Germán golpeó la puerta del despacho de León Betancourt y entró tras una indicación suya.
_ El caso Moldes está resuelto_ comentó Germán._ Tu idea resultó sumamente efectiva para resolver el problema en cuestión.
_ Recordame el caso, por favor_ le solicitó amablemente, León Betancourt.
_ Agustín Moldes, el tipo que mató a su esposa y la Justicia no lo agarraba por las influencias que tenía.
_ Ah, sí. Ya me acuerdo. Que el juez alegaba que no había pruebas suficientes para procesarlo y condenarlo.
_ Exacto. Que Nora, nuestra cliente, dijo que las pruebas estaban encajonadas. Bueno, el plan resultó. Moldes está en cana. Unieron las pruebas que tenían, que al final eran incriminatorias, con la confesión que obtuvimos mediante la estrategia tuya.
_ ¿La de someterlo al encierro forzado?
_ Si bien dijiste que cuando una persona se queda encerrada en un espacio reducido, tiende a entrar en pánico y confesar cosas inimaginables, desechaste la idea enseguida porque implicaba que nuestro cómplice lo grabara y esa grabación iba a ser inadmisible en el tribunal por haber sido obtenida mediante procedimientos contrarios a las leyes. Entonces, se te ocurrió otra cosa mejor y mucho más sutil.
_ Ah, ya me acuerdo. Que firmara la confesión engañado.
_ Vos lo dijiste.
_ Contame. ¿Qué pasó?
_ Redacté la confesión siguiendo taxativamente al pie de la letra tus indicaciones y mezclé el documento entre otra serie de papeles con apariencia legal. Visité a Moldes haciéndome pasar por el productor de la compañía de seguros para redundar los términos de la póliza del seguro de vida de su esposa. Le expliqué en detalle las condiciones y le di a firmar los supuestos documentos de la póliza. Metí la confesión del asesinato entre medio de los otros papeles y el tipo firmó sin leerla. Entró como un caballo. Mientras, yo le hablaba. Ya mandé una copia de la confesión a la compañía de seguros para que Moldes no goce del beneficio de la póliza y otra al abogado de nuestra clienta para que lo presente en el Juzgado. La versión oficial va a ser que Moldes firmó por su propia voluntad con el abogado de la familia como testigo. Y como la aseguradora va a negar que hayan mandado a un empleado suyo a visitarlo, el tipo no va a tener salida.
_ Dicho y hecho, fue lo que ocurrió.
_ Me acabo de enterar que a Agustín Moldes lo metieron en cana hace una media hora más o menos.
Germán le extendió a León Betancourt un papel plegado en partes iguales. El detective lo recibió confuso.
_ ¿Qué es esto?_ preguntó Betancourt, intrigado.
_ Tus honorarios_ repuso Germán._ Nora, nuestra clienta, me lo entregó en persona. Está muy agradecida por haberla ayudado a entregar al asesino de su hermana a la Justicia. Y su abogado te manda un cálido saludo. Ambos se pusieron a tu entera disposición para lo que necesites.
_ Muy bien Germán, gracias. Cuando vaya al banco a cambiar el cheque, te doy la parte que te corresponde por el trabajo.
Germán hizo una reverencia como gesto cordial de agradecimiento.
_ ¿Algo más?_ indagó Betancourt.
_ Sí. Afuera hay alguien esperándote para verte. Me dijo que se llama Guillermo Arzamendia.
_ Hacelo pasar, por favor. Y cerrá la puerta después.
Unos cinco minutos después, el cliente en cuestión estaba a solas con Betancourt en su despacho. Guillermo Arzamendia era una hombre alto, de aspecto informal, pelo negro, de unos 35 años de edad aproximadamente, de buen porte y considerado. Estaba nervioso y le costaba arrancar con el relato, pero León Betancourt lo alentó a que se animara sin miedo.
_ Mi problema no es gran cosa, le anticipo_ inició Arzamendia su relato algo tímidamente._ Es muy probable que comparado con el resto de los problemas que le toca resolver, este le resulte completamente insignificante. Y hasta irrisorio, mire lo que le digo.
_ Ningún problema es más ni menos que otro. Para mí, son todos igualmente importantes y los tomo con la misma seriedad. Así que, soy todo oídos, señor Arzamendia.
Betancourt se cruzó de brazos en actitud preponderante.
_ Mire, le va a resultar raro lo que voy a pedirle_ se animó a hablar Guillermo Arzamendia entrado en confianza._ Estoy casado hace 7 años con Sofía. Es una esposa increíble y una estupenda mujer. Es más de lo que un hombre puede pedir y desear tener. Tenemos nuestras altas y bajas, como cualquier matrimonio constituido. Pero desde hace unos meses, empezamos a estar distantes. Algo pasó que erosionó la hermosa relación que teníamos. Empezamos a vernos menos, a hablarnos menos, a compartir menos cosas juntos… Y bueno.
_ ¿Quién fue el primero de los dos que adoptó esta actitud de distanciamiento?
_ Fue algo que se dio de manera espontánea. No hay un responsable, Betancourt. La cuestión es que en el medio de todo esto conocí a otra mujer. Magdalena se llama. Magdalena Zalvania. Es productora teatral, muy conocida dentro del ámbito del teatro.
_ ¿Cómo la conoció?
_ Ella era socia de la prepaga en la que yo trabajé hasta hace poco como personal administrativo. Siempre la atendía yo. Cuestión que charla va, charla viene, terminamos yendo a un bar juntos a tomar un café. Así empezamos y pasaron cosas. Nos terminamos enamorando y… Bueno. Usted me entiende.
_ Ella se convirtió en su amante.
_ Hace tres meses que salimos. Las cosas con Sofía estaban mal y ella me daba el afecto y la comprensión que yo necesitaba. Yo me refugiaba en Magdalena, básicamente.
_ ¿Cuál es el punto, señor Arzamendia?
_ El punto es que la relación ilícita que mantengo con Magdalena me abrió los ojos y me hizo darme cuenta de lo mucho que quiero a Sofía. Para mí no existe otra mujer que no sea mi esposa. Y siento que no puedo estar haciéndole esto a ella. Más ahora que las cosas empezaron a estar un poco mejor entre nosotros. El punto es que necesito dejar a Magdalena pero no puedo. No sé si es la culpa o qué, pero no puedo dejarla. No puedo, no me sale. Mire que lo intenté, eh. Lo practiqué, lo mentalicé, pero cuando la tengo enfrente, es más fuerte que yo. No puedo. No sé si es la culpa por miedo a lastimarla lo que me impide terminar la relación con Magdalena o es miedo a otra cosa o culpa por otra cosa. La cuestión es que necesito dejar a Magdalena por el amor y respeto que le tengo a Sofía y no puedo. Hasta traté el tema en terapia. Pero no resultó. Y cuando me dijeron de sus habilidades para ayudar a la gente con problemas de toda índole, bueno, decidí venir a verlo para que me pueda dar una mano. ¿Puede ayudarme a dejar definitivamente a Magdalena?
León Betancourt escudriñó a Guillermo Arzamendia con estupor y reflexión a la vez por un tiempo prolongado.
Arzamendia se dio cuenta de la actitud de Betancourt y se mostró arrepentido de haberle consultado.
_ Tenía perfectamente claro antes de venir que la consulta iba a ser una pérdida total de tiempo_ balbuceó Arzamendia con resignación.
_No es eso, Arzamendia_ adujo Betancourt con firmeza y simpatía._ Es que me sorprende gratamente que quiera dejar a su amante y no a su mujer. Son muy pocos los casos en donde se da esta situación a la inversa.
_ Es que, como bien le dije en el relato, necesité estar con otra mujer para darme cuenta que quiero a mi esposa más que a nada en este mundo.
_ Eso habla muy bien de usted. Tiene una moral y unos valores realmente muy elevados. El caso es que voy a ayudarlo a dejar a la segunda mujer en su vida. Ella va a ser en realidad la que lo deje a usted pero manteniendo una relación de amistad. No pretendo arruinarlo, no es la idea.
_ Se lo agradezco mucho.
_ Echar a perder el vínculo que tiene con ella por algo así créame que sería lamentable. No, ustedes dejarán de ser amantes pero intentaré que prevalezca un vínculo de amistad entre ambos. Claro que eso depende exclusivamente de ustedes dos.
_ No sé si podremos seguir como amigos después de lo que tenemos. O vamos a dejar de tener, mejor dicho.
_ Yo voy a ser el nexo para que eso sea posible. Pero le reitero. Que funcione depende pura y exclusivamente de ustedes dos. En cuanto a la estrategia en sí, para que resulte voy a necesitar que usted haga algo.
_ ¿Qué cosa?
_ Que no se hable con ella en los siguientes tres días. No la contacte bajo ningún punto de vista ni bajo ningún pretexto. Es esencial que exista una distancia considerable entre ustedes.
_ No comprendo para qué. Pero, voy a hacerlo. Pierda cuidado.
_ Muy bien. Si ella le escribe para verse, métale cualquier excusa convincente para evitarlo. Sea considerado y delicado para eso. Que ella se lo tome natural y no se ofenda ni se enoje en absoluto.
_ Delo por hecho. ¿Hay algo más que necesite saber de Magdalena?
_ Me dijo su nombre completo y su profesión, no necesito más.
_ ¿Y cómo va a ubicarla?
_ Iba a pedírselo precisamente ahora, Arzamendia.
Guillermo Arzamendia abandonó el despacho de Betancourt confiado aunque algo escéptico en el fondo. Tras su salida, ingresó Germán, al que Betancourt puso al tanto del caso.
_ ¿Enserio el tipo quiere dejar a la amante por la mujer?_ preguntó obnubilado, Germán.
_ Tal como lo escuchás_ replicó Betancourt.
_ ¡Es un fenómeno! El tipo es la antítesis del prototipo del macho argento. No representa al hombre argentino promedio. Qué vergüenza…
_ No digas pavadas, Germán, ¿querés?
_ ¿Qué hombre deja a la amante después de seis meses para volver con la esposa? ¡Nadie, León! Si dejó a la mujer, por algo fue. Y cuando te enganchaste con la amante, al diablo todo. Te quedás con ella. No querés volver a la monogamia rutinaria del matrimonio.
_ Bueno. Pero este tipo parece que sí. ¿Lo vamos a ayudar?
León Betancourt pronunció esto último con lascivia. Germán lo observó extrañado.
_ Sostengo lo que te dije recién. Pero, pobre tipo. Ojo con la estrategia que vayas a emplear, eh… Tampoco sea cuestión de sobrepasarse.
_ Engañó a la mujer con otra. De pobre no tiene nada.
_ Un salame importante, está bien. Cuestión de él qué quiere hacer de su vida. Pero no traspases límites, por favor. Es lo único que te pido, León.
_ ¿Alguna vez me extralimité ayudando a alguien?
Germán negó con la cabeza.
_ Quedate tranquilo entonces, Germán, que no voy a hacer nada descabellado. Todas las mujeres, absolutamente todas, tienen un amor del pasado con el que les gustaría reencontrarse. Un amor inolvidable, apasionado, estremecedor. Ese viejo amor por el que renunciarían a todo con tal de volver a vivirlo.
_ ¿En qué estás pensando?
_ Esa va a ser mi puerta de entrada para la estrategia que tengo planeada ejecutar, Germán. Solo eso voy a decirte. No te preocupes, la idea que tengo en mente es mucho más sencilla de lo que debés estar imaginándote vos en tu cabecita loca. Algo sencillo, pero altamente eficaz.
***
Magdalena Zalvania era una mujer alta, de cabello morocho, ojos marrones y poseedora de una belleza despampanante. Estaba en el teatro San Martín haciendo unos arreglos para una obra que estaba produciendo cuando un empleado del teatro se acercó a entregarle en mano una carta que había llegado a su nombre. Le agradeció cordialmente, esperó a que se retirara y la leyó. Decía:
Estimada señora Zalvania: es grato para nosotros contactarnos con usted para anunciarle que estamos interesados en tener una entrevista laboral en persona lo antes posible. Hemos estado siguiendo muy de cerca su labor y es la persona que cumple con nuestras expectativas de trabajo. La esperamos mañana en Rodríguez Peña 457, tercero D a las 10 de la mañana para una reunión formal. En la misma, será notificada de todos los detalles de la oferta y podrá disipar todas las dudas que quiera. Sin otro particular, la saluda atentamente Martín Pineda, gerente ejecutivo de Sumar Producciones.
Magdalena Zalvania había oído hablar de Sumar Producciones. Era una productora teatral muy reconocida a nivel internacional y una de las más importantes del país. Una extraña sensación de felicidad e intriga recorrió su cuerpo de forma incesante y estrepitosa. Estaba nerviosa porque intuía que la gran oportunidad de su vida que tanto había anhelado por años finalmente había llegado.
A la mañana siguiente, puntual a las 10, estuvo ahí. Fue recibida por el propio Martín Pineda, que le había enviado la notificación. La recibió amable y distendidamente, le ofreció de beber un café y la invitó a pasar a su despacho. Le dio órdenes estrictas a su secretaria de no ser interrumpido bajo ningún punto de vista.
_ Me imaginó que mi carta de ayer la dejó intrigada, señora Zalvania_ abrió la conversación, Martín Pineda.
_ Muy_ repuso ella, con una sonrisa de nervios._ Me habló de una oferta laboral, algo así.
_ Exactamente. Voy a ir al grano porque no quiero quitarle demasiado tiempo. Sumar Producciones trabaja y tiene excelente vínculo con mucha gente de Broadway. Van a producir una nueva obra muy importante a nivel mundial, pero el productor teatral que la iba a producir tuvo un problema personal y renunció. Y me piden urgentemente conseguir alguien con experiencia que la pueda producir. Y dada su notable trayectoria en el rubro, pensé que podría interesarle. El contrato sería por dos años, estadía y gastos corren por nuestra cuenta. ¿Qué dice?
_ Es una oferta muy generosa y es la oportunidad que yo tanto estaba esperando. Pero estoy produciendo actualmente una obra local en el San Martín, tengo mis cosas acá…
_ Le puedo conceder una semana para que se organice. Mire, Magdalena. El tren pasa sólo una vez en la vida. ¿Lo va a dejar que siga su marcha y levante a otro pasajero? Piénselo. Estadía y todo pago, contrato por dos años con posibilidades de renovación por otros dos más y nada menos que en Broadway, Estados Unidos. Una posibilidad de crecimiento enorme. Si es por la obra que usted me dijo del San Martín, me comprometo a conseguirle un reemplazo.
_ No es tan fácil. La gerencia del teatro tiene que avalarlo… Usted sabe cómo funciona en este universo tan reducido la burocracia.
_ Tengo contactos en el San Martín. Con un llamado, lo puedo arreglar.
Sin embargo, Magdalena Zalvania seguía mostrándose con un grado de seguridad muy alto.
_ Magdalena. No la voy a dejar en paz hasta que me diga que acepta. Este trabajo es para usted, para nadie más.
_ ¿Quién protagoniza la obra?_ preguntó ella todavía insegura.
_ Se barajan dos posibles nombres: George Cloney y Ben Affleck.
Magdalena Zalvania abrió los ojos enormemente.
_ ¿Se va a perder la gran oportunidad de producir a uno de estos monstruos de la actuación?
_ Perdone la incidencia. ¿Quién lo contactó desde Estados Unidos?
_ ¿Le resulta raro que yo la haya convocado a usted y no a otra persona?
_ No es eso. Es que simplemente quiero estar enterada de todo si es que voy a formar parte de su equipo de trabajo.
_ ¡Entonces lo está considerando! Me gusta oírla decir eso. La persona que me contactó se llama Emanuel Beluardi.
Magdalena Zalvania se estremeció de felicidad. Emanuel Beluardi fue su primer y gran amor. Se conocieron de chicos y estuvieron juntos por muchos años. Estudiaron en el Conservatorio Nacional teatro y cuando se recibieron, se separaron por una insignificancia y él se fue a Estados Unidos a probar suerte. Le fue tan bien que se quedó a vivir allá. Ella lo extrañó muchísimo el primer tiempo pero cuan corrían las semanas, lo superó. Y ahora el destino lo había puesto en su camino de nuevo. ¿Casualidad?
Martín Pineda no pudo evitar observar la reacción de Magdalena Zalvania.
_ Perdone, ¿lo conoce?_ preguntó con discreción.
_ Sí_ repuso ella con una sonrisa dulce y afectuosa._ Estudiamos juntos teatro en el Conservatorio. Después, por cosas del destino, nos separamos y no volvimos a vernos.
_ ¿Ve? El destino es sabio, señora Zalvania. No lo piense más. Esta es la gran oportunidad de su vida.
_ ¿Está seguro que él no me pidió exclusivamente?
_ No. Le doy mi palabra de que no.
_ Voy a pensarlo, igual.
_ Mire, necesitan una respuesta lo más antes posible. Necesito que a más tardar en tres días me dé usted una respuesta definitiva.
Magdalena Zalvania prometió responderle dentro de ese lapso de tiempo y se retiró. Estaba emocionada y feliz, pero a la vez llena de dudas e incertidumbre.
Llamó a Guillermo Arzamendia varias veces a su celular para darle la noticia y que la ayudase a tomar una decisión pero no la atendió y prefirió no insistir más. Al llegar a su casa, buscó entre sus cosas fotos y recuerdos de Emanuel Beluardi. Tenía una caja llena de esos recuerdos. Se sentó en el borde de la cama, la abrió y rememoró cada momento al que alguna foto o alguna carta o algún regalo casual la transportaban. Se enterneció y sonrió dulcemente, anhelando en lo más recóndito de su alma volver a revivir esos momentos.
Al día siguiente, volvió a llamar insistentemente a Guillermo Arzamendia, otra vez en vano, lo que la hizo reflexionar seriamente sobre su vida y su futuro. Los recuerdos que aún tenía con Arzamendia eran insignificantes en comparación a los que tenía con Emanuel Beluardi. Eso la hizo replantearse un montón de cosas y considerar seriamente la propuesta de trabajo en Broadway.
Había llegado el día en que Magdalena Zalvania tenía que darle una respuesta definitiva a Martín Pineda sobre si aceptaría el trabajo en Broadway. Volvió a llamar por última vez a Guillermo Arzamendia. Y al no obtener ninguna respuesta de su parte, decidió dejarle un mensaje en el buzón de voz del contestador.
“Hola Guillermo. Hace tres días que te estoy llamando porque necesitaba decirte algo muy importante y necesitaba tu opinión al respecto. Pero bueno, no me atendés. Seguramente debés estar ocupado con tu mujer y no tenés tiempo para atenderme a mí un mísero llamado. El problema es que no te llamé una vez, ¡sino quinientas! Y no me devolviste ni una sola de esas llamadas. Quizás sea el destino. Pero tu silencio me ayudó a tomar una decisión irrevocable. Me voy a trabajar a Estados Unidos por un período mínimo de dos años. Y si todo sale bien, me quedó a vivir definitivamente allá. El gerente de la nueva productora que me convocó se iba a encargar de aclarar mi situación en el San Martín. Además, allá hay alguien a quien me dieron muchas ganas de volver a ver. Gracias por estos meses compartidos. Fuiste un gran sostén en mi vida y un gran hombre. Pero me queda más que claro que preferís a tu esposa por sobre mí y no puedo hacer nada con eso. Espero seas feliz y que te acuerdes de escribirme o llamarme cada tanto porque pese a todo, anhelo a que por los menos nos quede una hermosa amistad que sepamos cuidar mejor que lo que tuvimos. Ojalá vos desees lo mismo. Te mando un beso enorme, Guillermo. Cuidate. Te quiero mucho”.
Y cortó muy a pesar suyo y con mucha desolación. Estuvo unos segundos en silencio llorando y cuando se repuso, lo llamó a Martín Pineda. Aquél se puso inmensamente feliz cuando escuchó de la propia voz de Magdalena Zalvania que había aceptado la propuesta. Se hizo una escapada hasta la productora para firmar unos documentos, volvió a su casa, hizo las valijas y un coche particular la pasó a buscar para llevarla hasta el aeropuerto de Ezeiza. El vuelo partía a las 21:30 con escala en Panamá. Llegó a horario, realizó el check-in y se subió a bordo, contemplando por última vez los suelos inolvidables de su Argentina natal.
León Betancourt vio partir el avión en silencio y bebiendo un café.
***
A la mañana siguiente, Guillermo Arzamendia fue a ver a León Betancourt a su despacho.
_ ¿Qué hizo, Betancourt?_ preguntó entre indignado y agradecido._ Magdalena me llamó para despedirse porque me dijo que se va a reencontrar con alguien a quien tenía muchas ganas de volver a ver, que consiguió trabajo en Estados Unidos…
_ No se inquiete_ respondió el detective con sosiego y premura._ Ella no va a reencontrarse con absolutamente nadie. Fue un pretexto que utilicé para incentivarla a viajar a Estados Unidos por trabajo. Tengo un contacto en una productora importante que me debía un favor y me lo cobré. Ella va a hacer carrera allá y seguramente conozca a un hombre soltero que la ame y la respete tanto como usted. Cuando llegue el momento, le diré que ese viejo amor suyo del pasado que ella anhelaba volver a ver tuvo que irse por trabajo. Y aun así ella se quedará allá porque realmente la oferta laboral que le hicieron es muy prometedora y le garantiza un gran futuro. En tanto, usted podrá dedicarse de lleno a cuidar a su esposa… Y por favor, no vuelva a arruinarlo. Resista la tentación de volver a serle infiel. Valórela, cuídela, ámela, motívela, sea feliz con ella, con la mujer que eligió para toda la vida. Porque yo no voy a estar de nuevo ahí, cuando eso ocurra, para volver a salvarle el pellejo. ¿Le quedó claro?
Guillermo Arzamendia se entregó e hizo una mueca de resignación. Miró a Betancourt de una forma especial, le dejó el cheque sobre su escritorio y se retiró sin más.
Betancourt lo contempló con una sutil risita de simpatía.