lunes, 21 de octubre de 2019

Detective de artificio/ Casa usurpada (Gabriel Zas)




                                     Caso 4:Casa usurpada


León Betancourt oía con mucha atención el desesperado relato de su cliente. Era una familia tipo. Un matrimonio, con dos hijos pequeños y la madre de ella que convivía con ellos desde hacía algunos años por problemas de salud.
Lorena Stromberg lloraba sin consuelo, mientras su esposo, Federico Stromberg, trataba de reanimarla. En tanto, Adelia Fortunato cuidaba a los nenes afuera del despacho.
_ ¿Y la Justicia alega que no puede hacer nada para ayudarlos, digamos?_ preguntó Betancourt muy preocupado.
_ No_ respondió Federico Stromberg nervioso e impotente._ Esta gente exhibió una documentación falsa que el juez evidentemente tomó por fideligna y cerró la instrucción de la causa. Ni dos días permaneció el caso en el Juzgado. Una vergüenza, una verdadera vergüenza cómo funciona el poder judicial en nuestro país. 
_ ¿Apelaron el fallo?
_ Sí_ repuso Lorena Stromberg, devastada._ Pero la Cámara de Apelaciones puede demorar una semana como un mes como un año en pronunciarse sobre nuestro caso y no podemos perder tiempo. Necesitamos una solución urgente e inmediata a nuestro problema.
_ Y una casa_ intervino Federico Stromberg._ ¿Esta noche dónde vamos a dormir? Piense en mis hijos. ¿Qué les digo? No saben lo que está pasando.
_ En su casa. En menos de dos horas pienso recuperarla, y esta gente que se la usurpó ilegalmente no va a volver nunca más.
_ Perdóneme si desconfío de su palabra, Betancourt...
_ Si lo hiciera, no estaría acá, señor Stromberg. ¿O me equivoco?
Federico asintió tímidamente.
_ ¿Qué es lo que hace exactamente usted?_ lo interpeló Lorena Stromberg con ansiedad._ Usted es un simple detective privado. ¿Qué va a hacer que la Justicia no pueda?
_ Convengamos que no soy un simple detective particular_ aclaró Betancourt con aire de superioridad._ Ese es mi desafío: resolver los problemas que la Justicia no puede. En este caso, porque no quiere, lo que la convierte en cómplice de este matrimonio que usurpó su casa de manera indebida mientras ustedes estaban vacacionando en la Costa Atlántica. Ustedes son legítimos propietarios de la vivienda y presentaron toda la documentación que lo acredita. Esto es boleto de compra venta y planos, principalmente. Pero los usurpadores presentaron la misma documentación apócrifa y el juez decidió creerle a ellos y no a ustedes. No siempre la Justicia es imparcial, eso lo sabemos de siempre. Y más acá en Argentina. Quizá sea gente enviada por la propia Justicia de la mano de algún juez o fiscal corrupto para expropiarse de la propiedad y tener los terrenos a su disposición para la concreción de futuros negocios inmobiliarios. Eso pasa y no sólo acá. Pero conozco en profundidad cómo funciona y sé muchas artimañas para persuadirla. Y créanme: siempre tengo éxito.
_ ¿Cómo pueden falsificar los planos de una propiedad?_ se indignó Lorena Stromberg.
_ No los falsifican, los obtienen directamente de la inmobiliaria. Se hacen pasar por parientes cercanos de los dueños y convencen a los agentes para que les den los planos bajo pretextos. No sabe cuán a menudo funciona. Y si falla, sobornan a algún empleado administrativo del ministerio para que les den los planos, sacarles fotocopia y devolvérselos. De una u otra forma, los consiguen de manera infalible. Y el boleto, fácilmente falsificable.
_ Todavía a mi esposo y a mí no nos queda claro qué es lo que va a hacer usted por nosotros, señor Betancourt.
_ Lo mismo que esta gente hace con los empleados de la inmobiliaria para robar los planos de sus objetivos: fingir. Los voy a engañar, y créanme que soy implacable en lo que hago.
El matrimonio se miró entre sí estupefacto sin saber qué decir.


Después de hacer unos arreglos básicos y las averiguaciones pertinentes para llevar a cabo su plan, León Betancourt se presentó en casa de los Stromberg. Estaba vestido con un traje de etiqueta, bien peinado y con portafolio en mano. Tocó timbre y fue recibido enseguida por una mujer joven, de unos treinta y tres años, alta y de mirada profunda pero dulce. Lo recibió con plena predisposición y buenos modales. Todo estaba calmo, todo parecía natural.
_ Buenas tardes. ¿La señora Elena Guzmán?_ preguntó León Betancourt con amabilidad y una sutil sonrisa que surcaba superficialmente sus labios.
_ La misma_ respondió la muchacha, cortésmente._ ¿Lo conozco?
_ No. Simplemente porque no me presenté. Soy Emilio Torrejón, mediador comercial de la empresa Hidrocarburos Patagonia, concesionada por el Estado Nacional.
Se estrecharon la mano formalmente.
_ Ahora sí nos conocemos de manera oficial_ dijo Betancourt con gracia._ Prosigo. La empresa está explotando unos yacimientos que están a unos diez kilómetros de la conocida reserva de Vaca Muerta en la provincia de Neuquén. Controlando que todo estuviese en perfectas condiciones, un operario descubrió una falla severa en la bomba principal de uno de los oleoductos más importantes que tiene la reserva y la provincia. Alguien, que la Justicia ya se está encargando de averiguar quién es, saboteó la bomba, la pinchó y produjo una desviación del contenido hacia Buenos Aires, creemos que con intenciones de comercializar el crudo en el mercado negro. Mucha gente recurre al mercado negro para pagar menos los combustibles. Imagínese que el precio oficial se fue por las nubes. Las petroleras están en este negocio desde hace muchos años. Pero no quiero irme por las ramas. Voy al grano. Seguimos el rumbo de la desviación a partir de la pinchadura y de los planos que el Gobierno de Neuquén gentilmente nos proporcionó, y descubrimos que el producto llegó hasta debajo de su propiedad.
 La señora Guzmán no pudo disimular su cara de asombro.
_ ¿Cómo es eso?_ preguntó ella medianamente escéptica y sorprendida a la vez.
_ En el proceso, pincharon otros oleoductos en varios puntos estratégicos del país para que el producto llegara adonde ellos pretendían. Pero hubo un error de cálculos y sabotearon por error unos tubos que trajo el material hasta justo debajo de su propiedad.
_ ¿De qué material estamos hablando? No lo entiendo, Torrejón.
_ Emilio, por favor. Llamarnos por el apellido es muy formal y crea distancia.
_ Está bien, Emilio. ¿De qué hablamos exactamente?
_ De lo que usted se imagina: de petróleo.
El rostro de la joven mutó radiante y sus ojos destellaron un brillo locuaz.
_ ¿Usted me está hablando enserio?_ inquirió una todavía ingenua Elena Guzmán.
_ ¿Para qué le mentiría? Dígame_ le retrucó Betancourt, sólidamente.
_ No comprendo igualmente cuál sería la idea de todo esto.
_ Usted quiere saber puntualmente a qué vine, ¿no es así?
Guzmán asintió con la cabeza.
_ La empresa me mandó a notificarla y a confirmar que las coordenadas del desvío sean las correctas, ese es todo mi trabajo. Pero al llegar el petróleo hasta debajo de su propiedad como consecuencia de un delito federal, ya que los terrenos donde están empotrados los yacimientos son potestad de Nación, su propiedad se convierte inmediatamente en evidencia. Mire, le voy a ser honesto. A mí la empresa me paga dos mangos por hacer el trabajo que hago. No estudié en la Facultad para que la empresa me pague dos míseros mangos. Yo le pago a usted una buena cantidad y le consigo un lugar donde vivir, lejos de acá. Esto queda para mí, saco todo el petróleo para vender y listo. Yo me encargo del resto después cuando la Justicia intervenga. Tengo todo listo ya.  Van a pensar que fue otro error de cálculos y nadie va a sospechar nada. ¿Qué me dice, señora Guzmán? Es una oferta única y tiene fecha de vencimiento.
Una figura imponente emergió desde el interior de la casa de forma estrepitosa.
_ El señor Guzmán le dice que el trato es el dinero que le prometió a mi esposa y la mitad del petróleo_ dijo con voz ronca._ Escuché todo desde adentro mientras me ocupaba de terminar de arreglar algo. Mitad y mitad del crudo y el cash o no hay trato.
León Betancourt no se achicó ante la preponderancia del señor Guzmán.
_ Discúlpeme, no escuché su nombre completo_ dijo cordialmente.
_ Sergio Guzmán, esposo de Elena. Encantado_ replicó el hombre con poca amabilidad.
_ Sergio, mire. Está en todo su derecho de declinar mi propuesta. Pero cuando la Justicia caiga, le van a confiscar la casa hasta que el juez lo dictamine, y usted estoy seguro, no va a tener otro lugar adonde ir. Yo le ofrezco un nuevo hogar en la Costa Atlántica, en plena ciudad de Miramar, con todos los lujos y las ostentaciones que su capricho le demande, dinero... Y está bien, la mitad del petróleo. ¿Le parece bien?
_ ¿Cómo creerle?
Betancourt suspiró resignado.
_ A ver... Vengo desde la loma del traste con un pasaje que me lo tuve que pagar yo de mi propio sueldo porque la empresa no pone un mango_ enfatizó levantando sutilmente el tono de su voz_  ¿Para qué invertiría tiempo y dinero al divino cohete? Explíquemelo, Sergio.
_ Muéstrenos el producto y voy a creerle_ replicó el señor Guzmán sin inmutarse, duro como una roca_ ¿Trajo las herramientas para hacer el pozo?
_ Traje todo lo necesario. Voy hasta el auto a buscarlo. Es ese de ahí enfrente_ señaló un coche rojo tipo cupé estacionado justo enfrente de la vivienda. Cruzó, abrió el capot y sacó un bolso que a simple vista parecía pesado. Mientras, el matrimonio Guzmán susurraba entre sí. A los cinco minutos, León Betancourt estaba de vuelta.
A expreso pedido de Sergio Guzmán, Betancourt le exhibió las herramientas, el dinero y los pasajes de ida para viajar a Miramar, su nuevo destino. Chequeado todo, ahí recién le permitió el ingreso a la morada.
_ ¿Dónde están los caños?_ preguntó Betancourt.
_ Los que vienen de la calle, pasan por debajo del jardín_ respondió Sergio Guzmán.
Él había asumido el mando de la situación. Su esposa había quedado completamente al margen, siguiendo todo lo que sucedía en absoluto silencio pero con mucha atención. 
León Betancourt comenzó a cavar hasta que de repente se exaltó. Tomó un frasco vacío, lo vertió en el interior del pozo que cavó y cuando lo retiró, un líquido negro espeso lo llenaba hasta el borde. Los tres lo contemplaron obnubilados. Y súbitamente, segundos después, celebraron todos juntos arduamente entusiasmados y emocionados. extrajeron todo el contenido del pozo y lo repartieron en partes iguales, como habían acordado. Seguidamente, León Betancourt les hizo entrega del dinero en efectivo y de los pasajes de micro.
_ Un trato es un trato, señores_ dijo Betancourt, emocionado y feliz._ Es importante que esto no trascienda. Guarden el secreto, no le cuenten a nadie sobre esto, ¿quedó claro?
El matrimonio asintió con la cabeza sin poder dejar de sonreír.
_ Cuando me pregunten desde la empresa qué pasó_ siguió León Betancourt con su alocución,_ voy a decirles que en la casa no encontré nada. Ellos van a desconfiar, yo ahí los persuado, va a venir la Justicia, va a comprobar mi versión y todo va a apuntar a otro error de cálculos. Van a buscar el petróleo en las zonas circundantes seguramente. Pero todos sabemos dónde está.
Y los tres rieron de alegría. 
_ Gracias, Emilio, por todo_ agradeció emocionada Elena Guzmán.
_ Nada que agradecer_ repuso humildemente el detective._ Yo voy a justificar su ausencia diciendo que se fueron temporalmente unos días a casa de algún pariente hasta que toda esta situación se esclarezca definitivamente. Si el juez quiere saber más sobre el paradero de ustedes, yo les voy a tirar letra y les voy a decir qué hacer. Despreocúpense por eso.
Los Guzmán hicieron las valijas y abandonaron la vivienda en menos de una hora.
Esa misma noche, los Stromberg hicieron una cena en honor a León Betancourt que audazmente les devolvió su casa y la felicidad familiar.
_ ¿Cómo supo que nosotros éramos los legítimos propietarios de la casa y no los usurpadores?_  le preguntó curiosamente Lorena Stromberg a León Betancourt durante la cena.
_ No lo supe hasta que puse en práctica el plan_ confesó honestamente el detective._ No tenía ningún dato de los supuestos usurpadores porque, cuando hice las averiguaciones correspondientes, obtuve el dato que la casa en realidad está a nombre de un tal Hernán Visconti.
_ En realidad, la casa está a mi nombre_ aclaró Federico Stromberg._ Pero figura a nombre del dueño anterior por un tecnicismo burocrático, digamos. No se lo dije cuando lo visitamos por primera vez porque temía que desconfiara de nosotros y no aceptara ayudarnos.
_ Lo corroboré un poco después, y fue ese tecnicismo el que hizo dudar al juez posiblemente… O quizás no. Pero igualmente desconfié, dadas las circunstancias. Así que, cuando visité al matrimonio que ocupaba la casa y me atendió una mujer joven, la llamé por un nombre falso que ella validó sin ningún reparo. El cómplice estaba escuchando atentamente lo que hablaba con la dama en cuestión e hizo su aparición en el momento más propicio.
_ ¿Cómo los persuadió? Me muero de intriga por saber_ expresó con ansiedad la señora Stromberg.
_ No puedo revelarles eso. Secretos del oficio. Pero sí voy a decirles que los mandé a un terreno en construcción en medio de la nada, lejos de acá, con plata falsa. Seguramente, pretendan pasar la noche en un hotel con todas las comodidades. Nadie quien los salve cuando les paguen con los billetes truchos que les di. Y para ellos, yo no existo ni la historia que les conté tampoco.
_ Bueno, no me apena_ dijo Federico Stromberg con regocijo._ Estafadores víctimas de una estafa. ¿Quién lo iba a decir? Ojo por ojo, diente por diente.   

miércoles, 9 de octubre de 2019

Detective de artificio/ La reliquia perdida (Gabriel Zas)



                 Caso 3: La reliquia perdida



La familia Zenra veía cómo los acreedores y  veedores del banco del que ellos eran clientes hacía más de seis años se iban de su propiedad regocijándose de placer y deleite, en tanto ellos estaban terriblemente desesperados y sin nada más que hacer ni a quién más recurrir. Sabían perfectamente que la próxima vez que esos tipos volviesen iba a ser para embargarle sus efectos personales y poner la casa bajo remate judicial.
Sebastián Zenra hacía ocho meses se había quedado desempleado por la difícil situación del país. Y por la misma razón, le resultó imposible conseguir un trabajo nuevo. Era sostén de hogar y había quedado en la ruina, ya que su esposa tampoco trabajaba por cuestiones de salud. Ocho meses a la deriva, sobreviviendo con la ayuda que le extendían amigos y allegados.   
Ése dinero lo utilizaron para alimentarse y vestirse, pero no para cancelar las deudas que tenían porque no les alcanzaba y no querían abusar de la generosidad de quienes contribuían económicamente a diario para ayudarlos. Por ende, contrajeron una deuda enorme con el banco por la hipoteca de la casa. La entidad llevó el caso a la Justicia, la causa pasó por todas las instancias procesales y legales habilitadas, y el fallo fue confirmado por Casación. Nada más se podía hacer.
Los Zenra, Sebastián y Paula, creían que en realidad no se podía hacer más nada ya. Pero un amigo de la pareja dijo las dos palabras mágicas: León Betancourt. Un poco renuentes, pero empujados por la curiosidad del momento, decidieron visitarlo y consultarle sobre su caso. Estaban convencidos que su situación era insalvable, pero lo que el detective les dijo los sorprendió en gran medida y les abrió una mínima ventana de esperanza.
_ ¿Escuché mal o usted dice que puede hacer que el banco nos perdone por completo la deuda que mantenemos con ellos por la hipoteca?_ preguntó asombrado e incrédulo, Sebastián Zenra.
_ Así es_ respondió con arrogancia y aire de superioridad, Betancourt.
_ ¿Y cómo piensa hacer eso?_ indagó Paula Zenra con escepticismo._ Nos garantiza algo totalmente desproporcionado.
_ Sé de ciertas técnicas y habilidades muy valiosas que aprendí y adquirí en el pasado con fines que preferiría olvidar, y que podrían ser muy útiles en un caso como el de ustedes.
_ ¿De qué clase de técnicas estamos hablando?_ quiso saber Sebastián Zenra con mucho interés.
_ No puedo adelantarles mucho. En otros casos, suelo servirle al cliente toda la información en bandeja. Pero en este caso puntual, por razones muy estrictas y de extrema confidencialidad, es preferible no anticipar nada. Sólo voy a decirles dos cosas que es esencial que sepan.
_ ¿Cómo confiar en usted, entonces?_ preguntó casi en tono desafiante, Paula Zenra.
_ Porque si no lo hacen, pierden la casa y se quedan en la calle, así de siemple_ repuso Betancourt con vanidad._ Soy el único que los puede ayudar.
_ Está bien, Betancourt_ se rindió Sebastián Zenra._ ¿Cuáles son las dos cuestiones que tenemos que saber sí o sí, según usted?
_ ¿Qué hacés, Sebastián?_ lo increpó su esposa.
_ Va a estar todo bien.
_ ¿Y si nos engaña?
_ Prefiero correr el riesgo.
_ Los engañados no van a ser precisamente ustedes_ interpuso León Betancourt._ Primero y ante todo, deben saber que entre los acreedores y veedores que vayan a su vivienda el día del embargo voy a tener gente infiltrada dispuestos entre ellos. Y segundo, y lo más importante.
Y extrajo de su repisa un vaso tipo jarra de plata fabricado en la antigüedad y se los exhibió a sus clientes. Ambos miraron a Betancourt ligeramente sorprendidos.
_ Me lo regaló un viejo cliente como parte de pago. Es un sencillo jarrón de plata que tiene tallado una serie de ornamentos muy finos e interesantes. Su valor no asciende a mucho. Pero valdrá para esta gente una fortuna incalculable. Y créanme cuando les digo que se van a matar por poseerlo. Su valor ascenderá a tanto que ustedes se quedarán con su casa, tendrán dinero suficiente para vivir por un año entero sin problemas y además podrán cubrir mis honorarios.
_ ¿De qué estamos hablando? Sea más específico. No llego a comprenderlo del todo.
_ De la reliquia perdida y más buscada por el hombre en la historia de la humanidad. Sólo deberán guardarla entre sus efectos personales, en un lugar de no muy fácil acceso pero tampoco tan difícil y forzado. Que esté al alcance. Deje que los acreedores lo encuentren. Yo me encargo del resto.
Hubo un breve silencio donde todos se miraron entre sí aprensivos y prejuiciosos. 
_ Vayan tranquilos_ dijo Betancourt._ Recibirán por correo a más tardar mañana por la mañana temprano una carta con instrucciones detalladas de lo que ustedes deberán hacer, que no es gran cosa. Pero es esencial para que mi idea funcione satisfactoriamente. Que tengan buenas tardes.
Y les dio en mano el jarro, que Paula Zenra recogió con sutileza y desconfianza.




El día del remate judicial, los veedores y acreedores del banco llegaron a la propiedad del matrimonio Zenra puntualmente a las 9 de la mañana. Los últimos que ingresaron lo hicieron un poco esperando a ser invitados por los primeros.
_ Ellos son Fabio Cruciotti y Federico Linás_ los presentó quien podía decirse era quien estaba a cargo del operativo interpuesto por la Justicia._ Están en reemplazo de dos de los veedores titulares, que por problemas que nos exceden, están ausentes con aviso. Los dispuso la jueza. que entiende en la causa.
Tanto Cruciotti como Linás hicieron una tímida reverencia con la cabeza a modo de saludo e ingresaron a la morada tras la directiva de su superior.
_ ¿Usted está a cargo del operativo?_ lo indagó Sebastián Zenra.
_ Perdonen mi falta de educación. Soy Esteban Solanas. Y sí, estoy a cargo de verificar que todo resulte como la ley indica y que no haya obstáculos en el medio que nos impidan desarrollar nuestra penosa tarea de embargo con absoluta normalidad. De lo contrario, ustedes sumarían un problema más, ¿soy claro?
Extrajo del bolsillo de su saco una hoja y se las exhibió a los Zenra.
_ Es la orden de embargo firmada por la dra. Julia Torres. Yo sólo hago mi trabajo. Con permiso.
Y les arrojó la orden en la cara de forma despectiva e irónica.
Tanto Paula como Sebastián Zenra fueron detrás del señor Solanas suplicándole de todas las maneras habidas y por haber que por favor no los embarguen. Trataron de explicarle encarecidamente que no pagaron la hipoteca no porque no quisieran, sino porque Sebastián se había quedado sin trabajo y le resultó sumamente dificultoso conseguir uno nuevo.
_ Ése no es mi problema, señores. Déjenme hacer mi trabajo tranquilo, por favor._ les respondió Esteban Solanas, indiferentemente.
Era realmente una escena desoladora y fatídica ver cómo gente enviada por la Justicia revolvía entre los efectos personales de los Zenra para llevarse objetos de valor que pudieran cubrir el 50% de la deuda contraída con la entidad financiera. El otro 50% lo completaría la casa misma.
Los Zenra contemplaban desconsolados toda la escena. Veían cómo algunos objetos de mucho valor los trataban con desprecio. Ellos les pidieron que fuesen más cuidadosos con algunas cosas, pero hicieron caso omiso al respecto.
De repente, todo fue estupor y silencio. Fabio Cruciotti, uno de los veedores suplentes, sostenía entre sus manos un hermoso jarro plateado con finos ornamentos propios del movimiento renacentista. Una majestuosa obra de arte, pulcra y delicadamente tallada. La admiraba boquiabierto.
_ ¿Qué pasa, señores? ¿Nunca vieron una antigüedad?_ preguntó levemente enojado, Esteban Solanas.
_ No es cualquier antigüedad, señor_ replicó Cruciotti prácticamente tartamudeando. Y se dirigió hacia los Zenra.
_ ¿De dónde la sacaron?_ les preguntó Fabio Cruciotti.
_ ¿Qué pasa, Cruciotti?_ indagó en un alarido, Solanas.
Cruciotti lo calló con un gesto.
_ Lo compramos en una feria de San Telmo a principio de año_ respondió Paula Zenra sin comprender demasiado la situación._ ¿Por qué?
_ Es la reliquia perdida. Interpol la está buscando hace meses desde que fue robada del museo Del Prado de España el año pasado. Se corría el rumor de que la habrían metido de contrabando en el mercado negro y que la habrían adquirido acá en Argentina de forma ilegal. Pero ya no es más un rumor, sino un hecho.  
_ ¿De qué está hablando?_ quiso saber enardecido, Solanas.
_ De la famosa reliquia perdida… Del Santo Grial, señor. Es el Santo Grial. El auténtico Santo Grial. El mismo que utilizó Cristo en La Última Cena.
_ ¡No me joda! Prosigan, por favor.
_ No es una broma. Es el Santo Grial. La Interpol emitió un alerta roja a la Policía Federal porque se sospechaba que había ingresado al país de contrabando. Pero lo mantuvieron en secreto por el bien de la investigación y por el escándalo que la noticia podría generar.
Se concibió un momento de conmoción que los absorbió a todos los presentes de forma abrumadora. Atrás siguió la calma, una calma forzada e importuna. 
_ ¿Ustedes lo robaron?_ les preguntó Cruciotti a los Zenra.
_ Esto es una locura_ protestó Sebastián Zenra._ ¿Cómo se le ocurre semejante cosa?
_ Mi marido y yo lo compramos en un mercado en San Telmo_ intervino Paula Zenra._ Lo vimos, nos gustó y lo obtuvimos. Fin de la historia.
_ No es casualidad_ añadió Federico Linás, el otro veedor suplente._ San Telmo es la cuna de los mercados negros en el país, y en especial, en la Ciudad de Buenos Aires. Se vende mucho material de contrabando ahí. La Policía Federal realizó diversos operativos, pero se secuestró muy poco material. Se podría decir que el operativo fue un fracaso rotundo. Se cree que hay jueces y fiscales corruptos que cobran un soborno para mantener todo el asunto encubierto. 
_ Yo no puedo creer lo que estoy escuchando_ disparó ofuscado, Esteban Solanas.
Tomó su celular e hizo una llamada aparentemente al Juzgado. Pidió que le enviaran vía fax la foto del Santo Grial robado cuanto antes y cortó la comunicación bastante nervioso e irritado.
Unos minutos después, el aparato expulsaba un papel con una imagen impregnada que ocupaba la mayor proporción de la página. Solanas la arrancó fuertemente y la comparó con el objeto hallado en casa de los Zenra: Eran exactamente iguales.
_ Entonces, es cierto_ admitió finalmente, Esteban Solanas, rendido ante la implacable evidencia que tenía frente a sus ojos.
_ ¿Cómo sé que me están diciendo la verdad?_ preguntó luego dirigiéndose de nuevo al matrimonio.
_ ¿Por qué le mentiríamos? ¿Qué ganamos con eso?_ repuso Paula Zenra con sinceridad.
_ ¿Y por qué no? Voy a pedir unidades a la Comisaría competente para que los detengan por robo y contrabando de objetos de valor.
Por primera vez, tanto Paula como Sebastián Zenra se mostraron verdaderamente asustados.
_ Espere un momento_ se opuso Cruciotti.
_ ¿Qué pasa?
_ Si llama a la Policía y los detiene, esto va a ser un escándalo mundial. Va a tener a la prensa encima hinchándole, a los jueces hinchándole también, a las autoridades de más arriba, a la Iglesia… Va a ser un lío todo. Además, yo les creo a ellos. Si dicen que lo compraron, lo compraron. No tienen nada que ver con este asunto. Parecen muy sinceros al respecto.
_ ¿Qué sugiere entonces? ¿A ver…?
_ Que les perdonemos el embargo y el remate a cambio de la devolución de esta reliquia.
_ No. De ninguna manera voy a aceptar una cosa así.
_ ¿Quiere que el escándalo se desate y no lo deje en paz ni por un segundo de su vida? Se hizo un esfuerzo muy grande para mantener este caso en secreto. Y sacarlo a la luz, implicaría un drama terrible. ¿Quiere eso, acaso?
_ Usted no me hable a mí así, Cruciotti. Yo soy su superior. Modere sus palabras y su tono cuando se dirija a mi persona.
_ Yo conozco gente que estuvo involucrada en la investigación del caso. Sé perfectamente de lo que le hablo. Y usted es lo suficientemente inteligente para saber qué le conviene y qué no.
Esteban Solanas lanzó un suspiro de resignación, cargado de impotencia y descontento.
_ Está bien, listo.
Se dirigió otra vez a los Zenra.
_ Olvídense del embargo, del remate y de toda la mar en coche. Yo me encargo de poner la cara ante la jueza.
_ No es tan sencillo_ dijo Sebastián Zenra, autoritario._ Cuando esto se descubra, todas las evidencias van a apuntar directo hacia nosotros y tarde o temprano vamos a tener lío igual. Paula y yo no vamos a ser cómplices.
Esteban Solanas los fulminó con la mirada.
_ Bien. ¿Cuánto quieren? Y todos felices y contentos.
Paula y Sebastián sonrieron con lascivia y ella le habló a Esteban Solanas al oído de forma confidencial. Solanas abrió los ojos enormemente y la escrudiñó con la mirada vorazmente. Resignado, extrajo del interior de su saco la chequera, un bolígrafo y anotó una cifra. Arrancó el cheque del talonario y se los extendió en mano de mala gana. Cuando Paula y Sebastián lo revisaron, saltaron de la alegría y se abrazaron acaloradamente.
Solanas y su equipo levantaron todo y se retiraron de la morada de manera proterva y descortés. En la puerta, un hombre alto y de facciones duras interceptó bruscamente a Esteban Solanas.
_ Disculpe, no soy de la zona. Es la primera vez que vengo_ se excusó el caballero en cuestión, quien no resultó ser otro más que León Betancourt._ ¿Podría decirme dónde queda la calle Cevallos, por favor?
_ No soy del barrio. Con permiso_ repuso Solanas. Y se retiró de forma poco amable.

León Betancourt miró a través del umbral, los observó a los Zenra felices y se retiró absolutamente satisfecho por la eficacia y el éxito de su idea.  

Detective de artificio/ La heredera de los antepasados (Gabriel Zas)



Caso 2: La heredera de los antepasados


Fue un arduo día de trabajo para León Betancourt. Nunca nadie dijo que ser investigador particular resultaba un trabajo sencillo. Pero León Betancourt ya estaba acostumbrado a la histeria de sus clientes y a trabajar hasta altas horas de la madrugada. Pero aquel día terminó su labor a las seis de la tarde y aprovechó para ir a su casa, darse una buena ducha para relajarse, comer algo y acostarse temprano para arrancar el día siguiente con las energías enteramente renovadas.
Pero los imprevistos son moneda corriente en la vida diaria de todo ser humano y León Betancourt no estaba exento a la regla. Se cruzó a mitad de camino con una mujer que se había parado en medio de las vías del tren dispuesta a quitarse la vida.
Era alta, de cabello corto, estatura promedio y superaba mínimamente los sesenta años.
Al ver la situación, León Betancourt se acercó hasta ella para evitar una tragedia. La dama no había advertido su presencia sino hasta que él le habló segundos más tarde.
El investigador estudió a la mujer con una mirada fugaz y miró hacia ambos costados para verificar si venía el tren y cuán lejos estaba. Comprobó que aún no asomaba ninguno, lo que le dio un poco más de margen para pensar qué hacer y resolver la situación con mayor seguridad y certeza.
_ No lo haga_ le dijo Betancourt a la mujer con preocupación pero firme en su actitud y palabras.
La mujer se dio vuelta bruscamente y lo observó con hostilidad.
_ Váyase_ le exigió ella con indiferencia._ Es mi vida, no la suya. La decisión ya está tomada.
_ ¿Puedo preguntarle al menos por qué?
_ Porque me echaron del trabajo. Desde los doce años que trabajaba para ellos. Y así porque sí y sin ninguna explicación satisfactoria, me dejaron en la calle sin goce de sueldo y sin derecho a cobrar la indemnización que me corresponde. No me casé, no tengo hijos. Nunca tuve la dicha de conocer la suerte de estar casada y tener al lado a un hombre. Nunca tuve la bendición de quedar embarazada, de adoptar, de cuidar a un chico. ¿Sabe por qué? Porque viví para mi trabajo. No disfruté de mi vida como cualquier persona normal. Y ahora que me despidieron, no tengo ninguna razón para vivir.
_ Discúlpeme si no estoy de acuerdo con usted... ¿Señora?
_ Vares, Lucrecia Vares. Y no busco su aprobación, señor...
_ Gastón Amenábar. ¿Ya intentó hablar con algún responsable de la compañía?
_ Sí. Y fue inútil. Y no puedo jubilarme porque nunca me hicieron los aportes como debían. Y con mi edad, ¿dónde me van a contratar?
Hizo una pausa y prosiguió.
_ ¿Lo ve? ¿Ve que no vale la pena seguir viviendo?
_ Desista de su actitud, señora Vares. Soy abogado, represento al Estado en nombre del Gobierno Nacional_ mintió con galantería, León Betancourt._ Y justo es usted a la persona que estaba yendo a visitar antes de cruzármela. Las casualidades no existen.
Lucrecia Vares lo contempló con extrañeza.
_ ¿Por qué un abogado del Estado, enviado por el Gobierno, viene a verme justamente a mí?
_ Porque usted es legítima heredera de una fortuna que dejó el virrey Loreto antes de morir. Usted es la última heredera con vida del clan y le pertenece una gran suma de dinero.
Lucrecia Vares no comprendía lo que ocurría. Creía que se trataba de una broma y descreyó de lo que León Betancourt le dijera. Pero él la convenció de lo contrario y ella casi se desvaneció del asombro y de las emociones que la embargaron en esos momentos.


Ya repuesta y lejos del peligro, la señora Vares trataba de digerir la noticia.
_ Créame que no lo comprendo, señor Amenábar._ dijo ella con cautela.
_ El virrey Loreto dejó $200 en esos tiempos de herencia antes de morir, que al valor e inflación actual, equivale a más de 5 millones. Le dejó todo a su mujer, hijos y hermanos. Pero todos fallecieron antes de que pudieran cobrarla. Se supo muchos años después que había familiares directos suyos de otra generación que nunca se los pudo ubicar. Pese a todo, no nos dimos por vencidos y seguimos investigando hasta que dimos con usted. En mi oficina, tengo el árbol genealógico y toda la documentación que avala esta simple pero increíble historia que le estoy diciendo, que no es más que la pura verdad.
Un poco renuente, Lucrecia Vares accedió acompañar a León Betancourt (Gastón Amenábar para ella) a su oficina para verificar por sus propios medios lo que aquel caballero le expresó en palabras. 
Llegaron, la invitó a entrar y tomar asiento, y él fue hasta un cuarto contiguo a buscar la documentación pertinente.
Cuando León Betancourt le exhibió gentilmente todos los papeles, Lucrecia Vares no pudo contener el llanto. El árbol genealógico y el resto de la documentación que tenía frente a ella no mentían. Las evidencias eran claras y contundentes. Y la brillantez de León Betancourt para armar toda esa farsa en apenas unos minutos fue increíblemente majestuosa. 
_ ¿Cómo hago para hacerme de esta plata?
Betancourt le extendió unas planillas y un bolígrafo.
_ Llene estas formas así yo las puedo elevar cuanto antes al Gobierno y a todas las entidades competentes e involucradas en este asunto, y usted a más tardar el otro lunes está cobrando. Yo le voy a notificar personalmente cuando el dinero esté liberado.
La señora Vares lo miró completamente emocionada.
_ No sé qué decir_ pronunció con la voz levemente quebrada.
_ Nada, señora Vares Loreto_ repuso León Betancourt con una sonrisa dibujada._ Piense en qué va a invertir el capital. Su futuro y nueva vida están próximos a comenzar. Disfrute de todo lo nuevo y maravilloso que se viene para usted.
Empujada por un impulso de momento, Lucrecia Vares abrazó desaforadamente al detective y se retiró de la oficina inmensamente feliz y renovada.
Al lunes siguiente, la plata estaba depositada en una cuenta abierta exclusivamente con esos fines a nombre de Lucrecia Vares.
¿De dónde salió? Mismo de la empresa para la que la señora Vares trabajó hasta hace poco. León Betancourt hizo todas las averiguaciones pertinentes y contactó al gerente de la empresa haciéndose pasar por un empleado del Banco donde ellos tenían la cuenta abierta. Les dijo que ocurrió un problema interno con los CBU y que por seguridad debían transferir todo el dinero a una cuenta provisoria que la entidad misma le proporcionó. Y que en realidad, era la suya personal. Los papeles firmados daban cuenta del pago de la indemnización correspondiente por el despido sin causa de la señora Vares. Betancourt estaba en todos los detalles.
De allí sacó el dinero para entregarle a la señora Vares y sus honorarios. Mató dos pájaros de un solo tiro. Y por si fuera poco, salvó una vida, que era el principal objetivo de toda la farsa.

lunes, 7 de octubre de 2019

Presentación del personaje del cuento "Detective de artificio".



León Javier Betancourt Espinoza fue durante largos años un estafador profesional, pero nada convencional. Sus estafas consistían en robarle a la gente a través de métodos muy sofisticados e ingeniosos. Montaba una historia falsa, embaucaba a sus víctimas con la mayor sutileza y genialidad del mundo y les robaba con mucha diplomacia. Se podía decir que hacía operativos de simulacro a los efectos de estafar a las personas.
Pero cierto día algo salió mal y lo detuvieron. Estuvo preso veintiún años, tiempo en el que observó y aprendió cómo se manejaba la Justicia. Y cómo la Justicia nunca resuelve todo por completo. Aprendió de leyes y de estrategias legales. Y tras salir de prisión, decidió fusionar sus viejas artimañas con sus conocimientos legales y se instauró como investigador privado para resolver todo tipo de casos delictuales y no delictuales: infidelidades, personas desaparecidas, robos y personas que quieren reencontrarse con otras, fundamentalmente. Pero la profesión lo llevó a experimentar situaciones de mayor envergadura que requieren de una solución digna e inmediata como las que León Betancourt puede ofrecer, abriendo así la posibilidad de encargarse de otros tipos de casos más serios y complejos. Ahí donde la ley no llega, está él.

sábado, 5 de octubre de 2019

Detective de artificio/ La mujer que no se sentía amada (Gabriel Zas)

"Un humilde tributo a la gran serie Los Simuladores y a la filosofía de Parker Pyne, gran personaje creado por Agatha Christie en 1934. Ambos fuentes de inspiración para este cuento".





CASO 1: LA MUJER QUE NO SE SENTÍA AMADA

La única razón por la que Marina Dolzer no lloraba era porque la impotencia había ocupado el lugar del dolor. La impotencia de a poco se convirtió en disgusto y este a su vez en desolación. Su rostro lánguido y sus labios desalineados estéticamente eran un retrato hablado de sus sentimientos.  Se levantó de la mesa de la cocina, fue hasta su dormitorio y se contempló frente al espejo por un largo rato. No paraba de preguntarse qué había hecho mal, en qué se había equivocado.  Dudaba de los errores que hubiera cometido para forjar el terrible momento personal que atravesaba, pero no respecto de que Bernardo Bertoldi, su marido de hacía quince años, había dejado de amarla y de importarle.  No la llamaba en todo el día, no le preguntaba cómo estaba, qué necesitaba, cómo estuvo su día, se iba por días enteros y la dejaba sola, no le dedicaba palabras de afecto y no la miraba como antes. Ya nada era cómo antes.Marina pensó en consultar a un psicólogo, pero especuló que no le daría la solución que ella estaba necesitando. Sólo la escucharía, la aconsejaría y nada más. Y eso no le servía, no era lo que buscaba. Su objetivo era que el señor Bertoldi volviera a quererla y mirarla como antes. ¿Y cómo iba a lograrlo? Entonces, tuvo la brillante ocurrencia de consultar con un detective privado. “Si ellos se encargan de parejas infieles y todo ese tipo de cosas, ¿cómo no van a poder hacerse cargo de un caso como el mío?”, se preguntó para sí misma. Y confiada en la implacabilidad de su método, tomó el diario, abrió en la página de los clasificados y recorrió con el dedo todos los rubros hasta que sus ojos leyeron lo que estaba buscando. Sonrió con satisfacción, se arregló un poco y fue al domicilio que figuraba en la publicación.
El hombre que la atendió era alto, de facciones duras, cabello negro cortado al ras y de trato muy respetuoso y cordial. Le estrechó la mano a Marina Dolzer al tiempo que se presentó como León Betancourt.  La invitó a pasar a su despacho y le acercó caballerosamente una silla para que se sentara. Quería que sus clientes se sintieran como en su casa. Después de un rato de aflojar tensiones, la señora Dolzer fue al hueso del asunto.  El detective se paralizó de asombro cuando Marina Dolzer finalizó.
_ Yo, sinceramente, no me esperaba tal cosa_ repuso Betancourt con una sinceridad exultante._ Yo me dedico a otro tipo de cosas más comunes. Una infidelidad, recuperar algún objeto de valor perdido, a encontrar a un ser querido extraviado o a ayudar a una persona a encontrarse con otra después de muchos años… Cosas así. No a lograr que su marido vuelva a amarla. Lograr eso es un desafío. La magia no es lo mío. Perdone que se lo diga así.
_ Está bien_ repuso Marina Dolzer, resignada._ Tenía una mínima esperanza de que pudiera usted ayudarme. Pero claramente lo mío no tiene solución. Perdóneme por hacerle perder  su tiempo.
Amagó con levantarse pero la voz de León Betancourt se lo impidió.
_ Yo nunca dije que no tuviera solución lo suyo_ dijo el detective con soberbia._ Mencioné que su caso era un desafío, pero nada más.
_ ¿Entonces, puede ayudarme?
_ Hace siete años atrás, un gran amigo mío había heredado una casa en Coronel Suárez. Era linda, un ambiente, cómoda, para que viviera una sola persona. La heredó de su padre que falleció de neumonía. Pero apareció de la nada  una mujer que alegaba ser hija extramatrimonial del padre de mi amigo reclamando el 50% del valor de la propiedad. Su abogado, mediante una serie de artilugios legales, reivindicó que a su clienta le correspondía el valor total de la propiedad y a mi amigo nada. Un delirio. La mujer presentó todos los papeles convenientes, toda documentación trucha. No podíamos comprobar fehacientemente la falsedad de los escritos. Podía, sí. Pero eso iba a llevar mucho tiempo. Y tiempo era precisamente lo que no teníamos.
<Imagínese, mi amigo estaba desesperado. La mina claramente era una estafadora profesional. Pero no disponíamos de las herramientas legales pertinentes para frenarla. Entonces, pensamos una solución rápida aunque muy poco ortodoxa.  Le hicimos creer que en ésa casa se había cometido un misterioso asesinato múltiple en 1887, que nunca se resolvió. Usamos ésa historia para justificar el hecho de que el padre de mi amigo decidiera no vender nunca la casa. En realidad, no sabíamos el verdadero porqué de ésa decisión. Pero lo usamos a nuestro favor>.
<Mediante una serie de engaños muy sencillos, les hicimos creer a ella y a su abogado que la casa estaba embrujada, que los espíritus de las víctimas fatales de 1887 aún permanecían en la morada. Hacer aparecer un falso cuerpo colgado de una viga fue el toque de gracia para que la mujer desapareciera definitivamente y mi amigo se quedara con lo que era suyo>.
_ Muy audaz de su parte recurrir a ésa estrategia para disuadir a la mujer. Pero no entiendo qué tiene que ver eso con mi marido y todo lo que le conté.
_ Que podemos ponerlo a prueba de una manera muy similar para corroborar si realmente usted le importa a él o no. Si el plan da resultados positivos, usted y él volverán a ser una pareja feliz nuevamente. Caso contrario, le servirá para pedirle la separación y empezar una nueva vida lejos suyo. ¿Le parece? De un modo u otro, el plan va a dar resultado, ¿me explico?
_ ¿No le parece un poco extremo?_ preguntó Marina Dolzer con desconfianza.
_ No se preocupe que no voy a inventar una historia tan delirante como la que le conté.
_ ¿Entonces?
_ Ya va a ver. Una única cosa y que es fundamental. De eso depende que todo salga bien.
_ Dígame.
_ Necesito que usted desempeñe un rol crucial en este drama. ¿Puedo contar con su ayuda?
_ Sí._ La respuesta de ella sonó lábil e insegura.
_ ¿Su marido tiene plata ahorrada en el banco? ¿Cómo se maneja con eso?
_ Sí. Tiene un plazo fijo y una caja de ahorro en dólares. Pero es avaro. No paga ni una cena. Hay que rogarle para que suelte un peso. Es el único defecto que tiene.
_ Justo lo que necesito. ¿Está lista? No se preocupe, no va a ser muy extenso esto.
_ Sí.
_ Muy bien. Comencemos.


                                                                              ***

Bernardo Bertoldi estaba tomando una cerveza en un bar de Palermo Viejo, cuando un número desconocido llamó a su celular. Ignoró la llamada, pero se repitió una segunda vez, que también rechazó. A la tercera, algo ofuscado, atendió.
_ Si quiere ver a su mujer de nuevo con vida, lleve dentro de seis horas un palo verde al lado de las vías del tren por calle Honduras. De lo contrario, la mato_ dijo una voz ronca al otro lado de la línea.
_ ¡Espere! ¿Quién es usted?_ preguntó Bertoldi con temor y desconfianza.
_ ¿No me oyó? No voy a repetirle lo que le dije. Dentro de tres horas lo vuelvo a llamar. Y si no tiene la plata, olvídese de su esposa para siempre, ¿entendió?
_ ¡No tengo ésa cantidad exorbitante que me pide! ¿Cómo quiere que la consiga?
_ Ése es su problema.
_ Otra cosa. ¿Cómo sé que me está diciendo la verdad?
Se percibió un breve silencio hasta que una voz femenina, asustada y solloza, irrumpió en la línea de forma intempestiva y abrupta. El señor Bertoldi se puso pálido al reconocer en ella la propia voz de su esposa. El captor cortó antes de que Bernardo Bertoldi pudiera responderle.


                                                                                    ***

Bernardo Bertoldi sintió que no podía hacer mucho. ¿O no quería hacer mucho en realidad? Los ojos de a poco se le cerraron y se desvaneció. Cuando recobró el conocimiento, estaba encerrado en un cuarto de paredes blancas en las que se proyectaban imágenes de él junto a Marina Dolzer. Las imágenes reflejaban diversos momentos felices de ellos como pareja, como así también marcaban una reconstrucción de su historia de amor.
Bertoldi las contemplaba conmovido al mismo tiempo que no paraba de preguntarse dónde estaba y qué estaba pasando.  Repentinamente, un hombre vestido con una túnica blanca apareció de la nada y se paró frente a él. Cuando Bertoldi lo observó, se sobresaltó… ¡Era él mismo!
_ Tranquilo_ dijo su otro yo._ Soy vos. Mejor dicho, soy tu conciencia.
_ ¿Estoy en un sueño?
_ Estamos en la parte de tu cerebro que controla los recuerdos y las emociones. 
_ Son todos recuerdos con Marina.
_ El cerebro guarda aquéllos recuerdos felices y borra los que cree innecesarios. No es casual que todos los recuerdos que tu cerebro conservó sean los de vos y Marina, precisamente.
_ No entiendo…
_ Yo, como tu conciencia, sé que a Marina la querés más de lo que le demostrás a ella. Hace tiempo que la desatendés y no está bueno eso.
_ Sí, pero me asfixia y…
_ Pero, eso no justifica que la dejes sola por semanas enteras…
_ Qué sé yo.  Me cuesta manejarlo.
_ Vos no querés que la maten. Yo lo percibo. Soy tu conciencia. No se me escapa nada de todo lo que te pasa y te afecta a vos.  Pagá el rescate y listo. Y todos felices y contentos.
Bernardo Bertoldi volvió a mirar los recuerdos de su esposa pero esta vez con mayor afecto y devoción.
_ Dale. La plata la tenés_ le insistió su conciencia.
_ Lo que tengo en el banco son los ahorros de toda mi vida_ adujo Bertoldi angustiado.
 _ No seas amarrete. Usalos con un fin noble, que es salvar a la mujer que amás de las manos del loco que la tiene secuestrada.
_ Yo quiero salvarla. ¿Cómo voy a querer que la lastimen? Pero, si entrego el rescate, ella va a volver a mí… Y yo no sé si quiero seguir con ella. Me pasa que no siento la relación como antes. Algo cambió. Los dos nos damos cuenta de eso.
_ ¿Vas a poner los sentimientos por encima de una vida humana?
_ No me malinterpretes, por favor…
_ No te malinterpreto por el simple hecho de que soy tu conciencia y conozco a la perfección tu manera de pensar. ¡Me hiciste pasar cada vergüenza! Pero obviemos eso. Pagá el rescate y dejate de hinchar.
_ ¿Y si va otra persona en mi lugar?
_ ¿A quién querés mandar?
_ No sé. Paro a alguien en la calle, le explico la situación, lo que tiene que hacer, le doy la plata y listo. Si el secuestrador no me vio nunca la cara. Y Marina no tiene que enterarse que la guita la puse yo.
_ Es muy arriesgado. A quien pares en la calle le vas a generar una duda razonable. Es raro que un tipo lo frene en la vía pública y le cuente que le secuestraron a la esposa y todo eso. Va a desconfiar y te podés meter en líos. Además, el que tiene a tu mujer no te vio pero te escuchó. Y se va a dar cuenta que la voz del flaco que le entrega el rescate difiere de la que escuchó por teléfono. Y ahí tenés un gran punto en contra. Estos tipos no son idiotas.
_ ¿Y qué querés que haga?
_ ¡Que actúes como un esposo hecho y derecho y pagues!
El tire y afloje entre Bernardo Bertoldi y su conciencia duró unos minutos más, hasta que Bertoldi decidió pagar el rescate por la liberación de Marina Dolzer sana y salva.
Dio un sobresalto excitado y se despertó tirado en la calle. Había gente que lo rodeaba. Un médico intentó asistirlo pero él lo evadió diciéndole que tenía que hacer algo de carácter urgente. Le agradeció la preocupación y fue directo hasta el banco, retiró la plata y esperó la llamada del secuestrador.
Su celular sonó y atendió exasperado pero tratando de no perder la calma en ningún momento. Eso podía significarle poner en riesgo la vida de Marina Dolzer.
_ ¿Ya tenés la guita?_ preguntó el desconocido.
_ Sí. ¿Cómo me reencuentro con mi mujer?_ repuso Bertoldi con firmeza.
_ Tranquilo. Paso a paso. Poné la plata en una bolsa de consorcio, andá por Juan B. Justo derecho hasta Honduras. Doblá por Honduras hasta el paso a nivel. Ahí vas a ver un tacho de basura grande. Poné la bolsa adentro y volvé por donde fuiste. Cuando me cerciore que los billetes no están marcados, los números de serie no son consecutivos y no hay implantado ningún rastreador, te voy a volver a llamar y a decirte dónde encontrarte con tu esposa.
Y cortó la comunicación sin más. Bernardo Bertoldi estaba afligido y sumido en una preocupación recóndita. Pero cumplió con las demandas del captor a rajatabla. Pasados veinte minutos de cumplidas las órdenes, el señor Bertoldi se metió en un bar sobre avenida Santa Fe y tomó un café irlandés para tranquilizarse, aunque no podía. Estaba pendiente de su celular. Cada segundo que pasaba y no sonaba, su consternación iba en aumento constante.
Finalmente, recibió la llamada que tanto esperaba. Bernardo Bertoldi pagó la cuenta con apuro y salió corriendo.  Se reencontró con Marina Dolzer en un pasaje desierto. Ni bien se vieron, corrieron el uno hacia el otro a fundirse en un abrazo sentido y cargado de mucha emoción.
_ Perdoname_ le dijo Bertoldi a Marina Dolzer con mucha sinceridad y afecto._ Perdoname, casi lo arruino todo. Te descuidé por gil, nada más. No sé qué me pasó. Me dejé llevar por una idea absurda y ridícula. Juro que de ahora en más voy a cuidarte como nunca.
_ Ya está_ le respondió ella con dulzura y una sonrisa.
Se miraron por unos instantes y se besaron con intensidad.

                                                                                   ***

_ Le estoy inmensamente agradecida, señor Betancourt_ le dijo Marina Dolzer al detective._ Mi marido me dijo algo acerca de unas paredes blancas, que imaginó que su conciencia le hablaba, y que vio recuerdos de nosotros dos en estos quince años de casados… Fue brillante.
_ Son todas las fotos que usted me facilitó_ repuso León Betancourt._ Verdaderamente el plan no hubiese funcionado si el actor que contraté, un viejo amigo mío, no hubiera desempeñado tan bien el rol de conciencia de su marido.
_ ¡Pero Bernardo me dijo que era su calco! ¡Que se vio él mismo!
_ Mérito del maquillador. Conozco una productora actoral desde hace años. Son amigos míos. Los salvé en un juicio de perderlo todo. Hice el trabajo que su abogado no hizo. Por supuesto, porque se vendió al mejor postor. No tenían cómo pagarme y les ofrecí colaborar conmigo cuando fuese necesario.
_ Meterse en su cabeza y fingir ser la parte del cerebro que controla las emociones y los recuerdos… ¡Usted es fabuloso!
_ ¿Eso le dijo Bernardo?
_ Textualmente. Hay dos cosas que me preocupan de momento.
_ ¿Cuáles?
_ Que Bernardo haga la denuncia en la Comisaría por mi supuesto secuestro.
León Betancourt sonrió con arrogancia y tomó del primer cajón de su escritorio un sobre con unos papeles dentro, que se los extendió a la señora Dolzer. Ella los miró con rareza.
_ ¿Qué es esto?_ indagó Dolzer con curiosidad.
_ Son unos permisos extendidos por el Gobierno de la Ciudad que indican que la productora en cuestión estaba filmando una película en todas y cada una de las locaciones utilizadas en el montaje que armamos. Todo el secuestro fue… Una actuación. _ Y dejó escapar una fina risita.
_ Dudo que su esposo pueda legalmente hacer algo._ continuó.
_ Supongo que obró usted correctamente.
_ ¿Cuál es la otra cuestión que la preocupa, señora Dolzer?
_ Sus honorarios.
_ Ya los pagó su esposo con el monto del rescate. Con eso, le pagué a la productora y a toda la gente suya que colaboró.  Y cubrí además el alquiler del proyector con el que pasé las fotos.  Lo que sobra es mi retribución por los servicios prestados. La misma cifra del rescate figura en el presupuesto que pasamos para que el Gobierno nos diera permiso de filmar.
León Betancourt le devolvió todas las fotos a Marina Dolzer y la despidió gentilmente. Se sentó de nuevo en su despacho, tomó una lapicera y una hoja en blanco y redactó unas líneas:


“Sentí mucha complacencia en ayudar a una mujer en resolver un problema que difiere de los que habitualmente la profesión me tiene acostumbrado a satisfacer. Y además, bajo métodos muy poco convencionales. Decididamente, el arte del engaño deja mucha mejor ganancia”.