Caso 4:Casa usurpada
León
Betancourt oía con mucha atención el desesperado relato de su cliente. Era una
familia tipo. Un matrimonio, con dos hijos pequeños y la madre de ella que
convivía con ellos desde hacía algunos años por problemas de salud.
Lorena
Stromberg lloraba sin consuelo, mientras su esposo, Federico Stromberg, trataba
de reanimarla. En tanto, Adelia Fortunato cuidaba a los nenes afuera del
despacho.
_ ¿Y la
Justicia alega que no puede hacer nada para ayudarlos, digamos?_ preguntó
Betancourt muy preocupado.
_ No_
respondió Federico Stromberg nervioso e impotente._ Esta gente exhibió una
documentación falsa que el juez evidentemente tomó por fideligna y cerró la
instrucción de la causa. Ni dos días permaneció el caso en el Juzgado. Una
vergüenza, una verdadera vergüenza cómo funciona el poder judicial en nuestro
país.
_ ¿Apelaron
el fallo?
_ Sí_ repuso
Lorena Stromberg, devastada._ Pero la Cámara de Apelaciones puede demorar una
semana como un mes como un año en pronunciarse sobre nuestro caso y no podemos
perder tiempo. Necesitamos una solución urgente e inmediata a nuestro problema.
_ Y una casa_
intervino Federico Stromberg._ ¿Esta noche dónde vamos a dormir? Piense en mis
hijos. ¿Qué les digo? No saben lo que está pasando.
_ En su casa.
En menos de dos horas pienso recuperarla, y esta gente que se la usurpó
ilegalmente no va a volver nunca más.
_ Perdóneme
si desconfío de su palabra, Betancourt...
_ Si lo
hiciera, no estaría acá, señor Stromberg. ¿O me equivoco?
Federico
asintió tímidamente.
_ ¿Qué es lo
que hace exactamente usted?_ lo interpeló Lorena Stromberg con ansiedad._ Usted
es un simple detective privado. ¿Qué va a hacer que la Justicia no pueda?
_ Convengamos
que no soy un simple detective particular_ aclaró Betancourt con aire de
superioridad._ Ese es mi desafío: resolver los problemas que la Justicia no
puede. En este caso, porque no quiere, lo que la convierte en cómplice de este
matrimonio que usurpó su casa de manera indebida mientras ustedes estaban
vacacionando en la Costa Atlántica. Ustedes son legítimos propietarios de la
vivienda y presentaron toda la documentación que lo acredita. Esto es boleto de
compra venta y planos, principalmente. Pero los usurpadores presentaron la
misma documentación apócrifa y el juez decidió creerle a ellos y no a ustedes.
No siempre la Justicia es imparcial, eso lo sabemos de siempre. Y más acá en
Argentina. Quizá sea gente enviada por la propia Justicia de la mano de algún
juez o fiscal corrupto para expropiarse de la propiedad y tener los terrenos a
su disposición para la concreción de futuros negocios inmobiliarios. Eso pasa y
no sólo acá. Pero conozco en profundidad cómo funciona y sé muchas artimañas
para persuadirla. Y créanme: siempre tengo éxito.
_ ¿Cómo
pueden falsificar los planos de una propiedad?_ se indignó Lorena Stromberg.
_ No los falsifican,
los obtienen directamente de la inmobiliaria. Se hacen pasar por parientes
cercanos de los dueños y convencen a los agentes para que les den los planos
bajo pretextos. No sabe cuán a menudo funciona. Y si falla, sobornan a algún
empleado administrativo del ministerio para que les den los planos, sacarles
fotocopia y devolvérselos. De una u otra forma, los consiguen de manera
infalible. Y el boleto, fácilmente falsificable.
_ Todavía a
mi esposo y a mí no nos queda claro qué es lo que va a hacer usted por
nosotros, señor Betancourt.
_ Lo mismo
que esta gente hace con los empleados de la inmobiliaria para robar los planos
de sus objetivos: fingir. Los voy a engañar, y créanme que soy implacable en lo
que hago.
El matrimonio
se miró entre sí estupefacto sin saber qué decir.
Después de
hacer unos arreglos básicos y las averiguaciones pertinentes para llevar a cabo
su plan, León Betancourt se presentó en casa de los Stromberg. Estaba vestido
con un traje de etiqueta, bien peinado y con portafolio en mano. Tocó timbre y
fue recibido enseguida por una mujer joven, de unos treinta y tres años, alta y
de mirada profunda pero dulce. Lo recibió con plena predisposición y buenos
modales. Todo estaba calmo, todo parecía natural.
_ Buenas
tardes. ¿La señora Elena Guzmán?_ preguntó León Betancourt con amabilidad y una
sutil sonrisa que surcaba superficialmente sus labios.
_ La misma_
respondió la muchacha, cortésmente._ ¿Lo conozco?
_ No.
Simplemente porque no me presenté. Soy Emilio Torrejón, mediador comercial de
la empresa Hidrocarburos Patagonia, concesionada por el Estado Nacional.
Se
estrecharon la mano formalmente.
_ Ahora sí
nos conocemos de manera oficial_ dijo Betancourt con gracia._ Prosigo. La
empresa está explotando unos yacimientos que están a unos diez kilómetros de la
conocida reserva de Vaca Muerta en la provincia de Neuquén. Controlando que
todo estuviese en perfectas condiciones, un operario descubrió una falla severa
en la bomba principal de uno de los oleoductos más importantes que tiene la
reserva y la provincia. Alguien, que la Justicia ya se está encargando de
averiguar quién es, saboteó la bomba, la pinchó y produjo una desviación del
contenido hacia Buenos Aires, creemos que con intenciones de comercializar el
crudo en el mercado negro. Mucha gente recurre al mercado negro para pagar
menos los combustibles. Imagínese que el precio oficial se fue por las nubes.
Las petroleras están en este negocio desde hace muchos años. Pero no quiero
irme por las ramas. Voy al grano. Seguimos el rumbo de la desviación a partir
de la pinchadura y de los planos que el Gobierno de Neuquén gentilmente nos
proporcionó, y descubrimos que el producto llegó hasta debajo de su propiedad.
La señora Guzmán no pudo disimular su cara de
asombro.
_ ¿Cómo es
eso?_ preguntó ella medianamente escéptica y sorprendida a la vez.
_ En el
proceso, pincharon otros oleoductos en varios puntos estratégicos del país para
que el producto llegara adonde ellos pretendían. Pero hubo un error de cálculos
y sabotearon por error unos tubos que trajo el material hasta justo debajo de
su propiedad.
_ ¿De qué
material estamos hablando? No lo entiendo, Torrejón.
_ Emilio, por
favor. Llamarnos por el apellido es muy formal y crea distancia.
_ Está bien,
Emilio. ¿De qué hablamos exactamente?
_ De lo que
usted se imagina: de petróleo.
El rostro de
la joven mutó radiante y sus ojos destellaron un brillo locuaz.
_ ¿Usted me
está hablando enserio?_ inquirió una todavía ingenua Elena Guzmán.
_ ¿Para qué
le mentiría? Dígame_ le retrucó Betancourt, sólidamente.
_ No
comprendo igualmente cuál sería la idea de todo esto.
_ Usted
quiere saber puntualmente a qué vine, ¿no es así?
Guzmán
asintió con la cabeza.
_ La empresa
me mandó a notificarla y a confirmar que las coordenadas del desvío sean las
correctas, ese es todo mi trabajo. Pero al llegar el petróleo hasta debajo de
su propiedad como consecuencia de un delito federal, ya que los terrenos donde
están empotrados los yacimientos son potestad de Nación, su propiedad se
convierte inmediatamente en evidencia. Mire, le voy a ser honesto. A mí la
empresa me paga dos mangos por hacer el trabajo que hago. No estudié en la
Facultad para que la empresa me pague dos míseros mangos. Yo le pago a usted
una buena cantidad y le consigo un lugar donde vivir, lejos de acá. Esto queda
para mí, saco todo el petróleo para vender y listo. Yo me encargo del resto
después cuando la Justicia intervenga. Tengo todo listo ya. Van a pensar que fue otro error de cálculos y
nadie va a sospechar nada. ¿Qué me dice, señora Guzmán? Es una oferta única y
tiene fecha de vencimiento.
Una figura
imponente emergió desde el interior de la casa de forma estrepitosa.
_ El señor
Guzmán le dice que el trato es el dinero que le prometió a mi esposa y la mitad
del petróleo_ dijo con voz ronca._ Escuché todo desde adentro mientras me
ocupaba de terminar de arreglar algo. Mitad y mitad del crudo y el cash o no
hay trato.
León
Betancourt no se achicó ante la preponderancia del señor Guzmán.
_ Discúlpeme,
no escuché su nombre completo_ dijo cordialmente.
_ Sergio
Guzmán, esposo de Elena. Encantado_ replicó el hombre con poca amabilidad.
_ Sergio,
mire. Está en todo su derecho de declinar mi propuesta. Pero cuando la Justicia
caiga, le van a confiscar la casa hasta que el juez lo dictamine, y usted estoy
seguro, no va a tener otro lugar adonde ir. Yo le ofrezco un nuevo hogar en la
Costa Atlántica, en plena ciudad de Miramar, con todos los lujos y las
ostentaciones que su capricho le demande, dinero... Y está bien, la mitad del
petróleo. ¿Le parece bien?
_ ¿Cómo
creerle?
Betancourt
suspiró resignado.
_ A ver...
Vengo desde la loma del traste con un pasaje que me lo tuve que pagar yo de mi
propio sueldo porque la empresa no pone un mango_ enfatizó levantando
sutilmente el tono de su voz_ ¿Para qué
invertiría tiempo y dinero al divino cohete? Explíquemelo, Sergio.
_ Muéstrenos
el producto y voy a creerle_ replicó el señor Guzmán sin inmutarse, duro como
una roca_ ¿Trajo las herramientas para hacer el pozo?
_ Traje todo
lo necesario. Voy hasta el auto a buscarlo. Es ese de ahí enfrente_ señaló un
coche rojo tipo cupé estacionado justo enfrente de la vivienda. Cruzó, abrió el
capot y sacó un bolso que a simple vista parecía pesado. Mientras, el
matrimonio Guzmán susurraba entre sí. A los cinco minutos, León Betancourt
estaba de vuelta.
A expreso
pedido de Sergio Guzmán, Betancourt le exhibió las herramientas, el dinero y
los pasajes de ida para viajar a Miramar, su nuevo destino. Chequeado todo, ahí
recién le permitió el ingreso a la morada.
_ ¿Dónde
están los caños?_ preguntó Betancourt.
_ Los que
vienen de la calle, pasan por debajo del jardín_ respondió Sergio Guzmán.
Él había
asumido el mando de la situación. Su esposa había quedado completamente al
margen, siguiendo todo lo que sucedía en absoluto silencio pero con mucha
atención.
León
Betancourt comenzó a cavar hasta que de repente se exaltó. Tomó un frasco
vacío, lo vertió en el interior del pozo que cavó y cuando lo retiró, un
líquido negro espeso lo llenaba hasta el borde. Los tres lo contemplaron
obnubilados. Y súbitamente, segundos después, celebraron todos juntos
arduamente entusiasmados y emocionados. extrajeron todo el contenido del pozo y
lo repartieron en partes iguales, como habían acordado. Seguidamente, León
Betancourt les hizo entrega del dinero en efectivo y de los pasajes de micro.
_ Un trato es
un trato, señores_ dijo Betancourt, emocionado y feliz._ Es importante que esto
no trascienda. Guarden el secreto, no le cuenten a nadie sobre esto, ¿quedó
claro?
El matrimonio
asintió con la cabeza sin poder dejar de sonreír.
_ Cuando me
pregunten desde la empresa qué pasó_ siguió León Betancourt con su alocución,_
voy a decirles que en la casa no encontré nada. Ellos van a desconfiar, yo ahí
los persuado, va a venir la Justicia, va a comprobar mi versión y todo va a
apuntar a otro error de cálculos. Van a buscar el petróleo en las zonas
circundantes seguramente. Pero todos sabemos dónde está.
Y los tres
rieron de alegría.
_ Gracias,
Emilio, por todo_ agradeció emocionada Elena Guzmán.
_ Nada que
agradecer_ repuso humildemente el detective._ Yo voy a justificar su ausencia
diciendo que se fueron temporalmente unos días a casa de algún pariente hasta
que toda esta situación se esclarezca definitivamente. Si el juez quiere saber
más sobre el paradero de ustedes, yo les voy a tirar letra y les voy a decir
qué hacer. Despreocúpense por eso.
Los Guzmán
hicieron las valijas y abandonaron la vivienda en menos de una hora.
Esa misma
noche, los Stromberg hicieron una cena en honor a León Betancourt que
audazmente les devolvió su casa y la felicidad familiar.
_ ¿Cómo supo
que nosotros éramos los legítimos propietarios de la casa y no los
usurpadores?_ le preguntó curiosamente
Lorena Stromberg a León Betancourt durante la cena.
_ No lo supe
hasta que puse en práctica el plan_ confesó honestamente el detective._ No
tenía ningún dato de los supuestos usurpadores porque, cuando hice las
averiguaciones correspondientes, obtuve el dato que la casa en realidad está a
nombre de un tal Hernán Visconti.
_ En
realidad, la casa está a mi nombre_ aclaró Federico Stromberg._ Pero figura a
nombre del dueño anterior por un tecnicismo burocrático, digamos. No se lo dije
cuando lo visitamos por primera vez porque temía que desconfiara de nosotros y
no aceptara ayudarnos.
_ Lo
corroboré un poco después, y fue ese tecnicismo el que hizo dudar al juez
posiblemente… O quizás no. Pero igualmente desconfié, dadas las circunstancias.
Así que, cuando visité al matrimonio que ocupaba la casa y me atendió una mujer
joven, la llamé por un nombre falso que ella validó sin ningún reparo. El
cómplice estaba escuchando atentamente lo que hablaba con la dama en cuestión e
hizo su aparición en el momento más propicio.
_ ¿Cómo los
persuadió? Me muero de intriga por saber_ expresó con ansiedad la señora
Stromberg.
_ No puedo
revelarles eso. Secretos del oficio. Pero sí voy a decirles que los mandé a un
terreno en construcción en medio de la nada, lejos de acá, con plata falsa.
Seguramente, pretendan pasar la noche en un hotel con todas las comodidades.
Nadie quien los salve cuando les paguen con los billetes truchos que les di. Y
para ellos, yo no existo ni la historia que les conté tampoco.
_ Bueno, no
me apena_ dijo Federico Stromberg con regocijo._ Estafadores víctimas de una
estafa. ¿Quién lo iba a decir? Ojo por ojo, diente por diente.