miércoles, 29 de abril de 2020

El Dogo Blanco (Gabriel Zas)






                                     

_ Toda la Policía está en alerta, Dortmund_ nos explicaba el capitán Riestra preocupado y nervioso._ El Dogo Blanco va a atacar esta noche en la fiesta del Sheraton, donde se va a celebrar un nuevo aniversario de nuestra institución.
_ La Policía Federal cumple años…_ repitió Sean Dortmund, quedamente.
_ Un lugar perfecto para que El Dogo Blanco ataque. ¿Escuchó hablar alguna vez de él, Dortmund?
_ Muy poco. Instrúyame, si es tan amable, capitán Riestra.
_ Es un antiguo ejecutor liberal. Sus blancos son militares y civiles que cometieron actos criminales durante la más reciente Dictadura militar que sacudió a nuestro país. Y la más oscura en toda la historia, por cierto.
_ Si mal no oí por cadena nacional hace poco, el presidente Alfonsín aseguró que iba a armar una especie de junta especial para enjuiciar a los responsables de dichos crímenes de lesa humanidad.
_ Sí. Pero hay alguien que hace justicia por mano propia y asesina a militares, civiles, cualquiera que resulte responsable de haber cometido atrocidades en el marco del mal llamado Proceso de Reorganización Nacional.
_ ¿Cómo saben que va a atacar esta noche?_ inquirí a nuestro visitante.
_ Porque nos los hizo saber a través de una carta anónima que mandó por Correo a nuestro departamento central, el que está ahí en avenida Belgrano. La Dictadura terminó hace dos años y en ese lapso, el Dogo Blanco mató a 57 personas entre militares y civiles.
_ ¿Todos culpables?_ preguntó el inspector, renuentemente abstraído.
_ Absolutamente, todos culpables. Tiene una habilidad asombrosa para rastrearlos y asesinarlos sin dejar ningún tipo de rastro. El Dogo Blanco es infalible. Va a ser muy difícil atraparlo.
_ ¿Y cómo están seguros de que El Dogo Blanco es el responsable de los 57 crímenes que se le atribuyen?
_ Porque se los atribuyó él mismo, Dortmund. Cada vez que mata, nos manda una misiva a la sede central ufanándose de sus actos heroicos. Revisamos cada una de esas notas setecientas veces y no encontramos nada, absolutamente nada de nada. ¿Sabe lo irritante que es eso? Y para colmo, la sociedad lo protege. Para el pueblo, El Dogo Blanco es un justiciero bondadoso y lo inundan de alabanzas.
_ Me interesa conocer su postura, capitán Riestra.
Riestra miró a Sean Dortmund extrañado, con el ceño fruncido y las cejas arqueadas.
_ ¿A qué se refiere?_ inquirió  el capitán con sombría curiosidad.
_ ¿Avala los actos heroicos, como usted bien lo definió hace un momento, del Dogo Blanco?
Riestra se mostró perspicuamente molesto con el planteo de mi amigo y adoptó una actitud un tanto insidiosa.  Sean Dortmund divisó el hecho y procedió a aclarar su inquietud para no generar rispideces innecesarias ni malinterpretaciones inoportunas.
_ Me refiero_ reseñó ocurrentemente el inspector_ a que si no comparte de algún modo la justicia que este criminal anónimo que se hace llamar Dogo Blanco imparte a personas que con sus actos lesionaron gravemente y ultrajaron la dignidad de un país entero.
Riestra se relajó. O al menos, eso me pareció a mí.
_ Mi postura es que no merecen ninguno de ellos piedad de un tribunal, pero tampoco merecen ser asesinados por un desconocido. Para eso existe la Justicia, una Justicia rigurosa y severa, no una condescendiente y austera.
_ Encomiable percepción, capitán. Pero alguien definitivamente no cree en la Justicia.
_ Dos años que venimos persiguiendo al Dogo Blanco y no pudimos atraparlo todavía. Es hábil, inteligente y escurridizo.
_ ¿Quién cree que sea, honestamente hablando?
_ Estoy desconcertado, Dortmund. Puede ser cualquiera. No sospecho de nadie en particular, si a eso iba dirigida su inquietud.
_ ¿Por qué anticipó que va a matar esta noche en la fiesta aniversario que la Policía Federal va a dar en el Sheraton?_ pregunté arriesgadamente intrigado.
_ Hubo muchos policías involucrados en los acontecimientos acaecidos durante los siete años que duró la dictadura, que apoyaron desde la logística el accionar de los militares. Y esta noche la mayoría de ellos convergerán todos en un mismo evento. Esto puede ser catastróficamente peligroso si no lo evitamos a tiempo. Por eso vine a verlo, Dortmund. Si hay alguien que puede revelar la identidad del Dogo Blanco y atraparlo, ese es usted.
El inspector se sintió complacido y no pudo evitar que una sonrisa de emoción se dibujase en sus labios.
_ Se me ocurre algo_ anticipó Dortmund._ Pero es preferible no decir nada de momento porque no sé si lo que estoy pensando va a resultar.
_ Lo que sea, dígalo, Dortmund_ lo animé a mi amigo.
_ No es aún conveniente, doctor. Capitán Riestra. ¿Sabemos el nombre del próximo objetivo del Dogo Blanco?
_ No_ repuso Riestra, irremisiblemente pesaroso. _ Creo en lo personal que va a matar a todos los que hayan sido partícipes de la dictadura que estén esta noche presentes en la fiesta.
_ Tiene que ser muy hábil para eso_ expuso Sean Dortmund, pensativamente._ Necesita hacerse de un par de artilugios muy particulares para llevar a cabo su cometido sin que lo atrapen.  Si pienso como él, podré atraparlo. Capitán, ¿habrá alguna suite disponible en el hotel que nos sirva como centro de operaciones?
_ Me encargaré personalmente de que nos asignen una.
_ Muy bien, capitán Riestra.
_ ¿Alguna preferencia?
_ Una con un cuadro._ y sonrió con petulancia.
_ No me gustan las habitaciones de hoteles que tienen las paredes desnudas. Un cuadro particularmente elegante le da cierto estilo del que carece por naturaleza propia_ agregó después en tono más correoso.
_ Como guste, Dortmund. Lo pide, lo tiene_ dijo el capitán.
_ Otra cosa más,  capitán. Si el Dogo Blanco asesina regularmente atendiendo a una lógica determinada, olvídese que esta noche repita su ritual. Las circunstancias lo obligan a actuar de manera muy diferente.
Con Riestra nos miramos de modo que ambos entendíamos que la idea del cuadro era parte del plan que el inspector Dortmund traía entre manos. ¿Pero, qué clase de plan dispondría en su ejecución de un cuadro en una habitación de hotel? Uno muy arriesgado y delirante, indisputablemente.

                                                               ***

A las 20:30 llegamos puntuales al hotel, donde fuimos amablemente recibidos. Nos identificamos con el personal de la entrada y Riestra le hizo señas para que nos dejara pasar. Una vez adentro, el capitán nos mostró todas las entradas y salidas del hotel y todas las ubicaciones estratégicas de su gente. Algunos estaban apostados fuera de la visual de los invitados y otros, en cambio, estaban camuflados entre ellos.
_ Ordené bloquear una vez comenzada la fiesta, temporalmente todas las entradas y salidas del hotel, a excepción de la principal, que será la única habilitada_ le indicó el capitán Riestra a Sean Dortmund.
_ Excelente iniciativa_ replicó mi amigo, modestamente.
_ Están muy elegantes, señores.
Agradecimos el elogio con una reverencia acompañada de un esbozo y tomamos posiciones.
Quince minutos más tarde, el anfitrión subió al atril anunciando el comienzo de la ceremonia a la brevedad. Unos diez minutos después de dicho anuncio, se dio formalmente inicio a la celebración. Las autoridades dijeron unas palabras y después de que terminara de hablar el último, se hizo un brindis general y la fiesta comenzó de manera oficial.
Todos bailábamos, nos divertíamos, disfrutábamos, pero estando atentos a cualquier movimiento. Había comunicación por radio entre todos los oficiales asignados para pasarse las novedades o si veían algo sospechoso. Sean Dortmund admiraba a  la muchedumbre bailar en el gran salón del hotel, aunque de tanto en tanto intercambiaba una mirada con el capitán Riestra. Ambos eran los que menos disfrutaban de la gala.
_ Vamos, Dortmund_ lo alenté._ Disfrute.
_ No puedo, doctor_ me contestó el inspector entre cavilaciones._ Vinimos a trabajar. Una de estas tantas personas que hay en estos momentos disfrutando en medio de esta pista  es el Dogo Blanco. No podemos permitirnos distracciones.
Un grito atronador provino desde el corredor de la planta baja donde están situadas las habitaciones. La mayoría de los presentes no lo percibieron porque estaban regocijándose con el evento e ignoraban lo que sucedía en redor. Y además porque la música sonaba a gran volumen y era imposible escuchar algo. Para hablar con Dortmund, tenía que gritarle al oído prácticamente.
Lo que oímos fue el chirrido de una mujer joven. Lo seguimos y vimos a una muchacha de unos 26 años, con un hermoso vestido de noche color verde con un hombro descubierto, que lloraba incesante y estaba asustada.
Entre Sean Dortmund y yo la contuvimos y la animamos a que se tranquilizara. Le dimos de beber un vaso con agua y fue en ese instante cuando el capitán Riestra apareció con dos oficiales.
_ ¿Qué pasó?_ preguntó Riestra, preocupado.
_ Un hombre me atacó_ dijo la señorita, un poco más sosegada. Pero todavía visiblemente asustada.
_ ¿Logró verlo bien?_ le preguntó el inspector Dortmund, comprensiblemente.
_ No. Tenía puesto un atuendo algo estrafalario. Una capucha negra que le cubría toda cabeza y una especie de túnica del mismo color, que le llegaba hasta la altura de las rodillas aproximadamente.
_ ¿La lastimó? ¿Se encuentra bien?_ indagó el capitán Riestra.
_ Me empujó  fuertemente contra la pared. Pero nada grave.
_ ¿Vio para dónde se fue?
_ Dobló al final del pasillo para la derecha, creo. No me fijé bien. Con tanta conmoción…
_ Está bien, despreocúpese.
 Riestra les dio indicaciones a los dos oficiales que llevó consigo para que buscaran al atacante.
_ ¿Su nombre, señorita?_ le preguntó Sean Dortmund a la muchacha, gentilmente.
_ Delfina Reyes_ respondió la joven, dócil, algo más entrada en confianza.
_ ¿Qué hacía por acá?
_ Quise alejarme un poco del ruido porque me dolía la cabeza y sencillamente caminé.
_  Está bien. El capitán Riestra la llevará a la habitación que está contigua a la mía para que esté segura.
_ ¿Van a ponerme guardias en la puerta?
_ Nosotros mismos la protegeremos.
El inspector la guió a la suite en cuestión y volvió enseguida a reunirse con nosotros.
_ ¿No es conveniente que un oficial la vigile?_ sugerí.
_ No_ me respondió secamente el capitán Riestra._ Ninguno sabe sobre la presencia del Dogo Blanco en esta fiesta. Es mejor así para evitar disgustos. Dortmund estuvo de acuerdo conmigo en ese aspecto.
_ Pasó lo que me imaginé que sucedería_ exclamó Dortmund sonriendo sutilmente con preocupación.
_ ¿A qué se refiere?_ le pregunté con vertiginosa curiosidad.
_ Lo sabrá muy pronto, doctor. No se precipite.
_ Con el salón colmado de personas, es imposible distinguir quién abandono el lugar por unos minutos.
Un estruendoso quejido proveniente de la multitud sucumbió a la avenencia del evento. Cuando corrimos en respuesta, vimos a un hombre tendido sobre el piso boca abajo, con el rostro pálido y los ojos enormemente abiertos.
_ ¡Alberto!_ gimió una mujer entre sollozos.
_ Tranquilícese, señora_ la calmó el capitán Riestra._ ¿Qué ocurrió?
_ Mi marido, Alberto. Tomó el champagne que le sirvió un mozo recién y se desmayó de golpe.
Dortmund se agachó a contemplar el cuerpo y le tomó el pulso. Estaba muerto.  
_ Lo lamento_ dijo Dortmund, con pesar. Lo miró a Riestra y el capitán cerró los ojos.
La esposa de la víctima tuvo que ser atendida aparte porque estaba al borde del colapso.
_ ¡Muy bien, señores!_ gritó Riestra._ Todo el mundo va a tener que dar testimonio. Somos todos policías, así que saben cómo funciona esto, ¿no? El hotel está bajo mi jurisdicción y resguardo absolutos hasta que lo determine.
_ ¡Para Riestra!_ saltó uno de los invitados, envalentonados._ ¿Quién te pensás que sos para tomar el toro por las astas vos? ¿Quién te nombró jefe a vos?
_ Escuchame, Salazar. Yo no vine a la fiesta_ le replicó el capitán con prepotencia._ Yo vine a intentar evitar justamente lo que pasó.
_ ¿De qué hablás?
_ El Dogo Blanco está acá, sabías perfectamente que se iba a presentar. Vos estabas cuando recibimos la carta en central. Pero mantuvimos el operativo en secreto para evitar crear pánico entre los invitados.
_ ¿Pero, quién le iba a dar bola?
_ Con 57 muertes en su itinerario, yo. Así que, hacés lo que yo te digo o te abstenés a las consecuencias. ¿Te quedó claro, Salazar?
Muy a pesar suyo, el oficial Salazar y el resto de los invitados acataron las indicaciones del capitán Riestra.
_ ¿Cómo hizo para envenenar concretamente la copa de nuestra víctima?_ pregunté.
_ Oculto a simple vista: vestido de mozo. Se acercó a nuestro occiso, le ofreció una copa de champagne y en el ínterin, echó el veneno y le sirvió la bebida en mano al pobre incauto. E inmediatamente, se perdió entre la aglomeración con mucha simpleza. El mozo es la figura más habitual en una fiesta.
Sean Dortmund tomó la copa de champagne que bebió el interfecto, se mojó sutilmente los labios y degustó su contenido.
_ Lo que suponía_ explicó el inspector._ Cianuro potásico.
Y dirigiéndose de nuevo a Riestra y a mí, nos disipó de la gran incertidumbre que nos embargaba en esos momentos.
_ ¿Ahora se dan cuenta lo que era la señorita Reyes, caballeros? Una distracción.
                                                                              ***

_ ¿Su marido, señora, qué vínculos tuvo con la reciente dictadura?_ le preguntó Sean Dortmund a la esposa de la víctima sin ninguna consideración.
La dama en cuestión lo miró furibunda y hostil.
_ ¿Cómo se atreve preguntarme semejante cosa?_ repuso la mujer, visiblemente irascible.
_ Insisto en que me la responda, por favor.
Respiró profundo, inhaló, exhaló y cuando se sintió preparada, respondió a la inquietud del inspector.
_ Los milicos lo obligaron a hacer trabajos sucios para ellos.
_ ¿Qué clase de trabajos, señora?
_ Secuestrar y torturar, básicamente. Alberto no quería. Pero me decía siempre que lo tenían amenazado. Y que si no colaboraba con ellos, que iban a matarme a mí, a él y a toda su familia.
_ ¿Alberto cuánto se llamaba su marido?_ preguntó Riestra con impotencia contenida.
_ Alberto Calavia, cabo primero de la Policía Federal. Seccional quinta.
_ Descanse tranquila. Le agradecemos su tiempo_ le dijo Dortmund, amablemente.
Y nos alejamos a un sitio más apartado donde los tres podíamos hablar con absoluta libertad sin aprensión a que nos escucharan.
_ Muy bien_ dijo Riestra._ El Dogo Blanco tiene una lista y Calavia fue el primero de esa lista en caer. Me pregunto cuántos más seguirán. Coincidimos, señores, en que su muerte no fue al azar. Era un objetivo específico de este desgraciado. 58 muertes cargan sobre su espalda ya.
_ Fue una jugada hábil la que hizo_ opiné._ Usó a la señorita Reyes como distracción porque pareciera ser que sabía de nosotros.
_ Una distracción de ocasión. Si no se hubiese cruzado de casualidad con ella, hubiese apelado a algún otro artilugio.
_ Naturalmente, sabía de nosotros_ confirmó Dortmund._ El Dogo Blanco es muy profesional e inteligente. Debió intuir que le prepararíamos una emboscada y se anticipó hábilmente a la jugada.
_ ¿Podría ser que la señorita Reyes sea su cómplice?_ se me ocurrió preguntar.
_ No_ respondió Sean Dortmund, convencido._ Nuestro temido Dogo Blanco trabaja solo. La señorita Reyes fue, como bien dijo el capitán Riestra, un pasatiempo ocasional. Debió preverlo también. Y por si eso fallaba, tenía preparado un plan alternativo.
_ Le dije que era muy audaz y escurridizo_ lanzó Riestra con pesadumbre._ Mis hombres no lo encontraron cuando nos chocamos con Delfina Reyes. ¿Por dónde se escabulló?
_ Conoce cada rincón, cada escaparate, cada pasillo de este hotel, capitán Riestra.
_ Estudió el terreno con anticipación.
_ Naturalmente.
_ Hay que pensar una estrategia a seguir. Para colmo, la gente ya sabe todo y eso nos pone en una posición difícil.
_ No extremice los acontecimientos, capitán Riestra.
Un oficial se acercó buscando al capitán.
_ Capitán Riestra, lo estaba buscando_ dijo el mencionado agente.
_ ¿Qué pasa, teniente?
_ La gente está agolpada en el salón, nerviosa, inquieta… No podemos contenerla.
_ Yo me encargo.
_ Vaya, mientras yo voy a ver cómo se encuentra la señorita Reyes_ alegó el inspector Dortmund.
_ Muy bien. Vamos.
Riestra y el teniente se fueron juntos, en tanto Dortmund me ordenó que me quedase en donde estaba vigilando todos los movimientos que se suscitasen en redor.  Acaté su indicación y él se dirigió a la habitación de la señorita Delfina Reyes.
El inspector ingresó a nuestro cuarto, permaneció allí apenas unos minutos, salió, cerró la puerta y oyó un fuerte quejido procedente de la suite contigua. Era donde se hospedaba transitoriamente la señorita Reyes. Dortmund golpeó su puerta, ella abrió y se arrojó a los brazos de mi amigo totalmente asustada y perturbada.
_ ¿Qué le ha ocurrido, señorita Reyes?_ le preguntó Sean Dortmund con preocupación.
_ ¡Me atacó en mi propia habitación! ¿No lo vio salir?
_ Eso es imposible. No vi a nadie.
_ Escuché una puerta.
_ Era la mía, pero no vi a nadie. Huyó rápido. ¿Cómo ingresó el intruso a su habitación?
_ Salí al pasillo porque me pareció escuchar un ruido y dejé la puerta entreabierta. Cuando volví a entrar, me atacó por detrás… ¡Fue espantoso!
_ Basta, señorita Reyes. Hasta acá llegó con su farsa. ¿O prefiere que la llame El Dogo Blanco?
El capitán Riestra y yo hicimos gala de aparición.
_ ¿Qué pasó?_ quiso saber desesperadamente Riestra.
_ Tiene frente a sus ojos al Dogo Blanco. Se terminó.
Con el capitán no salíamos de nuestro asombro.
_ Quiso hacerme creer_ prosiguió el inspector_ que supuestamente El Dogo Blanco la había atacado de nuevo. Pero todo fue una gran mentira porque El Dogo Blanco es ella. Fue otra de sus distracciones para sacarnos del camino y cometer el segundo de los crímenes que planeó cometer esta noche, aquí, en este hotel y en esta fiesta.
_ Le juro que…_ intentó defenderse ella, pero Sean Dortmund la interrumpió.
_ ¡Yo le juro solemnemente que usted miente! Nadie la atacó, yo la vi. Detrás del cuadro que hay en la pared de mi habitación que conecta con la suya hay un pequeño orificio a través del cual puedo verla.
_ ¡Canalla!
_ Vi cómo estando sola, se preparaba para dar su segundo gran golpe. Vi cómo se preparaba para volver a montar la farsa del ataque. Yo abrí la puerta de mi habitación y la volví a cerrar desde adentro porque en realidad nunca salí. El sonido de mi puerta cerrándose la engañó. Usted escuchó lo que quería escuchar. Y llevó a cabo su farsa nuevamente para generarnos otra distracción y matar a otro inocente más.
_ No son ningunos inocentes, son unos asesinos despiadados.
_ Igual que usted, señorita Reyes. ¿De verdad iba a hacerme creer que El Dogo Blanco la atacaría dos veces? ¿Para qué si usted no cumple con el perfil de sus víctimas? Sospeché de usted desde el primer momento en que la vi. Vea, estaba absolutamente convencido de que El Dogo Blanco iba a generar una serie de distracciones para poder cometer sus asesinatos impunemente.  Pero usted lo llevó a un extremo erróneo. No entendía qué hacía sola en el pasillo la primera vez, me sonó llamativamente raro eso. ¿Qué necesitaba alejarse de la multitud porque le dolía la cabeza? Hubiese sido más sensato que tomase un poco de aire fresco si ese hubiera sido verdaderamente ese el caso.  Entonces, supe que tenía que vigilarla más de cerca y por eso le ofrecí hospedarse en la suite contigua a la nuestra. El orificio detrás del cuadro lo hice con bastante anticipación, sencillamente porque se me ocurrió cubrir todos los ángulos posibles. Porque intuía que si el famoso Dogo Blanco sabía de nuestra presencia en la fiesta, iba a pretender sacarnos del medio de un modo o de otro. Y no me equivoqué. Se vistió de moza y cuando se acercó al señor Alberto Calavia, vertió discretamente un poco de cianuro potásico en su copa de champagne y se la sirvió en mano con total naturalidad. Seguidamente, se deslizó entre la gente con absoluto libertinaje hasta que llegó al corredor donde están las habitaciones. Una vez allí, y fuera del alcance de todos, se deshizo del traje de moza y gritó simulando el ataque. Y ahí aparecimos nosotros. Pero el señor Calavia ya había ingerido la bebida y murió casi al instante de su ingesta. Su primer asesinato fue un éxito. Pero luego quiso volver a reincidir en su plan, porque su ego es más grande que su ambición, pero fracasó. Y por eso estamos ahora frente a frente hablando usted y yo, señorita Reyes.  
_ Incluido el del imbécil de Calavia, suman 58 homicidios en total_ expresó con frivolidad Delfina Reyes._ ¿De verdad cree que fracasé?
_ Tenemos puntos de vista completamente diferentes sobre el mismo evento.
_ 58 es un número que no se compara con los 30.000 que todas estas basuras desaparecieron en la clandestinidad. Asco me dan los policías que se vendieron, los que juraron defendernos y protegernos, y fueron cómplices de tan maña barbarie. Asco me dan los milicos que cometieron todas las atrocidades que ya sabemos mostrando un total desprecio por la vida humana y por los derechos humanos. Y más asco todavía me dan los civiles que apoyaron esa desidia, tanto ideológica como financieramente. Lo mío fue un acto de justicia y de resarcimiento moral para con mi pueblo, inspector Dortmund. Pero no creo que un extranjero como usted lo entienda. Un inglés que nos robaron las Malvinas en una guerra que fue una total mentira.
_ ¡Soy irlandés, señorita Reyes! E Irlanda no es parte del Reino Unido. Lea un poco de historia antes de acusar impunemente a alguien. Ofende usted mi dignidad. No comparto la guerra, no soy partícipe de esa costumbre nefasta de pretender solucionar los conflictos entre naciones en un campo de batalla. Lo detesto profundamente. La guerra de Malvinas fue injusta y absurda, y eso es un hecho innegable. Una guerra política sin sentido. Hace diez años que llegué a Argentina. Soy uno más de ustedes. Así que, cuídese de hacer acusaciones al aire arbitrariamente, señorita Reyes.
_ ¿Cree que va a conmoverme con ese discurso patriótico de cuarta?_ y se rió con sorna.
Vi al capitán Riestra irascible con la actitud de la señorita Delfina Reyes, pero lo contuve.
_ ¿Sus padres fueron víctimas del terrorismo de Estado, no es así?_ indagó Sean Dortmund, impasible.
_ Toda mi familia desapareció_ replicó Delfina Reyes, indignada y profundamente dolida._ Mis padres, un tío y dos primos. Todos los civiles, policías y militares que participaron son tan responsables y culpables como quienes los secuestraron y los desaparecieron. No sé si los llevaron a la ESMA, a Campo de Mayo… Lo ignoro porque nadie quiso decirme nada. Espero algún día conocer la verdad sobre lo que le pasó a mi familia y su trágico, cruel e injusto destino.
_ Sáqueme de una duda. ¿A cuántas personas más pensaba matar esta noche?
_ Eran quince en total. Pero cómo lo sabía y cómo supe de los 57 anteriores es cosa mía. Mía y de nadie más. Ni siquiera el juez lo va a saber nunca.
_ Delfina Reyes_ dijo el capitán Riestra con autoridad,_ queda detenida en principio por el asesinato de Alberto Calavia y la tentativa de homicidio de otras 15 personas más.
Antes de ser esposada, la señorita Reyes extrajo del escote del vestido un papel que contenía el nombre de todas las víctimas que pensaba asesinar esa noche en la fiesta.  Riestra lo leyó muy y por encima y lo guardó celosamente. Le colocó las esposas a Delfina Reyes y la arrestó, exhibiéndola como un trofeo ante la atónita mirada del resto de los invitados.  Cuando la esposa del señor Alberto Calavia la vio, tuvo un impulso por arrojársele encima, pero la tomaron tan fuerte de los brazos que desistió de la idea. Delfina Reyes tenía surcada en su rostro una sonrisa de malicia que irritaba a cualquiera.
_ Estoy sorprendido_ le manifesté a Sean Dortmund una vez que Riestra se llevara detenida a la señorita Reyes._ Cuánta maldad puede guardar un alma tan joven y pueril. No justifico en absoluto lo que hizo. Pero la entiendo. ¿Cómo lo adivinó?
_ Nunca busqué a un hombre fornido y rudo_ respondió mi amigo con soberbia, _ Sino a una chica inofensiva, inocente a simple vista, en la que nadie se fijaría. Es una cuestión de psicología básica, doctor. Si cree que el asesino es un hombre, empiece buscando a una mujer que tenga las cualidades opuestas a las naturales.
_ Un caso muy impactante y una mente brillante la de la señorita Reyes.
_ Brillante, quizás. Pero no tan brillante como la mía, mi querido doctor.







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