sábado, 11 de abril de 2020

Un caso de inocencia dudosa - cap.8/final (Gabriel Zas)





8. Solución


Aquélla mañana finalmente todo terminaría. Reuní a Ana Ruiz, Fabián Barreto, al dr. Leandro Mazoli, el abogado defensor del señor Cisneros y a Raimundo Cisneros por supuesto en mi oficina, y le pedí a la fiscal del caso, a la dra. Melina Ravazzo, que también se hiciera presente para que supiera la verdad del asesinato de la señora Consuelo Irurtia y su motivación. Me costó convencerla por su temperamento disuasivo y hostil, pero aceptó venir asistida por dos oficiales para arrestar al verdadero culpable, aunque esa mujer se seguía mostrando reacia a aceptar otra versión que no fuera la que ella proclamó erróneamente y que tenía como único acusado del crimen al señor Cisneros.  Todos llegaron puntuales. Cada quien se sentó en el lugar que azarosamente les designé. Había mucha expectativa, mucha tensión, mucha incertidumbre. Caminé de lado a lado mirando a cada uno de los cinco presentes fijamente a los ojos por una fracción de segundos. Los nervios calaron hondo en el cuerpo de todos ellos. Tomé mi lugar pausadamente, hice un último paneo de la situación, de sus rostros y de sus estados de ánimo, y comencé con mi explicación del caso.
_ Este caso llamó mi atención desde un principio porque disponía de una serie de elementos que lo hacían realmente interesante y atractivo. Un hermano desaparecido por muchos años que repentinamente se apersona en casa de la señora Irurtia y le habla a la víctima de una supuesta herencia, un marido que es consciente de la infidelidad a la que su esposa lo somete pero que implícitamente decide no separarse, no abandonarla porque creía y todavía en ella. Un amante que fue compañero de la Secundaria de la señora Consuelo Irurtia y a su vez mejor amigo de su marido, el señor Cisneros, cuya amistad terminó por el amor de la señora Irurtia. La señorita Ana Ruíz, la mejor amiga de la víctima, que siempre supo de la relación clandestina que la señora Consuelo mantenía con el señor Barreto y decidió jugar un papel trascendental en todo este drama para guardarle grandes secretos a la señora Irurtia. Y lo más importante de todo: la extorsión a la que la señora Consuelo Irurtia era sometida. Un chantajista que anónimamente le envió cartas extorsivas pidiéndole cada vez más dinero a cambio de su silencio, porque un año y medio antes de la señora Irurtia, la propia víctima fue investigada por una muerte de una querida vecina del barrio, la señora Mabel Ayala. La Justicia investigó y determinó que se trató de un accidente, y la señora Consuelo quedó sobreseída de la causa. Pero había alguien que creía lo contrario, que creía que la señora Consuelo Irurtia era una despiadada asesina. Y que a cambio de guardar el secreto, la extorsionó.
_ La Fiscalía no estaba al tanto de nada de todo esto_ protestó la dra. Ravazzo con énfasis.
_ Yo le pedí a mi cliente que lo mantuviera en secreto_ intervino el abogado Leandro Mazoli.
_ ¿Es consciente abogado que ocultó evidencia fundamental en una investigación en curso?
_ Preservé a mi cliente, Señora Fiscal.
_ ¿Me dejan continuar, por favor?_ intercedí tenuemente ofuscado.
Ambos asintieron con la cabeza.
_ La decisión, doctora_ continué, _ del dr. Mazoli de ocultarle esas cartas fue acertada, debo admitirlo. Porque no tienen nada que ver directamente con el caso, pero cumplen un rol esencial en su solución. Y si hubiesen caído en manos equivocadas como las suya, Señora Fiscal, que se encerró en lo más vulgar del mundo y acusó al señor Cisneros de asesinato, hubiese sido un evento catastrófico. No, no podían permitirse esa clase de tropiezos. Y el señor Cisneros las dejó en el lugar más seguro que pudo encontrar: en poder mío.
Las exhibí para mi audiencia y procedí a leer el contenido de una de ellas.
_ “Sé lo que hiciste y vas a pagar”_ leí. Y remarqué con énfasis la frase, esperando la reacción de alguno de los cinco presentes. Pero todos se mostraron temerosos y confundidos, y esperaron a que continuara con mi exposición de los hechos.
_ Palabras más, palabras menos_ reanudé, _ todas las misivas referencian lo mismo. Y esto es un dato muy interesante a considerar, porque señores, ninguna alude explícitamente al incidente de la señora Ayala. Por lo tanto, su contenido es absolutamente ambiguo. La señora Irurtia interpretó que su chantajista misterioso se refería a la muerte accidental de la señora Mabel Ayala. ¿Pero, si se refería a otro hecho del que no teníamos absoluto conocimiento? Y ahí empecé a ampliar el abanico de posibilidades que el caso ofrecía. ¿Qué otra persona podía conocer ese otro evento? Aparte del señor Cisneros, el asesino de la señora Irurtia. Y empecé a unir de a poco algunos elementos que reuní de los testimonios de todos ustedes. En primer lugar, sobresalía el hecho de que el señor Cisneros me confió que la señora Consuelo había adoptado un cambio de actitud radical. La percibió más distante, más frívola y menos sociable. Entonces, se le ocurrió pensar que la persona que podría estar al tanto de lo que le pasaba a su esposa era su mejor amiga, la señorita Ana Ruíz. El señor Cisneros habló con ella y a fuerza de presión, le sonsacó la relación amorosa que la señora Irurtia mantenía en secreto con el señor Fabián Barreto. Pero el señor Cisneros no podía dejar de pensar, por una cuestión de asociación de ideas, que la señora Consuelo mantenía ése comportamiento para con él por otro motivo. Y habló con la señorita Ruíz por segunda vez, pero ella le dijo sinceramente que no sabía nada más. Y eso era cierto. Si a la señora Consuelo Irurtia le ocurría algo más serio, no se lo había dicho a nadie.
<En segundo término está el hermano de la señora Consuelo, el señor Gustavo Irurtia. Alguien a quien le pierde el rastro, alguien a quien ella intenta contactar por años y él la ignora y alguien que se aparece repentinamente para decirle a la señora Consuelo que es beneficiaria de la mitad de la herencia que le dejó su madre al fallecer, una madre con la que no mantuvo ninguna relación. ¿Cómo se explicaba esto? >
_ ¿Cómo se explica que Gustavo no viniera?_ inquirió el señor Barreto, irritado.
_ Responderé a su inquietud llegado el momento_ le respondí, modestamente._ Ahora bien. Esto era solamente la punta del iceberg.  Del testimonio que me brindó la señorita Ruíz, surgirían más datos increíblemente sugerentes. Resultó que de su relato se desprendió que la señora Irurtia nunca tuvo un hermano, sino una hermana. Y se me ocurrió pensar en consecuencia que era a ella a quien realmente la señora Consuelo buscaba.
Todos se alarmaron y se miraron entre sí confundidos y agobiados.
_ Y aún hay más. ¿Quién era Gustavo Irurtia en realidad? E inmediatamente, después surgió el dato del orfanato, donde la señora Consuelo Irurtia pasó la última etapa de su infancia allí y toda su adolescencia. Hablé con su directora, la misma de aquél entonces, una dulce mujer mayor de nombre Inés Aguirre. Y me respondió algo que todavía le aportaba más intriga a este caso. Consuelo tenía una hermana y un hermano. Se llevaba bien con los dos, pero mucho mejor con su hermana. Según la señora Aguirre, la convivencia familiar en casa de los Irurtia era tormentosa y virulenta, y Consuelo Irurtia, en ese momento de 8 años de edad, escapó, la encontró en el camino una pareja y la llevó al orfanato Santa Marta, donde la señora Inés Aguirre cuidó de ella como si fuera su propia hija. Y es más, me confió que se siguieron hablando tiempo después y le contó hasta que se casó… No con usted, señor Cisneros, sino con otro hombre. Ella cuando se casó con usted ya estaba casada de mucho antes con otro hombre.
<Pero ahórrense los disgustos para después. En medio de esta madeja de eventos enmarañada la señora Consuelo Irurtia se enteró de algo que la modificó para siempre, que significó un cambio trascendental en su vida personal. Y ese descubrimiento la llevó a tener una serie de conductas anómalas y sospechosamente incongruentes. Se enteró de esto a través de un tercero y quiso confirmarlo con la única persona capaz de confirmárselo fehacientemente: su padre. Viajó a Misiones expresamente a visitarlo en donde permanecía internado en grave estado por un cuadro agudo de tuberculosis, estuvo con él cinco minutos y salió del hospital absolutamente alterada. Lo sé perfectamente porque tuve una charla con uno de los médicos del hospital en cuestión, que en virtud de los hechos suscitados, apeló a su derecho de mantener su identidad en absoluta reserva. Pero declaró además un detalle que fue la frutilla del postre: en la misma semana en que la señora Irurtia visitó a su padre, desapareció un frasco de morfina del hospital, el mismo veneno empleado en su contra en el asesinato. ¿Con qué fines sustraería el mismo veneno que unos pocos días después la terminaría matando? Y lo supe prácticamente todo en ese mismo instante, porque la señora Inés Aguirre, la directora del orfanato, reconoció de entre unas fotos que le mostré al hombre que se casó con Consuelo Irurtia antes de contraer matrimonio con usted, señor Cisneros. Quería confirmar una corazonada que tenía y en buena ley que lo conseguí con un éxito implacable>.
<El hombre que se casó con la señora Irurtia era Gustavo Utegui, alías Gustavo Irurtia. Gustavo Irurtia no existía porque simplemente la señora Consuelo Irurtia no tenía ningún hermano ni ninguna hermana tampoco. La historia de la herencia y todo lo demás fue un astuto ardid por parte del asesino. Lo necesitaba como pretexto para eludirlo a usted, señor Cisneros, y para evadirse de las sospechas que pudiesen derivarse de la verdad.
_ ¿Cuál verdad, inspector Dortmund?_ protestó Raimundo Cisneros, entre indignado y frustrado.
_ <El hombre que estaba con su esposa el día del asesinato era su marido, no su hermano. Por eso la reacción tan distante que mantuvo con usted ese día, por eso el comportamiento de la señora Consuelo, por eso todo. Porque Gustavo Irurtia no existía, repito, la señora Irurtia no tenía ningún hermano ni ninguna hermana. ¿Pero, por qué la convencieron de semejante barbaridad siendo tan chica? Porque eran bebés robados al nacer, robados y vendidos a familias que no pueden concebir por vías naturales y que no quieren esperar los tiempos dilatorios de la Justicia en trámites de adopción. Son médicos que trafican bebés para obtener un ingreso extra porque lo que ganan no les alcanza para subsistir, no llegan a fin de mes. Y que no tienen compasión por nada. Para ellos, los chicos son la mercancía que les venden a los traficantes que se los adquieren. Y los traficantes los venden a las familias y los médicos se llevan una comisión por el negocio.  Familias que justamente no sobresalen por tener los ideales altos.  Este es el gran secreto del que se enteró la señora Consuelo Irurtia por medio del propio señor Utegui. Digamos, el falso señor Gustavo Irurtia. Por eso no hubo denuncia de por medio y por eso nadie se preocupó por buscar a Consuelo Irurtia cuando logró escapar de ese tortuoso calvario>.
<Consuelo Irurtia fue vendida a una familia que la maltrataba y le producía toda clase de daños. Daños psíquicos, morales y físicos. Y convivía además con otros dos chicos: una niña y un niño. Y a todos les hicieron creer que eran hermanos, verdaderos hermanos de sangre. Cuánta crueldad puede atesorar el ser humano en su alma>.
<Por esta sencilla razón, Consuelo Irurtia no obtuvo resultados satisfactorios cuando los intento rastrear. Irurtia era un apellido falso que no constaba en actas por obvias razones. El que figuraba era el genuino de nacimiento. Pero Consuelo Irurtia no podía saber esto. Por eso su búsqueda se complicó. Y por eso ella a su vez mantenía una relación lejana con sus padres, porque no eran sus verdaderos padres y porque dudo de que alguna vez haya conocido a los legítimos. Todo este fraude quedó muy bien oculto y los padres de Consuelo Irurtia se llevaron a otra beba creyendo que era su hija. Así era con todos los casos. Un circuito que se reiniciaba interminablemente>.
<Por eso el silencio. Para consuelo Irurtia, que usted se enterase de esto, señor Cisneros, era terriblemente devastador. Y empezó a incomodarse cuando lo supo y lo pudo confirmar.>.
<Pero si Gustavo Irurtia no existía, ¿quién era verdaderamente Gustavo Utegui? El chico que compartió el calvario con la señora Irurtia. En palabras más austeras, su marido. La señora Inés Aguirre lo señaló convencidamente sin ningún lugar a dudas cuando le exhibí las fotos de algunos de ustedes. Por eso él estaba con la señora Consuelo Irurtia el día del asesinato. Porque ella lo citó para confrontarlo porque tenía la certeza de cómo eran las cosas. Y por esa misma razón, el señor Utegui desapareció unos meses después de que se casara con la señora Consuelo Irurtia. Y por eso, al fin y al cabo, se negaba a recibirla. No podría cargar con el peso de la culpa y de la verdad sobre sus hombros estando casada con ella y conviviendo. La señora Irurtia supo toda la verdad a través de la señora Aguirre, recuerde que ellas se siguieron viendo por muchos años. Pero me llamó la atención de que cuando la señora Irurtia decidió viajar a Misiones para ver a su padre y confrontarlo con la verdad para desahogarse y recriminarle su culpa, se lo haya dicho por teléfono y no personalmente, antes de viajar. Y después de eso, Inés Aguirre y Consuelo Irurtia no volvieron a verse más>.
<Consuelo Irurtia y Gustavo Utegui se casaron únicamente por Iglesia, no por Civil. Por eso no existían papeles que legitimaran esa unión y por eso pudo casarse con usted sin mayores inconvenientes, señor Cisneros. Pero cuando él se enteró de la verdad, se alejó de Consuelo Irurtia. Un tiempo después, Consuelo Irurtia lo conoce a usted, señor Cisneros, y se casan por Civil sin problema. ¿Pero, quién le dijo al señor Gustavo Utegui la verdad? ¿Quién más lo sabía? El asesino. Tuvo que actuar rápido. Aprovechó el incidente de la señora Mabel Ayala para usarlo como pretexto para acercarse a la señora Consuelo Irurtia. Escribió unas falsas cartas extorsivas y lo dispuso al señor Utegui  como vehículo bajo coacción. Pero cuando Gustavo Utegui se hartó, amenazó con sacar toda la verdad a la luz. De esto infiero que los planes iniciales del culpable no era el asesinato, pero esto cambió cuando supo que la señora Consuelo había averiguado por medios muy sencillos la verdad, y la ambición del asesino creció y lo llevó a cometer este hábil homicidio. Tampoco podía permitir que la decisión de sacar a relucir a la luz toda la verdad arruinara sus planes iniciales, así que eligió un método audaz y efectivo para solucionar este pequeño imprevisto>.
<Sabiendo que el señor Cisneros había encontrado las cartas que su esposa estuvo recibiendo y se las había estado ocultando todo ese tiempo, el asesino lo contactó por teléfono y le dio datos precisos de dónde encontrar al supuesto chantajista. Cegado usted por su deseo de venganza como todo marido leal, y ante la certeza que tenía el asesino de no resistir la tentación de tomar usted mismo cartas en el asunto, le indicó una dirección y unos pasos a seguir. Y usted, señor Cisneros, accedió, desobedeciendo mis órdenes directas de tomar cualquier clase de intervención en el caso. Pero cuando llegó al domicilio en cuestión, el señor Gustavo Utegui ya estaba muerto desde hacía un rato antes. Pero por toda la excitación que tenía encima, no lo percibió hasta un rato después y se asustó. Hasta un rato después de que usted disparó un tiro al aire cuando entró para intimidar al supuesto chantajista. Porque, usted señor Cisneros, no es un asesino. Vi el impacto producto de su disparo en una de las paredes laterales. Pero creyó que la bala rebotó y mató al señor Utegui sin quererlo, reitero, cegado por la excitación y la tensión que tenía encima que no lo dejaban pensar con claridad. ¿Cómo murió el señor Utegui entonces? Se suicidó. La situación lo desbordó, no pudo soportar más y se mató. Por ende, el asesino se alteró nuevamente  porque sus planes volvieron a verse perjudicados. ¿Qué hizo entonces?  Tomó la pistola de entre los dedos de Utegui y la volvió a colocar en la misma posición. Al encontrar la Policía el cuerpo y verificar que el arma estaba colocada de forma forzosa, pensarían que alguien lo mató y simuló un suicidio. Pero alguien más frustró sus planes: yo. Porque el señor Cisneros me confesó lo sucedido y yo intercedí para que el juez tomara en cuenta los hechos tal como habían sucedido y validara el suicidio del señor Utegui>.
<Pero vayamos ahora al día del asesinato de Consuelo Irurtia. ¿Qué pasó exactamente? El señor Cisneros llegó de trabajar como todos los días, pero ese día en particular hizo algo diferente. Se llevó su saco, el mismo en donde el asesino le introdujo el veneno, a su cuarto, cuando normalmente lo dejaba colgado en alguna silla del living para recogerlo más tarde. Además, el frasco de morfina le fue metido en el bolsillo derecho de su saco, pero él es zurdo. Y para guardar el frasco en el bolsillo opuesto a su costado dominante tendría que haber inevitablemente cruzado el brazo por el torso del cuerpo para llegar al otro lado, lo que hubiese resultado una acción muy llamativa. ¿Por qué simplemente no guardarlo en el bolsillo derecho? Y además, en base a este dato, ¿por qué verter la morfina en el café con la mano derecha cuando el señor Cisneros, reitero, domina la mano izquierda? Me confirmó asimismo que él jamás guarda nada en el bolsillo derecho porque le cuesta un poco más encontrarlo, algo perfectamente normal por su condición, y porque también lleva solamente lo esencial. Esto es llaves y documentos, estimo. Por lo tanto, cada vez se me hacía más difícil creer que el señor Raimundo Cisneros fuese el asesino>.
<El otro punto interesante a tener en cuenta era cómo el asesino sabía que la señora Consuelo había sustraído la morfina del hospital el día que fue a visitar a su padre. Pero lo más extravagante del asunto era por qué la señora Consuelo Irurtia habría de robarla. No tenía sentido, no encajaba para nada en ninguna hipótesis. Para el único que sí tendría sentido sería para el propio asesino, lo que pone de manifiesto que el asesinato fue determinadamente premeditado>.
<Después de mi entrevista con el señor Cisneros el día que me puso al tanto de los acontecimientos, sentí curiosidad por ver y estudiar la escena del drama. Y lo que encontré al examinarla en pormenor fue muy encantador. Había una cortina sugerentemente dispuesta que podía ocultar cualquier cosa. El señor Cisneros me dijo que en ése espacio tenían pensado con la señora Irurtia construir un mueble más para generar un espacio adicional en un ambiente tan reducido como lo es la cocina. Y le creo. No tuve razones para dudar de su palabra. ¿Era posible entonces que alguien se escondiese detrás de ésa cortina sin ser detectado? E hice la prueba correspondiente y el resultado fue favorable. ¿Era posible que la señora Irurtia hubiese dejado pasar a su asesino porque lo conocía y que justo en el momento de llevar a cabo su cometido, el señor Utegui llegase de forma intempestiva y el asesino se hubiese visto en la necesidad de postergar su propósito, ocultándose detrás de la cortina? El sólo imaginarlo es una idea muy seductora. Y después, atrás, cayó el señor Cisneros que se encontró repentinamente con el señor Utegui de visita en su casa. Eso explicaría asimismo la actitud esquiva de la señora Consuelo ése día. ¿Y la huida? Por la ventana de la cocina. Accesible, sin obstáculos y da a una calle deshabitada. Perfecto. Todo cerraba extraordinariamente>.
<Pero que el señor Cisneros dejara su saco en la tintorería tres días antes del asesinato de su esposa no podía pasar desapercibido en absoluto. Ahí tuvo el asesino su oportunidad de ocultar el frasco de morfina en el saco del señor Cisneros llevando a cabo algún artilugio convincente para conseguirlo. En un frasco aparte separó la dosis necesaria para matar a la señora Irurtia y lo que restaba, lo utilizó para incriminar al señor Cisneros. Muy hábil. Sólo que en el apuro lo guardó en el bolsillo equivocado. Y el señor Cisneros nunca lo halló porque jamás revisaba su bolsillo derecho. Así que lo que en apariencia parecía un error, en realidad no lo era. Eso implicaba que el asesino conocía en detalle los hábitos del señor Cisneros… Alguien como usted, señorita Ruíz>.
Todos se quedaron boquiabiertos y dirigieron toda la atención a ella. Ciertamente, Ana Ruíz se hizo la desentendida al respecto.
_ Está muy equivocado_ me reprochó ella, contundente pero evasiva.
_ No, no estoy equivocado. Usted fue la que dijo que la señora Irurtia tenía una relación secreta con el señor Barreto y fue usted misma la que le instaló la idea al señor Cisneros. Pero cuando hablé con el señor Fabián Barreto me lo negó y me dijo nunca más vio a Consuelo desde que terminaron la Secundaria. Usted fue al hospital de Posadas a hablar con el padre de la señora Consuelo haciéndose pasar por ella y no ella misma. Nadie había visto a Consuelo Irurtia antes nunca en ese hospital. No la conocían. Así que, alegar que usted, señorita Ruíz era en verdad Consuelo Irurtia, fue demasiado fácil y tremendamente convincente. Y fue usted también quien llamó por teléfono a la señora Aguirre del orfanato Santa Marta y se hizo pasar por la señora Consuelo.  Le dijo del viaje y le anunció que era imposible que se siguieran viendo.  ¿La señora Irurtia la visitó siempre, tenían una buena relación y va a abandonarla de un día para el otro y por teléfono además? Definitivamente, no tenía sentido para mí.>
<No intente negármelo, señorita Ruíz. Yo sé tan bien como usted que la señora Consuelo Irurtia estaba muerta desde un rato antes y que lo que vio el señor Cisneros fue un montaje>.
Raimundo Cisneros reaccionó súbitamente.
_ ¿No era mi esposa a la que vi cuando llegué?_ preguntó haciendo un gran esfuerzo por contener su ira.
_ Precisamente, señor Cisneros_ repliqué con feroz honestidad._ Ana Ruíz la visitó un rato antes y la señora Consuelo no tuvo reparos en dejarla pasar porque, después de todo, era su mejor amiga. Consuelo le dijo que esperaba a alguien en referencia al señor Utegui. Todo estaba maliciosamente calculado. La llegada del señor Utegui tenía que parecer azarosa. El motivo ya lo saben, confrontarlo con la verdad sobre su infancia en común. Por eso, la señorita Ruíz eligió ése día para cometer el asesinato. Consuelo Irurtia debió sentirse incómoda con su presencia, señorita Ruíz, porque debía hablar de un tema muy delicado con el señor Utegui. Pero ella desconocía que él era su “cómplice” y que estaba al tanto de todo. Y que ese encuentro no fue resultado de la casualidad, sino de un plan sistemáticamente elaborado por usted misma>.
<Una vez los tres reunidos, la señora Irurtia los invitó a tomar algo y aceptó. En un descuido, volcó la dosis letal de morfina en la taza de la señora Irurtia, que colapsó en pocos minutos. Consumado el crimen, tenían que actuar rápido antes de que llegara el señor Cisneros. Entre usted, señorita Ruíz, y el señor Utegui, ocultaron el cadáver detrás de la cortina que mencioné antes. Inmediatamente, usted cambió su apariencia para simular ser la señora Consuelo Irurtia y tomar su lugar. El señor Cisneros llegó, y exhausto por el trabajo, no notó mucho la diferencia y tomó a la señora Ruíz como si fuese verdaderamente la señora Consuelo Irurtia, y el señor Utegui aprovecha la ocasión para retirarse. El señor Cisneros charla un poco con quien cree es su esposa, pero la señorita Ruíz no puede arriesgarse a que el señor Cisneros descubra el engaño y actúan rápido. Ella bebé su café, hace la pantomima y finge la muerte. Cuando el señor Raimundo Cisneros va hasta un teléfono público a llamar a una ambulancia (el de su casa fue estropeado alevosamente), la señorita Ruíz y el señor Gustavo Utegui aprovechan para dejar al descubierto el verdadero cuerpo de Consuelo Irurtia. Y Ana Ruíz una vez acomodado el cuerpo, se escabulló por la ventana con suma facilidad. Mi relato concluye acá. Es su turno, señorita Ruíz. ¿Por qué?>
La miré desafiante haciéndole comprender de ese modo que cualquier intento por negar los hechos sería inútil. Se resintió y confesó lo que en el fondo ya me imaginaba. Pero quería oírlo de su propia boca.
_ Porque yo era ésa otra nena que vivía con ella en ese infierno_ confesó sin escrúpulos, Ana Ruíz.
Todos se quedaron impresionados y se estremecieron.
_ Ella decidió huir y abandonarnos a Gustavo y a mí_ continuó la señorita Ruíz, aclarando los hechos._ Los tres sufríamos las bajezas a las que nos sometían cotidianamente. No dormíamos de lo mal que la pasábamos. Nos mataban de hambre, nos despertaban con un baldazo de agua fría en invierno, no nos bañábamos por semanas enteras, nos agredían, nos humillaban… ¿Quieren que continúe? Teníamos que estar los tres unidos en esas circunstancias. Pero Consuelo tuvo que hacerse la heroína y pretender escapar sola.
_ Ella quiso llevarla con usted y usted se rehusó a recibir su ayuda_ le dije.
_ ¡Porque no iba a dejar solo a Gustavo con ésa horda de monstruos que se hacían llamar familia! Nos vendieron como si fuéramos una subasta y nos compró una familia de inadaptados que no les importaba nada, ¡absolutamente nada! ¿Entiende eso, inspector Dortmund? Y cuando Consuelo tuvo la brillante idea de huir, con Gustavo recibimos las peores torturas porque nos culpaban de su escape. A mí me castigaron peor que a él. Pero Gustavo me decepcionó porque la defendía. ¿Cómo podía defender a esa mocosa insolente que nos abandonó y que sufrimos tortuosos tormentos por la impertinencia de su travesura? Todos sufrimos terriblemente por años y años, ninguno aguantó tanto dolor y tanta agonía. Todos los días lo mismo. Eso no era un hogar, ¡era el mismo averno! Y en cada uno de sus integrantes se representaba el diablo en sus diferentes formas.
Ana Ruíz se remangó y nos mostró los brazos con cicatrices, quemaduras y magulladuras.
_ ¿Ven?_ nos dijo dolida y con lágrimas que recorrían lentamente sus mejillas._ Estas son las secuelas que tengo de aquéllos días. El dolor vive conmigo noche y día. Y no hay psiquiatra ni terapeuta que pueda hacerme olvidar jamás el calvario que viví en esa casa. Cuando fui al hospital y lo vi al viejo miserable que propició todos los martirios a los que éramos sometidos muriendo, sentí un regocijo que reconfortó de placer mi alma. La vida misma se encargó de hacerle pagar todo el daño que nos causó.
_ Y usted le hizo pagar a la señora Irurtia el haberla abandonado y al señor Utegui el haberla defendido.
_ Todo tiene un precio en esta vida.
_ Ellos pasaron por las mismas vejaciones que usted. También son víctimas como usted.
_ No es lo mismo. Es algo que jamás entendería.
La fiscal, la dra. Melina Ravazzo, estaba conmovida y muy afligida por el desenlace que tuvo el caso. Había un lado humano en ella después de todo.
_ Me tengo que llevar a la señora Ruíz detenida_ demandó la fiscal con voz sosegada y compasiva._ Tengo dos oficiales esperando en la puerta. Y aparte tengo que ver urgente al juez de Instrucción para solicitarle que firme el sobreseimiento del señor Cisneros por el asesinato de la señora Irurtia.
Raimundo Cisneros agradeció el gesto con una leve reverencia.
_ Espero que este caso_ le dije a la dra. Ravazzo_ le sirva de ejemplo de cómo se trabaja debidamente para evitar cometer los errores groseros que cometió en esta investigación. Asumo que aprendió la lección.
_ No voy a contestar a eso, inspector Dortmund_ repuso la fiscal, impasible._ Resulta soberbio e irrespetuoso decirme algo así. Pero no voy a juzgarlo ahora por eso. Que tenga buenos días.
Me estrechó la mano cordialmente y se llevó detenida a Ana Ruíz. Paulatinamente se fue retirando el resto de las personas, hasta que el señor Cisneros y yo quedamos solos.
_ Así que, Consuelo buscó a su supuesto hermano en vano sin saber que su apellido verdadero era Utegui. Desconociendo además que lo había conocido en determinadas circunstancias y hasta se había casado con él o estaba en proceso de casarse. Después, él se enteró de toda la verdad por parte de Ana y se alejó de Consuelo por la culpa que pesaba sobre sus hombros. Y por esa misma culpa, él ignoró a Consuelo por un tiempo largo cuando ella lo rastreó y le pidió explicaciones sobre su alejamiento. Cuando Consuelo se enteró de la verdad, Gustavo no tuvo otra alternativa más que dar la cara. Fue el caballo de Troya para Ana_ reflexionó el señor Cisneros a partir de lo que dedujo de mi disertación._ Qué ciego fui.
_ Es mejor que no piense más en todo este drama_ le recomendé afectuosamente._ Quédese con sus mejores recuerdos. 
_ No quiero que la lápida de Consuelo consigne el apellido Irurtia porque no sé si realmente ése era su apellido original_ me replicó el señor Cisneros, desconsolado pero en paz porque todo finalmente se había aclarado y había resultado en beneficio propio.
_ Seguramente no lo sea_ repuse contemplativo._ Deje libre el espacio donde va el apellido y lo completa cuando averigüemos el apellido genuino de la señora Consuelo.
Me miró fijamente a los ojos por unos cuantos segundos, me sonrió afectuosamente y me estrechó la mano con ímpetu.
_ Gracias por todo, inspector Dortmund, de verdad. Estoy en deuda con usted. Voy a retribuirle su inmenso trabajo con una buena suma. Se la haré llegar en cuanto la haya juntado.
_ No se preocupe por eso, señor Cisneros. Pero le advierto que le voy a cobrar un porcentaje adicional a la tarifa real.
Cisneros me miró extrañado.
_ ¿Por qué? No lo comprendo_ me preguntó con preocupación.
_ Por haberme corrido con la idea de que iba a tirarse desde mi balcón si no lo recibía urgentemente.
_ Tenía que cerciorarme que aceptara ayudarme.
Percibí cierta culpa honesta en sus palabras.
_ Si no se va en menos de un minuto, con gusto voy a cumplir su deseo_ le dije con rabia fingida. Raimundo Cisneros se puso tenuemente  pálido, tomó su sombrero, me saludó a las apuradas y abandonó mi departamento con la velocidad de un rayo. Yo, simplemente, me reí por mi pequeña humorada.

                               FIN

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