martes, 7 de abril de 2020

Un caso de inocencia dudosa - Introducción y cap.1 (Gabriel Zas)

Empecé a escribir esta historia originalmente como un cuento. Pero cuando vi que de introducción tan sólo tenía 8 páginas, decidí irremediablemente convertirlo en novela. No será una novela demasiado extensa, 8 capítulos máximo. Y me pareció oportuno ir compartiendo los capítulos a medida que los vaya terminando. Aca vamos.



1.     Un pedido desesperado.



Recuerdo muy bien la visita del señor Raimundo Cisneros a mi despacho. Fue un jueves a la tarde alrededor de las cuatro y media. Y puedo afirmarlo con implacable exactitud porque aquel modesto caballero interrumpió mi merienda de forma abrupta e indecorosa. Tengo por regla general postergar las consultas que me llegan en ese lapso de tiempo, o bien para ese mismo día una hora más tarde o bien para el día siguiente en un horario a convenir. Pero vi a aquél caballero tan exultante de nerviosismo, que no era difícil advertir lo terriblemente desesperado que estaba. Intenté convencerlo de que volviese dentro de, ni quisiera una hora, sino media, como medida excepcional a mi propia norma. Pero su respuesta fue terminantemente arriesgada. Más que una respuesta, fue una decisión frenética y extrema. Y por mucho que conozca toda sugestión psicológica que se emplea para que el otro acceda a las demandas de uno para satisfacer caprichosamente las suyas personales (algo totalmente anti ético y profesional, por cierto), presumía que su contestación era temeraria y peligrosamente cierta. Me quedé paralizado por unos segundos que parecieron eternos. Cuando reaccioné casi de manera inconsciente, escruté al señor Cisneros con prudencia y delicadeza, y lo invité a tomar asiento. Por cierto, la respuesta que tanto me asustó fue: “Si no me atiende en lo inmediato, me mato. Y juro que lo hago. Salto desde su balcón a la calle y listo. No me importa lo que pase con usted después ni nada”. Si Raimundo Cisneros cumplía con su amenaza, me vería seriamente perjudicado y mi reputación se iría lisa y llanamente a la basura. Como digo, el tipo podría estar presumiendo para que lo recibiese sin demoras porque estaba con alguna especie de contratiempo o porque su asunto era necesariamente urgente y no podía esperar.
Me quedé anonadado mirando a la nada misma. Pero bastó un amague suyo hacia el balcón para que yo pudiera denotar la veracidad de su conducta y sus acciones. Y entonces lo detuve, lo tranquilicé lo más que pude y lo recibí sin más alternativa.
Como digo, pude ver la sinceridad de sus palabras en su forma de mirarme y no dudé de que realmente cumpliría su ultimátum si yo me rehusaba a recibirlo raudamente.  Era evidente que aquél hombre estaba metido en un problema muy serio y que yo era, por alguna razón que iba a averiguar pronto, su única esperanza.
Como vi que la calma no cedía a mis ruegos, le ofrecí de beber un vaso de agua para alcanzar ese fin.  Los primeros sorbos los dio como un vagabundo que no ingiere líquidos desde meses y los siguientes, ya de manera más apaciguada y amainada. Me agradeció el gesto, esperé a que se repusiera y lo invité a contarme el problema que lo había incentivado a venir a consultarme de esa manera tan inusual y con tan fastidiosos modales.
_ ¿Es usted Sean Dortmund, correcto? ¿El investigador privado?_ me preguntó antes de dar inicio al motivo de su visita.
_ El mismo_ le respondí impasible.
_ Perdone que se lo haya preguntado. Quiero estar seguro, nada más.
_ Lo entiendo. Ahora, si es tan amable de ponerme al corriente de su visita, señor…
_ Cisneros. Raimundo Cisneros_ me respondió en una actitud más cordial.
Lo miré severamente. El nombre de mi cliente aclaró muchas dudas que me invadieron  desde el preciso instante en que puso un pie en mi departamento.
_ Supongo que habrá oído hablar de mí_ me dijo con timidez.
_ Absolutamente.  Lo procesaron sin prisión preventiva hace tres días por el asesinato de su mujer, la señora Consuelo Irurtia.
_ ¡No!_ gritó desaforadamente y golpeando la mesa con el puño de su mano izquierda.
Me puse rigurosamente autoritario.
_ Si no se serena, señor Cisneros, voy a tener que pedirle que se retire_ manifesté con contundencia y decisión.
_ Le ruego me perdone, inspector Dortmund. Es que estoy desesperado, porque procesaron al hombre equivocado. Yo no maté a mi esposa y vine a eso: a que me ayude a demostrarlo.
_ Eso es imposible. Tuvo oportunidad y motivo para el crimen. Y en la casa, al momento de la muerte, sólo había dos personas más, además de su esposa: su cuñado y usted. Y los investigadores encontraron en posesión suya un pequeño frasco con morfina, el veneno que emplearon para envenenar el café de la pobre señora Irurtia. Así que, dígame, ¿por qué piensa que voy a ayudarlo?
_ ¡Porque, por el amor de Dios, yo lo la maté! Carajo, ¿puede escucharme? No maté a Consuelo.
_ ¿Y cómo explica la morfina encontrada en el bolsillo de su saco?
_ Me la ocultaron discretamente sin que yo lo notara. No sé cuándo pasó ni cómo. Pero el asesino quiso inculparme a mí. Y bien que lo hizo. Estoy a punto de ir a juicio oral e ir a la cárcel por el asesinato que cometió alguien más.
_ Sólo estaban, al momento del crimen tomando la merienda, el señor Gustavo Irurtia, la señora Consuelo Irurtia y usted. Y el forense certificó fehacientemente que la morfina le fue suministrada diez minutos antes de su deceso. ¿Entiende lo comprometido de la situación?
_ Me rehuso a aceptarla. Insisto en que alguien más la mató.
_ Indirectamente, está depositando la culpa en el señor Gustavo Irurtia, su cuñado. Y hasta donde la Justicia supo, el señor Irurtia carecía de motivos para matar a su hermana.
_ ¡Ahí está el punto, señor Dortmund! “Hasta donde la Justicia supo”. ¿Y si hay algo más que lo Justicia no averiguó? Porque los jueces y fiscales siempre toman el camino más directo. No quieren ver más allá de sus narices.  Cuando los hechos no coinciden con su teoría, los moldean forzosamente sin importar las consecuencias ni el daño que puedan causar.
Reconozco que esa última frase suya admitía una verdad incuestionable. Así que, le otorgué el beneficio de la duda y decidí darle al señor Cisneros la posibilidad de contar su versión de los hechos.
_ Es cierto que yo tenía un motivo para querer muerta a Consuelo_ comenzó a relatar el señor Cisneros._ Pero eso no me convierte en un asesino, ¿o sí?
Negué con la cabeza sutilmente.
_ Prosiga, por favor_ le indiqué.
_ Descubrí hace cosa de ocho meses atrás que Consuelo me era infiel_ confesó mi cliente con mucha pesadumbre._ Tenía sentido. Eso justificaba su paulatino cambio de comportamiento hacía mí: más frívola, más distante, menos comunicativa. Siempre que quería preguntarle al respecto me disuadía con cualquier pretexto. Volvía sobre lo mismo, pero ella siempre cambiaba el eje de la conversación. Era muy hábil para eso. Además, había veces en las que salía a cualquier hora del día por cualquier cosa y volvía unas horas después más radiante, sonriente, feliz. Y cuando le preguntaba adónde había ido y con quién había estado, me respondía esquivamente que con Ana. Es su mejor amiga. Hablé en efecto con Ana y me lo negó. Se mostraba renuente a decirme algo más referido a Consuelo. Así que, adivinar que ella sabía todo no fue difícil. Tanto la presioné y le insistí, que me terminó confesando casi de forma involuntaria que Consuelo me engañaba con alguien desde hacía unos dos meses atrás. Ése alguien era un viejo amigo nuestro en común, Fabián Barreto, a quien no veía desde hacía mucho tiempo. Mi mundo quedó hecho cenizas. Días encerrado, desconsolado y abatido por una traición amorosa por la que no merecía sufrir. Jamás se me cruzó por la cabeza hacerle algo así a Consuelo. Pero ella me lo hizo a mí sin importarle nada. ¡Y no entiendo! Estábamos bien. No había motivo para hacer una cosa así.
<Como le dije antes, estuve mal y con el ánimo por el piso hasta que reaccioné por un dato que no me cerraba. Ana me dijo que Consuelo me engañaba desde hacía unos dos meses con Fabián. Pero ella estaba distante conmigo desde mucho antes. Volví a hablar con Ana y le pedí que me dijera la verdad sobre el tiempo en que había comenzado a engañarme con Fabián Barreto. Me contestó nuevamente dos meses. Le dije que eso no era posible, le expuse mi sensaciones sobre su cambio de actitud para conmigo, pero ella insistió con lo mismo, de tal manera que me convencí de que me estaba diciendo la verdad. Así que, si pasaba algo más, debía descubrirlo por mis propios medios>.
<Un día, aprovechando la ausencia transitoria de Consuelo en casa, hurgué entre sus cosas impacientemente sin encontrar nada llamativo. Hasta que justo al punto de rendirme, hallé esto>.
Mi cliente extrajo de su portafolio una pila de cartas entrelazadas con un piolín. Lo desató, tomó la primera y me la extendió gentilmente para que yo la leyera por mi cuenta. Después que me hice de su contenido, quedé tremendamente sorprendido y descolocado. Cisneros no tardó en advertir mi conmoción al respecto y me preguntó:
_ ¿Y, señor Dortmund? ¿Qué me dice?
_ ¿El resto de las epístolas tienen un contenido similar a la que acabo de leer?_ re pregunté tratando de recomponer mi estado habitual gradualmente.
_ Todas lo mismo_ me respondió Raimundo Cisneros con sombría franqueza.
Por unos cuantos meses (una cantidad inestimable de meses), la señora Consuelo Irurtia estuvo recibiendo toda una serie de recados anónimos que la acusaban de haber cometido un asesinato un año y medio antes de su muerte.  Y ésa persona desconocida la estaba extorsionando con grandes sumas de dinero a cambio de su silencio.
_ ¿Nunca percibió, señor Cisneros, faltante de dinero en su cuenta de banco?
_ No, porque no teníamos cuenta compartida. Cada uno era amo y señor de sus propias finanzas_ replicó mi cliente con la mayor sinceridad del mundo.
_ ¿Qué puede referirme del homicidio por el que su esposa fuera chantajeada?_ pregunté ávidamente. El caso había dado un giro inesperado y se había vuelto resueltamente interesante.
_ La víctima fue una pobre mujer de 84 años. Se llamaba Mabel Ayala.
_ ¿Qué tenía que ver la señora Consuelo Irurtia con la señora Ayala?
_ Mabel era una mujer sola, que no tenía ni parientes ni amigos. Pero era una anciana muy querida, simpática y sumamente bondadosa. Y Consuelo le hacía las compras o le iba a hacer algún trámite con bastante frecuencia.  La noche fatal, la señora Mabel le pidió a Consuelo si por favor no podía alcanzarle el medicamento para la presión, que estaba en el botiquín del baño. Ya se había acostado, y con lo que le costaba levantarse… Así que, Consuelo gustosa se lo llevó junto a un vaso con agua. Lo tomó, convulsionó y falleció repentinamente, justo delante de Consuelo. Pobre, quedó muy traumada. Le costó mucho trabajo superarlo. La Policía requisó la casa, analizó el remedio que mató a Mabel incomprensiblemente y determinó fehacientemente que la pobre señora Ayala ingirió una dosis vencida. En una persona más joven, esto no trae graves consecuencias a la salud. Pero en una persona, como la señora Mabel, con problemas cardíacos, respiratorios y un sistema inmune deprimido, fue letal. La Justicia catalogó la muerte como accidental y Consuelo quedó absuelta.
Lo interrumpí antes de que continuara.
_ ¿Estos hechos los conoce por la propia boca de la señora Irurtia?_ indagué con prudencia.
_ Sí_ repuso el señor Cisneros, fervientemente._  Y la investigación judicial la confirmó. No tengo ni tendré jamás razones para descreer de la versión de Consuelo. Estaba muy devastada por lo ocurrido. Realmente, la muerte de Mabel Ayala la afectó muchísimo.
_ Pero alguien no le cree y la considera una asesina.
_ Ése alguien es un cobarde y un mentiroso_ gimió Raimundo Cisneros con violencia.
_ ¿Sabe quién puede ser ése alguien? Claramente, le guardaba un resentimiento inmenso a su esposa.
_ No. Ni me imagino quién puede ser. Todo esto me descoloca terriblemente.
_ ¿Supone que ésa persona sostiene que su esposa le llevó a la señora Ayala la dosis vencida intencionalmente?
_ Eso es redundante. Absolutamente que lo creo. Se infiere solo.
_ Cree entonces, señor Cisneros, que la señora Consuelo Irurtia dejó de pagar el chantaje y la asesinaron por eso.
_ Exacto. Pero la Justicia se rehúsa a aceptar ésa hipótesis. La considera descabelladamente delirante.
_ ¡Lo es! No es que desconfíe de usted al respecto. Pero si la señora Irurtia se hubiera resignado a seguir contribuyendo económicamente a quien la extorsionaba, este hubiera simplemente sacado a relucir las pruebas que tenía en contra suya y demostrar que la aparente muerte de la señora Ayala no fue ningún accidente. Porque si la extorsionaba, debía disponer de pruebas concluyentes  en su contra. Opuestamente, no se hubiese arriesgado a tanto.
_ ¡Ese imbécil, quien quiera que sea, no tiene nada en contra de mi mujer!
_ ¡Ah! Comprendo su posición, señor Cisneros. Cree que su esposa descubrió el engaño y ante el miedo del extorsionador de quedar expuesto, la asesinó.
_ ¡Eso mismo, inspector Dortmund! Nos estamos empezando a entender.
_ Endeble. Una posibilidad muy endeble. Pero no descartemos nada de momento.
Un destello iluminó de golpe el rostro compungido del señor Raimundo Cisneros.
_ ¿Eso quiere decir que acepta ayudarme?_ inquirió felizmente emocionado.
_ Acepto investigar los hechos. Soy amante de la verdad, y por mucho que duela algunas veces, mi afán es descubrirla y revelarla en su estado más  puro.  Y la verdad en su estado más pura es  verdaderamente hermosa, señor Cisneros. No sabe cuán hermosa es. Resulta muchas veces, y lo vi en infinidad de casos en los que me involucré, que la verdad tiende a ser la que psicológicamente consideramos. Vemos los hechos, los analizamos, los adaptamos a nuestra conveniencia y damos por sentado algo que quizás sucedió de una manera similar o completamente distinta a la sugerida. Pero siempre nos encerramos en una sola idea y esa termina siendo en definitiva nuestra verdad. Nuestra y de nadie más. Pero no la única verdad y mucho menos, la correcta.
Cisneros no supo qué decir ante tal razonamiento. Sonreí ligeramente y volví sobre el asunto por el que fui convocado.
_ ¿Le mostró las cartas al fiscal?_ inquirí.
_ Mi abogado me recomendó que no lo hiciera_ respondió Raimundo Cisneros tajantemente.
_ Sabio consejo le dio. Por el momento, es mejor que la Justicia ignore su existencia hasta que este caso quedé definitivamente resuelto. Deben ser conservadas en un lugar seguro. Y ese lugar es aquí. Yo las ocultaré en mi caja fuerte. Pero nadie debe saberlo, ¿entendió? Nadie. Esto es muy importante. Porque si no tuvieran ninguna relación con el caso, todos los esfuerzos para esclarecer el caso serían inútiles.
_ Despreocúpese, inspector Dortmund. Nadie sabe además que vine a verlo.
_ Muy bien. Hay que apurarse. La fecha para el inicio del juicio puede ser sorteada en cualquier momento y tenemos que estar preparados para entonces. Quiero ver la escena del crimen, si usted me lo permite.
_ Lo llevaré yo mismo en persona.
_ Muy atento, señor Cisneros. Pero antes, ¿sería tan amable de referirme lo sucedido el día de la muerte de la señora Consuelo Irurtia?
_ Es muy fuerte tener que revivir toda la escena de nuevo.
_ Créame que lo comprendo. Pero necesito conocer los hechos con el mayor detalle y la mayor precisión posibles.
_ Bien. Usted dirá.
_ ¿Qué puede decirme de la morfina que los investigadores encontraron en el bolsillo de su saco?
_ ¿Qué quiere que le diga? No sé de dónde salió. Fue una sorpresa para mí. Una desagradable sorpresa.
_ ¿No estaba en la casa?
_ No. No era necesaria. No había razón para tenerla.
_ Comprenderá que esto es un punto importante.
_ ¡Lo sé! Le estoy siendo absolutamente honesto. ¿Qué gano con mentirle en estas circunstancias? Además, resulta ilógico que siendo yo zurdo, guardase el frasquito de morfina en el bolsillo opuesto. ¿Para qué iba a cruzar mi brazo hasta el otro extremo del saco para guardar un insignificante frasco de morfina?
Apareció el primer punto de interés para mí en el caso. Si realmente el frasco de morfina fue guardado en el interior del bolsillo derecho, siendo el señor Cisneros zurdo, resultaba una acción inverosímil tal como lo manifestara él mismo.  Esto implicaba inexorablemente que el asesino sí era zurdo, lo que resultaba importante porque el señor Cisneros podía después de todo estar diciendo la verdad sobre el asesinato de su esposa, la señora Consuelo Irurtia. Pero si él no la mató, ¿quién fue? Y el nombre de Gustavo Irurtia irrumpió en mi mente de forma estrepitosa y arremetida. El problema se presentaba si él no era zurdo. Sentí una ligera emoción en el estómago que preferí no revelar a mi cliente. Por el contrario, mi actitud se mantuvo completamente inalterable.
_ Un dato interesante_ le dije impávido. _ ¿Por qué el señor Gustavo Irurtia fue de visita el día de la tragedia?
Cisneros exhaló con preocupación.
_ ¿Tenían problemas?_ quise saber con cierto apuro.
_ Consuelo me dijo al año de casarnos_ explicó Raimundo Cisneros casi de forma obligada_ que Gustavo y ella se habían separado cuando tenían 9 años. Sus padres se divorciaron y cada quien se llevó a uno de ellos. La madre a él y el padre a Consuelo. Juicio de divorcio y de tenencia mediante, la custodia se mantuvo firme por decisión del juez. Era algo decididamente raro. Por regla general, los hijos se quedan con uno o con otro, pero no son repartidos equidistantemente de esta forma. Se imaginará, Dortmund, que esto representó un duro golpe anímico tanto para Gustavo como para Consuelo. No se vieron por más de quince años hasta que Consuelo intentó en vano ponerse otra vez en contacto con su hermano. No le atendía las llamadas y cuando iba a la casa personalmente a verlo, no la recibía. Fue muy extraño. Consuelo jamás entendió la razón de ésa actitud tan hostil de Gustavo. Dejó de insistir y se olvidó del asunto. Continuó con su vida habitual hasta que una tarde inesperadamente recibió un llamado y se quedó enmudecida cuando escuchó la voz de Gustavo al otro lado de la línea. Su madre había muerto de causas naturales y le correspondía por ley parte de la herencia. Y se puso en contacto con ella por tales motivos y no por otros. Consuelo me dijo que Gustavo jamás le reveló esa tarde fatal por qué la ignoró todas esas veces por tanto tiempo.
_ ¿Cómo era la actitud de Consuelo? Me refiero, a cuando usted se enteró de que el visitante que estaba junto a ella era su hermano, ¿cómo notó que estaba la señora Irurtia y cómo reaccionó usted mismo, señor Cisneros?
Mi cliente me escrudiñó fríamente como si no comprendiera a dónde pretendía llegar yo. Tampoco era de mi interés que Raimundo Cisneros ni nadie lo supieran. Cuanto menos información de mis métodos e ideas el resto tuviera, mucho mejor en beneficio de la propia investigación, que vale recordar, estaba apenas comenzando.  
Apareció para mí lo que consideré como el segundo punto de interés para el caso: la extraña actitud de Gustavo Irurtia para con Consuelo Irurtia. ¿Por qué dejó de hablarle, por qué la ignoraba y por qué fue hasta su casa, en vez de encontrarse en un punto medio, para anunciarle las condiciones de la herencia?  Y más aún, ¿por qué Gustavo Irurtia no se contactó con la víctima por medio del abogado que los representaba, que resultaba lo racionalmente correcto? Una ventana de esperanza empezaba lentamente a abrirse en favor del señor Cisneros. Pero, como digo, y perdonen que sea excesivamente reiterativo con esto, quedaba todavía mucho camino por transitar.
_ No respondió a mi inquietud, señor Cisneros_ le recordé vagamente.
_ Al principio_ repuso Raimundo Cisneros volviendo bruscamente en sí_ lo estudié con entera desconfianza. Pero cuando vi que parecía un ser inofensivo y que además Consuelo me dirigió una mirada de absoluto convencimiento y despreocupación, lo saludé cordialmente y los dejé solos. Fui a mi cuarto, me cambié y volví a reunirme con ellos. Y justo a mi retorno Consuelo estaba sirviendo el café. Respecto a ella, la vi bien. Confundida y nerviosa, por supuesto. Dadas las circunstancias, era entendible. Pero  fuera de eso, nada atípico. Nada que me hiciera pensar en algo más, si a eso se refiere.
Mientras anotaba en mi libreta personal los datos más relevantes que se desprendían de la declaración del señor Raimundo Cisneros, en mi mente intentaba paralelamente comenzar a armar el rompecabezas con las exiguas piezas que tenía a mi disposición. El desafío era perentorio y exigía un grado de concentración dedicada y plena, que no aceptaba en su menester dilataciones de cualquier índole. Una equivocación, y el caso estaría perdido. Y Raimundo Cisneros terminaría incluso pagando por un crimen que presumiblemente no cometió.
_ ¿Qué impresión le causó el señor Irurtia, señor Cisneros?_ seguí indagando, decididamente.
_ Una sensación de rechazo. Era un tipo que hablaba poco y nada, muy antisocial. No llegó a tomar el café con nosotros. Se preparó para irse, saludó así por encima y se retiró. Creo que mi presencia lo incomodó bastante, aunque no entendería la razón de ello. Consuelo lo vio alejarse y cuando abandonó la casa, nos sentamos y tomamos el café. Le pregunté al respecto de la visita, como es natural. Pero sólo me referenció lo de la herencia y enseguida dijo que prefería que hablásemos de otra cosa, que necesitaba ocupar su cabeza en algo más. Bebimos cada uno nuestro café y…
Se quebró, pero se repuso prácticamente al instante a fuerza de su propia voluntad.
_ La vi caer y nunca más despertó. Intenté reanimarla en vano. Me desesperé. Dudé en si llamar o no a una ambulancia, en si llamar o no a la Policía, porque temía que me culparan a mí, cosa que ocurrió. En fin, obré como correspondía. Los médicos certificaron el deceso de Consuelo en la escena, unos oficiales me interrogaron, dieron aviso al fiscal de turno y ordenó mi inmediata aprehensión, que el juez de instrucción convalidó en detención unas horas más tarde de mi arresto.  Le conté esta misma historia a la Justicia, pero no me creen.
Se dejó caer en un sillón y entrelazó sus manos detrás de la nuca, lo que denotaba un grado de alteración que ya no podía contener.  Cuando percibí que el señor Cisneros iba a colapsar, lo tranquilicé de inmediato.
_ Durante los minutos que estuvo en su cuarto cambiándose, ¿oyó a la señora Consuelo y a su hermano discutir?_ indagué con minuciosidad. .
_ No, en absoluto_ respondió Raimundo Cisneros firmemente convencido y un poco más calmo.
_ ¿Ni escuchó nada que llamara su atención?
_ Tampoco, inspector Dortmund. Como ve, Gustavo Irurtia tuvo oportunidad y motivo para matar a mi esposa.
_ ¿Cuál motivo, según usted?
_ La herencia, quizás. Con la otra heredera directa fuera de juego, todo sería para él. Dinero, terrenos… No sé, todas las posesiones que la pobre mujer haya hecho certificar valederamente con un escribano antes de fallecer.
_ O quizás el motivo difiera bastante de su sugerencia. Me refiero puntualmente a que el señor Gustavo Irurtia tuvo que tener una buena razón para no hablarle a Consuelo por muchos años. Y tal vez en ese vacío, esté oculta la clave de todo este asunto.
_ No lo había pensado. No discuto que también es una alternativa posible.  
_  Imagino que su abogado defensor, señor Cisneros, habrá sido autorizado para revisar el expediente de la causa, y por ende, habrá accedido a leer la declaración del señor Gustavo Irurtia sobre lo acontecido el día del asesinato de la señora Consuelo Irurtia. ¿Qué declaró aquél exactamente al corriente de tal suceso?
_ Negó que la haya visitado por la cuestión de la herencia_ adujo mi cliente, con vehemencia y enojo._ Alegó más bien que se trató de una visita de carácter familiar e informal. Yo no escuché en ningún momento que hablasen de la herencia, así que no pude rectificar su declaración. En ese caso, sería su palabra contra la mía. Y frente a la versión que la Fiscalía tiene de los hechos en relación a mi persona, yo tendría todas las de perder. Por eso, creí conveniente omitir el hecho.  Y por esa misma causal, tampoco mencioné lo del chantaje. Sería, como dijo mi abogado, echar más combustible al fuego.
_ Hizo lo correcto. Dígame algo más si es tan amable, señor Cisneros. ¿Hacía cuánto que conocía a la señora Irurtia?
El semblante de mi cliente se tornó dulce y sosegado.
_ Nos conocimos en el último año de la Secundaria, hace casi treinta años_ rememoró románticamente._ Tuvimos química desde el primer momento que entablamos conversación por primera vez, que una cosa y la otra, nos enamoramos, nos comprometimos y nos casamos.
Su rostro volvió a mutar a una expresión áspera sostenida por un sentimiento de desolación y angustia que lo embargaban impiedosamente.
_ Jamás imaginé que esto terminaría así. Jamás imaginé su infidelidad…_ No pudo continuar hablando.
_ Lo comprendo, señor Cisneros. ¿Qué opinión tenía su esposa respecto de su familia?
_ Óptima, desde luego. Siempre me contó cosas buenas de ellos. Exceptuando el tema de la herencia y de que la separaron de su hermano y todo eso que ya sabe, no les guardaba rencor. Idolatraba a sus padres, aunque sólo se vio con su padre algunas veces.
_ ¿Falleció?
_ Hace once años ya. Murió de tuberculosis. Nunca me comentó que haya visitado o hablado con su madre, pero eso no implica que no lo haya hecho. Consuelo era muy reservada respecto a su familia. Y siempre respeté esa decisión. Y la voy a respetar toda la vida.
_ Interesante. Su relación con su hermano y el tema de la herencia que dejó su madre al fallecer es lo único que importa por ahora del núcleo familiar de la señora Consuelo Irurtia.
_ Y por qué no se habló con ella. Creo que eso es parte del mismo interrogante.
_ Muy atento, señor Cisneros. Tiene usted toda la razón. Nos centraremos en esos puntos de momento en lo que concierne a su familia. El resto dudo que sean datos vitales para la investigación.
Íbamos a partir para la casa donde ocurrió la tragedia, cuando recordé de golpe que había omitido hacerle al señor Cisneros una pregunta que creía fundamental para el caso.
_ Una última cosa, señor Cisneros_ enuncié con importancia._ ¿La Fiscalía le tomó testimonio a el señor Barreto y a la señorita Ana?
_ Solamente a la señorita Ruiz. Se llama Ana Ruiz, creo que entre tanto conmoción, obvié aclarárselo, Dortmund. Perdóneme_ me repuso mi cliente con modestia y honestidad.
Le hice un ademán con la cabeza aceptando sus disculpas y  seguidamente le hice señas para indicarle que por favor respondiera lo que le había preguntado.
_ Sí, desde luego_ respondió indignado._ Avaló que mi mujer me era infiel y fue la firma para mi procesamiento. Declaró lo mismo que me dijo a mí en su momento cuando hablamos del tema.
_ Usted se lo comentó al fiscal, lo que le dio un motivo para sospechar de usted. O peor aún: confirmar sus especulaciones. Ese detalle, sumado al hecho del frasco de morfina encontrado en uno de los bolsillos de su saco que traía puesto y que el veneno le fue suministrado a la señora Consuelo Irurtia unos diez minutos antes de su muerte según las estimaciones del forense, son concluyentes para la Justicia. Oportunidad y motivo en un mismo combo.
_ ¡Tenía que decírselos porque no sé mentir! Y porque tarde o temprano, quiera o no, iban a averiguarlo de todas formas.
_ Sé que no miente, señor Cisneros. Y el caso además tiene algunas cosas de interés. Sé todo lo que debo saber. Ahora, vayamos a su casa donde ocurrió todo, si es tan amable.
Y hasta ahí fuimos, sin mayores demoras.

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