechoso. Y siempre lo conseguían exitosamente. De ése modo, llegaron a encarcelar alrededor de trece personas inocentes. Esto se debió a que tenían contactos y vínculos directos con algunos jueces penales y varios fiscales que estaban explícitamente involucrados en la mayoría de esos casos. Nunca se supo quién era ni el líder ni el fundador de Los Leones, ni por quiénes eran contratados ni cuánto dinero cobraban por cada trabajo que hacían ni cómo se asignaban los casos encomendados a la organización ni absolutamente nada sobre ellos. En definitiva, nadie conocía nada de su existencia, hasta que Laurencio Sedano comenzó a cometer serios errores en cada una de las escenas de los crímenes que llevaba a cabo, que fueron los que guiaron a los investigadores a saber de su presencia y de lo que hacían. Laurencio Sedano, según consta en los expedientes, capitán Riestra; fue penalmente responsable de al menos doce asesinatos que ejecutó la organización de Los Leones. Lo detuvieron y lo acusaron. El tribunal encargado de juzgarlo lo encontró culpable por los doce homicidios que se le imputaron probatoriamente y lo condenó a reclusión perpetua. Pero quedó enseguida en libertad porque se sospechó fundadamente que extorsionó a los jueces con sacar a relucir a los ojos del mundo actos corruptos y deshonestos que cometieron. Y ante el temor de lo que pudiera decir al respecto, lo absolvieron.
Si los jueces de ése tribunal temieron por lo que el señor Sedano pudiera revelar, entonces inexorablemente implica que ellos eran parte de esos asesinatos, aunque nunca se pudo comprobar nada fehacientemente. Comparé los nombres de los residentes del hotel Los Álamos con los nombres de los involucrados en los asesinatos que él cometió y resulta ser que los doce son familiares directos de sus víctimas. Cuando supieron que el señor Sedano vendría a alojarse en este hotel, se pusieron todos de acuerdo para registrarse con datos e información falsa y asesinar al señor Sedano por venganza.
La noche del asesinato, alguno de ellos fue hasta la habitación en la que se hospedaba Laurencio Sedano bajo pretextos, y cuando aquél le abrió, lo atacó e inmediatamente hizo ingresar a los once restantes. Lo redujeron sobre su cama y lo mataron apuñalándolo doce veces, una puñalada asestada por cada uno de ellos individualmente. Una vez muerto el señor Sedano, salieron cautelosamente y volvieron a sus respectivos cuartos. Y al ser interrogados, dirían que nadie salió de sus habitaciones después de las diez de la noche a efectos de cubrirse recíprocamente entre todos. Tuvieron la coartada de que la señorita Báez estaba limpiando entre las diez y las once y media, los que les jugó a favor porque le dio absoluta credibilidad a sus coartadas.
El capitán Riestra se quedó enmudecido ante el planteo de Dortmund de los hechos. Cuando se repuso parcialmente de su asombro, preguntó:
_ ¿Entonces, el señor Sedano no murió cerca de las diez de la noche, como se suponía al comienzo?
_ No. Lo más probable es que lo hayan asesinado después de la medianoche, luego de que la señorita Báez terminara su turno y se fuera para su casa. Y como los doce asesinos estaban convencidos de que el crimen no sería descubierto, tal como efectivamente sucedió, hasta la mañana siguiente, entonces el forense estimaría una hora de muerte aproximada a las diez u once de la noche, lo que sostendrían con sus testimonios y la declaración crucial de la mucama.
_  Es una historia extraordinaria, Dortmund. ¿Qué quiere que le diga? Pero sin pruebas, no podremos hacer nada. Y eso me irrita demasiado. Sedano habrá sido un asesino desalmado en sus tiempos, pero merece justicia... Igual que sus víctimas.
_ Sin pruebas completamente, no. Anoche, antes de abandonar la escena del crimen, disimuladamente planté dos pequeñas pero significantes evidencias que incriminarán irremediablemente a dos de ellos, por lo que le dije anteriormente: la doble culpa. Y quizás, con un poco de suerte, lograremos que ellos dos delaten a los otros diez. Y tal vez, paulatinamente, se resuelvan varios casos en simultáneo y el pasado salde de una vez por todas sus deudas con el presente.
_ ¡Lo que hizo, no es correcto, Dortmund!
_ Lo sé, capitán Riestra. ¿Pero, qué otra alternativa teníamos?

      

El espejo torcido (Gabriel Zas)



Marianela Guzmán estaba en su dormitorio, maquillándose. Estaba vestida como para una ocasión especial, con una elegante blusa blanca, el pelo suelto y bien peinado, y con un fino pantalón negro que entonaba a la perfección con la forma de su cuerpo. Se maquillaba hasta alcanzar el nivel máximo de perfección, un hábito incorregible en la mayoría de las mujeres del mundo.
Su habitación disponía de tres espejos en total: dos frente a su amplia cómoda, en donde ella se situaba en esos momentos, y otro justo colgado en la pared, del lado derecho a la puerta de entrada.
Vivía sola. Disfrutaba de su soledad como ninguna persona en la Tierra. Tener ése espacio para ella sola y administrar los tiempos a su libre albedrío era lo que realmente la hacía feliz. Diariamente, recibía la visita de sus pacientes a su domicilio porque era psiquiatra particular. Cobraba una suculenta suma por las sesiones y le iba más que bien. Tenía prestigio, sus pacientes la admiraban y eso la hacía sentirse plenamente reconfortada y satisfecha consigo misma. Con cuatro pacientes que recibiera por día, estaba hecha. Y con el dinero que ganaba, podía darse lujos verdaderamente ostentosos, esos que no estaban a disposición de cualquier mortal. Y ésa misma noche iba seguramente a darse uno de esos lujos de ricachón.
Mientras se arreglaba frente al espejo, inmersa en un silencio que la relajaba solemnemente, diversas clases de pensamientos atravesaban su mente a cada segundo. Algunos de esos pensamientos la hacían sonreír y hasta suspirar de la emoción. Otros, en cambio, le generaban un rechazo profundo, que maldecía de las peores maneras. Pero, ésa noche en particular, no paraba de sonreír, quién sabe porqué.  ¿Alguna cita? ¿Algún cambio sustancial en su vida? Indudablemente, algo de eso había. Pero su peculiar hermetismo por los asuntos privados no permitían saberlo con absoluta certeza. Se sentía mucho más optimista que otras veces y eso no era algo muy usual en ella.
El sonido suave de la puerta abriéndose a sus espaldas  la alertó. Dejó caer el rouge que tenía en la mano en esos instantes deliberadamente y se dio vuelta despacio con mucho resguardo y con una expresión algo inquietante. Cuando su cuerpo terminó de girar por completo, se encontró con un rostro conocido.
_ Ah, ¿sos vos?_ dijo Marianela Guzmán sin demasiadas sorpresas y con cierta apatía reflejada en sus palabras._ No te esperaba. ¿Qué hacés acá?
El visitante respondió sin rodeos y ambos estuvieron hablando e intercambiando opiniones por más de diez minutos largos, hasta que Marianela echó a quien fuera a verla, inescrupulosamente. Se dijeron unas palabras finales y la otra persona se alejó a paso lento, mientras que Marianela retomó lo que estaba haciendo antes de que fuera interrumpida.
  Lo siguiente que se escuchó fue un estruendo muy fuerte, consistente con el sonido del disparo de un arma de fuego. Y Marianela Guzmán quedó inerte, con la cabeza gacha y la sangre que le fluía del lado izquierdo de su espalda, mientras ése alguien se alejaba tranquilamente por donde vino y sin inmutarse en lo más mínimo. Ahora se comprendía el motivo genuino de su visita: fue a asesinar a Marianela Guzmán.
                                                                     
                                                                                                                      

                                                                          ***

_ Es de los casos más extraños que he visto en los últimos años_ le explicaba contrariado y desorientado el capitán Riestra al inspector Sean Dortmund, en la escena del crimen.
El otro lo escuchaba con remarcada atención.
_ El asesino mata a la señorita Guzmán_ continuó explayándose Riestra_ desde el umbral de la puerta de la habitación. Ése es irremediablemente el ángulo de disparo. Y sin embargo, no dispara a la cabeza ni mucho menos, sino que la bala le entró en perpendicular por el hombro izquierdo.
_ ¿El disparo pudo ser accidental, capitán Riestra?_ preguntó reflexivamente el inspector.
_ En absoluto, Dortmund. Las pericias determinaron que el asesino se perfiló directamente en posición de disparo, a unos siete u ocho pasos de distancia de la víctima. La bala tendría que haberle impactado en la parte occipital del cráneo a la señorita Guzmán y no en la espalda, desde una perspectiva oblicua. Es más, el sospechoso pudo haberse acercado y matarla apoyándole el revólver en la cabeza, y no obstante tampoco obró de ésa manera. Entonces, ¿cómo se explica que estando en una posición de disparo directamente lineal a la víctima, la bala haya salido inexplicablemente de forma oblicua y direccionada y haya impacto en la espalda de ésta forma extraña?
_ Hay una explicación lógica, naturalmente. No se precipite. Es cuestión de ir paso por paso y con método para hallarla.
_ Pues, me gustaría oírla antes de enloquecer.
_ No se exaspere, capitán Riestra. Vayamos paso a paso, como es debido.
_ La evidencia...
_ La evidencia no acusa, sólo sugiere. Y nueve de cada diez veces está equivocada.
_ Mi labor implica considerar la evidencia. Y acá no hay evidencia alguna que podamos seguir desde la lógica. El arma no está, no hay casquillos ni esquirlas... Fue un asesinato muy limpio, cometido de un modo extraordinario, por decirlo de alguna manera.
_ Para mí, lo primordial es la historia. La sucesión de eventos que culminaron con la muerte de la señorita Marianela Guzmán.
_ Somos muy distintos usted y yo, Dortmund. Pero siempre acierta. ¿Qué sugiere?
_ Sugiero hacer lo que ya le he mencionado antes y que rehusaré repetírselo de nuevo. En primer lugar, ¿qué tipo de arma usó el asesino para el crimen?
_ Según el forense, el orificio que el impacto produjo es consistente con una Mágnum .357, 9 milímetros. Un revólver. Es de uso fácil, permite emplear munición más potente, mayor precisión de disparo...
_ Y no posee un botón para extraer el cargador, lo que hace imposible descargar el arma de forma accidental. Muy interesante, capitán Riestra. Y dígame una cosa. Desde su experiencia, ¿considera que quien haya matado a la señorita Guzmán es profesional?
_ A juzgar más bien por las circunstancias del crimen, así parece, Dortmund. ¿Usted qué  piensa al respecto?
_ Eso no es relevante por el momento. Aunque puedo decirle que por el tipo de arma utilizada, el asesino no es ningún profesional_ Y soslayó una de sus elocuentes y clásicas sonrisas impertinentes, que en ése caso, podían interpretarse de mil maneras diferentes.
_ En concreto, el asesino no es experto. Y el crimen, a juzgar por  el arma empleada, fue deliberadamente premeditado_ agregó  Riestra entre dubitativo y pensativo.
_ Pero, sin dudas_ continuó sabiamente Sean Dortmund_ nuestro sospechoso se tomó la molestia de investigar sobre armas, porque un revólver de ésta naturaleza, permite vaciar los casquillos accionando con el pulgar de la misma mano que empuña el arma con sólo volcarlo hacia abajo mediante un resorte en muelle que le hace recuperar su posición inicial al soltarlo.
_ No quería dejar huellas.
_ Exactamente.
_ Buen razonamiento, Dortmund. Aunque no explica la inusual trayectoria del disparo.
El inspector miró al capitán inexpresivamente por unos segundos y cambió de tema radicalmente.
_ ¿Qué puede referirme puntualmente sobre la víctima?_ indagó interesadamente, Dortmund.
_ Era una prestigiosa psiquiatra. Su consultorio era su propia casa_ respondió Riestra, afablemente._ Recibía de tres a cinco pacientes diariamente y le iba más que bien. Soltera. Un hermano, Sergio Guzmán. Un padre, José Guzmán. Ya nos estamos encargando de avisarles sobre lo sucedido. Dar este tipo de noticias es la parte más difícil de la labor. Pero alguien la tiene que asumir muy a pesar de uno.
_ ¿Problemas familiares?
_ Lo averiguaremos enseguida.
_ ¿Problemas con algunos de sus pacientes?
_ Seguramente, los haya habido. O seguramente, no. Pero no podremos indagar más allá de lo que nos digan en sus propias declaraciones porque no podemos revisar los expedientes profesionales sin la orden de ningún juez porque es un delito. A no ser que le demos una buena razón para hacerlo.
_ No pensaba solicitárselo tampoco, capitán Riestra. No necesitamos eso en absoluto.
_ Me alivia escucharlo decir eso. Sí podemos revisar la agenda de la señorita Guzmán y ver quiénes fueron los últimos pacientes que la visitaron hoy, antes a su muerte.
_ Eso sería algo muy adecuado, capitán Riestra.
Dortmund examinó todos los efectos personales de la víctima, incluyendo cajones y placares. Luego, tomó de la mesa de luz una foto personal de Marianela Guzmán, la observó detenidamente por unos prolongados segundos y la dejó nuevamente donde estaba.
_ Era una mujer muy bella_ dijo afligido.
El capitán Riestra asentó con la cabeza, compungidamente.
Repentinamente, la atención del inspector Dortmund se centró en el espejo que estaba colgado justo pegado a la puerta de entrada de la habitación. Lo que atrajo su atención fue que estaba torcido, como si alguien lo hubiese movido intencionalmente. Lo contempló con el ceño fruncido y luego volvió su vista nuevamente hacia Riestra.
_ ¿Alguien tocó o movió accidentalmente algo de la escena?_ preguntó inesperadamente Sean Dortmund, como si una idea lo hubiera atacado repentinamente.
Riestra lo miró extrañado, como si no comprendiera de momento el interés de Dortmund en el espejo torcido, pero entendiendo a la vez que si reparó en ello, debía existir una razón ampliamente justificada.
_ Todo permanece tal y como lo encontramos, Dortmund_ replicó el capitán Riestra, inadvertidamente.
_ Entonces, lo movió el asesino. Porque si la señorita Guzmán fue hallada muerta frente a los espejos de su cómoda, no tuvo razón para usar ése. Esto es muy interesante... Sí, muy interesante.
_ No veo en dónde reside el interés. A mí me parece un detalle insignificante.
_ Recuerde, capitán Riestra, que este estilo de detalles son lo que mayormente esconden en su esencia la solución exacta del caso.
Como si buscara algo particularmente preciso y partiendo desde la posición en la que se ubicaba de pie junto al espejo en cuestión, Dortmund trazó un camino imaginario con la mirada que lo llevó a descubrir de forma magistral un pequeño orificio de bala situado en la parte media alta de la pared lateral, justo la que se hallaba perpendicularmente opuesta a la posición de la señorita Guzmán al momento del asesinato. Esa circunstancia implicaba inexorablemente que de alguna forma poco convencional la bala rebotó ligeramente en la pared para luego terminar en la espalda de Marianela Guzmán.
Dortmund le hizo alarde de su hallazgo al capitán Riestra, que no salía de su asombro.
_ ¿Cómo es eso posible?_ cuestionó entrecortando las palabras.
_ Tiene un ángulo de disparo directo, y sin embargo, el asesino dispara en diagonal, haciendo rebotar la bala en la parte elevada de la pared, con la exactitud para que seguidamente termine en la espalda de la señorita Guzmán_ vaciló el inspector a viva voz, con una mano sosteniéndose la mandíbula y soslayando una sonrisa perspicaz.
_ Insisto en entender cómo es eso posible_ protestó Riestra, visiblemente irritado.
Sean Dortmund volvió la vista nuevamente hacia el espejo torcido. Y señalándolo con su dedo Mayor, dijo.
_ Este espejo tiene la respuesta que estamos buscando. Ahí empezó todo y ahí debe concluir.
_ No lo entiendo, Dortmund.
_ No preciso que me entienda ahora.
Hizo una breve pausa y continuó.
_ Corríjame si me equivoco. ¿La cerradura de la puerta de calle no fue forzada, correcto?
_ Sí. Bueno, eso confirma que el asesino está entre sus pacientes. ¿O tiene alguna de sus teorías raras, dortmunianas como me gusta decir a mí, que contradigan de manera categórica este supuesto?
_ Tiempo al tiempo, capitán Riestra. En lo que concierne a la escena del crimen, ya hemos concluido nuestras observaciones. No hay nada más que podamos o debamos hacer aquí.
_ ¿Cómo propone proseguir?
_ Con las entrevistas.
El capitán Riestra revisó la agenda de Marianela Guzmán y encontró de forma inmediata los nombres de los tres pacientes que atendió ella ése día. Eran Antonio Quiroz, Juan Alberto Torreiro y Guadalupe Alfonso. Tomó sus datos personales y les notificó telefónicamente a cada uno sobre la muerte de la licenciada Guzmán y el interés suyo en entrevistarlos personalmente cuanto antes por ése hecho. Sin embargo, Sean Dortmund creyó pertinente empezar por el padre y el hermano de la víctima, respectivamente, antes que por sus pacientes. Y Riestra estuvo completamente de acuerdo sobre ese punto.
La primera diligencia fue con Sergio Guzmán, el hermano de la víctima. Era un hombre de unos cuarenta años de edad, rostro apacible, ojos centelleantes y de expresión afligida, en consonancia con su estado emocional por la muerte de su única hermana menor. Todavía le costaba creer lo que había ocurrido. Dortmund esperó a que el señor Guzmán se sintiese ligeramente mejor para iniciar con el interrogatorio.
_ ¿Cómo era su relación con la señorita Marianela, señor Guzmán?_ fue lo primero que quiso saber  el inspector.
_ Marianela era mi hermana menor, mi hermana del alma_ respondió profundamente afectado, Sergio Guzmán._ Era la mimada de la familia, ¿sabe?
Hizo una pausa para respirar y retomó con la respuesta.
_ Cuidé de ella toda mi vida. Aun cuando no me  dejaba que lo hiciera porque ya era toda una mujer y me regañase por sobre protegerla, yo la cuidaba igual. Y muy dentro mío, sé que a ella eso le gustaba.
_ ¿Alguna vez se casó?
_ No. Solía decir que el matrimonio era un robo legalizado_ y dejó escapar una risita inconsciente.
Ambos hombres lo miraron curiosamente asombrados.
_ ¿Qué quería decir puntualmente con esa comparación?_ indagó el capitán Riestra.
_ Las leyes civiles lo obligan a uno a cederle la mitad de su patrimonio a la otra persona_ respondió grácilmente el señor Guzmán._ En el fondo, era un poco egoísta. Pero una excelente persona y una gran compañera.
_ ¿Egoísta o avara, señor Guzmán?_ inquirió con insolencia, Dortmund.
_ ¿Qué insinúa, caballero?_ preguntó con reproche el señor Guzmán.
_ No insinúo nada. Mis inquietudes son directas_ contestó Dortmund, soberbiamente.
Sergio Guzmán se sintió levemente molesto por la actitud y las formas del inspector, pero supo conterse prudentemente e hizo de cuenta que no sucedió nada.
_ Responda, por favor, señor Guzmán_ lo invitó cordialmente el capitán Riestra.
_ Sólo tratamos de establecer el motivo por el que pudieron matar a su hermana_ aclaró con una humildad disfrazada, Sean Dortmund.
_ No les voy a mentir. A Marianela no le gustaba despilfarrar la plata. Pero era honrada_ respondió Sergio Guzmán.
_ Lo que implica que sus deudas estaban al día_ dijo Riestra.
_ A eso me refiero.
_ ¿Y a ella, alguien le debía dinero, señor Guzmán?_ indagó Dortmund.
_ Que yo sepa, no. De sus finanzas y de sus pacientes, no hablaba con absolutamente nadie.
_ Entonces, entiendo que no se sabe si tenía problemas o no con alguno de sus pacientes.
_ Entendió usted perfectamente.
_ ¿Cómo era la relación de hermanos entre ustedes dos?
_ Buena y muy intensa. Marianela era una mujer difícil de llevar y de tratar. Pero nos unía un vínculo muy estrecho y afectivo.
_ ¿Mantenían algún tipo de diferencias?
_ Desavenencias habituales entre miembros de una familia. Nada por fuera de lo normal, si a eso se refiere, inspector.
_ ¿Cuándo fue la última vez que la vio?
_ Ayer por la mañana. Fui a su casa para ver si necesitaba algo. Sabía que tenía pacientes y que iba a  estar ocupada por un buen rato. Quería hacerle su rutina un poco más fácil. Me preocupaba por ella y ella por mí. Así éramos nosotros.
Siguieron algunas preguntas más de rigor y luego Dortmund y Riestra se retiraron sin ninguna idea clara al respecto. Pese a que dejaron establecidos varios terrenos para explorar, todavía ninguno de los dos veía un motivo claro para el homicidio. Y por ende, no tenían ningún sospechoso en la mira. Pero, esto recién comenzaba.
_ Hasta ahora, lo escaso que sabemos no nos ayuda en absoluto_ adujo quejumbroso Riestra.
_ Al contrario_ lo refutó inteligentemente, Sean Dortmund._ La cerradura de la casa de la víctima  no fue forzada. Eso nos reduce mucho las posibilidades. El asesino era conocido suyo.
_ ¿Y de qué nos sirve eso si no sabemos el motivo ni podemos determinar una explicación genuina acerca de la trayectoria del disparo?
_ De mucho. Ya lo verá, capitán Riestra. Sirve de mucho. La respuesta a su gran incógnita yace en el espejo torcido de la habitación. Tiempo al tiempo.
El capitán Riestra miró a su amigo inexpresivamente. Y como amagando a decir algo, optó por apelar al silencio.
La siguiente persona a la que visitaron fue a José Guzmán, el padre de Marianela Guzmán. Era un hombre de alrededor de unos setenta años, de buen porte, cabellos blancos y de modales muy educados. Recibió a los dos hombres amablemente, pero con la desolación de haber perdido a su única hija mujer. Después de extenderle las debidas condolencias, Dortmund abrió el juego.
_ ¿Marianela y usted eran muy unidos, señor Guzmán?_ preguntó el inspector.
_ Siempre fuimos muy unidos con mi pobre hija_ reveló José Guzmán._ Pero nos acercamos mucho más desde que su madre falleció en un accidente ferroviario hace catorce años atrás.
_ ¿Cómo fue el accidente en cuestión?_ se interesó en saber el capitán Riestra.
_ Ella estaba parada en la orilla de la puerta esperando a que el tren se detuviera.
_ ¿Estaba ingresando en la estación?
_ Así es, capitán. Pero trastabilló insólitamente con el taco de su zapato y cayó al andén cuando la formación aún estaba en movimiento.
José Guzmán se calló abruptamente. Y se comportó como si un sentimiento de culpa lo hubiese atacado repentinamente. Parecía que iba a romper en llanto, pero se contuvo  de hacerlo.
__ Pero, usted no creyó nunca que su esposa se haya caído accidentalmente_ interrumpió prudentemente el capitán Riestra.
_ Fue Marianela la que me lo hizo notar_ continuó el señor Guzmán._ Ella llevaba consigo un collar de oro que yo le regalé cuando nos casamos, que la Policía nunca encontró. Como no pudieron certificar que se lo hayan sustraído, dieron por sentado que lo perdió en cualquier otro lugar. Y declararon su muerte como accidental después de una exhaustiva investigación que duró poco más de seis meses.
_ Pero, su hija no creyó en absoluto esa teoría_ interpuso Dortmund.
_ Marianela estaba convencida que su madre no descuidaría jamás algo tan valioso y de un valor afectivo muy grande. Así que, decidió emprender una investigación por cuenta propia. Intenté convencerla de no hacerlo, pero fue inútil. Jamás se dio por vencida.
_ ¿Aún continuaba investigando?
_ Sí. Quería descubrir lo que le pasó a su madre. No iba a rendirse hasta averiguarlo.
_ ¿Cuál era la postura del señor Sergio al respecto?
_ Como yo, pensaba que la búsqueda resultaba inútil. Pero él no tiene mi temperamento. Es irascible y testarudo. Intentó disuadir sin éxito a Marianela durante varios días y se terminaron peleando en consecuencia.
_ ¿Dice que ellos dos no se llevaban bien últimamente?_ preguntó el capitán Riestra completamente sorprendido.
_ Estaban intentando por lo sano restablecer los buenos tratos. Pero, por lo que Marianela me comentaba, no llegaron a nada bueno.
_ ¿Y qué le decía ella exactamente, señor Guzmán?_ medió con denostado interés, el inspector Dortmund.
_ Qué era terco, insistente, incompetente, que no le importaba su madre, que era malhumorado y que no iba a desistir de la búsqueda, para decírselo bien simplificado y directo.
_ ¿Por qué usted no deseaba que la señorita Marianela siguiera con la búsqueda particular sobre la muerte de su madre?
_ Porque era peligroso. ¿Quién sabe con qué cosas o con qué clase de gente podía cruzarse en el proceso? Como buen padre que soy, sólo quería protegerla.
_ ¿Y el señor Sergio no lo consentía por idénticas razones que usted?
_ Ni más ni menos. ¿No pensarán que Sergio...?
Dortmund le sonrió calurosamente.
_ No se precipite, señor Guzmán_ repuso el inspector, afectuosamente._ Son sólo preguntas de rutina que pueden ayudar a orientar la investigación. Despreocúpese en ése sentido.
E inmediatamente los dos caballeros estrecharon la mano de José Guzmán y se retiraron.
_ El hermano de la víctima nos mintió_ expresó molesto el capitán Riestra, una vez alejados de la casa del padre de la señorita Guzmán._ No puede hacer la vista ciega a eso, Dortmund.
_ Me interesa escuchar lo que tiene para proponer, capitán Riestra_ dijo Sean Dortmund con mucha estimación.
_ No puedo creer que me lo esté pidiendo. Así que, le haré los honores. Es claro, para empezar, que si el señor Sergio Guzmán nos mintió en cómo era su relación con Marianela, oculta información relevante para la causa, que de expresarla abiertamente, podría comprometerlo seriamente.
El inspector hizo una señal de aprobación con la cabeza.
_ Continúe, por favor_ lo exhortó su amigo.
_ En relación a la teoría en sí_ continuó Riestra, dándose importancia,_ puedo suponer casi con una certeza indiscutible que el señor José Guzmán asesinó a su esposa y lo hizo parecer un desafortunado accidente.
_ ¿Cómo hizo eso, según usted?
_ Limando la base del taco del zapato para que se desgastara de a poco. Y entonces, él a bordo del tren y de forma disimulada, sólo tiene que dar el golpe final. Estoy seguro que ésa pobre mujer sintió la incomodidad en sus pies. José Guzmán la mata y Sergio Guzmán lo encubre. Marianela Guzmán investiga pese a que ambos hombres intentan evitarlo. Y cuando ven que ella se acerca demasiado a la verdad, la asesinan.
_ Es muy factible. ¿Y el móvil del crimen, a qué responde, según su perspectiva de los hechos?
_ A una amante. El señor Guzmán le arrebata a su esposa  inescrupulosamente el collar que le regaló cuando se casaron después de muerta. No sé cómo lo hizo, pero se las ingenió para conseguirlo. El objeto más preciado se lo da a su amante como prueba más fiel de su amor.
_ Una idea similar a la del robo en el Tren a las Nubes.
_ Recordé el caso, Dortmund. Aunque ahí no murió nadie.
_ Su teoría es buena. Pero tengo mis razones para creer que el motivo responde a otro hecho. ¿Notó algo inusual en el señor José Guzmán recientemente cuando  lo interrogamos, capitán Riestra?
El aludido vaciló unos segundos, pero no pronunció palabra alguna. Y le dirigió al inspector una mirada que imploraba respuestas y explicaciones conjuntas.
_ Temblaba demasiado_ aclaró Dortmund ante el silencio del capitán_ y su rostro estaba tenuemente pálido. ¿Qué le sugieren esos síntomas?
_ ¿Parkinson?_ dijo Riestra, con cierta renuencia.
_ Exacto. La enfermedad está avanzando demasiado rápido. Y si unimos esto al hecho del espejo torcido, tenemos encerrado en el centro la solución exacta del caso.
Y el inspector desplegó su tan característica sonrisa impertinente. El capitán Riestra lo contempló con cierta desconfianza e inquietud.
_ No lo entiendo, Dortmund_ lanzó al fin._ No veo la relación entre ambos sucesos.
_ Eso es porque usted ve sólo lo superficial y yo veo mucho más allá de eso. Yo  conozco la historia y a partir de ella, el detalle que solo develará la verdad automáticamente. Eso que nadie más ve y que todos ignoran. El detalle que buscamos casi nunca aparece en las evidencias, sino en el núcleo del relato mismo.
_ En su ejemplo, el espejo torcido y el Parkinson que padece el padre. Yo no veo nada claro en eso. Y todavía sigo sin comprender la trayectoria del disparo. ¿Cómo el asesino se perfila desde el umbral de la puerta de la habitación de la víctima para que la bala rebote increíblemente en la parte alta de la pared lateral para posteriormente terminar incrustada en la parte de atrás del hombro de Marianela Guzmán?
_ Puedo decirle, sólo como un indicador, que el asesino sentía algo por la señorita Guzmán.
Riestra lo miró obnubilado.
_ ¿Cómo puede estar tan seguro de eso?_ preguntó totalmente descolocado.
_ No estoy seguro de nada_ repuso Sean Dortmund, modestamente._ Es sólo una conjetura.
_ Usted sugiere que el asesino sentía algo por la señorita Guzmán, pero ella no era casada. Y hasta donde sabemos, tampoco estaba en pareja con ningún hombre.
_ Yo nunca dije que se tratara de ningún amante o marido, capitán Riestra.
_ Necesito urgente despejar mi cabeza del caso. Por hoy, fue suficiente.
_ ¿Puedo recomendarle una lectura?
_ ¿Cuál, Dortmund?
_ Lea el mito de la Cabeza de Medusa. Hay ciertos detalles en el relato que le van a interesar de sobremanera. Se lo garantizo.
Dortmund lo despidió cordialmente hasta el día siguiente y Riestra se sentía más confundido y desvariado que al comienzo de la investigación. ¿Qué había descubierto el inspector Dortmund que él ignorase?


La mañana siguiente los encontró a ambos caballeros en casa de Antonio Quiroz, uno de los tres pacientes que visitó a Marianela Guzmán el día del asesinato. Sufría de depresión y bipolaridad, lo que motivó su consulta con la señorita Guzmán. En resumen, atestiguó que la víctima lo sacó adelante cuando se encontraba en su peor momento. Hacía un año que se atendía con ella y que la conoció a través de los clasificados del diario.
En cuanto al vínculo que el señor Quiroz mantenía con Marianela Guzmán, era estrictamente profesional. Antonio Quiroz destacó la comprensión, el respeto y la decencia entre las virtudes más ponderadas de la señorita Guzmán. Y negó en último lugar haberse llevado mal con ella en alguna oportunidad durante el año que la conocía.
Respecto al día del crimen, Quiroz declaró que ella estaba como siempre y que no notó nada inusual en su comportamiento ni en sus tratos. La sesión duró una hora y cuando se retiró, Marianela Guzmán aún estaba con vida.
Al ser consultado en última instancia por Sean Dortmund sobre las causales que derivaron en su estado emocional, el señor Antonio Quiroz prefirió no responder y le pidió tanto a él como al capitán Riestra que se retirasen. Los dos hombres obedecieron gentilmente.
Riestra más que Dortmund, que se mostraba excesivamente relajado,  estaba muy preocupado porque la declaración del señor Quiroz no aclaró absolutamente nada ni sobre Marianela Guzmán ni sobre algún posible motivo para el homicidio.
_ ¿Leyó lo que le sugerí ayer, capitán Riestra?_ le preguntó súbitamente el inspector Dortmund.
_ No tengo esa clase de libros en mi biblioteca_ respondió Riestra, a secas.
Dortmund sonrió agradablemente sin musitar ni una sola palabra.
La siguiente persona a la que visitaron fue al señor Juan Alberto Torreiro, el segundo de los tres pacientes que se atendieron con Marianela Guzmán el día del crimen. Era un hombre bastante retraído emocionalmente, de personalidad débil y pocas palabras. De su escueto relato, se desprendió que no tenía problemas con la víctima, que la vio tranquila y relajada, y que estaba viva cuando se fue. Sobre las motivaciones de su consulta profesional, el señor Torreiro dijo atenderse con ella desde hace un año y alegó además un evento particular referido a un aparente accidente ferroviario ocurrido hace catorce años atrás, pero no ahondó en detalles sobre ése punto. Se puso levemente nervioso, y tanto Dortmund como Riestra se retiraron en buena ley.
El accidente ferroviario al que hizo mención Juan Alberto Torreiro hace catorce años atrás era una casualidad muy impactante con la declaración de un evento similar que referenció José Guzmán en su testimonio. Y eso era un dato que debía ser indefectiblemente tenido en cuenta. De algún modo, el motivo del asesinato de Marianela Guzmán estaba empezando a asomar lentamente, aunque con poca claridad en los hechos mismos.
_ Empiezan a hacerse visible las coincidencias_ dijo Riestra.
_ Estoy de acuerdo con usted_ asentó Dortmund._ Pero no apresuremos los hechos. Todavía nos falta hablar con la señorita Guadalupe Alfonso.
_ No puede negar que hay un hilo conductor entre los hechos narrados.
_ No niego ni tampoco asumo nada, capitán Riestra.
Cuando llegaron a casa de la señorita Alfonso, ella los recibió cordialmente. Los hizo pasar a su pequeña morada de un ambiente, les ofreció algo de beber y sin perder tiempo, se puso a entera disposición de ellos.
_ Fui a ver a la doctora Marianela Guzmán a la hora de siempre_ empezó explicando por cuenta propia, Guadalupe Alfonso._ Estaba normal, tranquila. Fue una sesión muy fructífera, como todas.
_ ¿Desde hace cuánto tiempo que se atendía con ella?_ preguntó Riestra.
_ Desde hace un año.
_ ¿Conocía a los señores Antonio Quiroz y Juan Alberto Torreiro?_ indagó presumidamente, el inspector Dortmund.
_ No. ¿Quiénes son?
_ Los otros dos pacientes que se atendieron antes que usted con la señorita Guzmán el día del asesinato.
_ No los conocía. Se los juro.
_ ¿Se cruzó con alguien cuándo llegó o cuando se fue del consultorio, señorita Alfonso?
_ En absoluto. ¿Hay algo que yo ignore?
_ Modestamente, le pregunto a usted lo mismo.
_ No lo entiendo, inspector.
El capitán Riestra lo miró también sin comprender demasiado.
_ Los otros dos pacientes que le mencioné recientemente también empezaron a atenderse con la licenciada Marianela Guzmán hace un año atrás. Los tres iban los mismos días en los mismos horarios y estoy completamente convencido, señorita Alfonso, que al igual que los señores Quiroz y Torreiro, usted obviará decirnos el evento sufrido que la impulsó a realizar una consulta profesional. Pero puedo asegurarle que tal evento tiene nexos con un accidente ferroviario ocurrido hace catorce años atrás. ¿Estoy equivocado o todo lo contrario?
Fue un momento de mucha tensión que colapsó los nervios de todos los presentes, pero en especial, de la señorita Guadalupe Alfonso. Ya sin resistir la presión que tenía encima, se quebró y confesó un suceso que traumó a todos severa y emocionalmente.
_ No, no se equivoca_ admitió honestamente,  Guadalupe Alfonso._ Mi madre murió hace catorce años atrás en un accidente en el tren.
_ ¿Cómo fue ése accidente?
_ No fue ningún accidente en realidad: la mataron. Su cuerpo apareció en una de las estaciones de la red de trenes más importante de Dublín, Irlanda. El asesino abandonó el cuerpo a la madrugada con otras ropas e hizo unas artimañas para desviar la investigación. El caso nunca se resolvió. La Embajada argentina no hizo demasiado por colaborar en el esclarecimiento del hecho y la Embajada irlandesa tampoco hizo mucho.
El capitán Riestra intercambió una mirada de súbita conmoción con Sean Dortmund.
_ Y me arriesgo a deducir_ continuó el inspector, con la voz frágil y algo entrecortada,_ que las circunstancias de las muertes de los allegados de los señores Quiroz y Torreiro fueron idénticas, víctimas del mismo asesino: El Asesino del Ferrocarril.
Y el inspector miró a Riestra de una forma muy particular y expresiva.
_ ¿Conoce el caso?_ preguntó sorprendida Guadalupe Alfonso.
_ El asesino le mandaba cartas anónimas a la Policía en las que anticipaba sus crímenes. Buscaba a un irlandés, pero ahora veo porqué nunca se pudo resolver el caso: porque ni las víctimas ni el asesino eran irlandeses. Lo enfocaron equívocamente todo el tiempo. Por ende, el criminal supo hacer un gran trabajo de investigación para elegir a sus víctimas. Madres, padres... Para crear un patrón falso entre los asesinatos.
Guadalupe Alfonso miraba admirada a Sean Dortmund.
_  Me sorprende que conozca el caso... Bueno, no mucho si lo pienso un poco, ya que usted es irlandés_ dijo después.
_ Fue el caso por el que vine a este país que quiero y respeto mucho. Acá hubo un caso similar con idénticas características en 1975, pero se trató de un imitador que quiso cubrir su crimen real entre una serie de crímenes al azar. Y el caso original, presiento que fue igual en ése aspecto.
_ Cuèntenos desde que empezó a atenderse con la licenciada Guzmán y cómo este caso se relaciona con su muerte, por favor_ le ordenó el capitán Riestra, cortésmente.
_ Ella me buscó a mí en realidad_ confesó la señorita Alfonso._ Nos dijo a Antonio, a Juan y a mí que tenía información muy valiosa sobre estas muertes del pasado y que con nuestra ayuda, podía resolver el caso.
_ Eso significa que Marianela Guzmán sospechaba de alguien. ¿De quién, exactamente?
_ No hizo mención de sus sospechas. Pero estaba absolutamente convencida de la certeza de su hipótesis,que implicaba que el asesino quiso cubrir un grave error que cometió matando a personas inocentes. Nos hizo pasar a los tres como pacientes suyos para no levantar sospechas. Pero en realidad esas sesiones eran para debatir sobre los avances del caso, ni más ni menos. Sobre cosas referidas estrictamente al caso.
_ ¿Daba señales de estar cerca de llegar al fondo del asunto?
_ Se la veía cada vez más emocionada. No nos quiso decir demasiado porque toda la información que poseía era circunstancial, pero nos aventuró proporcionarnos buenas noticias de un momento a otro.
_ ¿Qué clase de preguntas formulaba la señorita Guzmán en cada una de las sesiones?_ preguntó interesado y exultante, el inspector Dortmund.
_ Preguntas relacionadas a nuestra relación con nuestro ser querido fallecido, nos mostraba el seguimiento que hizo de los casos en diarios y revistas, expedientes... Ése tipo de cuestiones_ respondió Guadalupe Alfonso.
Dortmund le dirigió una serie de preguntas más a la señorita Alfonso y se retiró con cierto apuro.
_ ¿A dónde vamos ahora, Dortmund?_ le preguntó Riestra en el camino.
_ A hacerle una segunda visita al señor José Guzmán_ replicó su amigo.
_ Entiendo que tome este caso de forma muy personal, ¿pero de verdad cree que él es el famoso Asesino del Ferrocarril?
_ Lo sabrá pronto.
_ Si la señorita Guzmán estaba cerca de descubrir la verdad, debía entonces disponer de pruebas muy concretas y clarificadoras sobre las que el asesino tuviera pleno conocimiento, para entrar en pánico y arriesgarse a asesinar. ¿Dónde las escondería?
_ Ésa es la menor de mis inquietudes, capitán Riestra.
El capitán miró a Sean Dortmund con cierta preocupación y desconcierto. Porque en el fondo sentía que no era el mismo que hasta entonces conocía. Reencontrarse con su pasado y tener la posibilidad de saldar una gran deuda pendiente había afectado vorazmente la moral y los valores de Dortmund, pero no su lucidez, que aún la conservaba intacta.
Llegaron a casa de José Guzmán, quien se asombró notablemente de volver a ver a ambos hombres en tan poco tiempo. El inspector Dortmund lo confrontó sin rodeos, preguntándole arteramente porqué viajaron a Irlanda en 1974, en qué fecha llegaron y en qué fecha retornaron al país. Ante tal inquietud, el señor Guzmán abrió los ojos enormemente y su rostro adoptó una expresión repentina de abatimiento rotundo.
_ Fuimos como un destino elegido al azar, para conocer otras costumbres, otras personas y otra cultura. Llegamos el 4 de marzo de 1974 y nos volvimos para el país el 4 de mayo, exactamente a los dos meses de haber llegado_ contestó el señor Guzmán, atrapado y sin más remedio.
Dortmund le dirigió una mirada aguda y lapidaria.
_ Sé lo que piensa_ repuso Guzmán, vencido por la presión que tenía encima._ Los tiempos coinciden con los crímenes del famoso Asesino del Ferrocarril.
Se dejó caer en una silla y se tapó la cara en señal de vergüenza y remordimiento. Prosiguió.
_ Sí. Fue Sergio, fue mi hijo. Y lo hizo para cubrir el homicidio de mi mujer. La mató porque sintió que me traicionó, que actuó de forma equivocada y que debía pagar por eso, por ensuciar el honor de la familia. ¿Qué iba a hacer yo? Actué como padre y lo encubrí. Estuve mal, lo admito. Pero volvería a hacerlo de ser necesario.
_ Por eso quiso disuadir a Marianela. Porque ella sabía todo. Lo intuía porque ató cabo sueltos. Ayudó a Sergio a disuadirla.
_ No quería que Marianela supiera que su hermano, al que idolatró por tantos años, era en el fondo un asesino desalmado.
_ Ella ya lo sabía. Era demasiado tarde para poder convencerla de lo contrario. Pero, en realidad, la razón por la que usted no quería que se supiera la verdad es a causa de su enfermedad. ¿Esto es correcto, señor Guzmán?
José Guzmán miró a Dortmund con desidia.
_ ¿Cómo lo supo, inspector?_ preguntó medianamente exaltado.
_ Los síntomas están a la vista. ¿Cuánto tiempo le queda?
_ No más de seis meses, según mi médico de cabecera y todo su equipo de trabajo.
_ Lo lamento profundamente, señor Guzmán_ dijo Sean Dortmund con pesar.
El capitán Riestra lo acompañó en el sentimiento.
_ La última imagen que me quería llevar de mis hijos era de felicidad, unión y armonía_ añadió el señor Guzmán._ Pero no creí jamás que  Sergio fuese capaz de una cosa así, nunca en la vida. Creo que no podría con la culpa por lo que le hizo a mi hija. Todo tiene un límite.
_ Lo comprendo perfectamente. Su hijo indefectiblemente será puesto a disposición de la Justicia por lo que le hizo a Marianela. Pero con el capitán Riestra nos aseguraremos de que su detención y posterior proceso judicial se postergue hasta que se resuelva su estado de salud, señor Guzmán.
José Guzmán se estremeció, dejó escapar unas lágrimas y les agradeció el gesto.
_ Una última cosa antes de retirarnos, señor Guzmán_ dijo Dortmund.
_ ¿Qué precisa usted saber, inspector?_ replicó él.
_ ¿Por qué su hijo asesinó a la madre, a su esposa?
_ Porque Gladys me era infiel, no con otro hombre, sino con otra mujer. Fue una relación transitoria que nació en el avión.
_ Una azafata. Comprendo.
_ La aerolínea nos dio a los cuatro asientos separados por un problema interno de organización. Gladys ocupaba el asiento treinta y dos, yo el treinta y nueve, y Marianela y Sergio los lugares cuarenta y uno y cuarenta y dos, respectivamente. Vi a Gladys hablar varias veces con una de las azafatas más de la cuenta, pero le resté importancia al asunto. Estábamos en un avión y por regla general, las azafatas sirven a los pasajeros. Pero Sergio, no sé cómo, se dio cuenta desde un primer momento. Se llevó de arranque una impresión que le resultó, por alguna clase de instinto, particularmente inusual. Percibió algo atípico en la forma de hablar, de mirarse, de sonreírse entre ellas dos y ahí lo supo. Y creo que Marianela advirtió que su hermano sospechaba algo, pero no lo expresó oportunamente en ésa ocasión. No hasta que la tragedia se desató. Sergio vio que la azafata le susurró a Gladys unas palabras al oído, que después se alejó en dirección a la sala de equipajes y que extrañamente mi esposa la siguió. Sergio esperó unos segundos antes de actuar. La siguió y encontró a su propia madre en una situación muy comprometida con la azafata que nos asistía en el vuelo. Desconozco qué sucedió en el medio hasta que Sergio volvió unos minutos después absolutamente enojado. Marianela le preguntó qué le pasaba y él respondió que no era nada. Y presiento que fue en ese instante cuando ella lo supuso. Al rato, vi a mi esposa regresar preocupada e intentando acercarse inútilmente a mi hijo. No volvió a mirar a la azafata igual. Había odio e impotencia, reflejadas en su mirada. Cuando descendimos del avión, lo agarré a Sergio en privado sin que Gladys lo notara y lo confronté. Entonces, me lo confesó todo. Se me hizo difícil creerle en un principio, pero la forma en que me lo contaba y su furia incontenible, me dieron la plena certeza de la veracidad de lo que me estaba diciendo. Mi única demanda en esos momentos fue que Sergio se mantuviera al margen de ejercer algún tipo de acción en consecuencia. Hablé con Gladys más tarde y me negó todo. Pero su actitud se tornó tan evidente, que se quebró y admitió todo. Le dije que lo que me hizo no tenía perdón y le advertí que a nuestro regreso al país, iniciaría con abogado mediante los trámites de divorcio. Pero Sergio, era tanta la rabia que tenía encima, que se dejó llevar y la mató. Juro que no sabía lo que iba a hacer. De lo contrario, hubiese agotado todos mis esfuerzos por detenerlo y evitar lo que pasó después. Decía que las relaciones de pareja entre personas del mismo sexo eran inconcebibles, que eran un agravio a la moral. Y aún hoy, lo sigue sosteniendo. Pero que una infidelidad subsumida a sus confines era algo intolerable en todo sentido. Cuando Sergio asesinó a Gladys, supe que era él y reflexioné seriamente con entregarlo a la Policía. Sin embargo, me alertó que de hacerlo, diría que yo fui el autor intelectual del asesinato de mi esposa y que como carecía de pruebas que demostraran lo contrario, iba a caer con él. Me asusté y por eso me callé la boca todos estos años. Y cuando los otros crímenes salieron a la luz, supe que Sergio estaba detrás de todo. Y que los llevó a cabo con el único propósito de que no sospecharan de él por el homicidio de Gladys.
_ Podían haber sospechado de la azafata con la que su mujer tuvo un amorío o en su defecto, del esposo_ interpuso inteligentemente Riestra._ ¿Por qué Sergio se empecinó en suponer que sospecharían de él inmediatamente descubierto el crimen?
_ No sé. Y nunca voy a saberlo. Pero temí tanto por lo que pudiera ser capaz mi hijo, que apelé al silencio y a tratar de alejarla a Marianela del asunto solamente para intentar protegerla. Pero debí imaginar que no iba a parar hasta llegar al fondo de todo esto.
_ Es claro que ella poseía pruebas en contra de su propio hermano. ¿Tiene idea qué clase de pruebas eran y dónde las ocultaría?
_ No, no puedo contestar a ninguna de sus dos preguntas fielmente. Y tampoco sé de dónde Sergio obtuvo el arma con la que mató a Marianela, antes que me pregunten.
_ ¿Qué pasó con el collar que su esposa llevaba puesto y nunca hallaron?
_ Sergio se encargó de eso. No sé ni porqué lo arrancó ni porqué lo escondió. Eso sólo se lo puede responder él. 
Sean Dortmund le dio una afectuosa palmada en el hombro al señor Guzmán y junto al capitán Riestra se retiraron.
_ José Guzmán es cómplice de homicidio, Dortmund_ protestó el capitán Riestra una vez afuera del domicilio._ ¿Por qué quiere dejar las cosas así? ¿Qué es eso de arrestar a Sergio Guzmán después de la suerte que corra el padre por el Parkinson que padece?
_ Arrestar al señor Sergio Guzmán después de eso_ proclamó el inspector, serenamente,_ responde a no hacer sufrir innecesariamente al señor Guzmán. Ya tuvo demasiado con lo que pasó con su hija. En casos como este, tenemos que ser condescendientes, capitán Riestra. ¿O ya no queda ni un sólo ápice de humanidad guardada en su corazón?
_ Sí. Bueno... Su justificación es aceptable. ¿Pero eso es meritorio de indultarle los cargos por encubrimiento agravado?
_ Nadie lo está condonando, capitán Riestra. Porta una enfermedad terminal. Ése ya es castigo suficiente para alguien como él.
_ Una de cal y una de arena, supongo.
_ La ley debe ser igual para todos. Explíquele la situación a algún fiscal o juez de confianza y le dará el plazo solicitado para arrestar al señor Sergio Guzmán.
_ Haré mi mayor esfuerzo en conseguirlo. Pero le aclaro, Dortmund, que mi buena voluntad no es la misma que la de un fiscal y menos que la de un juez.
_ Sé que lo hará, capitán Riestra.
Pasaron dos días hasta que Riestra visitó a Dortmund en su departamento. Todavía le quedaba pendiente dilucidar la mecánica del asesinato.
_ ¿Recuerda la lectura que le aconsejé la vez pasada, capitán Riestra?_ lo indagó Dortmund, con sagacidad.
_ La del mito de Medusa_ respondió su amigo._ Lo recuerdo perfectamente. ¿Cuál es el punto?
_ Así como Perseo mató a Medusa apuntando su espada a través del reflejo de su escudo, Sergio Guzmán asesinó a Marianela Guzmán apuntándole a través del reflejo del vidrio.
El capitán Riestra observó al inspector totalmente petrificado y con una mirada de perplejidad inocultable.
_ Dígame que no está usted hablando enserio, Dortmund_ reaccionó finalmente Riestra.
_ Es la única explicación que justifica en su totalidad la trayectoria del disparo_ reconoció Sean Dortmund._ Porqué la bala perforó la parte media de la pared lateral y cómo el proyectil se incrustó posteriormente en el hombro de la señorita Guzmán. Y el señor Guzmán apuntó el arma a su hermana a través del reflejo del vidrio porque no tuvo el valor de mirarla a los ojos para hacerlo. Le anticipé, capitán, que el culpable sentía algo por la víctima.
_ Pero, la señorita Guzmán estaba sentada en su cómoda, frente a dos enormes espejos que cubrían la visual de todo el perímetro de la habitación, motivo por el cual ella tuvo que haber visto a Sergio Guzmán de frente. Era lo mismo que mirarla directo a los ojos.
_ Admiro cuando pone en práctica razonamientos que parten de una base perfectamente lógica. El señor Guzmán se puso de espalda hacia ella, con el espejo en salida exterior en una mano y el arma en la otra, lo que refuerza aún más mi teoría sobre el crimen. Después de concretado el homicidio, el señor Guzmán volvió a colocar el espejo de donde lo sacó, con tal apuro, que lo colocó levemente inclinado y escapó de la escena sin percatarse de tal detalle, creyendo quizás que nadie se fijaría en eso, a excepción mía, por supuesto. O quizás simplemente no creyó nada porque lo ignoró.
_ Me rindo, Dortmund. Decir que es usted brillante es decir poco.
_ Es usted muy amable. Haga una reconstrucción del crimen y podrá certificar si tengo razón o si sólo es una fábula dortmuniana, como diría usted, capitán Riestra.
Y desplegó una sutil sonrisa por sus labios.
_ No es preciso hacerla_ admitió el capitán._ Confío plenamente en sus facultades. Jamás pondría en duda sus conclusiones.
Sean Dortmund volvió a agradecer el elogio.
_ Seguramente, el espejo oculte en su cavidad interior las pruebas que reunió la señorita Guzmán contra su propio hermano. O quizás no y las haya escondido en otro sitio. Digo, porque el espejo es un objeto en el que nadie piensa que pueden ocultarse cosas de valor.
_ Seguiremos su idea. Es esencial que hallemos esos documentos para que no queden impunes ninguna de las otras muertes. Y además necesitaremos más evidencia física que ligue al señor Guzmán con la muerte de la señorita Marianela.
_ De ésas sobran, pierda cuidado. El señor Guzmán fue muy desprolijo.
_ ¿Se siente más aliviado, no es así? Logró ponerle fin al caso que tan preocupado lo tuvo por todos estos años, y de la manera menos pensada.
Dortmund se estremeció, tomó sus cosas y se dirigió directo hacia la entrada. Puso una mano en el picaporte de la puerta y tiró para adentro. Entonces, el capitán Riestra lo interrumpió.
_ ¿A dónde va con tanto apuro?_ le preguntó con curiosidad.
_ Al cementerio_ repuso Dortmund, melancólicamente._ Debo agradecerle a alguien muy especial su colaboración en este caso.