A simple vista, nadie tenía motivos aparentes para querer
asesinar a la señorita Juanita Rugama, que si no fuera porque su fiel
sirvienta, la señora Esther Burgos, que arriesgó su vida en pos de salvar la
suya, ella estaría muerta. Lamentablemente, Esther Burgos falleció como
consecuencia de este acto de valentía que Juanita Rugama nunca olvidaría y por
el que se sintió culpable y llena de remordimiento.
La noche fatal, Juanita Rugama se levantó de madrugada para
ir a la cocina a beber un poco de agua porque sentía la garganta reseca, cuando
fue sorprendida por una voz masculina distorsionada que le advirtió: “Juanita, llegó su hora. Va a morir ahora
mismo”. Ella, por supuesto, se asustó y se angustió terriblemente. Miró
para todos los rincones de la cocina pero no vio a nadie. Desesperada, corrió a
cerrar todas las ventanas con trabas y las puertas con cerrojo y llave, aunque
eso ya lo había hecho antes de irse acostar como todas las noches. Gritó
desesperada y al no ver nada sospechoso en una segunda revisión apresurada que
realizó, subió corriendo a su habitación. Al llegar al primer piso de la casa,
la señora Burgos la esperaba con miedo. La señorita Rugama le ordenó hacer
silencio y la introdujo con mucha precaución en su habitación. Una vez dentro,
cerró la puerta con llave, se guardó la llave en su bolsillo y su sirvienta, la
valiente señora Esther Burgos, hizo lo propio con la ventana. Aunque resultaba
imposible que alguien se metiese por ahí ya que el primer piso estaba a tres
metros de altura de la planta baja y no había ninguna escalera colocada. Y la
propia señorita Rugama no disponía de ninguna.
Juanita Rugama encendió una vela tenuemente y ambas mujeres
permanecieron inmóviles y acurrucadas atentamente en un costado de la
habitación. Todo parecía calmo hasta que una sombra masculina que la luz de la
vela deformaba por refracción emergió de la nada y extrajo un revólver. Apuntó
directo a Juanita Rugama pero en ese momento, la señora Esther Burgos no dudó
en interponerse entre el asesino y su ama, y el resultado fue su muerte. Recibió
dos disparos en el pecho. El hombre se asustó y desapareció atravesando la
pared de forma aterradora.
_ ¡Es imposible que escapara!_ le dije a Dortmund, nervioso
e intrigado a la vez, por la imposibilidad que los hechos ofrecían.
_ No_ me replicó mi amigo quedamente._ Si escapó, es
perfectamente posible y es razonable que empleara un método que nosotros
ignoramos de momento.
_ Pero, la cerradura de la puerta de entrada no estaba
forzada y todas las ventanas estaban trabadas por dentro y todas las cerraduras
de todas las puertas, incluidas las de la habitación de la señorita Rugama,
estaban a su vez con llave y cerrojo, y el pestillo echado por dentro.
Entonces, Dortmund, ¿cómo explica la entrada y la huía del asesino? ¡Yo lo veo
imposible!
_ Doctor, de momento me preocupa más la seguridad de la
señorita Juanita Rugama. El asesino es posible que ante su fracaso, vuelva a
atentar contra su vida. Y es muy probable que lo intente esta misma noche.
Nosotros deberemos estar atentos para atrapar al asesino in fraganti y
dilucidar el misterio. ¿No le parece?_ y me dirigió una sonrisa misteriosamente
impertinente.
_ Qué hombre más audaz e intrépido.
_ ¿Cómo sabe que el asesino es un hombre?
_ Lo dijo la propia señorita Rugama en su testimonio. Antes
del atentado, la amenazó.
_ También dijo que nadie tenía motivos para matarla y que
todo este asunto la tenía demasiado perturbada. Y por supuesto, sintió mucho
pesar por la muerte de su fiel criada de toda la vida, la pobre señora Esther
Burgos.
_ ¿Qué insinúa, Dortmund?_ le dije no sin cierta sorpresa.
_ Sólo remarco los hechos.
Y el silencio reemplazó a la palabra. Escrudiñé a mi amigo
con intensidad y misterio. Pero el
inspector estaba sumamente tranquilo y ensimismado en sus pensamientos.
Ése mismo día a la tarde fuimos a casa de la señorita
Rugama, que amablemente nos permitió examinar la habitación donde había tenido
lugar el drama la noche anterior. Dortmund examinó minuciosamente el piso y
todos los espacios del ambiente. Y al cabo de unos minutos, le hizo una
pregunta un poco curiosa a la dueña de casa.
_ Todos los sirvientes tienen un secreto, algo en sus vidas
que sólo lo saben la persona para la que prestan servicio.
La señora Burgos trabajaba con usted hacía 22 años, si mal no recuerdo
su declaración ante el capitán Riestra y el fiscal del caso ayer.
La mujer palideció y escrutó a mi amigo con cierta
insolencia y perplejidad.
_ ¿Eso es importante?_ preguntó la señorita Juana Rugama al
fin.
_ Curiosidad que despierta mi interés profesional en este
asunto, nada más_ respondió Sean Dortmund, galantemente.
_ ¿Y por qué se inmiscuye en él alguien como usted?
_ Presto ayuda a mi amigo, el capitán Riestra. El jefe de
Homicidios de la Policía Federal. Siempre que puedo, lo ayudo gustosamente. Nos
conocimos en un caso que él investigaba hace muchos años atrás que me hizo
venir a mí al país. Acepto que lo ayude y…
_ Sí, sí. No sé qué tiene que ver eso con la muerte de
Esther. La prioridad soy yo, no se olvide de eso.
_ No me olvido. El asesino no intentará matarla en tanto el
buen capitán Riestra mantenga apostados en su casa a los dos oficiales que
delegó por sugerencia personal mía.
_ No me confío.
_ No me respondió lo que le pregunté respecto a su
sirvienta, señora Rugama.
_ ¡Señorita! Nunca me casé.
Y desvió la mirada hacia el piso. Ésa actitud le dio a mi
amigo una respuesta favorable a su inquietud.
_ Pero sí iba a hacerlo la señora Esther Burgos, ¿correcto?
Iba a dejarla después de 22 años de servicio leal.
_ Sí, ¿y? Me enojé con ella, lo admito. Pero era libre de
hacerlo. Sólo le pedí que se quedase un tiempo más conmigo hasta que
consiguiese un reemplazo.
_ ¿Qué pasó exactamente ayer a la noche?
Juanita Rugama enloqueció sórdidamente.
_ ¡Ese hombre, Dios! ¡Ésa sombra! ¿Cómo hizo para escapar? Era imposible... ¡Voy a enloquecer pensando en eso!
Mi amigo la sosegó con mucha paciencia, pero también con experiencia.
_ ¿Está segura que no había una abertura, por más insignificante que fuese, habilitada por donde el asesino pudi haberse escabullido hábilmente?
_ ¡No! La Policía ya lo comprobó... ¡No! Se movía como un espectro...
A punto de colpasar, Dortmund interpretó que fue un error continuar con las preguntas, y de luego de volver a sosegar a la señorita Rugama, decidimos retirarnos por su propio bien y el de la investigación.
_ ¿Qué pasó exactamente ayer a la noche?
Juanita Rugama enloqueció sórdidamente.
_ ¡Ese hombre, Dios! ¡Ésa sombra! ¿Cómo hizo para escapar? Era imposible... ¡Voy a enloquecer pensando en eso!
Mi amigo la sosegó con mucha paciencia, pero también con experiencia.
_ ¿Está segura que no había una abertura, por más insignificante que fuese, habilitada por donde el asesino pudi haberse escabullido hábilmente?
_ ¡No! La Policía ya lo comprobó... ¡No! Se movía como un espectro...
A punto de colpasar, Dortmund interpretó que fue un error continuar con las preguntas, y de luego de volver a sosegar a la señorita Rugama, decidimos retirarnos por su propio bien y el de la investigación.
_ Muy bien. Nos retiramos. Cualquier cosa, estamos a su
disposición.
Durante el camino de regreso a nuestra residencia, Dortmund
me contó que la habitación estaba impecable.
Se refería puntualmente a que no había pisadas de hombre de ninguna
naturaleza. A la misma conclusión habían arribado los investigadores cuando
peritaron la escena.
_ El asesino debió limpiarlas_ sugerí.
_ Eso no es posible, doctor. Recuerde que según el relato de
la señorita Rugama, el desconocido disparó y huyó de la escena inmediatamente,
por lo que no tuvo tiempo de limpiar nada.
_ ¿Pero, cómo huyo? ¿Y cómo entró? Porque ninguna cerradura
estaba forzada.
_ Use la lógica. Ay, doctor. El caso está casi resuelto_ y
mi amigo sonrió satisfecho.
Lo mismo que yo, el capitán Riestra estaba desorientado y
cada vez comprendía menos. Y cuando menos, Sean Dortmund tuvo una extraña
ocurrencia. Invitar a la señorita Rugama a almorzar a un restaurante.
_ Es un señuelo, señores_ nos dijo Dortmund a Riestra y a
mí. El capitán había acudido a nuestro departamento en respuesta a una llamada telefónica del
inspector que requería su presencia urgentemente.
_ No entiendo_ dijo Riestra algo desvariado.
_ Es claro que el asesino quiere terminar lo que empezó. Pero
no se va a atrever a actuar con la Policía vigilando a la señorita Juanita
Rugama noche y día. Es preciso sacarla de su zona de confort y llevarla a un
lugar público, donde todo el trabajo se reduciría a la más mínima simpleza para
nuestro desconocido.
_ Al menor movimiento, lo agarramos. Bien pensado, Dortmund_
celebró Riestra.
La señorita Rugama era una mujer terca, pero finalmente la
convencimos con pretextos para que acepte la invitación. Una vez en el
restaurante, ella pidió un café solamente porque alegaba tener el estómago
cerrado. Cuando el mozo lo despachó, inmediatamente detrás apareció un hombre
que hizo un gran esfuerzo por ocultar su identidad. Simuló un accidente con la
señorita Juanita Rugama y desapareció. Ella miró a aquél extraño caballero sin
que eso llamara en absoluto su atención y bebió un sorbo de su café.
Inmediatamente, empezó a sentirse mal y a retorcerse terriblemente.
_ ¡La envenenaron!_ grité alarmado._ ¡Atrapen a ese hombre,
rápido! ¡Por el amor de Dios!
_ No se exaspere, doctor_ me tranquilizó Sean Dortmund,
tomándome la mano delicadamente y deteniéndome de toda acción que pudiera
ejercer.
Aquél hombre misterioso reapareció nuevamente y se dejó ver
sin tapujos: ¡era el capitán Riestra! Y Dortmund, dirigiéndose nuevamente hacia
la señorita Rugama que se estaba reponiendo paulatinamente de su malestar, le
expresó sucintamente.
_ No se preocupe, no va a pasarle nada. Son apenas unas
gotas de ácido fórmico. Va a estar bien.
_ Señora Juana Rugama_ proclamó el capitán Riestra con
autoridad, _ queda detenida por el asesinato de Esther Burgos.
La esposaron y se la llevaron detenida.
A la tarde, instalados en nuestra residencia
definitivamente, Dortmund me lo confesó todo.
_ Después de examinar la habitación de la señorita Rugama,
cometí la impertinencia de revisar el cuarto de la señora Burgos. Y descubrí
que había una maleta ya hecha debajo de su cama y adherido encima, había un
documento del registro civil. Ahí mis sospechas empezaron a tomar forma. Y
cuando llamé a Juanita Rugama señora
intencionalmente y ella me corrigió a señorita
y se perturbó y esquivó la mirada hacia el suelo, ¡se confirmaron! Juanita
Rugama nunca se casó por decisión personal. Eso de algún modo la tenía mal.
Pero, doctor, ¿cómo reaccionar cuando se entera que la mucama que trabajó con
ella durante 22 años iba a dejarla de repente porque se iba a casar con un hombre? Se puso celosa, tremendamente celosa. Porque
además, debió sentirse traicionada. E idea un plan. Baja a la cocina con la
excusa de tomar agua, toma un grabador que tiene puesto un casete con la cinta
dañada y que al reproducirse, la voz va a salir deformada. ¿Qué voz? La suya propia, que decía: “Juanita, llegó su hora. Va a morir ahora
mismo”. Necesitaba que la señora Esther Burgos la escuchase para que
creyera realmente que su señora estaba en peligro y así hacerla salir de la
habitación. Cuando sube y la ve en efecto esperándola aterrada, la introduce en
su propio cuarto bajo pretextos de no querer permanecer sola por temor, una vez
dentro y en posición saca el revólver y la mata a sangre fría de dos disparos.
Limpia el arma y la oculta en una baldosa falsa que había en el suelo y que yo
descubrí cuando examiné el cuarto en cuestión. Y la señorita Rugama inventó la
historia de que alguien se había introducido en la casa y había huido de forma
misteriosa y e incomprensible. La ausencia de huellas de un tercero fue justamente un detalle importante a la
hora de revelar la verdad. También hay que fijarse en lo que no está, lo que
inevitablemente debería aparecer pero por alguna razón no está. Y me refiero
también al móvil del asesinato. No había ninguno claro para que alguien
quisiera muerta a la señorita Rugama. Todo esto sumado a las condiciones de
hermetismo en las que el asesinato se cometió y ¡he ahí su solución!
_ Después de todo, no era tan difícil como parecía a primera vista.
_ Por supuesto, doctor. Y como la señorita Rugama quiso
hacernos creer con su farsa que en realidad la querían matar a ella y que su
vida estaba en peligro, le seguí el juego. Y le hice creer que su asesino la
había seguido hasta el restaurante y había intentado envenenarla para terminar
lo que empezó, lo que acabó de confirmar mis sospechas de manera concluyente.
_ Me queda una duda, Dortmund. ¿El capitán Riestra va a ser
imputado por el intento de asesinato de la señorita Rugama?_ inquirí con
ironía.
_ No lo creo, doctor. Es un hombre que no tiene método, que
tiene un sentido de la deducción muy rudimentario… Pero es un buen hombre.
Nos reímos suavemente y seguimos con lo nuestro.
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