miércoles, 8 de abril de 2020

Un caso de inocencia dudosa - cap.4 (Gabriel Zas)





4. Averiguaciones



¿Por qué sostengo que todos me mintieron en algún punto hasta ahora? En primer lugar, la Justicia estaba al corriente de la situación de extorsión que sufría la señora Consuelo Irurtia por parte de un desconocido por un supuesto crimen ocurrido un año y medio antes de su asesinato por el que era responsabilizada, pero el señor Cisneros prefirió reservarse las pruebas comprometedoras y sostener su versión sin recurrir a ellas. En cierta medida me parecía una jugada inteligente. Y era lo que me sugería que el señor Cisneros sabía algo que me estaba ocultando. En segundo término y por su parte, el testimonio de la señorita Ruíz no tenía cabos sueltos. Por el contrario, había puntos que me había aclarado. Estas pequeñas conclusiones hacían encajar las piezas que no encajaban correctamente del todo en la historia. Pero no podía dejar de pensar que, en virtud de tales razonamientos, todos inevitablemente me ocultaban algo. Más, estando el hecho de que la señora Irurtia estuvo convencida de que tenía un hermano cuando en realidad tendría una hermana. La historia del hermano tuvo que empezar a tomar forma cuando la señora Irurtia comenzó su romance con el señor Barreto, lo que implicaba a la vez que ella sabía sobre la existencia de su hermana desde siempre, pero jamás se lo confió a Raimundo Cisneros. Pero sí a la señorita Ana Ruíz. Ahora no ponía en duda que todos estaban ocultando deliberadamente algo. Y que ése algo podía ser un mismo hecho en común o distintos eventos aislados que unidos entre sí contaban la segunda parte de este drama.  Pero, ¿qué sería eso y por qué se esforzarían todos en ocultármelo? Así que, decidí hacer una serie de averiguaciones antes de continuar con la investigación del caso.  Estos son los detalles a los que me refiero en mis casos, esos que pasan desapercibidos a simple vista y que en definitiva son los que casi siempre ocultan la verdadera solución del caso.  
Lo primero que decidí hacer fue visitar el orfanato donde pasó la mayor parte de su infancia la señora Consuelo Irurtia. Voy a omitir los detalles de cómo obtuve toda la información respecto del mismo y voy a abocarme solamente a revelar los datos realmente de interés para la causa.
 El orfanato en cuestión se llamaba Santa Marta y estaba ubicado en las afueras de Buenos Aires, en un pequeño pueblo reducido en cuanto a cantidad de habitantes situado en las cercanías de San Pedro. Previamente, había llamado por teléfono para notificarles que iría a visitarlos por un asunto de carácter urgente y de índole confidencial.  Por tal motivo, la directora del orfanato, la señora Inés Aguirre, estaba esperándome. Me recibió cordialmente, me hizo entrar a su despacho y me invitó a tomar asiento. Era una mujer de unos 82 años, de modales muy agradables y una sonrisa cautivadora. Y con un estado de salud admirable.
_ Se preguntará, señor, porqué a mi edad sigo trabajando en un lugar así_ me dijo la mujer con dulzura.
_ Debe adorar mucho a los niños_ le respondí estremecidamente.
_ Y además, soy sola, hijo mío. No tengo a nadie afuera. Mi trabajo y la gente con la que lo comparto diariamente es todo lo que tengo. Y me hace feliz.
_ Eso es lo más importante de todo. La felicidad. ¿Qué sería de nosotros sin ella?
_ Me dijo por teléfono que lo urgía averiguar ciertos datos de interés para una causa que investiga, ¿puede ser?
_ En efecto. Simple rutina. ¿Usted fue la directora de este lugar siempre?
_ Lo soy desde mis 30 años, buen mozo.
Me ruboricé ligeramente por el halago que me hizo la señora Aguirre al final de su frase.
_ Recordará entonces a Consuelo Irurtia_ continué.
_ Sí. Era una joven muy inquieta. Pero una criatura adorable. Lloré mucho con su partida. Pero tenía 18 años y reglas son reglas, y hay que respetarlas. Pero se fue feliz y emocionada. Estaba muy agradecida conmigo y con todo el afecto y la contención que le dimos.
_ Entonces, había una relación muy estrecha entre ustedes.
_ La apadriné, le conseguí un colegio donde estudiar y terminó el Primario con unas calificaciones sobresalientes. Estaba orgullosa de mi niñita.
_ ¿Se llevaba bien con el resto de los chicos?
_ Tenía su grupo de amigas con las que pasaba todo el día. Eran 3 o 4 niñas nada más, pero muy unidas y se querían mucho entre sí.
_ ¿Cómo llegó Consuelo Irurtia a este orfanato?
_ Una pareja la encontró deambulando por la ruta sola en medio de una noche fría. Dijo que se había escapado de su casa porque, pobrecita, la maltrataban. Dijo llorando desconsoladamente que sus padres le pegaban, la humillaban, la sometían a maltratos físicos y psicológicos. Hasta denunció que no le daban de comer por varios días.
_ ¿Recuerda los detalles que ella le contó sobre esos maltratos de los que era víctima por parte de sus padres?
_ Consuelo tenía solamente 8 o 9 años cuando llegó acá. Dijo que era la menor de tres hermanos y que a ellos también les pegaban.
Me quedé estupefacto.
_ ¿Tres hermanos?_ pregunté de nuevo ante el temor de haber oído mal.
_ Sí, tres hermanos, gentil buen hombre_ me repitió la señora Aguirre con modales muy dulces._ Con el hermano, se llevaba bien. Pero con su otra hermana era con la que mejor se llevaba. Todos eran sometidos tanto por sus padres como por su grupo familiar, hasta que un día la pobrecita de Consuelo se cansó y huyó de madrugada. Dijo que la hermana le pidió que no se fuera, que no la abandonara. Y Consuelo le extendió la mano para llevársela con ella. Pero la pequeña niña asustada me contó que no quiso y escapó. Y que su hermana la miraba con mucha tristeza mientras la veía alejarse de la casa para nunca más volver. Su hermano nunca se enteró de su partida hasta poco tiempo después. Tuvo suerte de que esa joven pareja de enamorados la encontrase y la trajera acá.
_ ¿Hicieron la denuncia?
_ No. La pobre Consuelo estaba tan asustada y deprimida por todo, que no quisimos someterla a más tertulias. Decidimos que lo mejor era que olvidara ése pasado oscuro y empezara una nueva vida con nosotros.
_ ¿Alguien vino a preguntar por ella? ¿Familiares, la Policía…?
_ No. Jamás vino nadie reclamando a Consuelo.
Resolví hacer una jugada arriesgada para confirmar una corazonada que me había surgido en el momento, de forma estrepitosa.
_ La señora Irurtia me contó que estuvo buscando a su hermana por muchos años, que la habría localizado pero que nunca la recibió. ¿Alguna vez Consuelo Irurtia le manifestó sus deseos de reencontrarse con su ella?
_ Para serle honesta, nos seguimos viendo tiempo después de que abandonase la institución. Me contó que había vuelto a reencontrarse con su hermano…
_ ¿Gustavo Irurtia?_ la interrumpí.
_ No. Gustavo era el nombre, pero él tenía otro apellido. No recuerdo mucho ahora.
_ Está bien. Me está ayudando más de lo que imagina. Prosiga, por favor.
_ Se vieron después de muchos años en algunas oportunidades. Pero él le comentó algo que a ella le cambió la vida para siempre, algo que sólo el padre podía confirmarle.
Por fin el misterio empezaría a explicarse de a poco. Estaba por averiguar el gran secreto que hacía que todos los involucrados en el asesinato me ocultasen información o la tergiversasen deslealmente. Pero la respuesta de la señora Inés Aguirre me desanimó.
_ Nunca llegó a decirme qué era eso. Sólo me explicó que visitó al padre, que estaba internado en un hospital de Misiones creo agonizando a causa de una tuberculosis severa que padecía, y que aquél, con el último suspiro, le confesó la verdad y ella quedó muy golpeada desde entonces. Tanto, que no lamentó la muerte de su padre.
_ Es natural que no lamentase la muerte de su padre aún también por los tormentos sufridos de chica. Pero, retomando a esto último, ¿me está diciendo que sí fue a ver a su padre?
_ Sí. Pidió licencia en el trabajo y viajó en el primer vuelo a Misiones sólo con esta finalidad.
Ana Ruíz me había mentido. La única persona que creí que me había sido medianamente honesta también me había mentido.  Era tiempo de desconfiar de todo el mundo, incluso del propio señor Cisneros.
_ ¿Volvió a ver a la señora Consuelo después de esto?_ interrogué a la señora Inés Aguirre.
_ Me llamó por teléfono para despedirse_ me respondió la anciana, disgustada_ y cortó enseguida. Le pregunté si estaba todo bien y lo único que me contestó fue que no me preocupase, que lo mejor era no saber nada, justificándose que lo hacía por mi propio bien.
_ ¿Supo que se casó?
_ Sí. Fui su madrina en la boda. Se casó con un hombre muy apuesto y una buena persona.
_ Raimundo Cisneros es en efecto un buen hombre y la ama mucho a la señora Consuelo.
_ ¿Quién es ese hombre?_ preguntó la señora Inés Aguirre, completamente sorprendida y embargada por una curiosidad insaciable.
_ Su marido, en efecto_ respondí confundido, pero con mucha cautela.
_ Debió separarse y volverse a casar, porque ese no era su esposo. Al menos, no el que yo conocí.
Tuve la ocurrencia de mostrarle las fotos de los tres hombres involucrados en el caso, sin advertirle cuál de ellos era Raimundo Cisneros.
_ ¿Se casó con alguno de ellos?
La anciana miró las tres fotos detenidamente y muy concentrada. Y por fin cuando lo reconoció, sonrió afectuosamente y me lo señaló convencida.
_ ¿Está segura?_ le pregunté sin salir de mi asombro.                                                                                 
Inés Aguirre asentó con un movimiento de cabeza enérgico y convincente. Guardé las fotos y salté de la silla como un resorte.
_ Señora, me ha sido de gran utilidad. Estoy en deuda con usted.
_ ¿Le pasó algo a Consuelo?
Era claro que no sabía que había muerto, así que preferí mentirle piadosamente para que no sufriera innecesariamente. Después de todo, resultaba una anciana muy adorable.
_ Está muy bien. Tenía dudas sobre ciertos aspectos de su infancia, por eso viene a verla. Nada grave. Hasta luego, señora Aguirre.
La dulce anciana me saludó con la mano y una sonrisa cálida dibuja en su rostro.
Ya sabía quién era el asesino, por qué y cómo había sido la mecánica del asesinato. Pero aún me faltaban averiguar algunas cosas más antes de exponer la verdad de este intrincado pero extraordinario caso.

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