Luana Uzcategui aprovechó esa calurosa noche de verano para
salir a trotar por las inmediaciones de los Bosques de Palermo. Eran pasadas
las 22 horas y ni un solo transeúnte circulaba por esos hermosos y entrañables
paisajes porteños tan tarde. Por lo tanto, era considerado por muchos como el
momento más propicio para realizar actividad física al aire libre. Luana
Uzcategui era una de esos muchos.
El primer tramo de su recorrido lo surcó sobre la avenida
Figueroa Alcorta, luego dobló por avenida Sarmiento, retomó por Libertador y cruzó de nuevo para Figueroa Alcorta por
Iraola. Pero en medio de calle Iraola y a metros de Figueroa Alcorta, en una
zona oscura y bajo un inmenso árbol provisto de una enorme copa que cubría toda
la visual del cielo por sus extraordinarias dimensiones y su estratégica
ubicación, Luana Uzcategui tropezó con un bulto macizo inerte. Cuando se agachó
a ver qué era, se llevó una desagradable sorpresa: era el cuerpo de un hombre,
al que la Policía más tarde identificó como Román Albamonte.
Luana Uzcategui estaba consternada por la situación que le
tocó atravesar, que la poseyó involuntariamente a ella como protagonista.
_ ¿A qué hora descubrió el cuerpo, señora Uzcategui?_ le
preguntó el capitán Riestra, quien estaba al frente de la investigación del
caso.
_ Debían ser 22:30 aproximadamente. No me fijé_ respondió la
testigo un poco nerviosa todavía por el momento vivido.
_ ¿Qué hacía por acá?
_ Trotaba. Hacía ejercicio, básicamente. No hay nadie a
estas horas. Más tranquilo, más relajado, menos bullicio y menos alboroto de
gente.
_ ¿No vio nada extraño antes o después de descubrir el
cuerpo?
_ No. Estoy segura.
_ ¿Ni a nadie tampoco?
_ No. Estoy reconstruyendo en mi mente toda la secuencia
previa al hallazgo, recorro cada recoveco de mi memoria para hallar alguna
sutileza que pudiera ser útil. Pero no hay nada, más que la sangre que vi
segundos después cuando me agaché a ver lo que era. ¡Es que no vi nada! Si
hubiese estado más atenta…
_ Está bien, no se alarme, señora Uzcategui. Nos ayudó
bastante. Vaya a descansar. Cualquier cosa, la van a citar de la Fiscalía para
que preste testimonio.
Luana Uzcategui hendió una sonrisa forzada, miró a Riestra
con sopor y se retiró.
_ ¿Cuánto tiempo lleva muerto?_ le preguntó Riestra al
forense.
_ Entre diez y veinte minutos antes de que la testigo lo
hallara_ repuso el patólogo con certeza indiscutida y profesional.
_ La señora Uzcategui estaba trotando en esos momentos. Y si
ella se abrió para Sarmiento y Libertador, respectivamente, la distancia
entonces es considerable. Son calles populosamente extensas, por lo que da la
impresión de que nos está diciendo la verdad.
_ El asesino pudo huir en coche fácilmente por la avenida
Alcorta. Una vía de escape rápida y segura_ opinó el forense.
_ La pregunta es, doctor Scagliola, qué hacía la víctima tan
tarde por acá.
_ Esperaba a alguien. Algo salió mal y lo mataron.
_ Es factible. Pero estos casos así no suelen ser en verdad
lo que en apariencia suponen. Necesito una segunda opinión profesional.
_ Dortmund.
_ Dortmund, doctor Scagliola. El viejo Sean Dortmund.
_ ¿Cree, Riestra, que este caso tenga relación con los dos
anteriores? Las coincidencias que tiene con esos casos son extremadamente
interesantes.
_ Es posible. Todo es posible. ¿Causa de muerte?
_ Un corte en el cuello asestado con un objeto filoso.
_ Igual que los dos anteriores. Y de Dortmund aprendí que
las casualidades, querido doctor Scagliola, no existen.
A la mañana siguiente, el capitán Riestra nos visitó
temprano y nos puso al corriente del caso.
_ Román Albamonte_ dijo Riestra después de relatarnos los
detalles de su muerte_ era un corredor de bolsa muy importante e invirtió un
gran dineral en una financiera privada, Olagoza y Asociados más precisamente.
Pero nunca vio un peso de ganancia. Y repentinamente la financiera empieza a
ganar fortuna abismalmente de forma incomprensible. Digo incomprensible porque
el último balance dio que los números estaban en rojo. ¿Entonces, de dónde sacó la plata para invertir en negocios
millonarios?
_ Malversación de fondos_ deduje.
_ Exactamente. El dinero que ganaban a raíz de las
inversiones que hacían con la plata de sus clientes iba a parar íntegramente a
sus bolsillos y los clientes no veían nunca ni un solo centavo.
_ ¿En los dos casos anteriores las víctimas también
guardaban relación con dicha entidad financiera, capitán Riestra?_ preguntó
reflexivamente Sean Dortmund.
_ Ni más ni menos_ contestó con pesar, el capitán._ El
primer caso ocurrió hace tres meses atrás. La víctima fue Osvaldo Guercio. Su
cuerpo fue hallado en un terraplén del ferrocarril San Martín, en Paternal.
También el cuerpo lo halló una testigo ocasional. Y el segundo caso fue hace
tres semanas. Se trató en ese caso de una mujer, Cecilia Llorente. Mujer de
negocios, también estafada por la misma financiera. Su cuerpo apareció a la
intemperie en el parque Las Heras, hallado por una turista que pasaba
casualmente por el lugar. Y ahora se suma Albamonte.
_ Todos degollados. ¿Correcto?
_ Así es, Dortmund.
_ Y los tres en horas de la noche.
_ Otra sutil coincidencia. ¿Qué cree al respecto?
_ Las tres víctimas claramente descubrieron la estafa y
amenazaron con hacer la denuncia si no les devolvían el total de lo invertido.
El señor Olagoza, no puede ser otro sin dudas el responsable, cita a sus
víctimas en diferentes puntos de la Capital bajo pretextos de devolverles el
dinero y cuando se presentan, las asesina.
_ Pensamos lo mismo, Dortmund. Pero Olagoza es un tipo
hábilmente escurridizo e irrastreable. La financiera cerró temporalmente y sus empleados
arguyen no saber nada al respecto. Tenemos la nómina de clientes que se
registraron en el último año, fue lo único que nos facilitaron.
_ Dejemos que él venga a nosotros entonces, capitán Riestra.
Sean Dortmund sonrió con insolencia y soberbia, y con
Riestra sentimos un ligero estremecimiento recorrer nuestra espina dorsal. ¿Qué
idea delirante pasaba por la cabeza de mi amigo en ese instante? Preferible no
saberlo.
***
_ Habla Carmelo Olagoza_ dijo una voz ronca y severa al otro
lado de la línea.
_ Habla el señor Fiódor Goicoechea. No sé si me recuerda_
respondió alguien del otro lado del tubo.
_ No. Su nombre no me suena en absoluto.
_ Se lo voy a recordar entonces. Invertí en su compañía una suma importante de dinero
en proyectos inherentes a la salud. Me dijo que iba a triplicar la inversión
pero no vi ni un sólo peso. Usted me estafó, señor Olagoza.
_ ¿Qué esperaba? Yo hago el negocio, hago los contactos,
manejo la plata y cierro los convenios. Los clientes no merecen tener nada.
Hice tan bien mi trabajo que me quedé todo para mí. Pero ustedes nunca lo
entenderían.
_ Me arruinó. Me dejó en la ruina. ¡Me sacaron todo por su
culpa!
_ No sabe cuánto me apena_ lo dijo con sarcasmo.
_ No le creo.
_ Le devolveré la
mitad del total que invirtió. ¿Contento?
_ Quiero el total de lo invertido más el total de lo ganado.
_ Es la mitad de lo invertido o nada.
_ Está bien. Si no
quiere que lo haga público, lo espero esta noche a las 22:15 en los Bosques de
Palermo con el dinero en mano.
_ Véame adentro de mi auto. Industria nacional color azul,
dos puertas. Estacionaré sobre Figueroa Alcorta, a metros de la avenida Infanta
Isabel. Le toco bocina, sube, se lleva lo que es suyo, se baja, se va y acá no
pasó nada. ¿Le parece bien?
_ A las 22:15, entonces.
Y los dos hombres cortaron la comunicación.
Puntual a las 22:15 de ese mismo día, el señor Fiódor
Goicoechea estaba en el lugar de la cita. Vio cómo un coche con idénticas
características al vehículo que le describió Carmelo Olagoza por teléfono disminuía
la marcha paulatinamente mientras se arrimaba al cordón para estacionar. Cuando
el automóvil detuvo la marcha, desde su interior una sombra le hizo seña para que se acercara y
el señor Goicoechea acató la directiva. Cuando se aproximó del todo a la ventanilla
del conductor, Goicoechea desenfundó de su cintura una pistola y apuntó al
señor Olagoza directo a la cabeza.
_ Lamento que el señor Fiódor Goicoechea no haya podido
llegar a tiempo_ dijo el caballero con tono burlón y con autoridad._ Por eso
vine yo en su reemplazo. Déjeme que me presente. Capitán Eugenio Riestra,
Policía Federal. Queda arrestado por estafa agravada, malversación de fondos,
asesinato y narcotráfico.
Y un centenar de oficiales se dejaron ver, ocultos todos detrás
de los árboles con la complicidad de la oscuridad. Cuando se vio rodeado y sin escapatoria
posible, el señor Carmelo Olagoza levantó los brazos y tras una serie de
indicaciones del capitán Riestra, salió del vehículo y lo arrestaron
inmediatamente. Y de entre los oficiales apostados en los árboles, Sean
Dortmund hizo su gran aparición triunfal.
_ ¡Voila!_ dijo
con satisfacción.
_ ¡La tenemos!_ gritó desde lo lejos, al otro lado de los
Bosques, un oficial.
_ ¿A quién tienen?_ pregunté desconcertado.
_ A su cómplice, la señora Luana Uzcategui_ repuso
Dortmund._ La misma transeúnte casual que descubrió el cuerpo de la primera
víctima y también la misma turista que halló el cuerpo en parque Las Heras en
el segundo crimen. Y quien pretendía hallar prontamente el del capitán Riestra.
Riestra hizo gala de aparición en esos momentos.
_ Bien, Dortmund. Lo escucho_ deslizó el capitán.
_ Investigué las acciones de las empresas en donde
supuestamente el dinero de las tres víctimas había sido invertido, ¿y qué descubrí?
Que el señor Olagoza jamás tuvo intenciones de hacer negocios lícitos con el
dinero de sus clientes. La financiera que montó era una fachada del
narcotráfico para camuflar sus operaciones. Ése era el destino real del dinero.
El señor Carmelo Olagoza financiaba al narcotráfico, lavaba dinero para ellos.
Y estas tres víctimas sin dudas lo descubrieron. Fue su sentencia de muerte. Pero
lo inteligente, si se quiere decir, de todo esto fue el modo en que se
cometieron los asesinatos. Las víctimas coordinaban un punto de encuentro con
el señor Olagoza, el mecanismo era siempre el mismo: verse en su auto para
evitar ser percibidos y levantar sospechas. Pero el papel más importante lo
jugaba la señora Uzcategui, si ese es su verdadero nombre. Iba unos minutos
antes al punto de reunión, se cercioraba de que no había nadie alrededor y
gritaba, acusando haber hallado un cuerpo. Pero en realidad, no había nada porque el homicidio todavía no se había
cometido. Todo estaba en perfecta sincronización. Porque en simultáneo, el
señor Olagoza estaba reuniéndose con su víctima. Cuando la señora Uzcategui
profería el grito, el señor Olagoza extraía segundos después una navaja y le
cortaba el cuello a su víctima, daba la vuelta con su auto hasta el punto del
hallazgo, abandonaba el cuerpo y se iba. Y la señora Uzcategui jugaba el
inofensivo papel de persona casual que pasó por el lugar y se topó accidentalmente
con el cadáver. ¿Pero, con qué objetivo montar esta farsa? Para crearse una
coartada el propio señor Olagoza. Es un hombre casado, tiene esposa e hijos. Lo
investigué después de que hablara con él y me hiciera pasar por un cliente suyo
para tenderle esta pequeña e ingeniosa trampa. Su esposa me dijo que había
noches que se iba a bañar y estaba mínimo una hora adentro del baño, cuestión
que no llamaba su atención porque era el tiempo promedio en que habitualmente
el señor Olagoza tardaba en bañarse. Pero estoy seguro que la bañadera
comprende una pequeña abertura que conecta con un pasadizo secreto, el que a su
vez conecta con el garaje, permitiéndole salir sin ser visto. Porque el coche,
además, debía dejarlo estacionado afuera oportunamente. Esto sumado a la farsa
de su cómplice que simulaba encontrar el cuerpo antes de que se produjera el
asesinato, le daba al señor Carmelo Olagoza una coartada ideal.
_ No puedo creer lo que está contando, Dortmund_ dijo el
capitán Riestra, medianamente escéptico.
_ ¿Cómo supo que la señora Uzcategui era su cómplice en
verdad?_ le pregunté a mi amigo, intrigado.
_ Por el detalle de la sangre, doctor. La señora Luana
Uzcategui le dijo al capitán Riestra en su declaración que vio sangre cuando
halló el cuerpo. Pero la sombra de los árboles se proyecta de tal modo que en
sintonía con la oscuridad propia de la zona hace imposible distinguir algo sin
la ayuda de algún tipo de iluminación. De modo que la única manera que la
señora Uzcategui pudiese conocer el detalle de la sangre era porque sabía del
crimen con antelación.
Una referencia fundamental y relevante que el mismísimo
capitán Riestra pasó por alto en su momento. No me extrañaba conociéndolo,
después de todo.
Riestra le dio una afectuosa palmada en el hombro al inspector
y se retiró para formalizar el arresto y las acusaciones pertinentes del caso
ante el juez de Instrucción competente.
La Policía allanó unos días más tarde la casa de Olagoza y
descubrió varias salidas secretas que conectaban con el garaje. La de la
bañadera era la más directa, rápida y segura de las tres que había en total en
toda la casa. Se supo además de un cuarto asesinato, cometido una semana y
media antes del primero, en cuyo caso la víctima no mantenía ningún tipo de
relación con la financiera en cuestión ni mucho menos con el señor Olagoza.
_ ¿Qué hay de ese asesinato?_ le pregunté a Sean Dortmund.
_ Un ensayo_ me respondió el inspector, convencido._
Eligieron una víctima al azar para poner a prueba la eficacia de su plan.
La esposa e hijos de Carmelo Olagoza iban a ser indagados en
los próximos días para precisar si tenían o no conocimiento de lo que él hacía
en realidad, en tanto que Luana Uzcategui se negó a declarar. Creo que se
negaba a atestiguar en contra de Carmelo Olagoza por miedo. La mafia tiene
contactos en las cárceles y en los juzgados, después de todo. Dortmund creía
que el señor Olagoza iba a matarla en cuanto se convirtiera en un cabo suelto.
_ Dudo que su familia esté involucrada en los negocios
turbios del señor Olagoza_ opinó Sean Dortmund con honestidad.
_ También lo dudo_ refrendé.
_ Lo mismo que el capitán Riestra. No creo que vaya a seguir
mis recomendaciones de la última vez después de esto.
_ ¿Qué recomendaciones, Dortmund?
_ Que invierta en la Bolsa.
No pudimos contener la risa.
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