jueves, 18 de febrero de 2021

Detective de artificio / Acosada

 


Ricardo Morelli era docente de Derecho Penal en la Universidad de Buenos Aires. Era diciembre, la peor época para los alumnos y también para los docentes, que tienen que preparar, rendir y tomar finales, respectivamente.

Particularmente, Morelli tenía asignadas cuatro fechas para tomar exámenes los días 15, 17, 18 y 22 de diciembre.

El 15 de diciembre a las 9:30, Ricardo Morelli salió de su departamento rumbo a la facultad. Al abrir la puerta, se encontró con una misiva anónima que descansaba sobre el felpudo de la  entrada a su apartamento, la cual lo paralizó y atormentó terriblemente. Empezó a sudar a borbotones, su pulso se aceleró a mil y su piel se tornó de un blanco pálido como la nieve.

Se agachó temblando y con mucho cuidado a recoger la nota. Una vez que la tuvo en sus manos, vaciló por un largo rato. Iba a abrirla, pero el sudor en la frente le ganó y se enjutó con un pañuelo que extrajo del bolsillo de su saco. Volvió a mirar el papel. Con la mirada temerosa, sea aceleraron las palpitaciones y su ritmo cardíaco se fue por las nubes.

Dudó por segunda vez. Al fin juntó valor, se resignó y leyó la nota, exultante de nervios. Decía:

Sé de lo tuyo con tu alumna. Ya sabés lo que tenés que hacer”.

Más nervioso que antes, bajó los tres pisos por las escaleras corriendo hasta la planta baja y encaró al portero sin rodeos, tratando de aparentar calma y tranquilidad, como si nada malo ocurriese.

_ Hola Gerardo, buen día_ le dijo Morelli al portero, haciendo un esfuerzo enorme por conservar el sosiego.

_ Buen día, doctor. ¿Cómo anda?_ contestó el portero con júbilo y simpatía.

_ Bien, bien, gracias.

Gerardo había advertido que algo le pasaba a Morelli. Y se lo preguntó de frente, sin titubear.

_ ¿Está bien? ¿Le pasa algo? ¿Lo puedo ayudar en algo?

Por unos instantes, Ricardo Morelli se quedó paralizado observando fijamente al portero, con una actitud temible y espantosa.

_ ¡Doctor!_ expresó elevando un poco la voz, Gerardo y con evidente preocupación._ ¿Está bien? ¿Quiere que llame a un médico?

Pero Morelli cedió y dejó escapar una risita forzada de alivio.  

_ No, estoy bien, Gerardo. No te preocupes_ repuso afable, Morelli.

_ Me deja tranquilo. Como lo vi pálido, pensé que le pasaba algo grave.

_ Es el calor. Seguramente, me bajó un poco la presión. Pero ya estoy un poco mejor. Gracias.

_ ¿Necesita algo más, doc?

Morelli le mostró la carta sin hacer alusión a su contenido.

_ La encontré en mi puerta recién cuando salí_ dijo._ ¿Me la dejó usted?

_ Sí, como hago con toda la correspondencia de todos los departamentos_ repuso Gerardo._ Cuando llegué hoy temprano, revisé el buzón como hago siempre, saqué lo que había y lo repartí. La verdad, no me fijo qué es cada sobre que llega porque no me gusta meterme en la intimidad de las personas. Y menos, en la de los vecinos de este edificio. Imagínese que alguno me descubre chusmeando su carta y se enoja. Habla con la administración y me rajan a la miércoles.

_ Usted es leal, Gerardo. No por nada está hace trece años trabajando en este mismo edificio. Se ganó la confianza de todos los vecinos honrosamente. Y bien ganada que la tiene.

_ Está exagerando, doc, me parece.

_ Yo nunca exagero_ y le dio una palmada en el hombro, acompañada de una sonrisa afectuosa._ Ni con mis alumnos exagero, aunque ellos digan lo contrario siempre.

_ Hablando de eso, ¿se va a dar clases?

_ Época de finales. Mandé a más de media clase a rendir examen. Tengo cuatro comisiones para colmo en total. Se dará cuenta que la vida de un docente no es nada sencilla.

_ ¿Y por qué no se dedica solamente a ejercer?

_ Porque dar clases me distiende. Quiero despejarme de los tribunales, de las demandas, de los reclamos, de las apelaciones y de todo ese mundo caótico. En las clases, encuentro esa válvula de escape tan necesaria para huirle a la rutina diaria profesional.

_ Apruebe a todos, eh.  No sea malo con los pibes, que son el futuro de la República.  

_ Si estudiaron, delo por hecho que los voy a aprobar.

_ Antes de que se vaya, no quiero hacerle perder más el tiempo, ¿por qué me preguntó por esa carta que recibió?

Ricardo Morelli se había olvidado por un momento del asunto, pero la inquietud del portero lo trajo de nuevo a su realidad. Se quedó enmudecido unos segundos, pero reaccionó enseguida manteniendo el mismo comportamiento sosegado que hasta entonces.

_ Ah, no, por nada. Son pavadas que me llegan.

_ ¿Pero, todas las semanas, doctor? Es la tercera que recibe en tres semanas y es la tercera vez que me pregunta lo mismo. Puede confiar en mí. Si hay algo en lo que pueda serle útil, dígame nomás.

_ No pasa nada, Gerardo. De verdad. Es propaganda que me llega y que ya me tienen cansado. Una pavada. Que tengas buen día.

_ Igualmente, doc. Suerte con sus alumnos.

_ Gracias, Gerardo.  Después te veo.

Y Ricardo Morelli abandonó el edificio apresuradamente.

No era una pavada en absoluto lo que le estaba sucediendo. Desde hacía tres semanas, alguien de forma anónima le estaba enviando a su domicilio una serie de notas que acusaban una supuesta relación ilícita entre él y una alumna. ¿Pero, quién y por qué? ¿Era alguien de la propia Facultad acaso? ¿Un docente, un administrativo, un alumno? ¿Y quién era la alumna en cuestión? ¿Existía tal relación en verdad?  Eran estas preguntas sin respuestas lo que enloquecía cada vez más a Ricardo Morelli.  

Como llegaba tarde, optó por tomarse un taxi en la esquina de la casa. En medio del viaje, recibió un mensaje de texto a su celular que decía:

No se haga el sota, doctor, eh. Lo suyo con la alumna no se puede borrar con el codo”.

Se exaltó terriblemente porque tuvo la vaga impresión de que lo estaban siguiendo. Pero se apaciguó y se contuvo de perder los estribos. El viaje llegó a su destino, pagó, se bajó y entró a la Facultad de Derecho expectante y en estado de alerta. Al parecer, con todas las personas con las que tuvo trato esa jornada no sabían nada del tema. Su actitud no mentía.

_ “¿O hay alguien que está fingiendo?”_ Se preguntó deliberadamente para sí mismo, Ricardo Morelli. Prefirió entonces intentar sacar el asunto de su cabeza.

Algunos alumnos a los que les tomó examen ese día le preguntaron si se sentía bien porque lo habían notado algo cambiado en su conducta. Pero él, con amabilidad y templanza, les dijo sí, que nada más era el calor. El mismo pretexto que le diera a Gerardo, el portero del edificio en donde vivía. A las alumnas, en general, las trató con mayor indiferencia y distancia, lo que dejaba entrever que el doctor Morelli entró realmente en pánico.

Una vez que terminó de tomar los finales y antes de retirarse, preguntó en la oficina de docentes si alguien había preguntado por él o si habían dejado algo a su nombre. Los profesores presentes en ese momento lo miraron extrañados y le respondieron que no, que por qué lo preguntaba.

_ Nada, nada_ repuso Morelli, levemente nervioso._ Estoy esperando desde hace días una encomienda importante que ya me tendría que haber llegado y no me llegó. Supuse que tal vez la habían mandado por equivocación acá. Es eso, nada más.

_ Vos sabés mejor que nadie, Ricardo_ dijo otro docente_ que acá está prohibido recibir encomiendas, postales, cartas o lo que fuere de índole personal.

_ Sí, sí, ya sé. Pregunté porque me preocupa la demora que están teniendo para enviármelo.

Ahora estaba claro que Ricardo Morelli se había vuelto paranoico.

El mismo docente que le hizo dicha aclaración, lo escrudiñó solemnemente con un aire de preocupación acentuada.

_ ¿Vos está bien, Morelli?_ se animó a preguntarle abiertamente frente al resto del equipo docente.

Morelli lo evadió con la mirada y sin deponer los nervios que paulatinamente lo estaban consumiendo, le replicó.

_ Perfectamente. Nos vemos el viernes.

Agachó la mirada y se retiró precipitadamente. De regreso a su casa, recibió otro mensaje de texto del mismo número desconocido.

No te quieras hacer el Santo ahora, Morelli. El 18 sé que le tomás examen a ella. Te voy a ir a buscar, te voy a dar una buena paliza porque te lo merecés porque sos un pervertido y un acosador de mierda y te voy a exponer frente a toda la Facultad para que sepan lo que sos”.

Se agitó abruptamente. Las palpitaciones aumentaron su ritmo de forma desmedida. Pero se controló enseguida y simplemente ignoró el asunto.

Cuando llegó al edificio y antes de entrar, recibió otro mensaje de texto que expresaba:

Ojo, eh, porque te tengo vigilado noche y día, 24 por 7. Así que, no te hagas el vivo, ¿escuchaste? Porque la vas a pasar muy mal. Y encima, te delato. ¿Quedó claro?”.

Ricardo Morelli volvió a ignorar este otro mensaje aunque sin lograr que los nervios y el miedo se desvaneciesen, entró al palier, se dirigió al ascensor, subió y marcó su piso. Iba a abrir la puerta de su departamento con llave cuando vio una nota enrollada, colocada en la manija. La tomó con cuidado, observó para todos los costados y la abrió, agitado y temeroso. Decía:

“¿Impaciente por saber quién soy, Morelli? Nunca lo vas a saber. Preocupate por lo que yo sé de vos y de tu alumna. Que descanses… Si podés”.

Entró a su departamento impotente, irascible y sumamente nervioso. Gritó enfáticamente y vocieferó a los cuatro vientos.  Al fin, se largó a llorar compulsivamente para terminar de descargar el enojo que todavía convivía en su cuerpo y que se resistía a abandonarlo.

Se tomó un somnífero y se acostó a dormir temprano.

A la mañana siguiente, le preguntó nuevamente al portero lo mismo que la vez anterior, y todas las anteriores también, y le agregó otra duda: si alguien había ido a preguntar por él. Las dos respuestas de Gerardo, que empezó a preocuparse seriamente por Ricardo Morelli,  fueron negativas.

A la tarde salió a hacer unas compras. Tuvo todo el tiempo la extraña sensación de que alguien lo estaba siguiendo. Desconfiaba de todas las personas que se cruzaban con él en la calle y en los comercios.

A la noche, otro mensaje.

Dos días y se te termina todo. Acordate que te tengo muy bien vigilado”.

Otra vez los impulsos y la exaltación, y otra vez tuvo que ingerir un somnífero para poder conciliar el sueño sin interrupciones. Quería evitar el colapso mental. Pero para que eso fuese posible, tenía que controlar la crisis nerviosa que estaba padeciendo por culpa de alguien que lo acechaba y que lo amenazaba con un secreto entre él y una alumna suya que iba a exponer públicamente el día 18.

La mañana siguiente fue 17. La misma rutina y las misma preguntas a Gerardo, el portero, que ya a esa altura no tenía ni la más mínima duda de que algo grave le estaba ocurriendo a Ricardo Morelli, aunque éste se lo negara repetidamente. Igualmente, no podía hacer nada si así lo deseara.  Hasta el propio Morelli llegó a pensarlo, que acudir a la Policía a radicar la denuncia sería una pérdida absoluta de tiempo.

Otro mensaje de camino a la Facultad, otro mientras tomaba examen, otro cuando regresó a su departamento y otro a la noche. Este último resultó el más estremecedor de los cuatro.

Mañana, Morelli. Finalmente, mañana se va a hacer justicia y tu alumna va a estar finalmente fuera de tu alcance de una vez por todas y para siempre. Tratá de dormir esta noche si podés, aunque dudo mucho que puedas conciliar el sueño”.

En algo tenía razón el recado: el doctor Morelli no durmió en paz esa noche. No pegó un ojo en toda la noche y eso se le notó a la mañana cuando se levantó. El supuesto día había llegado. Morelli estaba intranquilo y más nervioso que de costumbre.  Tomó un café apurado y con la misma rapidez impulsada por los propios nervios que tenía, bajó hasta el palier, le balbuceó un “hola” indiferente, distante y apagado a Gerardo, el portero;  y salió a la calle dispuesto a comerse crudo a todo el mundo. Morelli estaba decidido… ¿A qué?

Paró un taxi en la esquina de su casa, subió y le indicó el destino al conductor sin desearle los buenos días. En medio del trayecto, un mensaje:

Su taxi va medio lento Morelli, ¿qué le pasa al chofer? Parece que está más dormido que usted. Relájese hombre, que en un rato, comienza la diversión”.

Si Ricardo Morelli dudaba de la veracidad de algunas cosas que el desconocido le dijo en ocasiones anteriores, con este último mensaje las terminó de confirmar sin lugar a dudas.  Se aterró. Miró para todos los costados completamente asustado. Su estado era frágil y vulnerable, y estaba sumido en una desesperación abrumadora.

Le indicó al taxista que lo dejase en la próxima esquina. Abonó y descendió del vehículo aterrado. Se bajó a cinco cuadras de la Facultad. Después de que recibiera ese mensaje, optó por completar el trayecto a pie, aunque quizás continuar en el taxi hubiese sido más seguro.

Caminó esas cinco cuadras paranoico y sumamente asustado, a tal punto que se ganó la mirada estupefacta y desconcertante de un número ilimitado de transeúntes.

Arribó a la Facultad. Antes de ingresar, otro mensaje.

La corbata no te combina con el color del saco. Un abogado tan respetado como vos tiene que cuidar esos detalles. La estética es muy importante en tu profesión. No importa. Estás asustado, te cambiaste apurado, lo entiendo. Cuando le vayas a tomar examen a ella ahora en una media hora más o menos, todo se termina. Preparate para la ruina y la humillación en público, Morelli. No te tendrías que estar en absoluto preocupado. Sos abogado, después de todo. Así que, te viste obligado a humillarte en público ciento de veces”.

El doctor Morelli volvió a ponerse en alerta y miró para todos los costados, asustado, antes de poner un pie adentro de la Facultad. Cuando se cercioró de que no había peligro alguno, entró corriendo y se encerró en el baño a llorar y a hacer berrinche para descargar toda la impotencia que tenía metida adentro. Lo descubrió un colega. Lo calmó, le preguntó qué le sucedía y le metió una excusa cualquiera, que no viene al caso. Su colega le preguntó si estaba en condiciones de tomar examen y Morelli respondió que sí, prácticamente renovado. Su colega se fue y él quedó solo unos instantes. Se lavó las manos, se miró en el espejo, se lavó la cara, respiró hondo, se mentalizó que todo iba a estar bien y salió con firmeza.

Entró al aula. Todavía no había llegado nadie. En esos momentos, le entró otro mensaje de texto.

Ojo con lo que vas a hacer con ella, eh… Pensalo bien Morelli, no seas boludo. Vos sabés muy bien lo que tenés que hacer cuando te toque tomarle examen”.

Cerró el celular con impotencia y lo revoleó contra la mesa. No se rompió de milagro. Todavía funcionaba.

_ “No me vas a ganar, hijo de puta. No me vas a ganar. No me conocés, no sabés con quién carajo te metiste, pelotudo”, se dijo Ricardo Morelli para sus adentros.

Llegaron los alumnos. Los cuatro primeros rindieron sin problema. La siguiente alumna que rendía y que se sentó cara a cara con Morelli a solas fue Dolores de la Fuente.

La expresión de Dolores era de pánico. La de Morelli, de soberbia y malicia.

_ ¿Pensaste en mi propuesta?_ preguntó Morelli con descaro.

_ Ya le dije que no voy a tener nada con usted_ respondió Dolores de la Fuente, decidida._ Deje de buscarme, de mandarme mensajes, de perseguirme. No va a conseguir nada.

_ ¿Es tu respuesta final esa?

Dolores asentó con la cabeza, tímidamente.

_ Entonces, dudo mucho que apruebes. Espero que te hayas preparado muy bien para hoy.

Llegó otro mensaje. Morelli lo leyó con arrogancia.

Más vale que la apruebes, sorete. Porque te juro que te hago mierda. De esta no te salvas, basura”.

Lo ignoró. Iba a formularle a Dolores la primera pregunta, cuando recibió un segundo mensaje.

Pensá muy bien lo que vas a hacer, porque estoy a punto de mandar un mail en cadena a toda la Facultad para mandarte al frente. De un modo u otro, te voy a exponer. La forma en que eso va a ocurrir depende pura y exclusivamente de vos”.

Ricardo Morelli se animó a por primera vez a responder.

No tenés pruebas, infeliz. Si tenés huevos, da la cara. Te estoy esperando, cagón”.

Afuera empezaron a sucederse ruidos extraños que no se sabían que donde provenían. Al principio, no ocurrió nada. Pero a medida que los ruidos se hacían más notorios, Morelli se empezó a intranquilizar paulatinamente.

Recibió una llamada. Atendió asustado. Del otro lado de la línea se oyó una respiración agitada que detentaba odio. Atrás una voz masculina levemente distorsionada que dijo: “Voy por vos, Morelli. Preparate, pedazo de hijo de puta” y atrás la respiración de nuevo que no cesaba.

Ricardo Morelli ahora verdaderamente se asustó, exhaló un grito de pánico y abandonó el aula súbitamente, dejando a Dolores completamente sola.

Morelli renunció a su cargo sin dar ninguna explicación al respecto y tiró el teléfono a la basura. Salió de la Facultad profundamente asustado y nunca más se lo volvió a ver por esos pagos. Otro profesor tomaría los exámenes que él dejó pendiente y se llamaría a concurso para cubrir su vacante al frente de la cátedra de Derecho Penal.

 

Unas semanas antes…

 

_ El tipo empezó a coquetear conmigo_ le explicaba Dolores de la Fuente a León Betancourt._ Al principio, todo bien. Me gustaba, me parecía un tipo macanudo. Obvié el tema de la relación alumna-profesor porque me parece una estupidez total eso. Salimos un par de veces a bares, shoppings, todo lejos de la Facultad porque no quería que lo vieran y correr el riesgo de que lo echaran. El tipo amoroso al comienzo. Y de repente, un día me dijo, cuando me mandó a final, que si quería aprobar la materia en esa instancia, que tenía que tener con él una serie de encuentros íntimos.

_ En otras palabras, quería acostarse con usted_ interrumpió León Betancourt.

_ Sí. Pero, yo no quería saber nada en acostarme con él. Y menos por una nota. Se confundió conmigo.

_ Y lo tomó mal de seguro, como es de imaginarse.

_ Sí. Me empezó a perseguir, a mandarme mensajes obscenos a cualquier hora, a llamarme porque sí… Me acosó en otras palabras. Y estas actitudes continúan. Es una pesadilla. No me deja en paz en ningún momento del día. Y para colmo, me dio un ultimátum. Me dijo que si para el día del final, que es ahora el 18 de diciembre, no le digo que sí en acostarme con él, me hace recursar la materia. Y me la va a hacer recursar todas las veces que sean necesarias hasta que le diga que sí.

Suspiró de impotencia y continuó.

_ Es un arrogante de cuarta el tipo ese. Ni en sueños le diría que sí a un ser tan despreciable como él. ¿Usted puede ayudarme?  ¿Puede hacer algo para que me deje en paz y me apruebe en el examen?

_ No le garantizo que la vaya a aprobar_ repuso el detective._ Si usted estudia y es aplicada, las chances de aprobar la materia entonces son altas. Pero sino, puede que rinda mal.

_ ¿Qué me está diciendo, Betancourt?

_ Lo que le garantizo es que el profesor que le vaya a tomar el examen va a ser otro. Y que va a ser justo e imparcial, como debe ser, a la hora de calificarla.

_ Lo dice como si fuera fácil sacarme a Morelli de encima.

_ ¿Morelli cuánto es el nombre del insolente este?

_ Ricardo Morelli. Es abogado y titular de la cátedra de Derecho Penal de la UBA. Es la materia que me llevé precisamente.

_ Despreocúpese, Dolores.  El doctor Morelli ya no va a ser una molestia para usted ni para nadie.

_ ¿Qué le va a hacer?

_ Lo voy a obligar a que renuncie. Y créame que con lo que tengo pensado en mente hacer, va a renunciar. Eso se lo aseguro.

Dolores de la Fuente se sintió aliviada. Sabía que desde ese momento estaba en muy buenas manos.

 

 

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