Estaba nerviosa frente al tribunal. Su atacante estaba
sentado frente a ella en el banquillo de los acusados y tenía que identificarlo
positivamente por impartición de los jueces a requerimiento explícito del
fiscal del caso.
_ Señorita Calero_ dijo el presidente del tribunal._ ¿Puede
identificar para esta corte y para importancia de la Fiscalía al señor Gerónimo
Araizaga como quien la atacó hace un año y medio atrás a los fines de darle
muerte?
Nuria Calero lo miró horrorizada, en tanto el señor Araizaga
tenía el semblante lívido y padecía un estado de reciedumbre endeble. Sentía
que había sido víctima de una afrenta insidiosa por parte de una mujer a la que
él estimaba demasiado y eso lo hundía todavía más.
_ Sí. Ese es el hombre que me atacó_ repuso con el labio
temblándole, la señorita Calero, mirando fijamente al señor Araizaga, ya
condenado a la desapacible y desdeñosa
vida carcelaria.
Los jueces tomaron nota de su respuesta y se volvieron, con
actitud tosca y hostil, hacia el señor Gerónimo Araizaga.
_ ¿Tiene algo que decir el acusado antes que se dicte el veredicto?_
preguntó el presidente del tribunal con estentórea dureza y autoridad.
_ Soy inocente_ respondió, nervioso e intentando agotar
todos los recursos hasta el final._ Yo tenía problemas con ella, sí. Pero eran
problemas superficiales, como los que hay en cualquier matrimonio. Nada de
gravedad.
Se puso de pie.
_ Señores jueces_ prosiguió._ Yo amo mucho a Nuria y sería
incapaz de lastimarla o de hacer cualquier cosa que la dañe.
_ ¿Insiste entonces en que no intentó estrangularla y que
creyéndola muerta, hizo abandono de su persona para huir?
_ Sí, señor juez.
_ ¿Fiscal? ¿Quiere decir algo?_ preguntó dirigiéndose al
representante del Ministerio Público.
_ Sí, gracias. Sencillamente, la señorita Calero miró a su
atacante a los ojos cuando la estaba asfixiando. No hay objeciones al corriente
de tan grave acusación. Esta Fiscalía pide la pena de 25 años para Gerónimo
Araizaga por tentativa de homicidio en concurso real agravada por el vínculo de
pareja, señor juez. Eso es todo.
_ Muy bien. ¿Abogado
defensor? ¿Quiere agregar algo?_ preguntó el presidente del tribunal
dirigiéndose ahora a dicha figura.
El aludido se puso respetuosamente de pie.
_ Sí, su señoría. Gracias. Mi cliente tiene una coartada al
momento del intento de homicidio de Nuria Calero y eso quedó demostrado.
_ La víctima lo miró directo a los ojos_ interrumpió el
fiscal con vehemencia._ La coartada de su cliente es alevosamente pecaminosa y
carece de sustento legal. La carga probatoria en su contra es concluyente y
determinante.
_ ¡Fiscal!_ protestó el juez.
_ Gracias, su señoría_ repuso el abogado del señor
Araizaga._ La víctima había discutido previamente al ataque con mi cliente. Una
discusión típica de pareja, como mi cliente ya aclaró debidamente. La conmoción por la agresión y el trauma que
se produce en consecuencia pueden alterar la percepción del cerebro y crear
imágenes erróneas. De modo, que la denunciante pudo haber sido atacada por
cualquier otra persona y como mecanismo de defensa, el cerebro reemplazó la
imagen del verdadero agresor por la de mi cliente.
_ Las pericias lo desmintieron, doctor_ dijo el fiscal, _ y
eso usted lo sabe perfectamente mejor que nadie.
_ El médico de parte, el doctor Romualdo Márquez, dijo que
era factible aunque clínicamente incomprobable_ defendió tenazmente el abogado
al señor Araizaga.
_ Usted lo dijo clarificadoramente, doctor. Clínicamente
incomprobable. Fácticamente tiene imposibilitada su correcta verificación por
disposición médica profesional.
_ Vale el hecho para la Fiscalía, también. El Ministerio
Público aceptó la opinión de un perito médico de parte y el juez de Instrucción
homologó la orden. Se lo recuerdo, Señor Fiscal, por las dudas.
El fiscal se dirigió al tribunal.
_ Señor juez. Pido que la percepción del médico de parte, el
doctor Romualdo Márquez, no sea tenida en cuenta ya que su opinión profesional
no beneficia ni perjudica a ninguna de las partes invocadas en el presente
juicio.
_ Ha lugar_ acató el presidente del tribunal._ ¿Abogado?
¿Qué pide?
_ La absolución de mi cliente por pruebas insuficientes. El
testimonio de la víctima no es prueba concluyente para encarcelar al señor
Araizaga injustamente. Demás está decir que es de vital importancia para
nosotros que la verdad se sepa por el propio bien de la señorita Calero y la de
mi cliente en particular.
El tribunal deliberó durante una hora y dio a conocer su
fallo: Gerónimo Araizaga fue condenado a 17 años de prisión efectiva a
cumplirse desde ese mismo momento. La desazón golpeó salvajemente el rostro del
condenado.
_ No te preocupes, Gerónimo. Voy a apelar la sentencia y te
voy a sacar. Aguantá. Vos aguantá_ le dijo su abogado mientras se lo llevaban
detenido por imposición del tribunal.
_ ¡Sacame ya!_ repuso Araizaga con desesperada exigencia.
***
El capitán Riestra nos visitó la mañana siguiente al juicio
y nos expuso en detalle el caso.
_ ¿Usted fue partícipe de la investigación preliminar,
capitán Riestra?_ indagó Dortmund.
_ No. De haber sido así, lo hubiese molestado bastante
tiempo antes_ bromeó el capitán.
_ No me quepan dudas al respecto.
_ El abogado que defiende al señor Araizaga, el doctor
Lorenzo Asensio, es un contacto personal. Es raro que me lleve bien con un
abogado defensor. Son nuestros principales enemigos. Pero Asensio tiene moral,
valores y principios. Jamás defendió a un culpable. Todos sus defendidos
resultaron inocentes del delito que se le imputó y atrapó al verdadero culpable
con pruebas irrebatibles. Si su cliente resulta ser realmente culpable,
renuncia a su patrocinio. Puedo dar fe de lo que le estoy diciendo, Dortmund.
Lorenzo sólo ayuda a los desprotegidos y defiende férreamente la justicia.
_ Pero, en este caso puntual, no puede demostrar que su
cliente sea inocente.
_ No. Según la señorita Nuria Calero, la víctima, está
absolutamente convencida de que quien intentó asesinarla fue su propio marido,
Gerónimo Araizaga, el defendido de Lorenzo. Lo miró a los ojos.
_ ¿Por qué insiste entonces su amigo abogado en seguir defendiendo
a alguien quien resulta concluyentemente culpable del delito de tentativa de
homicidio?
_ Porque un reconocimiento de parte de la víctima sin
pruebas empíricas que respalden su acusación no es punible de condena. Y usted
y yo sabemos que eso es así, Dortmund.
_ Sí, capitán. Como también sabemos cómo funciona la
Justicia en Argentina.
_ ¿Va a ayudarnos o no, en definitiva?
_ ¿Qué sostiene el doctor Asensio en sus alegatos de
defensa?
_ Que la víctima pudo confundirse por el trama propio del
ataque, aunque clínicamente no es algo comprobable, razón por la que el
tribunal lo desestimó haciendo lugar a una petición de la Fiscalía.
_ ¿Y no planteó que la señorita Calero pudo haber mentido
alevosamente? Es una posibilidad viable si era un matrimonio en conflicto
constante.
_ Problemas maritales típicos.
_ No, capitán Riestra. No se confunda. No subestime el
alcance de estos problemas porque son los que luego detonan las propias
tragedias que nosotros tenemos que investigar a ultranza.
_ ¿Acusó coartada el señor Araizaga, capitán?_ intervine por
primera vez en el asunto.
_ El día del ataque dijo que tenía que ir a trabajar_ repuso
Riestra._ Pero que ése día en particular se ausentó por un problema de salud.
Dijo que levantó fiebre y estaba con mareos. Y que producto de ese malestar, se
desmayó.
_ ¿Alguien puede verificarlo?_ inquirió Sean Dortmund con
interés manifiesto.
_ La propia esposa, lo que no ayuda en nada, porque ella
aduce que Gerónimo Araizaga se quedó ese día en la casa intencionalmente. Discutieron,
ella salió, él la siguió y la atacó en plena calle en un sitio apartado, fuera
de la vista de todos.
_ Es entendible que los jueces lo condenaran. Sin embargo…
Sean Dortmund se frotó la mandíbula pensativamente.
_ ¿Y sin embargo, qué, Dortmund? Hable_ lo instó ansioso el
capitán Riestra.
_ Existe una muy remota posibilidad de que el señor Araizaga
resulte inocente, a pesar de todo.
_ ¿En serio?
El rostro del capitán se iluminó radiantemente.
_ Pero, no voy a decirle nada hasta tanto no esté seguro de
que no estoy equivocado.
_ Muy bien. Confío en usted, Dortmund.
Ésa misma tarde, el capitán le llevó personalmente a
Dortmund una copia del expediente del caso. Mi amigo lo leyó detenidamente solo
y en silencio, y notó dos detalles que llamaron altamente su atención.
_ Primero, doctor_ me explicaba Sean Dortmund, _ el señor
Araizaga aduce en su declaración haberse desmayado producto de su malestar.
¿Pero si el desvanecimiento respondió realmente a otra causa?
Lo miré frenético.
_ ¿Qué está insinuando?_ repuse embriagado de curiosidad.
_ Por ejemplo, que alguien le haya suministrado alguna droga
para provocar el desmayo intencionalmente.
_ ¿Se refiere usted a cloroformo, específicamente?
_ O cualquier otra. Particularmente, los vestigios del
cloroformo desaparecen por completo del cuerpo a las pocas horas de su
inhalación. Al no dejar rastros en el organismo, es incomprobable… Al igual que
el trauma sufrido por la víctima.
_ ¿A dónde pretende llegar Dortmund?
Pero el inspector pasó por alto mi inquietud y continuó con
su disertación.
_ Y en segundo término, que no fue esa la primera vez que el
señor Araizaga perdió el conocimiento, sino hubo una vez anterior, cuatro días
antes del asesinato.
_ Eso sí que es extraño_ reconocí.
_ Cuando el juez le preguntó por qué discutió con su esposa
en los últimos días, incluido el mismo día del crimen, él respondió que era por
dinero. La cuenta de la señora Calero fue completamente vaciada. Cuando el
fiscal interrogó a los empleados del banco, adujeron que todo ése dinero fue
retirado por el señor Araizaga en persona. Ella le había conferido el poder de
manejar sus finanzas. Pudo haber falsificado una autorización de ella,
presentarla en el banco y retirar la plata sin dificultades.
_ La señora Calero descubrió que su propio marido le había
robado, lo confrontó y la asesinó.
_ Exacto, doctor. Eso
era justamente lo que el verdadero asesino quería que se creyera. Pero ahora
ya sé lo que buscamos. Y estoy seguro que lo encontraremos en oculto en la
propia casa de la señora Calero.
_ ¿Qué?_ le dije atónito a Dortmund.
_ Mi querido doctor: buscamos una réplica.
Seguía sin comprender. Y sin darme demasiadas explicaciones
al respecto, me tomó del brazo y me arrastró hasta la casa de la señora Calero.
Pensé que íbamos a ingresar a la morada a entablar diálogo con la señora Nuria
Calero, pero contrariamente a mis suposiciones, Sean Dortmund examinó el tronco
de un gran árbol apostado justo enfrente del domicilio en cuestión. Sobre su base, se vislumbraba un pequeño cráter
natural tapado por ramas y por algunas hojas caídas. El inspector metió la mano
y extrajo de su interior algo que me dejó terriblemente boquiabierto y
confundido: era una réplica del rostro
del señor Gerónimo Araizaga. Estaba hecha a base de plastilina sobre una
plataforma resistente de papel.
No salía de mi asombro. Los ojos se me salían de órbita al
contemplarla patitieso.
_ Vamos, doctor_ me dijo el inspector Dortmund, con un
esbozo y actitud soberbia._ Tenemos que
sacar a un hombre inocente de la prisión. Se lo explicaré todo en el camino.
Y así lo hizo.
_ He visto esto antes, doctor_ me explicaba Dortmund._ Por
lo menos, en tres ocasiones anteriores. Se trata de un hábil ladrón que les
roba a mujeres ricas. Las seduce, se gana su confianza y entablan una relación
pasajera. La víctima se siente tan a gusto con él, que le revela sus secretos
más íntimos y sus conflictos de pareja. Si la información que obtiene le es
útil, la usa a su favor. Sino, la desecha y va a la caza de otra víctima
potencial. Su perfil son mujeres ricas que mantengan diferencias con sus
maridos y tengan a su vez cuenta compartida en el banco. La víctima lo lleva a
su casa, momento en que el hábil ladrón aprovecha para estudiar el terreno en
profundidad. Una vez todo dispuesto, se aleja de ella con alguna excusa
convincente. Seguidamente, se acerca a
su marido con cautela y lo desmaya el tiempo suficiente para tomarle el molde
de su rostro, hacer copia de sus documentos y llaves, y desaparecer. Una vez hecha la réplica del rostro del marido
de su víctima, el desconocido adquiere su personalidad, escribe un poder falso
para presentar en el banco que lo autoriza a realizar extracciones y vacía por
completo la cuenta. Los empleados están siendo robados y no se dan cuenta, la
propia víctima está siendo robada y no lo sabe. Todo sucede frente a sus
narices y ninguno lo percibe. Naturalmente, la víctima va a extraer dinero, en
el banco le van a indicar que su marido lo retiró todo y lo va a confrontar y por ende, van a
discutir. El plan de nuestro hombre marcha sobre ruedas tal y como lo
planificó. Él está al acecho, pendiente de lo que sucede entre su víctima y su
esposo, dispuesto a realizar por última vez su papel. Cuando su víctima sale
enojada de su casa, nuestro hombre bajo la apariencia de su incauto la sigue y
en el momento más propicio, la ataca y la estrangula lo suficiente para
desvanecerla pero sin llegar a matarla, porque tiene que recordar que fue su
propio marido el que la atacó. Tiene que recordar la discusión que tuvieron
previamente, tiene que recordar que abandonó su casa enojada y tiene que quedar
depositada en su mente la falsa idea de que su esposo la siguió en secreto, la
interceptó oportunamente e intentó asesinarla. Sólo debe deshacerse de la réplica
en un lugar en donde nadie jamás se le ocurriría buscar y el plan habrá
resultado todo un éxito.
_ Brillante, Dortmund. Perversamente brillante. ¿Quién es
ese hombre?
_ Vamos desenmascararlo.
El fiscal, el juez de Instrucción y los tres jueces del tribunal
tuvieron que rendirse ante la innegable e increíble evidencia que tenían ante
sus ojos y sobreseer definitivamente al señor Gerónimo Araizaga.
_ La historia que nos contó es absolutamente fabulosa_ dijo
el fiscal, que no podía dejar de admirar la réplica del rostro del señor
Araizaga.
_ Parece el argumento de una novela_ reveló uno de los
jueces del tribunal con indignación.
_ La evidencia no miente y encaja con la historia y la
reconstrucción de los hechos que les planteé, señores_ repuso Sean Dortmund
escrudiñando tajantemente a los cinco hombres que tenía sentado frente a él.
_ ¿Cómo lo dedujo?_ preguntó intrigado el juez de Instrucción.
_ No es la primera vez que nuestro hombre ejecuta este plan_
replicó mi amigo con impasible soberbia.
Tocaron la puerta. El doctor Asensio llegó acompañado de la
señora Nuria Calero y del capitán Riestra. Por indicación del inspector, el
doctor Lorenzo Asensio se sentó junto a los jueces y el fiscal y tanto la
señora Calero como el capitán Riestra se quedaron de pie al lado nuestro.
_ Gracias por venir_ agradeció gentilmente Dortmund.
_ ¿De qué se trata todo esto?_ preguntó uno de los vocales
del tribunal.
Sean Dortmund centró su atención en Nuria Calero.
_ Señora Calero_ le dijo el inspector._ Unos días antes del
ataque, usted conoció a un hombre que la sedujo y el cual se ganó su entera
confianza. Lo hizo a espaldas de su esposo.
Se respiró un clima de irritación, pero el inspector lo
ignoró. La señora Nuria Calero afirmó avergonzada con un ligero movimiento de
cabeza.
_ ¿Puede identificarlo, si es tan amable?
_ ¿¡Qué!?_ protestó el fiscal._ Esto parece una broma de mal
gusto.
_ Ciertamente, no lo es_ ratificó el inspector imperiosamente.
Y volviéndose a dirigir a la señora Calero, preguntó a ésta:
_ ¿Quién es ese hombre en cuestión, si es tan amable de
decírnoslo?
Nuria Calero juntó coraje y señaló al juez de Instrucción. Todos
quedaron enmudecidos y espantosamente azorados, con un dejo de aspavento que
recorría lentamente el alma de cada uno de ellos con maliciosa lentitud.
_ Tal como lo suponía_ dijo el inspector Dortmund, triunfante._
El mismo juez que intervino en los tres casos anteriores. Tristes y penosas
casualidades.
_ No puede demostrar nada.
_ Hablé con las víctimas de los tres casos anteriores
idénticos a este y todas lo reconocieron a usted como el afable caballero que
las sedujo y con quien mantuvieron una relación fugaz. Además, los peritos
encontraron huellas dactilares en la réplica del rostro del señor Araizaga, que
si se comparan con las suya, van a coincidir en un cien por ciento.
_ ¡Imposible! Llevaba puesto gu…_ y el juez de Instrucción
calló bruscamente. El inconsciente le jugó en contra.
_ ¿Iba decir que decir que llevaba puestos guantes, Su
Señoría? Eso se llama confesión.
_ ¡Hijo de perra!_ y escapó de la oficina del Juzgado en la
que estábamos rápidamente. El capitán Riestra fue tras él y dio la orden de
detenerlo. Fue atrapado en la vereda, en la puerta del Juzgado.
_ Gracias por demostrar la inocencia de mi cliente, señor
Dortmund_ le dijo el doctor Lorenzo Asensio a mi amigo, estrechándole la mano._
Fue muy inteligente de parte suya cotejar todos los casos similares y contactar
a sus víctimas.
_ No lo hice_ confesó el inspector con impertinente
petulancia._ Pero eso nuestro querido juez de Instrucción no lo sabía.
_ E imagino que lo de las huellas en la réplica del rostro también
es mentira.
_ Exactamente. Esa es labor suya y de la Fiscalía, doctor
Asensio. Lo dejo en sus manos, señores.
_ Igualmente, salvó a mi cliente de ir a prisión por un
delito que no cometió. Gracias por eso.
_ Usted es un abogado que sólo busca la verdad y que se haga
justicia. Nunca lo pierda.
_ Lo malo es que le tengo que pagar a Riestra quinientos mil
australes.
_ ¿En concepto de qué?
_ Le aposté esa suma a que usted no sería capaz de resolver
el caso.
Sean Dortmund miró al abogado ofendido y con el ceño
fruncido.
_ Buenas tardes, doctor Asensio_ repuso enojado y abandonó
el recinto dando un portazo.
_ No se preocupe_ le dije al abogado._ La peor parte se la
va a llevar el capitán. Igualmente, estos berrinches de niño caprichoso se le
pasan enseguida.
Y con una sonrisa, le guiñé el ojo.
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