lunes, 22 de febrero de 2021

Detective de artificio / La segunda mujer

 


 

 

Germán golpeó la puerta del despacho de León Betancourt y entró tras una indicación suya.

_ El caso Moldes está resuelto_ comentó Germán._ Tu idea resultó sumamente efectiva para resolver el problema en cuestión.

_ Recordame el caso, por favor_ le solicitó amablemente, León Betancourt.

_ Agustín Moldes, el tipo que mató a su esposa y la Justicia no lo agarraba por las influencias que tenía.

_ Ah, sí. Ya me acuerdo. Que el juez alegaba que no había pruebas suficientes para procesarlo y condenarlo.

_ Exacto. Que Nora, nuestra cliente, dijo que las pruebas estaban encajonadas. Bueno, el plan resultó. Moldes está en cana. Unieron las pruebas que tenían, que al final eran incriminatorias, con la confesión que obtuvimos mediante la estrategia tuya.

_ ¿La de someterlo al encierro forzado?

_ Si bien dijiste que cuando una persona se queda encerrada en un espacio reducido, tiende a entrar en pánico y confesar cosas inimaginables, desechaste la idea enseguida porque implicaba que nuestro cómplice lo grabara y esa grabación iba a ser inadmisible en el tribunal por haber sido obtenida mediante procedimientos contrarios a las leyes. Entonces, se te ocurrió otra cosa mejor y mucho más sutil.

_ Ah, ya me acuerdo. Que firmara la confesión engañado.

_ Vos lo dijiste.

_ Contame. ¿Qué pasó?

_ Redacté la confesión siguiendo taxativamente al pie de la letra tus indicaciones y mezclé el documento entre otra serie de papeles con apariencia legal. Visité a Moldes haciéndome pasar por el productor de la compañía de seguros para redundar los términos de la póliza del seguro de vida de su esposa. Le expliqué en detalle las condiciones y le di a firmar los supuestos documentos de la póliza. Metí la confesión del asesinato entre medio de los otros papeles y el tipo firmó sin leerla. Entró como un caballo. Mientras, yo le hablaba. Ya mandé una copia de la confesión a la compañía de seguros para que Moldes no goce del beneficio de la póliza y otra al abogado de nuestra clienta para que lo presente en el Juzgado. La versión oficial va a ser que Moldes firmó por su propia voluntad con el abogado de la familia como testigo. Y como la aseguradora va a negar que hayan mandado a un empleado suyo a visitarlo, el tipo no va a tener salida.

_ Dicho y hecho, fue lo que ocurrió.

_ Me acabo de enterar que a Agustín Moldes lo metieron en cana hace una media hora más o menos.

Germán le extendió a León Betancourt un papel plegado en partes iguales. El detective lo recibió confuso.

_ ¿Qué es esto?_ preguntó Betancourt, intrigado.

_ Tus honorarios_ repuso Germán._ Nora, nuestra clienta, me lo entregó en persona. Está muy agradecida por haberla ayudado a entregar al asesino de su hermana a la Justicia. Y su abogado te manda un cálido saludo. Ambos se pusieron a tu entera disposición para lo que necesites.

_ Muy bien Germán, gracias. Cuando vaya al banco a cambiar el cheque, te doy la parte que te corresponde por el trabajo.

Germán hizo una reverencia como gesto cordial de agradecimiento.

_ ¿Algo más?_ indagó Betancourt.

_ Sí. Afuera hay alguien esperándote para verte. Me dijo que se llama Guillermo Arzamendia.

_ Hacelo pasar, por favor. Y cerrá la puerta después.

Unos cinco minutos después, el cliente en cuestión estaba a solas con Betancourt en su despacho. Guillermo Arzamendia era una hombre alto, de aspecto informal, pelo negro, de unos 35 años de edad aproximadamente, de buen porte y considerado. Estaba nervioso y le costaba arrancar con el relato, pero León Betancourt lo alentó a que se animara sin miedo.

_ Mi problema no es gran cosa, le anticipo_ inició Arzamendia su relato algo tímidamente._ Es muy probable que comparado con el resto de los problemas que le toca resolver, este le resulte completamente insignificante. Y hasta irrisorio, mire lo que le digo.

_ Ningún problema es más ni menos que otro. Para mí, son todos igualmente importantes y los tomo con la misma seriedad. Así que, soy todo oídos, señor Arzamendia.

Betancourt se cruzó de brazos en actitud preponderante.

_ Mire, le va a resultar raro lo que voy a pedirle_ se animó a hablar Guillermo Arzamendia entrado en confianza._ Estoy casado hace 7 años con Sofía. Es una esposa increíble y una estupenda mujer. Es más de lo que un hombre puede pedir y desear tener. Tenemos nuestras altas y bajas, como cualquier matrimonio constituido. Pero desde hace unos meses, empezamos a estar distantes. Algo pasó que erosionó la hermosa relación que teníamos. Empezamos a vernos menos, a hablarnos menos, a compartir menos cosas juntos… Y bueno.

_ ¿Quién fue el primero de los dos que adoptó esta actitud de distanciamiento?

_ Fue algo que se dio de manera espontánea. No hay un responsable, Betancourt. La cuestión es que en el medio de todo esto conocí a otra mujer. Magdalena se llama. Magdalena Zalvania. Es productora teatral, muy conocida dentro del ámbito del teatro.

_ ¿Cómo la conoció?

_ Ella era socia de la prepaga en la que yo trabajé hasta hace poco como personal administrativo. Siempre la atendía yo. Cuestión que charla va, charla viene, terminamos yendo a un bar juntos a tomar un café. Así empezamos y pasaron cosas. Nos terminamos enamorando y… Bueno. Usted me entiende.

_ Ella se convirtió en su amante.

_ Hace tres meses que salimos. Las cosas con Sofía estaban mal y ella me daba el afecto y la comprensión que yo necesitaba. Yo me refugiaba en Magdalena, básicamente.

_ ¿Cuál es el punto, señor Arzamendia?

_ El punto es que la relación ilícita que mantengo con Magdalena me abrió los ojos y me hizo darme cuenta de lo mucho que quiero a Sofía. Para mí no existe otra mujer que no sea mi esposa. Y siento que no puedo estar haciéndole esto a ella. Más ahora que las cosas empezaron a estar un poco mejor entre nosotros. El punto es que necesito dejar a Magdalena pero no puedo. No sé si es la culpa o qué, pero no puedo dejarla. No puedo, no me sale. Mire que lo intenté, eh. Lo practiqué, lo mentalicé, pero cuando la tengo enfrente, es más fuerte que yo. No puedo. No sé si es la culpa por miedo a lastimarla lo que me impide terminar la relación con Magdalena o  es miedo a otra cosa o culpa por otra cosa. La cuestión es que necesito dejar a Magdalena por el amor y respeto que le tengo a Sofía y no puedo. Hasta traté el tema en terapia. Pero no resultó.  Y cuando me dijeron de sus habilidades para ayudar a la gente con problemas de toda índole, bueno, decidí venir a verlo para que me pueda dar una mano. ¿Puede ayudarme a dejar definitivamente a Magdalena?

León Betancourt escudriñó a Guillermo Arzamendia con estupor y reflexión a la vez por un tiempo prolongado.

Arzamendia se dio cuenta de la actitud de Betancourt y se mostró arrepentido de haberle consultado.

_ Tenía perfectamente claro antes de venir que la consulta iba a ser una pérdida total de tiempo_ balbuceó Arzamendia con resignación.

_No es eso, Arzamendia_ adujo Betancourt con firmeza y simpatía._ Es que me sorprende gratamente que quiera dejar a su amante y no a su mujer. Son muy pocos los casos en donde se da esta situación a la inversa.

_ Es que, como bien le dije en el relato, necesité estar con otra mujer para darme cuenta que quiero a mi esposa más que a nada en este mundo.

_ Eso habla muy bien de usted. Tiene una moral y unos valores realmente muy elevados. El caso es que voy a ayudarlo a dejar a la segunda mujer en su vida. Ella va a ser  en realidad la que lo deje a usted pero manteniendo una relación de amistad. No pretendo arruinarlo, no es la idea.

_ Se lo agradezco mucho.

_ Echar a perder el vínculo que tiene con ella por algo así créame que sería lamentable. No, ustedes dejarán de ser amantes pero intentaré que prevalezca un vínculo de amistad entre ambos. Claro que eso depende exclusivamente de ustedes dos.

_ No sé si podremos seguir como amigos después de lo que tenemos. O vamos a dejar de tener, mejor dicho.

_ Yo voy a ser el nexo para que eso sea posible. Pero le reitero. Que funcione depende pura y exclusivamente de ustedes dos. En cuanto a la estrategia en sí, para que resulte voy a necesitar que usted haga algo.

_ ¿Qué cosa?

_ Que no se hable con ella en los siguientes tres días. No la contacte bajo ningún punto de vista ni bajo ningún pretexto. Es esencial que exista una distancia considerable entre ustedes.

_ No comprendo para qué. Pero, voy a hacerlo. Pierda cuidado.

_ Muy bien. Si ella le escribe para verse, métale cualquier excusa convincente para evitarlo. Sea considerado y delicado para eso. Que ella se lo tome natural y no se ofenda ni se enoje en absoluto. 

_ Delo por hecho. ¿Hay algo más que necesite saber de Magdalena?

_ Me dijo su nombre completo y su profesión, no necesito más.

_ ¿Y cómo va a ubicarla?

_ Iba a pedírselo precisamente ahora, Arzamendia.

Guillermo Arzamendia abandonó el despacho de Betancourt confiado aunque algo escéptico en el fondo. Tras su salida, ingresó Germán, al que Betancourt puso al tanto del caso.

_ ¿Enserio el tipo quiere dejar a la amante por la mujer?_ preguntó obnubilado, Germán.

_ Tal como lo escuchás_ replicó Betancourt.

_ ¡Es un fenómeno! El tipo es la antítesis del prototipo del macho argento. No representa al hombre argentino promedio. Qué vergüenza…

_ No digas pavadas, Germán, ¿querés?

_ ¿Qué hombre deja a la amante después de seis meses para volver con la esposa? ¡Nadie, León! Si dejó a la mujer, por algo fue. Y cuando te enganchaste con la amante, al diablo todo. Te quedás con ella. No querés volver a la monogamia rutinaria del matrimonio.  

_ Bueno. Pero este tipo parece que sí. ¿Lo vamos a ayudar?

León Betancourt pronunció esto último con lascivia. Germán lo observó extrañado.

_ Sostengo lo que te dije recién. Pero, pobre tipo. Ojo con la estrategia que vayas a emplear, eh… Tampoco sea cuestión de sobrepasarse.

_ Engañó a la mujer con otra. De pobre no tiene nada.

_ Un salame importante, está bien. Cuestión de él qué quiere hacer de su vida. Pero no traspases límites, por favor. Es lo único que te pido, León.

_ ¿Alguna vez me extralimité ayudando a alguien?

Germán negó con la cabeza.

_ Quedate tranquilo entonces, Germán, que no voy a hacer nada descabellado. Todas las mujeres, absolutamente todas, tienen un amor del pasado con el que les gustaría reencontrarse. Un amor inolvidable, apasionado, estremecedor. Ese viejo amor por el que renunciarían a todo con tal de volver a vivirlo.

_ ¿En qué estás pensando?

_ Esa va a ser mi puerta de entrada para la estrategia que tengo planeada ejecutar, Germán. Solo eso voy a decirte. No te preocupes, la idea que tengo en mente es mucho más sencilla de lo que debés estar imaginándote vos en tu cabecita loca. Algo sencillo, pero altamente eficaz.  

 

                                                                           ***

 

Magdalena Zalvania era una mujer alta, de cabello morocho, ojos marrones y poseedora de una belleza despampanante. Estaba en el teatro San Martín haciendo unos arreglos para una obra que estaba produciendo cuando un empleado del teatro se acercó a entregarle en mano una carta que había llegado a su nombre. Le agradeció cordialmente, esperó a que se retirara y la leyó. Decía:

Estimada señora Zalvania: es grato para nosotros contactarnos con usted para anunciarle que estamos interesados en tener una entrevista laboral en persona lo antes posible. Hemos estado siguiendo muy de cerca su labor y es la persona que cumple con nuestras expectativas de trabajo. La esperamos mañana en Rodríguez Peña 457, tercero D a las 10 de la mañana para una reunión formal. En la misma, será notificada de todos los detalles de la oferta y podrá disipar todas las dudas que quiera. Sin otro particular, la saluda atentamente Martín Pineda, gerente ejecutivo de Sumar Producciones.  

Magdalena Zalvania había oído hablar de Sumar Producciones. Era una productora teatral muy reconocida a nivel internacional y una de las más importantes del país. Una extraña sensación de felicidad e intriga recorrió su cuerpo de forma incesante y estrepitosa. Estaba nerviosa porque intuía que la gran oportunidad de su vida que tanto había anhelado por años finalmente había llegado.

A la mañana siguiente, puntual a las 10, estuvo ahí. Fue recibida por el propio Martín Pineda, que le había enviado la notificación. La recibió amable y distendidamente, le ofreció de beber un café y la invitó a pasar a su despacho. Le dio órdenes estrictas a su secretaria de no ser interrumpido bajo ningún punto de vista.

_ Me imaginó que mi carta de ayer la dejó intrigada, señora Zalvania_ abrió la conversación, Martín Pineda.

_ Muy_ repuso ella, con una sonrisa de nervios._ Me habló de una oferta laboral, algo así.

_ Exactamente. Voy a ir al grano porque no quiero quitarle demasiado tiempo. Sumar Producciones trabaja y tiene excelente vínculo con mucha gente de Broadway. Van a producir una nueva obra muy importante a nivel mundial, pero el productor teatral que la iba a producir tuvo un problema personal y renunció. Y me piden urgentemente conseguir alguien con experiencia que la pueda producir. Y dada su notable trayectoria en el rubro, pensé que podría interesarle. El contrato sería por dos años, estadía y gastos corren por nuestra cuenta. ¿Qué dice?

_ Es una oferta muy generosa y es la oportunidad que yo tanto estaba esperando. Pero estoy produciendo actualmente una obra local en el San Martín, tengo mis cosas acá…

_ Le puedo conceder una semana para que se organice. Mire, Magdalena. El tren pasa sólo una vez en la vida. ¿Lo va a dejar que siga su marcha y levante a otro pasajero? Piénselo. Estadía y todo pago, contrato por dos años con posibilidades de renovación por otros dos  más y nada menos que en Broadway, Estados Unidos. Una posibilidad de crecimiento enorme. Si es por la obra que usted me dijo del San Martín, me comprometo a conseguirle un reemplazo.

_ No es tan fácil. La gerencia del teatro tiene que avalarlo… Usted sabe cómo funciona en este universo tan reducido la burocracia.

_ Tengo contactos en el San Martín. Con un llamado, lo puedo arreglar.

Sin  embargo, Magdalena Zalvania seguía mostrándose con un grado de seguridad muy alto.

_ Magdalena. No la voy a dejar en paz hasta que me diga que acepta. Este trabajo es para usted, para nadie más.

_ ¿Quién protagoniza la obra?_ preguntó ella todavía insegura.

_ Se barajan dos posibles nombres: George Cloney y Ben Affleck.

Magdalena Zalvania abrió los ojos enormemente.

_ ¿Se va a perder la gran oportunidad de producir a uno de estos monstruos de la actuación?

_ Perdone la incidencia. ¿Quién lo contactó desde Estados Unidos?

_ ¿Le resulta raro que yo la haya convocado a usted y no a otra persona?

_ No es eso. Es que simplemente quiero estar enterada de todo si es que voy a formar parte de su equipo de trabajo.

_ ¡Entonces lo está considerando! Me gusta oírla decir eso. La persona que me contactó se llama Emanuel Beluardi.

Magdalena Zalvania se estremeció de felicidad. Emanuel Beluardi fue su primer y gran amor. Se conocieron de chicos y estuvieron juntos por muchos años. Estudiaron en el Conservatorio Nacional teatro y cuando se recibieron, se separaron por una insignificancia y él se fue a Estados Unidos a probar suerte. Le fue tan bien que se quedó a vivir allá. Ella lo extrañó muchísimo el primer tiempo pero cuan corrían las semanas, lo superó. Y ahora el destino lo había puesto en su camino de nuevo. ¿Casualidad?

Martín Pineda no pudo evitar observar la reacción de Magdalena Zalvania.

_ Perdone, ¿lo conoce?_ preguntó con discreción.

_ Sí_ repuso ella con una sonrisa dulce y afectuosa._ Estudiamos juntos teatro en el Conservatorio. Después, por cosas del destino, nos separamos y no volvimos a vernos.

_ ¿Ve? El destino es sabio, señora Zalvania. No lo piense más. Esta es la gran oportunidad de su vida.

_ ¿Está seguro que él no me pidió exclusivamente?

_ No. Le doy mi palabra de que no.

_ Voy a pensarlo, igual.

_ Mire, necesitan una respuesta lo más antes posible. Necesito que a más tardar en tres días me dé usted una respuesta definitiva.

Magdalena Zalvania prometió responderle dentro de ese lapso de tiempo y se retiró. Estaba emocionada y feliz, pero a la vez llena de dudas e incertidumbre.

Llamó a Guillermo Arzamendia varias veces a su celular para darle la noticia y que la ayudase a tomar una decisión pero no la atendió y prefirió no insistir más. Al llegar a su casa, buscó entre sus cosas fotos y recuerdos de Emanuel Beluardi. Tenía una caja llena de esos recuerdos. Se sentó en el borde de la cama, la abrió y rememoró cada momento al que alguna foto o alguna carta o algún regalo casual la transportaban. Se enterneció y sonrió dulcemente, anhelando en lo más recóndito de su alma volver a revivir esos momentos.

Al día siguiente, volvió a llamar insistentemente a Guillermo Arzamendia, otra vez en vano, lo que la hizo reflexionar seriamente sobre su vida y su futuro. Los recuerdos que aún tenía con Arzamendia eran insignificantes en comparación a los que tenía con Emanuel Beluardi. Eso la hizo replantearse un montón de cosas y considerar seriamente la propuesta de trabajo en Broadway.

Había llegado el día en que Magdalena Zalvania tenía que darle una respuesta definitiva a Martín Pineda sobre si aceptaría el trabajo en Broadway. Volvió a llamar por última vez a Guillermo Arzamendia. Y al no obtener ninguna respuesta de su parte, decidió dejarle un mensaje en el buzón de voz del contestador.

Hola Guillermo. Hace tres días que te estoy llamando porque necesitaba decirte algo muy importante y necesitaba tu opinión al respecto. Pero bueno, no me atendés. Seguramente debés estar ocupado con tu mujer y no tenés tiempo para atenderme a mí un mísero llamado. El problema es que no te llamé una vez, ¡sino quinientas! Y no me devolviste ni una sola de esas llamadas. Quizás sea el destino. Pero tu silencio me ayudó a tomar una decisión irrevocable. Me voy a trabajar a Estados Unidos por un período mínimo de dos años. Y si todo sale bien, me quedó a vivir definitivamente allá. El gerente de la nueva productora que me convocó se iba a encargar de aclarar mi situación en el San Martín. Además, allá hay alguien a quien me dieron muchas ganas de volver a ver. Gracias por estos meses compartidos. Fuiste un gran sostén en mi vida y un gran hombre. Pero me queda más que claro que preferís a tu esposa por sobre mí y no puedo hacer nada con eso.  Espero seas feliz y que te acuerdes de escribirme o llamarme cada tanto porque pese a todo, anhelo a que por los menos nos quede una hermosa amistad que sepamos cuidar mejor que lo que tuvimos. Ojalá vos desees lo mismo.  Te mando un beso enorme, Guillermo. Cuidate. Te quiero mucho”.

Y cortó muy a pesar suyo y con mucha desolación. Estuvo unos segundos en silencio llorando y cuando se repuso, lo llamó a Martín Pineda. Aquél se puso inmensamente feliz cuando escuchó de la propia voz de Magdalena Zalvania que había aceptado la propuesta. Se hizo una escapada hasta la productora para firmar unos documentos, volvió a su casa, hizo las valijas y un coche particular la pasó a buscar para llevarla hasta el aeropuerto de Ezeiza. El vuelo partía a las 21:30 con escala en Panamá. Llegó a horario, realizó el check-in y se subió a bordo, contemplando por última vez los suelos inolvidables de su Argentina natal.

León Betancourt vio partir el avión en silencio y bebiendo un café.

 

                                                                             ***

 

A la mañana siguiente, Guillermo Arzamendia fue a ver a León Betancourt a su despacho.

_ ¿Qué hizo, Betancourt?_ preguntó entre indignado y agradecido._  Magdalena me llamó para despedirse porque me dijo que se va a reencontrar con alguien a quien tenía muchas ganas de volver a ver, que consiguió trabajo en Estados Unidos…

_ No se inquiete_ respondió el detective con sosiego y premura._ Ella no va a reencontrarse con absolutamente nadie. Fue un pretexto que utilicé para incentivarla a viajar a Estados Unidos por trabajo. Tengo un contacto en una productora importante que me debía un favor y me lo cobré. Ella va a hacer carrera allá y seguramente conozca a un hombre soltero que la ame y la respete tanto como usted. Cuando llegue el momento, le diré que ese viejo amor suyo del pasado que ella anhelaba volver a ver tuvo que irse por trabajo. Y aun así ella se quedará allá porque realmente la oferta laboral que le hicieron es muy prometedora y le garantiza un gran futuro. En tanto, usted podrá dedicarse de lleno a cuidar a su esposa… Y por favor, no vuelva a arruinarlo. Resista la tentación de volver a serle infiel.  Valórela, cuídela, ámela, motívela, sea feliz con ella, con la mujer que eligió para toda la vida. Porque yo no voy a estar de nuevo ahí, cuando eso ocurra, para volver a salvarle el pellejo. ¿Le quedó claro? 

Guillermo Arzamendia se entregó e hizo una mueca de resignación. Miró a Betancourt de una forma especial, le dejó el cheque sobre su escritorio y se retiró sin más.

Betancourt lo contempló con una sutil risita de simpatía.

 

jueves, 18 de febrero de 2021

Detective de artificio / Acosada

 


Ricardo Morelli era docente de Derecho Penal en la Universidad de Buenos Aires. Era diciembre, la peor época para los alumnos y también para los docentes, que tienen que preparar, rendir y tomar finales, respectivamente.

Particularmente, Morelli tenía asignadas cuatro fechas para tomar exámenes los días 15, 17, 18 y 22 de diciembre.

El 15 de diciembre a las 9:30, Ricardo Morelli salió de su departamento rumbo a la facultad. Al abrir la puerta, se encontró con una misiva anónima que descansaba sobre el felpudo de la  entrada a su apartamento, la cual lo paralizó y atormentó terriblemente. Empezó a sudar a borbotones, su pulso se aceleró a mil y su piel se tornó de un blanco pálido como la nieve.

Se agachó temblando y con mucho cuidado a recoger la nota. Una vez que la tuvo en sus manos, vaciló por un largo rato. Iba a abrirla, pero el sudor en la frente le ganó y se enjutó con un pañuelo que extrajo del bolsillo de su saco. Volvió a mirar el papel. Con la mirada temerosa, sea aceleraron las palpitaciones y su ritmo cardíaco se fue por las nubes.

Dudó por segunda vez. Al fin juntó valor, se resignó y leyó la nota, exultante de nervios. Decía:

Sé de lo tuyo con tu alumna. Ya sabés lo que tenés que hacer”.

Más nervioso que antes, bajó los tres pisos por las escaleras corriendo hasta la planta baja y encaró al portero sin rodeos, tratando de aparentar calma y tranquilidad, como si nada malo ocurriese.

_ Hola Gerardo, buen día_ le dijo Morelli al portero, haciendo un esfuerzo enorme por conservar el sosiego.

_ Buen día, doctor. ¿Cómo anda?_ contestó el portero con júbilo y simpatía.

_ Bien, bien, gracias.

Gerardo había advertido que algo le pasaba a Morelli. Y se lo preguntó de frente, sin titubear.

_ ¿Está bien? ¿Le pasa algo? ¿Lo puedo ayudar en algo?

Por unos instantes, Ricardo Morelli se quedó paralizado observando fijamente al portero, con una actitud temible y espantosa.

_ ¡Doctor!_ expresó elevando un poco la voz, Gerardo y con evidente preocupación._ ¿Está bien? ¿Quiere que llame a un médico?

Pero Morelli cedió y dejó escapar una risita forzada de alivio.  

_ No, estoy bien, Gerardo. No te preocupes_ repuso afable, Morelli.

_ Me deja tranquilo. Como lo vi pálido, pensé que le pasaba algo grave.

_ Es el calor. Seguramente, me bajó un poco la presión. Pero ya estoy un poco mejor. Gracias.

_ ¿Necesita algo más, doc?

Morelli le mostró la carta sin hacer alusión a su contenido.

_ La encontré en mi puerta recién cuando salí_ dijo._ ¿Me la dejó usted?

_ Sí, como hago con toda la correspondencia de todos los departamentos_ repuso Gerardo._ Cuando llegué hoy temprano, revisé el buzón como hago siempre, saqué lo que había y lo repartí. La verdad, no me fijo qué es cada sobre que llega porque no me gusta meterme en la intimidad de las personas. Y menos, en la de los vecinos de este edificio. Imagínese que alguno me descubre chusmeando su carta y se enoja. Habla con la administración y me rajan a la miércoles.

_ Usted es leal, Gerardo. No por nada está hace trece años trabajando en este mismo edificio. Se ganó la confianza de todos los vecinos honrosamente. Y bien ganada que la tiene.

_ Está exagerando, doc, me parece.

_ Yo nunca exagero_ y le dio una palmada en el hombro, acompañada de una sonrisa afectuosa._ Ni con mis alumnos exagero, aunque ellos digan lo contrario siempre.

_ Hablando de eso, ¿se va a dar clases?

_ Época de finales. Mandé a más de media clase a rendir examen. Tengo cuatro comisiones para colmo en total. Se dará cuenta que la vida de un docente no es nada sencilla.

_ ¿Y por qué no se dedica solamente a ejercer?

_ Porque dar clases me distiende. Quiero despejarme de los tribunales, de las demandas, de los reclamos, de las apelaciones y de todo ese mundo caótico. En las clases, encuentro esa válvula de escape tan necesaria para huirle a la rutina diaria profesional.

_ Apruebe a todos, eh.  No sea malo con los pibes, que son el futuro de la República.  

_ Si estudiaron, delo por hecho que los voy a aprobar.

_ Antes de que se vaya, no quiero hacerle perder más el tiempo, ¿por qué me preguntó por esa carta que recibió?

Ricardo Morelli se había olvidado por un momento del asunto, pero la inquietud del portero lo trajo de nuevo a su realidad. Se quedó enmudecido unos segundos, pero reaccionó enseguida manteniendo el mismo comportamiento sosegado que hasta entonces.

_ Ah, no, por nada. Son pavadas que me llegan.

_ ¿Pero, todas las semanas, doctor? Es la tercera que recibe en tres semanas y es la tercera vez que me pregunta lo mismo. Puede confiar en mí. Si hay algo en lo que pueda serle útil, dígame nomás.

_ No pasa nada, Gerardo. De verdad. Es propaganda que me llega y que ya me tienen cansado. Una pavada. Que tengas buen día.

_ Igualmente, doc. Suerte con sus alumnos.

_ Gracias, Gerardo.  Después te veo.

Y Ricardo Morelli abandonó el edificio apresuradamente.

No era una pavada en absoluto lo que le estaba sucediendo. Desde hacía tres semanas, alguien de forma anónima le estaba enviando a su domicilio una serie de notas que acusaban una supuesta relación ilícita entre él y una alumna. ¿Pero, quién y por qué? ¿Era alguien de la propia Facultad acaso? ¿Un docente, un administrativo, un alumno? ¿Y quién era la alumna en cuestión? ¿Existía tal relación en verdad?  Eran estas preguntas sin respuestas lo que enloquecía cada vez más a Ricardo Morelli.  

Como llegaba tarde, optó por tomarse un taxi en la esquina de la casa. En medio del viaje, recibió un mensaje de texto a su celular que decía:

No se haga el sota, doctor, eh. Lo suyo con la alumna no se puede borrar con el codo”.

Se exaltó terriblemente porque tuvo la vaga impresión de que lo estaban siguiendo. Pero se apaciguó y se contuvo de perder los estribos. El viaje llegó a su destino, pagó, se bajó y entró a la Facultad de Derecho expectante y en estado de alerta. Al parecer, con todas las personas con las que tuvo trato esa jornada no sabían nada del tema. Su actitud no mentía.

_ “¿O hay alguien que está fingiendo?”_ Se preguntó deliberadamente para sí mismo, Ricardo Morelli. Prefirió entonces intentar sacar el asunto de su cabeza.

Algunos alumnos a los que les tomó examen ese día le preguntaron si se sentía bien porque lo habían notado algo cambiado en su conducta. Pero él, con amabilidad y templanza, les dijo sí, que nada más era el calor. El mismo pretexto que le diera a Gerardo, el portero del edificio en donde vivía. A las alumnas, en general, las trató con mayor indiferencia y distancia, lo que dejaba entrever que el doctor Morelli entró realmente en pánico.

Una vez que terminó de tomar los finales y antes de retirarse, preguntó en la oficina de docentes si alguien había preguntado por él o si habían dejado algo a su nombre. Los profesores presentes en ese momento lo miraron extrañados y le respondieron que no, que por qué lo preguntaba.

_ Nada, nada_ repuso Morelli, levemente nervioso._ Estoy esperando desde hace días una encomienda importante que ya me tendría que haber llegado y no me llegó. Supuse que tal vez la habían mandado por equivocación acá. Es eso, nada más.

_ Vos sabés mejor que nadie, Ricardo_ dijo otro docente_ que acá está prohibido recibir encomiendas, postales, cartas o lo que fuere de índole personal.

_ Sí, sí, ya sé. Pregunté porque me preocupa la demora que están teniendo para enviármelo.

Ahora estaba claro que Ricardo Morelli se había vuelto paranoico.

El mismo docente que le hizo dicha aclaración, lo escrudiñó solemnemente con un aire de preocupación acentuada.

_ ¿Vos está bien, Morelli?_ se animó a preguntarle abiertamente frente al resto del equipo docente.

Morelli lo evadió con la mirada y sin deponer los nervios que paulatinamente lo estaban consumiendo, le replicó.

_ Perfectamente. Nos vemos el viernes.

Agachó la mirada y se retiró precipitadamente. De regreso a su casa, recibió otro mensaje de texto del mismo número desconocido.

No te quieras hacer el Santo ahora, Morelli. El 18 sé que le tomás examen a ella. Te voy a ir a buscar, te voy a dar una buena paliza porque te lo merecés porque sos un pervertido y un acosador de mierda y te voy a exponer frente a toda la Facultad para que sepan lo que sos”.

Se agitó abruptamente. Las palpitaciones aumentaron su ritmo de forma desmedida. Pero se controló enseguida y simplemente ignoró el asunto.

Cuando llegó al edificio y antes de entrar, recibió otro mensaje de texto que expresaba:

Ojo, eh, porque te tengo vigilado noche y día, 24 por 7. Así que, no te hagas el vivo, ¿escuchaste? Porque la vas a pasar muy mal. Y encima, te delato. ¿Quedó claro?”.

Ricardo Morelli volvió a ignorar este otro mensaje aunque sin lograr que los nervios y el miedo se desvaneciesen, entró al palier, se dirigió al ascensor, subió y marcó su piso. Iba a abrir la puerta de su departamento con llave cuando vio una nota enrollada, colocada en la manija. La tomó con cuidado, observó para todos los costados y la abrió, agitado y temeroso. Decía:

“¿Impaciente por saber quién soy, Morelli? Nunca lo vas a saber. Preocupate por lo que yo sé de vos y de tu alumna. Que descanses… Si podés”.

Entró a su departamento impotente, irascible y sumamente nervioso. Gritó enfáticamente y vocieferó a los cuatro vientos.  Al fin, se largó a llorar compulsivamente para terminar de descargar el enojo que todavía convivía en su cuerpo y que se resistía a abandonarlo.

Se tomó un somnífero y se acostó a dormir temprano.

A la mañana siguiente, le preguntó nuevamente al portero lo mismo que la vez anterior, y todas las anteriores también, y le agregó otra duda: si alguien había ido a preguntar por él. Las dos respuestas de Gerardo, que empezó a preocuparse seriamente por Ricardo Morelli,  fueron negativas.

A la tarde salió a hacer unas compras. Tuvo todo el tiempo la extraña sensación de que alguien lo estaba siguiendo. Desconfiaba de todas las personas que se cruzaban con él en la calle y en los comercios.

A la noche, otro mensaje.

Dos días y se te termina todo. Acordate que te tengo muy bien vigilado”.

Otra vez los impulsos y la exaltación, y otra vez tuvo que ingerir un somnífero para poder conciliar el sueño sin interrupciones. Quería evitar el colapso mental. Pero para que eso fuese posible, tenía que controlar la crisis nerviosa que estaba padeciendo por culpa de alguien que lo acechaba y que lo amenazaba con un secreto entre él y una alumna suya que iba a exponer públicamente el día 18.

La mañana siguiente fue 17. La misma rutina y las misma preguntas a Gerardo, el portero, que ya a esa altura no tenía ni la más mínima duda de que algo grave le estaba ocurriendo a Ricardo Morelli, aunque éste se lo negara repetidamente. Igualmente, no podía hacer nada si así lo deseara.  Hasta el propio Morelli llegó a pensarlo, que acudir a la Policía a radicar la denuncia sería una pérdida absoluta de tiempo.

Otro mensaje de camino a la Facultad, otro mientras tomaba examen, otro cuando regresó a su departamento y otro a la noche. Este último resultó el más estremecedor de los cuatro.

Mañana, Morelli. Finalmente, mañana se va a hacer justicia y tu alumna va a estar finalmente fuera de tu alcance de una vez por todas y para siempre. Tratá de dormir esta noche si podés, aunque dudo mucho que puedas conciliar el sueño”.

En algo tenía razón el recado: el doctor Morelli no durmió en paz esa noche. No pegó un ojo en toda la noche y eso se le notó a la mañana cuando se levantó. El supuesto día había llegado. Morelli estaba intranquilo y más nervioso que de costumbre.  Tomó un café apurado y con la misma rapidez impulsada por los propios nervios que tenía, bajó hasta el palier, le balbuceó un “hola” indiferente, distante y apagado a Gerardo, el portero;  y salió a la calle dispuesto a comerse crudo a todo el mundo. Morelli estaba decidido… ¿A qué?

Paró un taxi en la esquina de su casa, subió y le indicó el destino al conductor sin desearle los buenos días. En medio del trayecto, un mensaje:

Su taxi va medio lento Morelli, ¿qué le pasa al chofer? Parece que está más dormido que usted. Relájese hombre, que en un rato, comienza la diversión”.

Si Ricardo Morelli dudaba de la veracidad de algunas cosas que el desconocido le dijo en ocasiones anteriores, con este último mensaje las terminó de confirmar sin lugar a dudas.  Se aterró. Miró para todos los costados completamente asustado. Su estado era frágil y vulnerable, y estaba sumido en una desesperación abrumadora.

Le indicó al taxista que lo dejase en la próxima esquina. Abonó y descendió del vehículo aterrado. Se bajó a cinco cuadras de la Facultad. Después de que recibiera ese mensaje, optó por completar el trayecto a pie, aunque quizás continuar en el taxi hubiese sido más seguro.

Caminó esas cinco cuadras paranoico y sumamente asustado, a tal punto que se ganó la mirada estupefacta y desconcertante de un número ilimitado de transeúntes.

Arribó a la Facultad. Antes de ingresar, otro mensaje.

La corbata no te combina con el color del saco. Un abogado tan respetado como vos tiene que cuidar esos detalles. La estética es muy importante en tu profesión. No importa. Estás asustado, te cambiaste apurado, lo entiendo. Cuando le vayas a tomar examen a ella ahora en una media hora más o menos, todo se termina. Preparate para la ruina y la humillación en público, Morelli. No te tendrías que estar en absoluto preocupado. Sos abogado, después de todo. Así que, te viste obligado a humillarte en público ciento de veces”.

El doctor Morelli volvió a ponerse en alerta y miró para todos los costados, asustado, antes de poner un pie adentro de la Facultad. Cuando se cercioró de que no había peligro alguno, entró corriendo y se encerró en el baño a llorar y a hacer berrinche para descargar toda la impotencia que tenía metida adentro. Lo descubrió un colega. Lo calmó, le preguntó qué le sucedía y le metió una excusa cualquiera, que no viene al caso. Su colega le preguntó si estaba en condiciones de tomar examen y Morelli respondió que sí, prácticamente renovado. Su colega se fue y él quedó solo unos instantes. Se lavó las manos, se miró en el espejo, se lavó la cara, respiró hondo, se mentalizó que todo iba a estar bien y salió con firmeza.

Entró al aula. Todavía no había llegado nadie. En esos momentos, le entró otro mensaje de texto.

Ojo con lo que vas a hacer con ella, eh… Pensalo bien Morelli, no seas boludo. Vos sabés muy bien lo que tenés que hacer cuando te toque tomarle examen”.

Cerró el celular con impotencia y lo revoleó contra la mesa. No se rompió de milagro. Todavía funcionaba.

_ “No me vas a ganar, hijo de puta. No me vas a ganar. No me conocés, no sabés con quién carajo te metiste, pelotudo”, se dijo Ricardo Morelli para sus adentros.

Llegaron los alumnos. Los cuatro primeros rindieron sin problema. La siguiente alumna que rendía y que se sentó cara a cara con Morelli a solas fue Dolores de la Fuente.

La expresión de Dolores era de pánico. La de Morelli, de soberbia y malicia.

_ ¿Pensaste en mi propuesta?_ preguntó Morelli con descaro.

_ Ya le dije que no voy a tener nada con usted_ respondió Dolores de la Fuente, decidida._ Deje de buscarme, de mandarme mensajes, de perseguirme. No va a conseguir nada.

_ ¿Es tu respuesta final esa?

Dolores asentó con la cabeza, tímidamente.

_ Entonces, dudo mucho que apruebes. Espero que te hayas preparado muy bien para hoy.

Llegó otro mensaje. Morelli lo leyó con arrogancia.

Más vale que la apruebes, sorete. Porque te juro que te hago mierda. De esta no te salvas, basura”.

Lo ignoró. Iba a formularle a Dolores la primera pregunta, cuando recibió un segundo mensaje.

Pensá muy bien lo que vas a hacer, porque estoy a punto de mandar un mail en cadena a toda la Facultad para mandarte al frente. De un modo u otro, te voy a exponer. La forma en que eso va a ocurrir depende pura y exclusivamente de vos”.

Ricardo Morelli se animó a por primera vez a responder.

No tenés pruebas, infeliz. Si tenés huevos, da la cara. Te estoy esperando, cagón”.

Afuera empezaron a sucederse ruidos extraños que no se sabían que donde provenían. Al principio, no ocurrió nada. Pero a medida que los ruidos se hacían más notorios, Morelli se empezó a intranquilizar paulatinamente.

Recibió una llamada. Atendió asustado. Del otro lado de la línea se oyó una respiración agitada que detentaba odio. Atrás una voz masculina levemente distorsionada que dijo: “Voy por vos, Morelli. Preparate, pedazo de hijo de puta” y atrás la respiración de nuevo que no cesaba.

Ricardo Morelli ahora verdaderamente se asustó, exhaló un grito de pánico y abandonó el aula súbitamente, dejando a Dolores completamente sola.

Morelli renunció a su cargo sin dar ninguna explicación al respecto y tiró el teléfono a la basura. Salió de la Facultad profundamente asustado y nunca más se lo volvió a ver por esos pagos. Otro profesor tomaría los exámenes que él dejó pendiente y se llamaría a concurso para cubrir su vacante al frente de la cátedra de Derecho Penal.

 

Unas semanas antes…

 

_ El tipo empezó a coquetear conmigo_ le explicaba Dolores de la Fuente a León Betancourt._ Al principio, todo bien. Me gustaba, me parecía un tipo macanudo. Obvié el tema de la relación alumna-profesor porque me parece una estupidez total eso. Salimos un par de veces a bares, shoppings, todo lejos de la Facultad porque no quería que lo vieran y correr el riesgo de que lo echaran. El tipo amoroso al comienzo. Y de repente, un día me dijo, cuando me mandó a final, que si quería aprobar la materia en esa instancia, que tenía que tener con él una serie de encuentros íntimos.

_ En otras palabras, quería acostarse con usted_ interrumpió León Betancourt.

_ Sí. Pero, yo no quería saber nada en acostarme con él. Y menos por una nota. Se confundió conmigo.

_ Y lo tomó mal de seguro, como es de imaginarse.

_ Sí. Me empezó a perseguir, a mandarme mensajes obscenos a cualquier hora, a llamarme porque sí… Me acosó en otras palabras. Y estas actitudes continúan. Es una pesadilla. No me deja en paz en ningún momento del día. Y para colmo, me dio un ultimátum. Me dijo que si para el día del final, que es ahora el 18 de diciembre, no le digo que sí en acostarme con él, me hace recursar la materia. Y me la va a hacer recursar todas las veces que sean necesarias hasta que le diga que sí.

Suspiró de impotencia y continuó.

_ Es un arrogante de cuarta el tipo ese. Ni en sueños le diría que sí a un ser tan despreciable como él. ¿Usted puede ayudarme?  ¿Puede hacer algo para que me deje en paz y me apruebe en el examen?

_ No le garantizo que la vaya a aprobar_ repuso el detective._ Si usted estudia y es aplicada, las chances de aprobar la materia entonces son altas. Pero sino, puede que rinda mal.

_ ¿Qué me está diciendo, Betancourt?

_ Lo que le garantizo es que el profesor que le vaya a tomar el examen va a ser otro. Y que va a ser justo e imparcial, como debe ser, a la hora de calificarla.

_ Lo dice como si fuera fácil sacarme a Morelli de encima.

_ ¿Morelli cuánto es el nombre del insolente este?

_ Ricardo Morelli. Es abogado y titular de la cátedra de Derecho Penal de la UBA. Es la materia que me llevé precisamente.

_ Despreocúpese, Dolores.  El doctor Morelli ya no va a ser una molestia para usted ni para nadie.

_ ¿Qué le va a hacer?

_ Lo voy a obligar a que renuncie. Y créame que con lo que tengo pensado en mente hacer, va a renunciar. Eso se lo aseguro.

Dolores de la Fuente se sintió aliviada. Sabía que desde ese momento estaba en muy buenas manos.

 

 

domingo, 14 de febrero de 2021

Detective de artificio / El paciente clave

 


                                        

León Betancourt estaba atareado en su oficina abarrotada de sus más fieles colaboradores. Era claro que no podía hacerse cargo él solo de todos los casos que le llegaban. Así que, era menester delegar responsabilidades en terceros. Por lo general, las estrategias eran elaboradas por él mismo aunque a veces permitía que el resto propusiera alguna idea para resolver el caso asignado. Eso además le servía para despejar su cabeza un poco y clarificar las ideas. Estaba sentado en su escritorio leyendo unos documentos, cuando fue interrumpido por Germán, uno de sus colaboradores más antiguos y leales.

_ León_ le dijo Germán a Betancourt, entrado en confianza._ Hay un caso que no podemos resolver. Es sencillo, pero no se nos ocurre ninguna solución efectiva. ¿Nos podrás dar una mano o estás ocupado?

_ No, estoy libre_ respondió el detective, afable y distendido._ ¿De qué se trata?

_ Hay un grupo de gente en situación de calle que se refugió en un baldío que está justo atrás de un enorme edificio. Los vecinos se quejan que su presencia les molesta. No hacen nada, pero el edificio es de categoría y está emplazado en una zona residencial de un alto nivel de vida. Imaginate que todo vagabundo e indigente en situación de vulnerabilidad es totalmente incompatible con esta clase de gente. Ellos no molestan, mismo el resto de los vecinos lo confirma. Pero la realidad es que todos los propietarios del edificio ya metieron más de veinte denuncias en la Comisaría del barrio.

_ ¿Procedieron legalmente?

_ No, si no hay delito. Los policías ya se cansaron de las denuncias de estas personas. Y le hicieron llegar su reclamo al fiscal general de la zona. Pero no les da bolilla. Y francamente, me preocupa que la Fiscalía avance contra estos pobres linyeras nada más que por el capricho insolente de unos ricachones.

_ Es claro, Germán, que el fiscal general ostenta el mismo nivel de vida que los propietarios del edificio en cuestión. Lo une un sentido de pertenencia. Es evidente que no se va a tirar en su contra. Y los policías no pueden pasar por encima las órdenes de ningún fiscal ni mucho menos de ningún juez.

_ ¿Entonces, cómo lo solucionamos? Porque es injusto lo que le hacen a esta pobre gente, que no tiene la culpa de estar en la situación en la que está.

_ ¿Llamaron al Gobierno de la Ciudad para que trate de ubicarlos en albergues?

_ Sí. Y dicen que no hay cupo. Que la lista de espera es interminable. Son insensibles.

_ Pretextos baratos para no hacerse cargo de un problema que es íntegramente de su competencia.   

_ ¿Qué hacemos entonces?

_ Hay que proceder contra los propietarios del edificio.

_ ¿Y cómo? Son más de cien. Es imposible.

_ En esta profesión, nada es imposible, Germán. Absolutamente nada.

_ ¿Entonces?

_ Vos te vas a hacer pasar por un arquitecto de la compañía que construyó el edificio. Vas a decir que en los planos se detectó una falla que pone en peligro al edificio y que es urgente que se muden lo antes posible porque existe un inminente peligro de derrumbe. Gastos de mudanzas y la reubicación en otros departamentos corre por cuenta de la compañía. Vas a llevar una lista con los nombres de todos los propietarios y el nuevo domicilio que se le asignó a cada uno. Aclarales que no es permanente, más bien temporal. Y que una vez que esté solucionado, van a poder retomar a sus hogares sin mayores complicaciones. El tiempo que el edificio permanezca deshabitado, me va a permitir pensar cómo ayudar a esta pobre gente. Seguramente, los traiga para acá a colaborar conmigo. Necesitamos gente nueva todo el tiempo. La cuestión es que cuando los propietarios vuelvan al edificio, estas personas ya no sean un problema para ellos.  

_ La estrategia es muy buena y totalmente efectiva. La lista de propietarios te la puedo conseguir en la administración si la necesitás, eso no es problema. ¿Pero, cómo hacemos para que realmente crean que soy  uno de los arquitectos que trabaja para la compañía que construyó el edificio? Van a averiguar si es cierto con el arquitecto verdadero y nos van a descubrir. Además, León, pensá en los gastos que implica esta idea tuya. La logística, el enojo que me voy a tener que comer por parte de la mayoría de ellos…

_ Primero: vas a ser considerablemente recompensado, Germán. Siempre respondiste  de manera óptima en todos los trabajos en los que te tocó involucrarte. Y segundo: no tenés de qué preocuparte. Tengo todo minuciosamente pensado y diseñado. Hoy mismo me pongo en campaña.

_ Muy bien. Como vos digas.

_ Avisame cuando esté hecho. Esto no nos puede demorar más de una semana.

Germán iba a retirarse cuando retrocedió precipitadamente.

_ Me olvidaba. Afuera te espera una mujer. Dice que necesita hablar con vos urgente.

_ ¿Una clienta?

_ Eso parece.

_ Hacela pasar, por favor.

Cinco minutos después, la dama en cuestión estaba parada enfrente de León Betancourt en actitud tímida y deshonrosa. Era relativamente joven y llevaba puestos unos anteojos oscuros y un pañuelo que envolvía por completo su cabeza.  Betancourt la examinó de forma impertinente y antiética.

_ Le preguntaría por qué lleva esos anteojos puestos en un día gris como el de hoy_ dijo Betancourt_ y sería evasiva con la respuesta. Le pediría amablemente que se los quitara pero tampoco lo haría porque no quiere que vea los moretones que tiene en ambos ojos por los golpes que le propina su marido.  Su actitud arrepentida y tímida la hacen ver a usted como la culpable de las reacciones violentas de su marido. Pero permítame decirle algo: usted no tiene la culpa de nada. Tome asiento, por favor.

La mujer cedió en su modo y aceptó la invitación del detective.

_ Creo que fui una estúpida al pretender considerarlo a usted un total incrédulo. Era sabido de antemano que no iba a poder engañarlo_ repuso ella, rendidamente.

_ ¿Su nombre, por favor?

_ Antonela Ortega.

_ Me presentaría. Pero doy por sentado que sabe mi nombre.

La mujer asintió con un leve movimiento de cabeza, al que le siguió un instante de silencio.

_  ¿Por qué quiere ocultar lo que le pasa?_ volvió a tomar la palabra Betancourt.

_ Supongo que para no dar lástima_ respondió la señorita Ortega entre cavilaciones.

_ Usted no tiene que sentir lástima por nada porque usted no hizo nada malo. El que realmente tiene que sentir lástima de lo que hace es su esposo, que la golpea y la agrede injustamente. Dígame una cosa. ¿En qué otras partes del cuerpo tiene magulladuras?

_ En los antebrazos, en los hombros, en  las rodillas, en las pantorrillas, en las manos, que las tengo hinchadas… En fin, por todos lados. Ya no hay crema que recubra las marcas y las oculte.

_ ¿La agrede verbalmente también?

_ Todo el tiempo.

_ ¿Qué clase de agresiones?

_ Insultos, verborragias, cargadas, humillaciones en público… 

_ ¿Hizo la denuncia?

_ Una y mil veces, y la Justicia no hace nada. Nada de nada. Y no quiero irme por miedo a que me encuentre y me haga algo.

_ ¿Y separarse tampoco es una alternativa viable?

_ No quiero provocar en él una reacción que después termine pagando caro.

_ ¿Habló con algún abogado? ¿Pidió algún tipo de restricción perimetral?

_ Este tipo de casos, los abogados no los toman. Ellos saben muy bien cómo se manejan estas cosas en los tribunales y no quieren arriesgarse. Y en cuanto a la perimetral, sí. Me la otorgaron tres veces pero él la violó y de ahí en más, denegaron todas mis demandas y solicitudes. En cada oportunidad que pedí la perimetral, él estuvo preso uno o dos días. Y no tenía permiso de acercarse por los treinta días de validez que tenía la orden de restricción. Pero a él no le importó nada… Igual que a la Justicia. Es triste y doloroso decirlo, pero es la realidad. Y a no ser que usted me ayude, el calvario al que estoy sometida va a ser eterno. 

_ ¿Cómo se llama su marido?
_ Álvaro Ontivero.

_ ¿Y hace cuánto que empezó esta situación de violencia?

_ Hará un poco más de un año. Todo empezó por una diferencia de opinión en un almuerzo familiar. Él se puso agresivo y parte de mi familia y la suya lo atajó. Pero esa noche cuando llegamos a casa, me acusó de haberlo humillado delante su familia y bueno… Todo se fue de control y sigue hasta hoy día. Pero ya no aguanto más, ¡ya no aguanto más!

Y Antonela Ortega se largó a llorar compulsivamente y León Betancourt la contuvo.

_ ¿Tiene algún lugar adonde pasar la noche? ¿La casa de una amiga, un pariente?

_ Mis parientes no son de Buenos Aires. Están todos en Tierra del Fuego.

_ Le conseguiré algún lugar, despreocúpese. Y tampoco se haga problema por la reacción de Álvaro porque no vaya a dormir a su casa esta noche. Yo me encargo de todo.

_ ¿Es necesario pasar la noche en otro lado?

_ Sí, así usted está tranquila y yo puedo preparar un plan de acción tranquilo también.  

_ Deposito toda mi confianza en usted, Betancourt.

_ Vaya tranquila y espere afuera. Yo me voy a encargar de absolutamente todo.

Antonela Ortega abandonó el despacho de Betancourt con un ápice de esperanza que destilaba notoriamente de la expresión de su rostro, y atrás suyo entró Germán, que cerró la puerta una vez adentro.

_ ¿Todo bien, León?

_ Un poco aturdido, nada grave. El problema de esta pobre mujer es mucho más importante que el resto de los casos y tiene prioridad por sobre todos ellos.

Germán abrió los ojos enormemente.

León Betancourt tomó lápiz, papel, hizo una serie de anotaciones, dobló la hoja en cuanto terminó y la entregó en sus manos.

_ Ese es el plan detallado del caso de los linyeras. Yo te aviso cuando arregle todo así lo ponés en marcha inmediatamente.

_ Bien. ¿Necesitás algo más?

_ Necesito que me designes a dos mujeres para trabajar en este otro caso y una casa deshabitada en las afueras de la ciudad, con paredes blancas en lo posible.

_ ¿Paredes blancas sí o sí?

_ Sí o sí, Germán. Conseguime también una camilla con ataduras, sueros, instrumental quirúrgico, insumos médicos de toda clase y tamaño, frascos con cualquier líquido adentro, sangre artificial y un somnífero. Y complementá todo esto con cualquier aparato, insumos o lo que fuera que se utilice habitualmente en un manicomio.  

Germán escrudiñó a Betancourt enteramente absorto, desencajado y fuera de sí.

_ ¿Qué tenés en mente, si puedo saber?_ preguntó Germán totalmente abatido por la intriga y la incertidumbre.

_ No, no podés saber. Ocupate de lo que te encargué cuanto antes, por favor. Y procurá que a esta mujer, Antonela se llama, no le falte nada. Atendela y sé gentil con ella.

Germán abandonó el despacho de León Betancourt observándolo cargado de misterio y recelo.

A la mañana siguiente, temprano a las ocho, Betancourt visitó a Álvaro Ontivero en su domicilio. Aquél abrió la puerta desconfiado e invadido por una evidente ira que lo estaba dominando contra su voluntad.

_ ¿El señor Álvaro Ontivero?_ preguntó cordialmente León Betancourt.

El hombre en cuestión respondió afirmativamente de forma violenta y agresiva.

 

                                                                        ***

Cuando Álvaro Ontivero despertó, se sentía mareado y le dolía terriblemente la cabeza. Quiso levantarse, pero se dio cuenta que estaba atado de pies y manos en una camilla. Se desesperó, intentó liberarse de cualquier manera pero todos sus esfuerzos resultaron en vano.

_ ¿¡Hola!? ¿¡Alguien me escucha!?_ gritó exasperado.  Pero nadie respondió.

Se desesperó al ver que le habían extraído sangre mediante un suero. Pero logró mantener la calma y respiró hondo para terminar de relajarse.

Escrudiñó puntillosamente el lugar en el que estaba prisionero. Era una habitación desnuda y de paredes blancas, sin ninguna salida al exterior, a excepción de la única puerta por la que se accedía a dicha habitación y que desconocía a dónde derivaba. No sabía tampoco hacía cuánto tiempo estaba ahí ni cómo llegó ni si era de noche o de día. Estaba completamente solo y aislado del mundo. De repente, una enfermera entró con cautela, observó que había despertado, sonrió y llamó al médico.

_ ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Venga rápido! ¡El paciente ya despertó!

El desconcierto de Ontivero era total y absoluto.

Un hombre alto, de buen porte, cabello negro y ojos saltones entró y miró al señor Ontivero con entusiasmo.

_ Por fin_ pronunció en seco._ Déjeme presentarme, soy el doctor Américo De Luca, médico psiquiatra.

_ ¿Cómo médico psiquiatra?_ indagó Álvaro Ontivero más confundido que nunca._ ¡Soy una persona perfectamente sana! ¿Qué hago acá y qué es este lugar? Le exijo que me desate inmediatamente.

_  Está atado por su propia seguridad y por la de todos.

De Luca se volvió hacia la enfermera y le indicó que le tomara la temperatura a Ontivero.

_ 35, doctor_ afirmó la enfermera.

_ Bajó_ agregó el doctor De Luca._ Cuando lo ingresamos esta mañana a la clínica, volaba de fiebre.

_ ¿Cómo que me ingresaron esta mañana?_ preguntó asustado Álvaro Ontivero.

_ ¿Usted no se acuerda de nada?_ refutó el psiquiatra.

_ No, doctor. ¡No entiendo qué hago acá ni de qué se trata toda esta locura!

_ ¿Realmente no recuerda cómo llegó hasta acá?

_ ¡Le digo que no!

La enfermera controló el suero y le administró gotas de un medicamento preciso  por orden del doctor Américo De Luca.

_ ¿Qué puso en el suero? ¿Me quieren envenenar acaso? ¿Y para qué me extrajo tanta sangre?

_ Es un calmante, descuide. Nadie va a lastimarlo acá. Al contrario, queremos ayudarlo.

_ ¿Ayudarme para qué? ¡Yo estoy perfectamente bien!

_ Mire, voy a dejar los misterios de lado y voy a pasar a contarle brevemente el porqué de su presencia en nuestra institución. Usted es una persona agresiva y muy violenta. De hecho, sabemos perfectamente que golpea a su mujer sin justificación alguna.

_ ¿Quién le comentó semejante barbaridad?

_ No intente negarlo porque sabemos que es cierto. Hay una gran cantidad de denuncias en su contra, todas radicadas por su propia esposa, Antonela Ortega. La misma a la que usted agrede gratuitamente porque tiene ganas.   

_ ¡Eso es mentira!

_ Está en su naturaleza ser violento, agresivo y salvaje. Y se desquita con la persona más indefensa y vulnerable: su propia esposa. Pero déjeme decirle que este comportamiento no es más que el producto de una enfermedad bastante frecuente y que se comporta de formas muy disímiles de acuerdo al cuerpo que invade.

_ ¿Qué enfermedad? ¿De qué mes está hablando, doctor? Ya le dije que soy una persona completamente sana.

_ Si ciertamente lo fuese, ¿por qué es violento con su mujer al punto que ella tenga que denunciarlo?

_ ¡Porque me saca!

_ ¿Y por qué lo saca? Porque ese es un síntoma característico de su patología.

_ Le reitero que soy un hombre completamente sano.

_ Usted padece de esquizofrenia.

_ No. Debe…

De Luca lo interrumpió abruptamente.

_ Por favor, déjeme hablar a mí o le voy a solicitar a la enfermera que le administre una dosis mucho más fuerte del calmante que le dimos recién.

Álvaro Ontivero cedió obstinadamente.

_ Le decía_ continuó explicando el médico_ que usted padece de esquizofrenia. Se la descubrimos tarde lamentablemente. Por eso no puede controlar sus ataques de ira contra su esposa. Cualquier cosa que ella haga, por más mínima que sea, usted no la tolera y se desquita salvajemente. Si lo hubiesen tratado unos años antes, no estaríamos en esta situación ahora y su esposa estaría bien.

_ Ella está bien. Es feliz conmigo.

_ Los estudios que le hicimos, señor Ontivero, revelan un exceso de anticuerpos nada convencionales que su cuerpo genera. Su caso es único. Es sorprendente que una enfermedad que ataca al sistema nervioso central genere anticuerpos de un origen desconocido en la sangre. Y estimamos que la esquizofrenia  la puede producir un virus del que hasta ahora no teníamos conocimiento. Y que gracias a usted, sabemos que existe.

_ Es increíble cómo la ciencia nos sorprende_ intervino la enfermera amablemente._ Nunca imaginamos que una enfermedad así podía producirla un virus. Pero sabemos que existen millones de virus con un potencial dañino incalculable, muchos de los cuales todavía no han sido estudiados.

_ Es un delirio lo que me están diciendo.

Américo De Luca le mostró a Álvaro Ontivero todos los estudios que le practicaron, que confirmaban la enfermedad, acompañados con explicaciones claras y detalladas.

_ ¿Lo ve?_ dijo el doctor De Luca, cuando le terminó de mostrar todos los estudios a Álvaro Ontivero.

Álvaro Ontivero estaba realmente aterrado.  

_ Pero no todo es tan malo_ siguió el médico._ Usted es el paciente clave. ¿Sabe lo que eso significa?

_ ¿El paciente clave?


_ Sí. El paciente clave. Su organismo, concretamente su sangre, contiene la clave para encontrarle definitivamente una cura a la esquizofrenia. Incluso, una cura para usted mismo.

_ Todo esto parece una pesadilla.

_ Le reitero que usted no tiene la culpa de su enfermedad ni tampoco tiene la culpa de que no se la hayan descubierto antes. Nosotros podemos curarlo y su sangre puede ayudar a todos los enfermos de esquizofrenia a recuperarse. Absolutamente a todos.

_ ¿Y cómo mi sangre me puede ayudar a mí y al resto?

_ No sabemos la forma todavía, pero sabemos que la solución es real. Acá no tenemos los recursos adecuados para realizar los estudios que necesitamos realizar para abordar el tema como corresponde y encontrar la solución definitiva y su consecuente aplicación.

_ ¿Entonces, de qué sirve? Mire, a mí se me hace que todo esto es una experimento ilegal y lo puedo denunciar por eso.

_  No hay nada ilegal acá, Ontivero. Son procedimientos legales avalados por el gobierno. Y tenemos además el aval del Ministerio de Salud de la Nación. Todo esto va a permanecer en la más absoluta confidencialidad hasta que tengamos la solución definitiva al problema.

_ ¿Qué solución? ¿De dónde va a sacar los recursos?

_ Tenemos un viaje financiado por el gobierno a Groenlandia. Ahí podremos hacer todas las investigaciones y los estudios que queramos y creamos pertinentes. Allá usted por supuesto tendría un hogar y un trabajo digno. Al principio, estará en la clínica que nos designen por unos meses con posibilidades de salidas transitorias conforme vaya mejorando, claro está. Cuando la recuperación sea notoria, podrá abandonar la clínica y seguir el tratamiento en el domicilio. No le va a faltar absolutamente nada, el gobierno se va a ocupar de todo.

El doctor Américo De Luca le extendió una serie de documentos legales a Álvaro Ontivero, que aquél leyó detenidamente y firmó dando su consentimiento al proceso médico y a todo lo allí estipulado.

_ ¿Por cuánto tiempo tendría que irme a Groenlandia?_ inquirió Ontivero, más sumiso y calmado.

_ Por un plazo mínimo de tres años. Si todo resulta bien y a usted le interesa, puede quedarse a vivir definitivamente allá. Yo puedo gestionarlo con mi nexo en el gobierno, llegado el caso.

_ ¿Mis cosas? Tengo que ir a mi casa a buscarlas.

_ No va a ser necesario eso. Nosotros ya nos ocupamos. Le guardamos lo indispensable.

Álvaro Ontivero no objetó la decisión y se puso a disposición de los médicos. Tres días más tarde, partió para Groenlandia en un vuelo privado, acompañado por personal médico.

 

                                                                     ***

 

 

Nuevamente en el despacho de León Betancourt.

_ ¿Qué le hizo a Álvaro?_ preguntó intrigada, Antonela Ortega._ Me llamó por teléfono hoy a la mañana, todo sumiso, tranquilo. Me pidió perdón por todo, que lo que pasó no fue su culpa, que era largo y difícil de explicar… Me habló de un viaje, de salvar vidas… No entiendo absolutamente nada, Betancourt.

_ No tiene porqué entender tampoco_ respondió León Betancourt._ Lo importante es que a partir de hoy va a poder comenzar una nueva vida lejos suyo. Permítase disfrutar y darse todos los gustos, no se prive de nada, señorita Ortega. Es una mujer entera y renovada.

La joven mujer lo contemplaba con admiración e intriga a la vez,  aún sin llegar a dilucidar el trasfondo del asunto. 

La conversación fue interrumpida por Germán, que ingresó al despacho tras una indicación de Betancourt, acompañado de unos caballeros.

_ Ellos son los nuevos empleados_ los presentó Germán._ Están a tu entera disposición.

León Betancourt dejó escapar una sonrisa de satisfacción.

_ Bienvenidos_ les dijo con ímpetu.

Eran los linyeras del otro caso.