4. Averiguaciones
¿Por qué sostengo que todos me mintieron en algún punto
hasta ahora? En primer lugar, la Justicia estaba al corriente de la situación
de extorsión que sufría la señora Consuelo Irurtia por parte de un desconocido
por un supuesto crimen ocurrido un año y medio antes de su asesinato por el que
era responsabilizada, pero el señor Cisneros prefirió reservarse las pruebas
comprometedoras y sostener su versión sin recurrir a ellas. En cierta medida me
parecía una jugada inteligente. Y era lo que me sugería que el señor Cisneros sabía algo que me estaba
ocultando. En segundo término y por su parte, el testimonio de la señorita
Ruíz no tenía cabos sueltos. Por el contrario, había puntos que me había
aclarado. Estas pequeñas conclusiones hacían encajar las piezas que no
encajaban correctamente del todo en la historia. Pero no podía dejar de pensar
que, en virtud de tales razonamientos, todos inevitablemente me ocultaban algo.
Más, estando el hecho de que la señora Irurtia estuvo convencida de que tenía
un hermano cuando en realidad tendría una hermana. La historia del hermano tuvo
que empezar a tomar forma cuando la señora Irurtia comenzó su romance con el
señor Barreto, lo que implicaba a la vez que ella sabía sobre la existencia de
su hermana desde siempre, pero jamás se lo confió a Raimundo Cisneros. Pero sí
a la señorita Ana Ruíz. Ahora no ponía en duda que todos estaban ocultando
deliberadamente algo. Y que ése algo podía ser un mismo hecho en común o
distintos eventos aislados que unidos entre sí contaban la segunda parte de
este drama. Pero, ¿qué sería eso y por
qué se esforzarían todos en ocultármelo? Así que, decidí hacer una serie de
averiguaciones antes de continuar con la investigación del caso. Estos son los detalles a los que me refiero en
mis casos, esos que pasan desapercibidos a simple vista y que en definitiva son
los que casi siempre ocultan la verdadera solución del caso.
Lo primero que decidí hacer fue visitar el orfanato donde
pasó la mayor parte de su infancia la señora Consuelo Irurtia. Voy a omitir los
detalles de cómo obtuve toda la información respecto del mismo y voy a abocarme
solamente a revelar los datos realmente de interés para la causa.
El orfanato en
cuestión se llamaba Santa Marta y estaba ubicado en las afueras de Buenos
Aires, en un pequeño pueblo reducido en cuanto a cantidad de habitantes situado
en las cercanías de San Pedro. Previamente, había llamado por teléfono para notificarles
que iría a visitarlos por un asunto de carácter urgente y de índole
confidencial. Por tal motivo, la
directora del orfanato, la señora Inés Aguirre, estaba esperándome. Me recibió
cordialmente, me hizo entrar a su despacho y me invitó a tomar asiento. Era una
mujer de unos 82 años, de modales muy agradables y una sonrisa cautivadora. Y
con un estado de salud admirable.
_ Se preguntará, señor, porqué a mi edad sigo trabajando en
un lugar así_ me dijo la mujer con dulzura.
_ Debe adorar mucho a los niños_ le respondí
estremecidamente.
_ Y además, soy sola, hijo mío. No tengo a nadie afuera. Mi
trabajo y la gente con la que lo comparto diariamente es todo lo que tengo. Y
me hace feliz.
_ Eso es lo más importante de todo. La felicidad. ¿Qué sería
de nosotros sin ella?
_ Me dijo por teléfono que lo urgía averiguar ciertos datos
de interés para una causa que investiga, ¿puede ser?
_ En efecto. Simple rutina. ¿Usted fue la directora de este
lugar siempre?
_ Lo soy desde mis 30 años, buen mozo.
Me ruboricé ligeramente por el halago que me hizo la señora
Aguirre al final de su frase.
_ Recordará entonces a Consuelo Irurtia_ continué.
_ Sí. Era una joven muy inquieta. Pero una criatura adorable.
Lloré mucho con su partida. Pero tenía 18 años y reglas son reglas, y hay que
respetarlas. Pero se fue feliz y emocionada. Estaba muy agradecida conmigo y
con todo el afecto y la contención que le dimos.
_ Entonces, había una relación muy estrecha entre ustedes.
_ La apadriné, le conseguí un colegio donde estudiar y
terminó el Primario con unas calificaciones sobresalientes. Estaba orgullosa de
mi niñita.
_ ¿Se llevaba bien con el resto de los chicos?
_ Tenía su grupo de amigas con las que pasaba todo el día.
Eran 3 o 4 niñas nada más, pero muy unidas y se querían mucho entre sí.
_ ¿Cómo llegó Consuelo Irurtia a este orfanato?
_ Una pareja la encontró deambulando por la ruta sola en
medio de una noche fría. Dijo que se había escapado de su casa porque,
pobrecita, la maltrataban. Dijo llorando desconsoladamente que sus padres le
pegaban, la humillaban, la sometían a maltratos físicos y psicológicos. Hasta denunció
que no le daban de comer por varios días.
_ ¿Recuerda los detalles que ella le contó sobre esos
maltratos de los que era víctima por parte de sus padres?
_ Consuelo tenía solamente 8 o 9 años cuando llegó acá. Dijo
que era la menor de tres hermanos y que a ellos también les pegaban.
Me quedé estupefacto.
_ ¿Tres hermanos?_ pregunté de nuevo ante el temor de haber
oído mal.
_ Sí, tres hermanos, gentil buen hombre_ me repitió la
señora Aguirre con modales muy dulces._ Con el hermano, se llevaba bien. Pero
con su otra hermana era con la que mejor se llevaba. Todos eran sometidos tanto
por sus padres como por su grupo familiar, hasta que un día la pobrecita de
Consuelo se cansó y huyó de madrugada. Dijo que la hermana le pidió que no se
fuera, que no la abandonara. Y Consuelo le extendió la mano para llevársela con
ella. Pero la pequeña niña asustada me contó que no quiso y escapó. Y que su
hermana la miraba con mucha tristeza mientras la veía alejarse de la casa para
nunca más volver. Su hermano nunca se enteró de su partida hasta poco tiempo
después. Tuvo suerte de que esa joven pareja de enamorados la encontrase y la
trajera acá.
_ ¿Hicieron la denuncia?
_ No. La pobre Consuelo estaba tan asustada y deprimida por
todo, que no quisimos someterla a más tertulias. Decidimos que lo mejor era que
olvidara ése pasado oscuro y empezara una nueva vida con nosotros.
_ ¿Alguien vino a preguntar por ella? ¿Familiares, la
Policía…?
_ No. Jamás vino nadie reclamando a Consuelo.
Resolví hacer una jugada arriesgada para confirmar una
corazonada que me había surgido en el momento, de forma estrepitosa.
_ La señora Irurtia me contó que estuvo buscando a su
hermana por muchos años, que la habría localizado pero que nunca la recibió.
¿Alguna vez Consuelo Irurtia le manifestó sus deseos de reencontrarse con su
ella?
_ Para serle honesta, nos seguimos viendo tiempo después de
que abandonase la institución. Me contó que había vuelto a reencontrarse con su
hermano…
_ ¿Gustavo Irurtia?_ la interrumpí.
_ No. Gustavo era el nombre, pero él tenía otro apellido. No
recuerdo mucho ahora.
_ Está bien. Me está ayudando más de lo que imagina.
Prosiga, por favor.
_ Se vieron después de muchos años en algunas oportunidades.
Pero él le comentó algo que a ella le cambió la vida para siempre, algo que
sólo el padre podía confirmarle.
Por fin el misterio empezaría a explicarse de a poco. Estaba
por averiguar el gran secreto que hacía que todos los involucrados en el
asesinato me ocultasen información o la tergiversasen deslealmente. Pero la
respuesta de la señora Inés Aguirre me desanimó.
_ Nunca llegó a decirme qué era eso. Sólo me explicó que
visitó al padre, que estaba internado en un hospital de Misiones creo
agonizando a causa de una tuberculosis severa que padecía, y que aquél, con el
último suspiro, le confesó la verdad y ella quedó muy golpeada desde entonces.
Tanto, que no lamentó la muerte de su padre.
_ Es natural que no lamentase la muerte de su padre aún también
por los tormentos sufridos de chica. Pero, retomando a esto último, ¿me está
diciendo que sí fue a ver a su padre?
_ Sí. Pidió licencia en el trabajo y viajó en el primer
vuelo a Misiones sólo con esta finalidad.
Ana Ruíz me había mentido. La única persona que creí que me
había sido medianamente honesta también me había mentido. Era tiempo de desconfiar de todo el mundo,
incluso del propio señor Cisneros.
_ ¿Volvió a ver a la señora Consuelo después de esto?_
interrogué a la señora Inés Aguirre.
_ Me llamó por teléfono para despedirse_ me respondió la
anciana, disgustada_ y cortó enseguida. Le pregunté si estaba todo bien y lo
único que me contestó fue que no me preocupase, que lo mejor era no saber nada,
justificándose que lo hacía por mi propio bien.
_ ¿Supo que se casó?
_ Sí. Fui su madrina en la boda. Se casó con un hombre muy
apuesto y una buena persona.
_ Raimundo Cisneros es en efecto un buen hombre y la ama
mucho a la señora Consuelo.
_ ¿Quién es ese hombre?_ preguntó la señora Inés Aguirre,
completamente sorprendida y embargada por una curiosidad insaciable.
_ Su marido, en efecto_ respondí confundido, pero con mucha
cautela.
_ Debió separarse y volverse a casar, porque ese no era su
esposo. Al menos, no el que yo conocí.
Tuve la ocurrencia de mostrarle las fotos de los tres
hombres involucrados en el caso, sin advertirle cuál de ellos era Raimundo
Cisneros.
_ ¿Se casó con alguno de ellos?
La anciana miró las tres fotos detenidamente y muy concentrada.
Y por fin cuando lo reconoció, sonrió afectuosamente y me lo señaló convencida.
_ ¿Está segura?_ le pregunté
sin salir de mi asombro.
Inés Aguirre asentó con un movimiento de cabeza enérgico y convincente.
Guardé las fotos y salté de la silla como un resorte.
_ Señora, me ha sido de gran utilidad. Estoy en deuda con
usted.
_ ¿Le pasó algo a Consuelo?
Era claro que no sabía que había muerto, así que preferí
mentirle piadosamente para que no sufriera innecesariamente. Después de todo,
resultaba una anciana muy adorable.
_ Está muy bien. Tenía dudas sobre ciertos aspectos de su
infancia, por eso viene a verla. Nada grave. Hasta luego, señora Aguirre.
La dulce anciana me saludó con la mano y una sonrisa cálida
dibuja en su rostro.
Ya sabía quién era el asesino, por qué y cómo había sido la
mecánica del asesinato. Pero aún me faltaban averiguar algunas cosas más antes
de exponer la verdad de este intrincado pero extraordinario caso.
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