domingo, 14 de febrero de 2021

Detective de artificio / El paciente clave

 


                                        

León Betancourt estaba atareado en su oficina abarrotada de sus más fieles colaboradores. Era claro que no podía hacerse cargo él solo de todos los casos que le llegaban. Así que, era menester delegar responsabilidades en terceros. Por lo general, las estrategias eran elaboradas por él mismo aunque a veces permitía que el resto propusiera alguna idea para resolver el caso asignado. Eso además le servía para despejar su cabeza un poco y clarificar las ideas. Estaba sentado en su escritorio leyendo unos documentos, cuando fue interrumpido por Germán, uno de sus colaboradores más antiguos y leales.

_ León_ le dijo Germán a Betancourt, entrado en confianza._ Hay un caso que no podemos resolver. Es sencillo, pero no se nos ocurre ninguna solución efectiva. ¿Nos podrás dar una mano o estás ocupado?

_ No, estoy libre_ respondió el detective, afable y distendido._ ¿De qué se trata?

_ Hay un grupo de gente en situación de calle que se refugió en un baldío que está justo atrás de un enorme edificio. Los vecinos se quejan que su presencia les molesta. No hacen nada, pero el edificio es de categoría y está emplazado en una zona residencial de un alto nivel de vida. Imaginate que todo vagabundo e indigente en situación de vulnerabilidad es totalmente incompatible con esta clase de gente. Ellos no molestan, mismo el resto de los vecinos lo confirma. Pero la realidad es que todos los propietarios del edificio ya metieron más de veinte denuncias en la Comisaría del barrio.

_ ¿Procedieron legalmente?

_ No, si no hay delito. Los policías ya se cansaron de las denuncias de estas personas. Y le hicieron llegar su reclamo al fiscal general de la zona. Pero no les da bolilla. Y francamente, me preocupa que la Fiscalía avance contra estos pobres linyeras nada más que por el capricho insolente de unos ricachones.

_ Es claro, Germán, que el fiscal general ostenta el mismo nivel de vida que los propietarios del edificio en cuestión. Lo une un sentido de pertenencia. Es evidente que no se va a tirar en su contra. Y los policías no pueden pasar por encima las órdenes de ningún fiscal ni mucho menos de ningún juez.

_ ¿Entonces, cómo lo solucionamos? Porque es injusto lo que le hacen a esta pobre gente, que no tiene la culpa de estar en la situación en la que está.

_ ¿Llamaron al Gobierno de la Ciudad para que trate de ubicarlos en albergues?

_ Sí. Y dicen que no hay cupo. Que la lista de espera es interminable. Son insensibles.

_ Pretextos baratos para no hacerse cargo de un problema que es íntegramente de su competencia.   

_ ¿Qué hacemos entonces?

_ Hay que proceder contra los propietarios del edificio.

_ ¿Y cómo? Son más de cien. Es imposible.

_ En esta profesión, nada es imposible, Germán. Absolutamente nada.

_ ¿Entonces?

_ Vos te vas a hacer pasar por un arquitecto de la compañía que construyó el edificio. Vas a decir que en los planos se detectó una falla que pone en peligro al edificio y que es urgente que se muden lo antes posible porque existe un inminente peligro de derrumbe. Gastos de mudanzas y la reubicación en otros departamentos corre por cuenta de la compañía. Vas a llevar una lista con los nombres de todos los propietarios y el nuevo domicilio que se le asignó a cada uno. Aclarales que no es permanente, más bien temporal. Y que una vez que esté solucionado, van a poder retomar a sus hogares sin mayores complicaciones. El tiempo que el edificio permanezca deshabitado, me va a permitir pensar cómo ayudar a esta pobre gente. Seguramente, los traiga para acá a colaborar conmigo. Necesitamos gente nueva todo el tiempo. La cuestión es que cuando los propietarios vuelvan al edificio, estas personas ya no sean un problema para ellos.  

_ La estrategia es muy buena y totalmente efectiva. La lista de propietarios te la puedo conseguir en la administración si la necesitás, eso no es problema. ¿Pero, cómo hacemos para que realmente crean que soy  uno de los arquitectos que trabaja para la compañía que construyó el edificio? Van a averiguar si es cierto con el arquitecto verdadero y nos van a descubrir. Además, León, pensá en los gastos que implica esta idea tuya. La logística, el enojo que me voy a tener que comer por parte de la mayoría de ellos…

_ Primero: vas a ser considerablemente recompensado, Germán. Siempre respondiste  de manera óptima en todos los trabajos en los que te tocó involucrarte. Y segundo: no tenés de qué preocuparte. Tengo todo minuciosamente pensado y diseñado. Hoy mismo me pongo en campaña.

_ Muy bien. Como vos digas.

_ Avisame cuando esté hecho. Esto no nos puede demorar más de una semana.

Germán iba a retirarse cuando retrocedió precipitadamente.

_ Me olvidaba. Afuera te espera una mujer. Dice que necesita hablar con vos urgente.

_ ¿Una clienta?

_ Eso parece.

_ Hacela pasar, por favor.

Cinco minutos después, la dama en cuestión estaba parada enfrente de León Betancourt en actitud tímida y deshonrosa. Era relativamente joven y llevaba puestos unos anteojos oscuros y un pañuelo que envolvía por completo su cabeza.  Betancourt la examinó de forma impertinente y antiética.

_ Le preguntaría por qué lleva esos anteojos puestos en un día gris como el de hoy_ dijo Betancourt_ y sería evasiva con la respuesta. Le pediría amablemente que se los quitara pero tampoco lo haría porque no quiere que vea los moretones que tiene en ambos ojos por los golpes que le propina su marido.  Su actitud arrepentida y tímida la hacen ver a usted como la culpable de las reacciones violentas de su marido. Pero permítame decirle algo: usted no tiene la culpa de nada. Tome asiento, por favor.

La mujer cedió en su modo y aceptó la invitación del detective.

_ Creo que fui una estúpida al pretender considerarlo a usted un total incrédulo. Era sabido de antemano que no iba a poder engañarlo_ repuso ella, rendidamente.

_ ¿Su nombre, por favor?

_ Antonela Ortega.

_ Me presentaría. Pero doy por sentado que sabe mi nombre.

La mujer asintió con un leve movimiento de cabeza, al que le siguió un instante de silencio.

_  ¿Por qué quiere ocultar lo que le pasa?_ volvió a tomar la palabra Betancourt.

_ Supongo que para no dar lástima_ respondió la señorita Ortega entre cavilaciones.

_ Usted no tiene que sentir lástima por nada porque usted no hizo nada malo. El que realmente tiene que sentir lástima de lo que hace es su esposo, que la golpea y la agrede injustamente. Dígame una cosa. ¿En qué otras partes del cuerpo tiene magulladuras?

_ En los antebrazos, en los hombros, en  las rodillas, en las pantorrillas, en las manos, que las tengo hinchadas… En fin, por todos lados. Ya no hay crema que recubra las marcas y las oculte.

_ ¿La agrede verbalmente también?

_ Todo el tiempo.

_ ¿Qué clase de agresiones?

_ Insultos, verborragias, cargadas, humillaciones en público… 

_ ¿Hizo la denuncia?

_ Una y mil veces, y la Justicia no hace nada. Nada de nada. Y no quiero irme por miedo a que me encuentre y me haga algo.

_ ¿Y separarse tampoco es una alternativa viable?

_ No quiero provocar en él una reacción que después termine pagando caro.

_ ¿Habló con algún abogado? ¿Pidió algún tipo de restricción perimetral?

_ Este tipo de casos, los abogados no los toman. Ellos saben muy bien cómo se manejan estas cosas en los tribunales y no quieren arriesgarse. Y en cuanto a la perimetral, sí. Me la otorgaron tres veces pero él la violó y de ahí en más, denegaron todas mis demandas y solicitudes. En cada oportunidad que pedí la perimetral, él estuvo preso uno o dos días. Y no tenía permiso de acercarse por los treinta días de validez que tenía la orden de restricción. Pero a él no le importó nada… Igual que a la Justicia. Es triste y doloroso decirlo, pero es la realidad. Y a no ser que usted me ayude, el calvario al que estoy sometida va a ser eterno. 

_ ¿Cómo se llama su marido?
_ Álvaro Ontivero.

_ ¿Y hace cuánto que empezó esta situación de violencia?

_ Hará un poco más de un año. Todo empezó por una diferencia de opinión en un almuerzo familiar. Él se puso agresivo y parte de mi familia y la suya lo atajó. Pero esa noche cuando llegamos a casa, me acusó de haberlo humillado delante su familia y bueno… Todo se fue de control y sigue hasta hoy día. Pero ya no aguanto más, ¡ya no aguanto más!

Y Antonela Ortega se largó a llorar compulsivamente y León Betancourt la contuvo.

_ ¿Tiene algún lugar adonde pasar la noche? ¿La casa de una amiga, un pariente?

_ Mis parientes no son de Buenos Aires. Están todos en Tierra del Fuego.

_ Le conseguiré algún lugar, despreocúpese. Y tampoco se haga problema por la reacción de Álvaro porque no vaya a dormir a su casa esta noche. Yo me encargo de todo.

_ ¿Es necesario pasar la noche en otro lado?

_ Sí, así usted está tranquila y yo puedo preparar un plan de acción tranquilo también.  

_ Deposito toda mi confianza en usted, Betancourt.

_ Vaya tranquila y espere afuera. Yo me voy a encargar de absolutamente todo.

Antonela Ortega abandonó el despacho de Betancourt con un ápice de esperanza que destilaba notoriamente de la expresión de su rostro, y atrás suyo entró Germán, que cerró la puerta una vez adentro.

_ ¿Todo bien, León?

_ Un poco aturdido, nada grave. El problema de esta pobre mujer es mucho más importante que el resto de los casos y tiene prioridad por sobre todos ellos.

Germán abrió los ojos enormemente.

León Betancourt tomó lápiz, papel, hizo una serie de anotaciones, dobló la hoja en cuanto terminó y la entregó en sus manos.

_ Ese es el plan detallado del caso de los linyeras. Yo te aviso cuando arregle todo así lo ponés en marcha inmediatamente.

_ Bien. ¿Necesitás algo más?

_ Necesito que me designes a dos mujeres para trabajar en este otro caso y una casa deshabitada en las afueras de la ciudad, con paredes blancas en lo posible.

_ ¿Paredes blancas sí o sí?

_ Sí o sí, Germán. Conseguime también una camilla con ataduras, sueros, instrumental quirúrgico, insumos médicos de toda clase y tamaño, frascos con cualquier líquido adentro, sangre artificial y un somnífero. Y complementá todo esto con cualquier aparato, insumos o lo que fuera que se utilice habitualmente en un manicomio.  

Germán escrudiñó a Betancourt enteramente absorto, desencajado y fuera de sí.

_ ¿Qué tenés en mente, si puedo saber?_ preguntó Germán totalmente abatido por la intriga y la incertidumbre.

_ No, no podés saber. Ocupate de lo que te encargué cuanto antes, por favor. Y procurá que a esta mujer, Antonela se llama, no le falte nada. Atendela y sé gentil con ella.

Germán abandonó el despacho de León Betancourt observándolo cargado de misterio y recelo.

A la mañana siguiente, temprano a las ocho, Betancourt visitó a Álvaro Ontivero en su domicilio. Aquél abrió la puerta desconfiado e invadido por una evidente ira que lo estaba dominando contra su voluntad.

_ ¿El señor Álvaro Ontivero?_ preguntó cordialmente León Betancourt.

El hombre en cuestión respondió afirmativamente de forma violenta y agresiva.

 

                                                                        ***

Cuando Álvaro Ontivero despertó, se sentía mareado y le dolía terriblemente la cabeza. Quiso levantarse, pero se dio cuenta que estaba atado de pies y manos en una camilla. Se desesperó, intentó liberarse de cualquier manera pero todos sus esfuerzos resultaron en vano.

_ ¿¡Hola!? ¿¡Alguien me escucha!?_ gritó exasperado.  Pero nadie respondió.

Se desesperó al ver que le habían extraído sangre mediante un suero. Pero logró mantener la calma y respiró hondo para terminar de relajarse.

Escrudiñó puntillosamente el lugar en el que estaba prisionero. Era una habitación desnuda y de paredes blancas, sin ninguna salida al exterior, a excepción de la única puerta por la que se accedía a dicha habitación y que desconocía a dónde derivaba. No sabía tampoco hacía cuánto tiempo estaba ahí ni cómo llegó ni si era de noche o de día. Estaba completamente solo y aislado del mundo. De repente, una enfermera entró con cautela, observó que había despertado, sonrió y llamó al médico.

_ ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Venga rápido! ¡El paciente ya despertó!

El desconcierto de Ontivero era total y absoluto.

Un hombre alto, de buen porte, cabello negro y ojos saltones entró y miró al señor Ontivero con entusiasmo.

_ Por fin_ pronunció en seco._ Déjeme presentarme, soy el doctor Américo De Luca, médico psiquiatra.

_ ¿Cómo médico psiquiatra?_ indagó Álvaro Ontivero más confundido que nunca._ ¡Soy una persona perfectamente sana! ¿Qué hago acá y qué es este lugar? Le exijo que me desate inmediatamente.

_  Está atado por su propia seguridad y por la de todos.

De Luca se volvió hacia la enfermera y le indicó que le tomara la temperatura a Ontivero.

_ 35, doctor_ afirmó la enfermera.

_ Bajó_ agregó el doctor De Luca._ Cuando lo ingresamos esta mañana a la clínica, volaba de fiebre.

_ ¿Cómo que me ingresaron esta mañana?_ preguntó asustado Álvaro Ontivero.

_ ¿Usted no se acuerda de nada?_ refutó el psiquiatra.

_ No, doctor. ¡No entiendo qué hago acá ni de qué se trata toda esta locura!

_ ¿Realmente no recuerda cómo llegó hasta acá?

_ ¡Le digo que no!

La enfermera controló el suero y le administró gotas de un medicamento preciso  por orden del doctor Américo De Luca.

_ ¿Qué puso en el suero? ¿Me quieren envenenar acaso? ¿Y para qué me extrajo tanta sangre?

_ Es un calmante, descuide. Nadie va a lastimarlo acá. Al contrario, queremos ayudarlo.

_ ¿Ayudarme para qué? ¡Yo estoy perfectamente bien!

_ Mire, voy a dejar los misterios de lado y voy a pasar a contarle brevemente el porqué de su presencia en nuestra institución. Usted es una persona agresiva y muy violenta. De hecho, sabemos perfectamente que golpea a su mujer sin justificación alguna.

_ ¿Quién le comentó semejante barbaridad?

_ No intente negarlo porque sabemos que es cierto. Hay una gran cantidad de denuncias en su contra, todas radicadas por su propia esposa, Antonela Ortega. La misma a la que usted agrede gratuitamente porque tiene ganas.   

_ ¡Eso es mentira!

_ Está en su naturaleza ser violento, agresivo y salvaje. Y se desquita con la persona más indefensa y vulnerable: su propia esposa. Pero déjeme decirle que este comportamiento no es más que el producto de una enfermedad bastante frecuente y que se comporta de formas muy disímiles de acuerdo al cuerpo que invade.

_ ¿Qué enfermedad? ¿De qué mes está hablando, doctor? Ya le dije que soy una persona completamente sana.

_ Si ciertamente lo fuese, ¿por qué es violento con su mujer al punto que ella tenga que denunciarlo?

_ ¡Porque me saca!

_ ¿Y por qué lo saca? Porque ese es un síntoma característico de su patología.

_ Le reitero que soy un hombre completamente sano.

_ Usted padece de esquizofrenia.

_ No. Debe…

De Luca lo interrumpió abruptamente.

_ Por favor, déjeme hablar a mí o le voy a solicitar a la enfermera que le administre una dosis mucho más fuerte del calmante que le dimos recién.

Álvaro Ontivero cedió obstinadamente.

_ Le decía_ continuó explicando el médico_ que usted padece de esquizofrenia. Se la descubrimos tarde lamentablemente. Por eso no puede controlar sus ataques de ira contra su esposa. Cualquier cosa que ella haga, por más mínima que sea, usted no la tolera y se desquita salvajemente. Si lo hubiesen tratado unos años antes, no estaríamos en esta situación ahora y su esposa estaría bien.

_ Ella está bien. Es feliz conmigo.

_ Los estudios que le hicimos, señor Ontivero, revelan un exceso de anticuerpos nada convencionales que su cuerpo genera. Su caso es único. Es sorprendente que una enfermedad que ataca al sistema nervioso central genere anticuerpos de un origen desconocido en la sangre. Y estimamos que la esquizofrenia  la puede producir un virus del que hasta ahora no teníamos conocimiento. Y que gracias a usted, sabemos que existe.

_ Es increíble cómo la ciencia nos sorprende_ intervino la enfermera amablemente._ Nunca imaginamos que una enfermedad así podía producirla un virus. Pero sabemos que existen millones de virus con un potencial dañino incalculable, muchos de los cuales todavía no han sido estudiados.

_ Es un delirio lo que me están diciendo.

Américo De Luca le mostró a Álvaro Ontivero todos los estudios que le practicaron, que confirmaban la enfermedad, acompañados con explicaciones claras y detalladas.

_ ¿Lo ve?_ dijo el doctor De Luca, cuando le terminó de mostrar todos los estudios a Álvaro Ontivero.

Álvaro Ontivero estaba realmente aterrado.  

_ Pero no todo es tan malo_ siguió el médico._ Usted es el paciente clave. ¿Sabe lo que eso significa?

_ ¿El paciente clave?


_ Sí. El paciente clave. Su organismo, concretamente su sangre, contiene la clave para encontrarle definitivamente una cura a la esquizofrenia. Incluso, una cura para usted mismo.

_ Todo esto parece una pesadilla.

_ Le reitero que usted no tiene la culpa de su enfermedad ni tampoco tiene la culpa de que no se la hayan descubierto antes. Nosotros podemos curarlo y su sangre puede ayudar a todos los enfermos de esquizofrenia a recuperarse. Absolutamente a todos.

_ ¿Y cómo mi sangre me puede ayudar a mí y al resto?

_ No sabemos la forma todavía, pero sabemos que la solución es real. Acá no tenemos los recursos adecuados para realizar los estudios que necesitamos realizar para abordar el tema como corresponde y encontrar la solución definitiva y su consecuente aplicación.

_ ¿Entonces, de qué sirve? Mire, a mí se me hace que todo esto es una experimento ilegal y lo puedo denunciar por eso.

_  No hay nada ilegal acá, Ontivero. Son procedimientos legales avalados por el gobierno. Y tenemos además el aval del Ministerio de Salud de la Nación. Todo esto va a permanecer en la más absoluta confidencialidad hasta que tengamos la solución definitiva al problema.

_ ¿Qué solución? ¿De dónde va a sacar los recursos?

_ Tenemos un viaje financiado por el gobierno a Groenlandia. Ahí podremos hacer todas las investigaciones y los estudios que queramos y creamos pertinentes. Allá usted por supuesto tendría un hogar y un trabajo digno. Al principio, estará en la clínica que nos designen por unos meses con posibilidades de salidas transitorias conforme vaya mejorando, claro está. Cuando la recuperación sea notoria, podrá abandonar la clínica y seguir el tratamiento en el domicilio. No le va a faltar absolutamente nada, el gobierno se va a ocupar de todo.

El doctor Américo De Luca le extendió una serie de documentos legales a Álvaro Ontivero, que aquél leyó detenidamente y firmó dando su consentimiento al proceso médico y a todo lo allí estipulado.

_ ¿Por cuánto tiempo tendría que irme a Groenlandia?_ inquirió Ontivero, más sumiso y calmado.

_ Por un plazo mínimo de tres años. Si todo resulta bien y a usted le interesa, puede quedarse a vivir definitivamente allá. Yo puedo gestionarlo con mi nexo en el gobierno, llegado el caso.

_ ¿Mis cosas? Tengo que ir a mi casa a buscarlas.

_ No va a ser necesario eso. Nosotros ya nos ocupamos. Le guardamos lo indispensable.

Álvaro Ontivero no objetó la decisión y se puso a disposición de los médicos. Tres días más tarde, partió para Groenlandia en un vuelo privado, acompañado por personal médico.

 

                                                                     ***

 

 

Nuevamente en el despacho de León Betancourt.

_ ¿Qué le hizo a Álvaro?_ preguntó intrigada, Antonela Ortega._ Me llamó por teléfono hoy a la mañana, todo sumiso, tranquilo. Me pidió perdón por todo, que lo que pasó no fue su culpa, que era largo y difícil de explicar… Me habló de un viaje, de salvar vidas… No entiendo absolutamente nada, Betancourt.

_ No tiene porqué entender tampoco_ respondió León Betancourt._ Lo importante es que a partir de hoy va a poder comenzar una nueva vida lejos suyo. Permítase disfrutar y darse todos los gustos, no se prive de nada, señorita Ortega. Es una mujer entera y renovada.

La joven mujer lo contemplaba con admiración e intriga a la vez,  aún sin llegar a dilucidar el trasfondo del asunto. 

La conversación fue interrumpida por Germán, que ingresó al despacho tras una indicación de Betancourt, acompañado de unos caballeros.

_ Ellos son los nuevos empleados_ los presentó Germán._ Están a tu entera disposición.

León Betancourt dejó escapar una sonrisa de satisfacción.

_ Bienvenidos_ les dijo con ímpetu.

Eran los linyeras del otro caso.

                                                  

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