Una muchedumbre de gente abarrotaba impiedosamente el
espacio permitido para deslizarse por todo el interior de la pirámide de Keops.
Los flashes de las cámaras de foto enceguecían asiduamente al resto de los
visitantes. Pues todos querían llevarse un grato recuerdo de uno de los
monumentos más santificados de todo Egipto, y en particular de Guiza, una
ciudad situada a 18 kilómetros de El Cairo.
Gerard Bebel era un hombre alto y apuesto, y con una
adquisición económica muy elevada. Era, posiblemente, uno de los solteros más
codiciados y con mayor poder adquisitivo de toda Marsella, Francia. En
especial, de Marsella, su ciudad natal y donde vivió prácticamente toda su
vida. Se separó tres veces y nunca tuvo hijos.
Era un magnate que heredó toda la fortuna de su padre y se limitó a
disfrutarla como siempre soñó. Francois Bebel, su progenitor, había fallecido
hacía dos años atrás a causa de una enfermedad irreversible, que deterioró su
estado de salud gravemente, lo que le ocasionó una muerte temprana e inesperada.
Su madre Aileen Motárd, lo abandonó cuando él tenía apenas tres años. Y no fue
hasta cuatro meses atrás que se enteró que murió en un accidente de tránsito en
las afueras de Helsinki, en Finlandia. Según lo que reveló la autopsia, sufrió
un infarto mientras manejaba por la ruta. Pero a Gerard, su pérdida maternal no
lo afectó en absoluto.
Cuando se benefició con la herencia de su padre, se propuso
recorrer el mundo. Visitó Alemania, Turquía, Albania, Arabia Saudita,
Australia, Túnez, y finalmente arribó a su destino más anhelado: Egipto. Era
uno de los miles de concurrentes que asistieron aquella tarde al tour habitual
que se organizaba en las principales pirámides del país. Se encontraba
inmiscuido entre la multitud, cuando un mural en las paredes laterales de la
pirámide de Keops despertó su interés, tras lo que se aisló y dirigió sus pasos
hacia ese rincón. Era un extraño diseño
antiguo pintado en óleo y de un color ocre amarronado, con destellos en rojo y
algunos detalles en verde y gris. Era realmente hermoso. Gerald preparó su
cámara de fotos y le sacó varias tomas a la obra. Cuando consideró que había
registrado una cantidad considerable de imágenes y atinó a retirarse,
inesperadamente alguien le impidió que concretara su marcha. Era una figura esbelta,
engalanada en una túnica negra que le cubría todo el cuerpo, botas de cuero
altas hasta la rodilla, guantes de idéntico color y una máscara que
representaba al viejo dios egipcio, Osiris. Gerald Bebel pensó que eso también
era parte del servicio y no llamó su atención, sino que contrariamente sintió
una ligera emoción al verlo. Contempló la efigie durante unos instantes, le
regentó una sonrisa amistosa y le hizo una reverencia amistosa como
saludo. No obstante, el extraño no se
inmutó en lo más mínimo.
_ ¿Podría sacarme una foto con usted? Vaya, que es algo que
no me esperaba_ dijo Gerald Bebel, notablemente entusiasmado, y le extendió su
cámara a la persona ataviada en el disfraz.
Aquel extraño la tomó, la arrojó al piso
estrepitosamente y la aplastó hasta
destrozarla por completo. La sonrisa
amistosa vislumbrada al comienzo en el rostro de Gerald Bebel desapareció
imprevistamente.
_ ¡Oiga!¿Sabe lo que me costó conseguirla? Lo demandaré.
Tendrá que responder por lo que acaba de hacer. Me conformo con que me
retribuya el total de su importe_ reclamó él, fastidiosamente irascible.
_ Con gusto te la pagaré y podrás adquirir una mucho mejor
que esta_ apuntó el ignoto con un tono de voz metálico e indistinguible. Metió
la mano en su cintura, extrajo una espada arcaica y le dio una muerte precisa y
segura al señor Bebel, a quien agarró desprevenido y no tuvo ni la mínima
chance de defenderse. Cuando el cuerpo del francés cayó inerte al suelo, el
criminal dejó caer la máscara al lado del cadáver y se retiró sigilosamente y
en absoluta calma. El sombrío hallazgo fue hecho minutos más tarde por el resto
de los asistentes, quienes estaban aterrados y no salían de su estado de
conmoción y estupor. Inmediatamente, dieron aviso a la Policía. Definitivamente,
nadie vio nada.
Pero la fuerza local poco pudo hacer al respecto. No tenía
jurisdicción sobre los habitantes extranjeros ni la potestad para iniciar una
investigación adecuada. Debían pedir autorización a la Embajada de Francia allí
en El Cairo y eso demoraría mucho más
tiempo de lo autorizado, y después de un período tan prolongado si había alguna
evidencia se perdería por completo. Los trámites de rigor en casos así son una
barrera burocrática difícilmente infrangible. La ayuda debía venir desde afuera
y no se podía hacer un escándalo masivo del homicidio. Las leyes allá son muy
diferentes al resto del mundo y las políticas que atañen a la Nación egipcia
son muy particulares y complejas. Estas
complicaciones emanan cuando la víctima no está nacionalizada. Así qué un
investigador privado sería la mejor solución al problema. Y una vez
identificado el culpable, se entregaría a la Justicia local, se pediría la
extradición a su país de origen si así fuese el caso y todo resultaría más
accesible y con menos inconvenientes.
Mientras tanto en Argentina…
Dortmund y yo disfrutábamos de un típico desayuno de verano:
jugo exprimido de naranja, tostadas de plan blanco con queso blanco y
triángulos de tostado de jamón y queso.
Pero no estábamos solos. Nos acompañaba el capitán Riestra, en su día de
franco. Hablamos de todos los temas pertinentes vinculados a cuestiones
masculinas: mujeres y deportes ocupaban los primeros puestos del podio.
Fue una mañana muy agradable, hasta que sonó el teléfono. Mi
amigo se encargó de responder el llamado, en tanto Riestra y yo seguíamos
hablando de puras cursilerías baratas. Pasaron diez minutos incluso que
Dortmund nos interrumpió con aire de preocupación acentuada.
_ Requieren mi servicio, caballeros_ explicó Sean Dortmund,
inquietantemente.
_ ¿Puedo ofrecer mi colaboración, señores?_ inquirió
amablemente nuestro visitante.
_ La vamos a necesitar. Y con gusto le pagaré el pasaje en
avión. Yo me encargaré personalmente, capitán Riestra, de arreglar su estadía
en Egipto hasta que resolvamos el caso.
_ ¿¡Egipto?!_ prorrumpió agitadamente el mencionado capitán.
_ Un turista francés fue asesinado en medio de una excursión
a una de las pirámides en Guiza, en las afueras de El Cairo. La Policía local
no quiere involucrarse en algo así, y pedir asistencia a Francia demandaría
mucho tiempo, que no tenemos. El Gobierno local nos proveerá de algunos
escoltas que responderán a nuestras exacciones. Haremos la investigación en
secreto, sin despertar ninguna sospecha. Atrapamos al asesino, lo entregamos al
Gobierno egipcio y ellos se facultan del resto.
_ Suena interesante_ Asumí.
_ Acepto colaborar con la causa_ afirmó el capitán Riestra,
con absoluta predisposición.
_ ¿Hay más víctimas ligadas a este misterioso asesino?_
Pregunté.
_ Por ahora, doctor, sólo es una. Y tenemos que
apresurarnos, si no queremos que se sucedan más. Salimos dentro de dos horas.
El viaje es largo, y una vez allí, no vamos a tener tiempo para descansar.
Aprovechemos el vuelo.
De nuevo en Egipto…
Alice Bakner era una bella dama, que viajó al El Cairo sola
por trabajo. Era relacionista en un banco privado de Suiza y fue hasta el
cálido país africano para hacer negocios y conseguir inversionistas para la
entidad bancaria para la que prestaba servicio. Pero se tomó un breve receso
para experimentar uno de los mayores placeres que obligan a requerir toda
nuestra atención: una visita a las formidables y relucientes pirámides.
Alice Bakner era joven, rubia, de cabellos largos hasta la
cintura, complexión mediana, ojos verdes claros y de nacionalidad suiza con
descendencia inglesa. Era una mujer a la que no le gustaba estar sujeta a
normas ni a estructuras, así qué después de haber estado un rato compartiendo
una deleitable visita guiada junto a un pequeño grupo de turistas, se separó y
recorrió el lugar por su cuenta. En medio del silencio, escuchó una respiración
agitada que alteró sus nervios considerablemente. Se mantuvo en estado de
alerta constante y miraba hacia todos los costados, pero su mirada sólo hacía
contacto con espacios vacíos. De repente, una figura vestida de negro y con la
misma máscara de Osiris de antes, pegó un salto sobre la desdichada mujer en
cuestión, la redujo con serios golpes propinados por todo el cuerpo, y cuando
su debilidad afloró, el desconocido desenvainó un sable y le asestó una muerte
contundente a su segunda víctima. Dejó caer el tapujo al lado del cuerpo y se
alejó con total calma. Cuando el resto de los presentes descubrió lo que había
sucedido, nada pudieron hacer. Dos víctimas fatales en menos de cinco días era
todo un verdadero récord.
***
Llegamos a Ezeiza con el tiempo límite: nuestro vuelo
despegaba dentro de 10 minutos, así qué nos apresuramos a embarcar y alistarnos
en la aeronave. Una vez a bordo, nos relajamos y alejamos nuestras mentes del
suceso que clamaba nuestra intervención. Era un viaje extenuante. Haríamos
escala en España y allí directo al aeropuerto de Alejandría, en donde seríamos
recibidos formalmente por una autoridad local y nos informaría sobre los
pormenores del caso mientras nos trasladásemos al Cairo. Durante el vuelo, el
capitán Riestra refunfuñó respecto a la idea de tener que desplazarse en
camellos. No hizo otra cosa más que quejarse al respecto. En cambio, Dortmund
se echó sobre su asiento y mantuvo los ojos cerrados casi la mitad del viaje. Y
durante la otra parte del trayecto leyó un libro. Yo me limité a dormir y
beber. Era algo que luego no iba a poder hacer, al menos hasta el regreso a
Buenos Aires.
Aterrizamos en Alejandría a las 20, hora local. Descendimos
del avión y un hombre alto, calvo, con barba candado, mirada profunda y rostro
prominente, nos recibió amablemente. Sabía perfectamente quiénes éramos y a qué
íbamos. Junto a él, se hallaba una bella dama, de cabello negro recogido,
sonrisa luminosa, mirada cálida y vestida con un saco celeste elegante y una
falda que hacía tono con la parte de arriba.
_ Permítanme presentarme, señores. Soy Olga Peñoza,
traductora oficial del Gobierno nacional. Por desgracia, pocos nativos hablan
su lengua. Me encomendaron ésta tarea para entablar una comunicación fluida y
natural_ se presentó la mujer, formalmente.
_ Un placer_ dijo Dortmund, y le estrechó la mano_ Soy Sean
Dortmund, investigador privado e independiente. Ellos son el doctor, mi mano
derecha; y el capitán en jefe de la Policía de Argentina, Eugenio Nicanor
Riestra, encargado de la División Homicidios. Se prestó a colaborar con
nosotros en este caso.
Ambos saludamos a la traductora, formalmente. No había dudas
de que era española. Y según nos explicó, era especialista en más de 30
idiomas.
_ ¿Quién es el caballero que la acompaña?_ preguntó
Dortmund, atentamente.
_ Es el secretario del presidente, el señor Sarabi Abukin
Tujalí. Es el representante oficial del Gobierno en esta investigación y les
hará los honores de asistirlos en lo que ustedes precisen.
Estrechamos la mano del hombre en cuestión, quien nos saludó
cordialmente y con un esbozo en su rostro, mientras pronunciaba unas palabras
en otro idioma que definitivamente no comprendíamos. Todos nos miramos
extrañados.
_ Dijo que_ intervino la señora Peñoza_ es un placer que estén aquí y que él
personalmente los llevará hasta una tienda en El Cairo, en donde tendrán tiempo
para descansar y además los pondrá al tanto del caso.
El señor Tujalí nos guió hasta una furgoneta último modelo.
Al verla, el capitán Riestra se contentó como un niño cuando le regalan un
globo.
_ Egipto siglo XXI_ disparó_ ¡Lo sabía! Los camellos son
cosa del pasado. Soy un apasionado del rugir de los motores y un país árabe no
va a privarme de ése privilegio.
Con Dortmund, intercambiamos una mirada sarcástica pero no
dijimos nada. Simplemente, ingresamos al vehículo por turnos y emprendimos el
viaje hasta El Cairo. Los primeros minutos no hablamos de nada relevante, sino
que la señora Peñoza quiso saber un poco más sobre nosotros.
_ ¿Es casado, inspector Dortmund?_ indagó la dama.
_ Lo era. Mi exmujer vive en Irlanda. Bueno, soy irlandés.
Con el doctor, estamos en Argentina desde 1975, 21 años ya. Viajé por interés y
accidentalmente me topé con un homicidio que despertó un interés muy especial
en mí. Le presté mi colaboración al capitán Riestra, aceptó de buena gana y el
caso fue exitosamente resuelto. Y desde ese momento, me convertí en asesor
oficial de la Policía Federal de Argentina, además de resolver casos de índole
particular.
_ Me complace ser de utilidad_ respondió Riestra, sin quitar
la vista de la ventanilla. Definitivamente, contemplaba los hermosos paisajes
arenosos.
_ ¿Por eso se divorció?_ intermedió la traductora_ ¿Su
exesposa no resistió que usted residiera en Argentina, cuando le prometió que
regresaría?
_ Algo así_ apuntó mi amigo, un poco de ánimo caído.
_ ¿Qué sabemos del caso, hasta ahora?_ indagué.
La señora Peñoza le habló en árabe al secretario del
mandatario. Y luego aclaró que lo indagó sobre los detalles del caso. Respondió
en un idioma que para nosotros nos resultaba fascinantemente admirable y la
señora Olga Peñoza nos especificó convenientemente cuál fue su respuesta.
_ Dijo que no es mucho lo que saben_ especificó la señora
Peñoza._ Mata a turistas indefensos que forman parte de las visitas guiadas a
las pirámides. Espera que alguien del grupo se separe, lo acecha y lo mata.
Dijo también que la Policía encontró al lado de los cuerpos…
_ ¿Cuerpos?_ pregunté confundido.
_ Pensé que lo sabían: mató a una turista suiza. Se llamaba
Alice Bakner. Dos muertes en cinco días. Avanza rápido.
_ Continúe_ alentó Dortmund.
_ Decía que se encontró al lado de los occisos una máscara
del dios egipcio Osiris. Así cubre su rostro el asesino. Egipto es un país
democráticamente débil y está regido por políticas de un régimen socialista
cada vez más amenazante. Por eso, la Policía local no quiere investigar demasiado
y pidieron oficialmente su ayuda.
_ Quieren evitar la persecución_ proclamó el capitán
Riestra.
_ Exacto_ afirmó Olga Peñoza.
_ Pregúntele al señor Tujalí si en ambos casos la máscara
encontrada es la misma_ sugirió Sean Dortmund.
La señora Peñoza obedeció.
_ Dijo que es algo que no pueden confirmar. Su teoría es que
abandona la máscara adrede porque la polvareda yacente en las pirámides borra
cualquier vestigio de evidencia. Así que, estimo que el criminal vuelve por
ella más tarde_ explicitó nuestra consultora.
_ O puede que tenga una colección de ésas máscaras.
_ Ambas escenas están limpias, dijo el señor Tujalí.
_ Pregúntele si alguien vio algo fuera de lo común.
La señora Peñoza volvió a interrogar al señor Tujalí.
_ Dijo que no, nadie vio nada extraño_ repuso la dama
segundos después.
Llevar a cabo una investigación privada era habitual porque
Dortmund se dedicaba a eso, pero ésa fue la primera vez que lo hizo además en
secreto por un expreso pedido del Gobierno egipcio. Y asimismo era la primera
vez que éramos escoltados por oficiales locales. Pero todo estaba justificado.
Y si mi amigo aceptó el caso, tuvo una buena razón para hacerlo.
_ ¿Hay algún familiar de alguna de las víctimas residiendo
acá en el país?_ preguntó mi amigo.
_ No_ afirmó la señora Peñoza._ Gerard Bebel era una persona
solitaria, que le atraían los lujos altamente ostentosos y la buena vida. Hasta
donde se pudo saber, no tenía ni esposa ni hijos. Sus padres fallecieron,
heredó la fortuna de su padre y la estaba disfrutando. Le apasionaba viajar por
el mundo.
_ ¿Y qué me puede decir respecto de su madre?
_ Falleció en un accidente de tránsito en Helsinki. Manejaba
por la ruta, repentinamente se descompensó a causa de un infarto y... Bueno. Su
relación con ella era muy mala. Lo abandonó de chico y Gerard jamás la perdonó.
De hecho, su muerte no lo alteró en lo más mínimo. Su padre lo crió solo. Él
murió por una enfermedad severa que padecía.
Mientras la señora Peñoza hablaba, Dortmund iba tomando nota
de lo más relevante que decía en una pequeña libreta de bolsillo que siempre
llevaba consigo a todas partes.
_ ¿Y Alice Bakner?
_ Una mujer joven de negocios. Viajó hasta aquí por trabajo.
Era relacionista pública en un banco de Suiza. Su propósito acá era atraer
inversores extranjeros, y por lo que sé, también vino sola. Intentamos
contactar a algún familiar que tenga en Suiza: pareja, amigos, familiares... Lo
sabrán en cuanto averigüen algo.
_ ¿En dónde se albergaban las víctimas?
_ En dos hoteles diferentes en el centro de El Cairo.
¿Desean visitarlos, caballeros?
_ Sería de mucha utilidad_ intervino el capitán Riestra.
Estaba muy atento a la conversación que entablaban mi amigo y la señora Peñoza.
_ Les sugiero que primero tomen un breve descanso_ nos
aconsejó afablemente la traductora.
_ No hay tiempo para eso_ replicó Dortmund, secamente._ El
viaje hasta acá fue útil para tomarnos un receso. Vinimos a trabajar y eso
haremos.
La dama le indicó al señor Tujalí que desviase el recorrido
hacia los moteles en donde se alojaban las víctimas. Estaban a 4 kilómetros de
distancia uno respecto del otro. Según nos tradujo la señora Peñoza de las
propias palabras del señor Tujalí, Alice Bakner se hospedaba en el hotel
Hassuf. Servicio básico tres estrellas y muy recomendado por mucha gente, turistas
y lugareños habitúes a la comodidad y al bajo costo accesible. Una noche allí
costaba $800 argentinos. El capitán Riestra fue hasta ahí por orden de
Dortmund, escoltado por dos oficiales de la Policía local, que ciertamente no
hablaban ni una sola palabra de español. Pero eso no fue algo relevante porque
los agentes tenían órdenes estrictas de no conversar absolutamente nada con
ninguno de nosotros tres. El único autorizado para hacerlo era el señor Tujalí.
En tanto, mi amigo y yo nos dirigimos al hotel Breza, en el
que se recluía el señor Bebel. También fuimos acompañados por dos oficiales,
mientras que la señora Peñoza se retiró hacia la Casa de Gobierno a cumplir con
una diligencia encomendada por el Señor Presidente.
El hotel Breza era uno de los más onerosos y lujosos de todo
Egipto. Realmente, había que disponer de un capital muy grande para radicarse
allí. Y dada la posición económica en la que
estaba la víctima, eso no fue problema. Ambas residencias eran de un
contraste muy notable. La habitación del señor Bebel era la 147. Al ingresar,
no vislumbramos nada fuera de lo corriente. Revisamos exhaustivamente el cuarto
de pies a cabeza con resultado negativo. Todo se encontraba en un perfecto
orden. Lo más destacado que hallamos fue un mapa de El Cairo en donde había
trazado un recorrido por los centros de atracción principales de la zona.
Algunos estaban enmarcados con una cruz, así qué atribuimos el hecho a que esos
sitios ya habían sido visitados. Nada nos llamó la atención sobre ese punto.
Quedaba sin marcar un lugar solo que era un gran centro comercial ubicado en el
epicentro de la urbe de la fantástica capital egipcia.
Y guardado dentro de un cajón de uno de los muebles del
habitáculo, encontramos un pasaje de avión con fecha para dentro de dos días
con destino a Tokio. Concluimos entonces que toda la escena se encuadraba
dentro de los parámetros de lo estipulado.
Por su parte, el capitán Riestra tampoco halló nada fuera de
lo común en la habitación 239 del hotel Hassuf, perteneciente a la segunda
víctima, Alice Bakner. Papeles del banco en el que trabajaba, informes,
balances, algunos efectos personales y un pasaje ida y vuelta desde Ginebra al
Cairo con fecha de caducaciòn dentro de tres días. Hacía cuatro que había arribado
a tierras egipcias. Su estadía sería por una semana exacta.
Un poco nos decepcionamos porque esperábamos encontrar
alguna pista que nos indicara alguna relación entre ambos y alguna motivación
para los homicidios, pero nada de eso pasó y nos frustró los siguientes pasos a
seguir. Deberíamos enfocar el caso desde otra perspectiva diferente y aún
estábamos comenzando.
***
Johansen Van Grough era un turista belga que había llegado
al Cairo hacía apenas un día. Fue otro extranjero que formó parte de una visita
guiada a la pirámide de Keops. Se distrajo y el grupo en el que estaba se
dispersó, así qué recorrió el monumento por cuenta propia. Estaba mirando las
fotografías que había tomado hasta el momento, cuando se tropezó con un objeto
contundente. Levantó la vista hacia arriba y vio a una figura negra con la
máscara típica de Osiris y con una espada que empuñaba en su mano izquierda.
Empezó a sudar repentinamente y a temblar de miedo.
_ ¿Qué quiere de mí? ¡Aléjese! ¡Déjeme en paz!_ dijo Van
Grough, tartamudeando.
_ Fin de la excursión_ ironizó el desconocido, con un tono
de voz metálico y distorsionado, y le propinó un golpe certero con el sable, lo
que le ocasionó una muerte inmediata.
Todo eso parecía una pesadilla preparada por un loco
desquiciado que había perdido la razón y mataba gente sin ningún motivo
aparente. Pero la victimología y el método de ataque del sospechoso
contradecían rotundamente la teoría. Nos daba la certeza plena de que sabía
exactamente lo que hacía, y que cada movimiento perpetrado había sido
meticulosamente diseñado y planificado, tras lo que inexorablemente concluimos
que el asesino era local, alguien que conocía muy bien el lugar y los horarios.
Y ésa determinación arribada fue un gran avance y un punto de partida muy
grande para la investigación.
Al día siguiente a la mañana temprano, la señora Peñoza nos
dijo que el presidente deseaba conocer el estado de la investigación, así qué
Dortmund emitió un breve informe con las novedades abordadas hasta entonces,
que la señora Peñoza tradujo al árabe y se la entregó en mano al señor Tujalí
para que se la hiciese llegar en persona al mandatario.
_ ¿Alguna novedad?_ preguntó la mujer, interesadamente.
_ Nada aún_ se lamentó Dortmund._ Esto no avanza como
quisiéramos. Desearía no tener que decirle esto...
La expresión de la dama se tornó preocupante.
_ Pero..._ lanzó ella, angustiosamente.
_ Lo atraparemos, pierda cuidado. Sé cómo funciona esto_ la
tranquilizó el inspector, con aire de confianza.
Nuestra privacidad fue invadida repentinamente por la
presencia del señor Tujalí, que había enviado la misiva por diligencia oficial.
Se acercó a la señora Peñoza y le habló unas palabras en árabe en voz semi
baja. La traductora pareció preocuparse bastante.
_ ¿Hay algo que debamos saber, señora Peñoza?_ interrogó mi
amigo.
_ Hay una tercera víctima. Lo mataron ayer pero el cuerpo
fue descubierto recientemente por gente del lugar. Mismas características que
los otros dos anteriores. Y además, acaba de llegar al país la señorita Zuzane
Bakner, hermana de Alice Bakner. Va en camino para la Embajada_ comentó Olga
Peñoza.
_ Iremos allí de inmediato_ dijo Dortmund_ ¿Qué sabemos
sobre la nueva víctima?
_ Hasta ahora, sólo se sabe que es belga. Se llamaba
Johansen Van Grough y había arribado al país hacía apenas un día.
_ Asesina turistas y en circunstancias prácticamente
idénticas_ reflexionó Riestra._ No puede ser una coincidencia.
_ Y las víctimas no son al azar: las elige_ completó el inspector,
sabiamente._ Es claramente organizado.
_ ¿En qué se basa?_ indagó la señora Peñoza.
_ En lo que las evidencias me dicen_ ratificó Dortmund.
La traductora guardó silencio y nos dirigimos hacia la sede
diplomática, en donde la señorita Bakner esperaba por nosotros. Zuzane Bakner
era una mujer de estatura media,ojos verdes saltones, de complexión robusta y
cabello negro rizado, largo hasta la altura de los hombros. Estaba en estado de
shock, visiblemente devastada y algo aturdida, con algunas lágrimas que
trazaban un pequeño recorrido por sus mejillas. Interrogar a una persona en
tales condiciones era algo muy difícil, pero era nuestro deber hacerlo.
_ Lamentamos su pérdida, señorita_ comenzó Dortmund.
Zuzane Bakner asintió con un leve movimiento de cabeza, a
modo de agradecimiento.
_ ¿A qué vino la señorita Alice a El Cairo?_ siguió Sean
Dortmund.
_ Vino por trabajo. Se suponía que todo debía salir bien...
¿Por qué ella?_ respondió Zuzane Bakner, compungida.
_ Es lo que intentamos determinar, y esperamos que usted
pueda ayudarnos con eso. ¿Era la primera vez que visitaba Egipto?
_ Sí.
_ ¿Viajó en ocasiones anteriores a países extranjeros?
_ Sí, y todo salió conforme a lo planeado. Ella estaba
feliz. Aún no lo comprendo.
_ ¿Tenía problemas con algún compañero de trabajo?
_ No, que yo supiera.
_ ¿Notó algo extraño en su comportamiento en las semanas
previas a viajar?
_ No... Estaba en el mejor momento de su vida y de su
carrera.
_ ¿Problemas sentimentales, financieros...?
_ Nada de eso. Ella era una persona excelente.
_ Todos los allegados de las víctimas, por regla general,
argumentan lo mismo_ intervino Riestra, duramente._ Y siempre se descubre que
estaban involucradas en cosas muy turbias, a espaldas de sus familias. Es
importante que nos diga todo.
Zuzane Bakner se ofendió ante el planteo de nuestro colega.
_ ¿Qué está diciendo?_ enfatizó ella con vehemencia._ Mi
hermana no era la clase de persona que usted insinúa.
_ Lamento la insensibilidad de nuestro amigo_ interpeló
Dortmund._ Pero apruebo lo que dijo. ¿Cuándo fue la última vez que se comunicó
con Alice, señorita Zuzane?
_ El mismo día que llegó_ respondió Zuzane Bakner, más
relajada._ Estaba muy feliz por su gran presente laboral. Tuvo un novio, un
compañero de trabajo que conoció apenas ingresó a trabajar. Empezaron a salir
casi inmediatamente... Pero todo fue una mentira_se lamentó la mujer.
_ ¿A qué se refiere?_ indagó el inspector, particularmente
interesado.
_ La usó como un chivo expiatorio. Estafó al fideicomiso por
más de 7 millones de dólares y planificó todo para que ella pareciera la
responsable de fraguar al Estado. Estuvo presa dos años. El banco hizo una
investigación interna y descubrió el engaño, pero para entonces el bastardo
desapareció y ella ya había cumplido el total de su condena. Las autoridades
del banco pretendieron levantar todos los cargos en contra de Alice, pero dado
todo el proceso y el contexto, la Justicia denegó la apelación y ella trabajaba
obligada para pagar la deuda económica que mantenía con el Estado. Y como
siempre creyeron en su inocencia, desde el banco le otorgaban privilegios muy
especiales, a espaldas de la Justicia, claro.
_ ¿Cómo se llamaba ese hombre?
_ Era húngaro, aparentemente. Se llamaba Irish Stubdên, pero
claramente no era su nombre real. Le perdieron el rastro y nunca más supieron
de él.
_ Estafar al Estado desde cualquiera de sus cuerpos por una
suma milloaria, acá en Egipto merece un castigo mucho más severo. Dos años es
una burla_ dije, vivamente.
_ Es como si el asesino hubiese impartido la justicia que
creyó, fue insuficiente_ sentenció Riestra.
Dortmund lo miró al capitán con cierta impaciencia.
_ Averigüe si las otras víctimas también tuvieron un pasado
criminal_ lanzó el inspector, inspiradamente._ De confirmarse, podría ser el
hilo conductor que estamos buscando.
_ ¿Qué está sucediendo?_ preguntó Zuzane Bakner, intrigada y
desesperada al mismo tiempo.
_ Creemos_ indicó Dortmund_ que el asesino conocía sobre el
pasado de su hermana, y por eso pudo haberla matado.
_ ¡Pero ella era inocente!
_ Lo sé y le creo, pero el asesino piensa lo contrario. Un
delito así, acá en Egipto, merece una pena ampliamente superior a dos años.
_ ¿Cómo lo supo quien la mató?
_ Si ése es el motivo, lo descubriremos. La mantendré al
tanto de todo. Vaya a descansar y gracias por su tiempo.
Desde luego, el único idioma que hablaba la señorita Bakner
era francés, uno de los pocos que mi amigo manejaba fluidamente y sin
inconvenientes. Pero me he tomado el trabajo de traducir las conversaciones al
español para ahorrarle dolores de cabeza al lector. Dortmund obró de traductor
para con el capitán Riestra.
Volviendo al asunto que nos convoca, pasaron tres semanas
que parecieron años sin tener novedades referidas al caso. El asesino había
dejado de matar y eso, francamente, nos preocupó, porque significaba que había
desaparecido, y con la escasez de evidencias de la que disponíamos, temía que
nunca lo atraparíamos. Y ése sería un fracaso que mi amigo jamás se perdonaría,
aunque yo confiaba que eso no pasaría, porque Dortmund tenía una trayectoria
intachable y memorable.
La muerte de Van Grough no tenía demasiadas disidencias en
relación a los otros dos asesinatos: mismas circunstancias, misma victimología,
mismo método. Por lo que pudimos averiguar, Van Grough viajó a Egipto
circunstancialmente, ya que el destino real de su travesía era Arabia Saudí. Su
vuelo partió desde Bélgica con escala en Egipto y de allí directamente a
Arabia. El turista belga tenía ocho
horas hasta la salida de su próximo vuelo, así qué decidió hacer un pequeño
tour por el Gigante Africano. Y en virtud de las recientes conclusiones
abordadas, suponíamos que el asesino contaba con estos datos. Pero todavía no
teníamos ninguna pista concreta acerca de su identidad ni de su motivación.
Estábamos desayunando en un bar del centro del Cairo cuando
a Dortmund se le iluminó el rostro repentinamente. Tenía un acentuado brillo en
sus ojos que acompañó con un suspicaz y clamado esbozo en sus labios.
Claramente, lo atacó un idea muy posible relacionada al caso, y fiel a su
estilo, se retiró sin explicar adónde.
***
Dortmund estaba sentado frente a frente con la señora Peñoza
en su pequeña oficina dentro de las instalaciones del Gobierno local. La
Entereza de la diplomática era elocuente, pero no podía ocultar el asombro que
le produjo la inesperada visita del inspector.Era una mujer que no estaba
acostumbrada a cierta clase de impertinencias.
_ Me sorprende gratamente su visita, inspector Dortmund_
dijo la traductora, visiblemente azorada, quien evidentemente no esperaba tal
honor._ ¿Pudieron avanzar en la investigación?
_ Sí_ respondió mi amigo, sombrío._ Y seré breve porque no
me gusta andar con rodeos: el asesino sabe sobre sus víctimas. No son al azar.
Son personas con antecedentes penales que recibieron penas muy por debajo de lo
estipulado por ley. Bien sabemos que aquí los indultos no existen y el asesino
impone la justicia no impartida por sus autoridades. Por ende, el asesino es alguien
local que no quiere que gente así pise éstas tierras y toma el asunto por su
cuenta.
_ Estoy completamente asombrada_ repuso la señora Peñoza
algo consternada_ ¿Tiene idea de quién puede ser ésa persona?
_ Usted, naturalmente. Por su cargo y por su poder invocado
en relación con sus funciones, no dudo que tiene el acceso pleno a toda la
información de quien quiera, lugareño y extranjero. Usted lo planea todo y un
sicario ejecuta los crímenes. Y antes que me lo niegue, pedí revisar sus
llamadas y hay muchas a un mismo número los mismos días de los homicidios. Y es
usted quien nos asesora porque quiere saber todos los detalles de la
investigación para saber cuánto sabemos y qué tan cerca estamos ¿Quiere
explicarme eso, por favor?.
El rostro de la traductora endureció de repente y toda
expresión de simpatía se desvaneció más rápido que un relámpago. Se puso de pie
firmemente y miró al inspector férrea e inexpresivamente.
_ No voy a permitir que me falte el respeto de ésta forma,
señor Dorrmund. ¿Cómo se atreve?_ esto último lo dijo con un tono de voz
considerablemente más elevado.
Mi amigo mantuvo todo el tiempo la parsimonia. Dijo al fin
de vacilar unos segundos:
_ Usted fue fiscal y más tarde la ascendieron a jueza
federal de primera instancia por su impecable desempeño en materia de aplicar
la ley y ejercer todos los derechos constitucionales que la misma otorga, de
una forma imparcial y justa. Y alguien con sus antecedentes legales, no
soportaría ni la más ínfima injusticia. Así qué sintió que tenía que tomar el
asunto por su cuenta propia.
La señora Peñoza se puso autoritaria, pero también supo
controlar mesuradamente su enojo.
_ Me ofende. ¿Cómo se atrevió a revisar mis movimientos?
_ El caso lo justifica. Si es tan amable...
La traductora tomó aire, se tranquilizó y se dejó caer
suavemente sobre su silla.
Después de un rato de silencio perpetuo, se defendió de las
acusaciones en su contra, recobrando la calma del inicio.
_ Mi madre tiene hipertensión pulmonar avanzada, en etapa
terminal. Contrajo la enfermedad hace
dos años, apenas unos meses después de que yo me radicara aquí, en Egipto.
Intenté todo lo que estaba a mi alcance para resolver las cosas y ocuparme de
ella, pero me era difícil manejar todo a la distancia. Hablé con los médicos
que la atendían en Madrid y ellos dispusieron su traslado para acá. Después de
varias idas y venidas referidas a los trámites administrativos exigidos en
estos casos, logré que la internaran en una de las clínicas privadas y más
prestigiosas de todo Egipto. De allí son las llamadas que usted alegó antes.
Llame y compruébelo usted mismo si descree de mis palabras.
Dortmund enrojeció de la vergüenza y le extendió sus
sinceras disculpas a la señora Peñoza, que las aceptó desinteresadamente.
_ Entonces, el hombre con quien se vio en el aeropuerto hace
unos días..._ se atrevió a decir mi amigo, tímidamente, después de
reflexionarlo unos instantes.
_ ¿También eso?_ regañó ella. Pero luego aclaró: Era uno de
los médicos de cabecera de mi madre, que vino desde España a traerme un
medicamento exclusivo que mi madre precisa y se había terminado. Fue una excusa
también para venir a chequear su evolución. No confía en los médicos locales.
_ Sepa usted disculpar mi error_ expresó sinceramente
Dortmund.
_ Sólo hace su trabajo, inspector. Y agradezco su ayuda y su
asesoramiento, y también la de sus colegas_ manifestó Peñoza con una sonrisa
forzada.
Cuando Dortmund volvió a la tienda para reunirse con
nosotros y nos expuso su encuentro con la señora Peñoza y las conclusiones que
abordó, me sentí terriblemente frustrado: no teníamos nada.
_ ¿Quién organiza las visitas guiadas a las pirámides? ¿A
cargo de qué empresa está ésa labor?_ preguntó el capitán Riestra, vivamente.
Pero Dortmund, con su contestación, echó por tierra toda
esperanza posible de obtener algo por ése lado.
_ Ya investigué ésa posibilidad: nada.
_ Hay algo que se nos está escapando.
_ ¿Qué hay de Johansen Van Grough?
_ Vino solo. Nada que no sepamos y que ayude a entender su
muerte. Su familia ya está al tanto del hecho e iniciaron los trámites de
extradición para repatriar los restos una vez resuelto el caso.
_ ¿Y el señor Tujalí?
_ También lo investigué: limpio.
_ Todas las víctimas estaban solas, alejadas del resto. Eran
blancos fáciles, pero todos eran extranjeros. Sin dudas, ésa es la clave para
resolver el caso. Pero nos falta algo y me irrita no saber qué es_ dijo
impaciente el capitán Riestra.
El inspector Dortmund le dirigió una mirada interrogadora y
al fin exclamó con vehemencia:
_ La clave está en la segunda víctima. Alice Bakner, ella es
la clave que estamos buscando.
_ ¿A qué se refiere exactamente?_ le pregunté,
dubitativamente.
_ Piénselo así: ¿por qué el asesino se ensañó con ella y no
con las otras dos víctimas?
_ Porque su crimen fue algo personal_ sugerí tímidamente.
_ Omitimos algo tan elemental como eso. Nos detuvimos en el
asesino, cuando debimos enfocarnos en las víctimas.
Fundamos una línea de investigación paralela que nos demandó
un mes de arduo trabajo. Pero los resultados arribados valieron del todo la
pena.
_ Voy a ordenar los hechos cronológicamente para reconstruir
la historia tal como sucedió todo_ comenzó Dortmund_ ¿Recuerdan la historia
familiar de la primera víctima, de Gerard Bebel? ¿Recuerdan cómo falleció su
madre?.
_ En un accidente de tránsito_ intervino Riestra_ al
parecer, le dio un infarto y...
_ ¡Usted lo dijo!_ lo interrumpió mi amigo, abruptamente_ al
parecer... Pero, no: Unas horas antes del accidente fatal, la señora Motárd
tuvo un pequeño accidente doméstico. Se cortó la yema del dedo pulgar con un
trozo de vidrio de una taza que se le rompió sin querer. Pero parece que en
realidad ese desafortunado accidente doméstico fue propiciado secretamente por
un tercero. ¿Con qué motivo? Con el mero fin de suministrarle, como dicen ustedes
capitán Riestra, una curita, que en su centro tenía impregnada ocultamente una
dosis elevadamente mortal de furosemida,
la que horas después le induciría irremisiblemente un infarto. El asesino debía procurar que la muerte de la
señora Motárd pareciera accidental.
Y todo salió tal cual lo planeó, porque todos creyeron la
versión del accidente. La Justicia dio por sentada la hipótesis a partir de las
pericias practicadas y cerró el caso. Pero Gerard lo averiguó y antes de que
pudiese descubrir la verdad, el asesino se encargó de que no llegase tan lejos
y lo mató. Y el señor Bebel vino a Egipto por eso: alguien le iba a dar las
pruebas en mano de lo que realmente pasó con su madre. Pero el asesino se
encargó de que eso tampoco sucediese. Tanto el informante como el señor Bebel
se comunicaron todo el tiempo a través de mensajes ocultos en periódicos. Pero
el asesino lo descubrió la treta y fue así como los localizó. Ambos habían
acordado en encontrarse en medio de la excursión a la pirámide para no levantar
sospechas, pero el asesino contó hasta con ésa ventaja.
_ Y en base a su relato_ interfirió el capitán Riestra_ puedo suponer que la asesina es Zuzane
Bakner. Porque Alice vio cuándo ella envenenó el apósito con el tóxico para
inducirle el infarto a la señora Motárd y la amenazó con sacar toda la verdad a
la luz. No iba a convertirse en cómplice de una cosa así. Y tuvo que
silenciarla porque no pudo disuadirla de que hiciera votos de silencio al
respecto.
_ Digamos que sí. Ella grabó un audio en secreto en el que
la señorita Zuzane Bakner admite lo ocurrido con lujo de detalle. Y ése
audio está guardado en una caja de seguridad de un banco local. Alice lo
transfirió aquí para mayor cuidado y resguardo. Zuzane descubrió los propósitos
de su hermana, así que la siguió hasta aquí. El banco en el que trabajaba la
envió acá por negocios y vio ahí su oportunidad de llevar a cabo su plan.
Primero llegó Zuzane y Alice arribó un día después, aunque el manifiesto de
vuelo señalase lo contrario porque, naturalmente, fue tergiversado
alevosamente.
<Recibió ayuda de alguien, porque no actuó sola, sino era
menester la participación de otra persona para cubrir mejor sus movimientos y
evitar cometer errores>.
<Su chivo expiatorio y cómplice fue Johansen Van Grough, y
cuando fue un eslabón suelto en la cadena, se deshizo de él sin más remedio, y
también para evitar que la Policía la conectase con ambos homicidios. De hecho,
Van Grough mató al señor Bebel y Zuzane se encargó de su hermana, con la que se
ensañó porque la consideró una traidora. En el teléfono particular de Zuzane
Bakner, hay muchos intercambios de llamadas con el señor Van Grough, del mismo
modo que en el teléfono de Alice Bakner había llamadas e intercambios de
llamadas con el señor Bebel, pero en ése caso, por una causa más justa y noble.
Además, señores, Zuzane Bakner tenía entre sus cosas un pasaje de avión con
destino a Bélgica el mismo día que el señor Van Grough pensaba retornar a su
país. Y eso no es una casualidad. Con las llamadas y este detalle, hay
elementos suficientes para llevarla y juzgarla ante un tribunal_ cerró
Dortmund.
_ Y seguramente, la historia que Zuzane nos refirió sobre
Alice cuando la interrogamos es falsa_
reflexionó Riestra. E inmediatamente agregó: No fue una muy brillante idea la
de simular a un asesino serial.
_ Esto es todo, caballeros_ concluyó mi amigo._ Ella deberá
responder por los asesinatos de Alice y Johansen Van Grough, quien a su vez no
podrá ser sentenciado por el homicidio del señor Bebel
_ ¿Quedará impune?
Dortmund se encogió de hombros, y luego dijo con su típica
sonrisa insolente: Claro que no.
Dimos intervención al juez de Instrucción de turno, al que le presentamos toda la evidencia del
caso y quien más tarde dio aviso a la Policía que formalizó la detención de
Zuzane Bakner, para ser sometida a la Justicia Ordinaria local. Si Suiza pedía
la extradición para juzgarla allí, eso no iba a pasar. Por otra parte, era un
gran alivio saber que los oficiales de la Policía de El Cairo no nos iban a
escoltar más. Eso sí me resultó algo bastante molesto, por cierto.
La señora Peñoza y el señor Tujalí nos despidieron
formalmente y nos agradecieron la colaboración y la ayuda extendida. Quedamos a
su entera disposición.
De nuevo en Argentina...
_ Hay algo que me quedó dando vueltas en el aire respecto a
este caso internacional_ dijo Riestra, entre cavilaciones.
_ ¿Qué duda tiene al respecto que no le haya sido revelada,
capitán Riestra?_ preguntó Dortmund.
_ ¿Por qué Alice Bakner mataría a la madre del señor Bebel?
_ Eso lo puedo deducir. Indudablemente, hubo una relación
sentimental entre el señor Bebel y la señorita Zuzane Bakner. Ella se fijó en
él no por su atractivo físico, sino por su atractivo económico. La idea era
robarle su fortuna a él. Pero cuando conoció a la señora Motárd, descubrió que
aquella dulce mujer era poseedora de un gran fideicomiso. Y siendo su hermana
una especialista en inversiones, vio la oportunidad de triplicar la fortuna del
mismo. Tenía que robarle el fideicomiso a la señora Motárd con mucha cautela
sin que ella jamás lo percibiera para que la señorita Alice Bakner,
influenciada bajo engaños, lo invirtiese en la Bolsa. Y cuando la fortuna se
acrecentara, asesinaba a la señora Motárd culpando al señor Bebel y ella se
quedaría con todo. Pero la señorita Zuzane Bakner cometió dos grandes errores:
especular en la Bolsa y subestimar a su hermana. Las acciones se desplomaron y
las pérdidas se hicieron evidentes, por lo que la señora Motárd debió
descubrirlo y supo lo que había ocurrido. Y la señorita Alice Bakner debió
sospechar el trasfondo del asunto desde el mismo instante en que su hermana le
solicitó consejos para invertir en la Bolsa y decidió reunir pruebas al
respecto. Y cuando supo de muerte de la señora Aileen Motárd, lo confirmó. Hay indicios que avalan esta hipótesis.
Mínimos, pero indicios al fin. Estas pruebas eran la que estoy convencido el
señor Bebel fue a buscar a Egipto. Una jugada muy hábil ha hecho la señorita
Alice Bakner al transferir toda la evidencia a un banco de El Cairo.
_ La gente hace lo que sea por plata. Las personas son muy
ambiciosas.
_ El mundo es ambicioso, capitán Riestra.
Celebramos otro caso resuelto exitosamente, aunque haya sido
en tierras extranjeras, y sólo nos limitamos a descansar y dormir las horas siguientes.
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