5. Hechos y decisiones
En el hospital central de Posadas, Misiones, me confirmaron
a través de información documentada que efectivamente Consuelo Irurtia unos
meses antes de su asesinato fue a visitar a su padre. El médico que
bondadosamente atendió mi llamada y me proporcionó sin objeciones toda la
información que le requerí me aseguró que Consuelo Irurtia entró nerviosa a ver
a su padre y que unos siete minutos después salió alterada y tremendamente
conmovida. Algo la perturbó pero jamás pudieron averiguar qué fue.
_ Doctor_ quise saber_ ¿La señora Consuelo Irurtia fue sola
a ver al señor Rafael Irurtia?
_ Sí. Nadie más entró con ella. Me consta_ me respondió el
médico, muy convencido, que a propósito del contexto, prefirió mantener su
identidad en absoluta reserva.
_ Ingresó sola al hospital, eso está claro, doctor. ¿Pero,
es posible que alguien la esperase afuera?
_ Me tomé la indecencia de seguirla cautelosamente hasta la
calle porque sinceramente me quedé preocupado. Estaba tan terriblemente
conmocionada, que temí que le pasara algo. Y por eso la seguí en secreto a una
distancia prudente. Y puedo asegurarle, inspector Dortmund, que la señora
Irurtia fue sola al hospital.
_ ¿Qué hizo inmediatamente al salir?
_ Se quedó unos segundos parada en la vereda esperando tranquilizarse.
Estaba demasiado agitada para irse enseguida. Lo siguiente que recuerdo es que se subió a un taxi y se
fue con destino incierto.
_ ¿Cuántos días después de su visita falleció el señor
Irurtia?
_ Al segundo día.
_ ¿Cree en su humilde opinión profesional, doctor, que la
visita de la señora Consuelo pudo haber acelerado el proceso?
_ No. Francamente, no me parece que haya sido así. Su estado
de salud estaba muy deteriorado y esperábamos el desenlace que tuvo de un
momento a otro.
_ ¿Y en esos dos días, o antes quizás, alguien más visitó
al señor Irurtia, además de la señora Consuelo?
Hubo unos segundos de silencio que los atribuí al esfuerzo
mental que hacía el doctor por recordar. Al fin y al cabo me respondió muy
seguro.
_ No. Nadie más lo visitó.
_ ¿Está seguro?
_ Más que seguro, inspector. Nadie más visitó al señor
Irurtia desde su internación hasta su deceso, a excepción de la señora
Consuelo, claro.
_ ¿Cómo reaccionó ella cuando le notificaron sobre la muerte
de su padre?
_ Ni se inmutó. Para ella, fue un trámite. Nos agradeció el
haberle informado y nos colgó la llamada como si nada. Algo terrible debió pasar entre ellos para que
la señora Consuelo haya reaccionado de ésa forma tan deshumana con su padre.
_ ¿Y el señor Rafael Irurtia, nunca dijo nada respecto a sus
hijas, su familia, su pasado, su vida? ¿No mencionó nada relevante que a
ustedes les haya llamado la atención?
_ Definitivamente, no, inspector Dortmund. Pero sí pasó algo
que nos pareció raro. Fue en el hospital. No creo que tenga que ver con este
asunto. Pero no deja de llamarme la atención porque jamás se resolvió.
_ Dígame. Puede contarme lo que quiera con absoluta
libertad.
_ Robaron un frasco de morfina.
Me quedé estupefacto al oír semejante declaración. Se me
estremeció el alma y una ligera emoción empezó a hacerse sentir gradualmente en
mi estómago. Sonreí triunfante y a raudales. Afortunadamente, como se trataba
de una conversación telefónica, el doctor no pudo ver mi reacción, la que
resueltamente lo hubiese descolocado por completo. Pero conociéndome, lo
hubiese podido controlar de haberlo tenido cara a cara.
_ ¿Recuerda cuándo?_ pregunté con una ansiedad que intenté
camuflar deliberadamente.
_ Fue en la misma semana de la visita de la señora Consuelo.
Quizá resulte una simple casualidad. Pero, como nunca supimos quién robó ésa
morfina, para qué y cómo, quizás…
_ Hizo usted muy bien en comentármelo, doctor.
_ Me alegra ayudar. Para nosotros, una pérdida así
representa mucho. La usamos para pacientes especiales y el hospital está
invirtiendo poco presupuesto en adquirirla. Y la necesitamos para tratar
ciertas patologías. Es esencial.
_ Recibirán una pequeña ayuda mía en retribución a la suya y
a su gentileza de atenderme. Que tenga buenos días.
Y corté la llamada. No sé la reacción que tuvo el doctor
frente a mis palabras, pero supongo que habrá sido plenamente de júbilo y placidez.
¿Por qué la señora
Consuelo Irurtia robaría un frasco de morfina del hospital, la misma que
utilizaron para asesinarla? Aunque pareciera que esto complicaba más las
cosas, contrariamente para mí las aclaraba y en forma.
Inmediatamente, después de cortar la comunicación con el
doctor (ojalá hubiese sabido su nombre, pero dadas las circunstancias, respeto
su confidencialidad), organicé y ordené resumidamente los eventos
cronológicamente por fechas:
* Según mis averiguaciones, el 7 agosto de 1983, se produjo
el incidente de la muerte de la señora Ayala, por lo que la señora Consuelo
Irurtia era extorsionada por alguien desconocido a cambio de su silencio.
*Entre las dos últimas semanas de marzo y la primera de
abril de 1984, Consuelo Irurtia se enteró un secreto terrible por boca
aparentemente del señor Gustavo Irurtia, su hermano. Y decidió cortar la
relación con la señora Inés Aguirre. Porque ahora estaba completamente seguro
que Consuelo Irurtia se despidió de ella
antes de viajar a Misiones y no después.
*El 4 de abril de 1984, Consuelo Irurtia visitó a su padre en
el hospital de Posadas y robó en un descuido un frasco de morfina.
*5 de abril de 1984, llegó a Buenos Aires y se produjo ahí
un vacío temporal hasta el día de su asesinato. Seguramente lo sucedido en ese
período no trascendía de interés para el caso.
*7 de abril de 1984, el crimen. Consuelo Irurtia fue
asesinada por alguien cuyo secreto atroz que ella se enteró por boca del señor
Gustavo Irurtia y confirmó con su padre, no lo favorecía en absoluto. La
persona que la extorsionaba por la muerte de Mabel Ayala y su asesino eran la
misma. Eso lo supuse desde siempre,
pero ahora podía confirmarlo con pruebas fehacientes.
* Entre el 7 de abril y el 8 de abril de 1984, Raimundo
Cisneros fue detenido e imputado por el homicidio de su esposa, la señora
Consuelo Irurtia.
* El 18 de noviembre de 1984 fue procesado y llevado a
juicio por el mismo delito.
*El 6 de julio de 1986 fue condenado a perpetua y su abogado
defensor apeló el fallo. Hasta que quede firme, el señor Raimundo Cisneros
permanecerá en libertad.
Repasé estas notas mentalmente varias veces hasta que doblé
el papel y lo guardé en uno de los cajones de mi escritorio con total recaudo. Inmediatamente lo siguiente que hice fue tomar de mi caja fuerte las cartas de
extorsión que alguien le envió anónimamente a la señora Irurtia y analizarlas
debidamente. Eran en total diez cartas. Todas
de estilo idéntico y con igual grafía, lo que implicaba que habían sido
escritas con la misma máquina de escribir. Eso no me proporcionaba ningún dato apreciable.
En cuanto al contenido, al estudiarlo detalladamente, noté que tenía una
significación ambigua. Todas las misivas
en general redundaban en lo siguiente: “No vas a huir otra vez. No vas a volver
a quedar impune. La justicia te va a llegar, yo te voy a entregar si es preciso.
Pero si querés que eso no ocurra y evitarte malestares muchos peores que este, tranferime
al número de cuenta que te detallo al pie de la nota 100.000 australes. Tenés
dos días. Sino, hablo. O lo que es peor, actúo”. Lo único que variaba entre una carta y otra
era la cifra. Y el desconocido ya más enardecido por el final, le exigía a la
señora Irurtia un pago mensual para garantizar su silencio permanente.
Consuelo Irurtia dio por sentado que el desconocido se
refería al desdichado incidente de la señora Mabel Ayala. ¿Pero, si hacía
alusión a otra situación? Porque ningún recado aludía explícitamente a la
muerte de la señora Ayala en sí. No me cabían dudas entonces de que, en virtud
del cariz que habían tomado los acontecimientos recientemente, la señora Consuelo Irurtia hubiese dado por
sobreentendido algo absolutamente equívoco.
Ésa otra situación, todavía ignorada por mí, era el
verdadero propósito de esas cartas. Y el dinero era solamente para desviar la
atención. El círculo se cerraba y ratificaba todo mi labor emprendido hasta el momento.
Cada vez faltaba menos para dar a conocer el nombre del asesino. Pero todavía
restaba algo por hacer.
Fui interrumpido en esos momentos por nos toquecitos en la
puerta de mi departamento. Cuando abrí, mis ojos se chocaron con un bulto macizo,
de grandes dimensiones, fortachón y de aspecto elegante. Se presentó como
Leandro Mazuli, el abogado defensor del señor Raimundo Cisneros. Definitivamente,
mi cliente había resuelto contarle de su visita a mi despacho. Lo invité a que pasara y se pusiera cómodo. Le
ofrecí algo de beber, pero declinó la invitación amablemente.
_ Entiendo, señor Mazuli_ le dije_ que el señor Cisneros ya lo
puso al tanto de mis funciones en el caso.
_ Absolutamente_ adujo el letrado, ofuscado._ Francamente,
cuando me lo contó, me sentí decepcionado porque sentí que traicionaba mi
confianza.
_ No lo tome de ésa manera, señor Mazoli. Mi investigación
no busca opacar su gran desempeño profesional en beneficio de defender los
intereses del señor Cisneros ni mucho menos, desplazarlo de su rol. Sino que
más bien busca complementarlo. Mi trabajo es imparcial y eso se lo remarqué al
dedillo al señor Cisneros cuando me consultó y lo aceptó sin oponerse.
_ Le pidió que demostrara su inocencia, ¿no?
_ Efectivamente.
_ ¿Ve? No confía en mí.
_ Voy a demostrar su inocencia desde el lugar que me toca:
el de investigador particular. El abogado es usted.
_ ¿Cree realmente que es Raimundo Cisneros es inocente del
asesinato de Consuelo Irurtia?
_ Lo que importa acá es lo que crea usted. ¿Cree que su
cliente es inocente, señor Mazoli?
El abogado caviló unos segundos, pero al final se resignó y
prorrumpió un prolongado suspiro adolorido.
_ Sí, sé perfectamente que es inocente. Pero no nos
mientamos, inspector Dortmund: las circunstancias del crimen no lo favorecen en
absoluto. Hice todo lo legalmente posible para que lo exoneraran de la causa,
pero me fue imposible. El caso es insalvable. Y me da mucha bronca perder un
caso así.
_ Porque no le gustan las injusticias, entiendo.
_ No sabe lo irritante que es saber que su cliente es
totalmente inocente del delito del que lo acusan y no poder demostrarlo. Intente
dormir con eso.
_ No es el primer caso así que investigo. Aunque cada caso
es único y distintivo, el inocente que paga la culpa por un hecho que no
cometió es un factor común en cada uno de esos casos. Y usted, señor Mazoli,
eso lo debe saber perfectamente.
_ ¿Cree entonces que Raimundo es inocente? No me contestó
todavía.
_ Sí. Y si le sirve de consuelo, estoy en condiciones de poder demostrarlo a
la brevedad.
El letrado convulsionó de la emoción que experimentó tras oír
mis palabras, al punto de colapsar. Pero el asombro le ganó de mano y me
escrutaba incomprensiblemente azorado.
_ No se exalte, señor Mazoli. Le estoy siendo honesto. Sé
perfectamente de lo que hablo. Cuando el señor Raimundo Cisneros vino a verme y
me expuso los hechos, suponía en ésa primera impresión que tuve que me hallaba
frente a un caso de inocencia dudosa. Pero con el transcurso de la
investigación, la duda que tenía en relación al señor Cisneros se dispersó
completa y definitivamente y ahora estoy convencido de que alguien más asesinó
a la señorita Irurtia.
_ No puede ser más que Gustavo Irurtia.
_ Claramente. Pero hay mucho más en este caso, señor Mazoli.
Mucho más de lo que usted se imagina.
_ Póngame en tema. Necesito saber. Necesito ayudar.
_ Usted ya hizo mucho al lograr que el señor Cisneros
obtuviera la libertad condicional hasta que el fallo quede firme. Y eso habla
muy bien de usted. Su cliente está en muy buenas manos.
_ Necesito hacer más, inspector Dortmund. Es más una
cuestión de moral que de profesionalidad. Ana Ruíz declara ante el fiscal lo
que habló con Raimundo y que estaba al tanto de la infidelidad. Y Raimundo lo
reconoce en la indagatoria. Eso sumado al hecho de la morfina encontrada en su
saco, la data de muerte de forense y el contexto… Caso fácil para la Fiscalía.
No necesita investigar más nada ni saber más nada. Tiene todos los elementos
para juzgar a un inocente. Qué fácil que se ganan el pan esos inoperantes.
Los ojos del señor Leandro Mazoli reclamaban súplica.
_ Por eso le pido, inspector Dortmund_ adujo afligido y
desesperado_ que me ponga al tanto de sus descubrimientos y de todos los
avances que haya hecho. ¿Me entiende ahora?
_ Lo entiendo perfectamente_ repuse compasivo pero con
autoridad._ Pero aún es prematuro para hablar. Deje todo en mis manos. Yo lo
mantendré al tanto de las cosas. Y por favor, pídale al señor Cisneros que se
mantenga al margen como hasta ahora. No sería conveniente una irrupción suya
cuando el caso está en su momento más álgido.
Y si ahora me permite, señor Mazoli…
El abogado entendió la indirecta y se encaminó hacia la
salida.
_ Una última cosa antes de que se vaya_ le expresé con
curiosidad.
Leandro Mazoli detuvo su marcha suavemente y se giró a
verme.
_ ¿Por qué vino?
_ Quería conocerlo_ respondió el abogado, después de unos
segundos de vacilación y silencio._ Y quería que me conociera. Al margen de esto,
ya le quedó más que claro a qué vine. Que tenga buenos días, Dortmund.
Avanzó hacia la salida y se retiró con estilo y diplomacia.
El abogado del señor Raimundo Cisneros me produjo cierta simpatía. Ése ser algo
extravagante en su profesión me produjo una interesante impresión.
Sin perder demasiado tiempo, me preparé para hacerle una
breve visita al señor Fabián Barreto y darme posteriormente una vuelta por la
Fiscalía.
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